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Love Hurts por Nayen Lemunantu

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Capítulo 7


 


 


Hay que tener carácter para poder decir no


Y sabiduría para poder decir sí.


 


 


Yuushi lo miraba desafiante, con una expresión fiera en sus ojos azul profundo, parecía estar dispuesto a todo.


—¿Acaso no te advertí que no te volvieras a acercar a Keigo?


Tezuka no respondió, se encontraba sin palabras producto de la impresión y se limitaba a mirar incrédulo a Yuushi. No se explicaba qué rayos estaba haciendo ahí, por qué había llegado, ni qué se proponía al interrumpirlos de ese modo. Sin embargo, lo que más sorprendió a Tezuka fue la pasiva actitud de Keigo ¡No hizo, ni dijo nada!


Luego de continuar mirándolo amenazante, Yuushi se dio la vuelta, para quedar cara a cara con Keigo e increparlo de frente.


—¿Cómo pudiste hacerlo? ¡Me lo prometiste!


—Yo…n-no… —Keigo trató de balbucear algo, pero finalmente no pudo decir nada y se llevó una mano a la boca mientras lo miraba asustado.  


Tezuka no pudo dar crédito a lo que veía. Aunque había confirmado con Taki el día anterior que Yuushi estaba interesado en Keigo, nunca imaginó que ambos fueran tan cercanos, hasta el punto que Yuushi tuviera la libertad de pedirle explicaciones. Todo parecía indicar que después de que había pasado sólo una semana desde que terminaran, Keigo ya le había buscado un reemplazante.


—¡Ey! Un momento —Tezuka frunció el ceño molesto tras ver esta escena, se recuperó completamente de la impresión causada por la abrupta intromisión del peliazul y lo encaró— ¿Qué derecho tienes tú para venir aquí a exigir explicaciones?


—¡Tú cállate! —Yuushi le respondió sin prestarle atención realmente, porque su mirada estaba fija en Keigo— Lo mejor que puedes hacer es irte de aquí.


—El único que sobra aquí eres tú.


Frente a este comentario, Yuushi se acercó a Tezuka y se quedó mirándolo de frente, sin pestañear siquiera. De un momento a otro, el ambiente en el restaurant se volvió tenso y todos temieron que una pelea se desatara ahí. Los clientes que se encontraban cerca, miraban la escena horrorizados y Taki supo que debía intervenir.


—¡Ey! ¡Ey! ¿Por qué no nos calmamos un poco? —Taki se puso en medio de los dos y levantó las manos en señal de paz.


—¡Tú eres un traidor, Taki! —Yuushi lo encaró molesto—. No puedo creer que permitas a este tipo en tu restaurant, no después de todo lo que le ha hecho a Keigo.


—Yuu, ¿debo recordarte que tus padres están abajo?... Deberías tranquilizarte un poco.


Taki tenía razón, Yuushi no había llegado solo al restaurant. Sus padres habían decidido tener un almuerzo en familia y habían invitado a sus hijos al prestigioso y renombrado restaurant de comida italiana Dolce Vita. La hija mayor de la familia Oshitari se encontraba en el trabajo, por lo que no pudo acompañarlos y al almuerzo sólo habían asistido Yuushi y su hermana menor. Entraron al restaurant, donde tenían una mesa de su uso exclusivo sin necesidad de reservaciones previas, y Yuushi casualmente levantó la vista al segundo piso, encontrándose con la perturbadora escena de Keigo y Tezuka besándose.


Se excusó con sus padres y subió corriendo escalera arriba, ciego de ira y frustración.


—Calmémonos todos, ¿sí? —Taki trató de calmar el tenso ambiente— No hay necesidad de armar una pelea aquí.


—Claro, Taki —Tezuka fue el primero en recuperar la cordura—, disculpa.


Yuushi sin embargo, aún continuaba mirando agresivamente a Tezuka, interpuesto entre él y el peliplateado, como si de un escudo humano se tratara. Keigo, había visto toda la escena sin poder moverse de la impresión.


—Yuu —Keigo lo tomó del brazo derecho; la fuerza de su agarre indicaba que se sentía apremiado—, sácame de aquí por favor.


