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Love Hurts por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

Quiero dedicar este capitulo final a Lejh y Luchyy-chan por sus comentarios que me dieron las energías para terminar esta triste historia de amor.

Epílogo

 

 

El amor duele, los amigos se van, el tiempo se pierde,

Las promesas se rompen, los recuerdos no se olvidan,

Pero la vida sigue.

 

 

Keigo parecía haberse transformado en un experto en huir furtivamente antes de la salida de las primeras luces del sol. Al igual que hiciera la primera vez que estuvieron juntos, a la mañana siguiente, cuando se despertó en aquel lugar desconocido, no pudo ver ni rastro del peliplateado ¡Se había marchado! Se había marchado sin siquiera despedirse.

No fue sino hasta el lunes siguiente que comprendió por fin lo que estaba sucediendo…

Pudo verlo en todas las noticias del país ¡La gran novedad! El famosísimo Grupo Atobe, había cambiado de cabeza. El patriarca de la familia, Akihiro-san, había sido reemplazado como director del Grupo por su joven hijo de tan sólo quince años, quien tras una larga y difícil lucha por el poder, lucha que se había mantenido oculta a los medios de comunicación, finalmente había conseguido hacerse con la mayoría de las acciones. Gesto que sólo pudo llevarse a cabo debido a su compromiso de matrimonio con uno de los miembros de la familia que sustentaba el tercer puesto de mayores accionistas: la familia Hannover.

De este modo, el joven heredero, que legalmente no podía hacerse cargo de la empresa, había designado a un nuevo director ejecutivo que se encargaría de la Compañía hasta que él cumpliera la mayoría de edad.

La noticia ahora se trasladaba a lo que se esperaba que ocurriera en el Aeropuerto de Narita, donde se rumoreaba que el joven heredero, saldría junto a su madre rumbo a Inglaterra, con motivo de firmar los últimos acuerdos que asegurarían el pacto entre la familia Atobe-Windsor y la familia Hannover. Los rumores decían que el jet privado de la familia Atobe, despegaría cerca del mediodía, llevando a bordo al joven heredero y a su madre, quienes viajarían con la intención de erradicarse ahora en Londres y conocer a la joven prometida de Atobe Keigo.

Comenzaron a circular fotografías de cada uno de los jóvenes junto a breves descripciones biográficas de los mismos y los entusiastas panelistas de noticias comentaban emocionados la buena nueva, en lo que era anunciado casi como una “boda real”.

Tezuka, quien había bajado a la cocina, dispuesto a tomar desayuno, aunque no sabía si podría probar bocado alguno, pues llevaba la amargura aun atorada en la garganta, se sirvió una taza de té verde y casualmente había encendido el televisor ¡Con la intensión de distraerse! Y ahora miraba atónito las noticias. Dejó caer la taza de té que sostenía en la mano, haciéndose añicos en el suelo.

Recién ahora comenzaba a entender lo que estaba pasando, aunque realmente aun no lo podía creer: no podía creer todo lo que sus ojos veían, ni lo que sus oídos escuchaban, ni podía procesar toda la información que estaba apareciendo en los noticiarios.

Keigo no había dado mayores explicaciones, no había entrado en detalles. Pero él estaba seguro que tenía algo que ver con su familia, aunque nunca pensó que él se fuera a casar, que ahora estuviera cerrando un compromiso matrimonial con una mujer, alguien con quien compartiría el resto de su vida.

¿Qué significaba todo aquello? ¿Por qué esa noche le había pedido que lo esperara? ¿Cómo podía esperarlo después de haber escuchado algo como eso? ¿Cómo?...

 

*          *          *

 

Un gran ajetreo había en el aeropuerto en esos momentos. Para ser sinceros, en el aeropuerto de Narita, uno de los más grandes y transitados del mundo, siempre había ajetreos, pero el día de hoy, había uno especialmente. Periodistas, camarógrafos y fotógrafos, con cables y bullicio por todos lados, corrían detrás de las solitarias figuras de un par de personas, que eran rodeadas rigurosamente por un amplio cuerpo de seguridad.

El joven peliplateado que caminaba en el centro del grupo, lo hacía con la cabeza en alto en un gesto orgulloso, su porte y su elegancia, denotaban la alta cuna que tenía. Una mujer de clase sinigual que parecía ser demasiado joven para ser su madre, pero que compartía con él el mismo porte elegante y el enigmático cabello plateado del joven, iba tomada de su brazo derecho y le hablaba animada, el amplio sombrero que usaba le tapaba parte de la cara, lo que hacía imposible ver su expresión facial. Dos hombres vestidos de rigurosa etiqueta los acompañaban por detrás.

