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Love Hurts por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

Esta vez el capítulo se centra exclusivamente en las parejas secundarias, para darle la resolucion final a sus historias.

Capítulo 18

 

 

Si lloras por haber perdido el sol,

Las lágrimas no te permitirán ver las estrellas.

 

 

El clima de Tokio parecía haberse encaprichado casi tanto como su corazón. Aun cuando ayer había llovido intermitente durante todo el día, hoy un deslumbrante sol entraba por los amplios ventanales de la habitación, iluminando el apacible rostro de aquel joven que aún dormía. Los dorados rayos iluminaban su cabello, sacándole pequeños destellos plateados a las finas hebras que se desparramaban desordenadas por la almohada.

Fue el insistente vibrar de su Smartphone el que lo despertó y pasándose la mano por los ojos con pereza, estiró el níveo brazo para cogerlo.

Un loco enamorado sería capaz de hacer fuegos artificiales con el sol, la luna y las estrellas, para recuperar a su amada.

Keigo se incorporó de un solo movimiento en su cama y en su rostro se dibujó la más amplia y bella sonrisa que había tenido en los últimos meses. Una indescriptible alegría lo inundó con sólo leer esa frase.

Era un mensaje de Kunimitsu… Parece que se había tomado muy en serio aquella frase de “trabajar diariamente para conseguir su perdón” ¡Y de qué forma lo estaba haciendo! Enviándole poemas de Goethe, uno de sus autores favoritos. Sonrió al leer aquel mensaje, imposibilitado de creer que fuera real, que de verdad se habían reconciliado y que no se trataba de un simple sueño. Aunque lo más increíble era este renovado romanticismo por parte del castaño. Nunca antes había tenido un gesto así con él, lo que lo hizo sentir más feliz que nunca.

Tanto era el ánimo que sintió, que decidió levantarse y salir a correr.

Aunque el trote matutino era una de sus actividades diarias, hace tiempo que no salía a trotar por las mañanas, ni mucho menos hacerlo por el simple hecho de levantarse lleno de energías. Le pareció extraño, pero fascinante a la vez: la forma en el castaño podía influir en su vida con un gesto tan pequeño.

Debían ser cerca de las siete de la mañana, cuando el joven platinado corría por la angosta costanera localizada en la ribera del río Sumida y miraba nostálgico los deshojados arboles de cerezo, imaginándose cómo sería correr por ahí con cientos de pétalos rosados cayendo sobre él. Miró el soleado y resplandeciente, pero frío día, con esperanzas y sueños renovados y comenzó a planear casi infantilmente el fin de semana que se le venía por delante. Quería disfrutar de ese tiempo con Kunimitsu, ya que tenían mucho que celebrar.

Ya lo había decidido. Lo iba a invitar a algún lugar, alguna isla cercana, alguna rústica hostería en las montañas, quizá a las aguas termales, o a la nieve que tiempo atrás había planeado visitar. No importaba dónde, lo importante era que pasarían aquel fin de semana juntos, disfrutando de su reconciliación.

¡Se sentía como una colegiala enamorada!

Iba así de perdido en sus pensamientos, cuando repentinamente desvió la mirada hacia su izquierda, para ver a un conocido peliazul afuera de un alto edificio, guardando maletas dentro de un elegante automóvil. Sólo ahí se percató que ese era el edificio en que vivía Yuushi y ese era el Mercedes Benz negro del doctor Oshitari. Lentamente fue bajando el ritmo de su trote, hasta disminuir por completo y limitarse a quitarse la capucha del polerón para extender su rango de visión y permanecer de pie sobre la acera mirando aquella escena: Yuushi subía dos maletas en la cajonera del automóvil bajo la atenta mirada de toda la familia Oshitari, cuando terminó, depositó su bolso de mano en el asiento del copiloto y se acercó a su hermana pequeña, que lloraba tomada firmemente de su cintura.

No lo podía creer. ¿Acaso Yuushi se iba?

En un gento inconsciente, sin siquiera pensarlo, cruzó rápido la avenida sin reparar en el tráfico que había a esa hora. Los ruidos de los bocinazos hicieron que la familia Oshitari se girara para verlo a él.

—Yuushi… ¿Qué significa esto? —preguntó con tono altanero, como si tuviera el derecho de cuestionar sus decisiones.

