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Love Hurts por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

Hola =)

Para que no me crucifiquen por haber subido un epilogo taaan corto, aqui les dejo el primer capitulo. 

Capítulo 1

 

 

En los cuentos infantiles, las princesas besan a los sapos, que se transforman en príncipes.

En la vida real, las princesas besan a los príncipes,  que se transforman en sapos.

 

 

Se dio la vuelta en la cama por enésima vez, reusando a levantarse. Su despertador había sonado hace más de una hora y desde hace quince minutos el mayordomo había ido a tocar la puerta de su habitación, avisándole que debía levantarse o corría el riesgo de llegar tarde al colegio.

¡Como si el colegio le importara!

Volvió a darse vuelta en su lujosa cama de sábanas de seda egipcia, esta vez, quedando de frente a los grandes ventanales, cuyas pesadas cortinas estaban descorridas, permitiéndole ver el paisaje en el exterior. La mañana era fría pero no llovía y podía ver los desnudos árboles afuera de la mansión ¡Qué tristes se veían desprovistos de follaje! Sus ojos grises reflejaron la tristeza del paisaje que contemplaban o… era tal vez la tristeza de sus ojos la que hacía ver lo descolorido del mundo.

Los sutiles golpes en la puerta le avisaron nuevamente que debía ponerse de pie. Suspiró con pesadez y decidió rendirse ante la insistencia de aquel hombre tras la puerta y procuró no descargar su frustración con él, ya que sólo se limitaba a hacer su trabajo.

Se sentó en la cama y se llevó ambas manos a la cara, frotándosela para ayudarse con ese gesto a despertar, luego dejó caer los brazos pesadamente. Con movimientos pausados quitó las cobijas de su cuerpo y se deslizó fuera de la cama para dirigirse al baño.

Se metió bajo la regadera con la misma lentitud con que había hecho todo esta mañana, parecía que cargara el mundo sobre sus hombros y que el peso de éste le impedía moverse con libertad. La tibia agua bajó por su cuerpo, relajando sus músculos contraídos producto de la tensión, haciéndolo despertar por fin, pero sin poder sacarlo de ese estado anímico que lo aletargaba.

Salió de la ducha completamente desnudo y se quedó parado frente al gran espejo que ocupaba toda una pared, éste se encontraba empañado por el vapor y diminutas gotas de agua bajaban por la superficie del cristal. El muchacho pasó su mano derecha sobre el espejo junto frente a sus ojos, quitando el vapor que cubría la vista como si se tratara de un velo, de modo que sólo tuvo la visión de su triste mirada. Suspiró a la vez que cerraba los ojos sin poder soportar su propia contemplación, tomó la toalla y se secó el cuerpo con rapidez, se vistió, tomó su bolso y salió de la habitación.

Bajó directamente hasta la limusina que lo esperaba en la entrada principal de la mansión, el chofer le saludó y abrió la puerta, dejando que él ingresara. Él no respondió el saludo, se limitó a subir al vehículo y mirar al exterior, como si con el eficiente escrutinio de su mirada pudiera llegar a encontrar un refugio para su corazón.

El vehículo comenzó a andar, primero se movió despacio, pero una vez que salieron de la propiedad de la familia Atobe, aumentó drásticamente la velocidad. Él veía como los árboles pasaban fugazmente por la ventanilla, pero aunque su mirada iba fija en el paisaje no prestaba atención a lo que pasaba en el exterior, parecía ir perdido en sus pensamientos, o mejor dicho, en sus recuerdos…

 

A él siempre le pareció fascinante el otoño, era una de sus estaciones favoritas, pues le parecía como si toda la naturaleza se engalanara para afrontar la muerte, vistiéndose con sus mejores y más coloridas ropas, como una última llamarada de gloria antes de la extinción… antes de la nada que era el invierno.

Sin embargo, esa tarde no se detuvo a admirar las coloridas hojas que le daban vida al parque, que cubrían con un manto amarillento y anaranjado la alameda por donde corría apresurado.

Se iba maldiciendo internamente por llegar tarde. La impuntualidad no era algo usual en él, es por eso que aún no podía creer cómo era posible que él estaba llegando tarde ¡Precisamente hoy!

Si hubiera sido una persona supersticiosa, habría tomado esto como una señal, como si el cielo le estuviera advirtiendo que ellos no estaban hechos para estar juntos. Pero él no era supersticioso, él era obstinado, perseverante, optimista, constante, y eran todas esas cualidades las que según él lo habían llevado a ese parque ese día, pues después de muchos meses de insistencia, por fin el muchacho en quien estaba interesado había aceptado salir con él.

Pero ese día todo había salido mal.

