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Valiente. por Maira

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Para él los años habían transcurrido en una soledad tan densa, que creía poder acariciarla con tan sólo alzar sus manos. Los vestigios de su anterior vida humana le torturaban, las personas que lo habían rodeado ya no estaban; las memorias eran frescas, como si hubieran sucedido el día anterior, con todos sus sonidos, secuencias, horrores y desgracias.
Había presenciado grandes cambios en las tierras que transitaba sin cesar, a su alrededor todo evolucionaba, crecía, nacía o moría. Él conformaba una presencia estática en el tiempo. Era un observador de las épocas que sobrevenían apilándose unas sobres otras.

Era un demonio, un ente que se movía en la oscuridad impulsado por el ardiente deseo de aquella chispa interior que todo ser humano poseía. El círculo de plata que adornaba el cielo era su regente, los distantes puntos de luz muerta eran su constante e imperecedera guía, tan eternas como al parecer él mismo lo sería.
Su fuerza era directamente proporcional a sus debilidades. En contraste a unos poderosos músculos capaces de atravesar con facilidad el más duro de los metales, su corazón sobrenatural era débil, pues sus emociones eran más intensas de lo que podía soportar.
De un momento a otro podía pasar del amor a la ira, de la tristeza a la dicha, de la seguridad a la desesperación. Cómo tenía la capacidad de percibir el mundo en sus diferentes facetas, sufría. Se lamentaba por no poder intervenir y torcer el camino hacia el que día tras día la humanidad se dirigía.

Con el tiempo había aprendido a utilizar sus poderes para localizar y atrapar el alma del malvado. Era un proceso difícil, le agotaba por completo. Cada noche tenía que sacrificar gran parte de la energía obtenida, en el proceso de atrapar esa nube dispersa que había movido los hilos del envase en el que hasta ese entonces había permanecido prisionera. Requería de la totalidad de su concentración y de sus poderes mentales para darle una forma circular u ovalada, de esa manera mantenerla y enviarla a través de un portal previamente abierto, directo al infierno. Con suerte, había noches que podía obtener dos o tres.

Además de poder leer o controlar las frágiles mentes humanas a su antojo, manipular su miedo mediante su apariencia física o mover objetos con su mente, tenía la capacidad de pasearse entre las diferentes dimensiones. Lo había descubierto por pura casualidad, pero era un poder que le había sido útil en más de una ocasión, especialmente para enviar las almas que le correspondía al lugar en el que debían permanecer. A su vez dicha habilidad compensaba el hecho de no poder escalar, muy a pesar de no saber a dónde iría a parar una vez que se introducía en un portal.

Se paseaba por todas partes. En las islas pertenecientes a las más salvajes tierras o en los remotos asentamientos del desierto, dónde nadie lo jamás lo había conocido, se había ganado el apodo de ‘El demonio de la pierna de hierro’. Se hacía con todos los ladrones, violadores, estafadores, asesinos. A pesar del dolor que el hecho de extinguir sus vidas implicaba para él, había aprendido a disfrutar de la dulce puntada de placer que sus instintos más profundos le provocaban.

Con todo, había vigilado muy de cerca el abanico que conformaban sus antiguos enemigos, esperando paciente el momento indicado para actuar. Solía visitarlos durante altas horas de la noche, sentarse al borde de sus lechos y observarlos. De vez en cuando rompía las reglas y les hacía una mala jugada al provocarles un pequeño accidente o al introducirse en sus sueños para convertirlos en pesadillas. De esa manera no le importaba esperar a que el momento final llegara, incluso se divertía. Para él, cuyo tiempo se había detenido en la plenitud de su vida, las horas, los días, los años, ya no significaba nada en absoluto.

De vez en cuando observaba desde las sombras a sus dos hijos. Ambos tenían un buen futuro, pensaba que estaban bien encaminados de acuerdo al destino que a cada uno le había tocado aceptar. También se preocupaba por Aki, al que a veces le prestaba una invisible ayuda. El retoño de Tora aún era torpe, pero tenía buen corazón. Pensaba que se convertiría en un hombre excelente, carente de maldad y de instinto agresivo, muy distante del tipo de persona que había sido su padre.

El precio a pagar por sus intervenciones no era demasiado caro, bastaba con soportar que el gobernante del infierno se apareciera y lo atormentara un poco.

