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Love Hurts por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

Hola!!!

Las cosas se siguen complicando cada vez mas, así que veremos si nuestros protagonistas pueden solucionar sus diferencias y finalmente demuestran que su amor es verdadero. 

ACLARACIONES: Nunca encontre como se llamaba la mama de Atobe, asi que el nombre lo invente yo :P

revisando el perfil oficial de Atobe, me encontré con que él suele llamar a las mujeres por el apodo de neko-chan (pequeño gatito) yo decidí utilizar esto sólo en su relacion con la madre.

 

Capítulo 5

 

 

Quien no ha probado lo agrio,

No conoce el auténtico sabor de lo dulce.

 

 

—Tezuka…

El sutil murmullo salió de la boca de su novio apenas audible. Él sin embargo, pudo escuchar claramente y sin ninguna duda, el nombre de aquel que muy a su pesar, era dueño de los sueños del castaño.

Ellos no acostumbraban pasar la noche juntos, pero el día anterior, se le había hecho demasiado tarde a Fuji para volver a casa y fue su propia madre, quien sugirió que el castaño durmiera ahí. Esta noticia había sido para él un golpe de suerte del destino, un signo más de lo bien encaminada que iba esta relación.

Esa fue la primera noche que pasó con el castaño, y aunque no pasó nada entre ellos, fue sin dudas una noche especial. Fuji había dormido entre sus brazos toda la noche y él había tenido la dicha de despertar a su lado.

Esto fue lo que más extasió a Shiraishi: poder despertar y ver a Fuji a su lado.

Cuando él abrió los ojos, Fuji aun dormía plácidamente y una sensación de paz lo envolvía. Estaba durmiendo de costado y el lacio cabello castaño caía sobre parte de su rostro y la almohada, invitando a acariciarlo. Su respiración era acompasada y su delicada piel resplandecía con las primeras luces matutinas.

Él estiró el brazo y con la punta de los dedos rozó delicadamente esa tersa piel, acomodó luego el lacio cabello detrás de la oreja y sonrió enternecido al ver el rostro descubierto de su amado.

Y fue en medio de ese íntimo momento, en que Shiraishi contemplaba lo que a sus ojos era la mayor perfección de este mundo, que oyó el nombre ajeno pronunciado por esos dulces labios, que hasta ese instante creyó que le pertenecían.

—Tezuka…

Él frunció el ceño visiblemente molesto y se levantó de la cama indignado. El brusco movimiento que realizó al levantarse, hizo que Fuji despertara abruptamente, sobresaltado aun, debatiéndose entre el sueño y la realidad.

Le tomó un par de minutos reordenar los pensamientos en su cabeza y tomar consciencia de la situación. Ahí recordó el día anterior: el partido, Tezuka, Shiraishi, la tarde y la primera noche que pasaron juntos. Recorrió la habitación con la mirada buscándolo con insistencia hasta verlo sentado sobre la silla del escritorio, mirándolo con una expresión severa que nunca antes había visto en su dulce mirada.

Fuji tragó seco. Súbitamente recordó el sueño del que despertó inesperadamente y comprendió la situación por completo. Después de todo, nunca había podido superar esa horrible costumbre que tenía desde niño: hablar dormido.

Acorralado, estaba a punto de alzar la voz, de tratar de dar una explicación mínimamente aceptable, pero las palabras se le quedaron en los labios cuando vio a Shiraishi cambiar de expresión de improviso. Su mirada volvió a suavizarse, mostrando la ternura acostumbrada y su voz sonó particularmente dulce.

—Buenos días, Syusuke, ¿cómo amaneciste?

—Muy bien… gracias… ¿y tú? —Fuji respondió tímidamente, midiendo cada una de sus palabras y leyendo la reacción del rubio.

—Excelente, fue toda una revelación haber amanecido contigo.