El peliazul se limitó a girar la cabeza hacia adelante, evitando así ver la figura de su capitán a sus espaldas. Fue su madre quien le dirigió la palabra, respondiéndole de manera cordial, pero distante a la vez.

—Yuushi hace tiempo ganó una beca para hacer un intercambio estudiantil en un prestigioso colegio estadounidense. Sin embargo, él había rechazado esta oferta… Pero ahora ha decidido aprovechar esta oportunidad y hoy mismo viaja a Estados Unidos.

—¿Qué? —Keigo se limitaba a ver el serio perfil del tensai con enormes ojos, abiertos de pura incredulidad.  

—No hay tiempo que perder —Oshitari-san se despidió de un beso de su mujer e hija y se subió al automóvil—, si te demoras más perderemos el vuelo.

Yuushi, imitando el mismo gesto que tuviera el padre, se despidió besando cariñosamente a su madre y hermana. Estaba abriendo la puerta del copiloto, cuando Keigo la cerró con fuerza y tomando al más alto del brazo, lo obligó a girarse y darle la cara.

—¿Qué estás haciendo? ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué no me habías dicho nada? —en un arrebato de autoritarismo, el peliplateado inundó de preguntas al más alto.

Aunque toda la familia Oshitari estaba ahí presente y todos y cada uno de ellos parecieron sorprenderse por la actitud casi despótica del joven heredero del Imperio Atobe, la cotidianidad de Yuushi los tranquilizó. Ya que el joven peliazul no pareció sorprenderse con esta actitud, sino todo lo contrario, reaccionó como si esto fuera lo esperable. 

—¡Y a ti qué te importa! No es como si te fueras a poner triste o algo por el estilo —susurró el peliazul.

—¡Claro que me voy a poner triste! —Admitió con gesto fastidiado— Tú eres uno de mis mejores amigos… y no quiero perderte.

Keigo estaba literalmente hirviendo de rabia. Un leve rubor se había instalado en sus mejillas y no estaba seguro si eso se debía a la ofuscación que sentía o al hecho de tener que admitir en voz alta que sentía cierto cariño por su compañero de club ¡Y todo eso frente a su familia completa!

Definitivamente Yuushi se iba a arrepentir de esto. En las prácticas de esta tarde, él personalmente se iba a encargar de hacer sufrir al peliazul. Porque si de algo estaba seguro Atobe Keigo era que Yuushi no se iría ¡Dios! Si todo eso era una soberana estupidez.

—Tú no te vas, ¿me oíste? —Keigo habló con autoridad—. Y esto no es una sugerencia o una petición, es una orden.

—Cada día que pasa me doy cuenta que no eres más que un niñito rico egoísta —la voz del peliazul no sonaba altanera ni engreída como siempre, ni siquiera disgustada, sonaba triste—. ¿Cómo no me di cuenta antes? ¿Alguna vez te has detenido a pensar en los demás Keigo?

—Yuushi… —esta vez Keigo susurró casi inaudible.

—Esta es una buena oportunidad para mí… así que la voy a aprovechar.

El peliazul abrió la puerta de nuevo, pero cuando estaba a punto de subirse al auto, fue detenido otra vez por Keigo. Esta vez no se trató de una brusca acción precipitada, sino todo lo contrario. El peliplateado sostuvo la mano derecha de su compañero con delicadeza, y ante este gesto, Yuushi no pudo marcharse, se limitó a enderezar su cuerpo y girarse lento, sin despegar el agarre que el más bajo tenía en su mano.

—Lo siento —Keigo susurró bajando la mirada—. ¡Lo siento! Si yo pudiera elegir a quien amar, te habría elegido a ti. Pero el corazón se manda solo y aunque lo intenté con todas mis fuerzas, no pude amarte como tú te lo merecías… Lo siento…

Yuushi no respondió.

Desvió la mirada azulina que ahora se veía triste y en un gesto posesivo y arrebatador, muy típico de él, abruptamente se acercó al peliplateado, tomando su rostro firmemente entre sus manos y unió ambos labios en un beso enérgico y posesivo, pero sólo se limitó al fuerte roce de ambas bocas.

—Adiós, Keigo —susurró para meterse dentro del auto que arrancó velozmente, llevándose de forma definitiva al peliazul.