Yuushi se giró para mirarlo a la cara, un poco sorprendido por esta petición, pero sin dejar de verse irritado. Lo que vio, fue a una Keigo afectado de una forma como nunca antes lo había visto; con ojos vidriosos y mordiéndose los labios de frustración, dando una impresión de fragilidad total.


—¡No, espera! Aún tenemos cosas que hablar.


Tezuka trató de detenerlos, pero fue inútil. Sin dudarlo un segundo y con un rápido movimiento, Yuushi tomó a Keigo de la mano y salieron corriendo del restaurant. Se subieron ambos al automóvil personal de Keigo, un Maybach Exelero negro, y Yuushi fue el conductor. El motor del auto rugió al arrancar acelerado y tras unos segundos, se perdió de la vista de Tezuka y Taki doblando en la esquina.


Los dos muchachos castaños habían bajado corriendo detrás de los Ases de Hyotei, sólo para constatar que los habían perdido de vista. 


Tezuka se quedó varios segundos mirando con la boca ligeramente abierta hacia la esquina, luego exhaló un fuerte suspiro y se pasó una mano por el cabello, impotente. Taki lo observaba de cerca, intrigado.


—Lo siento, Tezuka —le susurro.


El muchacho de anteojos se dio la vuelta y quedó mirando a Taki con ojos vidriosos y una expresión triste en el rostro.


—¿Crees que lo perdí? —Preguntó con un nudo en la garganta— ¿Lo habré perdido para siempre?


Tras unos segundos de silencio, Taki respondió.


—…No lo sé…


 


*          *          *


 


Yuushi conducía acelerado, con molestia evidente; llevaba el ceño fruncido y la boca apretada en una mueca de disgusto. Keigo, al ver la gran velocidad a la que manejaba el peliazul, se puso el cinturón de seguridad y se movió incómodo en el asiento del copiloto. Lo miró de reojo y al verlo molesto aún, le habló en tono suave, demasiado inusual en él.


—Yuu, lo siento —hizo una pausa para leer la reacción del peliazul—. No es lo que tú crees, te lo puedo explicar.


Yuushi lo ignoró por completo y frenó con brusquedad al percatarse que el semáforo estaba en rojo. Luego de unos incómodos minutos en silencio, el semáforo volvió a dar su aprobación y el automóvil partió veloz, pero sin un rumbo establecido.


—¿Quieres que te lleve a tu casa?


—No… ¿podemos ir a la tuya? —Keigo habló con una expresión suplicante.


—Claro.


Ya algo más calmado, manejó con dirección a su casa, pero en su rostro aún no se borraba el signo de enojo. Bajaron a los oscuros estacionamientos subterráneos del edificio, donde el automóvil aparcó con suavidad. Ambos salieron del auto en silencio, Yuushi caminó con la mirada fija en frente, evitando mirar al muchacho a su lado, perdido en sus pensamientos. El trayecto en el elevador hasta el último piso se hizo excesivamente incómodo, pues un silencio sepulcral se formó entre ambos.


Keigo miraba hacia el piso con una expresión arrepentida en el rostro, como un niño pequeño siendo reprendido por la madre, mientras Yuushi abría la puerta del pent-house.


—Adelante —con un gesto caballeroso, le abrió la puerta a Keigo y lo dejó entrar primero.


—Gracias. —Keigo se dirigió al living, pero no tomó asiento, sino que permaneció mirando por los amplios ventanales del departamento la gélida ciudad. Parecía estar pensando concentradamente en algo.


El silencio reinaba en el ambiente. Por la altura del edificio, no se podían oír el bullicio de la ciudad bajo sus pies y en el pent-house no había nada que emitiera el menor sonido. Luego de unos minutos, Yuushi habló.


—No puedo creer que me hayas mentido así —se encontraba de brazos cruzados, sus ojos tenían un brillo acusador—. ¿O es que te olvidaste de lo que me prometiste?


—¡No te mentí! —Keigo se giró para verlo a la cara— Puedo explicártelo.


—¿Explicar qué? Lo que vi estaba más que claro.