Fuji sonrió forzado y sintió cómo la culpa lo carcomía por dentro. Aun cuando los sueños no son algo que se pueda controlar, se culpó a sí mismo por arruinar esa noche que debió haber sido perfecta, soñando con alguien más ¡Hasta su mente lo traicionaba ahora!

Sintió de pronto que él no merecía a alguien que lo amara tanto como Shiraishi.

—Deberíamos bajar, seguro que mi mamá ya tiene listo el desayuno —Shiraishi habló sonriente.

Había decidido no dramatizar con el asunto, después de todo, sólo se trataba de un sueño e incluso podría ser una pesadilla, ¿quién sabe? Tal vez lo estaba pensando demasiado. Sin embargo, tuvo miedo de preguntar y encontrarse con una respuesta no deseada. Así que prefirió confiar en Fuji.

Ahora… eso no significaba que fuera un tonto ingenuo. Él sabía muy bien que entre Fuji y Tezuka había cierta tensión sexual que hasta se podía palpar. De hecho, cuando recién se conocieron, pensó que entre los dos titulares de Seigaku había algo. Fue el mismo Fuji quien se encargó de desmentirlo posteriormente, aclarándole que nunca hubo nada entre él y Tezuka.

Con este argumento en mente, Shiraishi se auto-convenció que si había una razón para preocuparse, se debía exclusivamente a Tezuka.

Miró a Fuji ponerse de pie y cambiarse con cierta timidez el pijama azul que él mismo le había prestado y que al castaño le quedaba irremediablemente grande. Fuji se quitó la pieza superior del pijama y recogió su camiseta blanca, dándole la espalda a su novio, quien nunca lo había visto a torso desnudo y reparó de pronto en su delicado cuerpo. Su figura era fina y su cintura anormalmente pequeña para un hombre, dándole un aspecto de fragilidad que le resultó encantadora.

Shiraishi se acercó por detrás y logró atrapar en un abrazo al castaño antes que éste lograra ponerse la camiseta y lo besó delicadamente en el cuello, aspirando el tenue perfume Polo Sport que usaba Fuji.

—¿Qué haces? Detente, alguien nos puede ver —Fuji habló en un susurro, entre sorprendido y nervioso.

—¡Qué importa! —Shiraishi se apegó aún más al castaño.

—¡Claro que importa!

—Tienes razón —el rubio se separó del castaño a regañadientes.

Fue debido a ese abrazo repentino que Fuji logró relajarse por completo otra vez y se sintió aliviado de constatar que todo marchaba bien con el rubio. Respiró hondo, aliviado de saber que Shiraishi no se había percatado del infame sueño que traicionaba su determinación de amar a Shiraishi y sólo a Shiraishi.

Se terminó de vestir bajo la traviesa mirada del novio y cuando estuvo listo para bajar a la cocina, constató que el rubio aún no se quitaba el pijama.

—¿Va a bajar así? —preguntó mirándolo divertido.

—¡No me había dado cuenta! —Shiraishi se excusó riendo—. Baja tú, yo te alcanzo enseguida.

—Ok. Te espero abajo.

Fuji salió del cuarto aun riendo divertido y se dirigió a la cocina, donde la madre de Shiraishi debía estarles preparando el desayuno.

Sin embargo, al momento de cerrar la puerta, Shiraishi tomó el celular de Fuji y comenzó a buscar entre la lista de contactos, se detuvo de pronto, encontrando lo que buscaba y sonrió de lado.

—Te tengo.

 

*          *          *

 

Cuando la alarma de su despertador sonó, él ya se encontraba despierto, mirando el techo con un velo de melancolía en los ojos marrones.

La pregunta que le hiciera Taki ayer aún seguía sin respuesta en su cabeza.

¿Cuáles son tus intenciones con él?

¿Cuáles eran sus intenciones con Keigo? ¿Por qué tanta urgencia por hablarle? ¿Por qué sentía esa necesidad imperiosa de excusarse con él? ¿Qué sentía por Keigo?

