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Valiente. por Maira

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Había transcurrido un año completo desde aquella noche en la que le había conocido. El misterioso hombre al que en un primer momento había temido ante semejante presentación, ahora convertido en su maestro le incitaba a subir cada vez más la intensidad del combate. Hacía poco más de siete meses que habían comenzado a entrenar con los sables desenvainados. Pues como el más bajo se mostraba muy dispuesto, avanzaba bien en cada pequeño detalle que le enseñaba y poco a poco su fuerza física se había incrementado, el castaño había llegado a la conclusión de que ya era hora de que se pusieran muy serios comenzando así a practicar crudamente.

En medio del proceso ambos habían recibido incontables heridas. Sin embargo al más alto le agradaba que así fuera. El hecho de que pudiera alcanzarle, herirle e incluso derribarle, lograba enorgullecerle por completo no sólo por Zin, sino porque él mismo había moldeado a un excelente soldado.
Durante largos períodos de tiempo había intentado que aprendiera a utilizar dos sables, el arco y la flecha, las pistolas de un tiro. Pero el menor no lograba coordinar los movimientos, incluso en una ocasión casi cortándose riesgosamente a sí mismo al intentar controlar los dos sables. Con el arco y la flecha se había rendido ya que le resentían mucho los codos.
Quizá con lo único que había resultado en verdad ser bueno además de luchar con un solo sable, era con la pistola. Si bien le había costado horrores adquirir una buena puntería incluso en determinada ocasión disparando sin realmente desearlo a uno de los brazos de Anzi sólo rozándolo. Un accidente que con el tiempo fue adquiriendo cada vez menor importancia. Sin embargo a partir de ese entonces procuró mantenerse detrás o bastante alejado del rubio cuándo éste sostenía el arma entre las manos.

Zin por su parte, al cabo de varios meses en los que los resultados de sus esfuerzos habían comenzado a dar buenos frutos, se había prometido a sí mismo continuar creciendo sin bajar del nivel al que había llegado. Era imposible que con la determinación tan grande que tenía fuera capaz de dejar que la traslúcida cuerda de las oportunidades se le escapara de las manos tan fácilmente. Tomaría el asunto por las riendas hasta el final, sin importar las consecuencias. Cada herida que recibía por parte del castaño le volvía más fuerte, más predispuesto a no recibir ninguna más en el futuro.
A pesar de que una vez que el tiempo del que disponían llegara a su fin y quedara tan agotado que en varias ocasiones Anzi tuviera que cargarle en su espalda, pues el general no había cesado de consumar con él hasta el último y perverso deseo logrando quitarle bastantes energías, siempre volvía a la mansión infiltrándose despacio con intenciones de llegar al segundo piso, cruzar el pasillo de puntillas y agradecer a Yusuke antes de dormir con el pequeño Kei sobre el pecho quién ya en el quinto sueño gracias a la “leche mágica” no molestaba en absoluto.
El pequeño había crecido mucho, ya no era un bebé. Sino un bonito niño rollizo de un poco más de un año de edad al que cada día adoraba más. Era imposible que dejara de quererlo. Simplemente lo necesitaba.

Una vez que las lecciones con el anciano maestro hubieran llegado a su fin, dedicó un par de horas de su tiempo a continuar aprendiendo por su cuenta. Con frecuencia durante los períodos en los que el general se ausentaba de casa, él se infiltraba en su despacho para tomar los libros que allí tenía los cuales resultaban más interesantes que los de la biblioteca de la sala común. Pues éstos trataban de historias de conquistadores del pasado, métodos antiguos de tortura, civilizaciones tan añejas que ni siquiera era comprobable que hubieran existido realmente, inventarios enteros de armas, entre una larga lista de temas interesantes de los que tomó muchas notas mentales.

