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T'HY'LA por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

Al fin el tan esperado encuentro entre padre e hijo, emociones a flor de piel y ojos azules llorosos.


Por otra parte, un misterioso vulcano llega a Nimbus III, ¿cuáles serán sus intenciones?


Capítulo inspirado en Star Trek V: la última frontera. Quinta película de Star Trek, con guión de Harve Bennett, David Loughery, William Shatner y Gene Roddenberry.

 


Kirk & Kirk


 


                                                                   En la Base Estelar I que orbita la Tierra, Jim paseaba nervioso de un lado a otro frente al gran panel donde se indican las llegadas de los transportes. Pavel, su niño ruso, estaba a punto de llegar.


      Había ido solo a recogerle; el médico tenía una importante operación en el hospital y Amy... Bueno, después de lo ocurrido hacía un par de semanas, ella y Spock apenas se dirigían la palabra.


   Bones y Jim se aseguraron de que no estuviesen a solas ni un minuto. Los dos comprendían lo que había pasado por la cabeza de la muchacha cuando amenazó a su propio padre si no cedía a realizar la ceremonia de compromiso. La necesidad de volver a ver a su t'hy'la la estaba devorando por dentro. A Jim le costó un mundo convencerla para que no le acompañase.


   - Mantendré mi mente cerrada... - Le rogaba con ojos de cordero.


   - No podrás. - Jim negó con la cabeza.


   - Me quedaré lejos, no me acercaré... - Había juntado las palmas de las manos por delante de su boca.


   - Amy, sabes que eso te resultaría imposible. - Jim la sujetó por los hombros tratando de hacerla entrar en razón.


   - ¡A'nirih quiero verle! - Exclamó sacudiéndose de su padre.


   - Escúchame Amy, no sé hasta qué punto podríais controlaros... ¿y si basta con que estéis en la misma habitación para que Pavel sufra las consecuencias? - Le acarició la cara con su mano grande y suave. - Nunca he visto un síndrome de Pa’nar, pero por lo que me ha contado Spock puede ser incurable para un vulcano... y letal para un humano... - Besó con ternura la frente de su pequeña y se marchó.


      El Almirante no le había dicho nada a sus amigos sobre “el regreso del hijo pródigo”. Bones y él pensaron que sería mejor ir poco a poco, tantear primero el terreno: la llegada de Chekov podría causar una auténtica conmoción entre ellos.


   Se había prometido no llorar, controlar sus emociones, pero cuando vio aparecer el rostro de su viejo amigo al otro lado del cristal, se le saltaron las lágrimas mirándole recorrer el pasillo con sus característicos pasos irregulares. Llevaba el pelo largo, recogido con una cola en la nuca. Unos rizos castaños le caían sueltos de las sienes tapándole las orejas y parte de la cara. ¡Cómo había cambiado!


   La última vez que le vio tenía veintisiete años. Las drogas, las noches sin dormir, todos sus endiablados excesos le tenían en los huesos. El hombre de casi treinta y cinco años que cruzaba las puertas debía pesar unos setenta y cinco kilos, sus espaldas se habían ensanchado, sus musculosos brazos bajo el jersey rojo le llamaron poderosamente la atención. Pero lo que de verdad le cautivó fue su mirada. Los ojos aguamarina reflejaban el cambio que había sufrido su alma.


   - Ey, ukhnem...! *(¡Eh, tirad...!) - Le gritó mientras dejaba caer su bolsa al suelo y abría los brazos.


   - Ey, ukhnem...! - Saludó Jim corriendo a abrazarle.


   Respiró profundamente el aroma de su cuello un buen rato, sintiendo sus corazones latir con fuerza apretados pecho con pecho, las manos posadas en la espalda del otro.


   Pavel también estaba llorando. Jim se dio cuenta por la humedad que sintió en el hombro y le apartó cogiéndole por los antebrazos para poder mirarle a la cara. Abrió la boca, solamente la risa salió de ella. No tenía palabras.