—¡No es lo que piensas! Estábamos discutiendo algo relacionado con mi padre.


—¿Me ves cara de idiota? No todos nos dejamos engañar tan fácilmente como tú.


—¿Me vas a dejar explicarte o no?


—¡No!


Keigo abrió los ojos impresionado al oír el grito de Yuushi, la verdad es que muy poca gente se atrevía a dirigirse a él en esa forma, pero Yuushi no era uno de ellos. Siempre lo había respetado mucho y si a veces lo molestaba hasta sacarlo de sus casillas, nunca le había gritado de esa manera y nunca lo había visto tan molesto.  


—Yo…


Keigo trató de explicar de todos modos la situación, pero fue imposible. Aunque intentaba buscar en su mente alguna razón lógica que le permitiera explicar por qué había dejado que Kunimitsu lo besara, después de todo el dolor que le había causado, después de haber sido usado por él, después de haber escuchado de sus propios labios que el dueño de su corazón era otro, no la encontró. Es que su corazón y su cuerpo traicionaban a su voluntad cuando estaba con él y por más que había decidido no perder más tiempo con alguien que no lo merecía, lo ocurrido en el restaurant le probaba que aún no se había olvidado del castaño y que le costaría mucho hacerlo.


Bajo la severa mirada incriminadora de Yuushi, se sintió culpable por continuar sintiendo cosas por Kunimitsu. Luego de unos segundos de silencio, en los que pareció vacilar sobre su actitud, volvió a su modo habitual: seguro y arrogante. Dándose cuenta que él, no estaba ahí para ser juzgado ni criticado por nadie. Después de todo, ¿quién diablos se creía Oshitari Yuushi para exigirle explicaciones a él?


—¿Y yo, por qué debo darte explicaciones a ti? —preguntó irritado.


—¿Por qué continuas enredado con él? —Yuushi continuó con el interrogatorio, ignorando la molestia de Keigo—. No lo entiendo… ¿Es que acaso eres masoquista? ¿Es eso?


—¡Yuu, basta! 


—¿Te encanta ese tipo porque se acuesta con otro? Eso es lo que te gusta, ¿no?


—Para.


—Si hubiera sabido antes que eso era lo que te gustaba, me habría acostado con todo el colegio. Seguro que así me querrías.


—Yuushi —Keigo se cruzó de brazos mientras hablaba, la conversación había cambiado abruptamente—. Tú sí te has acostado con todo el colegio.


—¡Eso no cuenta! Tú sabes muy bien que ellos son sólo para pasar el rato —de súbito, todo signo de enojo desapareció del bronceado rostro del tensai—. Sabes que la única persona que de verdad me importa, eres tú.


Keigo quedó sin palabras, mirándolo a la cara con una expresión entre sorprendida y asustada. Él ya sabía que Yuushi estaba interesado en él, pero el peliazul nunca se lo había sido tan directo. Y, si bien Keigo sabía de las intenciones de Yuushi, siempre supuso que se trataba de un capricho: Yuushi lo deseaba porque él era inalcanzable, él era la guinda de la torta en la larga lista de conquistas del tensai de Hyotei, quizá el único que faltaba, pero nunca pensó que Yuushi realmente tuviera sentimientos por él, y ahora que lo pensaba de ese modo, no estaba seguro qué sentía él por el peliazul. La última semana habían pasado mucho tiempo juntos y ahora hasta se sentía en la obligación de darle explicaciones. ¿Qué significaba eso? ¿Qué significaba Yuushi para él?


—¿Qué estás diciendo? —preguntó por fin.


—¿Por qué no entiendes que todos los hombres son iguales, excepto yo? —Yuushi habló muy serio, mirándolo a los ojos con intensidad—. Mi amor es inocente.   


Keigo se mordió el labio inferior en un gesto instintivo y retrocedió unos pasos, indeciso y asustado frente a la arremetida de Yuushi. Pero éste decidió acortar la distancia entre ambos y avanzó lento hasta dejarlo acorralado contra la frialdad del muro. Keigo tragó seco cuando se dio cuenta que su espalda chocaba contra la pared y no tenía escapatoria.