Keigo suspiró hondo y miró al cielo azul de un color tan profundo como los ojos de Yuushi, cielo que ahora comenzaba a poblarse de grises nubes. Sentía alivio. Alivio de haberse sincerado por fin con Yuushi. Con alguien que había sido un amigo incondicional y lo había apoyado en los momentos en que más necesitó de alguien. Porque en el fondo de su corazón, siempre le pesó no haber podido corresponder a los sentimientos del tensai.

 

*          *          *

 

Sus pasos resonaban cansinos por los grises adoquines. Aunque el día había comenzado soleado, la humedad permanecía en el aire, enfriándolo todo, envolviéndolo lúgubremente.

Aunque era viernes por la mañana, no asistió al colegio. Aun cuando salió con su uniforme, con su bolso, con sus cuadernos, a la misma puntual hora de todos los días, sus pasos no se dirigieron al establecimiento estudiantil, sino a una conocida casa de dos pisos donde la mañana anterior había olvidado algo importante… el amor.

No quería sonar como los idiotas ingenuos y enamorados que excusaban sus acciones diciendo que sus pasos solos los guiaban hacia los destinos demarcados por el corazón. No. Él no caminaba instintivamente. Él lo hacía con plena consciencia… Y aun así, al detenerse frente a esa blanquecina fachada justo en el momento en que el rubio salía de la casa, sintió que esa visita estaba escrita en las estrellas.

—¿Qué haces aquí? —el rubio preguntó afilando la mirada con desagrado.

Al parecer aún estaba disgustado…  

¿Y qué esperaba? ¿Qué lo recibiera con los brazos abiertos y un beso en la boca? Debía ser realista y dejar de engañarse a sí mismo, porque había comprendido a las malas que esa forma de ser le había traído problemas a él mismo y a quienes lo rodeaban. Él le había mentido, le había hecho daño, lo había engañado con otro hombre, aunque sólo se haya tratado de un beso. Era normal que estuviera disgustado. Pero aun así, no pudo evitar sentir una punzada de dolor en su corazón al ver la actitud distante del otro ¡Ni una mirada gentil le dirigió!

Parándose con firmeza y entereza frente a la fría mirada de su exnovio. Fuji se bajó un poco la bufanda gris, para hacer que sus palabras se oyeran claras, sin obstáculos. Pero aun así fueron casi inaudibles.

—Vine a hablar contigo.

—No tengo tiempo ahora y aunque lo tuviera no te lo daría —la voz de Shiraishi era excesivamente fría.

El rubio cerró la puerta de su casa, y pasándolo por alto, comenzó a caminar con paso rápido rumbo a su Instituto. Su actitud corporal denotaba dominio y control de la situación. Caminó como si nada lo estuviera alterando, como si el encuentro con el castaño no hubiera producido nada en su interior. Se afirmó al bolso en el hombro derecho y se subió el cuello del abrigo, pues el frío le había erizado la piel. Pero aunque trataba de aparentar indiferencia, se podía percibir lo sombrío en sus delicadas facciones. Sus ojos presentaban unas casi imperceptibles ojeras y sus dorados orbes se veían levemente hinchados… una evidencia inequívoca del llanto que lo había desvelado.

Fuji no supo cómo reaccionar exactamente frente a la actitud del rubio. Nunca había sido tratado así en su vida, pero por sobre todo, jamás espero ser tratado con tanta frialdad e indiferencia por él: por Shiraishi. Se sintió completamente ignorado, es más, se sintió una basura.

El rubio tenía razón en ignorarlo ¡Él ni siquiera tenía claro que había ido a hacer ahí! La conversación del día anterior con Tezuka le había abierto los ojos… Era verdad, él amaba a Shiraishi, pero eso no quitaba el hecho de que aun sentía cosas por Tezuka. Aunque por sobre todo, el principal miedo de Fuji era volver a herir al rubio. Eso no se lo perdonaría nunca. ¿Pero qué caso tenía eso ahora? ¿De qué le servían sus buenas intenciones? Ya lo había estropeado todo.

Aun así, sabía que tenía que disculparse de una forma apropiada, era lo mínimo que podía hacer por su expareja. Por eso había venido esa mañana a su casa. Para disculparse.

No… Mentía. No era por eso.

Lo necesitaba. Lo extrañaba. Le hacía falta su presencia, sus caricias, su dulzura, su atención. Esa era la única verdad. Él había ido a su casa para verlo.