Allí se encontraban actualmente, luchando en el claro del bosque mientras intentaba concentrarse por completo en lo que hacía. Era una noche oscura sin luna, aún hacía demasiado calor. Sabía que si se equivocaba o se excedía, ambos podían resultar heridos. Y eso hubiera sido realmente una pena, habían pasado al menos dos semanas desde la última vez que ambos se habían dado una buena paliza mutua. A pesar de que fuera casi imposible concentrarse bajo los besos o las nalgadas que de vez en cuando su pervertido maestro le propinaba al encontrar la justa oportunidad, pensaba en que lo iba haciendo muy bien.
Más de una vez había amenazado con cortarle la mano e incluso otras cosas si no se detenía con ese tipo de acciones las cuales no dejaban de producirle siempre la misma reacción. Pero Anzi simplemente soltaba la carcajada, incitándole a que lo hiciera si podía terminando por irremediablemente acorralarlo con todas sus fuerzas sin dejarle oportunidad alguna de venganza. Lo odiaba bastante cuándo eso sucedía, pero muy en el fondo sabía que los enfados nunca duraban mucho tiempo ya que lo quería mucho. En realidad la de ellos era una relación bastante extraña ya que a pesar de las bromas a su parecer de mal gusto, Anzi nunca había intentado ir más allá. Durante los descansos habían hablado en más de una ocasión acerca de muchas cosas personales, en el sentido sano de la palabra eran buenos amigos. Quizá se tratara de que el más alto no estuviera realmente interesado en él, aunque tampoco era algo que debía de importarle… con Anzi nunca se sabía. A pesar de que la mirada del castaño le decía que allí en su mente moraba algo totalmente indescifrable al menos para él. Era un hombre extraño. Agradable pero extraño.

-No te distraigas, enano- escuchó antes de que el contrario tomara la oportunidad de aventarle contra el grueso tronco de un árbol. En escasos segundos vio llegar el filo del sable directo a su rostro por lo que tuvo que esquivarle.

-¡No me distraigo! Sólo intentaba concentrarme un poco más en… ugh…- su rostro volvió a encenderse al sentir el familiar apretón en uno de sus glúteos, sin siquiera pensarlo contraatacando con furia.

-¿Sabes qué pienso? Que lo haces adrede. Tú quieres que te toque todo… uff. Y yo no me niego nunca a hacerlo.

-¡No es cierto! ¡Pervertido!- respondió asestándole varios golpes, sólo uno realmente llegó al punto de rasgarle la ropa al contrario. Había perdido la concentración en absoluto, estaba cansado. Necesitaba volver cuánto antes pero a la misma vez deseaba cerrarle la boca de una maldita vez. Por lo que en conclusión, continuaron entrenando un tiempo tendido antes de por fin volver.

La noche siguió su curso como siempre, con la pequeña diferencia de que aquella fue una de las que se desviaron hacia la taberna. Bebieron unas cuántas copas que como siempre Anzi invitó cortésmente, conversando un poco acerca de estupideces varias. La verdad era que estaba tan agotado, que pronto Zin cedió teniendo que dejar de beber. Desde que había pisado esas tierras bajo las cadenas del general, siempre había temido convertirse en un ebrio como él. Por esa razón odiaba que el vino enseguida se le subiera a la cabeza.

Esa madrugada durmió casi entrando en un estado de inconsciencia. No despertó hasta que con insistencia, Yusuke le sacudiera varias veces. La voz de éste entremezclada con el llanto de Kei le habían hecho dar vueltas la cabeza durante el proceso de abrir los ojos, menuda manera de despertar… la cuestión de la urgencia era que el dueño de casa le había mandado a llamar.

¿Qué demonios buscaría tan temprano? Era casi la hora del almuerzo si no calculaba mal al ver a través de la ventana… además, ¿Qué demonios hacía en la mansión a esas horas? El criado se apresuró a hacer que tomara un baño, arreglarlo, colocarlo muy “presentable”.
Cuándo llegó a la sala común de reuniones la cual no había sido utilizada en un largo tiempo, supo que el general tenía tres invitados de honor.

