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T'HY'LA por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

There Is a Light That Never Goes Out *(hay una luz que nunca se apagará) es una canción de la banda inglesa The Smiths, escrita por Morrissey y Johnny Marr. Es el penúltimo tema de The Queen Is Dead, *(la reina ha muerto) álbum de estudio de 1986, pero a pesar de su popularidad no fue lanzada como sencillo hasta 1992, después de la separación de la banda.

 

Por esa fecha la conocí, la verdad, y me enamoró. Igual que Pavel... una luz que nunca se apagará. Morir a su lado sería un privilegio.

 

La luz brillante

 

 

                                                                        En San Petersburgo los inviernos son muy duros, terriblemente fríos e insoportablemente largos. Anton Chekov enviaba a su hijo a la escuela pertrechado con doble capa de ropa interior termoprotectora, pantalones, jersey de lana y múltiples camisetas bajo el grueso abrigo de paño; todo acompañado de los guantes, el gorro y la bufanda que solamente dejaban ver unos grandes ojos aguamarina que apuntaban a que había un niño dentro de aquel armario ambulante.

   - No corras por el camino, hay hielo en las calles y podrías resbalar. No te entretengas tampoco. No estaré en casa cuando regreses pero llegaré enseguida. Tú merienda y quédate junto a la chimenea en el salón hasiendo los deberes.

  - Da, papa! - Contestaba paciente con su cartera en la mano despidiéndose junto a la puerta.

      El hombre cuidaba bien de su único y mayor tesoro: Pavel, su adorado hijo. Desde que nació era lo único que le importaba en el mundo, con aquellos preciosos ojos y su sonrisa heredados de su fallecida esposa a la que tanto amó.

      Tenía nueve años. Obediente y respetuoso con sus mayores, Pavel Andreivich Chekov había dado abundantes muestras de su alto cociente intelectual en la escuela. Aquella mañana era especial, comenzaba un nuevo curso. Dos años adelantado en los estudios tenía que compartir el aula con niños de once que le miraban con curiosidad y cierto desprecio. No encajaba, pero eso no era nada nuevo: Pavel no había encajado nunca en ningún sitio.

     Durante las horas lectivas procuró pasar inadvertido, ni siquiera levantó la mano una sola vez a pesar de que conocía las respuestas a todas las preguntas que realizaban los profesores. Se sabía observado, prejuzgado por sus compañeros, no quería llamar la atención otra vez. Se pasó el año anterior soportando el acoso de niños de su misma edad, ahora que estaba rodeado de alumnos mayores, más altos y fuertes que él, no quería arriesgarse a enfrentamientos.

      De regreso a casa unos chicos le abordaron por el camino.

   - ¿Estás ahí dentro? - Le empujaban haciéndole patinar sobre la acera. - Eres todo ropa, chaval...

   - ¡Comprobemos si hay alguien ahí debajo!

      Entre todos le despojaron del gorro, los guantes, el abrigo, un jersey, dos camisetas, los pantalones... le dejaron humillado con sus calzoncillos largos de punto y las botas. Agradeció que no le quitaran eso. Cuando los chicos terminaron de reírse de él le perimitieron marcharse a casa. Ya era tarde y su padre le estaba esperando bastante preocupado por no haberle encontrado allí al volver de su trabajo en la fábrica.

   - ¡Pavel! - Gritó nada más verle llegar helado de frío y tiritando. - Moy syn... *(hijo mío)

   - Estoy bien, papa... no es nada...

   - ¿Qué ha pasado? ¿Se han vuelto a meter contigo en la escuela? - Abrazó a su pequeño y poniéndole una manta sobre los hombros lo llevó junto a la chimenea, frotándole los enclenques bracitos para que entrase en calor. - De ahora en adelante yo mismo te llevaré y te recogeré.

   - Niet! - Protestó el niño. - Si hasses eso será peor. No me atacarán por el camino, pero en clase... y en los descansos...

    Pavel imaginaba todas las jugarretas que podrían hacerle dentro del colegio: encerrarlo en su taquilla, meterle la cabeza en el water, tirarle la comida en el almuerzo...

   - Es sierto, no puedo estar a tu lado siempre. - Anton Chekov pensó en el modo de hacer algo para solucionar el tema. - ¡Ya sé! ¡Te llevaré a clases de defensa personal!

   - Papa... mírame... - Pavel se apartó la manta y le mostró a su padre su propio cuerpecillo delgado y débil. - ¿Crees que puedo aterrorisar a nadie con esto?

   Anton se echó a reír. Su hijo tenía razón. Era demasiado flaco y pequeño, aunque sus grandes manos y pies y su desgarbada silueta le hacían pensar que eso cambiaría con los años.

   - Creserás, serás un hombre alto y fuerte, te lo prometo. - Apartando los rizos de su frente le besó allí. - Hasta entonses tendrás que arreglártelas sólo con tu inteligensia...

   - No te preocupes, los chicos se acabarán cansando y si me doy prisa no me alcansarán por el camino. - Se encogió de hombros y sonrió levemente, sacando el labio inferior y mirando a su padre con sus grandes ojos aguamarina.

   - Te quiero, moy syn... ¿te lo he dicho hoy?

   - Da, papa... me lo has dicho... - Asentía con media sonrisa, el amor de su padre era todo el amor que conocía.

 

            Su infancia transcurrió entre su pasión por los estudios, el ajedrez y su padre. En lugar de clases de defensa personal acudió al conservatorio de música y aprendió a tocar el piano. Lo hacía maravillosamente, arrancándole al instrumento un sonido melancólico y conmovedor que nadie más podía lograr. Avanzó dos cursos más por año y cuando cumplió los catorce estaba listo para entrar a la Universidad. Su padre, tras hablarlo con él, decidió que se mudarían a San Francisco y así Pavel ingresaría en la academia de la Flota.

   - Serás lo que quieras ser, moy syn: sientífico, militar... Podrás viajar por todo el Universo y haser grandes cosas, ya lo verás. - Anton estaba emocionado con la idea, su hijo sería un hombre extraordinario.

