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Love Hurts por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

Finalmente llegó el momento de concluir este Fanfic. 

Capítulo 19

 

 

No existe el amor imposible,

Existen personas incapaces de luchar por él.

 

 

Ahora caminaba con lentitud, casi arrastrando los pies hacia su pent-house. La partida de Yuushi le había afectado más de lo que le gustaría admitir y lo peor sería tener que comunicárselo al equipo. Ahora sí que necesitaba pasar todo el fin de semana junto a Kunimitsu para poder olvidarse así del mundo y sus problemas.

Ya había hecho las reservaciones en una hostería en un hermoso y rural lugar cercano a Tokio y ahora le texteaba a su novio la dirección. Keigo no se percató, pero su mensaje se leía más como una orden que como una invitación. Aunque para su suerte, al capitán de Seigaku sólo pudo sacarle sonrisas con aquel mensaje.

Sonrisa que él mismo imitó al ver la pronta contestación… Pero ésta se le borró de la boca al instante de pisar su nueva residencia.

Pudo darse cuenta que a esa temprana hora, ya había invitados, lo cual le pareció como mínimo sospechoso. Aguzó el oído mientras se acercaba con paso sigiloso hacia el living donde su madre y Michael conversaban con alguien, al verlo se dio cuenta que se trataba de uno de los abogados que los acompañaron ayer. Unió los puntos y tuvo la respuesta de inmediato: la única razón por la que ese hombre podía estar ahí a esa hora, era su padre. Prácticamente con el corazón en la mano, no pudo evitar preguntarse, ¿qué se le venía encima ahora?

Peor aún después de escuchar la alterada voz de su madre. No. Alterada no era la palabra justa, más bien debería decir histérica de angustia.

—¡No puedo! No puedo hacerle algo así a mi hijo —su madre se cubría el rostro con ambas manos y se notaba que estaba a punto de llorar.

—No hay otra salida, es la única opción —el abogado habló con seriedad, ajustándose los anteojos.

Michael se acercó a Alice y le tomó las manos, le habló con respeto, pero también con autoridad.

—Madame… el joven Keigo es fuerte, él estará bien.

—¿Cómo quieren que tenga el valor para pedirle algo así? —Alice se puso de pie angustiada y se dirigió al amplio ventanal que le daba una hermosa vista del río y la ciudad, pero ella no reparó en el paisaje.  

—¿De qué están hablando? —Keigo ya no aguantó más. Caminando con paso suficiente, se dirigió al living y preguntó con voz autoritaria y hasta altanera. Exigiendo como mínimo un discurso por explicación— ¿Qué está pasando aquí?

Su presencia sobresaltó a los presentes. El abogado se ajustó de nuevo los anteojos, parecía ser un acto reflejo a situaciones de stress; Michael se puso de pie haciéndole una reverencia y su madre se giró para verlo con expresión aterrada en los ojos. Keigo pudo leerlo en su mirada, algo realmente malo había pasado, tanto así que su madre tenía temor de comunicárselo y si hubiera dependido de ella, jamás se habría enterado. Supo que no tenía caso cuestionarla a ella, por lo que dirigió su perspicaz y profunda mirada gris al abogado, levantando una ceja en un gesto que solo decía una cosa: explícate.

—Joven Keigo —el abogado se le acercó y le habló de la forma más calmada posible, tratando de tener tacto con él—. Tome asiento por favor. Yo se lo voy a explicar.

Por puro aburrimiento, Keigo le hizo caso y se dejó caer desordenadamente en el sillón, desobedeciendo toda regla de “lo adecuado” que con tanto ahínco le enseñara su madre, cosa que nunca hacía cuando había extraños presentes, mientras endurecía aún más su expresión facial.

—Se trata de su padre —el abogado continuó hablando con calma.

—¡Ve al grano! —Keigo, exasperado con la actitud de aquel hombre, lo interrumpió hablándole duramente— Todos sabíamos que mi padre no se quedaría de brazos cruzados, así que dudo que vaya a sorprenderme.