Jamás había visto sus rostros pero podía jurar que aquellos hombres también formaban parte del ejército. A pesar de las horas tan tempranas ya estaban bastante pasados de copas, la comida que había sido servida en grandes proporciones ya se encontraba en las sobras. En el aire flotaba una mezcla de aromas que al rubio hizo que el estómago vacío se le revolviera. Sin embargo, él por su parte se quedó de pie mientras era ignorado por el dueño de casa y los demás, muy de vez en cuando le echaban encima una descarada mirada.

Cuándo por fin fueron a sentarse a los amplios sillones que rodeaban la chimenea de la sala contigua, el general le llamó obligándole que se sentara en sus piernas. Mientras sostenía una copa de vino a medio beber, comenzó a relatarle a sus amigos la historia de cómo había conseguido a Zin, tal cuál de un objeto se tratara el mismo. También en varias ocasiones habló muy detalladamente acerca de las cosas que le hacía e incluso mofándose del menor, la manera en la que lo había penetrado por primera vez.
El rubio no cabía en sí mismo de odio, frustración. Los amigos del general festejaban entre risas cada una de las cosas que el hombre decía. El pelinegro estaba humillándole sin más, sin siquiera importarle la manera en la que pudiera sentirse.
Cuándo uno de los hombres acercó su copa a los delicados labios pintados en un tono rosado suave intentando hacerle beber de ella y él se negó arrojando la misma contra la alfombra de un solo golpe, el general le dio una fuerte bofetada a modo de reprenda advirtiéndole que se comportara o más tarde iba a sufrir las consecuencias del castigo que le esperaba.

A pesar de haberse disculpado con la voz temblándole de furia, como siguiente acción el dueño de casa le pidió que se disculpara con su amigo cómo se debía. El hombre sentado a un lado de éste, el que había intentado que bebiera, enseguida lo tomó por las muñecas haciendo que se arrodillara. Sin embargo el rubio sumamente alarmado, se liberó y le propinó una bofetada tan fuerte que pronto pudo notar cómo sus cinco dedos se habían marcado contra la roja mejilla del ebrio. Sabía muy bien que no tendría que haber hecho eso, sin embargo no podía permitir que continuaran humillándole de esa manera. El general se había pasado del límite al estar un poco alcoholizado y su crueldad había ido muy lejos. No obstante sabía muy bien que podía hacerlo mucho más.

Totalmente furioso debido a lo que Zin había hecho, el dueño de casa dejó su copa sobre una pequeña mesa a un lado del sofá antes de colocarse de pie, derribando de un golpe en el estómago utilizando la rodilla derecha al menudo rubio quién se retorció en el suelo sintiendo cómo las náuseas comenzaban a apoderarse de él. Se cubrió el rostro con los antebrazos justo a tiempo mientras el otro no cesaba en su empeño de golpearle con su pie recubierto por la fuerte coraza que componía la bota de cuero, pisotearlo tan fuertemente que incluso uno de sus hombros llegó a dormirse en medio de un doloroso hormigueo.  
Cuándo por fin estuviera satisfecho o más bien muy agitado de tanto pisotearle, lo tomó por las ropas arrojándole contra el hombre quién lo acomodó sobre el brazo del sofá, llevando su mano por debajo de las finas prendas de seda con las que Yusuke le había vestido.

Pero no sólo aquel hombre terminó por forzarle, sino los demás turnándose de uno en uno. Cuando intentaba defenderse o evitar que alguno de ellos volviera a penetrarlo, le asestaban golpes con tremenda fuerza que le dejaban viendo las estrellas durante largos instantes en los que realmente se sentía morir.

Sin embargo en cuánto se sintió mucho mejor, cuándo quizá iban por la “tercera ronda”, cómo le llamaban de manera muy divertida a las veces en las que se volvían a turnar para ultrajarle, Zin hizo acopio de todo su coraje, todas las fuerzas que ni siquiera supo de dónde había sacado para voltear, apartar al asqueroso tipo el cual tenía un aspecto ya bastante mayor y dirigirse hacia el general tambaleándose un poco. Al instante éste, muy cómodamente en su posición a punto de dar un sorbo intentó volver a golpearle con su pie. Pero lo esquivó llevando sus manos hacia el principal objetivo: el sable que descansaba amarrado en el cinturón del hombre.

