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T'HY'LA por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

Jim tiene motivos para rezar, los dioses les han salvado a todos.


En la nave oscura Apolo exige imposibles... ¿que Dionisio pase inadvertido? ¿Que Ares sea discreto? El dios del arco, el que aparta los males, tendrá que conformarse con las palabras de Hermes que solamente le promete intentar que sus dos hermanos se controlen un poco.

 


¿Un dios discreto?


 


                                                                                        La batalla entre los miembros del Tal'Shiar y los de la Federación continuaba en su fragor dentro del comedor. Ares y Khan, luchando uno junto al otro, eran imparables. Pronto lo tendrían todo bajo control.


         Entre tanto, tras la columna cerca de las puertas de cristal, Dionisio se hirió a sí mismo con el trozo de un vaso roto en el brazo. Dejando que fluyera su sagrada sangre la derramó sobre la herida abierta en Pavel, echando a un lado las servilletas que Alex había usado para contener la hemorragia. El efecto curativo surgió y la profunda raja de cuchillo romulano en el costado del ruso, se cerró bajo la atenta mirada del médico.


   - ¡Es prodigioso! - Exclamó sin más palabras el rubio doctor.


  - Niet... - Susurró Pavel sintiendo cómo un ardor indescriptible le recorría todo el cuerpo. - ¡Es... divino!


    No podían verlo bien pues las ropas le cubrían parcialmente pero el dios no solamente curó la reciente herida sino que, progresivamente, todas las cicatrices de la espalda del ruso desaparecieron, quedando nada más que la marca del trisquel tatuado sobre su rabadilla.


   - ¡Pavel! ¡Es impresionante! - Alex no salía de su asombro, apartando la chaqueta y la tela blanca de la camisa manchadas de sangre de la piel de su amigo, contempló absorto cómo ésta volvía a ser tersa y pálida, con sus lunares de siempre, como si ningún klingon le hubiera puesto jamás la mano encima.


     Jim y Sulu se acercaron cuando la batalla cesó. El japonés se agachó junto a Pavel, comprobando que estaba bien suspiró aliviado.


   - ¡Khan y el dios del quitón negro han acabado con todo el Tal'Shiar! - Jim estaba asombrado ante el ímpetu y la furia con la que Ares y su amigo habían actuado.


   - Tío Jim... - Peter señalaba al espacio exterior. - El Enterprise ha sido dañado... y la Excelsior también está echando humo. Esas malditas naves romulanas... ¡Son demasiado rápidas para nuestros fasers!


   - ¡De eso me encargo yo! - Dijo Pavel incorporándose. Ya se sentía mucho mejor. - Grassias Dionisio por cumplir con tu juramento. - Miró al dios inclinando la cabeza con respeto.


   - Estaba obligado, mortal. - Le sonrió apartándose a un lado. - No tiene ningún mérito.


      El ruso extendió sus manos hacia las naves enemigas y uno tras otro los halcones de presa explotaron. Jim y Peter sonrieron boquiabiertos, pasmados ante semejante muestra de telequinesia. Sulu se estremeció, lo que había dicho la betazoide era cierto: Pavel era un ser muy poderoso.


   - Eso les enseñará a no meterse con la Flota. - Murmuró el brujo. - Ay, yebát! *(joder) – Se tambaleó. - Me paresse que me voy a desmayar...


   - ¡Pavel! - Sulu le sujetó entre los brazos mientras perdía el sentido. - Creo que has usado demasiado tu poder.


   - Mi sangre debe haberle aturdido. - Comentó el dios acariciándole la mejilla al ruso. - Precioso mortal...


    Jim les observaba sin terminar de asumirlo: se encontraba en presencia de los dioses que habían acudido a ayudarles. La cabeza le daba vueltas por la adrenalina acumulada en las venas.


 


          La escaramuza de los romulanos había terminado, Khan y Ares se encargaron de ello. T'rak salió del círculo que sus soldados y los klingons habían cerrado a su alrededor, se levantó la falda de su vestido hasta las rodillas y pateó el culo de uno de los supervivientes del Tal'Shiar.


