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Love Hurts por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

En el capítulo de hoy: Por un lado todo se parece solucionar, pero también nacen nuevos problemas.

Capítulo 17

 

 

 

 

 

Olvida todas las razones por las que no funcionará

 

Y cree en la única razón por la que sí funcionará.

 

 

 

 

 

El Maybach Exelero negro se estacionó con lentitud frente a la gris vivienda de dos pisos ubicada en un tranquilo barrio residencial de Tokio, caracterizado por el estilo Occidental de sus viviendas. Era un barrio de clase media-alta, donde vivían familias acomodadas. Aunque si los comparaba con su absurdamente rica familia, se podía decir que prácticamente eran pordioseros.

 

Al ver la casa así, con las tenues luces del atardecer cargado de nubes, donde el sol apenas brillaba tímido, le pareció sombría, triste, hasta tétrica. La vivienda estaba construida según el estilo Neogótico y la fachada era un verdadero rompecabezas de piedras y estucos, simulando el ensamble de rectángulos en distintos tamaños pero de calce perfecto. Sin embargo, la tibia y hogareña luz que se filtraba a través de los numerosos ventanales, le daban a la vivienda una extraordinaria armonía de diseño, sin recargas ni excesos.

 

Él ya había ido muchas veces a esa casa, pero ahora, mientras aún permanecía en el confortable y cálido interior de su automóvil, unos nervios incontrolables comenzaron a invadirlo. Sentía como si estuviera visitando esa casa por primera vez.

 

Haciendo de tripas corazón y fijando en su elegante rostro la expresión de la más pura resolución. Keigo se bajó del auto y con paso decidido, abrió la reja y tocó el timbre. Mientras esperaba en la puerta, comenzó a mover sus hombros y su cabeza de forma circular, tratando inútilmente de relajar sus músculos agarrotados por la tensión.

 

La puerta finalmente se abrió con lentitud, dejando ver a la madre de Tezuka.

 

—¿Keigo-kun? Qué sorpresa tan agradable tenerte por aquí, hace mucho tiempo que no nos visitabas.

 

—Buenas noches, Ayana-san —Keigo hizo una reverencia breve y sutil para acompañar el saludo.

 

—Pasa por favor —la mujer lo tomó del brazo y cerró la puerta tras el peliplateado—, afuera está muy helado.

 

—Ayana-san, me gustaría ver a Kunimitsu por favor —Keigo se veía realmente nervioso, cosa que hizo salir una tierna sonrisa en el rostro de la mujer—. ¿Él está en casa?

 

—Él está en su pieza, lo voy a buscar enseguida.

 

Cuando Ayana comenzó a moverse con la intensión de ir en busca de su hijo, fue detenida por el peliplateado que le cerró el paso

 

—No, no se moleste por favor, yo mismo subo… si me lo permite, claro.

 

—Claro que sí —Ayana sonrió abiertamente en respuesta a la petición del joven—. Estás en tu casa.

 

—Gracias.

 

Mientras subía por la escalera, rumbo a la habitación del capitán de Seigaku, pudo oír la amena conversación que se desarrollaba en el living. Era el padre de Tezuka comentando el alivio y la felicidad que sentía al haber encontrado trabajo por fin. Sonrió por lo bajo y continuó su camino.

 

Una vez frente a la puerta de la conocida habitación, Keigo dudó unos segundos, pero finalmente, haciendo aplomo de su máxima seguridad, irrumpió dentro de la habitación de Tezuka sin siquiera tocar la puerta.

 

Al entrar, pudo verlo recostado sobre su cama, con los ojos cerrados, profundamente dormido. Estaba acostado boca arriba y su rostro se ladeaba hacia la derecha, haciendo que hebras de su cabello se desparramaran sobre la almohada. Vestía un polerón azul Nike y unos jeans negros desteñidos en las rodillas con pequeñas y fashionista rasgaduras en los muslos. Sus anteojos estaban depositados sobre la cama junto a su diario de vida y en su mano aun descansaba el lápiz con el cual estuvo escribiendo antes de rendirse ante el cansancio.

 

Sus ojos se enternecieron con aquella vista y no pudo evitar que sus labios se curvaran en una sutil sonrisa. Cerró la puerta con delicadeza, evitando hacer el menor ruido posible y se dirigió con paso lento hacia la cama, tomó los anteojos del castaño y los depositó sobre la mesita de noche para darse la vuelta y tomar ahora entre sus manos el diario.