El abogado se acomodó por enésima vez en aquella mañana los anteojos, gesto que hizo que un pequeño tic se instalara en el ojo derecho del joven heredero, que ya no aguantaba más tanto misterio y expectación por algo que todos sabían que pasaría. Finalmente, el hombre habló fuerte y claro, yendo al punto.

—Lo desacreditó legalmente como su heredero y declaró la imposibilidad de la señora Alice de tomar decisiones, alegando problemas mentales.

—¿Qué?

Aunque había dicho que dudaba de sorprenderse frente a las acciones de su padre, no pudo evitar la cara de desconcierto que puso. Es que el impacto que le causó esta declaración fue tal, que hasta dejó que su boca se abriera con impresión y su mente se perdiera por segundos ¡Su padre sí que era un maldito cabrón! ¿Cómo tenía el valor de hacerle algo así a su madre? Después de todo el apoyo incondicional que ella siempre le mostró, así era como le pagaba. Bien poco le importaron las noticias sobre su persona, él sólo podía pensar en lo que le estaban haciendo a Alice.

—Por fortuna previmos que algo así pasaría y en el día de ayer hicimos todas las transferencias necesarias —la voz del abogado lo sacó de sus tribulaciones—. Tú ya no eres heredero de Alice, eres el poseedor de todos sus bienes y fortuna.

—¿Qué significa eso? —Keigo arrugó el ceño visiblemente, extrañado.

—Que por ahora no hay nada de qué preocuparse, pero todo depende de la orden final del tribunal. Si tu padre logra probar la supuesta incapacidad de tu madre de tomar decisiones,todo lo que ha hecho quedará revocado. Y viendo que él te acaba de desheredar, básicamente significa que quedarías en la calle.

Su expresión facial cambio súbitamente. Todo gesto de asombro e incredulidad se esfumó para ser reemplazado por una expresión de seriedad, se notaba que estaba analizando la situación con cuidado.

—Entiendo… ¿Y qué me sugieres? Porque imagino que la conversación que interrumpí era sobre las acciones a tomar.

El hombre asintió con la cabeza, impresionado con la capacidad de enfrentar problemas en un muchacho tan joven. Pero ese joven era el heredero del Imperio Atobe ¡Que más se podía esperar!

—La mejor defensa es un buen contraataque —el abogado habló convencido de sus palabras.

—Me gusta esa lógica —Keigo admitió con cierta mirada de convencimiento, gratamente sorprendido por la nueva actitud del hombre—. ¿Cuál es el contraataque?  

—Propongo enfrentar a tu padre en su terreno y arrebatarle lo que más le importa: El Grupo Atobe.

El Grupo Atobe, o como común y trivialmente se le llamaba: el Imperio Atobe, era una personalidad legal que manejaba un sinnúmero de importantes empresas dentro de Japón, con sucursales en todo el mundo, especialmente vinculadas a las áreas de mayor desarrollo económico del país. Todas estas empresas eran manejadas y administradas por Akihiro-san, quien era el líder y mayor accionista de una junta directora de más de veinte personas que bajo distintos niveles, tenían inversiones hechas en el grupo.

Obviamente, teniendo plena consciencia de lo que implicaba ser parte del Grupo Atobe, Keigo miró con incredulidad al hombre sentado frente a él.

—¿Cómo puedo hacer eso? —preguntó midiendo sus palabras, sospechando que la respuesta no le iba a gustar.

—De la misma forma que lo hizo él: acciones.

—Yo sólo tengo las acciones de mi madre, un pobre 20%. No puedo luchar contra él con eso —ahora estaba impresionado negativamente, se había esperado un mejor plan viniendo de ese hombre.

—No. Debemos hacer alianzas —el abogado contestó firmemente.

Ahora entendía el punto de su abogado, pero le seguía pareciendo ingenuo. Ese plan no funcionaría.

—¡Eso es imposible! Nadie se me unirá. ¿Cómo haré para que los demás accionistas me elijan a mí por sobre mi padre? ¿Qué les puedo ofrecer yo?

—Estabilidad y esperanza.