   - ¿Vas a abandonar toda tu vida aquí, papa? ¡Vas a dejar tu amada Rusia por mí...! - Le abrazó con fuerza, agradecido por el enorme sacrificio que su padre estaba dispuesto a hacer por él.

   - Amo a Rusia, da... pero a ti más. Yo solamente quiero que sea feliss, Pavel. Es lo único que me importa. ¿Serás feliss por mí? ¿Me lo prometes? - Le susurraba al oído acariciando los rizos de su nuca, con la cabeza de su hijo apoyada en su pecho cerca de su corazón.

   - Da... papa... Ya tebya lyublyu! *(Te quiero)

 

             «Serás lo que quieras ser.» Pavel se guardó aquellas palabras dentro de su corazón. Durante toda su vida a veces se las repetía antes de quedarse dormido, la voz de Anton Chekov sonaría siempre clara en su cabeza.

 

           Recibió la noticia de la muerte de su padre con una llamada desde el hospital. Acababa de graduarse y aún no sabía cuál sería su destino en la Flota. Acudió a urgencias temblando como una hoja. El médico de guardia le acompañó al box donde el cuerpo yacía bajo una sábana blanca.

   - Le ha fallado el corazón, no hemos podido hacer nada. Lo lamento, señor.

      ¿Señor? Pavel tenía diecisiete años y aquella palabra le venía grande. ¿Qué iba a hacer ahora? Cogió su intercomunicador personal y marcó el segundo número que tenía en la agenda. El de su único amigo, su compañero de clase, el piloto japonés al que admiraba por su increíble destreza y cuya consideración hacia él le había hecho otorgarle ese nombre de “moy drug” *(amigo mío) con el que le presentó a su padre en la ceremonia de graduación hacía tan sólo dos días.

   - Aquí Hikaru Sulu, adelante... - La voz sonó por el pequeño altavoz, no había imagen de vídeo, Pavel la había deshabilitado sin querer. - ¿Quién es? - Se oyó trastear con el aparato. - ¡Pavel! ¿Eres tú? ¿Qué ocurre? - Silencio. - ¿Por qué no hablas... eh? - El japonés escuchó con atención y le pareció oír un sollozo. - ¿Estás llorando? ¿Ha pasado algo? ¿Dónde estás? ¡Dime algo, joder!

      La llamada se cortó. Pavel se quedó sentado en el frío suelo mirando el reloj del pasillo en el hospital, contando veinticuatro minutos hasta que la figura de Sulu apareció por la puerta del fondo. Se puso en pie y se lanzó a sus brazos de inmediato. El llanto no le dejaba decir una palabra.

   - Tranquilo... estoy aquí...

      Aquellas palabras también sonarían siempre en su mente, con la voz grave con la que Sulu las pronunció, eternamente grabadas en su corazón.

      Negó con la cabeza cuando Sulu le preguntó si quería que llamase a alguien: familiares, amigos... Pavel no tenía a nadie más. Su amigo le apretó contra su pecho y se quedó a su lado todo el tiempo. Fue el japonés quien se ocupó del papeleo; averiguando que el hombre ruso que acababa de morir deseaba ser incinerado hizo que todo se llevase a cabo con la mayor celeridad.

      Pensó en avisar a sus compañeros pero ante la rotunda negativa de Pavel no lo hizo. Una vez terminó todo se lo llevó a casa, al pequeño apartamento de alquiler que el joven genio compartía con su padre cerca de la academia. Cocina, baño, salón y dos dormitorios. Toda su vida estaba allí, en aquellos escasos sesenta metros cuadrados. Pavel empezó a guardar las cosas en cajas manteniendo una actitud silenciosa que inquietaría a cualquiera.

   - No tienes que hacer eso ahora. - Le dijo Sulu preocupado.

  - He de hasserlo. En unos días nos dirán nuestros destinos y me marcharé de la Tierra.

   - Lo dices como si fuese algo definitivo.

   - ¡Eso espero! No tengo nada, Sulu. Ningún lugar al que regresar, nadie a quien volver a ver... Estoy solo, he de asumirlo.

   - No estás solo, yo estoy aquí.

   - Grassias...

     Llorando volvió a encerrarse entre sus brazos. Pasó así aquella noche, a su lado, apretado contra su cuerpo en la estrecha cama de su habitación. Sulu era todo lo que le quedaba en el mundo pero entonces no sabía hasta qué punto aquella amistad duraría para siempre.

 

                 La primera vez que vio a Sulu fue en su segundo curso en la academia. Él acababa de cumplir los quince y el japonés tenía veinte años. Un profesor de física desarrollaba una complicada fórmula en la pizarra y, consciente o inconscientemente, algo que el ruso nunca supo, cometió un error. A Pavel le chirriaba la visión de aquella ecuación equivocada. Aguantó un par de minutos mordiéndose el puño y retorciéndose en su pupitre antes de levantarse y, sin decir nada, borrar las letras griegas y los símbolos, arrebatarle el marcador al maestro y corregir por sí mismo semejante atrocidad.

    - Da! - Exclamó observando su obra. - Eso está mejor.

   - Gracias, señor... - el profesor sonreía esperando que dijese su nombre.

   - ¡Chekov, Pavel Andreievich! - Dándose cuenta de que podría haber humillado al hombre, se quedó allí plantado mirándole sin saber qué decir con una estúpida sonrisa helada en el rostro.

   - Parece que contamos con un genio entre nosotros... - Comentó el maestro. - Puede volver a su asiento, Chekov. No tengo intención de utilizarle como perchero.

      Pavel se sonrojó y regresó a su lugar en la última fila. La clase entera se estaba riendo, todos le miraban. Sonó la campana y salió entre los demás al pasillo para el cambio de aula, tocaba defensa personal en el gimnasio y el entrenador propuso medir las fuerzas y la habilidad de sus alumnos haciéndoles enfrentarse de dos en dos. El ruso se quedó rezagado, no tenía idea de pelear. A pesar de la cantidad de veces que se habían metido con él, de todas las palizas que recibió en su infancia por parte de compañeros cada vez más altos y más fuertes, nunca aprendió a defenderse por la fuerza. Utilizaba su inteligencia, como le había aconsejado su padre: huía del conflicto, evitaba la situación, buscaba distraer a los que le atacaban... cualquier cosa salvo levantar el puño y golpear.

