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T'HY'LA por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

El vulcano recibe su anillo, no será lo único que acoja con agrado...


Por primera vez Bones, Jim y Spock están a punto de ahogarse en su océano infinito de azules aguas como los ojos de Apolo.


El dios les envía una visión algo misteriosa acerca de su futuro.


 

 

Caribdis, el succionador

 

 

                                                                                                      La cajita negra sobre la mesita de noche le tenía intrigado. Se olía que dentro estaba su anillo. Vio llegar a Jim con la chaqueta colgando sobre el hombro, quejándose como siempre del calor que daba; metió la mano en el bolsillo interior e intercambió unas miradas con Leonard que estaba tumbado en el sofá chester. Spock supo que estaban hablando, telepáticamente, sin dejarle oír nada.

         Reconoció la sonrisa de Jim y le observó subir al dormitorio. Ocultaba algún misterio, una sorpresa para él. Le siguió. Ahora estaba dándose una ducha y el vulcano dudaba si coger la caja con el logo de una conocida joyería de San Francisco o volverse abajo, al salón. Una mano apoyada en su hombro le sacó de sus pensamientos.

   - ¿Quieres tu regalo, verdad? - Le preguntó el médico con su tono de cinismo habitual.

   - ¿Qué? No, yo... ¿Has visto la rojez en la piel del pecho de Jim? - Tiró balones fuera, como su marido le había enseñado a hacer a lo largo de los años.

   - Sí, otra vez se ha puesto la camisa a la que le faltan dos botones. - Bones se dirigió a la cómoda donde solía dejar el maletín médico y buscó un bálsamo, con base de aloe vera, en su interior.

   - ¡Ah, Bones... cariño! - Exclamó Jim saliendo del baño envuelto solamente en una escueta toalla enrollada a la cintura. - Échame un vistazo a esto, me pica horrores... - Le dijo enseñándole su erupción.

   - Ya me he dado cuenta, mi amor. Deja que te unte esta crema. - Abrió el tarro y se pringó el dedo índice para esparcirle la pomada en el tórax. - Ha visto la cajita... - pensó únicamente para Jim, - ...¿se lo damos ya?

   - Claro, ¿por qué no? - Le contestó del mismo modo. - Spock, mi amor. Sé bueno y abre esa caja.

   - Sí, la que no dejas de mirar. - Añadió el doctor con una risita divertida.

     El vulcano giró su cuello cuarenta y cinco grados a la par que levantaba su ceja izquierda. Los dos le miraron encogiéndose de hombros. Sus finos labios se curvaron ligeramente y se abalanzó sobre la cama, saltando sobre ella hasta alcanzar la mesita de noche. Allí, medio tumbado sobre su costado izquierdo, abrió su precioso regalo: un anillo de oro blanco con una inscripción que leyó en voz alta.

   - "He sido y siempre seré vuestro". - Dijo con su voz más grave. Poniéndoselo en el anular de la mano izquierda se sentó para darles las gracias con una formal reverencia de su cabeza. - Lesek, th'i-oxalra! *(gracias, aprecio esto) – Les habló en su lengua, las palabras le salían del corazón.

   - ¡Ah, mi vida...! - Leonard se limpió el dedo en la toalla de Jim y se sentó junto a Spock, dándole un beso en los labios. - Ven aquí...

       Al hacerlo, el parco nudo sobre la cadera se deshizo, el lienzo cayó al suelo y la desnudez del rubio quedó al descubierto.

   - Mmm... - Gimió Spock al contemplarlo. - Ven aquí tú también, Jim. - Estiró su largo brazo y le tomó por la cintura. Su esposo se reía.

  - Te queda bien el anillo, cariño. Has interpretado la inscripción correctamente. - Comentó dejándose acariciar el tatuaje en la espalda por sus largos dedos. - “Vuestro...” - Repitió. - ¿Lo ves, Bones? ¡De los dos!

       Su entrepierna quedaba a la altura de las bocas de ambos, enseguida se perdieron entre el escaso vello rubio y rizado que rodeaba su sexo. Bones seguía sin afeitar, así que el “efecto velcro” hizo su aparición. Spock se retiró, sonriendo al escuchar el roce. Levantó los ojos oscuros y contempló el rostro de placer de su marido al sentir la boca del médico rodeándole el glande.

   - Así, t'hy'la... Hasta el fondo. - Spock empujó la cabeza con su mano y la nariz de McCoy se apretó contra la pelvis de Jim. - Déjala bien firme, Leonard. Me gustaría disfrutarla. - Expresó de ese modo su deseo de tener dentro a su marido.

      Mientras el doctor se afanaba en cumplir con la orden de Spock, poniendo el miembro de Jim totalmente erecto, el vulcano cerró la puerta con seguro por dentro y se desvistió por entero. Tumbándose en la cama rodó hasta el borde para abrir el cajón de la mesita de noche, de donde sacó un pequeño frasco de gel lubricante. No tardó en prepararse para recibir a su sa-telsu.

   - Tráele aquí, Leonard. - Le pidió mentalmente. - Y tú, ¿qué haces aún vestido?

   - No he tenido mucho tiempo, he estado ocupado con lo que me pediste. - Bromeó McCoy dejando a Jim y quitándose la ropa.

   - Spock... mi amor... Mío, mío... mío... - Murmuraba ya tendiéndose sobre él, levantándole las piernas abiertas, agarrándolo por los muslos y mordisqueando su cuello hasta deslizarse dentro con cuidado.

   - ¡Creí que habíamos dicho que era de los dos! - Protestó McCoy fingiendo enojo, palmeándole las nalgas mientras el rubio ejercía presión dentro del vulcano.