En un principio, cuando él se enteró por boca de terceros, llámese la espontanea e ingenua indiscreción de Kikumaru en los camarines, de la relación entre Fuji y Shiraishi, sintió una puñalada directo al corazón y una la cólera que lo invadía por dentro.

Sintió deseos de vengarse de Fuji, de probarle que se había equivocado al escoger a Shiraishi, de provocarle celos y de demostrarle que a él no le importaba en lo más mínimo su relación… y para eso utilizó a Keigo. Después de todo, el peliplateado siempre había mostrado interés en él

¿Cómo podía haber hecho algo así? ¡Se sentía una basura!

En un principio, cuando recién lo conoció, le pareció que Atobe era un niñito rico, narcisista y arrogante. Que no tenían, ni tendrían nunca nada en común, a excepción del tenis. No se dio cuenta inmediatamente del interés que el joven heredero tenía en él.

Fue cuando comenzó a verlo en casi todas partes, que sospechó que tantos encuentros con el peliplateado no eran pura casualidad. Si iba a una tienda, se lo encontraba ahí; si visitaba las pistas de tenis callejero, lo encontraba ahí; a veces hasta visitaba Seishun Gakuen con el pretexto de observar las prácticas.

Fueron estos indicadores que le hablaron a Tezuka del interés de Atobe en él.

En ese tiempo le pareció divertido el comportamiento del joven platinado y más de una vez logró sacarle sonrisas que se empeñó en ocultar. Luego de un tiempo, comenzó a habituarse a su presencia e incluso comenzó a extrañarle cuando desaparecía por varios días.

Pero fue hasta que comenzaron a salir juntos que descubrió que Atobe no era sólo una diva mimada, egoísta y sin cualidades reales que lo avalaran, como todo el mundo creía. Después de pasar mucho tiempo con él, descubrió que Atobe estaba muy orgulloso de estar en la cima de Hyotei Gakuen y que esa posición se la había ganado a través del trabajo duro y el talento y que a pesar de su personalidad, se entrenaba constantemente y se enorgullecía de su equipo.

Fue después de compartir junto a él y su equipo, que descubrió la importancia que tenía para Atobe, el valor de sus compañeros. Que a pesar de pertenecer a una familia ridículamente rica, la posesión de su dinero, castillos, mansiones y vehículos, a menudo se utilizaba en beneficio del equipo. Incluso llegó a descubrir que en él residía una gran generosidad y que utiliza su mesada para comprar cosas para sus amigos.

Fue después de haber llegado a conocerlo bastante, que se generó un vínculo de confianza entre ambos y Atobe le confesó un día, que mientras vivía en Inglaterra, fue intimidado por otros niños, pero que él nunca se rindió y trabajó duro para llegar a la cima.

Y fue con el paso del tiempo junto a él, que Fuji y su relación con Shiraishi se le habían olvidado casi por completo.

La amargura y el arrepentimiento que sentía al pensar en Fuji y en como su imposibilidad de abrir su corazón había marcado la separación definitiva entre ellos, se transformó en un sentimiento secundario, subyugado a la febril emoción que le causaba estar junto al peliplateado. Su particular personalidad le encantaba y a la vez le abrumaba.

Incluso los fríos muros de indiferencia que había alrededor de su corazón, parecían no existir para Keigo, pues había llegado a conocerlo de un modo en que él nunca se imaginó. Cuando se encontraba en los brazos de Keigo, parecía que se hallaba en casa, en un refugio donde ningún mal lo podía alcanzar. Fue él quien lo levantó del suelo en el que se encontraba y lo llevó a volar sobre las nubes.

Nunca pretendió que naciera el amor entre ellos… pero el corazón tiene su propia lógica y no obedece razones.

Sin embargo, tan rápido y sorprendente como empezó, un día todo terminó. Tan inesperado como llegó, un día Keigo se marchó, dejando tras de sí una sombra de vacío y soledad.

—¿Le habrá entregado Taki mi mensaje? —suspiró resignado y se preguntó en voz alta.

