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Love Hurts por Nayen Lemunantu

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Capítulo 2

 

 

Nos prometieron que los sueños podrían volverse realidad.

Pero se les olvidó mencionar, que las pesadillas también son sueños

 

 

Treinta y un pisos más abajo, la gélida e imperfecta ciudad con millones de habitantes poco influyentes comenzaba a encenderse rápidamente. Las pequeñas luces de colores que se multiplicaban por millares, daban cuenta que la noche había llegado, dejando ver otra cara de Tokio, una de bohemia, colores, luces y fluorescencias.

Desde la terraza privada del pent-house todo era perfecto. Ahí se encontraban reunidos un pequeño grupo de importantes jóvenes, todos herederos de significativas familias de Tokio y los únicos elegidos para cruzar el umbral metafísico de esa vivienda. Se encontraban ahí con motivo de un evento que muchos catalogarían de excluyente, egocéntrico, elitista, vanidoso, estúpido… estaban ahí por una fiesta. 

El departamento ubicado en el último piso de un imponente edificio en el sector más exclusivo de la ciudad, albergaba la fiesta que llevaba a cabo el hijo varón del renombrado médico Oshitari Eiji. Era un espacio amplio y luminoso de estilo contemporáneo, con una decoración sobria y moderna.

El anfitrión se encontraba en medio de la espaciosa terraza, con un celular en una mano y una copa de champagne en la otra, brindando por la reunión nocturna.

—Para mí es un placer tenerlos reunidos aquí esta noche.

El refinado joven levantó la copa y la bebió controladamente, gesto que fue imitado por los demás invitados, él sonrió de lado y se dirigió con paso lento hacia el living, dejó la aflautada copa casi llena sobre un mueble y revisó su Smartphone por millonésima vez en toda la noche.

Ninguna llamada perdida... Al parecer no vendría.

Suspiró sonoro y guardó su teléfono en el bolsillo de su jeans azul oscuro, se encaminó hacia uno de los amplios sillones y se dejó caer pesadamente sobre él. Pasó su mirada sobre el grupo de jóvenes que reía y bebía en su terraza: posaban para fotógrafos imaginarios sobre alfombras rojas imaginarias.

Desvió la mirada con hastío ¡Todo el esfuerzo que puso en realizar esa fiesta para que finalmente él no se dignara a aparecer!

—¿Qué haces aquí solo? —su compañero de dobles se sentó junto a él y dejó su vaso sobre la mesita de centro.

—¿Por qué no vas a disfrutar de la fiesta, Gakuto? —su voz se oía cansada.

—Y dejarse aquí solo ¡Ni loco! —el pelicereza se recostó en el sillón y puso sus pies sobre la mesita de fina madera caoba.

Yuushi no respondió y volvió a dirigir su mirada hacia la terraza.

El timbre sonó una vez, él se levantó del sillón y se dirigió con caminar pausado y elegante hacia la puerta bajo la atenta mirada del pelicereza, en el trayecto pasó a recoger su copa de champagne. Abrió la puerta y al reconocer a los dos recién llegados se recostó sobre ésta, impidiendo el paso, se llevó la copa a la boca y bebió con ansias el contenido de ésta. El espumoso líquido pasó por su garganta quemándola, dándole bríos.

Después de todo, esa noche no sería tan mala.

De pie frente a él estaba su objeto de deseo. Una tentadora belleza llamada Atobe Keigo. A su mente viajó su frase preferida:

 

La fortuna es impredecible y cambiante

 

Sonrió de lado y se quitó de la puerta para dejar pasar a sus invitados.

—Llegan tarde. A decir verdad, pensé que ya no vendrían —habló en plural por pura cortesía.

—Lo sé, es que me costó mucho convencer a Keigo para salir esta noche —respondió Taki levantando las manos en gesto de inocencia.

—Nunca lo hubiera imaginado, Atobe Keigo reusando una fiesta —ironizó.

El aludido desvió la mirada y se llevó ambas manos a los bolsillos en un gesto de despreocupación total y ni siquiera se molestó en responderle. En cambio se dirigió al bar personal del doctor Oshitari y tomó una botella del mejor whisky y se sirvió un vaso.