El frío, el calor, la lluvia, no le afectaban. Los insectos no se le acercaban, las enfermedades más mortales para los seres humanos no significaban nada para su cuerpo sobrenatural que todo lo destruía. El aroma del vino se le hacía insoportable, demasiado metálico y nauseabundo como para siquiera sentir deseos de beber; tampoco toleraba los alimentos sólidos, la carne o el pan le revolvían el estómago, si es que así podía expresar esa extraña sensación.

Su uniforme militar había sido reemplazado por prendas oscuras, que sólo sustituía por unas nuevas cuando ya no quedaban más que jirones. Las botas de las cuales solamente utilizaba una del par, eran del cuero más resistente que podía obtener a través de sus víctimas. No necesitaba monedas de oro, no necesitaba propiedades, no necesitaba un rango de poder. Todos los bienes obtenidos en vida, si es que nadie los había destruido, habían ido a parar a manos de los traidores. Dormía en cualquier lugar oscuro y seguro que encontrara, lejos de los curiosos ojos humanos que pudieran descubrirle o exponerle a la luz solar. Podía pasar meses con el cabello o las ropas polvorientas, los finos poros de su piel no permitían que la suciedad se infiltrara tal cual lo harían con un ser humano. Era una criatura de aspecto salvaje.

La experiencia le había enseñado que era mejor evitar la cercanía de los otros demonios que vagaban por el mundo de igual manera que él. En determinada ocasión, había espiado a un par de ellos mantener una feroz discusión por el territorio que ambos solían habitar, un amplio bosque atravesado por un río ancho y frío. Esa vez descubrió y observó que los de su especie también poseían un aura, si es que podía llamársele así. Desde ese entonces, mediante la observación de las mismas había aprendido que existían diferentes tipos de demonios. Aquellos le dieron mala espina, en esa ocasión decidió retirarse sin hacer ruido ni permitir que las ondas energéticas de su presencia lo delataran.

Hasta dónde sus conocimientos llegaban con respecto al tema, existían demonios con el aura roja, dorada o azul; aunque no podía descartar la existencia de otras clases. Tampoco era capaz de ver el color que su cuerpo emanaba.
Los demonios que poseían el aura roja eran los que peor impresión le producían, los rodeaba una energía poderosa, oscura, muy peligrosa. Sólo una vez había visto a uno de los suyos rodeado de un velo dorado, demasiado tenue como para ser agresivo; sin embargo había decidido no tomar riesgos innecesarios.
También había descubierto que existían individuos con los genes de ambas especies, los frutos de la unión prohibida entre demonios y seres humanos. No sabía qué pensar al respecto acerca del tema. Sólo sabía que ese tipo de individuos, a pesar de tener muchas características demoníacas, poseían la misma tentadora energía vital que los humanos.

Esa noche, luego de abandonar unas cuevas profundas en las que nadie se atrevía a entrar, se dedicó a recorrer los senderos montañosos. Las pocas briznas de hierba que sobresalían entre las rocas y las piedrecillas sueltas resonaban bajo su peso, el viento fresco le golpeaba el rostro, la luz de la luna iluminaba su camino. Anduvo durante un tiempo indefinido, contempló el paisaje frente a sus ojos, aspiró el aire limpio y libre del hedor de las poblaciones. Sus planes consistían en bajar cuando se hartara de ese lugar, tomar el alma del primer malvado con el que se topara, hacer su trabajo, por último dirigirse al Este en busca de contemplar la vida nocturna del muelle. Quizá con un poco de suerte, esa noche Tsunehito estuviera aburrido y le hiciera una visita.

Avanzó otro tramo más, el camino por aquella zona al parecer era ascendente. A unos cuantos metros por encima de su cabeza un par de rocas enormes interrumpían el camino, al llegar tendría que romperlas. Al poco tiempo bajó su mirada con aire distraído hacia sus pies. La pierna de hierro despedía un brillo opaco frente la luz que emitía el círculo plateado suspendido en el cielo, las abolladuras o rasguños que los sucesos de antaño habían dejado a modo de huella, destacaban bajo la forma de manchas o líneas oscuras.
Alzó su vista, recorrió los diferentes relieves que la roca poseía sobre la pared natural a su derecha, miró las escasas flores silvestres y los pequeños roedores que corrían de aquí hacia allí, ocupados en sus propios asuntos. De repente cayó en la cuenta de que las rocas anteriormente solitarias, estaban ocupadas por una figura que lo observaba con la misma clase de ojos que él poseía. Se detuvo en seco.