   - ¡Pagaréis cara esta afrenta! - Gritó malhumorada.


    Johnson se aseguró de que ningún enemigo escondiese un arma, repartiendo las que encontraba entre sus hombres, los del Enterprise y los klingons. Su comandante, Kevin Riley, estableció comunicación con la nave Excelsior. El irlandés estaba preocupado, podía verla humear desde allí. Peter hizo lo mismo con el Enterprise, solicitando al alférez Quiroly un informe de daños.


 


          Hermes tiraba del brazo de su hermano Ares. Ambos estaban siendo objeto de demasiadas miradas y murmullos en el centro de la sala.


   - Tenemos que desaparecer, ahora mismo. - Le advirtió.


   - ¡Oh, dame un minuto Hermes! - Le pidió el dios de la guerra. - Quiero despedirme, no sé cuando volveré a verle... - Dijo tomando a Khan de la mano y llevándole a un rincón tras la tribuna.


   - Está bien, pero date prisa. - Respondió el mensajero de los dioses encaminándose a grandes pasos hacia Dionisio.


    Hermes, hijo de Zeus y de la pléyade Maya, se movía con extraordinaria celeridad entre los mortales, y eso que procuraba que sus movimientos fuesen lentos. Alcanzó a su hermano pequeño en menos de un segundo y viendo al ruso inconsciente entre los brazos del japonés se extrañó.


   - ¿Acaso no has podido curarle? - Le preguntó a Dionisio.


   - ¡Lo hice! Pero el hombre ha abusado un poco de su telequinesia... - Señaló los trozos de naves romulanas flotando en el espacio y se carcajeó. - ¡Se recuperará, no es nada!


   - Tenemos que irnos ya. - El dios del comercio, de las fronteras y viajeros que las cruzan, mensajero de los dioses, tiraba del brazo de su hermano, dios del vino y la euforia. - Ares vendrá enseguida.


   - ¡Gracias, dioses! - Jim les miraba emocionado, estaba empezando a reaccionar. - ¡Muchas gracias! Sin vuestra ayuda no lo habríamos conseguido... ¡Es increíble que os hayáis dignado a aparecer entre nosotros, que hayáis luchado a nuestro lado y que tú – señalaba a Dionisio – le hayas salvado la vida a mi amigo con tu preciada y sagrada sangre! ¿Cómo podría agradeceros yo, un pobre mortal...? ¡Ah! ¡Si no fuese ilegal sacrificaría un carnero en vuestro honor! - Las lágrimas le corrían por la cara empapando la barba, un nudo se le hizo en la garganta y terminó con su ataque de verborrea.


   - Tú, esos ojos... - Hermes reconoció los genes de su hermano mayor en los iris de aquel mortal. Acercándose, le puso la piel de gallina al tocarle con ternura para acariciarle el rostro. - Apolo está orgulloso de ti, Jim. Es un honor para mí haber ayudado a su estirpe.


   - ¡No te tires el rollo, Hermes, que tú no has hecho nada! - Renegó Dionisio. - ¿Dónde está ese loco de nuestro hermano Ares?


 


        El dios de la guerra le tenía atrapado, Khan no podía apenas respirar, los labios y la boca de Ares le estaban asfixiando... besándolo... sin concederle un sólo segundo para tomar aliento. Apretado entre sus fuertes brazos, por primera vez en su vida, Khan sintió que toda su fuerza como sobrehumano no significaba nada: aquel ser era muy superior a él.


   - Mis hermanos y yo tenemos que irnos ya. Cuida de todos, tú eres el más fuerte. - Se despidió Ares dejándolo atontado tras la tribuna.


   - Espera... ¿por qué me has besado? - Quiso saber antes de perderle de vista.


   - ¡Eres mi favorito! Siempre lo has sido, Khan... ¡Adoro verte matar! - Le respondió guiñándole un ojo antes de marcharse.


