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Valiente. por Maira

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─Traigan algo para curar las heridas de Mao ─suplicó Kei mientras se dedicaban a avanzar por el pasillo que conectaba las mazmorras. No había tiempo de salvar a nadie más. Se escurrirían hacia una de las tantas salidas secretas que existían en el castillo, con sus puertas ocultas tras los tapices, los muebles, las alfombras de la mejor calidad que adornaban el lugar. Solamente Omi podía recordarlas puesto que desde muy pequeña solía escaparse a través de ellas cuándo las cosas se ponían muy mal con el capataz, el rey o cualquier otro adulto. En esa ocasión se habían infiltrado en el castillo mediante una de las mismas, la de la cocina. Allí se llegaba desde un largo conducto que comenzaba cerca de la cima del camino principal, por el que había que gatear a través. La entrada secreta al castillo desembocaba en el interior de unos muebles, justo bajo las amplias mesas de madera en dónde se solía amasar el pan.
Una vez fuera de la gran construcción de piedra, en campo abierto se separarían. Kazuki acompañaría a Ryuutarou a su pequeña casa cerca de las montañas, tomarían todo lo necesario y protegidos por la oscuridad regresarían al encuentro de los demás. Todos juntos llegarían hasta el navío anclado en la costa muy cerca de la segunda ruta comercial del Norte, la que conectaba directamente con el desierto. No se demorarían demasiado en llevar a cabo lo que se proponían. La muchacha fue precavida. Mucho antes de que se infiltraran en el castillo, había enviado al resto de los muchachos que los acompañaban en la tarea de explorar el terreno en busca de enemigos, de nuevo a la nave.

─Estoy bien. No debería preocuparse por mí, joven Kei ─se apresuró a responder el muchacho en cuestión. Avanzaba último en la fila, detrás de todos ellos con la cabeza muy agachada.

─Deja eso, Mao. Si vas a venir con nosotros, nos hablarás de forma normal. Ya no trabajas más para nadie. El mundo está de cabeza ahora mismo ─comentó Ryoga y en ese preciso instante Omi les hizo callar a todos.

Subieron las escaleras de la forma más silenciosa que pudieron. Omi, que encabezaba la fila, se detuvo a escuchar por alguna clase de movimiento. Al parecer a esas horas de la noche todos dormían; pero en el preciso momento en que se disponía a avanzar, unos pasos amortiguados por la alfombra se escucharon en el pasillo. Ella les obligó a retroceder violentamente a manera de ganar espacio, esperó paciente hasta que el pobre desgraciado llegara y lo atravesó con su sable sin siquiera vacilar. Suponía que se trataba de un soldado que montaba guardia en ese piso, arrojó su cuerpo por las escaleras y el mismo rodó hasta llegar al suelo en donde por supuesto debido al impacto quedó en una posición muy extraña, la funda del sable que llevaba al cinturón produjo un ligero sonido que retumbó en toda la extensión del pasillo al ser golpeada contra cada escalón. Contuvieron la respiración hasta que el eco se hubiera esfumado, a la espera de que de repente surgieran soldados de todas partes. Por supuesto nada de eso sucedió.
Más tarde se asomó a escudriñar rápidamente los alrededores, las sienes le latían con fuerza e intentaba controlar su agitada respiración, todo se encontraba perfectamente desierto. Al parecer no se toparían con nadie más en mucho tiempo. Por un momento creyó que aquello era sospechoso, quizá el soldado hubiera sido un simple cebo; sin embargo más tarde ante un quejido en un hilo de voz por parte de Manabu, se armó de valor y avanzó de nueva cuenta a la cabeza del grupo. Si alguien intentaba detenerlos, tomaría cartas en el asunto tal cual acababa de hacer.