   - Usted... el delgaducho, es más o menos igual de alto que el señor Sulu... - El instructor le señalaba indicándole donde posicionarse. - Él será su contrincante.

      Los demás murmuraron por lo bajo con aquella decisión del profesor. Pavel pudo oír cosas como “le va a machacar, ese japonés sabe kárate...” y se echó a temblar. Sulu le miraba y se reía, tal vez porque le hacía gracia la pinta tan extraña que tenía con los pantalones cortos de deporte y las piernas tan flacas y blancas asomando por debajo, o tal vez por su cara de susto.

     El entrenador hizo sonar el silbato y los muchachos empezaron a luchar entre ellos. El objetivo era derribar al otro, hacerle caer al suelo o rendirse. Unos usaban llaves de yudo, otros lo intentaban con la lucha greco-romana... Sulu agarró el cuello del ruso y le acercó la cabeza a la suya.

   - No te preocupes, no te haré daño. - Le susurró.

   - Grassias, yo...

   - Tú déjate caer.

     Y así lo hizo. Su espalda dio de lleno contra el tatami y Sulu levantó la mano en señal de victoria. El profesor le palmeó los hombros mirando a Pavel en el suelo y negando con la cabeza.

   - Me va a costar convertirte en un soldado chico, pero lo haré.

   - Si me ayudas con la física te enseñaré kárate, ¿trato hecho? - Sulu le ofrecía la mano para levantarle.

   - ¡Hecho! - Estirando el brazo se dejó aupar.

   - Bien, trabajar en equipo es el primer paso... - El entrenador hizo sonar su silbato. - ¡Señoras! ¡Caballeros! No olviden que sus compañeros pueden algún día tener sus vidas entre sus manos... Son ustedes miembros de la Flota Estelar, cadetes. Aprendan a colaborar.

 

 

                                                    “Si no me muevo no me picará, si no me muevo... si me quedo muy quieto... se irá volando por donde ha venido y me dejará tranquilo. ¡Había oído que los lavaflies eran grandes pero esto es una monstruosidad de bicho! Ay, yebát! *(joder) ¡Lo tienes ensima, Pavel, ni respires...!”

       El mosquito le picó al final. Sería la primera de las muchas picaduras que sufrió en Rinax. Pavel saltó de la silla chillando, los robots Khan y Amy se acercaron al oírle gritar.

  - ¿Cuáles son tus órdenes, t'hy'la? - Preguntaba la robot Amy deteniéndose a observarle mientras el ruso saltaba a la pata coja quejándose por el picotazo en su pierna derecha.

   - ¡Cassarlo! ¡Matarlo! ¡Ese maldito lavaflie...!

     Las dos máquinas se pusieron a la tarea mientras Pavel se metió en su dormitorio y se desinfectó la herida como pudo. Luego se tendió en la litera, quedándose dormido entre una extraña fiebre que le empezaba a subir sin que se diese cuenta.

 

          Los sueños eran vívidos, casi reales. El primero en aparecer fue Somak, le miraba sonriendo con malicia.

   - Regresaré para atarte de nuevo y follarte una y otra vez, p'tak... (marica) ¡No eres nada! Solamente un agujero para meterla y correrme dentro... ¿Sabes que un día te mataré con mis propias manos? ¡Volveremos a vernos!

      Pavel se revolvía entre las sábanas sudadas, el robot Khan le aplicó una compresa empapada en agua fría sobre la frente para intentar bajarle la temperatura. El humano no se había levantado en todo el día, tampoco había estado despierto el tiempo suficiente como para comer algo. La robot Amy retiraba el plato lleno de comida de la mesa de su escritorio.

   - Nuestra obligación es informar de su estado de salud. - Decía la voz grave y masculina con acento británico y cierto trasfondo metálico.

   - Esperemos sus indicaciones. Si no mejora mañana, informaremos. Ya conoces su consigna: soledad y privacidad ante todo. De lo que ocurra en Rinax la Flota no tiene por qué enterarse.

      El genio había programado a su gusto ambas máquinas. Entre la duermevela inquietante de la fiebre les oyó hablar y se sonrió. Los horribles dientes torcidos de B'Etor aparecían ahora en su memoria mordiéndole en la espalda y apretando hasta hacerle sangre. Se oyó gritar a sí mismo, aunque con la mordaza no pudo verbalizar claramente las palabrotas que quería decirle a aquel klingon.

   - ¡Silencio, esclavo! - B'Etor empujó más fuerte, hundiéndose en él hasta hacer chocar su abdomen contra las nalgas del ruso, provocando así la risa entre sus compinches que observaban excitados a su jefe.

     Pavel, con las manos y los pies atados, apoyado boca abajo en el potro de tortura, sentía todo el peso de aquel animal sobre su castigada espalda. Escuchó crujir la costilla en su costado, el chasquido seco del hueso al troncharse... gimió pero Somak aullaba de placer derramándose en su interior y los demás aplaudían y silbaban la gesta, nadie se dio cuenta de nada. Pavel perdió el conocimiento.

      Durante cinco días había estado sometido a la retorcida voluntad de B'Etor. Le dejaba solo horas y horas, atado del cuello por una gruesa cadena de hierro a la pared. Se vio obligado a hacer sus necesidades allí mismo, todo apestaba a orines. El klingon traía cada vez a dos o tres amigotes diferentes, prometiéndoles gozar con el espectáculo, dejándoles intervenir si eran peces gordos a los que quería impresionar. Pavel era su juguete, su mascota, pero no se preocupaba de su estado, no le dio alimento alguno en esos días, no echó cuenta de sus huesos rotos ni de la sangre seca que se encostraba sobre las múltiples heridas.