   - Jim... - Habló al fin Pavel. - ¡Oh, Jim! ¡Te he añorado tanto...! - Besó su barbuda mejilla y rió con las cosquillas. - ¿Y esto? ¿De dónde has sacado todo este pelo?


   - ¡Oh, para ya, Pavel...! - Le estaba tironeando del vello del mentón. - Me la estoy dejando crecer, hace dos semanas que no me afeito. Spock se ha quitado la perilla y yo... - Se echó a reír sacudiendo la cabeza. - ¡Pavel, mi niño... mi genio ruso! - Volvió a estrecharle contra su cuerpo.


   Jim le mecía en silencio acariciando su nuca como solía hacer, sonreía, reía y lloraba todo al mismo tiempo. Estaba tan feliz de tenerle de nuevo entre sus brazos que no se percató de la presencia del muchacho rubio que le miraba boquiabierto.


   - Jim... ¡Eh Kirk! - Pavel le empujó los hombros ligeramente para soltarse. - Quiero presentarte a alguien...


   - ¡Hola! ¡David Marcus! - El chico alargó su mano hacia Jim mirándole con auténtico asombro.


   - Encantado, James Kirk... - Se la estrechó con rapidez y firmeza. - ¿Y tú quién...? - Una mueca de desconcierto se le dibujó en la cara. - ¿Has dicho Marcus?


   - Sí Jim... - Pavel le frotó la espalda a su querido amigo que se había quedado clavado en los ojos azules del chico. - Es hijo tuyo... ¡Y no puedes negarlo, el muy cabrón es igual que tú!


   - ¿Cuántos años tienes? - Le preguntó incrédulo.


   - ¡Diecisiete, señor, recién cumplidos! - David no sabía cómo llamarle, los galones de almirante en el uniforme hicieron que le brotase aquella palabra.


   - ¿Dónde está tu madre? - Jim deseó abofetearla, gritarle, luego besarla y volverla a abofetear. Por ese orden. - ¿Cómo ha podido ocultarme que tú... tú...? - Cogió la cara del chico, con su enorme mano le sobraban dedos para sujetar aquella barbilla idéntica a la suya cuando tenía su edad. - Tú... mi... ¿hijo?


   - Carol aparesió con él en Rinax hase más de dos años... ¡Ha sido mi maldita sombra desde entonses! - Pavel soltó una carcajada, sonora y vibrante, cálida y masculina.


   A ambos Kirk se les contagió aquella risa. Se miraron a los ojos y se reconocieron: padre e hijo. La misma mirada cargada con la intensidad de sus emociones, la misma sonrisa pícara en los labios. Jim adelantó un paso para abrazarle. David se dejó rodear por su padre, sintiendo una lasitud en todos los músculos de su cuerpo. Tardó un instante en reaccionar y devolver el abrazo.


   Pavel les observaba sonriendo, con lágrimas en los ojos y la satisfacción de haber cumplido su promesa al chico.


 


 


                                                                     El desierto rodeaba la ciudad Paraíso, una tierra yerma que apenas daba agua suficiente para los cultivos hidropónicos de los colonos. Humanos, klingons y romulanos debían luchar duro cada día por su supervivencia.


      Uno de ellos, originario de la tierra, explotaba su pozo sudando bajo el fuerte sol de la tarde en Nimbus III. Escuchó los cascos del caballo a su espalda. Un desconocido se acercaba y eso era señal de problemas. El hombre corrió hacia el arbusto donde había apoyado su fusil de aire comprimido de fabricación casera.


   El jinete se detuvo a unos pasos. Desmontó envuelto en una larga túnica que le cubría la cabeza, dejando el rostro en penumbra. Su voz fue lo primero que conoció. Profunda, casi oscura, le atravesaba la mente. No sabía que no estaba pronunciando las palabras.


   - ¿Vas a matarme por un terreno lleno de agujeros vacíos?