El sujeto permanecía muy relajado con una pierna cruzada sobre la otra, pero a la vez dejaba entrever un semblante grácil, de una elegancia natural. Sus cabellos dorados le caían en una cascada de ligeras ondas hasta el cuello, cada una de las hebras desprendía destellos luminosos ante los movimientos que el viento provocaba. Su piel era nívea, tersa, sin una imperfección. Vestía una camisa blanca de volantes impecable, unos pantalones negros, unas botas de cuero curtido de primera calidad. Al contemplar su belleza en todo su esplendor y desde aquellas alturas, Miwa dudó en si se tratara de un dios, en vez de un ente tan vulgar como lo era un demonio. En un abrir y cerrar de ojos el sujeto desapareció de su campo visual, al siguiente instante apareció a una distancia tan corta, que se vio obligado a retroceder un par de pasos. Enseguida se colocó a la defensiva.  

─No temas, no pretendo hacerte daño ─le anunció con una voz tan aterciopelada que por poco no sonó a un susurro─. Él me envía.

─¿Él? ¿Por qué debería enviarte? ¿Para que también me tortures? ─espetó en un tono muy tosco. Se alejó otro poco, dispuesto a volver sobre sus pasos.

─Considera que estás tardando mucho en reunir la cantidad pactada de almas. Me envió para que te ayude… mi nombre es Kamijo, puedes llamarme así.

─Llevo más de tres cuartos del total reunido, no creo necesitar ayuda ─murmuró un poco molesto y le dio la espalda─. Dile que de todos modos le agradezco, pero no necesito de su generosidad para terminar con mi trabajo ─al terminar de hablar emprendió el camino abajo rápidamente, hasta que de manera inesperada su rostro chocó contra algo firme y frío que lo hizo caer de espaldas. El polvo y las piedrecillas saltaron en todas las direcciones, se encontró en medio de una nube que sólo le irritó un poco los ojos. Pronto sintió un peso sobre su estómago, dos firmes tenazas sobre sus costillas. Al entreabrir los ojos, vio el rostro enfadado de Tsunehito que le observaba con ojos de fuego.

─¡¿Acaso te estás burlando de mí?! ─el pelirrojo le aferró el cuello con las dos manos al dirigirse a él─. ¡Te estoy dando una maldita oportunidad para cubrir rápidamente tu primera cuota de almas y mira cómo lo tomas! ¡Eres un descarado! ¡¿Y qué hay con esa mirada?! Un día de estos te voy a sacar los ojos, se los voy a dar de comer a las bestias…  

─No necesito tu ayuda, ya te lo he dicho. Tú mismo me impusiste la tarea con sus miles de dificultades y yo la cumplo al pie de la letra ─echó su cabeza hacia atrás en medio de un quejido de dolor al sentir que el amo del infierno le trituraba las costillas entre sus fuertes muslos─, n-nunca necesité tu ayuda.

─No lo estás haciendo bien, no mejoras al ritmo que necesito ─le habló inclinado sobre él, aún apretándole el cuello─. ¡Todas las malditas almas que me enviaste están incompletas o dañadas! ¡¿Cómo quieres que mis demonios las atormenten si ni siquiera poseen la forma debida para mantenerse en el infierno?! ─lo zarandeó con furia.

─¡Si hubieras tenido la amabilidad de explicármelo todo, lo habría hecho bien desde un principio! ─volvió a gritar de dolor al sentir que por fin cuatro de sus costillas cedían. Los huesos se enterraron en sus órganos y provocaron que se quedaran sin habla durante un corto instante─. P-Pero… te empeñaste en abandonarme con sólo lo básico.

─Para serte sincero, no creí que fueras tan estúpido ni que tuvieras tantos problemas por ser falto de visión y sentido común ─se encogió de hombros y por fin le soltó el cuello─. Creí que tu nueva condición te… despertaría un poco más ese cerebro tan pequeño y bruto que tienes, pero me equivoqué. Así que ahora empezarás desde cero, Kamijo te lo explicará todo.