Llegar hasta la sala de armas no les supuso ninguna dificultad. A punto de abrir una puerta situada detrás de una de las pesadas vitrinas que exhibían sables mucho más antiguos de los que se acostumbraban usar en la época, tan disimulada entre el vistoso diseño de la pared que era imposible notarla, Omi volteó. Lo primero que hizo fue echar un vistazo alrededores, pues algo faltaba allí pero no caía en la cuenta de qué era. Los contó y repasó entre su memoria los rostros. Hasta que por fin les dijo en voz muy baja que había visto el cadáver de Atsushi ser arrojado sobre los de otros soldados. Más tarde les preguntó por el paradero de Zin. Le respondieron sin muchos rodeos con un pequeño resumen de lo que había sucedido y ella estuvo a punto de perder la compostura. A cambio, para disimular las lágrimas que habían amenazado con escapar, les dio la espalda y empujó la puerta. Con rapidez tomó uno de los candelabros más cercanos, avanzó escaleras abajo con tanta velocidad que casi la perdieron de vista.
Kazuki fue el último en ingresar y cerró la puerta a sus espaldas. Mientras los demás se escurrían hacia el oscuro pasadizo de piedra, él había movido lo suficiente la vitrina hasta ubicarla contra la pared, a manera de disimular que alguien había estado allí y había alterado el orden de los muebles o la lisa disposición de la alfombra que se tomó el trabajo de alisar.

Las escaleras conducían a un túnel antiguamente construido para ser usado por el rey en caso de emergencia. Allí el calor era insoportable, todo se encontraba demasiado oscuro, era un ambiente sofocante. El aroma a carne quemada en grandes cantidades les llegó a su nariz de forma muy vaga gracias al intenso olor a humedad y tierra que predominaba. Un par de ratas recorrían apresuradas los zócalos y desaparecían entre algún hueco en las paredes. Avanzaron bajo el pobre resplandor de las velas que no alcanzaban a iluminar más allá de sus pies. Todos estaban nerviosos, temían porque alguien les escuchara ante el más mínimo descuido. Además de que el lugar no era para nada agradable, aunque mil veces mejor que las odiosas mazmorras.
Tardaron mucho tiempo en ganar una distancia prudente que les invitara a retomar la palabra, seguros de que ya habían abandonado la zona del castillo y el eco de las voces no llegaría hasta el otro lado del túnel. Sin dejar de avanzar, Omi les explicó la forma en la que habían descubierto mucho antes de llegar a tierra firme el fuerte quemado, las tropas vigilando la costa; mucho más al norte, cerca de los acantilados, un par de navíos abandonados a los que tuvieron que sortear. Habían llegado tan lejos en su afán de no ser vistos, que tendrían que avanzar cuatro días a pie hasta dar con la nave. Una vez a bordo partirían en línea recta hacia el desierto, pues no había mejores tierras para esconderse que aquellas. Allí sanarían sus cuerpos, sus corazones y planearían una venganza adecuada contra el general Miwa. Era probable que jamás recuperaran sus tierras, pero al final el hombre junto a sus restantes compañeros no iban a salir airosos.  

Al llegar al exterior se separaron. Omi apagó las velas de una sola vez, pues no quería que las pequeñas llamitas los delataran. Enseguida Ryuutarou y Kazuki se alejaron a paso rápido bajo las indicaciones de volver en línea paralela por el segundo camino del Norte, entre los relieves rocosos. Procuraron que nadie los viera desde lo alto de las murallas, protegidos por las filosas salientes, la oscuridad de la noche, su propia agilidad. No tardaron más de un cuarto de hora en llegar. Enseguida el mayor encendió una vela pequeña con la cual iluminó las diversas estanterías. Con ayuda de Kazuki al que primero del dio un fugaz beso en los labios junto a unas caricias en el rostro, comenzaron a llenar una bolsa de cuero con diversas hierbas secas, ungüentos, utensilios, un poco de comida, unas botellas de vino e incluso una pequeña figurilla del dios principal del panteón que el pelinegro insistió en llevar con ellos bajo la premisa de que les otorgaría protección. Todo lo que sirviera fue a parar sin remedio a la bolsa de cuero que se volvió pesada, casi imposible de cargar sobre el hombro sin resentirse la muñeca.
Apagaron la vela y volvieron a escabullirse hacia el exterior en busca de los demás que ya deberían haber avanzado un buen trecho para ese entonces.