   - Es lo único que tengo... - Le respondió bajando el arma.


   - No es cierto. Posees un gran dolor dentro de ti...


   - ¿Qué quieres? - Aquella voz sobrehumana empezaba a aterrorizarle.


   - Comparte tu dolor conmigo y liberaré tu alma...


   El extraño se acercó aún más al colono. Los latidos de sus corazones se acompasaron. Una mano salió de debajo de la túnica gris para alcanzar la cara del humano. Los dedos presionaron los puntos de fusión mental y ambos individuos compartieron el pensamiento por unos instantes. Cuando hubo conseguido su objetivo el extranjero retiró la mano.


   - ¿Quién eres? - Preguntó el colono llorando, la experiencia había causado una gran turbación en su débil espíritu.


   El otro retiró la capucha de su rostro mostrando unas facciones cubiertas por una negra y espesa barba, los ojos oscuros bajo unas picudas cejas, las sienes canosas junto a unas orejas puntiagudas.


   - Soy Sybok, y he venido a liberaros del dolor. - Sonrió mirándole con ternura.


   - ¡Eres de Vulcano! - Exclamó sorprendido el colono.


   Y se pasmó aún más cuando le vio iniciar una risa que se convirtió en sonora y larga carcajada.


 


                                    Cerca de allí, tras las alambradas que circundan la ciudad Paraíso, en la parte de atrás de su único bar, una airada doctora Carol Marcus pedía a gritos audiencia con el diplomático St. John Talbot. Las dependencias cerradas ante sus narices eran utilizadas como sala de reuniones por los embajadores de las tres razas que habitaban el planeta.


   - Sé que está ahí dentro, le vi llegar por la mañana y llevo ocho horas esperando a que salga. - La rubia no se iba a marchar sin conseguir ser atendida.


   - Señora, está reunido. No puede molestarle. - El secretario de Talbot, un tipo bajito y sonrosado, le impedía el paso con su orondo cuerpo. - Concierte una cita y será...


   - ¡”Doctora” Marcus! Y es muy urgente que vea a su jefe, pedazo de carne con ojos... - Le apartó de un empujón y abriendo las puertas con furia entró en la sala. - ¡Talbot! ¿Por qué no han llegado los materiales que solicité para mi proyecto? El Génesis necesita...


   Se quedó atónita cuando reconoció a Sarek. ¿Qué estaba haciendo allí el padre de Spock?


   - Doctora Marcus, es agradable ver que continúa con tanta pasión sus investigaciones sobre el origen de la vida... - Sarek se levantó a saludarla, le tendió la mano a la manera humana.


   - ¿Se conocen? - Preguntó St. John poniéndose en pie. - Doctora, esta es la Cónsul de Rómulo T'rak. - Dijo señalando a la mujer de su izquierda y dándole a entender con la mirada que no debía decir nada más acerca de su estudio. - Y este el general Korrd, Canciller del Imperio Klingon.


   T'rak saludó con una inclinación de la cabeza a la que Carol correspondió con una sonrisa. El viejo general acabó de dar un trago a su cerveza romulana y eructó con fuerza sin moverse del asiento.


   - Vaya, supongo que eso es hola en klingon. - Comentó la doctora con su educado cinismo. - Sarek, me alegra verle. He oído que su hijo y Jim... - Sonrió, no podía decirlo en voz alta, no ante aquel rostro vulcano mirándole.


   - Ya hablaremos más tarde, Carol. Creo que le urge tener una charla a solas con el señor Talbot. - Se giró para mirarle y él asintió. - General Korrd, Cónsul T'rak... ¿puedo invitarles a una bebida fresca en el bar? Continuaremos mañana con las negociaciones, ¿les parece?


   Los tres embajadores abandonaron la sala dejando que la doctora expusiera sus quejas ante un agobiado Talbot.