─¿Desde cero? ¡Eso es injust… ahh! ─cerró sus puños con fuerza ante un nuevo apretón en sus costillas. Si hubiera tenido un cuerpo humano, Tsunehito lo hubiera pulverizado.

─Es muy sencillo recolectar almas, él te enseñará a hacerlo. Pasarás un tiempo a su lado, hasta que apruebe tus avances y puedas hacer todo por ti mismo. Presta atención a todo lo que te diga, te estaré vigilando muy de cerca ─se apartó de encima, se colocó de pie con una elegancia tan propia de él, que Miwa creyó encontrarse de nuevo entre el fuego, las paredes de piedra y los gritos─. Además, necesitas de alguien que le dé sabor a tu triste existencia ─soltó una pequeña risita─. Como humano eras patético, como demonio eres aún peor.

Él se mantuvo en el suelo sin siquiera poder mover un músculo. Miró al pelirrojo con tanta rabia, que pronto el otro dejó escapar una carcajada─ ¿Qué más se le ofrece, señor? ─inquirió con desdén─. A partir de ahora no tenemos demasiado tiempo como para perderlo en nimiedades ─una imperceptible sonrisa asomó a sus felinos labios al notar el efecto que sus palabras le habían producido al contrario.

─Más te vale hacer bien tu trabajo ─le espetó el pelirrojo y le propinó un golpe con su pie en uno de los costados, luego le dirigió una mirada a Kamijo. Con un ligero movimiento les dio la espalda a ambos─. Por el momento pueden comenzar ─de esa manera, sin siquiera dirigirles otra mirada, gradualmente se desvaneció hasta que se encontraron por completo solos en el sendero de las montañas.

Masashi se quedó de espaldas, sus ojos se pasearon por el cielo estrellado e intentó distraerse del dolor que no le permitía hilar un pensamiento con otro. Escuchó los pasos del rubio cada vez más cerca, hasta que el mismo posó una rodilla justo a un lado de su brazo, lo miró desde arriba y terminó por colocarle una mano sobre las costillas─ Déjame en paz, sanaré por mi cuenta.

─A eso lo podrías hacer si supieras cómo canalizar tus energías. Ahora mismo permite que te ayude, no me tomará mucho tiempo ─despacio cerró sus ojos, se concentró en visualizar las numerosas fracturas.

─Yo… yo no… ─sus murmullos se quedaron a medias al ver que Kamijo dejaba al descubierto su aura azul, el mismo color de energía que rodeaba gran parte de la zona dónde poco a poco sentía menos dolor. En esos instantes dedujo que, al menos para sanar heridas ajenas, era necesario utilizar el aura.

─Ya casi… ─le susurró el rubio. Cuando terminó con esa zona, llevó su mano hacia el otro costado dañado.

─Dejó de doler tanto, no deberías… ─se apoyó en sus codos sin poder apartar la vista de aquella energía azul.

─No me supone un gran esfuerzo, es mi habilidad principal… aunque no la utilice a menudo ─una vez corroboró que los huesos estuvieran por completo reparados, se apartó un poco.

─Bueno, supongo que… gracias… ─terminó por murmurar entre dientes. Enseguida se puso de pie y se posicionó a una distancia prudente del rubio. Ni siquiera quería volver a mirarlo de frente, encontró que sentía un rechazo natural hacia su propia especie.

─¿Te llamas Masashi, cierto? ─preguntó por si acaso había comprendido mal el nombre de su compañero asignado.

─Sí ─frunció el entrecejo al escuchar su nombre bajo la vibración tan suave que la voz de Kamijo poseía, luego lo miró una fracción de segundo antes de comenzar a emprender de nuevo la marcha que Tsunehito había interrumpido.

─¿A dónde se supone que vas? Espera… si caminamos, tardaremos demasiado tiempo en llegar a los alrededores de alguna población… ─suspiró al caer en la cuenta de que el pelinegro no reparaba en él─. Te enseñaré un truco útil para que te transportes más rápido y no te ensucies tanto. Por cierto, deberíamos buscarte prendas limpias.  

─No me interesa nada de eso ─respondió a lo bruto, sin dejar de avanzar.