     Llegó un momento en el que el ruso se sintió morir y no reaccionó siquiera cuando B'Etor le tiró encima un cubo con agua helada. Pensando que habría acabado con él le dejó en aquel sótano abandonado a su suerte.

   - Vámonos, amigos... ya no se le puede sacar provecho a ese saco de pulgas. ¡Que se pudra ahí mismo! - Ordenó a sus compinches que le siguieran.

     Uno de los esbirros que jamás le había puesto la mano encima, limitándose a mirar solamente porque así se lo ordenaban, se compadeció del humano y se dispuso a darle sepultura. Cuando le desató, observó el hematoma y el bulto por debajo de la piel en su pecho. Se movía.

   - Maw' tok, bet'ala nog'tor! *(¡Mira esto!) - Dándole la vuelta a un Pavel inconsciente lo tumbó en el suelo con rudeza. - ¿Y aún respiras, humano?

     Lo envolvió en una manta y le llevó a la casa de un médico para que lo atendiera. El klingon no entendía por qué Pavel le había insinuado a B'Etor lo que esperaba de él: castigo físico, humillación, dolor... sexo... y le había dejado dárselo. Su superior cumplió con creces las expectativas del humano. Pensó que aquel hombre debía estar loco buscando la muerte de esa forma tan repugnante.

   - NuqneH? *(¿Qué es lo que quieres?) - Le preguntó Pavel viendo cómo le miraba mientras el galeno curaba sus heridas.

   - Comprender...

   - ¡No es asunto tuyo! Grassias por traerme aquí, ahora márchate. Si volvemos a vernos no te saludaré.

   - ¡De nada, loco humano! - El klingon cerró de un portazo y desapareció.

 

          Pavel mantendría su promesa. Cuando años más tarde le reconoció no hizo por decirle nada. Le vio con aquella banda azul cruzando su pecho, en el lado de la derecha de la sala de ceremonias de la cubierta B durante la boda de Alex y Peter. El klingon se acercó a hablar con Sulu mientras él y Khan bailaban tras el almuerzo de la celebración. Nunca preguntaría cuál había sido el objeto de aquella conversación, su amante japonés tampoco le comentó jamás nada.

 

 

                                                      “¡Muévete... ahora...! Sé que puedo hasser esto... ¡Puedo hasserlo! ¡Muévete maldito destornillador!”

      Pavel se concentrada en desarrollar una nueva habilidad de su prodigiosa mente que había descubierto por casualidad allí, en su completa soledad. Rínax era el lugar ideal para practicar. Lo cierto es que ya de pequeño se sorprendía a sí mismo agitando el cacao en la leche con una cucharilla y al sacarla de la taza la encontraba completamente doblada, retorcida. Su fuerza mental se manifestaba inconscientemente y cuando menos lo esperaba: estando distraído en sus pensamientos, cuando algo le preocupaba... o cuando sentía miedo. Vasos que caían de la mesa, libros de las estanterías... y no es que él se lo propusiera, aquellas cosas simplemente ocurrían a su alrededor. Pero fue en la soledad de la base cuando un día, sin darse cuenta, mientras arreglaba por enésima vez la consola de observación meteorológica que solía romperse cada dos por tres debido a la excesiva humedad del satélite de Talax, alcanzó la herramienta que necesitaba sin tocarla siquiera.

   - ¿Así que tengo poderes telequinéticos? Bien, pues los voy a perfecsionar, los usaré a mi antojo... tengo muuuucho tiempo para aprender. - Se dijo contento de encontrar algo que hacer aparte de matar mosquitos y jugar contra sí mismo al ajedrez.

      El robot Khan le observaba y tomaba nota de sus constantes vitales. Cada vez que el ruso intentaba mover algún objeto con su mente, por muy pequeño que éste fuese, emitía unas ondas cerebrales fuera de lo normal. Todos esos impulsos eran registrados y enviados sistemáticamente a la Flota sin que Pavel lo supiera.

      Desde que entró a trabajar como vigilante de la estación de Rinax, el ruso fue secreto objeto de estudio por parte de un equipo médico en el Cuartel General. Bones lo descubrió estando ya Pavel de vuelta en el Enterprise. Por supuesto no le dijo nada. Cuando dejó a Alex como oficial médico de la nave le encargó que realizase mediciones con el TRC y vigilase esas particulares ondas en la mente del genio.

   - ¿Es necesario seguir controlándole? - El rubio miraba a McCoy a los ojos con curiosidad. - ¿Sigue la Flota pensando que Pavel podría convertirse en una amenaza?

   - Tú viste con tus propios ojos lo que es capaz de hacer...

   - ¡Sí, claro... a sus enemigos! Pero ahora está en casa, en la Tierra, rodeado de su familia y de sus amigos... Es feliz, está cambiado. ¡Va a ser padre! ¿Hemos de seguir con los exámenes periódicos? ¿Con los análisis de sangre? ¿Qué excusa pondremos?

   - Ya buscaremos la manera, Alex. No podemos quedarnos de brazos cruzados a esperar que ocurra algo...

   - No hacemos mucho más. La verdad, no hay explicación científica para su evolución mental. Sus capacidades han superado ampliamente a las de un humano normal. - Alex se servía una copa de vodka y le ofreció a su colega algo de beber.

    McCoy señaló el brandy. Sentado en el sofá chester observaba preocupado por si alguno de sus amantes aparecía por el salón. Oyéndoles reír en el jardín con las historias de Peter, Pavel y Khan a bordo del Enterprise, se relajó. Los cinco estaban fuera, pasando una tarde agradable bajo el sol de San Francisco. Amy dormía la siesta en su habitación en compañía de Sulu, al parecer el japonés era el único capaz de hacer que el bebé dejase de agitarse en su tripa y la futura mamá pudiese descansar.

   - Ya sé que hasta ahora no se ha averiguado mucho, - Bones ladeaba la cabeza al hablar, - aunque conocemos los parámetros que encierran la normalidad y si saliera de ellos...

   - ¿Qué? Se volvería peligroso, ¿no es eso? ¿Y cuáles son las órdenes en tal caso? ¿Matarlo?