—Hielo —dijo volteándose hacia el anfitrión en lo que sonó más como una orden que como una petición.

—En la cocina, búscalo tú mismo, ya sabes el camino —por alguna razón, a Yuushi le encantaba cuestionar la autoridad de su capitán.

—Acompáñame a saludar —Taki tomó del brazo a Gakuto y prácticamente lo arrastró hacia la terraza, sin prestarle importancia a las protestas que éste lanzaba.

Yuushi sonrió internamente, debía recordar agradecerle a Taki por llevarse a su amigo de ahí y más aún, por dejarlo solo con Keigo.

Comenzó a detallarlo con la mirada. Un gesto de fastidio tatuado en su cara perfecta, la mirada de antipatía que le lanzaba y la arrogancia de su pose, afirmado con uno de sus codos en la barra y sosteniendo casualmente el whisky en la otra. No podía haber otra persona en el mundo como él, ese era Atobe Keigo.

Pero Yuushi había descubierto que tras esa mascara de narcisismo y frialdad, había un joven frágil y sensible. Alguien que sólo muy pocas personas habían podido ver. Y años atrás, él había tenido una fugaz mirada de ese chico...

 

Deambulaba por los amplios jardines de su nuevo colegio, sin saber exactamente dónde se encontraba. Debía admitirlo, estaba perdido.

Su familia había decidido mudarse a Tokio recientemente debido al trabajo de su padre, pero él aun no lograba acostumbrarse por completo a la inmensidad de la ciudad, por lo que pasaba gran parte del tiempo… desorientado, como le gustaba llamarlo a él.

Ese día no había sido diferente.

Sus padres habían salido tempranamente de casa y su hermana mayor no había podido ir a dejarlo al colegio, por lo que debió viajar a su primer día de clases en su nueva escuela en tren. Como no estaba acostumbrado a usar el transporte público, se equivocó de tren, llegó tarde al colegio, no pudo encontrar su salón y por ende, ahora se encontraba sentado en una banca en los jardines de Hyotei Gakuen sin saber qué hacer ni dónde ir.

Lo único que tenía realmente claro, era que no le agradaba nada esta nueva escuela. Le parecía un lugar lleno de niñitos consentidos que vivían de las apariencias y del monto en las cuentas bancarias de sus padres, pero no había conocido hasta ahora a nadie que pudiera ser realmente interesante. Incluso le parecía que todos esos jóvenes que se vestían, hablaban y pensaban igual, carecían en absoluto de personalidad. Se trataba sólo de una manada de dóciles corderos que hacían sólo lo que le habían enseñado desde pequeños, sin una opinión propia con respecto a nada.

Tal vez se trataba de orgullo de tensai, pero realmente lo exasperaban esa clase de personas, preocupados por superficialidades como la fama, el dinero y el éxito. Él era alguien tan distinto, que sentía que no encajaba en esa jaula de oro para niños ricos que era Hyotei Gakuen.

Si no encontraba una razón pronto para permanecer ahí, volvería a casa decidido a regresar a su ciudad natal.

Levantó su mirada azul profundo al cielo buscando casi una señal divina, pero sólo pudo ver blancas nubes que se movían acompasadamente por el cielo azul claro. Se llevó una mano a la frente para hacerse algo de sombra y como éste gesto no tuvo éxito, decidió moverse bajo la sombra de un gran roble distante a unos metros.

Caminó con paso cansado, casi arrastrando la mochila en su mano izquierda y deshaciendo el nudo de su corbata con la otra. Cuando hubo llegado bajo la sombra del viejo árbol, arrojó con brusquedad su mochila al suelo, impactando de lleno con el tronco, pero este gesto sobresaltó a la persona que en esos momentos dormía plácidamente al otro lado del gran árbol.

Sonrió divertido al constatar que no se encontraba solo y se dirigió hacia el otro lado del árbol con lentitud. Mientras rodeaba el grueso tronco, tocaba con su mano la áspera corteza y se recostó sobre ésta cuando hubo llegado a su destino, pudiendo contemplar en detalle a la persona allí dormida.