¿Estabilidad? ¿A qué venía todo eso? ¿Acaso ese hombre sabía algo que él no? Le pareció una propuesta tan ingenua e intangible que inmediatamente la desechó ¡Era casi tan absurda como la idea de Coca-Cola de vender felicidad! Pero si a ellos les había resultado, ¿por qué a él no? Sin embargo, Keigo sabía que eso no sería suficiente para convencer a casi veinte personas de apoyar a un quinceañero rebelde por sobre el experimentado y valga la pena recordar, malvado y vengativo, Atobe Akihiro.

—Aun así es imposible, la diferencia que existe entre mis acciones y las suyas es demasiada, casi insondable —enfatizó tratando de bajar a tierra las, según él, ilusorias propuestas de su abogado.

—Eso nos lleva a la segunda parte del plan: matrimonio, que no es más que otro tipo de alianza

—¿Ah?

Ahora sí debía reconocerlo: ¡Estaba en shock! Y como una cruel broma de mal gusto, recordó la conversación que él mismo interrumpió minutos atrás. Ahora lo entendía todo, esto era lo que su madre no quería que supiera, de esto era de lo que estaban hablando.

—La familia Hannover, unos ingleses muy cercanos a la familia de tu madre, han estado invirtiendo en acciones en el Grupo Atobe por años —el hombre hizo una pausa, midiendo la reacción de Keigo—. Y ahora tienen un 15% de las acciones totales, convirtiéndose en los terceros accionistas más importantes.

Keigo se puso de pie, impactado, viendo cómo su vida y su futuro eran manejados por un hombre que sólo había visto ayer y él era incapaz de hacer algo al respecto. Se había librado hace tan sólo un día de las garras de la tiranía de su padre, creyendo estúpidamente que ahora podría ser libre ¡Pero qué idiota había sido! ¿Por qué se le ocurrió pensar que él tenía siquiera la posibilidad de aspirar a la libertad? Ahora el ingenuo había sido él. Comenzó a caminar en círculos por la habitación, mientras negaba con la cabeza.

—No. No, debe haber otra forma —había entrado en una fase de negación.

—¡Esa es la única opción! Debes comprometerte en matrimonio con Carolina Hannover, la hija menor de la familia y unir ambas acciones bajo tu nombre. Así serás poseedor del 35% de las acciones al igual que tu padre. El resultado final será decidido por los accionistas menores, los que podremos convencer con facilidad… Para nadie es un secreto que todos quieren liberarse por fin de la opresión de tu padre —el hombre se acercó al peliplateado y lo tomó enérgicamente por los hombros—. ¡Tú representas esa esperanza, Keigo! La esperanza de librarse del yugo de la tiranía de Akihiro-san.

—¡No lo haré! Yo… no puedo —Keigo gritaba evidentemente alterado y se libró de un manotazo de las manos del abogado.

—Entonces prepárate para vivir en la calle y verte alejado para siempre de tu madre, que deberá volver a vivir bajo el alero de Akihiro-san —su abogado, en un imprudente arranque de sinceridad, le gritó en su cara—. Eso sin pensar en todas las cosas que aquel hombre puede hacerle a todas las personas que te importan.

—Qué… —un susurro de incredulidad salió de su boca al sopesar las palabras de aquel hombre.

Su madre, sin embargo, se le acercó por detrás y con el mayor cariño del mundo y una tranquilidad extraña en ella, le tomó de las manos y le habló con dulzura. 

—Hijo… No te preocupes por mí, quiero que tomes esta decisión pensando sólo en ti. Sólo hace falta vernos a mí y a tu padre para saber que los matrimonios convenidos no son la mejor opción.

—Mamá… Lo siento —Keigo la miraba con ojos inundados de lágrimas, sintiendo cómo la culpa lo carcomía vivo—. Yo no puedo hacerlo ¡No puedo!

—Es tu decisión amor… Yo no voy a obligarte a nada.

 

*          *          *

 

Incluso cuando sale el sol… En mi mundo sólo hay oscuridad.

Eso había dicho. Esas habían sido sus palabras textuales. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué significaban esas palabras?