Lo sacó de su vaina tan rápidamente, con tanta furia que casi trastabilló sobre la alfombra. Sus pies desnudos se hirieron con la copa rota que aún yacía sobre la alfombra, el vino derramado había sido absorbido por el refinado tejido. Pero no le importaba en absoluto.
Sin que el general pudiera detenerle, hundió el sable considerablemente en algún punto entre los testículos del hombre que había sido el primero en violarle, al instante retirándole para ir a por el segundo quién con maestría, lo detuvo escasos momentos antes de que el más bajo llevara el arma hacia atrás, por encima de su hombro para hacer que la filosa hoja penetrara en algún lugar de su pecho.
Por completo su cuerpo vibraba, estaba furioso. Un par de lágrimas resbalaron a través de sus mejillas mientras volteaba a retirar el arma del pecho del herido. E iba encaminado hacia el tercero de los hombres cuándo recibió semejante golpe en la cabeza, que todo se volvió un torbellino de colores terminando por gradualmente oscurecerse hasta tornarse por completo negro.

Al despertar ya era de noche, se encontraba en la cama del general cuya figura sentada al borde se recortaba contra la luz de las velas. Le daba la espalda. Sin embargo en cuánto notó que el muchacho comenzaba a respirar de manera más regular, volteó a verle con una expresión tan ofuscada que Zin creyó iba a volver a desmayarse.

-La has hecho buena, mocoso- murmuró de manera muy fría –casi los matas. No sé qué es lo que tengo que hacer contigo… más bien sí lo sé. Deberías estar muerto ahora mismo.

-¿Va a matarme por el simple hecho de haber defendido mi persona?- murmuró sobándose la cabeza en el justo lugar en dónde un gran golpe prominente se alzaba muy inflamado –entonces que así sea. Putas le deben sobrar… - se cubrió con su antebrazo derecho en cuánto notó que el hombre alzaba la mano con intenciones de golpearle, pero el ataque nunca llegó. Tal vez había cambiado de parecer a último momento.

-Podría perdonarte la vida si no lo vuelves a hacer. Podría considerarlo… - dichas sus palabras, se levantó para ir a la estantería de los licores, eligiendo uno que tal vez jamás había tocado –pero sinceramente, pienso que te mereces la muerte al haberte rebelado de esa manera. Has herido a rangos importantes por no decir imprescindibles del ejército. Eres una puta, un esclavo, no eres nadie…

Cómo si se tratara de la extensión de la furia que antes había sentido en la sala, sin siquiera considerar que estaba herido se colocó de pie de una vez, acercándose a paso muy rápido hasta el general quién luego de servirse tranquilamente, dio un sorbo a su copa a la vez que le escrutaba con la mirada. Incluso éste arqueó las cejas al cabo de unos segundos, dejando poco a poco el fino objeto de cristal a un lado de la botella moldeada con una curiosa forma de animal.

-¡Estoy harto!- le gritó repentinamente el rubio, apretando tanto sus puños que sus uñas se enterraron en sus palmas -¡No soy una puta! ¡No quiero ser un esclavo! Tsk… - y en medio de un impulso casi histérico, comenzó a arrancarse la prenda que aún le vestía, el accesorio que Yusuke le había puesto en el cabello, a frotarse el rostro para eliminar todo rastro de cosmético que tuviera aplicado.

El hombre con la tranquilidad que había optado por tomar, se acercó hasta el sofá individual frente a la chimenea, girándolo hacia dónde el espectáculo que el más bajo montaba y se sentó cruzando una pierna sobre la otra, posando cada mano sobre los amplios antebrazos -¿Ya terminaste con tu berrinche?- le preguntó al cabo de unos cuántos momentos.