 

Recordó con el ceño levemente fruncido la última vez que tuvo ese objeto en sus manos. Si ese día hubiera hecho acápite de sus fingidas intensiones y hubiera leído aquel diario, habría sabido la verdad mucho tiempo antes y no habría tenido que hacer el papel de idiota todo ese tiempo. Un gesto de dolor se expresó en su níveo rostro y haciendo caso omiso del sentido común y de las reglas de privacidad, abrió el diario en la última página, dispuesto a descubrir los secretos sentimientos del castaño.

 

Y sus ojos se abrieron con impresión al leerlo…

 

Si hubiera sabido anoche que esto pasaría, te habría dado un abrazo, un beso y con mis propios brazos hubiera hecho una prisión para evitarte escapar. Si anoche hubiera sabido de qué forma nueva oiría tu voz, habría grabado cada una de tus palabras y gemidos, para poder oírlos una y otra vez. Si hubiera sabido que los de anoche serían los últimos minutos que te vería, te habría dicho “te amo” y “perdón” hasta saciarme… ¿Algún día seré merecedor de tu perdón? ¿Algún día podrás perdonarme, Keigo?

 

Una nueva expresión de dolor se tatuó en su rostro, su ceño estaba visiblemente arrugado y cerró los ojos con fuerza tratando de contener las lágrimas que amenazaban con escapar, se mordía el labio inferior con fuerza y su cuerpo comenzó a temblar ligeramente.

 

—Sí… —susurró bajito dejando que el diario cayera a sus pies y acomodándose con suavidad sobre la cama, besó tiernamente al castaño.  

 

Éste se sobresaltó bajo su cuerpo, al ser interrumpido abruptamente de su sueño de ese modo y cuando se separó de sus finos labios para verlo, se encontró con los marrones irises de Kunimitsu fijos en su persona, mirándolo con una mezcla de incredulidad y asombro, pestañeando varias veces, como si se quisiera convencer que lo veían sus ojos era real.

 

—Lo admito… Tengo ganas de verte, abrazarte y nunca soltarte —Keigo confesó en voz baja.

 

Los ojos marrones se ensancharon con ternura y sintió como los delgados y fríos dedos de Kunimitsu tomaban cada lado de su cabeza y lo acercaban de nuevo hacia esa boca que estaba ligeramente abierta y lo besó con intensidad, abriéndose paso con la lengua en su interior y obligándolo a ladear la cabeza para profundizar el contacto. No supo cómo pasó, pero luego de un movimiento rápido, él se encontraba bajo el cuerpo del castaño que lo continuaba besando como si no existiera el mañana.

 

Se entregó a Tezuka en ese beso, dejando por fin su corazón libre para amar sin culpas, ni rencores, ni remordimientos… Para simplemente amarlo.

 

Pasó sus brazos por el cuello del castaño y comenzó a pedir más y más a esa boca delgada que con cada beso le mostraba un pequeño trozo del paraíso. Tezuka se movió sobre el peliplateado, acomodándose sobre él y bajó sus manos acariciando ese cuerpo trabajado y varonil que lo volvía loco. Introdujo su mano derecha bajo la camisa y comenzó a mover circularmente el pulgar sobre una de sus tetillas, sin dejar de besarlo con pasión.

 

Keigo se sobresaltó con esta repentina arremetida del castaño y trató de hacer distancia entre ambos cuerpos apoyando sus manos en los hombros de Tezuka y se separó de su boca para susurrar.

 

—No… mmh… no…

 

Tezuka sin embargo, aprovechando que el peliplateado había ladeado la cabeza para romper el beso, comenzó a besarle el cuello, mordiéndolo con suavidad, mientras que con ambas manos se dedicada a desabrocharle la camisa.

 

—Mitsu, para… aah… —Keigo no pudo evitar un gemido debido a una mordida en su cuello.

 

—No puedo… mmh… —Tezuka se quejó exquisitamente al sentir la fricción que se produjo entre ambos cuerpos cuando Keigo se movió, tratando de liberarse.  

 

El castaño tomó la pierna izquierda de Keigo y la elevó a la altura de su cadera, mientras lo embestía suave y lento, sintiendo el contacto entre sus miembros aún a través de la ropa y volvió a besarlo en la boca.

 

Keigo, reuniendo el último ápice de cordura que le quedaba debido a la intensidad de las sensaciones que le provocaba el castaño, rompió nuevamente el beso.

 

—¡Tus padres están abajo! —Keigo susurró horrorizado.