Keigo lo había citado en una hostería en un hermoso y apacible sector rural. El autobús que lo trajo se demoró cerca de hora y media y al llegar, se enteró por la anciana de la recepción, que el peliplateado aún no había llegado. Creía que para cuando él llegara, Keigo ya estaría ahí, hasta había planeado la mejor forma de disculparse por el atraso, ya que sabía lo susceptible que era con respecto a los horarios, pero extrañamente el retrasado había sido el joven heredero.

Con la preocupación invadiéndolo lentamente, tomó las llaves de la cabaña que habían arrendado y decidió darse un baño mientras esperaba por su novio. No sabía por qué, pero el nerviosismo hacía presa de él y el stress que comenzaba a invadirlo le tensaba el hombro izquierdo. Necesitó de más de media hora dentro del baño tradicional japonés, sólo para descubrir que no se había relajado nada, y tampoco lo haría.

Justo en el momento en que las últimas luces del día se esfumaban, Keigo decidió aparecer en la cabaña. A esa hora, Tezuka miraba sin mucho interés la televisión y se sorprendió al oír la puerta abrirse, pero su cara de sorpresa fue reemplazaba de inmediato por la más pura preocupación al ver el sombrío rostro del peliplateado.

Su rostro, aunque intentaba ocultarlo, reflejaba dolor. Sus vivaces ojos grises se veían opacos y estaban levemente hinchados, evidenciando el llanto. Su ceño estaba fruncido y se mordía el labio inferior, mientras evitaba mirarlo a la cara.

Las primeras palabras que salieron de su boca fueron esas.

—Incluso cuando sale el sol… En mi mundo sólo hay oscuridad.

Palabras que le probaron a Tezuka que tenía todas las razones del mundo para estar preocupado. Se acercó a él aun sin entender la situación y le tomó el rostro entre las manos con suavidad, para atrapar la mirada gris.

—Keigo, ¿qué ocurre?, ¿cuál es el problema?

—Te amo… ese es el problema —con cada palabra que salía de la boca de Keigo, su rostro se compungía cada vez más en un gesto doliente.

Tezuka lo soltó y se alejó dos pasos hacia atrás, sin comprender las palabras dichas por el peliplateado.

—Nunca pensé que nuestro amor significara un problema para ti.

—Si no te amara, todo estaría bien —Keigo respondió abatido—. Podría hacer lo que me piden.

—¿Piden? ¿Qué es lo que te piden? ¿Qué está pasando, Keigo? —Tezuka afiló la mirada y preguntó insistente, empezando a vislumbrar la situación.

Él tenía más que claro los problemas que Keigo tenía con su padre, y él más que nadie sabía que Akihiro-san no aprobaba su relación y que era un hombre capaz de todas las bajezas para conseguir sus objetivos. Siempre supo, desde el momento en que quiso volver con él, que su relación no sería nada de fácil, pero él estaba dispuesto a luchar por ese amor, sin importar contra quien.

Para poder luchar por ese sentimiento, lo primero era saber a qué y quién se enfrentaba. Pero Keigo en lugar de responder a su pregunta, comenzó a balbucear cosas que él no comprendía.

—¡Es mi madre! ¡Yo la tengo que proteger! Si no lo hago yo ¿quién lo hará?… Debo protegerla, no puedo permitir que vuelva con ese retorcido hombre.

—¡Keigo no te entiendo! ¡Explícame! ¿Qué está pasando? —Tezuka volvió a acunar el níveo rostro entre sus manos, secando de paso las lágrimas que empezaron a rodar por esas mejillas.

—¡Sólo dime que me entiendes o que algún día lo harás! Es lo único que necesito —Keigo se abrazó posesivamente a su cintura y hundiendo el rostro en su cuello, susurró suplicante.

—Está bien, ya lograste asustarme —Tezuka lo abrazó con fuerza, respirando hondo para tratar de tranquilizarse—. ¿Me vas a explicar ahora lo que ocurre?

Silencio.