No le quedaba otra más que confiar en que Taki cumpliría su palabra. Sin embargo, aun cuando éste le diera el mensaje, Keigo bien podría ignorarlo rotundamente, lo cual presentía que pasaría y él no podría reprocharle nada.

Pero había otro asunto que lo tenía intranquilo: Oshitari Yuushi.

Al terminar su relación con Atobe, le había dejado el camino libre al rival para conquistar el corazón del peliplateado. Incluso Yuushi ahora podría jactarse de ser él quien le cure el corazón herido ¡Si Yuushi lograba acercarse a Atobe habría sido gracias a él!

—¡Argg! —tomó la almohada y la arrojó contra la pared con fuerza desmedida. Pero casi al instante se arrepintió, percatándose que liberar la tensión que sentía arrojando cosas, se estaba volviendo algo usual en él últimamente— ¡Argg! —tomó la otra almohada y se tapó la cara, ofuscado consigo mismo.

Fue el sonido de su celular el que hizo que recuperara la cordura. Se quitó la almohada de la cara rápidamente, mientras sentía latir su corazón acelerado ¡Esa debía ser la llamada que esperaba! ¡Ese debía ser Keigo!

Se levantó rápido de la cama, con una sonrisa nada sutil en los labios y prácticamente corrió hasta el escritorio para tomar el celular. Pero esa sonrisa se desvaneció en el mismo instante de leer “número desconocido” en la pantalla, anunciando que no se trataba de Keigo. Suspiró sonoramente y rodó los ojos con molestia al contestar.

—Aló —su voz sonó monótona e impersonal a través del teléfono.

—Tezuka… habla Shiraishi.

Sus cejas se juntaron en evidente signo de interrogación y molestia ¡Esto era lo último que le faltaba!

—Buenos días, Shiraishi —no se imaginaba qué podría querer el rubio con él, así que contestó con una indiferencia total—, ¿en qué puedo ayudarte?

—A decir verdad… me gustaría que dejes en paz a mi novio —su voz era firme y segura.

Tezuka no pudo más que guardar silencio por unos segundos, sopesando la situación ¿Significaba esto que Fuji le había contado todo lo ocurrido ayer? No supo bien qué responder frente a tan agresiva y directa arremetida.

—¿Perdón?

—No me tomes por idiota Tezuka, yo sé muy bien que tú estás interesado en él, pero a estas alturas ya deberías saber que el sentimiento no es mutuo —Shiraishi estaba dispuesto a defender con todo su relación con el castaño y ahora lo estaba dejando más que claro.

—¿Y si estás tan seguro de eso, por qué te tomas la molestia de llamarme? —Tezuka preguntó sarcástico.

—Entonces no vas a negarlo. ¿Qué es lo que te propones con mi novio?

Pero Tezuka no supo qué responder. Su mente quedó en blanco. Se sentía tan confundido, como si su corazón se hubiera partido a la mitad. Tenía deseos de gritarle que él siempre había amado a Fuji, mucho antes de que él lo conociera, desde los tres años que se conocían, pero inmediatamente recordó la sensación en su pecho al anhelar con ingenuas esperanzas la llamada de Keigo y al recordar todos los momentos vividos junto a él.

—Lo siento, Shiraishi —tras una pausa de unos segundos, respondió, o más bien evadió la pregunta—. No tengo tanto tiempo para estarlo perdiendo en este tipo de discusiones —sin más colgó.

Tezuka se quedó mirando por unos segundos la pantalla de su Smartphone, esperando la réplica del rubio frente a semejante gesto de mala educación. Sin embargo, Shiraishi ya tenía la confirmación que buscaba y no volvió a llamar.