     El moreno le miró alejarse. Se fijó en las sandalias que llevaba puestas, de cuero trenzado a sus tobillos. Las pantorrillas y los muslos torneados, fuertes. El quitón corto de color negro, con aquella extraña fíbula que sujetaba la tela a su hombro... ¡Tenía la forma del trisquel! La reconoció al instante. Y sus palabras... "mi valiente y salvaje creación"... ¿Qué había tenido que ver Ares, el dios de la guerra, con su concepción en una probeta de laboratorio?


 


              Jim fue el único que no apartó los ojos cuando Dionisio, Hermes y Ares fueron envueltos en una nube de negra oscuridad y desaparecieron sin dejar rastro. Aquello le era familiar. Reconoció a Ares como a aquel dios que surgió del cuerpo de Sybok en el planeta Primero del centro de la Galaxia, cuando el hermanastro de Spock se inmoló en el haz de luz azul que despedía. Entonces casi acaba con ellos pero ahora... ¡había peleado de su lado! Jim sacudió la cabeza algo aturdido. Dio las gracias a todos los dioses de nuevo, mentalmente, orando como solía hacer y vio complacido cómo Pavel empezaba a recuperarse entre los brazos de Sulu.


   - Rosa mía... ¿estás bien? - Le preguntaba el japonés sin soltarle.


  - Sí, moy drug... *(amigo mío) – Respondió apoyándose en sus hombros y poniéndose en pie. - ¿Ya pasó todo? ¿Se han ido?


  - Esos tipos tan raros de las túnicas se han esfumado ahora mismo. - Contestó Peter.


   - Deberíamos regresar al Enterprise, quisiera echarte un buen vistazo, Pavel. - Sugirió Alex preocupado por su salud. Estaba deseando volver a colocar el TRC en la frente del ruso y escanear su cerebro.


   - Me encuentro bien, doctor. ¡Mejor que nunca! - Le sonrió.


   - Tío Jim... - Peter se le acercó y buscó llevarlo aparte un momento. - ¿Qué es eso que dijo el dios sobre lo de ayudar a la "estirpe de Apolo"?


   - Tal vez tú y yo llevemos algo de su sangre, Pete. - Respondió el rubio encogiéndose de hombros. - ¿Nadie te ha dicho nunca que tienes unos ojos divinos? - Rió. - Porque a mí me lo dicen mucho...


   - Mit mann... - Alex se les acercó y abrazó a su marido desde atrás. - Mit elskede mann... *(mi precioso esposo) – Besaba su cuello entrecerrando los ojos azules con su sonrisa. - Hijos de Apolo... ¡Estoy casado con el descendiente de un dios! - Exclamó riendo.


  - ¡Ah, vikingo! Déjate de tonterías... - Protestó el pelirrojo sonrojándose por aquellas palabras.


 


 


                                                    Tanto la Excelsior como la Enterprise necesitaban ser reparadas por los daños sufridos en la batalla. Aquella noche casi todos durmieron en la Base Estelar XXIII. Jim, T'rak, Azetbur y Talbot comunicaron con sus respectivos mandos narrándoles los hechos acaecidos con el Tal'Shiar, los supervivientes fueron apresados y puestos a disposición del Emperador romulano por orden de Jim.


 


                        Tomaron una habitación en la segunda planta de la estación interestelar. Sulu se había quitado la chaqueta del esmoquin y se tumbó sobre la cama. Estaba agotado, demasiadas emociones fuertes para una noche. Contemplaba con una ligera sonrisa cómo Khan le quitaba la ropa a Pavel, lenta y suavemente, mostrando poco a poco la tersa piel de la espalda ya sin cicatrices. Con un dulce susurro les llamó, deseaba a sus flores junto a él.


   - Violeta mía... mi preciosa rosa blanca... venid conmigo. - Les dijo. - Hagamos el amor una vez más para sentirnos vivos. Después de lo que ha pasado hoy no quiero otra cosa.


   - Anata... - Khan se desnudó también y se tendió junto al japonés en la cama. - Aishiteru... *(te amo) – Musitó antes de besarle en los labios y acariciarle el pecho.


