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Valiente. por Maira

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En los momentos que se quedaba sola no podía evitar llorar por la muerte de su madre. Siempre escogía los lugares que dieran con los límites de la ciudad, allí donde el desierto comenzaba a extenderse a modo de infinito manto color dorado. De tanto en tanto, un pequeño arbusto o planta de estructura reseca interrumpían con aquella serenidad y se agitaban ante las caricias que el viento les proporcionaba.

Se entregaba a la tarea de enjugarse las lágrimas cuando Hakuei la encontró, por alguna razón, su hermano siempre la podía localizar en dónde se metiera. En una ocasión al preguntarle cómo lo lograba, él le había respondido que ‘pensaba como Miko lo hacía’ y de esa manera se le hacía muy sencillo hallarla.
Su hermano se sentó a su lado sobre unas alfombras enrolladas, con la espalda contra la pared y ambos observaron el árido paisaje.

─A ella no le gustaría que lloraras ─comentó al poco tiempo, pues entretenido en encender la alargada pipa de madera se había mantenido muy callado. Hacía tiempo que fumaba. Allí al igual que los adultos, la mayoría de los niños lo hacía. Fumar tabaco consistía en una práctica tan común que nadie le prohibía a nadie hacerlo. Dio un par de caladas rítmicas, bastante cortas, con el fin de quemar bien el tabaco y al cabo de dos o tres caladas largas, dejó reposar el objeto en la palma de su mano.

─A veces recuerdo cosas bonitas o divertidas, no puedo evitarlo ─luego de apartarse las lágrimas de las mejillas con ayuda del dorso de sus manos, comenzó a peinarse los largos cabellos castaños con sus dedos. Ante cada movimiento las ondas despedían un brillo sutil y el perfume del aceite de flores que su ‘tía’ solía aplicarle con esmero para evitar los piojos. Se detuvo a observar a su hermano fumar, más tarde tendió su mano a modo de pedirle la pipa a la que dio un par de caladas. Se la devolvió casi al acto.

─Puede que enviarle plegarias te ayude. Sólo no llores frente al viejo, ya sabes que podría castigarte ─decidió recordarle por si acaso lo había olvidado. Su Ho Elam, su jefe que los comandaba y los entrenaba, era un hombre tosco que no toleraba las lágrimas en los rostros de las mujeres ni los hombres. Más de una vez presenciaron cómo castigaba a los niños que se echaban a llorar, cosa que no era para nada bonita─. ¿Escuchas eso? ¿Qué es?

─No lo sé ─respondió ella. Al instante se colocó de pie en busca de aquel sonido muy parecido a un silbido. Miró alrededores con su entrecejo fruncido debido a la luz solar y más tarde sus ojos se abrieron grandes─. Es por allí ─echó a correr hacia la dirección en la que había escuchado el sonido, las sandalias se le hundía en la blanda arena ante cada paso, sabía que su hermano la seguía ya que le escuchaba a sus espaldas. Ella soltó una exclamación de sorpresa al ver de qué se trataba, le siguió una risa tierna.

Una cría de camello avanzaba por completo sola a través de la arena. Emitía un sonido desesperado, como si buscara a la madre que le había abandonado o tal vez muerto. Cuándo los niños se acercaron corriendo, se detuvo en seco e intentó volver por dónde había llegado, luego describió grandes círculos ante la persecución. Hasta que al fin Hakuei que había dejado caer su pipa en la arena, se le lanzó encima y lo tranquilizó con caricias.

─Está lleno de pulgas ─murmuró el muchacho al hurgar entre el pelaje, medio recostado de lado contra el animalito que se había calmado un poco al encontrarse en compañía. Sonrió cuándo su hermana también lo acarició. Por si acaso se le ocurría escapar, mantuvo el largo cuello del animal rodeado con uno de sus brazos. Más tarde estiró su brazo libre hacia la pipa que tomó de nuevo y se guardó al cinturón junto al sable curvo al haber perdido todo el tabaco que contenía.

─¿Aún tomará leche? Es tan bonito y suave… ¿Crees que sea huérfano? ─acarició el hocico afelpado como un durazno y luego le observó de cerca las largas pestañas, completamente fascinada.

─O puede que se haya perdido ─él se dedicó a acariciar el cuello o la joroba, a la vez que con regularidad le daba un par de palmaditas─, no suelen andar muy lejos de sus madres ─por más que quiso, no pudo evitar soltar una carcajada cuando el pequeño camello comenzó a masticar el borde del velo que su hermana traía colgado sobre los hombros. Ella entre risas le dijo que se callara e intentó alejar el hocico lo que más pudo con ayuda de sus dos manos─. Deberíamos alimentarlo. Anda, llevémoslo y démosle un baño para quitarle las pulgas. Está solo, se va a morir aquí. Dame eso ─entonces señaló el velo en el que ahora aparecían un par de agujeros.