─Fue un verdadero desastre. Atraparon a Zin y lo rociaron con aceite, luego le arrojaron una antorcha encima… ─el pelinegro suspiró entrecortado al recordar tan vívidamente el suceso─. Lo siento, Kazuki. Lamento que tu familia se haya separado de esta forma. Yo… los quiero mucho a todos. El pequeño Kei está muy asustado. Lamento no haber podido hacer nada al respecto.

─Tuve alguna clase de mal presentimiento en cuanto vimos el fuerte en esas condiciones ─respondió el castaño. Utilizaba el mismo tono de voz bajo al hablar de manera que a través del campo abierto nadie les escuchara. Sólo al pasar cerca de las murallas del castillo, por entre el pueblo, fue que hicieron silencio y se movieron de forma más ágil. Las columnas gruesas de humo provenientes de las diversas hogueras se alzaban hacia el cielo, el aroma a carne quemada era insoportable. ¿Cuánto tiempo tardarían en abandonar la zona? Kazuki tosió al encontrarse sus pulmones llenos del asqueroso humo, incluso unas repentinas arcadas hicieron presa de su garganta─. Aunque no pensaba que habían sucedido tantas cosas horribles. Esos tipos son unos monstruos. Me despedí de todos antes de partir pensando en que yo era el que moriría, pero me encontré con todo esto ─se afirmó el agarre de la bolsa de cuero por encima de uno de los hombros, a la par intentaba aferrarse a una idea fija en su mente con la intención de distraerse y no vomitar allí mismo. A la otra mano la mantenía ocupada con la de Ryuutarou que no se la había soltado desde que abandonaron su casa.

─Pero tú viniste a rescatarnos de esos monstruos. Ahora estás aquí con nosotros. Todos cuidaremos de todos… hasta que algún día recuperemos nuestro hogar.

─Ah… ─musitó el menor. Las palabras de Ryuu habían sido seguras, conmovedoras; sin embargo él sabía que posiblemente jamás volvieran a recuperar el dominio de aquellas tierras en dónde crecieron. Hacía unas semanas había estado en las tierras al otro lado del mar, se había enterado de que un general del ejército del rey había sido asesinado, de que las gentes murmuraban que una revolución estaba a punto de estallar y que tarde o temprano, la pujante fuerza del sur haría acto de presencia. Calló para sí mismo, también para no ahogar las esperanzas del muchacho. Lo quería mucho, no podía verlo triste. Prefería mentirle por sólo esa ocasión, hasta que con el tiempo él mismo cayera en la cuenta de todo lo que sucedía.

─Nos estamos desviando del camino, Kazu. Es por aquí ─le indicó al menor que estuvo a punto de tomar la dirección contraria. Relajaron el paso una vez se encontraron en terreno abierto. El viento soplaba de manera violenta, algunos pétalos de flores se alzaban entre pequeñas nubes de tierra o arena. Mucho más adelante divisaron una gran masa oscura en movimiento que se trataba del resto, lo supieron en cuanto notaron la camisa blanca que Omi llevaba puesta. Ambos suspiraron de alivio y luego de intercambiar una mirada, se soltaron las manos y echaron a correr hacia ellos.

─¿Tuvieron muchas dificultades? ─preguntó Omi en cuanto llegaron a su lado.

─Ninguna salvo mi escaso sentido de la orientación en la oscuridad ─comentó Kazuki con la respiración muy agitada─, no tienen dispuesta mucha vigilancia. Están más entretenidos quemando cadáveres que haciendo lo que deben. Además es tarde. Trajimos todo lo necesario.

─Las siguientes noches tendremos que parar en alguna cueva. No podemos dormir durante el día porque no sabemos cuándo podrían sorprendernos. Tendremos que movernos lo más rápido que podamos. En unos cuatro días a más tardar, estaremos llegando a la nave si es que antes los muy malditos no la descubren ─la muchacha miró hacia atrás como para comprobar que todos continuaban siguiéndole.