 

—Entonces no podrás hacer ningún ruido —Tezuka rio bajo y mirándolo con ojos cargados de deseó.

 

—… ahh… —Keigo no pudo suprimir un gemido al sentir la mano de Tezuka adentrarse en su pantalón.

 

Y fue en ese momento que envió de forma absoluta y definitiva a su cordura de paseo. No podía continuar negándose bajo aquel toque, bajo esa dulce boca que lo besaba incansable hasta dejarlo sin aliento, bajo esos suaves dedos que ahora se introducían imprudentes en su bóxer y comenzaban a masajear con lentitud su endurecido miembro.

 

—… mmh… —Keigo gimió bajo, ahogándolo en la boca del castaño.  

 

—¡Kunimitsu, Keigo! —Ayana les habló desde la escalera, rompiendo toda atmosfera romántica— La cena está servida.

 

Ambos muchachos separaron de inmediato sus bocas, mientras Tezuka quitó su mano de la hombría del peliplateado, para permanecer en la misma posición, jadeantes, tratando de recuperar el aliento y de normalizar los fuertes latidos de sus corazones y mirándose a los ojos, comenzaron a reír abiertamente.

 

—¡Idiota! —Keigo susurró abrazándose al cuello del castaño.

 

Éste, luego de terminar de reír abrazándose al cuerpo del muchacho ubicado bajo él, se dedicó a besarle las sienes y la frente, para finalmente besarlo fugazmente en la boca e incorporarse sobre la cama, liberando el cuerpo del peliplateado, que se sentó sobre la cama y comenzó a abotonarse la camisa y a arreglarse el desordenado cabello.

 

—Te amo —Tezuka susurró mirándolo seriamente— Te amo como nunca pensé amar a nadie… Y sé que he tardado mucho en darme cuenta, sé que he estado ciego por mucho tiempo. Pero espero que algún día puedas perdonarme y de ahora en adelante trabajaré día a día para conseguir ese perdón.

 

—Eso no será necesario —Keigo lo miró impresionado—, porque aunque no quiera, yo te amo… irremediable e inevitablemente ¡Sin importar razones!

 

Tezuka le acarició una mejilla con ternura y sonriendo volvió a buscar su boca, besándolo con dulzura y calidez, aprisionándole los labios con fuerza, tratando de transmitir el sinfín de sensaciones que lo invadían.

 

—Te quiero para mí —Keigo susurró en su boca posesivamente—. Sólo para mí.

 

—Yo soy tuyo… desde ahora y para siempre.

 

El peliplateado lo besó en respuesta, acariciando primero el labio inferior del castaño con su boca, recorriendo con la punta de la lengua esos labios finos, demarcándolos, hasta introducirla en ellos, insinuantemente.

 

—Creo que debemos parar. Si no, no podré ocultar esto —Keigo habló señalando una evidente erección.

 

Tezuka se separó de él riendo y permanecieron alejados por varios minutos, hasta que estuvieron presentables para bajar.

 

Se sentaron juntos en una mesa cuadrangular, adornada con un blanco mantel con finos bordados en los costados y un hermoso florero en el centro. Kunikatsu-san se sentaba en la cabecera de la mesa, con el matrimonio Tezuka a su derecha y ambos jóvenes a su izquierda.

 

Para Keigo fue extraño tener que sentarse a la mesa con toda la seria e intelectual familia Tezuka poniéndole los ojos encima. Era verdad que él había visitado varias veces al castaño en su casa, pero nuca había sido invitado a participar de una actividad tan cotidiana e íntima como esta. Se sentía tan nervioso y fuera de lugar que no sabía ni qué decir, fue la mano de Tezuka que se posó cariñosamente sobre su rodilla, oculta bajo el mantel, lo que le devolvió la tranquilidad.

 

—Hijo, creo que estabas dormido y no te enteraste de la buena noticia —Kuniharu miraba a su hijo mientras bebía elegantemente un café negro—. Me acaban de llamar para un trabajo, un puesto como gerente en una sucursal de una empresa Suiza.

 

—¿En serio? —Tezuka lo miró sorprendido y luego se percató que Keigo le cerraba un ojo cómplicemente.

 

—Felicitaciones, Kuniharu-san —Keigo habló calmado.

 

—Muchas gracias, Keigo-kun.

 

—Keigo-kun, espero que disculpes la simpleza de mi cocina —Ayana lo miraba con un gesto apenado—, seguramente no estás acostumbrado a comer esta clase de comida.