Aun se encontraba mirando la pantalla cuando escuchó el timbre sonar. Eran pasadas las ocho de la mañana y Tezuka se extrañó de esta inusualmente temprana visita un domingo. Su corazón volvió a palpitar dentro de su pecho, ilusionado; recordando que sólo Keigo acostumbraba visitarlo a las horas más inesperadas, pero todas sus esperanzas se esfumaron cuando se acercó a la ventana y divisó un Mercedes Benz negro de vidrios polarizados, estacionado frente a su casa, en la verja de entrada se encontraba un hombre de aspecto severo y traje negro impecable con un maletín de cuero del mismo color en la mano derecha.

Pestañó varias veces para asegurarse que no era una ilusión lo que veían sus ojos y al cerciorarse que la presencia del hombre continuaba ahí, decidió bajar, no sin antes cambiarse de ropa. A los pocos minutos abrió la puerta de la casa y se dirigió al portón de entrada.

—Buenos días —su voz y expresión fueron rigurosas.

—Buenos días, necesito hablar con usted, joven Tezuka —la respuesta fue austera.

—Disculpe… ¿Nos conocemos? —Tezuka miraba al hombre de negro con desconfianza e intriga evidentes. 

—Usted no me conoce —la expresión seria en el rostro del hombre no se quitó ni un segundo—, pero yo vengo en representación de alguien que lo conoce a usted muy bien.

—¿Y se puede saber quién es ese alguien?

—Atobe Akihiro.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Tezuka en ese instante y se llevó ambas manos al cuerpo, para resguardarse del frío matutino que lo invadía a través del delgado sweater negro que llevaba sobre la camiseta del mismo color. Aunque no estuvo seguro si el escalofrío se debió a la temperatura ambiente o al nombre que acababa de oír. ¿Qué significaba esto?  

—Muy bien, pase por favor —trató de parecer lo más cortés posible, aunque su actuar se vio forzado.

—Gracias.

El hombre se dirigió con paso seguro a la casa, una vez dentro, Tezuka le invitó a tomar asiento en el living y trató de aplicar todas las lecciones de buena educación que le dio su madre.

—¿Quiere una taza de té? —pregunto incómodo.

—No gracias, voy a ir directo al grano.

Tezuka se sentía cada vez más desconfiado, frunció el ceño molesto y tomó asiento frente al hombre. Éste depositó el maletín negro sobre la mesita de centro, lo volteó hacia Tezuka y lo abrió, dejando ver su contenido, estaba lleno de dólares.

—Atobe-sama le ofrece cinco millones de dólares. A cambio, usted deberá dejar de ver a su hijo. Para siempre —Tezuka abrió los ojos ligeramente producto de la impresión, dejando que un suspiro involuntario saliera de su boca. El hombre continuó mirándolo con la misma expresión inalterable—. Atobe-sama sabe perfectamente la clase de relación que hay entre usted y el joven amo. Y también sabe muy bien lo que… jóvenes como usted buscan de una relación con alguien de la posición del joven Keigo.

—¿Qué está insinuando?

—Tómelo como un pago adelantado… o como un regalo. Después de todo, no tendrá que trabajar más en su… inversión.

—¡Pero qué desfachatez más grande! —Tezuka habló indignado.

—Por favor, no me va a decir que realmente está interesado en el joven amo. Yo conozco muy bien a los jovencitos como usted —Tezuka no respondió, se limitó a mirar con ira e indignación al hombre sentado frente a él, que seguía inalterable—. Debería aceptar la oferta, después será demasiado tarde. Créame que no va a sacar más dinero que éste de la familia Atobe.

—¡Lárguese de mi casa! —Tezuka se puso de pie y alzó la voz.

—Debería hacerme caso, joven Tezuka —el hombre no se movió de su asiento, permaneció inmutable—, no tiene idea con quien se está metiendo.

—¡Fuera!

Frente a este gesto, el hombre cerró el maletín, se puso de pie y se marchó, no sin dar una última advertencia.

—Créame que se va a arrepentir de esta decisión.

—¡Lar-go!

Con un movimiento violento, Tezuka cerró de un portazo la entrada de la vivienda, haciendo que el fuerte golpe resonara por toda la casa, mientras veía con indignación cómo el hombre se subía al vehículo y se alejaba del lugar.