   - Ya tebya lyublyu! *(Te quiero) – Susurró Pavel acurrucándose del otro lado. - Ah, moy drug...!


   - Y yo os amo a los dos, flores mías. - Respondió abrazándolos y dejándose desvestir por sus hábiles manos.


 


 


                                                    A varios miles de parsecs de distancia una sombra se materializó en la nave oscura. Los dioses habían sido transportados allí por Cassandra, la sacerdotisa de Apolo. La mujer de los ojos violeta les miraba como una madre molesta por la travesura de sus hijos.


   - ¿Cómo se os ocurre mostraros así en público? - Les gritó sin esperar a que bajasen de la plataforma del transportador.


   - ¡Ah, ya he vuelto a casa...! - Se quejó Hermes. - Con lo bien que estaba yo por ahí solito. ¿Por qué tuvisteis que ir a buscarme? - Preguntaba a Ares y a Dionisio.


   - Órdenes del “jefe”... - Bromeó el joven dios del vino.


   - Apolo nos quiere a todos en la Pantheion para cuando el trío del trisquel se una. - Le explicó Cassandra.


       Unos pasos violentos se escucharon acercándose por el pasillo. Las puertas se abrieron y el dios de rubios cabellos entró con los ojos azules inyectados en furia.


   - ¡Imbéciles! - Les espetó nada más verles. - ¿Le diste tu sangre a Pavel? Y tú, pedazo de idiota... ¿luchaste codo con codo junto a Khan? ¿Cómo he de deciros que debemos pasar inadvertidos?


   - ¡Imposible! - Gritó Dionisio. - Un cuerpazo como éste – se recorrió los costados con sus propias manos, - jamás pasaría inadvertido, Apolo. - Se echó a reír.


    El rubio negó con la cabeza, aguantándose las ganas de darle una torta exhaló una buena bocanada de aire.


   - ¡Jim y Peter estaban en peligro! - Se excusó Hermes. - De no haber intervenido quién sabe si no habrían muerto a manos de esos romulanos.


   - Y Pavel... - Agregó Dionisio. - Estaba medio desangrado, solamente hice lo que debía.


   - Ya... pero... - Apolo seguía meneando la cabellera. - ¡Podríais haber sido algo más discretos, digo yo!


   - ¡Bah, qué importa! - Ares manipuló los controles de la consola y volvió a la plataforma de transportación. - ¡Que sepan quiénes somos! ¡Que nos adoren! ¡Que nos teman!


   - Sois dioses, Apolo... - Intervino Cassie. - Proteger a los mortales, mezclaros con ellos, intervenir en sus asuntos, utilizarles para vuestros más enrevesados y oscuros propósitos es lo que siempre habéis hecho.


      El dios miró a su amante y terminó por sonreír. La hermosa Cassandra tenía razón, así había sido siempre. Observó que Ares se disponía a marcharse.


   - ¿Dónde crees que vas, hermano? - Le increpó.


   - ¡A buscar a Afrodita! - Contestó él con euforia. - Ya es hora de traerla a bordo.


   - Hermes, Dionisio... Acompañadlo. - Les ordenó, viendo la cara de disconformidad de Ares supo que hacía lo correcto. - ¡Y nada de líos! Dejad de ser vosotros mismos... ¡Comportaos con discreción! - Les advirtió.


   - Como si fuera posible... - Murmuró Cassie dándose la vuelta para ocultar su risa.


   - No te preocupes, Apolo. - Contestó Hermes desapareciendo ya en la oscuridad. - Aunque creo que a los mortales ya les ha quedado claro quiénes somos, te prometo que procuraré que estos dos no den mucho que hablar.


 

Notas finales:

Gracias por leer, gracias por los comentarios, son siempre bienvenidos.

Dejo imagen de Sulu en la habitación de la Base Estelar XXIII, contemplando a su amada violeta desnudar a su preciosa rosa blanca, ya sin ninguna cicatriz sobre su cuerpo.

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