─Tendremos que dirigirnos a las ciudades del norte. Lo más lejos posible de las montañas que separan las tierras ─comentó Anzi. De vez en cuando afirmaba entre sus brazos a Kei que se le resbalaba─. Allí dónde sólo hay arena, carne de camello y un pozo cada cien kilómetros. No nos encontrarán ─por el bien de todos ni siquiera se atrevió a pensar en Miko y Hakuei.

─Estamos escabulléndonos como ratas ─murmuró Manabu con impotencia.

─¿Acaso queda otra opción? ─respondió Omi en tono de regaño─. Si intentamos luchar nos matarán a todos. Son mayoría.

─Mi padre… ─pronunció Kei en un susurro y luego miró a Anzi que le había clavado la mirada.

─Algún día te voy a contar esa historia, mocoso. Por ahora debes saber que con nosotros estás a salvo y mucho mejor de lo que podrías estar con él. Así que ya no lo pienses ─en medio de un gesto cariñoso que ni él mismo pudo creerse, le dio un beso en la frente a Kei.

El viaje a pie duró más tiempo de lo pensado. Improvisaron pequeñas fogatas en las que con ayuda de los elementos que Ryuutarou había traído consigo, prepararon la medicina necesaria para Kei, le bajaron la fiebre a Manabu que había vuelto a subir debido a los esfuerzos y curaron las heridas de Mao, también las de Anzi. Todos permanecían bastante callados, nadie reía, todos estaban muy afligidos, nadie se atrevía a intentar hacer una broma para levantar los ánimos de los demás. El vacío era notable, allí faltaban personas. Ya nada era lo mismo.
Omi permanecía demasiado atenta al entorno, incluso sin dormir durante los dos primeros días. Al tercero fue que cayó en un profundo sueño del que Kazuki la arrancó a la hora de continuar con la marcha.
Sortearon todos los poblados con los que se encontraron, pues en cada uno de ellos había soldados del ejército contrario dispuestos estratégicamente. ¿En qué clase de infierno se vería envuelta su querida tierra a partir de ese entonces? No lo sabían. Casi al final del sexto día alcanzaron la nave que se encontraba intacta, al igual que todos sus tripulantes.

Partieron de inmediato luego de un rápido recibimiento. Abandonaron todo lo que alguna vez les había pertenecido. Sin poder evitarlo sus muertos se volverían cenizas en una hoguera común y las mismas se verían entremezcladas con las de tantos otros, amigos o enemigos. No tendrían una tumba en dónde depositar sus restos e ir a ofrecerles flores o preciosas conchas marinas que las adornaran. Sólo quedaban los recuerdos y las nostálgicas sensaciones al contemplar tal o cual relieve o zona, pues en cuestión de instantes sus ojos sólo verían mar, un enorme cielo sobre sus cabezas tachonado de estrellas, la brillante luna.

Fijar el rumbo directo hacia aquellas misteriosas tierras áridas no les tomó mucho tiempo. A pesar del cansancio, Omi volvió a asumir el mando de todo y así permitió que los demás comieran o descansaran. Por supuesto Kazuki le ayudó, no había una sola ocasión en la que no se ofreciera a ayudar. Si el viento y las corrientes les favorecían, no tardarían mucho tiempo en tocar tierra firme.
Ella no quería admitirlo ya que no lo encontraba apropiado, pero comenzaba a sentir una pequeña emoción que crecía con cada latido de su roto corazón. Las promesas que la arena traía consigo aguardaban por ellos. 

Notas finales:

Buenas, buenas ouo/~ 

Tengo que decir en primer lugar, que espero que les haya gustado el capi. 

En segundo lugar, pues, he decidido que el fic continúa y ya tendré que ver como reformo el resumen para no mandarme un pedazo de spoiler :'D el siguiente capi se titulará "Parte dos" con el número de capi 1. Para no generar algún tipo de confusión que no quiero aunque creo que ya lo hice (?)

Habrá nuevos pj, nuevos escenarios, pasarán más cosas, seguirá muriendo gente(???) y pues uwu la vida sigue y sigue. 

Yo aquí me despido por hoy ouo/ se cuidan. 

Gracias por leer~ 

-huye-


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