─La tía se va a enfadar si lo llevamos al burdel ─comenzó a replicarle mientras se quitaba el velo blanco. Se lo entregó a su hermano que le interrumpió con un chasquido de su lengua.

─Dalia está muy ocupada, no se va a enterar ─dijo medio en reproche─. Lo podemos guardar en los establos del herrero, no los utiliza con más de dos caballos y estaremos cerca de él durante las noches por si acaso llora ─siempre llamaba a su madre por su nombre, era una costumbre que había adquirido desde muy pequeño y no podía quitársela por más que la misma se lo hubiera reprochado miles de veces. Rodeó el cuello de la cría con el velo de su hermana, lo anudó sin que le presionara demasiado y lo utilizó a modo de riendas. En un primer momento la cría se rehusó a caminar; pero luego de un par de palmadas más en la joroba, de insistir en jalar, de silbarle con un sonido parecido al que emitía, el animal comenzó a caminar. Juntos se dirigieron a casa a darle un baño, algo de comer, algo de beber, por último un buen cepillado en el pelaje.

─¿Cómo crees que se llame? ─preguntó ella que caminaba con una mano sobre la blanda joroba.

─Aún no tiene nombre.

─Su madre debe haberle puesto un nombre en el idioma de los camellos.

Él soltó una nueva carcajada ante la ocurrencia de su hermana y luego la miró con una sonrisa divertida en el rostro─ ¿Cómo quieres que se llame? Es macho, tienes que ponerle un nombre de camello macho.

─Mhh… ─ella pareció meditar unos instantes sobre el nombre, hasta que al fin con una sonrisa se limitó a responder─. Quiero que se llame Shaday ─miró a su hermano en busca de un gesto de aprobación, pues si no le gustaba, habría pelea. 

─Aquel que canta ─recitó su significado mientras avanzaba─. De no ser por su voz, no lo habríamos escuchado.

─Así es.

Despertó otra vez, completamente bañado en sudor debido a las pesadillas y con unas náuseas tremendas. Las cadenas que le sostenían a la pared eran pesadas, los grilletes le hacían daño en la piel de las muñecas. Se encontraba solo. Repasó con su mirada aquel espacio en el que una cama, un escritorio con su silla y un par de baúles aparecían en la misma posición de siempre. A esas alturas había perdido la cuenta de cuántos días habían pasado.

Dos o tres veces al día, un soldado ingresaba a ofrecerle agua en un cuenco, un poco de comida a la que rechazaba, un trapo húmedo que estaba asqueroso para limpiarse el sudor. En caso de necesitar vaciar la vejiga, le quitaban los grilletes, un par de soldados más le acompañaban hacia la orilla a través de la rampa y allí, con más de una amenazante pistola a sus espaldas, tenía que hacerlo. Siempre que le colocaban los grilletes los hombres le pellizcaban la piel.

Continuó con la mirada perdida sin atreverse a formular un pensamiento ya que siempre todo solía desembocar en Jui, su amado Jui. Si cerraba sus ojos, era capaz de escuchar un disparo, verle el cráneo roto, la sangre que formaba un charco en el sucio suelo. Las primeras noches estuvo a punto de perder la cordura, pero con el tiempo se había rendido tanto en luchar como en pensar. Nada valía la pena. Su mundo se había derrumbado y su corazón había muerto con su querido novio. Jui se había esfumado para siempre, era probable que los demás también.

Un soldado ingresó con el acostumbrado cuenco de agua fresca, se lo entregó. Como estaba sediento bebió hasta el fondo. A través de la puerta abierta se podía ver el cielo azul, completamente despejado. El mar se encontraba calmo, los demás soldados se encargaban de sus acostumbradas tareas diurnas, los eslabones de las cadenas resonaron al entrechocar entre sí con el movimiento. Le entregó el cuenco vacío mientras le miraba a los ojos para asegurarle que no iba a atacarlo.

─¿Te llamaban Hiro, cierto? El general Miwa ordenó partir de inmediato con una tropa en una sola nave. Eso quiere decir que a más tardar hoy en la noche estarás lejos de aquí, en el mar ─por alguna razón el hombre parecía odiarle. Él se limitó a asentir, luego muy silencioso lo observó hasta que se retiró.
Lejos de las tierras en que había nacido. Por alguna razón pensar en eso le afectó. Sacudió la cabeza en forma negativa hasta que se sintió lo suficiente mareado como para recostarse contra la pared tapizada y quedarse con la vista fija en el techo, un suspiro le tomó por sorpresa. ¿Qué sería de él? No quería trabajar para aquel asesino. El general Miwa nunca le había agradado ya que había escuchado varias historias espeluznantes por parte de Omi. No quería enloquecer, no quería formar parte de ese repugnante grupo, se rehusaba terminantemente a convivir bajo el mismo techo que aquellas personas. Pero todo estaba perdido, no había oportunidad de luchar ya que ellos conformaban la mayoría, eran poderosos. Había visto muchos rostros conocidos cubiertos de sangre como para jurar lealtad a las fuerzas que le tenían prisionero en ese momento. La cabeza comenzó a dolerle otra vez en el lugar que había recibido un golpe.