-¡No se trata de un berrinche! ¡No quiero volver a estar en éste cuarto, en ésta mansión! ¡No quiero volver a verle el asqueroso rostro a ninguno de sus amigos ni a usted!- gritó tan fuera de sí que al instante de caer en la cuenta de que estaba desnudo, se volvió al armario en busca de ponerse unos pantalones extra que Yusuke le había regalado, una camiseta de lino un poco desteñida y luego se dirigió a la mesilla dónde el general había posado uno de sus puñales, una pistola de un tiro labrada con un motivo floral, una gran cuchilla de caza. En cuánto el mismo notó lo que en apariencia se proponía hacer, enseguida se colocó de pie llevando las manos a la gruesa empuñadura del sable.

Pero contra todo pronóstico, Zin tomó el puñal, lo desenfundó y comenzó a cortarse el cabello. Los largos rizos dorados cayeron silenciosamente de uno en uno sobre la alfombra, algunos de ellos rozándole los dedos de los pies desnudos. Cortó de manera irregular hasta el último mechón de cabello al que encontró largo, no le importaba en absoluto si se le veía bien o mal, él simplemente quería deshacerse de aquel horrendo cabello que le daba una apariencia tan diferente. Aquel en que al general le gustaba enredar sus dedos. Se deshizo de todos y cada uno de ellos hasta que ya no encontró ninguno al que cortar. Al volverse hacia el más alto a quién durante todo ese tiempo había estado dándole la espalda, lo encontró de pie muy cerca aún con las manos sobre la empuñadura del arma.

-¿Por qué has hecho todo eso? Anda, déjate de niñerías. Quítate esos pantalones y ponte algo apropiado. Pero primero deja eso en su lugar.

-A partir de ahora usaré pantalones porque soy un hombre, no una puta. Señor- respondió de manera firme el rubio, presionando en su mano derecha el mango del puñal –éstas no son niñerías. Ni mucho menos estoy bromeando. No se acerque, puede que resultemos heridos- le advirtió por último cuándo el general amenazó con acercarse aún más.

-¿Heridos? En cuánto vuelvas a abrir la boca para faltarme al respeto de esa manera, voy a cortarte la cabeza. Así que haz lo que te digo ahora mismo- bufó como si de una bestia furiosa se tratara, Zin sabía que estaba a punto de perder los estribos como aquella vez en la que también había intentado matarle al descubrirle entrando a la mansión, hacía casi un año atrás. Pero ya no quería temer a aquel hombre. Había llegado a sus propios límites. Su vaso había sido colmado con lo que aquel día había sucedido. Así que optó por que sucediera lo que tuviera que suceder.

-Cómo he dicho antes, no quiero volver a verle. Señor. No quiero que vuelta a tocarme. Ahora… le pediré amablemente que… me libere. Al criado Yusuke también-

-¿Así que quieres que te libere, eh?- preguntó apretando su mandíbula a tal punto que el rubio fue capaz de escuchar cómo sus dientes rechinaban –ahora mismo lo haré- murmuró por último desenvainando su sable. Al instante el más bajo corrió hacia la puerta en busca de dirigirse hacia el despacho de Masashi, allí dónde sabía que guardaba las demás armas. El pelinegro le persiguió haciendo trizas todo a su paso, gruñendo hecho una furia al no poder acertarle en un solo lugar al escurridizo mocoso. No tenía idea de cuándo era que había mejorado tanto, ni de dónde había sacado aquella manera de defenderse a sí mismo. Pero no le agradaba en absoluto, tenía que terminar el asunto cuánto antes.

El rubio casi rodó por las escaleras que conducían al primer piso, medio gateando, medio al trote alcanzó el despacho cerrando la puerta para ganar tiempo, corriendo hacia la esquina en dónde descansaban los numerosos sables del general. Tomó uno bastante liviano cuya vaina blanca llamó su atención al instante, la empuñadura estaba bañada en puro oro. El hombre derribó la puerta y Zin, después de tanto tiempo, otra vez fue capaz de notar esa clase de aura oscura que le rodeaba. Tal vez fuera una simple ilusión debido al cambio de luces entre el pasillo y el despacho, pues ante los rápidos movimientos las llamas de las velas danzaban violentamente.