Yuushi lo tomó por la barbilla y levantó su rostro un poco, él hizo que sus labios se despegaran en un gesto involuntario que sacó la primera sonrisa del rostro del peliazul. Mientras Yuushi, lentamente y sin dejar de mirarlo a los ojos, acortaba la distancia entre sus labios, él cerró los ojos y abrió la boca, permitiendo que la lengua del más alto explorara su interior.


Aunque Yuushi lo acosaba constantemente, esta era la primera vez que se atrevía a besarlo y debía reconocer que besaba condenadamente bien ¡Después de todo, había tenido muchos con quien practicar!


¿Qué estaba pasando? ¿Es que acaso hoy era el día en que todos habían decidido besarlo? Keigo quiso alejarlo, encararlo por su atrevimiento, exigirle una explicación y como mínimo castigarlo todo un mes con entrenamientos extra, pero su cuerpo no se movió un centímetro y lentamente comenzó a ceder ante ese beso.


Yuushi puso sus manos en su cintura y comenzó a estrecharlo con ellas, cerrando aún más el casi nulo espacio que los separaba. Él llevó sus manos a los bíceps del otro muchacho y continuó besándolo. Yuushi soltó su boca de pronto y se dedicó a besar y lamer el níveo cuello.


—¡Ngg!


Un suave gemido salió de su boca al sentir el contacto de los tibios labios del peliazul en su cuello. La temperatura comenzó a inundar su cuerpo de súbito; sentía que ardía frente a las caricias y besos del otro muchacho y dejó de pensar por completo, entregándose al placer.


—¡Ahh! Keigo… —Yuushi susurró su nombre mientras lo volvía a besar en la boca.


Este beso era muy distinto al que se había dado con Kunimitsu hace un rato, este era un beso apasionado, fogoso, ansioso y desesperado. Buscaban devorarse a través de ese contacto. Muy distinta a la sutil caricia llena de sentimientos, dada en el restaurant.


—¿Yuushi, estás aquí? —la puerta se abrió de pronto, dejando ver a la familia Oshitari.


Los dos muchachos se separaron rápido, atrapados en el acto, frente a la mirada incrédula de la familia de Yuushi. Ambos padres los miraban con la boca ligeramente abierta por la impresión y a su hermana pequeña se le escapó una risa ahogada de los labios al ver a ambos jóvenes.


—Papá… ¿Qué haces aquí? —Yuushi preguntó mientras se arreglaba la ropa rápidamente, tratando de no ser tan evidente—. Creí que iban a almorzar en el Dolce Vita.


—Decidimos volvernos porque quedamos preocupados por ti, hijo —esta vez fue la madre de Yuushi quien habló.


—Yo… creo que lo mejor es que me vaya —Keigo se pasó una mano por el cabello, visiblemente incómodo y evitando hacer contacto visual.


—Muy bien, Keigo —la madre de Yuushi habló sonriente, tratando de bajarle la tensión a la situación—, dale saludos a tu madre de mi parte.


—En su nombre —Keigo realizó una reverencia y se despidió—. Buenas Tardes.


—Te acompaño a la puerta —Yuushi se encaminó tras él.


Cuando hubieron llegado a la puerta, Keigo arrebató las llaves de su auto de la mano de Yuushi, quien lo miraba sonriente, sin preocuparse de la perturbadora escena que acaban de presenciar sus padres, muy a diferencia de Keigo, que lo único que esperaba era que se lo tragara la tierra.


—Nos vemos mañana, Atobe bouchou —susurró sonriente.


Keigo lo miró con una expresión fulminante y se marchó sin despedirse, ante la atenta y divertida mirada del peliazul.


—Hijo, ¿me puedes explicar qué es lo que está pasando?


La pregunta de su padre hizo que se girara para verlo y cerrara la puerta de entrada, desviando su atención del peliplateado. Miró las expresiones interrogantes en los rostros de su familia y se rio realmente divertido de la situación.


—Cariño, creo que es muy obvio lo que ocurre —La madre le habló a Oshitari-san casi tan divertida por la situación como su hijo.