Primero había discutido con sus padres, lo que retrasó su salida de manera considerable, después, se había encontrado en medio de un terrible taco, que llevaba atorada su limusina por más de media hora, y como si esto fuera poco, por salir apresurado de su casa olvidó su Smartphone, quedando imposibilitado de avisar al muchacho que lo esperaba que llegaba tarde.

Pero él no estaba dispuesto a quedarse sentado esperando, salió del carro y corrió al lugar en que se habían citado.

Se sentía en medio de un dorama de los que tanto detestaba, donde el protagonista cruza corriendo toda la ciudad en busca de su amada, los despreciaba porque le parecían guiones predecibles, repetitivos y absurdos. Quién hubiera pensado que un día él mismo estuviera corriendo por la ciudad, rogando al cielo que el muchacho que lo esperaba no se haya marchado aun.

Él sabía muy bien que el joven castaño que lo esperaba no era alguien que se caracterizara por su paciencia y que probablemente después de casi una hora de atraso ya se había marchado, pero si aún quedaba una esperanza, no iba a desistir.

¡No después de todo el tiempo que llevaba esperando ese día!

Se habían conocido hace dos años, ambos jugaban tenis en diferentes escuelas, por lo que se veían seguido en los torneos. A él le había parecido un chico apuesto desde el primer momento en que lo vio, le atraía el aire misterioso que despedía el joven, quería saber que se escondía detrás de ese aparente estoicismo que lo caracterizaba. Pero hacía cerca de cuatro meses que esa atracción se había transformado en algo más.

Pasó meses persiguiéndolo, inventando excusas para verlo, escribiéndole insinuadores mensajes de texto, llamándolo con fingidas razones primero y derechamente invitándolo a salir después. Pero el muchacho siempre se había excusado caballerosamente, lo que a él no le parecía otra cosa más que un rechazado disfrazado. Por eso le sorprendió tanto la llamada que había recibido esa mañana: él había sido citado cerca de la pileta de un céntrico parque de Tokio.

No estaba seguro qué había hecho cambiar de opinión al joven castaño, pero él lo iba a aprovechar al máximo.

Cuando por fin llegó al lugar indicado se detuvo de golpe, mirando detenidamente hacia el frente, mientras una expresión de desilusión se dibujaba en su rostro blanco levemente sonrojado, al darse cuenta que no había nadie en la pileta. Ya era muy tarde.

A pesar del frío ambiente que reinaba, él llevaba el delgado abrigo negro de tela desabrochado y la fina bufanda de hilo sólo colgaba de su cuello. Dio unos pasos más hacia adelante y se paró frente a la pileta, se agachó poniendo sus manos en las rodillas y respiró hondo, descansando por fin.

Luego de un par de minutos, suspiró con fuerza y se enderezó. Se sentía asqueroso, llevaba más de veinte minutos corriendo y el sudor hacía que la camisa azul se le pegara al cuerpo, se pasó la mano por la frente para quitarse el sudor y se dio media vuelta dispuesto a marcharse.

Si hubiera sabido que venías corriendo te habría comprado agua.

La presencia del muchacho de anteojos en el lugar lo sorprendió sobremanera y tardó unos segundos en recuperarse del asombro. El joven venía con dos cafés en la mano, debía haber salido a comprar, por eso no se encontraba en la pileta cuando él llegó.

Tezuka, disculpa por llegar tarde, tuve algunos inconvenientes se disculpó.

Descuida, ya estás aquí el otro muchacho le acercó un café.

Gracias

Creo que se helaron un poco en el trayecto, pero no creo que tengas tanto frío Tezuka lo detalló con la mirada.

Disculpa, te tuve esperando por una hora en este frío se disculpó por segunda vez, algo poco usual en él.

No te preocupes, yo te cité en este lugar y fue una pésima idea Tezuka le sonrió con sutileza mientras bajaba la mirada.

Bueno… ¿te parece entonces que ahora te invite yo? De algún modo debo retribuirte esta espera habló con confianza, ya completamente recuperado.

Será un placer al hablar, Tezuka lo miró directamente a los ojos.

 

No se percató cuando el paisaje comenzó a cambiar, dejando atrás los árboles y las montañas lejanas, para dar paso a edificios y vehículos. Sólo se enteró que había llegado a su destino cuando la puerta de la limusina se abrió para permitirle que bajara. Él se sorprendió un poco al principio, pero se limitó a bajar después, como un pez que se deja llevar por la fuerza de la corriente.

Había llegado a Hyotei Gakuen.

Miró hacia el frente mientras sentía el ruido de la limusina alejándose a sus espaldas, la imponente entrada del colegio con pesadas rejas de hierro forjado les daba la bienvenida a los jóvenes de la elite japonesa, pero él no se movió ni un centímetro ¡No quería entrar a ese lugar!