Se trataba de un jovencito de cabello plateado, blanca piel y un pequeño lunar por decoración bajo el ojo derecho. Tenía su mochila por almohada, su corbata estaba suelta en su cuello y los dos primeros botones de su camisa estaban desabrochados, lo que permitía ver la base de su cuello, estaba descalzo y sus zapatos descansaban desordenadamente junto a él.

La paz y tranquilidad que despedida ese rostro le hizo darse cuenta de lo armónico de la imagen que tenía ante sí. El joven parecía ser parte del paisaje que le rodeaba.

Yuushi caminó lentamente a su lado, teniendo cuidado de no despertarlo y se sentó frente a él, contemplando maravillado aquel perfecto rostro. Estaba seguro que nunca antes había visto a alguien tan bello, parecía un verdadero modelo o… un ángel.

Sonrió ante este pensamiento y desvió la mirada frunciendo el ceño ¡Pero qué cosas estaba pensando! Eso era peor que los guiones baratos de las novelitas románticas que leía para matar el tiempo.

Volvió a fijar su mirada sobre el joven, pero esta vez no se limitó sólo a verlo.

De algún modo, sintió como si en su interior algo le decía que con verlo no le bastaría. Estiró la mano con cautela y acarició la suave piel del rostro. El muchacho se movió intranquilo, desviando la cabeza hacia el lado contrario, dejando expuesta la tersa piel del cuello, como si se tratara de una tentación divina. 

A Yuushi ya no le bastaba con sólo tocarlo, se acercó lo más sigilosamente que pudo y depositó un suave beso en el níveo cuello, aspirando a la vez el embriagante aroma de su piel.

¡Ese joven se estaba volviendo su fruto prohibido! 

¿Quién eres? ¿Qué me has hecho?

 

Ahora que lo veía casi tres años después, ese chico de los jardines se volvía casi un espejismo.

Atobe respiró lento, llenándose de aire los pulmones y contando hasta diez ¡Este tipo no lograría sacarlo de control! Sabía que Yuushi nunca le traería su hielo, la cortesía no era una de sus cualidades más renombradas, menos aun con él, así que prefirió buscar el hielo antes que tomarse el whisky así.

Al abrir la puerta de la cocina dio una mirada fugaz a todo el lugar y la pulcritud del ambiente le asombró. Se dirigió al refrigerador y dejó caer de la hielera la cantidad justa para su vaso. Se iba a dar la vuelta cuando sintió a alguien respirar en su nuca. Dio un salto asustado por la presencia en su espalda y se apegó al refrigerador, gesto que es imitado por el joven de su espalda, quien lo aprisiona entre él y el refrigerador.

—¿Qué crees que estás haciendo? —Keigo forcejeó para tratar de zafarse.

—Hueles muy bien… igual que la primera vez —Yuushi hundió la nariz en los cabellos grises del joven heredero y lo presionó más con su cuerpo, impidiéndole que se mueva.

—¿De qué estás hablando? ¡Quítate! —Esta vez Keigo gritó con autoridad sin dejar de forcejear, logrando por fin que el joven de cabello azulado lo soltara— ¿Quién te crees que eres? Te vas a arrepentir —la indignación en su voz se podía palpar.

—Realmente lo dudo —el tono sensual de su voz se acentuó más y sonrió de lado—. Arrepentimiento es lo último que podría sentir —Yuushi hizo una pausa para mirar fijo a u capitán—. Además, qué vas a hacer, ¿acusarme con tu novio?

En el rostro de Keigo se dibujó una mueca extraña al escuchar esta última frase, no respondió al comentario y se limitó a desviar la mirada. Cerró los ojos unos segundos y su rostro se recompuso. No permitiría que ninguna emoción se reflejara en él, no dejaría que nadie leyera su alma, no se mostraría débil delante de nadie, menos aun si se trataba de Oshitari Yuushi ¡Ese muchacho realmente lograba sacarlo de quicio!

Acercó el vaso de licor a su boca y bebió todo el contenido de un trago, luego sacó de la hielera otros tres hielos y se marchó dispuesto a rellenar el vaso.