—Hermano, ahora sí te pasaste —la hermana de Yuushi lo miró con ojos pícaros—. ¿Atobe Keigo? Eso son las grandes ligas.


—¡Cállate! —respondió divertido frente a las burlas de la niña.


Pero el medico más renombrado del país, aun no le veía lo divertido al asunto, a pesar que el resto de su familia se veía muy contenta con la situación, él sólo veía problemas. Oshitari-san se acercó a Yuushi y puso una mano sobre su hombro, gesto indudable de un largo sermón por venir.


—Hijo, escúchame. Yo sé que Keigo es un muchacho admirable: inteligente, carismático, audaz, divertido… él es realmente adorable, pero no debes olvidar que él es un Atobe —el mayor hablaba con excesiva seriedad, y aunque Yuushi siempre había sabido que el carácter de su padre era grave, nunca había visto el brillo de la preocupación y la aflicción en sus ojos—. Esa familia es inalcanzable, incluso para nosotros. No quisiera verte involucrado en problemas con esa familia por culpa de Keigo.


Yuushi quitó con suavidad la mano de su padre y pensó detenidamente por unos segundos, mirando hacia el horizonte, midiendo las palabras exactas que usaría, para luego mirar serio a su padre.


—Entonces es buen momento para que sepas, papá, que yo iría al mismísimo infierno por Keigo —sus palabras estaban cargadas de seguridad.


—¡Oh Yuushi! —el doctor Oshitari movió la cabeza en gesto desaprobatorio.


Yuushi sin embargo, hizo caso omiso de las recriminaciones de su padre y se dirigió a su habitación. Cerró la puerta con seguro, para no ser interrumpido por nadie y se arrojó a la cama sonriendo, dejando que su mente divagara en el recuerdo de los adictivos labios que acababa de probar y que se habían convertido en su perdición.


 


*          *          *


 


Keigo condujo por la ciudad sin rumbo fijo por varias horas, dejando que la mecánica acción de manejar, le despejara la mente.


Sólo cuando el sol comenzaba a esconderse y las nubes se arrebolaban en el horizonte, el Maybach Exelero negro se estacionó frente a la gran mansión Atobe. Él entró apresurado, casi corriendo por las escaleras y se dirigió rumbo a su habitación.


Aunque no terminó de almorzar ni había probado bocado alguno luego de eso, no tenía hambre. Sólo deseaba darse un largo baño de tina y dejar que, al igual que el agua estancada dentro de la bañera, los turbulentos pensamientos dentro de su cabeza se aquietaran. Pero, en el preciso instante en que cruzaba el largo pasillo, su padre salió de uno de los salones, interceptando su paso.


—¿Qué es lo que quieres ahora? —Keigo paró su caminar en secó y visiblemente molesto le preguntó a la defensiva—. ¿Es que ahora no puedo tener ni un segundo de paz?


—¿Acaso crees que no sé con quién estuviste hoy? ¡Ni siquiera dudaste en ir a encontrarte con ese muchacho, desobedeciendo mis órdenes!


—Estaba haciendo lo que me ordenaste.


—¿Y esto qué significa, un beso de despedida? —Akihiro-san arrojó a los pies de Keigo una fotografía de él y Tezuka besándose en el restaurant.


Keigo sudó frío al ver la fotografía, hasta el momento no se había detenido a pensar en su padre, ni en los vigilantes que debía tener todo el tiempo tras sus pasos. Lo único que turbaba su mente era la indecisión que sentía después de los dos besos que acababa de recibir. 


¡Qué infantil se sintió! Él pensando en los dictámenes de su corazón, cuando a estas alturas ya debía tener más que claro que según su padre, para ser un Atobe, no debía tener corazón. Bastaba con ver su propia familia, el propio matrimonio de sus padres, para darse cuenta que la felicidad no era parte del mundo al cual estaba destinado a reinar.


—¡Por Dios! —Alice salió del mismo salón visiblemente preocupada, sólo para constatar que en medio del pasillo de la mansión, padre e hijo discutían otra vez— ¿Qué significan esos gritos?