Desenfundó su propio sable justo a tiempo para detener un ataque. La vaina había ido a parar sobre el escritorio en una posición muy extraña. El general era mucho más fuerte que Anzi, cosa que en un principio no recordaban y le espantó. Pero luego tomó valor concentrándose en no salir herido, pues con aquel claramente sería capaz de perder un brazo, una pierna o la mismísima cabeza. Ésta vez sí se proponía a matarle pero él no se lo iba a permitir.
Lucharon intensamente, el general se volvía a cada vez más furioso cuándo resultaba herido, blandiendo con tanto poder el sable que más de una ocasión, el rubio gritó de dolor al resultar alcanzado en alguna parte de su cuerpo. La sangre de ambos era absorbida por la alfombra. Tenía que despojar de su arma a la bestia antes de que en medio de un descuido le hiciera daño de verdad.

Aplicando uno de sus trucos sucios, con sólo una mano blandió la propia arma conociendo muy bien las consecuencias que vendrían si no se movía rápido. Con la otra mano libre tomó la vaina del sable que aún reposaba sobre el escritorio golpeando directamente en la entrepierna al general quién sin esperarse aquello, flaqueó en medio de un quejido. Aquello fue suficiente para de un manotazo, apartar el sable contrario bastante lejos.

Con la empuñadura del propio sabiendo muy bien que ésta no iba a ceder, le golpeó varias veces en la mandíbula hasta que completamente desorientado, el general trastabilló contra la puerta cayendo a través del hueco hacia el pasillo. El pequeño se encaramó hasta encima de su cuerpo ésta vez golpeándole con sus puños, recibiendo de vez en cuando un golpe tan fuerte que casi le dejaba fuera de combate. Se revolvieron, incluso rodaron hasta el centro del pasillo en dónde por fin, el más alto lo acorraló contra la alfombra mordiéndole directamente en uno de los hombros con tanta violencia que no solo una gran parte de la prenda que llevaba puesta sino que también de la piel se desprendió como si de una fruta madura se tratara.

Al instante el rubio gimió de dolor mientras sus ojos se llenaban de lágrimas, sin embargo furioso llevando sus manos hacia el rostro del contrario para intentar hundirle los ojos en las cuencas. Iba a matarle por semejante acto salvaje, tenía que liberar a la mansión por completo de aquel monstruo.

Llegó a hacerle bastante daño rasguñándole los ojos, sin embargo el hombre volvió a asestarle un golpe que le resintió el cuello a tal punto de no permitirle moverse.

-Maldito monstruo- murmuró totalmente agitado, entre la furia y la angustia que ahora hacía presa de él –sería mejor para el mundo que estuvieras muerto. ¡Muerto!- una vez recobró un poco la movilidad, también le asestó un golpe en la mandíbula. Pero la verdad era que ninguno de los dos se encontraba ya en condiciones de continuar luchando. El general lo sostuvo por las muñecas sacudiéndole varias veces para intentar que se calmara.

-Escúchame mocoso… ¡Escúchame atentamente!- le gritó en cuánto volvió a perder la paciencia –hoy no te mataré, pero haremos un trato. Uno que sin duda sí te conducirá a ti solo a tu propio fin.

-¿D-De qué se trata?- preguntó casi sin aliento sintiendo como la sanguinolenta masa que era su hombro comenzaba a arder demasiado.

-Al otro lado del mar… - comenzó a hablar sin darse tiempo a sí mismo de recobrar el ritmo normal de su respiración –el ejército del rey de aquellas tierras aún no ha recuperado su número original. De hecho ni siquiera tienen buenos comandantes… alguien que dirija el rebaño como debe ser. ¡Estate quieto!- refunfuñó mientras Zin intentaba soltarse.