—¡Idiota! Si vas a hacerlo, hazlo bien —se reprendió a sí mismo y respirando hondo, conteniendo el aire en sus pulmones, se armó de valor y corrió tras los pasos del rubio tratando de darle alcance.

—Shiraishi —habló con voz seria.

Fuji pudo ver cómo la figura del más alto se tensaba imperceptiblemente al oír su voz. De seguro no se esperaba que lo siguiera calle abajo y estaría convencido de haberlo dejado atrás. Sin embargo, continuó ignorándolo, hasta que llegaron a una esquina, donde el semáforo en rojo los obligó a detenerse ¡Esa era su oportunidad! El capitán de Shitenhoji no podía escapar.

—Shiraishi, he venido a decirte algo. Sé que tienes todo el derecho de ignorarme… pero lo diré de todos modos.

—Tú no sabes recibir un no por respuesta, ¿verdad? —le respondió sarcástico.

El rubio evitaba mirarlo y parecía tener la vista fija en el frente, pero la verdad era que con el rabillo del ojo, no dejaba de observar las acciones del castaño. Éste desviando la mirada hacia un café que comenzaba a abrir sus puertas y sacaba unas cuantas mesas a la calle, reparó en el delicado arreglo floral que adornaba la mesa con mantel rojo a cuadros.

La verdad era que no tenía claridad sobre sus acciones, pues no había trazado ningún plan previamente, sin contar que la actitud del rubio lo había desconcertado sobremanera. Improvisó sobre la marcha y se acercó a una de las mesas, de donde tomó sin que el camarero se diera cuenta, una parte del arreglo floral que decoraba la mesa: una pequeña y blanca margarita. La que estirando la mano, se la ofreció junto a una gran sonrisa a Shiraishi. 

—¿Una flor plástica? —preguntó el rubio incrédulo, tomándola en sus manos.

—Es falsa y robada —Fuji habló fuerte y claro, con seriedad—. Tal vez representa lo que tú piensas de mí, pero la intensión es la que vale.

El semáforo cambio su color, pero las estáticas figuras de ambos muchachos no se movieron ni un centímetro, atrapados ambos en la profundidad de los sentimientos reflejados en los ojos contrarios: los dorados orbes reflejaban tristeza y desilusión, mientras que los orbes cobalto intenso mostraban culpa y duda.

—¿A qué viene todo esto? —el rubio preguntó con voz cansada, dejando caer la máscara de indiferencia que llevaba—. ¿Qué es lo que quieres de mí?

¡Tenía razón! ¿A qué venia todo eso? ¿Qué quería de Shiraishi? ¿Qué pretendía con sus acciones? Se sintió paralizado por unos segundos y no pudo evitar cuestionarse: ¿Estaba buscándolo por despecho? ¿Era de esos que no podía estar solo? ¿Qué era lo que quería? Y la triste verdad era que no lo sabía con seguridad.

—No lo sé… —respondió sinceramente, pero ahora sus palabras ya no tenían la misma fuerza.

—No lo sabes —los ojos de Shiraishi comenzaron a enrojecer tenuemente, manifestando las lágrimas que contenía con pura fuerza de voluntad y preguntó con voz triste—… ¿Qué soy para ti Fuji?

—Un ladrón —Fuji respondió inconscientemente, sólo había dejado que su boca expresara lo que sentía sin pensar realmente en ello. Pero al instante de oír las palabras que salían de su boca, se arrepintió de haberlas dicho.

—¿Ah? —Shiraishi lo miró hacia abajo, incrédulo.

Dudó por unos segundos, ¿qué era lo más indicado de decir? Evidentemente con cada palabra que salía de su boca sólo lograba enfurecer aún más al rubio, pero ya no podía dar marcha atrás. Apagó toda lógica y dejó que hable su corazón.

—Me robaste el corazón.

—¡No me jodas! En serio, estoy demasiado cabreado ahora mismo para aguantar esta clase de estupideces. Así que dime de una vez lo que quieres, porque por tu culpa llegaré tarde al colegio… y tú también —esto último lo dijo en un susurro.

Esta pequeña frase final fue la que le infundió valor a Fuji y fue también la que le dio la claridad que necesitaba. A pesar de todo lo malo que había pasado entre ambos, a pesar de todo el daño que le hizo; Shiraishi aún se preocupaba por él. Y esto significaba que él aún estaba presente en su vida… Que podía tener esperanza.