 

—Claro que no estoy acostumbrado a comer algo tan bueno —Keigo habló con sinceridad—. La comida hecha con amor a la familia es la que tiene el mejor gusto y créame que esa comida escasea en mi casa.  

 

—No te preocupes, mamá, Keigo es fanático del shtrudel… por si no lo notaste —Kunimitsu comentó riendo, haciendo notar que el peliplateado ya se había acabo su porción.

 

—Entonces sírvete más por favor.

 

—Encantado.

 

El resto de la velada transcurrió tranquilamente, la conversación se volvió fluida y los amenos tonos de voz evidenciaban que todos los presentes disfrutaban con la charla. Y ninguno de los adultos presentes pareció notar que de vez en cuando, las manos de los jóvenes se perdían bajo el blanco mantel, para unirlas en un secreto contacto.

 

 

 

*          *          *

 

 

 

Muy alejados de aquella mesa donde el amor se había instalado tranquilamente a pasar el rato, en la oficina del director de la Compañía Atobe, una importante reunión se llevaba a cabo.

 

—Alice Windsor —Atobe Akihiro pronunció tranquilamente el nombre escrito en aquellos papeles, como si fuera la primera vez que leyera aquel nombre. Tal vez se debía a que su esposa no usaba su nombre de soltera desde hace mucho tiempo y simplemente lo había olvidado.  

 

Pero ahora todo era diferente.

 

El papel que tenía ahora en su mano era una petición de divorcio. La petición de divorcio de aquella mujer ¡Hasta para algo como eso ella tenía clase! Ni siquiera se molestó en verlo, ni decirle nada a la cara, fueron sus abogados los que se comunicaron con los de él para entregarle la petición.

 

El imponente hombre vestido de riguroso traje oscuro y elegante pañuelo azul al cuello, estaba sentado en el extremo de una mesa ovalada ubicada en el centro de su oficina, dispuesta especialmente para este tipo de reuniones, a su alrededor se sentaban su asistente personal y mano derecha, su secretaria personal y tres de sus abogados más capacitados. Se sentaba de lado, con una pierna cruzada y su mano izquierda reposaba en su barbilla mientras en la otra sostenía aquel papel que no dejaba de mirar.

 

Dejó caer el papel sobre la mesa, bajo la atenta mirada de todos los presentes, que se limitaban a guardar silencio luego de haber expuesto la situación actual en que se encontraba su representado. Se puso de pie y con gesto elegante y parsimonioso se abrochó el botón medio del saco, guardó sus manos en los bolsillos del pantalón y caminó a paso pausado hacia la ventana, recordando que fue hace dieciséis años atrás, en un día de lluvia como ese, que fue a recoger a la única hija de la familia Windsor, que ni siquiera había visto antes, al aeropuerto de Narita, luego de un matrimonio convenido entre él y su familia.

 

Él nunca se detuvo a dirigirle una mirada a aquella mujer, nunca reparó particularmente en ella. Sólo le interesaba una cosa. Al casarse con un miembro de esa familia, podría acceder a un beneficioso trato que lo pondría en la cima de la compañía Atobe y que ésta podría ubicarse a su vez en la cima de la economía japonesa. Además, la joven mujer, representante de una tradicional y distinguida familia inglesa, era más que adecuada para transformarse en su esposa y ayudarlo así a aumentar aún más la exclusividad que pretendía alcanzar. Después de todo, no todos los empresarios japoneses podían darse el lujo de decir que tenían un matrimonio binacional con vínculos que le permitirían adentrase en la economía europea, ni mucho menos que su esposa era miembro de una importante familia inglesa que tenía vínculos de sangre, aunque lejanos, con la misma realeza.

 

Eso había sido Alice Windsor para él: un negocio.

 

Pero ese negocio, que todo este tiempo le había dado sus frutos, estaba amenazando con escaparse de sus manos. ¿Por qué? La razón era sólo una: Keigo.

 

Cuando él y Alice se casaron, no había sentimientos de por medio, todo era un negocio, un negocio entre la familia Atobe y la familia Windsor. El único que compartía ambos apellidos, el único heredero de ambas familias, era Keigo.