Yuushi pudo darse cuenta que algo no andaba bien en Keigo, de hecho, toda la semana lo había notado extraño. No estaba seguro de qué se trataba, pero lo iba a averiguar.

Lo siguió hasta el living sin despegarle la mirada ni un solo instante. Lo vio servirse más licor, lo vio sentarse en uno de los sillones que daban a la terraza, lo vio cruzar las piernas con elegancia y lo vio mover su vaso en la mano, haciendo que los cubos de hielo chocaran entre ellos, despidiendo un extraño y rítmico sonido.

—¿Estás bien? —Yuushi se sentó en el sillón contiguo.

—No tengo ánimos de soportarte esta noche… ¡Lárgate!

—Pero yo sé de un par de cosas que de seguro te gustarán —su tono de voz era grave y arrastraba las palabras como lo hacía usualmente, pero esta vez su voz denotaba sensualidad.

—No tengo tiempo para tu acoso de mierda, Yuushi.

—¡Oh vamos! yo sé que te gusta —bromeó. Pero al no obtener respuesta, añadió con seriedad—. Si quieres podemos hablar.

—Yo no hablaría contigo ni aunque fueras la última persona sobre la tierra.

—No seas así, Keigo, yo sólo quiero ayudarte.

—Yo no necesito tu ayuda. Yo no necesito la ayuda de nadie ¡Yo soy Atobe Keigo!

Yuushi suspiró cansado; realmente era agotador lidiar con la personalidad de Keigo. Se quitó los lentes sin prescripción y los dejó sobre la mesita de centro, se pasó una mano por el cabello, esperando que este gesto le devolviera la paciencia que le faltaba y se giró hacia Keigo.

La sorpresa se tatuó en su rostro al verle.

Pequeñas gotas caían de sus ojos ahora más grises que nunca y rodaban hacia abajo, recorriendo su blanco y perfecto rostro, mientras una sonrisa triste adornaba su boca.

Se acercó a él y se sentó en el mismo sillón quitándole de las manos el vaso de licor y depositándolo sobre la mesa.

—¿Qué fue lo que te pasó para que estés así?

Keigo no respondió, se limitó a cerrar los ojos, haciendo que gruesas lágrimas bajaran por sus mejillas. Yuushi no sabía qué hacer, quería abrazarlo, pero temía provocar la ira de su capitán. Lentamente recorrió sus hombros con su brazo derecho, al no sentir un signo de rechazo, se decidió a tomar la plateada cabeza y recostarla sobre su pecho, acariciando con suavidad los cabellos de su capitán.

Keigo se dejó llevar, tal vez porque necesitaba ser reconfortado por alguien. Se abrazó a Yuushi y hundió su cabeza en el pecho de éste, dejando que las lágrimas salieran sin pudor por fin, desahogándose.

En todo este tiempo no había llorado.

No había llorado cuando se dio cuenta que Kunimitsu amaba a alguien más, tampoco cuando terminó con él, no había derramado una sola lágrima en toda esa larga semana.

Ahora dejó que toda la angustia que llevaba acumulada en su corazón se liberara… en los brazos de otro hombre.

 

*          *          *

 

A él no le gustaba admitirlo, pero odiaba estar solo.

Vio cómo se alejaba el auto, moviéndose lentamente, sonrió cuando éste pasó frente a él dándole un fugaz vistazo del afable rostro de su madre que lo miraba con dulzura y preocupación.

Sus padres viajaban a menudo a la pequeña cabaña que tenía la familia en las montañas, la paz del lugar permitía descansar a su padre del estrés de la ciudad y el cercano lago le permitía a su abuelo distraerse y disfrutar de su pasatiempo favorito, la pesca.

Sin embargo, a Ayana no le gustaba dejar a su hijo solo. Tal vez se trataba de la típica preocupación de madre, pero ella siempre trataba de llevar a Kunimitsu con ellos, por lo que este fin de semana puso todos sus esfuerzos por arrastrarlo a la cabaña también, pero había sido imposible: Tezuka tenía obligaciones como capitán que le exigían que permaneciera en Tokio, por lo que a regañadientes se marchó junto a su esposo y suegro, dejando a su hijo solo en casa.