-No es necesario que me toque ni que esté encima de mi cuerpo ensuciándome con su sangre- comentó finalmente soltándose. Se arrastró hacia la pared más cercana en dónde se recargó apoyando su dolorida espalda.

-Teníamos planeado ir en aproximadamente diez días hacia allí. Cruzar la distancia con los barcos de nuestro ejército y acabar con todos ellos, matar al rey, conquistar sus tierras, esclavizar todos los pueblos, establecer un buen mercado cuyas rutas a través del mar fueran activas. Lo has arruinado un poco al herir a dos de las principales personas que tienen bajo su mando, cada uno a veinte mil hombres. No tienes experiencia militar, eres un inútil, me quieres lejos de tu vida… puedo enviarte allí, tendrás a cargo a mi propia parte del ejército. No vas a sobrevivir… eres débil. Nadie lo sabrá por el momento, sólo mis hombres y yo. Entonces te propongo que vayas allí, intentes dominar a mi gran tropa si es que puedes, conquistar aquellas tierras y si no mueres en el largo viaje que te espera, ellos te traerán de regreso bajo una orden estricta de su verdadero jefe y yo mismo te cortaré la cabeza. De todos modos será tu fin. ¿Qué me dices? Si te niegas, te advierto que tendrás que pasar el resto de tu vida aquí, como siempre sin poner alguna queja más.

Zin lo miró perplejo, casi como un idiota. Su corazón comenzó a latir violentamente mientras las palabras del hombre se repetían en un eterno eco dentro de su mente. Aquella era la oportunidad que, si bien no era lo que planeaba, había estado esperando. Sin siquiera dudarlo, asintió una sola vez. Y dolorosamente estiró su brazo para estrechar la enorme mano del general, así sellando un pacto.

Simplemente no podía creer lo que acababa de ocurrir, sucediera lo que sucediera a partir de ese instante a la vez que el general se incorporaba pesadamente en busca de ir hacia algún lugar en dónde quitarse la sangre de encima, supo una única cosa: tenía que hacer lo posible por sobrevivir. Y lo lograría. A pesar de que el general le hubiera enviado directo a entre los brazos de la muerte, él la burlaría pasando sobre ella. 

Notas finales:

Buenas, buenas, buenas ouo/ 

¿Cómo les va? <3 Aquí les traigo un capi fresquito. Espero que les haya gustado. 

Tengo planeado adelantarlo obviamente diez días ewe total será masomenos lo mismo la vida del enano(?) así que un capi más y luego nos hacemos un salto de nuevo en el tiempo a diez días más adelante.

Y luego... ya verán ewe -mejor se calla- 

¿Qué les pareció? ouo Pues, me costó el cerebro y medio escribirlo como deseaba porque como tengo sueño me salía muy Argentino todo el tema de la narración así que tuve que pone en modo piloto el idioma Eshpañol de Eshpaña y dale para adelante e.eU

Les voy a pegar un fragmento de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo *A* que me pareció muy djdnk. Necesito compartirlo así que aquí viene: 

"Los tiempos peores ya han pasado y nunca volverán. Esas cosas no se repetirán jamás. Sé que no es fácil, pero, con el paso del tiempo, lo olvidarás. Un ser humano no puede vivir sin su verdadero yo. Es como un terreno. Si falta, no se puede construir nada encima."

Y pues uwu esa última frase me gustó aunque bien hay fragmentos mejores. 

 

Bueno owo nos estamos viendo en la próxima actu, si es que no me estoy olvidando de decir nada... 

Ah si eue estuve stalkeando las leídas de El aullido de la muerte y ya van bastante elevaditas~ veo que les gusta uwu <3 haré la segunda parte de ese fic bien termine éste. Aproximadamente...en un mes owo hum -ruega no olvidarse de ningún detalle de ese fic-

 Ehm uwu qué más... mhh... prr... no sé -huye- se la cuidan ouo/ besines. 


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