   - ¡Por Dios, Alex! - Bones se revolvió en su asiento, mirando de reojo por la ventana hacia el exterior donde Khan ahora cogía entre sus brazos a Pavel para bailar una vieja canción que Jim hacía sonar en el ordenador. - ¡Somos médicos, no verdugos!

   - ¡Exacto! - El rubio le tendió la copa con coñac y le dejó darle un trago antes de continuar. - Si ese equipo médico del Cuartel General estima que Pavel se ha convertido en un peligro para la humanidad ¿qué crees tú que harán? A lo mejor dicen de criogenizarlo... - Sonrió con sarcasmo, diciendo aquello con toda la intención del mundo. - Ya lo hiciste una vez... Cumpliste las órdenes y congelaste a Khan. ¿Serías capaz de hacérselo a Pavel?

     McCoy negó con la cabeza y se terminó la copa de un trago. Alex tenía razón. No había otro motivo para seguir con los controles a la mente de su amigo que el de asegurarse de que no se volvía demasiado poderoso. Quien quiera que estuviese al mando de aquel estudio tenía el poder de decidir cuándo Pavel debía ser, de alguna manera, neutralizado. Averiguar de quién se trataba se convirtió en el objetivo de ambos doctores.

 

 

                                                           “Está masturbándose, tiene que ser eso... las pesadillas no tienen ritmo. ¡Uno no se mueve así en sueños! Pobre chaval... No hay ni una chica de su edad por aquí, ¿quién será el objeto de sus fantasías? Ay, yebát! A lo mejor es gay... ¡A lo mejor está pensando en mí! ¡Niet... no digas tonterías Pavel! Es David, no está enamorado de ti, pedasso de narsisista... Pero ¿qué debo hasser? ¿Fingir que no me he dado cuenta, que estoy durmiendo? ¡Cómo gime! Ya se detiene... debe haber llegado. ¡Pobre chico, pobre...!”

      Pavel estiró su brazo hasta alcanzar la pierna en la litera superior. Sin decir nada le acarició tratando de reconfortarlo. No hablaría del asunto a menos que él sacase el tema, y aún así... ¿qué podría decirle? Le llevaba dieciocho años, era amigo de su padre... El ruso volvió a dormir esperando que David no sintiese nada por él.

 

         El chico se volvió más discreto a la hora de procurarse placer a sí mismo. Aquello no se repitió durante los meses que restaron de compartir el dormitorio en Rinax. Pavel agradeció no tener que conversar con David acerca de algo tan delicado.

      Una noche el chico se dio cuenta de que su amigo murmuraba algo entre sueños. Bajó de su litera y le observó. La frente y los rizos sobre ella estaban empapados en sudor; le tocó el cuello, ardía.

   - Mamá... - Entró a su habitación y la sacudió levemente, con cuidado de no despertar a la compañera de cuarto de su madre, su ayudante Lisa.

   - ¿Qué te pasa, hijo? ¿Te encuentras mal? - Carol sabía que había pasado la mañana matando lavaflies junto al ruso y temió que alguno le huebiese picado.

   - Es Pavel... tiene mucha fiebre. - Susurró. Lisa se dio la vuelta en la cama de al lado.

     La doctora Marcus tenía algunos conocimientos médicos. De inmediato buscó un hipospray con el que inyectar a Pavel una medicina para bajarle la temperatura.

   - Ve a dormir a mi cama, David. Ya me quedo yo con él. - Le sugirió a su hijo viendo cómo se le cerraban los ojos en la silla del escritorio.

     El chico obedeció. La rubia tomó asiento junto a la litera y se dispuso a vigilar el agitado sueño de Pavel; le vio debatirse entre horribles pesadillas, oyéndole murmurar cosas en klingon y en ruso que no entendía.

   - Chekov, tranquilo... estoy aquí... - le susurraba acariciando su frente, secándole el sudor con una toalla.

   - Moy lyubov... *(mi amor) – Pavel soñaba con Khan dentro de su cápsula. Frío, inaccesible...

     Así pasó la noche y llegó la mañana. David asomó por el cuarto con una bandeja y un delicioso desayuno para su admirado amigo.

   - No creo que pueda comer nada ahora, hijo. Vete abajo con los demás, organiza la tarea de hoy en el laboratorio con Lisa y Nigel. Yo me quedaré a cuidar de él.

      El chico asintió y dejando la comida sobre la mesa junto al ordenador salió de la habitación. Poco a poco, Pavel abrió los ojos. Brillaban con la fiebre aunque recuperaba la conciencia de sí mismo.

   - ¿Qué hasses tú aquí? - Le preguntó a la rubia.

   - Alguien tenía que vigilarte, creo que uno de esos mosquitos te ha dejado un buen regalo en la sangre.

   - No hasse falta... ¡márchate! - Espetó hosco.

   - Di lo que quieras, valiente soldadito. Estás enfermo y no voy a obedecerte. - La doctora Marcus le pasó el tricorder alrededor de la cabeza. - Has tenido fiebre toda la noche, de hecho aún superas la temperatura normal... ¿Te sientes mareado? ¿Sediento? David te ha traído zumo de frutas...

    Levantándose de la silla buscó el vaso y se lo entregó al ruso, le miraba con severidad en sus fríos ojos azules.

   - Grassias... - Pavel se apoyó contra el cabecero de la litera y se bebió el líquido con ansia. Estaba realmente seco. - ¿Por qué eres tan amable?

   - Tú cuidas de nosotros aquí, supongo que te lo debo. ¡Eres toda nuestra seguridad, Chekov! - En sus palabras había mucho de verdad pero también bastante cinismo.

   - Represento a la Flota y tú la aborresses... - Murmuró débilmente devolviéndole el vaso vacío. Sintió mareo y nauseas. Se tumbó de nuevo.

   - Has tenido pesadillas, hablabas en sueños...

   - ¿Qué he dicho? - Temiéndose lo peor le agarró la mano con fuerza. ¿Habría mencionado a Khan?