A decir verdad, él también habría preferido irse con ellos, necesitaba un poco de paz para poder aclarar su mente. No tenía ganas de estar en la casa solo.

No quería ser invadido por recuerdos.

Suspiró pesadamente, se sentía cansado aun cuando era temprano y el sol comenzaba a ocultarse. Se dio la vuelta y entró en la casa vacía, cerrando la puerta tras de sí con fuerza. Con paso cansino se dirigió a la cocina, su madre le había dejado comida preparada, así que se limitó a poner en el microondas un plato de spaguettis al pesto, el rítmico movimiento del plato dentro del aparato le pareció de algún modo hipnótico y no pudo alejar la vista de él.

Comió en la cocina en absoluto silencio, la humeante comida que se veía exquisita parecía desperdiciarse en la boca de aquel muchacho que no se detenía a saborearla. Estaba tan perdido en sus pensamientos que ni siquiera se percató qué estaba comiendo. Cuando ya no hubo contenido en el plato, se limitó a depositarlo sobre el fregadero y salió del lugar rumbo a su habitación.

Entró y cerró la puerta con un portazo, caminó directamente a su diario de vida dispuesto sobre su escritorio. Lo tomó y se arrojó sobre la cama, dispuesto a escribir.

Tenía tantos pensamientos para plasmar sobre esas blancas páginas, pero su mano se negaba a moverse. Por alguna razón no podía cumplir con algo que para él, era parte de su rutina diaria. No era común en él sentir tantas dudas, pero era lo que sentía ahora.

Arrojó el diario con molestia, sin importarle que éste fue a dar de lleno al piso, dañándose el fino encuadernado. Se tumbó boca arriba en la cama y cerró los ojos.

Inevitablemente su mente viajó a un día que no quería recordar, un día que había estado evitando memorizar, pero que porfiadamente invadía su mente una y otra vez: el anterior fin de semana que sus padres viajaron… esa vez no estuvo solo…

 

Se encontraba recostado en su cama sobre su costado derecho, tenía los ojos cerrados, pero no podía conciliar el sueño aun. Se había quitado los lentes y los dejó sobre la mesita de noche, junto a su Smartphone que señalizaba la hora: las diez de la noche con trece minutos.

En la misma cama, dispuesto sin ningún orden aparente estaba su diario de vida, en el que acababa de escribir los pensamientos que invadían su confundida mente.

Aun dormitando tenía el ceño levemente fruncido.

Se sobresaltó al oír unos pequeños golpes en su ventana, se incorporó sobre la cama, ladeando la cabeza para así escuchar mejor y sintió como un escalofrío bajó por su espalda de forma involuntaria. Se oyó otra vez el golpe en la ventana, esta vez fue mucho más sonoro. Él se levantó con cautela y se acercó a la ventana que daba a la calle y la abrió de golpe, dispuesto a averiguar de qué se trataba.

Una pequeña piedra entró rápido a su habitación casi golpeándolo en el rostro, si no hubiera sido por sus extraordinarios reflejos, habría sido golpeado. Sacó la cabeza fuera y vio a un joven de pie en la calle, éste se había encogido de hombros y sonreía con un gesto de inocencia.

—¡Ups!

—¿Qué estás haciendo aquí? —realmente estaba sorprendido y en su tono de voz no lo pudo ocultar.

Te vine a rescatar el joven habló haciendo una reverencia, en un gesto muy caballeresco.

¿Perdiste la cabeza? su voz ahora se oía seria, pero su pregunta fue ignorada olímpicamente por el otro chico.

Hazte a un lado, voy a subir.

El joven que un segundo atrás se encontraba de pie en la calle, saltó la reja con facilidad y comenzó a escalar por un árbol cercano a la ventana, cuando estuvo a la altura de ésta, saltó hacia dentro de la habitación, en una serie de movimientos que no demostraron ni un ápice de duda o temor.

Él lo recibió con los brazos estirados, ayudándolo a recuperar el equilibrio antes que se dejara caer de un salto dentro de su habitación.