Se dio la vuelta y vio como un conocido Ferrari negro clásico del año se estacionaba lentamente muy cerca de él, se dirigió con paso rápido hasta el vehículo y sin pedir invitación se subió en el asiento del copiloto, dejando completamente sorprendido al conductor.

—Arranca —ordenó.

El conductor rio bajo y le obedeció, después de todo, a él no le molestaba precisamente hacer el papel de chofer de Atobe Keigo.

—¿Y a dónde vamos? —preguntó el joven de cabello azulado.

—A cualquier lugar. No importa.

—Entonces debería llevarte al cielo —el tono de su voz se hizo más grave.

—¡Enfermo mental! Sólo conduce.

Yuushi sonrió frente al comentario, pero prefirió concentrarse en la carretera, temía que la distracción que tenía en el asiento contiguo le hiciera chocar. Se dirigió a un café cercano y al cabo de unos minutos aparcó con suavidad el auto.

Keigo parecía estar en otro mundo, no se percató que habían llegado y no hizo ademán de bajarse. Yuushi sonrió de lado frente al escenario que tenía por delante. Su capitán se estaba entregando en bandeja de plata.

Decidió comportarse como todo un caballero. Se bajó del auto, se dirigió a la puerta del copiloto y la abrió, tomó la mano de Keigo y lo jaló fuera, éste pareció sobresaltarse un poco por el gesto, pero no deshizo el agarre del más alto. Yuushi no pudo interpretar esto más que como una invitación y se llevó la mano del otro a la boca, besando con delicadeza pero con intensidad el torso de ésta, mientras sus ojos azules miraban directamente los grises ojos del dueño de esa mano.

Keigo sintió como si el contacto de su piel con esa boca le quemara y dejó escapar un jadeo involuntario. Quitó su mano del agarre violentamente mientras lanzaba una mirada de odio e indignación y se dirigió al café con paso rápido. Mientras tanto Yuushi cerró la puerta del copiloto y se volteó a verlo, se mordió el labio inferior de manera sensual y decidió seguirlo.

Keigo se sentó en una de las mesas con vista a la calle y Yuushi frente a él. Una mesera de cabello negro amarrado en una coleta alta y fina figura se acercó a atenderlos, actuaba con nerviosismo y sonreía sin razón aparente mientras les tomaba la orden, seguramente nunca había visto a dos chicos tan apuestos juntos. Yuushi le sonrió con amabilidad y pidió un cappuccino para Keigo y un café negro sin azúcar para él.

Cuando la joven les trajo la orden y depositó con temblorosos movimientos ambas tazas sobre la mesa, fue Yuushi quien le agradeció educadamente, pues Keigo no parecía encontrarse en este mundo.

—¿Peleaste con tu novio?

Silencio.

—La verdad no me extraña. Tú y ese tipo son como el agua y el aceite. Deberías buscarte a alguien a tu altura… a alguien como yo —esta última frase la dijo con un tono juguetón.

Silencio.

—Keigo, ¿me estás escuchando?

No obtuvo respuesta. Francamente, la actitud de su capitán lo estaba empezando a inquietar. Al parecer ésta no se trataba de una pelea común entre novios o tal vez era algo totalmente distinto…

—¿Has tenido problemas en tu familia?

Silencio.

—¿Otra vez peleaste con tu padre?

Para nadie era un secreto que ser el hijo único de una de las familias más adineradas y poderosas del país era un asunto difícil. Las peleas entre Keigo y su padre era cosa común, lo peor era que su madre nunca lo había apoyado en nada, era del tipo de esposa que bajo ningún precepto cuestiona la decisión de su marido, y Yuushi sabía bien que muchas veces a Atobe Akihiro se le pasaba la mano con los castigos.

Suspiró pesadamente y se recostó en la silla, había decidido ceder, era mejor no insistir, si Keigo no quería hablar, no lo haría, y no sería él quien pretendiera obligarlo. En vez de eso, decidió acompañarlo el tiempo que fuera necesario.

Tranquilamente tomó la taza y bebió con cuidado el caliente líquido, la mañana estaba muy fría, por lo que la calidez de la bebida bajó por su garganta dándole un poco de calor a todo su cuerpo. Keigo sin embargo, no tocó la taza dispuesta frente a él.

Después de más de media hora de silencio, el taciturno muchacho decidió regresar al planeta tierra.

—Gracias.

Las palabras salieron ahogadas de la boca del peliplateado frente a una mirada de completa estupefacción del muchacho más alto.

—Yo siempre voy a estar cuando me necesites —Yuushi respondió cuando se hubo recuperado del asombro.

 

*          *          *

 

—¡Tezuka! —el grito de Oishi hizo que el aludido se girar para verlo acercarse a la carrera hacia él— Buenos días, Tezuka.

—Buenos días —respondió luego de bajarse la bufanda de la boca para poder hablar con libertad.