 

Atobe Akihiro era dueño del 35% de las acciones de la Compañía, mientras que Alice era dueña del 20%, el 45% restante se dividía entre una considerable cantidad de propietarios pequeños. Por lo que Akihiro-san, controlando el 55% de las acciones de su compañía, era el dueño en la práctica, pero no en el hecho. Las acciones de su mujer las manejaba él por conveniencias legales y maritales, pero él no era el dueño y nunca lo sería. El único que podía heredar esas acciones y las suyas propias era Keigo. Este era el acuerdo firmado entre ambas familias, el hijo fruto de esta unión, sería el único capaz de fusionar a ambas familias heredando todo de ambas. Y esto ocurriría cuando la legalidad vigente se lo permitiera. Una vez que Keigo cumpliera la mayoría de edad, el 55% de las acciones de la empresa Atobe le pertenecerían al joven.

 

Esto significaba que en tres años más, perdería su empresa.

 

¡El título que tenía Keigo de joven heredero era muy bien merecido!

 

—Akihiro-san —su asistente personal se puso de pie y le habló por la espalda, esperando la respuesta del hombre. Al ver que éste no respondía, ordenó a la secretaria—. Vaya por un té y un calmante.

 

—Podemos denegar la petición de divorcio —uno de los abogados comenzó a hablar sin darse la vuelta para mirarle—. Así la petición será derivada a un tribunal que terminará decidiendo, pero el tiempo que un tribunal demora es mucho…

 

—¿Y qué conseguiremos con eso? —Atobe Akihiro lo interrumpió con voz fuerte y clara.

 

Caminó de vuelta a la mesa pero no tomó asiento, se limitó a mirar fijamente a los presentes. El silencio se hizo de nuevo en el despacho. Todos los ahí presentes creían haber asistido al día en que verían al imponente hombre quebrantarse por fin, pero el hombre que tenían ante sus ojos, estaba muy lejos de verse debilitado. La fuerte resolución en su rostro, la fuerza abrumadora de su mirada, la calma y seguridad en sus palabras, les hacían ver a todos los presentes, que Atobe Akihiro era un hombre realmente temible.

 

El asistente personal del imponente hombre tomó asiento en su lugar y tragó seco. Había sido su mano derecha por más de diez años, lo había visto hacer cosas y él mismo había hecho cosas en su nombre, que no tenían otro calificativo más que de terribles, pero aun así, no pudo evitar sorprenderse. Realmente ese hombre no tenía ni alma ni corazón.

 

La secretaria volvió a entrar al despacho con una bandeja de plata cargada con cinco finas tazas de porcelana blanca, exquisitamente pintadas a mano, y comenzó a servir té a los presentes, rompiendo el tenso ambiente que se había formado. Más de uno suspiró aliviado cuando ésta se acercó por la derecha y le depositó delicadamente la taza.

 

—Atobe-san, me tomé la libertad de traerle estos calmantes —la esbelta rubia depositó junto a la taza, dos pequeñas pastillas.

 

—No me hacen falta, señorita Smith —Atobe Akihiro volvió a sentarse con movimientos pausados y elegantes—. Tome asiento y escriba.

 

Miró a todos los presentes creando un ambiente más dramático aún, se recostó en el cómodo espaldar de su silla y cruzando las manos sobre la mesa, mientras su rostro dibujaba una cruel sonrisa, habló.

 

—Modifiquen inmediatamente el acuerdo pactado el día de mi matrimonio. No me importa cuánto cueste ni los problemas legales que esto conlleve… Quiero que desde mañana mismo, Keigo deje de ser mi heredero —hizo una pausa, como si no estuviera seguro de continuar—. Y declaren la incapacidad de mi mujer para tomar decisiones, escudándose en su debilidad mental… si es necesario, declárenla loca.

 

—Pero señor… —dudando, su asistente personal lo interrumpió.

 

Sin embargo, el hombre no le prestó atención y continuó hablándoles a los abogados.

 

—Con esto, su petición de divorcio debiera quedar nula y además me faculta a mí como único poseedor de sus acciones y su fortuna.

 

—¡Akihiro-san! —Su mano derecha lo volvió a interrumpir, esta vez con tono seguro—. Pero si no es Keigo-kun usted no tendrá heredero. ¿Qué hará al respecto?

 

—No es momento de pensar en eso —habló con firmeza—, ya tendré el tiempo de crear un nuevo heredero.

 

—¿Crear? Lo dice como si se tratara de un juguete —la rubia secretaria susurró para sí misma, impresionada con el accionar de aquel hombre.

 

—Lo importante ahora es evitar a toda costa que Keigo sea el heredero. Esta empresa y todo lo que he construido a través de estos años es sólo mía, no permitiré que nadie me la arrebate.

Notas finales:

Nota: La parte del escrito en el diario de Tezuka está inspirada en un fragmento de Gabriel García Márquez. 

 


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