Pudiste haber entrado por la puerta, sabes que no hay nadie en mi casa. No era necesario todo esto su expresión era seria e inmutable.

Si hubiera hecho eso, no me habría sentido como Romeo visitando a Julieta el joven le habló sonriendo, y luego de mirarlo directo a los ojos, se pasó una mano por el cabello para acomodarlo.

Él rio bajo y se llevó la mano a la boca en un gesto muy casual, inusual en él, mientras desviaba la mirada. No le gustaba admitirlo, pero le divertían mucho la espontaneidad y locuras del otro joven.

Tienes que aprender a divertirte… Kunimitsu el joven se le había acercado. Sus movimientos eran amenazantes, con una cualidad felina, y cuando estuvo a centímetros de su cuerpo, lo besó con fuerza, sujetándole la cabeza entre las manos para impedir que se alejara.

Tampoco le gustaba admitir esto, pero le encantaba la forma en que el joven lo besaba. Se dejó llevar por ese beso, cerrando los ojos, disfrutando del contacto de sus labios. Subió sus manos hasta la cabeza y entrelazó sus dedos con los suaves cabellos, atrayéndolo hacia sí y profundizando aún más el beso.

Cuando sentía que estaba perdiendo todo el aire de sus pulmones, el joven se separó y comenzó a darle piquitos en los labios. Él mantuvo los ojos cerrados todo el tiempo, dejándose besar; bajó sus manos a la cintura del chico y lo escuchó hablar:

Vine a acompañarte, sé que no te gusta estar solo mientras hablaba, el joven repartía suaves besos en la comisura de sus labios.

Si esto sigue así no podré evitar pedirle a mis padres que viajen todos los fines de semana.

El chico se alejó riendo divertido, se llevó ambas manos a la boca y miró a Tezuka con una expresión traviesa en sus centelleantes ojos grises.

Siento como si me hubieran descubierto haciendo algo malo confesó cuando por fin pudo dejar de reír.

Estás haciendo algo malo… pero no te han descubierto aún lo corrigió.

¿A si? Pero yo no he hecho nada malo… aún.

Se le acercó con lentitud; la cualidad felina de sus movimientos se había intensificado ahora, más al contemplar la intensidad de sus ojos grises y resplandecientes. Pero cuando estuvo al alcance de su brazo, él lo atrapó, rodeando su cintura con el brazo izquierdo y acercándolo hacia él. Y aunque el chico le puso ambas manos en el pecho para crear distancia entre sus cuerpo, fue inútil.

¿Qué dices de corromper al más joven de esta familia? le susurró al oído con voz baja y controlada.

Como el chico sólo le respondió con una sonrisa altanera, él se acercó con cautela hacia su rostro y le besó con delicadeza el lóbulo de la oreja, bajando lento por el cuello y el mentón, dibujando un camino de besos que llegó directo a su boca. Mientras lo besaba lo dirigió hacia la cama, arrojándolo sobre ella y sentándose sobre su cuerpo.

El joven lo miró expectante, y agregó con voz divertida.

Sinceramente… yo creo que fue al revés.

Él sonrió con el comentario y se le acercó, poniéndole las manos a cada lado de la cabeza; la distancia entre sus cuerpos era mínima. Lo miró directo a los ojos por varios segundos antes de besarlo, como si estudiara su reacción, y al ver la sugerente pose del chico, que se limitaba a morderse el labio inferior, no tuvo dudas.

Se besaron con pasión, una pasión que hasta el momento no se habían mostrado.

Le puso la mano derecha bajo la cabeza y con la otra recorrió lentamente el cuerpo del joven. Ambos se dejaban llevar por las sensaciones que los envolvían. En un gesto involuntario, introdujo su mano bajo el sweater gris y la camisa del chico, acariciando por primera vez en su vida esa piel; tan delicada y suave.

Un jadeo salió de la boca del joven al contacto con su mano, era probable que estuviera demasiado fría para tibieza del cuerpo del otro, pero el jadeo fue ahogado en su boca. En respuesta, el chico le rodeó el cuello con uno de sus brazos y con el otro imitó su gesto; su mano se movió impaciente buscando acariciarle la piel del vientre, arrancándole ahogados suspiros.