   - ¡Nada! Bueno, yo qué sé... no entiendo el klingon... - La rubia intentaba zafarse, los largos dedos del ruso la estaban dejando sin circulación.

      Pavel la soltó y se hizo un ovillo en su estrecha litera. Aquella mujer le pareció muy extraña. Por una parte sufría sus continuos desprecios: le llamaba soldadito, le acusaba de haraganear todo el día, se metía con su descuidado aspecto y su delgadez... Y por otro lado se ocupaba de que todo el equipo de científicos a su cargo reconociese su autoridad en la base, le agradecía que les mantuviera a salvo y le engordaba con sus deliciosos guisos y asados. Pavel había recuperado más de un par de tallas desde que ella estaba allí. Carol era bastante contradictoria, la verdad.

   - Siempre te hasses la dura... conmigo, con David... pero en el fondo tienes un buen corasón. Quieres mucho a tu hijo y has cuidado de mí.

   - No saques conclusiones equivocadas, Chekov. - Esquivó su mirada aguamarina, como si se sintiese incómoda. - Tú estás al mando aquí. ¿Qué íbamos a hacer un grupo de científicos solos en este lugar perdido de la mano de Dios? Es mi deber mantenerte con vida.

   - Da... como cuando me curaste las costillas rotas.

   - Tú echaste a los soldados romulanos...

   - ¿Por qué no eres más dulse, Carol? Sé que con Jim, al menos al prinssipio...

   - No me recuerdes aquella época. He cambiado.

   - ¿Por qué?

   - La vida nos cambia a todos. Tú tampoco eres el chiquillo al que conocí en el Enterprise... y yo no te pregunto qué ha pasado en todos estos años.

      Levantándose de la silla recogió la bandeja del escritorio y se acercó a la puerta.

   - Procura dormir. La fiebre está bajando pero necesitas descansar. Volveré luego a echarte un vistazo.

     Pavel le regaló una de sus preciosas sonrisas y se acurrucó bajo la manta. Estaba cansado, era cierto. La doctora Marcus cuidaría de él. Tarde o temprano le devolvería el favor.

 

 

                                                                 “Si no lo arreglo explotará... pasará lo mismo que en Kronos cuando Praxis voló en pedassos... Soy el portador del agua de Ocampa, soy el responsable... tengo que ir allí...”

      Pavel se despertó con un sobresalto y salió de la cama a toda prisa. Poniéndose los pantalones y una camiseta que había dejado tirados a los pies del lecho se disponía a salir del dormitorio. Khan abrió los ojos y se incorporó.

   - ¿Dónde vas? ¿Qué te pasa? - Le preguntó a través del vínculo, no queriendo despertar a Sulu.

   - He tenido un sueño. Creo que el Tláloc va a tener problemas. - Respondió del mismo modo alejándose ya por el pasillo.

   - ¿Qué pasa...? ¿Pavel? - El japonés había sentido el movimiento a su alrededor y encendió la luz de la mesita. - ¿Es Anton?

   - No... - Contestó Khan echándole el brazo sobre los hombros. - Duérmete, anata *(cariño) – Le susurró con una sonrisa. - A nuestro genio le han entrado ganas de ponerse a trabajar... Está en el sótano.

   - ¿Qué? ¡Son las cuatro de la mañana, Khan! - Se quejó Sulu mirando el reloj digital.

   - Creo que ha tenido una pesadilla, no estoy seguro. Miro en su cabeza y solamente veo números y ecuaciones llenas de letras griegas... - El moreno se encogió de hombros. - ¡No entiendo nada!

   - Bueno, está bien... si no hace ruido no despertará al niño. - Apagando la lamparita se acurrucó entre los brazos de su amante.

 

              El sótano de la casa estaba ocupado por todos los cachivaches técnicos de Pavel. Monitores, consolas, ordenadores, soldadores, herramientas... en completo desorden por todas partes, como era su estilo. Pavel, descalzo, se ocupó de extender sobre la gran mesa de trabajo los viejos planos del satélite que construyera para devolver el agua al planeta de los Kazon. En su sueño lo había visto fallar. Debía revisarlo todo para asegurarse de que algo tan terrible no podría suceder.

       Pasó horas trabajando en completo silencio y soledad. El sol hacía rato que había salido cuando el llanto de su hijo le devolvió a la realidad.

   - ¡Ya está bien, Anton! - La voz de Khan le llegaba desde la planta de arriba. - ¡Tienes que ir al colegio! ¿Es que no te gusta? El otro día me dijiste que lo pasabas bien allí...

   - ¡Papá, no quiero volver! Los demás niños dicen que soy raro... - Le miraba con los grandes ojos aguamarina llenos de lágrimas.

   - Sulu, ¿y si dejamos que se quede en casa? - Al sobrehumano se le partía el corazón cuando su hijo le pedía algo llorando.

   - ¡Ni hablar! Tiene seis años, lo normal es que vaya a la escuela. - El japonés guardaba un sándwich de jamón y queso, un zumo y una manzana dentro de la mochila del pequeño.

   - Pero Anton no es un niño normal... - Insistía Khan.

   - Ssshhh... - Sulu le regañó. - ¡No digas eso! No es verdad. Nuestro niño es perfectamente normal y va a ir al colegio como todos los demás. ¿Verdad que sí, mi vida?

     El pequeño le miraba con el ceño fruncido, sacando el labio inferior en señal de protesta.

   - No quiero... no me obligues, por favor, Sulu... - Con su mirada más triste intentaba manipularle.

   - Ichiban takara mono... *(mi tesoro) ¿Qué diría tu madre de esto? - El japonés se puso en cuclillas para agarrarlo de los brazos y mirarle directamente a los ojos. - ¿Crees que ella te permitiría hacer lo que te diese la gana? ¡Hay normas, Anton! Ya lo sabes... Irás a la escuela y no se hable más.

     Sulu terminó de vestirlo. Lo que más le costaba siempre era hacer que se pusiera unos zapatos. El niño veía a su padre descalzo todo el tiempo y le imitaba, detestaba la sensación de tener encerrados los deditos de sus pies.