—Está haciendo mucho frío hoy, en el noticiero advirtieron que nevaría en la tarde —Oishi se frotó las manos para calentarlas mientras caminaban hacia la entrada del colegio.

—Es posible.

Tezuka siempre había sido conciso en sus conversaciones, al parecer el don de la palabra no era lo suyo, pero aun así a Oishi se le hizo extraño lo escueto de sus respuestas. Trató de continuar conversando con él mientras se dirigían a sus salones, pero el castaño se limitó a responder con monosílabos y a mantener la mirada fija en frente o… tal vez perdida.

Se separaron al llegar al salón de Oishi, éste paró de caminar y se despidió de Tezuka, pero el aludido no se dio por enterado y continuó su caminar sin siquiera mirarlo. Toda esta actitud intranquilizó sobremanera al moreno, quien no pudo concentrarse en toda la clase matutina por pensar en la extraña actitud de su amigo ¿Qué le habría pasado? Él pensaba que Tezuka se estaba olvidando por fin de Fuji y comenzaba una prospera relación con el capitán de Hyotei. Al parecer… se había equivocado.

Tezuka continuó su camino hasta llegar a la puerta de su salón, pero una figura lo sacó de sus ensoñaciones. Un joven de cabello castaño lacio hablaba por celular animadamente, sonreía como siempre, pero esta vez su sonrisa era sincera y sus ojos abiertos y expresivos eran de un profundo azul cobalto. Estaba apoyado en el marco de la ventana, mirando hacia el patio.

Tezuka se quedó mirándolo fijamente y por un segundo sintió rencor hacia él, o más bien, lo envidiaba al verlo ahora tan feliz, después de todo él era el culpable de todos sus males y mientras él sufría por la culpa que lo carcomía por dentro, el otro joven disfrutaba de la vida y del amor.

¡Disfrutaba del amor con otro! Eso era lo que más le molestaba.

Pero… mentía. No era Fuji el culpable, sólo él tenía la culpa, por nunca haber tenido el valor de decirle la verdad.

Dos jóvenes se encontraban en la biblioteca escolar. Era verano y los tenues rayos del sol al atardecer se colaban por los cristales y llegaban sobre el cabello de ambos jóvenes, sacándole destellos dorados al mayor.  

El más alto de los jóvenes revisaba concentrado el libro que tenía en sus manos, parecía buscar algo, pero el otro muchacho parecía más interesado en detallar a su compañero que en la tarea que tenían que realizar para el siguiente día.

Concéntrate, Fuji, necesitamos encontrar la respuesta no le dirigió la mirada mientras hablaba, sino que siguió hojeando el grueso libro.

¿Nunca te cansas de estudiar?

Nunca se debe bajar la guardia respondió con la seriedad usual en él.

Fuji no parecía estar muy interesado en el estudio, de hecho, había perdido completamente el interés en la tarea, pues había encontrado algo mucho más interesante que hacer. Cerró el libro que tenía frente a él y comenzó a mirar fijamente a Tezuka apoyando una de sus manos en su mentón.

Me gustaría saber en qué tanto piensas.

De momento en la tarea.

Fuji rio bajito por el comentario, realmente Tezuka le parecía una persona muy interesante. Cruzó sus brazos sobre la mesa y llevó todo su torso hacia adelante, apoyando su cabeza en sus brazos, sin dejar de mirarlo. Sus ojos estaban muy abiertos y miraban a su capitán con evidente curiosidad.

¿Sólo en eso piensas?

Puedo pensar en diez cosas a la vez.

Entonces dime lo primero que se te venga a la mente.

Ich liebe dich[1]

La voz del mayor había sonado distinta, más suave, más cálida, aunque no apartó la vista del libro. Fuji se sobresaltó de pronto, sin saber muy bien por qué. No entendía lo que le había dicho, pero por alguna razón su corazón comenzó a latir con intensidad. Presentía que esta pequeña frase era de gran importancia, pero no sabía por qué.

¿Y eso… qué significa? preguntó realmente interesado.

Haz tu tarea la voz de Tezuka recuperó la seriedad habitual.

¿Y me lo tenías que decir en alemán?

Parece que en japonés no entiendes.

 

Suspiró resignado viendo al chico ahora.

—El pasado no se puede cambiar…

El pasado no se puede cambiar, pero si se aprende de él, se puede construir un mejor presente. Pero él seguía cometiendo los mismos errores una y otra vez, tropezando siempre con la misma piedra ¿Por qué no podía decirle lo que sentía? ¿Por qué nunca pudo decirle a la cara que lo amaba?

Ahora ya era muy tarde.



[1] Ich liebe dich: te amo. Lamentablemente para mí, esto es real y sale en el Disco de Fans Oficial "White Heat Remix"

 

Notas finales:

Gracias por leer =)


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