Cuando el chico quiso acomodarse mejor y se movió en la cama, sintió un objeto molesto en la espalda. Se separó de él y se incorporó fijando en su rostro una expresión de dolor, mientras se llevaba una mano atrás.

¿Qué ocurre, estás bien? le preguntó preocupado al ver la expresión del joven.

¿Qué es esto? el joven sacó el objeto que le molestaba en la espalda.

Una expresión de terror se fijó en el rostro de Tezuka al reconocer el cuaderno que en esos momentos se encontraba en la mano de su entonces novio: su diario de vida.

Entrégamelo habló serio a la vez que estiraba la mano.

En ese instante el joven entendió de qué se trataba. Sonrió al ver que tenía el control de la situación y decidió sacarle provecho. En un rápido movimiento se puso de pie sobre la cama y colocó el diario detrás de su cuerpo. Tezuka lo imitó y también quedó de pie sobre la cama, mirándolo seriamente.

¡Devuélvemelo! repitió la orden sintiendo que la paciencia se le acabó de un momento a otro.

¿Por qué? ¿Tienes miedo que descubra tus secretos? el chico bromeó, había una sonrisa en sus labios. Tal parece que le divertía verlo sufrir.

Es un objeto personal ¡Devuélvemelo!

En una pareja no debe haber secretos, Kunimitsu el joven negó con la cabeza en un gesto que imitaba un reproche.

¡Ya basta! No estoy jugando.

Te lo entregaré, pero tendrás que pagar por él.

¡Atobe!

El joven supo en ese instante que él no estaba jugando. Desde que habían iniciado su relación, sólo lo llamaba por su apellido cuando estaba muy enojado o hablaba con mucha seriedad, pero no estaba en su carácter dejarse amedrentar por nadie, así que sonriendo, se llevó la otra mano a la espalda, para sujetar con fuerza el cuaderno y retrocedió unos pasos, hasta quedar afirmado contra la pared, protegiendo con su cuerpo el preciado objeto. Su mirada traviesa estaba fija en los severos ojos marrones que lo miraban.

En ese instante Tezuka entendió que Atobe no tenía ninguna intensión de leer su diario, sonrió y decidió seguirle el juego. Se acercó lentamente y cuando éste intentó huir, logró atraparlo entre sus brazos, sin embargo, debido a la inestabilidad de la cama, ambos perdieron el equilibrio, cayendo de golpe sobre ésta.

Atobe reía divertido sobre el cuerpo del castaño y éste por fin había conseguido su preciado premio, ahora se sentía aliviado al tener su diario de regreso. Con cuidado se quitó al joven de encima y se levantó, caminó hacia su escritorio y guardó el diario en uno de los cajones bajo la atenta mirada de su novio.

Atobe dejó de reír, se sentó sobre la cama y esperó a que Tezuka regresara junto a él, éste se sentó frente a él dándole la espalda y se recostó en su pecho. Atobe lo rodeó con los brazos y lo besó en las sienes aun sonriendo.

¿Me vas a extrañar cuando ya no estemos juntos? ¿Me vas a recordar?preguntó con algo de melancolía en la voz.

¿Qué? Tezuka se levantó extrañado y se dio la vuelta para mirarlo a la cara.

Yo no creo que el amor dure por siempre, Kunimitsu su voz se oía triste, apagada.

¡No pienses en esas cosas! Llevó una de sus manos hacia la nívea mejilla del otro muchacho y la acarició con delicadeza—. Yo te quiero, Keigo.

Yo si te voy a recordar… siempre habló serio, mirándolo a los ojos.

 

Cerró los ojos con fuerza y se llevó el brazo a la cara, ocultando las pequeñas y delgadas gotas que rodaron por la comisura de sus ojos marrones.

Ahora todo era distinto.

Tenía que soportar el asfixiante peso de la soledad. Pero ahora la palabra soledad tenía un nuevo significado.

Ahora realmente estaba solo. 

Notas finales:

Gracias por leer =)


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