   - Yo le llevo a la escuela. Tú bájale algo para desayunar a tu marido, sabes que cuando se pone a trabajar se le olvidan esas cosas... - Se despidió de Khan con un beso y prácticamente tuvo que arrastrar al niño a la calle. - ¡Oh, vamos! ¡Anton Sarek Chekov! ¡Compórtate o tendré que castigarte sin postre!

 

              El suelo del sótano estaba invadido de cables enrollados, una maraña negra y blanca que envolvía sus grandes pies desnudos. Pavel seguía probando sus teorías.

   - Diseñé el Tláloc para controlar el clima de Ocampa... lo fabriqué con un método que lo protege de las radiassiones solares de aquel sistema pero... - hablaba solo mientras trabajaba, no se percató de la presencia de Khan a su espalda, - ...si algo anormal ocurriese, algo como una tormenta solar brutal o un cometa que se assercase demasiado... o una lluvia de meteoritos... ¿y si se vuelve a atascar? Tiene tres fases... podría quedarse en una y reventar... Ay, niet! ¡No puedo dejar que eso susseda!

  - Moy muzh... *(esposo mío) – Khan le acarició la espalda sorprendiéndole.

   - ¡Oh! ¿Qué hases aquí? - Se echó a reír, su tacto le hizo dar un bote. - Anda, sube... Estoy ocupado.

   - Eso ya lo veo, genio. - Le abrazó y dándole la vuelta lo besó en los labios. - Anton no quería ir a la escuela esta mañana.

   - Pues que no vaya, no lo nessesita. - Se encogió de hombros. - Podríamos educarlo en casa...

   - Sulu cree que es mejor que se socialice, que conviva con niños de su edad, ya sabes.

   - Igual tiene rasón. ¡No me molestes con esas cosas! - Advirtiendo que Khan había bajado un plato con un bocadillo y una taza de café se abalanzó sobre ellos. Estaba hambriento. - Tú y Sulu sabéis lo que es mejor para él. Dessidid vosotros.

   - Igual que Amy... - Se quejó Khan. - ¡Vosotros sois sus padres! ¿Por qué nos dejáis a mí y a Sulu toda la responsabilidad a la hora de educar a Anton?

   - ¡Porque es vuestro niño... y ni ella ni yo estamos a la altura de eso! - Le respondió entre risas.

   - ¡Idiota! - Khan le acariciaba la barba mientras masticaba. - Bueno, no importa. Hoy le ha llevado él a clase, ya veremos cómo viene. Pavel... - Mirando a su alrededor intentó entender qué estaba haciendo su marido. - ¿De verdad crees que el satélite Tláloc puede tener problemas de funcionamiento? Lleva años controlando el clima y las estaciones en Ocampa y nunca ha tenido ningún problema...

   - Lo he soñado, Khan. - Volvió a encogerse de hombros. - Es posible que ocurra, no soy infalible...

     El moreno revisaba que las conexiones de los cables sobre el suelo fueran seguras, lo último que necesitaban era que se produjese un incendio por algún cortocircuito. Pavel se reía observándole, dentro de su caos había cierto orden, no iba a quemar la casa donde vivían. De pronto se encendió el intercomunicador de la pared. La luz parpadeó hasta que Khan pulsó el botón para responder.

   - Aquí el manicomio... adelante. - Contestó con su sentido del humor británico.

   - ¿Khan? ¡Necesito a Pavel! ¡Es urgente! - La cara desencajada del teniente Marcus apareció en la pantalla. David sonaba desesperado.

   - ¿Qué pasa? - El ruso se asomó temiéndose lo peor.

   - ¡El Tláloc... está descontrolado! - Gritó el rubio. - Amy ha salido con la Chekov, dice que lo destruirá si no logro contenerlo. ¿Podrías venir aquí?

   - Ay, yebát! ¿Ahora mismo? ¿Cómo? - Pavel miró a su alrededor. No tenía ni idea de dónde había dejado sus botas.

   - Usaremos el transportador transcurvatura. - Khan rescató el aparato de debajo de un montón de cables y sopló para quitarle el polvo. - Prepárate, cariño. Y tú David, dame las coordenadas.

   - ¡Enviadas! Estoy listo para recogerte Pavel. - El rubio se concentró en la consola que manejaba. A su espalda brilló una luz al otro lado del panel transparente del casco de la Olympia. - ¿Qué es eso?

  - ¿Listo, moy muzh...? - Preguntó Khan apuntándolo con el transportador.

     Pavel asintió. Ni siquiera le dio un beso para despedirse, no había tiempo. El satélite podría explotar de un momento a otro. Tenía que detenerlo. Amy no debía destruirlo, la explosión dañaría la órbita de Ocampa; no importaba si era a causa de los fasers de la Chekov o si volaba en pedazos por su mal funcionamiento: de igual modo la vida en el planeta Kazon podría acabar siendo aniquilada.

      Khan introdujo las coordenadas en el aparato y pulsó los mandos. Las moléculas de su esposo se desintegraron con el rayo azulado que le envolvió en círculos.

   - David... ¿le tienes? - Mirando al monitor esperaba su respuesta. - ¿David?

   - No... - El rubio levantó la cabeza y le clavó la mirada azul. - Una radiación solar excesiva ha dañado los controles... ¡No he recibido la señal! ¡Intenta recuperarlo desde ahí!

   - ¡Joder! - Khan accionaba los mandos del aparato tratando de traer de vuelta a su marido. - ¿Estás seguro de que no te ha llegado nada? ¡Esto no responde!

   - ¡Llama a Spock... a Scotty... yo seguiré buscándole! - David no se daba por vencido. Las moléculas de Pavel tenían que estar en alguna parte.

   - ¡Jim! - Gritó Khan por su intercomunicador personal cuando el almirante respondió a su llamada. - ¡Hay una emergencia! ¡Haz que Spock venga de inmediato! ¡Y trae a Scott aquí ahora mismo!

   - ¿Qué ocurre, cielo?