   - No creo que pueda con eso, Bones... - La mente de Jim ardía en lujuria, se estaba imaginando lo que sería tener el miembro de su amante junto al suyo... dentro de Spock.

   - Pues yo creo que sí puede. - Le introdujo un dedo a Spock sin apartar a Jim, luego otro. El esfínter del vulcano cedía sin ningún problema. - Échate un poco hacia delante, cielo... voy a entrar.

   - ¡Aaaah! - Spock gritó al sentirse invadido, completamente lleno por sus dos compañeros de cama. - ¡T'hy'la! - Exclamó gozando la doble penetración.

 

           Leonard tenía el control del movimiento. Spock se había abierto todo lo posible, incrustado en el colchón no podía hacer otra cosa que recibirles. Jim estaba prisionero entre los dos, el peso del médico sobre la espalda, la cabeza hacia delante, casi rozando la pared. Tuvo que apoyar las manos en el cabecero de la cama para no golpearse. Miró hacia abajo, nunca había visto semejante cara de deleite en su marido, él sabía bien lo que estaba sintiendo.

   - Nuestro... - Llegó a murmurar.

  - ¡Sí, sí...! - McCoy empujaba frenético. La experiencia le llenaba de placer.

   - Jim... Leonard... - El vínculo hacía que estuviese a punto de ahogarse en su océano azul e infinito. - ¡Más despacio! - Suplicó, no quería perder el conocimiento.

   - No... déjate caer por esa sima marina... - El doctor no quería parar. En su mente se abría una fosa, un remolino gigante que les engulliría a los tres si no se detenía.

   - ¡Oh, Bones...! - Jim se sentía al límite. Era como si estuviesen a punto de desaparecer del Universo conocido.

 

         En la Odisea, Homero describe lo peligroso que era navegar entre Escila y Caribdis, dos monstruos marinos que a punto estuvieron de acabar con la vida del héroe protagonista. La primera tenía torso de mujer y cola de pez; Ulises prefirió arriesgarse con ella a caer en las profundidades del remolino que devoraba todo lo que se ponía a su alcance.

   - ¡Caribdis! - Susurró Spock antes de ser succionado por su increíble fuerza.

   - ¡Mi amor...! - Jim le siguió, perdiendo el sentido cayó sobre su esposo.

   - Sin fondo... sin remisión... - Musitaba Bones descargándose dentro de su amante, impregnándolo todo con su esencia, notando que la cabeza se perdía en la oscuridad del abismo.

 

       Por primera vez, desde que estaban juntos, no llegaron a ninguna orilla, sino que dejaron que su océano les tragase hasta ahogar sus conciencias. El desmayo les dejó sumidos en un ligero sueño donde vislumbraron parte de su futuro. Aquella visión les trajo más incógnitas que respuestas.

        El lugar parecía una isla, pero representaba algún planeta distinto a la Tierra. Caminaban de la mano, desnudos, indefensos, como si hubieran sido abandonados allí para enfrentarse a alguna extraña prueba. Una luz en el cielo brillaba emitiendo oscuridad, con la retorcida lógica que tienen los sueños. Se dejaban guiar por aquella mancha sobre sus cabezas, como si su destino fuese acudir a su llamada.

   - ¿Qué se supone que debemos hacer? - Preguntó Jim.

   - No lo sé, mi t'hy'la... - Respondió Spock. - Pero al menos estamos juntos. - Sujetó con más fuerza las manos de ambos, en medio de los dos avanzaba descalzo sobre la arena blanca de una playa.

   - Ese mar... ¿es nuestro océano? - Bones creyó reconocer el color del agua. - ¡Bañémonos!

   - ¡Espera, Leonard! - Trató de sujetarle, no pudo.

    El médico desapareció bajo el agua. Estaba tardando demasiado en asomar la cabeza, Jim y Spock temblaron. ¿Se habría ahogado? Corrieron a buscarle. Buceaban desesperados pues no lograban encontrarle.

   - ¡Bones! - Gritó Jim.

   - ¡Leonard! - Spock hacía lo mismo.

   - ¿Puedes sentirle, mi amor? - El rubio estaba a punto de echarse a llorar por la impotencia.

   - Sí... le siento... - Musitó. - Está justo encima de ti. - Dijo abriendo los ojos.

       Spock fue el primero en despertar. Apartó el cuerpo de su marido a un lado y se agarró con fuerza al de su amante.

   - Leonard, despierta... - Le llamó sacudiéndole ligeramente. - ¡T'hy'la, dime algo!

   - ¿Qué ha pasado? - Contestó abriendo los ojos avellana. Se encontraba aturdido, sudoroso y agotado, como si acabase de nadar decenas de millas contra corriente.

   - ¡Nunca... nunca te separes de nosotros! - Le gritó el vulcano entre lágrimas.

   - ¡Bones... mi vida! - Jim había vuelto en sí y también le abrazó, aferrándose a su cuerpo desnudo como si hubiera estado a punto de perderle.

   - ¡Está bien, está bien... calmaos! - Trataba de tranquilizarles, sus dos compañeros se encontraban muy asustados. - ¡Prometo no bañarme solo nunca! - Bromeó. - Sea lo que sea lo que eso signifique...

 

Notas finales:

Gracias por leer, gracias por comentar.

Mi asesora (os he hablado de ella) y buena amiga suele decirme: "Querida, te debes a tu público" y aunque lo haga para meterse conmigo, en cierta medida tiene razón.

Os dejo imagen (algo cutre, pero tenéis que ser comprensiv@s) del anillo de Spock.

http://www.casimages.es/i/14073111012620016.jpg.html

 


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