—Yo estoy confundido, lo admito. Actualmente no sé qué es lo quiero… o mejor dicho: no sé a quién quiero. Pero te pido que por favor me entiendas. Me pasé años amando en vano a un hombre que creí que no reparaba en mí, y cuando descubrí que él sí me amaba, dudé… dudé mucho… y aun lo hago.

—¿Y me lo vienes a restregar en la cara? —Shiraishi ya no se veía triste, la pena había sido reemplazada por la indignación.

Pero Fuji no se dejó amedrentar por la actitud huraña del más alto, continuando con su discurso, pues estaba dispuesto a hacer todo por ser escuchado. Ahora creía que había sido esa incapacidad de hablarle con sinceridad a Shiraishi, la que logró destruir su relación y no Tezuka. Así que no iba a cometer ese error nunca más.

—Yo sé que estropeé nuestro amor. Pero quiero volver a enamorarme de ti. Aunque no sé si lo lograré, aunque no sé si podré olvidar a Tezuka, quiero intentarlo nuevamente ¡Quiero que me enamores otra vez! Quiero volver a amarte con la locura y la pasión de la primera vez.

—No puedo creerlo —una risa irónica salió de la boca del rubio—… ¡Tu egoísmo no tiene límites!

—No soy egoísta, soy valiente —Fuji se veía cada vez más seguro de sus palabras, una seguridad que lentamente fue abrumando a su interlocutor—. Dejarse llevar por el orgullo es fácil, pero luchar contra él por lo que se ama… eso es realmente tener valor ¡Yo tengo el valor para luchar por nuestro amor!

—Nuestro amor —el rubio habló con nostalgia—… ¿Sabes lo que es nuestro amor ahora? Nada…

Al decir esto, Shiraishi dejó caer la flor plástica y la muchedumbre que pasaba ajetreadamente junto a ellos la pisoteó. Fuji miró la escena con melancolía… esa flor lo representaba a él: artificial, sucio y estropeado. Una flor falsa abandonada a su suerte.

—¿Cómo nos transformamos en esto? —La pregunta salió con tristeza de su boca— ¿Cómo nuestro amor se transformó en una mentira?

—Tú lo transformaste en una mentira —Shiraishi ya no lo miraba a los ojos, contemplaba el cielo con melancolía—, o tal vez fue que nunca existió…

—Podemos aprender a amar otra vez —Fuji se le acercó, haciendo que el más alto lo mirara de nuevo—. Eso es lo que quiero lograr, volver a amarnos ¡Conquístame otra vez Shiraishi!… por favor.

—¡No lo haré! —el rubio hablaba decidido.

—¡Entonces yo lo haré! —Fuji gritó enfadado, conteniendo las lágrimas— Porque no pienso dejarte ir… Voy a hacer que me vuelvas a amar.

—Yo nunca te volveré a amar. No puedo a amar a alguien en quien perdí absolutamente la confianza.

—Entonces nunca me rendiré en la lucha por recuperar esa confianza.

Shiraishi abrió los ojos con impresión. Ya no sabía qué decir, ya no sabía qué pensar. ¿Por qué Fuji le estaba haciendo todo eso? Se sentía cada vez más abrumado por esa seguridad que emanaba del castaño, una seguridad que hacía trastabillar su firme convicción de olvidarlo. ¿Qué haría ahora, si cada palabra que decía para alejarlo, le era devuelta con una firme y resuelta posibilidad de reconciliación?

—Has lo que quieras —susurró bajando la cabeza y girándose para continuar con su camino.

Fuji no quiso insistir más. Ya había dicho todo lo que había venido a decir. Ahora podía decir que su corazón se encontraba en paz. Se agachó y recogió esa estropeada flor plástica robada y la sostuvo frente a sus ojos. Aunque seguía sintiéndose similar a esa flor, él no se permitiría terminar así. Levantó la mirada cobalto hacia la figura del rubio que se alejaba cada vez más y sonrió con tristeza, pero en sus ojos se reflejaba la convicción y la esperanza.

—Lo haré ¡Ya lo verás! —Le gritó a la distancia— Me vas a volver a amar. 

 

Notas finales:

Gracias por leer =)


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