Ella caminó hasta interponerse entre ambos, buscando calmar la discusión, pero al instante de acercarse a su hijo, vio cómo éste se agachaba rápido para recoger una fotografía del suelo. No alcanzó a ver de qué se trataba, pero eso no hacía falta, sabía muy bien quién salía ahí.


—Esto no es asunto tuyo —Akihiro-san habló autoritariamente, sin dejar de mirar al hijo que se acaba de guardar la fotografía en el bolsillo—. Vuelve al salón.


—¿Cómo que no es asunto mío? —Ella lo encaró por primera vez en su vida—. Se trata de mi hijo.


—¿Es que ahora tú también me vas a desobedecer? —Akihiro-san se acercó a Alice de forma amenazante.


Ella, que no estaba acostumbrada a ser interpelada de esa manera ni con esa agresividad, comenzó a temblar visiblemente asustada, sintió que las piernas se le debilitaban y no pudo moverse. Vio, como si sus ojos se hubieran transformado en una cámara lenta, cada uno de los movimientos que hizo su marido: lo vio acercarse en gesto agresivo y levantar la mano con violencia. Ella cerró los ojos, preparándose a recibir el golpe, pero al no sentirlo, abrió los ojos asustada.


De pie frente a ella se encontraba su hijo, sujetando con fuerza la mano de Akihiro-san, impidiéndole moverse y protegiéndola a ella.


—No te atrevas a tocarla —la voz de Keigo estaba cargada de rabia.


—¿O qué? —El hombre se soltó del agarre violentamente— ¿Por qué no le dices a tu madre que tanto te defiende el motivo de esta discusión?


Keigo se puso nervioso de pronto, la seguridad y valentía que segundos atrás lo habían llevado a encarar tan abiertamente a su padre, se esfumaron con esta simple pregunta. A él, bien poco le importaba lo que pensara su padre sobre su persona, pero no podría soportar ver la desilusión y la tristeza en los ojos de su madre al enterarse de la verdad. Ella era la única persona a la que no quería defraudar nunca. Negó con la cabeza, visiblemente asustado.


—¿Quieres que te diga lo que hizo tu hijo?  —Akihiro-san ahora le hablaba a ella.


—¡Basta! —Keigo ahora estaba aterrorizado—. ¿Qué estás haciendo?


—Eso es lo mismo que les digo a ustedes dos ¡Hasta cuándo van a estar provocándome! —el patriarca de la familia había perdido toda compostura y gritaba con ira no contenida.


—Padre, este es un asunto entre nosotros dos —Keigo habló calmado, tratando de bajar la visible tensión en el ambiente—, no la involucres a ella.


—Está bien, hijo —Alice lo tomó del brazo y con voz segura, algo muy extraño en ella, sobre todo en una situación así, agregó—, creo que es tiempo de comenzar a enterarme de los asuntos que pasan en esta casa.


—Muy bien —Akihiro-san estaba resuelto—, te diré entonces.


—¡No! —Keigo gritó asustado al ver la resolución de su padre y se dio la vuelta hacia su madre para pedirle con delicadeza— Neko-chan, por favor retírate. Déjame arreglar esto a mí… por favor.


Alice aún se reusaba a marcharse, le había costado tanto armarse de valor para enfrentar a su marido, que ahora que finalmente lo había hecho, sólo quería demostrarle a Keigo que podía contar con ella, que era ella quien lo iba a proteger y no al revés. La expresión suplicante en el rostro de su hijo, sin embargo, la terminó por convencer y accedió a retirarse a su habitación, pero su corazón aún latía con fuerza producto de la preocupación y el nerviosismo.


Una vez solos, Akihiro-san hizo pasar a su hijo al despacho y dentro, le dijo de manera casi dictatorial.


—Ya que no me escuchaste cuando te lo advertí, no quiero ninguna queja ahora —el hombre se sentó con relajo detrás de su imponente escritorio—. Desde hoy en adelante, quedas recluido a esta casa. Sólo saldrás para ir al colegio y eso será sólo en la limusina, donde viajarás acompañado por dos guardaespaldas, concluidas las clases, ellos se encargaran de traerte de vuelta aquí, quieras o no. Las salidas de la mansión quedan terminantemente prohibidas al igual que las visitas, incluyendo a esos muchachitos a los que llamas amigos.