Intentó dejar su mente en blanco. Poco a poco sus párpados volvieron a pesarle y se sumió en un sueño turbulento del que a veces creía despertar. Eran imágenes horribles acompañadas de sonidos aún peores, pasajes de la batalla que había ocurrido. En ellos no podía salvar a nadie, lo secuestraban e incluso lo torturaban. Tenía miedo porque iban a utilizar fuego. De repente se encontraba con la espalda contra las ardientes brasas y a quién veía no era a ningún militar, sino al viejo capataz del castillo que intentaba hundirle el cuerpo entero en el fuego. Él gritó con todas sus fuerzas.
En algún momento del día o la noche volvió a despertar cubierto de sudor, con la respiración muy agitada y a dos de los generales observándole con atención. La nave crujía, las olas golpeaban el exterior, las voces de los hombres en medio de sus labores llegaban hasta sus oídos a través de la puerta cerrada.
 

Ante el aplastante calor el pelaje de la cría no tardó en secarse. Le cepillaron bien cada rincón, le dieron de beber varios cubos de agua rebosantes, lo alimentaron con unos pocos dátiles que encontraron, avena, hierba seca que también se le daba a los caballos del lugar. Miko se veía muy feliz, a Hakuei eso le reconfortaba. Mientras ella acariciaba al animal en el hocico, él se encargaba de formar un montículo de hierba seca, madera, tela, para que el pequeño descansara. Y en esas se encontraba cuando un muchacho no mucho mayor que ellos llegó corriendo a darles la noticia de que varios integrantes de las Águilas Negras, una de las más numerosas tribus guerreras del desierto, habían llegado a la capital con noticias frescas acerca de lo ocurría al otro lado de las montañas.
Hakuei le preguntó a su hermana si le apetecía ir con ellos, ella negó con su cabeza y prefirió quedarse un poco más con la cría, comentó que quizá pudiera hacerla dormir un poco. Por lo tanto, sin esperar un solo instante más, palmeó una sola vez el brazo del muchacho con intenciones de que le siguiera a la carrera.

El segundo al mando del gran grupo guerrero era Leoneil. Se llevaban muchos años puesto que Leoneil tenía más de veinticinco, sin embargo habían trabado amistad sin problemas, entre un fugaz amorío que hacía poco más de un año el muchacho aparentemente había decidido comenzar. Era una simple atracción, nada serio.
Se escurrió entre el gentío que los contemplaba avanzar, cada uno iba montado en un poderoso caballo de patas finas pero fuertes, hechas para la arena. Al encontrar la larga cabellera que había estado buscando, su corazón dio un brinco. El esbelto muchacho envuelto en una túnica negra avanzaba con los demás sin apartar la vista del frente. Les perdió la pista cuándo tomaron otro rumbo y al encontrarse con una zona desierta avanzaron al galope. Seguramente se dirigían a la tienda del jefe. Se presentaría allí. Echó a correr de nuevo por entre la multitud que comenzaba a dispersarse dispuesta a volver a sus tareas.

Cuándo por fin llegó hasta las cercanías de la tienda, en uno de los extremos de la gran ciudad, se recargó con los brazos cruzados contra uno de los muros de adobe cercanos. Observó a Leoneil que conversaba en voz baja con otros guerreros. Por descontado, dentro de la tienda ambos jefes mantenían una larga charla. Él por su parte se mantuvo a la vista, sonrió cuándo el muchacho le reconoció y en un impulso subió a su caballo, lo mantuvo al trote hasta llegar a su lado, lo observó desde arriba con una sonrisa radiante en sus labios. Sin mediar más que un saludo de bienvenida, se subió, se ubicó detrás y partieron al galope hasta un lugar dónde nadie les encontrara.

─¿Cómo has estado, pequeño bribón? ─le preguntó el pelinegro. Habían llegado a una vieja calle cercana a la fábrica de alfombras dónde apenas la gente transitaba a esas horas. Permanecían sentados en uno de los escalones que conectaba un callejón con otro más alto. Le pasó el brazo por encima de los hombros y lo atrajo hacia su cuerpo en medio de un gesto un tanto brusco.