   - Llevo dos meses de retraso y todo porque los materiales que pedí no han llegado... ¿sabe lo que eso supone en gastos para la fundación que nos patrocina? No voy a tolerar...


   - Me parece muy bien que no lo tolere, doctora. Yo tampoco lo haría. ¿Quiere un trago? ¿Cerveza? Es lo único que hay de sobra por aquí. T'rak ha sido muy generosa... - El diplomático terrícola sirvió un buen vaso de la más cercana de las jarras que ocupaban el centro de la mesa. El general Korrd se había bebido ya una él solito.


   - Parece que no me toma usted en serio, señor Talbot. - Carol estaba irritada, pero sabía que se cazan más moscas con miel que con vinagre y sonrió aceptando la bebida. Se sentó sobre la mesa dejando a la vista sus interminables piernas bajo la falda blanca. - ¿Sería tan amable de darme también una explicación coherente, por favor?


   - Doctora, habrá usted oído que la explosión de Praxis ha dejado al Imperio Klingon al borde del colapso... - Abrió los brazos a sus lados, las palmas de las manos hacia arriba. - ¡La situación es prioritaria para la Flota! La Federación ha estado enviando toda la ayuda que ha sido capaz de recabar.


   - No sabía nada... Me paso el día encerrada en el laboratorio ahí arriba. - Dijo señalando al cielo por la ventana, la luna de Nimbus III se divisaba en el atardecer.


  - Pues sí doctora Marcus... - Talbot sacudió la cabeza. Semejante apocalipsis y la científica ni se había enterado. - Comprenda que todos los transportes lleven el mismo destino: Kronos. Sus materiales fueron reclamados por la USS Excelsior, los primeros en llegar a la zona cero.


   - ¿La Excelsior? ¿Cuándo ocurrió, cuándo explotó esa maldita luna klingon? - Carol estaba preocupada por su hijo. Aún no había recibido las señas de Pavel por parte de la Federación. ¿Continuarían a bordo de la nave de Sulu?


   Se echó hacia delante sobre la mesa, acosando a un ruborizado Talbot que no pudo evitar que se le fueran los ojos al escote de la rubia. A su blusa blanca le faltaban un par de botones por abrochar y el hombre de unos cincuenta años agradeció que hiciese tanto calor en ciudad Paraíso.


   - Hará unos seis o siete meses... - La curva de aquellos senos no le dejaba pensar, la sangre no acudía al cerebro acumulándose en otra zona de su anatomía.


   - ¿Sabe si un tal Chekov iba en esa nave? - Se incorporó al comprobar cuál era el objeto de la mirada baja de Talbot, mientras esperaba su respuesta se abotonó la camisa hasta el cuello.


   - Sí.. emmm... ¿Chekov dice? ¡Por supuesto que está allí! ¡Y gracias a Dios por ello! - Cogió su cerveza y echó un buen trago. Aquella preciosa mujer le había cazado mirándole los pechos. - Ese hombre es un genio. Ha conseguido salvar los acuíferos del planeta, los klingons le deben su supervivencia.


   - Un genio, sí... y un soldadito también... - Carol salió de la habitación contoneando a propósito las caderas. Se detuvo un momento en la puerta para girarse y observar cómo Talbot levantaba la cabeza de golpe. Le había estado mirando el trasero, todavía lo tenía firme como una roca a sus cuarenta y un años. - Creo que aceptaré cenar contigo esta noche... si Sarek nos acompaña, por supuesto. Al klingon y a la romulana no hace falta que les invites, St. John. - Le lanzó una mirada caliente y pícara con sus ojos azules entrecerrados. - A las ocho, en el reservado. Ah, y por si no lo sabes, Sarek es vegetariano.


   - A las ocho es perfecto, Carol. - Talbot le sonrió, aparentemente la científica no se había tomado tan mal las miradas de admiración hacia su físico.


 

Notas finales:

Gracias por leer, gracias por comentar.

Dejé pañuelos en el lavabo.


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