 

*          *          *

 

La maternidad es una experiencia única, que crea un vínculo de unión irrompible.

Ella no necesitaba que le dijeran nada para saber que algo malo le ocurría a su hijo. Podía verlo en su mirada, podía sentirlo en su tacto. Su hijo era carne de su carne, sangre de su sangre, era de su piel. Podía simplemente intuirlo en sus entrañas.

Además, Keigo había estado evitando la casa toda la semana, escasamente había podido verlo, pues salía muy temprano al colegio y regresaba excesivamente tarde, encerrándose en su cuarto después. Pero lo que más le inquietaba era haberse enterado de la reunión nocturna que tuvieron su hijo y su marido. Sabiendo de la agresividad y autoritarismo del marido y de la rebeldía e ímpetu del hijo, estaba segura que anoche, en ese intimo despacho, se había producido una fuerte discusión.

Todo esto le había dejado una inquietud indisoluble en el alma.

—Keigo, ¿puedo entrar?

Los suaves golpes propinados por sus frágiles manos en la puerta de su hijo, fueron tan tenues que no obtuvieron respuesta. Decidida a averiguar lo que estaba pasando, aun cuando sabía que esto no serviría de mucho, entró sin pedir permiso a la habitación del hijo.

Keigo dormía plácidamente, aun cuando eran pasadas las diez de la mañana y él acostumbraba levantarse temprano todos los días, incluso el fin de semana. La imagen la enterneció tanto que por un segundo olvidó las preocupaciones de la gran señora y se entregó al disfrute de ser simplemente una madre.

Atobe Alice era una mujer delicada y frágil, de una belleza extraordinaria. Era alta y delgada, de piel nívea y suave, su cabello plateado lo llevaba recortado en una elegante melena, que resaltaba de esbeltez de su cuello y sus ojos de un verde profundo se mostraron enternecidos al contemplar a su hijo.

Keigo había heredado su belleza, pero también había heredado la fuerza de carácter del padre, que ella carecía. Pues, en efecto, Alice era una mujer sumamente sumisa, dependiente del afecto de los demás, sensible, sentimental y temerosa. Atrapada dentro de un matrimonio convenido entre dos poderosas familias desde muy joven, donde nunca había conocido el amor.

Se acercó a su hijo y se sentó en la cama, acariciándole las sienes con suavidad, enredando sus finos dedos en los suaves cabellos platinados de Keigo. Éste se removió en sueños, interrumpidos por las caricias maternas, ella depositó un suave beso en su frente y sonrió complacida. A sus 36 años, su hijo era su única razón de existir y el único ser por el cual sentía verdadero amor incondicional.

Keigo comenzó a despertar con lentitud, pestañó entre pausas, reusándose aún a despertar, pero como esto no le ayudó, se frotó los ojos luego, logrando abrirlos por fin. Un sonoro suspiro salió de su nariz y se quedó mirando a su sonriente madre con el ceño arrugado.

—Buenos días, amor, ¿cómo amaneciste?

—Buenos días, neko-chan —Keigo se arropó con las cobijas hasta el cuello, cerrando los ojos, dejando que el sueño se apodere de él otra vez.

—¡Keigo despierta! —Alice habló en lo que trató de sonar como un reproche, pero no logró serlo—. Ya es muy tarde

—Sí, madre —Keigo apenas articuló las palabras—… ya voy.

—¿Hijo, te sientes bien? ¿Acaso tienes fiebre? —la mujer le tocó la frente preocupada, sólo para constatar que la temperatura del hijo era normal.

—Neko-chan… estoy bien… sólo tengo sueño…

—Keigo, necesito que me escuches, quiero hablar contigo —Keigo hizo un gracioso mohín y se tapó la cara con las sabanas—. ¡Ya basta jovencito! Me tienes que escuchar —mientras hablaba le quitó las sabanas de la cara.

—¿Qué ocurre? —Keigo preguntó molesto.