—¡¿Qué?! Te volviste completamente loco.


—Aún no he terminado —Akihiro-san apoyó los codos en la mesa y entrelazó lo dedos de sus manos—. En cuanto a este… jovencito… ya me informó mi secretario personal que la visita que le hizo no resultó como yo esperaba, así que tendré que tomar medidas especiales.


—¿Qué medidas especiales? —El pánico era evidente en el rostro y en la voz de Keigo, pues sabía a la perfección que su padre hablaba de Kunimitsu— ¿De qué estás hablando?


—Para alguien tan poderoso como yo, sólo basta hacer un par de llamadas y me aseguraré que ese muchachito y toda su familia desaparezcan del mapa para siempre.


La expresión de angustia en el rostro de Keigo, reflejaba por completo la situación. Nunca pensó que algo así sucedería y ahora veía con temor los terribles alcances de su padre. Su corazón comenzó a latir acelerado, de sólo pensar en que algo malo podría sucederle a Kunimitsu, su angustia se transformó en terror puro.


—Entre él y yo no hay nada, así que déjalo en paz ¡No lo involucres más en este asunto!


—No voy a seguir creyendo en ti, ya has demostrado no ser digno de confianza —Akihiro-san se puso de pie y se acercó a la caja fuerte, de donde sacó el más reciente informe de sus vigilantes, que comenzó a hojear ahí mismo; parecía que buscaba algo—. Pero no te preocupes, porque yo mismo me encargaré que eso sea cierto y que ustedes no se vuelvan a ver en esta vida.


—¡No! ¿Qué vas a hacer?


—Retírate a tu cuarto, ya no tenemos nada de qué hablar.


—¡No, padre, espera! Por favor no le hagas nada, yo haré lo que sea, lo juro —Keigo había perdido toda calma y parecía haber entrado en un estado de histeria—. Te haré caso, no lo volveré a ver, ni a él ni a nadie, lo juro ¡Pero por favor no le hagas nada!


El hombre que se había girado para dirigirse a su escritorio y ahora se encontraba de espaldas, paró su caminar de pronto y ladeó ligeramente la cabeza, signo que le dijo a Keigo que lo escuchaba, que al menos estaba dispuesto a oír su propuesta.


Keigo respiró hondo, sabía a la perfección el costo de la promesa que acababa de hacer, pero sopesando la situación, se dio cuenta que no tenía otra salida.


—Prometo que de ahora en adelante, te haré caso y seré el heredero que siempre deseaste —acordó con voz lenta, pero segura—. Pero a cambio debes prometerme que nunca le harás daño a Kunimitsu.


Akihiro-san se dio vuelta y lo miró sonriente, en un gesto que llenó de ira e impotencia a Keigo, quien tuvo que morderse los labios para no decir nada. Al igual que en todo en esta vida, su padre había ganado.


 


Subió las escaleras rumbo a su cuarto con una expresión de derrota total en el rostro. Quiso pasar a ver a su madre primero, pero temía ponerse a llorar en su regalo como un niño pequeño y supo que en estos momentos, él debía ser fuerte por ambos y no podía dejar que su madre lo viera así de afectado. Además no quería dar ninguna explicación.


Abrió la puerta de su cuarto en penumbras y la cerró dejando caer todo el peso de su cuerpo en ésta, deslizándose hacia abajo, vencido por completo. Sacó la arrugada fotografía de su bolsillo y se quedó mirándola mientras su vista comenzaba a nublarse y los dos rostros que tenía frente a él, comenzaban a desaparecer debido a las lágrimas que inundaban sus ojos. Se llevó las rodillas al pecho y apoyó su rostro en ellas sollozando con fuerza, la fotografía estaba aún en sus manos aferradas al pecho.


 


Esa noche, Tezuka recibió un mensaje de texto de un número desconocido, pero no tuvo dudas que se trataba de un mensaje de Keigo.


Si es verdad que te preocupas por mí, por favor no te me vuelvas a acercar. Hagamos de cuenta que nunca nos conocimos.

Notas finales:

Gracias por leer =)


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