El peliplateado no dijo nada. Se limitaba a llorar cada vez con más fuerza entre sus brazos. Él podía sentir los leves espasmos en su cuerpo, lo agitada de su respiración, la tibieza de sus lágrimas que le mojaba el cuello. ¡Pero no tenía idea de qué estaba pasando! Él gustoso movería cielo, mar y tierra para evitarle el sufrimiento al joven platinado, pero ahora no sabía qué hacer ni cómo reaccionar. Estaba perdido y la impotencia lo estaba matando.

Luego de varios minutos, Keigo pareció serenarse y secándose las lágrimas con las mangas del sweater, respiró hondo para tranquilizarse y habló con voz firme y decidida.

—He venido a terminar contigo.

Tezuka abrió la boca impactado y las palabras salieron de su boca maquinalmente.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¿Esto es una broma?

—¡Ojalá fuera una broma, pero no lo es! —Keigo continuaba hablando resuelto.

—¿Esto es una venganza? ¿Pretendes hacerme sentir todo lo que tu pasaste? Nunca tuviste la intensión de perdonarme… sólo querías verme sufrir —ahora su mente comenzaba a divagar. Ya no tenía claridad de nada. Todo se transformó de pronto en una posibilidad en su mente y la idea de una venganza del peliplateado la barajó como una seria posibilidad. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué estaba pasando eso? Justo ahora que creía que podrían estar juntos, todo se derrumbaba.

—¡Claro que no, idiota! —Keigo gritó indignado por las palabras del castaño— ¿Qué no ves que esto me duele más a mí que a ti?  

—¡Entonces por qué!

—Porque no tengo la fuerza suficiente —Keigo susurró con un hilo de voz—. Aun no soy lo suficientemente fuerte para poder amarte…   

Las cripticas palabras del joven platinado lo dejaban cada vez más perplejo y luego de toda esa charla, sólo tenía una cosa clara: Keigo no estaba dispuesto a luchar por su amor.

—¡Eso es todo! ¿Vas a abandonarlo todo a la primera dificultad? ¿Sin siquiera haber peleado? —Tezuka trataba, sin éxito, de contener la rabia en sus palabras— ¡Nunca pensé que fueras esa clase de cobarde!

—El hedor de tu juicio es abrumador.

—¿Y qué quieres que te diga? ¿Qué esperas de mí?

—Sólo te pido que me esperes. Algún día podré amarte sin dejar que nada se interponga entre nosotros —cuando Keigo habló sus ojos parecieron recuperar fugazmente a vivacidad perdida. Aquello no había sido una frase dicha a la ligera: era una promesa de amor… eterno e incondicional.

El castaño cayó de rodillas al suelo y se abrazó con fuerza de la cintura del peliplateado, dejando que las lágrimas bajaran libremente por su rostro. Se aferraba a él como un ahogado lo hace a una tabla salvavidas.

—¡Keigo, no!… no te vayas —suplicó entre lágrimas.

Mientras una horrible sensación de ahogo invadía su pecho y su garganta era atorada por un nudo de angustia, impidiéndole respirar con normalidad, un vacío se instaló en la boca de su estómago y un punzante dolor recorrió todo su cuerpo. Lentamente fue consciente de los finos dedos de Keigo, acariciando su cabello con dulzura y cómo éste se arrodillaba frente a él para susurrarle con voz firme.

—Voy a volver… así me tarde mil años.

En un gesto lleno de posesión que lo sorprendió a él mismo. Tomó al platinado por la cintura y lo arrojó sobre la cama, aprisionándolo con el peso de su cuerpo, aunque éste no hizo ni el intento de liberarse. Las lágrimas aun escurrían por su rostro y ahora mojaban la aterciopelada piel de Keigo.  

—Tú no vas a ir a ninguna parte… Yo lo voy a impedir, aunque tenga que amarrarte a mi cuerpo —la autoridad de la voz de Tezuka resonó por aquella habitación, para pasar después a reclamar la propiedad de los labios contrarios en un beso tan demandante y posesivo que los dejó sin aliento—. Nada podrá separarnos… Lo juro —susurró una última vez. 

 

Notas finales:

Gracias por leer y comentar. 


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