─Espera un poco ─rodó la vista, más tarde se apresuró a alcanzarlo hasta plantarse frente a él─, no puedes hacer las cosas así. Eres un demonio, debes vivir como uno. No puedes perder el preciado tiempo de oscuridad que se te otorga en cosas como éstas… además estás muy sucio, mira esa rotura que tienes en la manga, mira esas manchas de lodo por allí ─negó con su cabeza─. Primero tenemos que cambiarte la ropa.

─¿Por qué es tan importante ‘la ropa’? Tener la camisa blanca y las botas bien pulidas no me va a ayudar en nada.

─Durante todo el tiempo que seas mi compañero vas a vestirte bien ─lo reprendió a punto de perder la paciencia─. Nos vamos ahora mismo, no tomará mucho tiempo.

─No puedes obligarme a… ─otra vez sus palabras quedaron en el aire, pues en ese mismo instante contempló la manera en la que Kamijo abría el portal más perfecto que jamás hubiera visto. El mismo consistía en una puerta traslúcida que daba a una habitación de piedra iluminada por antorchas. Totalmente estupefacto observó el resplandor de las llamas contra el suelo irregular del sendero, luego miró al rubio.

─Entra, por favor. Juro que no se trata de ninguna trampa ─le indicó seguido de un gesto cordial.

El pelinegro dudó unos instantes, no conocía a Kamijo lo suficiente como para saber si todo aquello se trataba de otra de las fechorías de Tsunehito. La belleza del rubio lo perturbaba, otra vez pensó en que alguien se había equivocado al colocarle en el infierno, en vez de en un altar. Al parecer el rubio podía leerle el pensamiento, puesto que dejó escapar una sutil risa. A cambio él no podía escrutarle la mente. Terminó por ingresar, atento al entorno por si acaso.  

─Veamos… ─dijo el rubio una vez se encontraron dentro, con la puerta cerrada. Enseguida fue hasta un mueble ropero cuyas puertas abrió de par en par. Rebuscó entre los diferentes colores y tamaños, de vez en cuando mirando sobre el hombro a Masashi. Al final tomó unas cuantas prendas negras y se las alcanzó─. Vístete allí ─le señaló un biombo.

Él se apresuró a obedecer. Al voltear, se topó con un espejo que no supo si había estado allí durante todo ese tiempo o simplemente había aparecido por arte de magia, como todas las cosas que al parecer provenían de Kamijo. Se miró de pies a cabeza, los botones dorados y el cinturón le recordaban a su antiguo uniforme del ejército, salvo que éste poseía un corte menos recto, el bordado era bonito, el pantalón no quedaba cubierto por la bota de cuero. Decidió dejar sus viejas ropas allí, le daban lo mismo…

─Ahora sí ─comentó satisfecho el rubio─. Luces como un compañero decente.

─Como si el atuendo importara tanto… ─murmuró. En cuanto alzó su vista, ya tenía a Kamijo frente a sí otra vez. El mismo había alzado la mano en la que sostenía un cepillo, pero él le dio un empujón por el pecho, se apartó e intentó buscar la puerta.

─¡Eres tan arisco! ─se quejó el rubio. Luego de ir a colgar el cepillo en un pequeño ganchito ubicado en el interior de unas de las puertas del mueble ropero, se acercó y abrió la puerta de salida que Masashi no había podido encontrar─. Ya que no quieres que te quite la porquería del cabello, nos vamos. 

Notas finales:

Buenas ouo/
¿Cómo va? Espero que bien y sino... ánimos ouo/

Espero que les haya gustado el capi del Miwis~ 

El Kamijo que aparece es... pues el Kamijo de siempre xD

Por si hay alguien que no lo conozca, es él:

http://ongakuenlinea.com/wp/wp-content/uploads/2014/05/yamiyo_no_lion.jpg

Al tema del color de los ojos lo trataré porque lo encontré interesante uwu -se manda un spoiler- como que los demonios podrían cambiar el color de ojos para hacerse pasar por humanos, en ciertas ocasiones o bien para asustar o por ciertas condiciones que les sucedan a sus cuerpos. Ya lo estaré ampliando, por el momento, todos los tienen rojos(?)

Espero que les haya gustado el capi ouo/

No dejen de agregarme a Tuitah(?)~

https://twitter.com/MairaMayfair

Y pues uwu eso por ahora.

Besines~

 

 


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