─Un poco ocupado ─le respondió animado. Se comunicaban en la lengua materna de Leoneil ya que el joven no hablaba bien la de la capital. A Hakuei le encantaba escuchar el tono acaramelado pero masculino de su voz. Debido a que estaba siendo entrenado por un líder terco que insistía en inculcarles las lenguas de todos los visitantes de la capital, conocía los diversos dialectos de las tribus; también hablaba un poco de la lengua universal. Permitió que ese gesto cariñoso le llenara de una infantil felicidad, aunque de niñez ya no quedaran muchos vestigios en él─. Ah, hoy hallamos una cría de camello. Luego tienes que verla.

─¿No te la habrás robado de alguna parte, cierto? ¿Cómo se encuentra tu hermana? Supe lo que sucedió ─sin poder evitarlo, le besó los cabellos con mucho cariño. Nunca antes un hombrecillo tan pequeño había surtido semejante hechizo en él, era por completo inevitable.

─Está un poco triste, pero ahora con Shaday ella sonríe ─lo miró y parpadeó como en un gesto de despabilarse─. Así se llama el camello. ¡Y no me lo robé! Estaba solo en la arena, se extravió.

─Más te vale que no sea así ─muy despacio deslizó su áspera mano por la espalda desnuda del menor, hasta que al llegar al borde de los blancos pantalones de algodón, la dejó descansar allí─. Tengo un regalo para ti. Busca entre el lado izquierdo de la montura de Brisa del Desierto –dichas sus palabras, señaló con un movimiento de cabeza a su caballo de pelaje oscuro con pequeñas pintas blancas. El caballo de Leoneil era un hermoso animal de crin sedosa que desprendía un brillo precioso al ser expuesta a los rayos del sol.

─¿Un regalo? ¿De qué se trata? ─al instante abandonó su lugar y se acercó hacia donde el mayor le había indicado. Metió su mano entre las numerosas mantas coloridas que reposaban plegadas sobre la silla de montar hasta que por fin sus dedos dieron con algo sólido pero pequeño. Lo tomó con seguridad, lo sacó de allí y  lo observó. Era una pequeña cajita de madera a la que sacudió contra su oído y al notar que llevaba algo dentro, la abrió. Al ser descubierta, una pulsera de plata despidió un brillo alucinante. Se trataba de un objeto tan finamente fabricado que cada eslabón aparecía labrado y seguía el patrón semejante a la piel de una serpiente, sin perder el ritmo del diseño en todo el largo. La misma aparecía adornada en uno de los extremos con una piedra preciosa incrustada color ámbar. Enseguida se la colocó, soltó una risotada de pura alegría y fue a abrazar a Leoneil.

─La plata luce mejor en ti que el oro, pequeño hombrecito ─le habló despacio, sin quitarle sus oscuros ojos de encima mientras lo mantenía sujeto entre los brazos─. Te traeré más plata para decorar tu cuerpo la próxima vez.

─Eres fantástico, Leoneil ─murmuró aún sumido en ese estado de felicidad que el regalo le había provocado. Quería besarlo en los labios a modo de agradecimiento como a veces él solía hacerlo. Sus dedos recorrieron lentamente el espacio entre los largos mechones de cabello ajenos, en los que se entretuvo bastante tiempo antes de volver a mirarlo. Lo extrañaba, se sentía bien a su lado, no quería que volviera a su pueblo. Muy despacio unió sus labios a los del mayor y al encontrar que éste no lo rechazaba, lo besó tal cual le había enseñado.

Notas finales:

Buenas ouo/~  aquí vengo con otro capi. 

Espero que les haya gustado. 

Hoy tengo varias referencias para colocar *W* que bien. 

 

En primer lugar, tengo que decir que Leoneil o...Lionel... es de Vaniru. No estoy segura de su nombre pero debe ser Leoneil ya que así aparece en la página oficial de ellos. 

Video uwu:

https://www.youtube.com/watch?v=mwO4QTPohSg

Página oficial:

http://www.vaniru.com/profile/

Y voy a agregar un pequeño dato del fic: supongo que habrán notado el parecido entre Leoneil y el señor Sakurai Atsushi cuándo era joven eue~ pues... 

 

Tengo que decir que a la capital del desierto me la imagino como la vieja parte de Marruecos uwu aquí, un ejemplo:

http://www.beneluxcar.es/Beneluxcar.es/images/fotos/viajar-a-Marrakech.jpg

Y les voy a dejar un video que aparecen unas crías adorables de camello xDD ya que estamos con el tema hoy:

https://www.youtube.com/watch?v=1TdMq3ZEWX8

 

Hagan click con confianza en los links que los configuré para que se les abran en nuevas pestañas uwu~

 

Gracias por leer ouo/ nos estamos viendo en la próxima actu. 

 

Los quiero u//u

 

 


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