—Eso es justamente lo que yo quiero saber: ¿Qué ocurre? —La expresión de su rostro era de angustia—. Sé que tu padre te citó ayer a su despacho, ¿con qué fin?, ¿qué está ocurriendo hijo?

—Nada, neko-chan, ya lo conoces… le gusta el dramatismo, sólo eso —mintió.

—No me mientas, Keigo, tú sabes que puedes contar conmigo, ¿no?

Él respiró cansado y volvió a cerrar los ojos. El vínculo con su madre era muy fuerte y le desagradaba mucho tener que mentirle, pero no estaba seguro de su reacción si supiera la verdad. No quería perder el amor y el apoyo de la única persona que consideraba realmente su familia. ¿Qué pensaría de él su madre si supiera de su homosexualidad?

—Cuando tenga algún problema, tú serás la primera en saberlo. Lo prometo —Keigo se sentó en la cama y tomó las suaves manos de su madre entre las suyas y las besó con ternura y delicadeza.

—Muy bien —pero a pesar de la promesa del hijo, su intranquilidad no cesó. Tal vez era su instinto materno el que le avisaba que algo andaba mal, pero decidió dejar de perturbar al hijo y buscar otro modo de enterarse de lo sucedido—. ¡Ahora levántate! Ya es muy tarde para que permanezcas aun en la cama —habló con una gran sonrisa en su fino rostro.

—¡Sip! —Keigo estiró los brazos hacia arriba, desperezándose.

Sin dejar de sonreír, Alice se retiró de la habitación de su hijo y ordenó a Michael, el mayordomo, que le llevaran el desayuno a la habitación. Mientras tanto, ella se dirigió con paso vacilante al despacho de su marido.

Era la primera vez que hacía algo así, entrar a hurtadillas a su despacho aprovechándose de su ausencia y como era normal, la duda y el miedo se apoderaron de ella. Sin embargo, la determinación que tenía era mayor.

Este era su único recurso, pues sabía que era inútil preguntarle a Akihiro-san: ella no tomaba parte de las decisiones sobre su hijo y este asunto, como todos los demás en el pasado, a ella no le incumbían. Pero ella se cansó de confiar en el “buen juicio” del marido y por primera vez en su vida, tomó cartas en el asunto. Esta vez su corazón le decía que algo malo estaba por venir.

Alice sabía que su esposo, al igual que la mayoría de las familias importantes, mantenía una vigilancia estricta sobre su único heredero y que esta vigilancia debía acreditar sus informes con pruebas irrefutables, por lo tanto, si su hijo había hecho algo que ameritara un informe de los vigilantes, éste debía encontrarse ahí.

Luego de mover varios de los cuadros ubicados en el despacho de Akihiro-san, Alice encontró por fin la caja fuerte. Ensayó tres veces la combinación hasta dar con la acertada. La caja metálica se abrió con un tenue sonido y ella extrajo de ahí varios documentos. La mayoría se trataba de documentos legales importantes: acciones, propiedades familiares, testamentos, etc. Pero junto a ellos había un sobre blanco de tamaño medio. Lo abrió con manos temblorosas y descubrió una serie de fotografías.

En ellas aparecía su hijo junto a un muchacho que ella ya había tenido la oportunidad de ver anteriormente en la casa, había sido presentado por el propio Keigo como un nuevo amigo, vinculado al tenis. Sin embargo en estas fotografías, se dejaba ver que la relación entre ambos jóvenes era mucho más que una simple amistad.

Alice examinó todas las fotografías, siete en total, en donde se veía a su hijo y el joven castaño de anteojos en lugares públicos y privados, en medio de una actitud bastante comprometedora: tomados de la mano, abrazados, intercalándose miradas insinuantes y… besándose.

Las fotografías cayeron de sus manos, dispersándose por el suelo y Alice se llevó ambas manos a la boca. Había descubierto el misterio. Su hijo era homosexual.

 

Notas finales:

Gracias por leer =)


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