El joven peliplateado, sin embargo, se veía sombrío. Es más, se veía triste, hasta nostálgico. Su mirada se encontraba perdida y su bello y perfecto rostro, parecía ser indiferente a todo, pero si se miraba en conjunto con la triste expresión de sus ojos, no denotaba más que dolor.

Las cámaras fotográficas sonaban incesantes, los flashes y los focos de las cámaras iluminaban a las figuras que caminaban con paso lento por el aeropuerto y el bullicio y las constantes preguntas de los periodistas, no dejaban escuchar la conversación que se llevaba a cabo por ellos. Sin embargo, una voz se oyó fuerte y clara en medio de la multitud.

—¡Keigo!

El joven platinado frenó su caminar en seco al reconocer esa voz, pero no se volvió a ver al dueño de aquel llamado. Por lo que el joven tuvo que gritar una segunda vez.

—¡Keigo!

La mujer giró el cuello con lentitud, pudiendo ver bajo la gran ala de su sombrero, a un joven castaño de finos y elegantes rasgos, cuyo rostro era adornado por unos delicados anteojos. Un joven que ella conocía bien. El castaño trataba de pasar entre la muchedumbre, pero había sido retenido por los guardias de seguridad. Al verlo, la mujer frunció el ceño en una expresión de lástima y sus ojos brillaron con intensidad al ser inundados por lágrimas. Sin embargo, el joven platinado no movió un solo músculo y menos aún se giró para verlo.

El castaño que aún forcejeaba con los guardias tratando de pasar, volvió a hablar. Esta vez todo el bullicio a su alrededor había cesado. Los periodistas habían dejado de preguntar y se limitaban a sacar fotos alternadamente de uno y otro joven. El castaño habló con voz calmada, pero igualmente fuerte y clara.

—Te estaré esperando… Aunque tenga que esperar mil años.

El castaño nunca pudo ver la expresión del rostro del joven heredero, pues éste nunca, en ningún momento giró el rostro. Por el contrario, se limitó a alzar la cabeza, con garbo y elegancia y continuar su caminar como si nada hubiera pasado. La última visión que tuvo el castaño de él, fue de su espalda al verlo caminar tranquilamente por los pasillos del aeropuerto y del rítmico movimiento que hacia su cabello al moverse al compás de sus pasos, hasta que finalmente lo perdió completamente de vista.

Los periodistas, fotógrafos y guardias se perdieron a lo lejos, junto con la figura de aquel peliplateado. Él quedó solo otra vez… solo en un mar de gente que transitaba incesante por el lugar.

Aunque su rostro se veía triste, no había lágrimas en sus ojos, caminó con paso derrotado hacia uno de los ventanales del aeropuerto que permitía ver los aviones despegar. Nunca supo cuál fue el avión que él tomó, nunca supo cuándo fue que despegó, nunca lo vio sobrevolar suelo japonés una última vez para marcharse definitivamente. Sólo susurró estas palabras al viento… Estas palabras que marcaron esa triste despedida.

—A los quince años nos conocimos, nos gustamos, nos enamoramos, nos odiamos, reímos, lloramos, escapamos, nos arrodillamos y nos dimos la espalda millones de veces... Puede que nos volvamos a enamorar y que nos volvamos a arrodillar. Que busquemos la felicidad al lado de otros. Que encontremos la felicidad junto a otros… Sin embargo, una cosa es segura… No importa cuanta insondable distancia nos separe. No importa el lúgubre silencio que se forme entre nosotros. No importa que alimentemos de nostalgia nuestros recuerdos. No importa que nuestros cuerpos cambien hasta hacernos irreconocibles… Yo nunca te voy a olvidar.

 

 

Te digo adiós y acaso te quiero todavía.

Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós.

No sé si me quisiste… No sé si te quería…

O tal vez nos quisimos demasiado los dos.

Este cariño triste, y apasionado, y loco,

Me lo sembré en el alma para quererte a ti.

No sé si te amé mucho… No sé si te amé poco;

Pero sí sé que nunca volveré a amar así.

Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,

Y el corazón me dice que no te olvidaré;

Pero al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,

Tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.

Te digo adiós, y acaso, con esta despedida,

Mi más hermoso sueño muere dentro de mí…

Pero te digo adiós para toda la vida.

Aunque toda la vida siga pensando en ti.

 

—José Ángel Buesa—

 

 

 

 

 

Notas finales:

Tal vez... algun dia... escriba una continuacion. Pero por ahora, me despido de este fandom.

Gracias a todos aquellos que leyeron =)


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