   - ¡Es Pavel... le he perdido!

   - ¿Perdido? - Se extrañó. - ¿Cómo que le has perdido? ¿Qué coño dices, Khan?

      El moreno no podía hablar. El terror de que aquello estuviera pasando de verdad, que realmente hubiese perdido a Pavel, le tenía paralizado.

   - ¡Vamos para allá! - Jim cerró la comunicación. A través del tel *(vínculo) indicó a sus dos t'hy'la que fueran a casa de Sulu. Cogió el coche y fue a buscar a Scott personalmente.

 

            A Khan le temblaban las manos. Ya lo había intentado todo con el transportador portátil y contemplaba a un frustrado David en el monitor de la pared, revisando por enésima vez la consola de control de la USS Olympia. El vulcano fue el primero en aparecer por el sótano.

   - ¿Qué ha pasado, Khan? - Su voz grave sonó tranquila.

   - Pavel... no puedo recuperarlo y no ha llegado a la nave tampoco... David no sabe dónde pueden estar sus moléculas... - Alcanzó a decir entre sollozos, entregándole el aparato a Spock.

   - Déjame ver...

     McCoy se acercó a Khan y le sujetó entre los brazos, parecía que fuera a desplomarse. Estaba pálido como la nieve, sudoroso, aterrorizado.

   - Jim traerá a Scott enseguida. - Spock intentaba mantener la calma. - Tranquilos, entre todos solucionaremos esto.

    David les miraba desde cientos de miles de parsecs de distancia, esperando que las palabras del marido de su padre fuesen ciertas. Afuera, en el espacio, Amy peleaba con su pequeño caza afectado por la radiación solar que también tenía al satélite Tláloc fuera de control. Telepáticamente unió sus pensamientos a los de Khan.

   - Sabes que esto no es el final... Pavel volverá de donde quiera que esté.

   - Criatura mía, no podemos sentirle... no hay ni rastro de él en este transportador, tampoco tu hermano logra encontrar nada... ¿y si no podemos...? ¿Y si le hemos perdido para siempre? ¡Cómo he podido ser tan estúpido!

       Bones le vio golpearse la frente con rabia, una vez y otra hasta que le agarró la mano deteniendo su manía. El doctor entendió que Khan debía estar en contacto con Amy.

   - Dionisio le ayudará. No va a faltar a su promesa. - Amy podía sentir el miedo en la mente del sobrehumano.

   - Recemos a los dioses, mi t'hy'la...

   - Ellos nos devolverán a tu esposo, amor mío. ¡Ten fe!

      Spock no sabía si desmontar el aparato o esperar la llegada de Scott. Miraba a David en la pantalla y le veía igual de dudoso. ¿Cómo podía haber ocurrido semejante desgracia?

   - Leonard, llévatelo de aquí... tengo que hablar con David, no quiero que Khan se preocupe más. - Le dijo telepáticamente a su amante.

   - Vamos, Khan. Creo que necesitamos una copa... - Llevándolo por la cintura escaleras arriba sintió cómo toda su fuerza había desaparecido. El moreno se había vuelto manejable, estaba totalmente perdido sin su esposo.

          La puerta de la calle se abrió y Scott entró como una exhalación al salón. Bones señaló con su cabeza hacia el sótano y el escocés corrió sin decir ni hola. Jim le había puesto en antecedentes. No podía creer que algo tan tonto como un transporte transcurvatura pudiera acabar con Pavel.

   - Os serviré un whisky a los dos. Y os vais a sentar ahí a bebéroslo tranquilitos, es una orden médica ¿entendido? - McCoy hizo valer su autoridad ante Khan y el almirante.

   - Jim... es culpa mía... yo le... - Farfullaba el moreno.

   - ¡Calla! No va a pasar nada malo... - Le interrumpió el rubio.

      Jim estaba también muy preocupado, pero sus entrañas le decían que aquello tenía solución.

   - Ya lo verás, entre Spock y Scott darán con la forma de traerlo de vuelta.

   - Amy dice que los dioses nos ayudarán.

   - ¡Pues claro! Ellos no abandonarían a Pavel. - Jim le apretó contra su pecho, su yerno se había echado a llorar.

      Bones se tragó de un sorbo dos dedos de coñac, él también estaba asustado. Abajo, en el sótano, Spock cerró su mente para que ni él ni Jim supieran lo que estaba pasando.

   - ¿Qué hacemos? ¿Lo desmonto? - Scott miraba al vulcano y a David en el monitor alternativamente.

   - Tú eres el ingeniero, Monty. - Spock le puso la mano sobre el hombro. - El transporte transcurvatura fue un descubrimiento tuyo. Nadie mejor que tú para arreglar esta situación.

   - Las ondas radioactivas ahí fuera están volviéndose peligrosas... Tengo que hacer que Amy vuelva a la Olympia. El capitán Nichols se lo ha ordenado pero ella... - David se lamentaba, su hermana era terriblemente cabezota.

   - Ocúpate de eso, cariño. Nosotros nos hacemos cargo del control de tu consola por remoto. - Accionó un programa en el ordenador sobre la mesa, haciendo sitio para que Scott trabajase con el transportador portátil.

 

             El motor de un coche se detuvo en la puerta. El primero en entrar a la casa fue Anton, arrojando su cartera al suelo y descalzándose.

   - Dedushka! *(abuelo) – Gritó al ver al rubio sentado junto a Khan.

   - ¿Qué hacéis aquí? Sulu, creía que le ibas a dejar en la escuela... - El moreno se levantó y fue a recibir a su amante procurando que no se le notase el disgusto que tenía.

   - ¡No ha consentido! ¡Menudo número me ha montado allí! - El japonés miraba al niño y se aguantaba la risa fingiendo enfado. - ¡Anton Sarek Chekov! ¡Sabes que estás castigado sin dulces ni postre durante toda la semana! ¡Esto ya pasa de castaño oscuro... eres imposible, igual que tu madre!

   - ¿Qué ha hecho mi chiquitín? - Jim le tenía en brazos, soportando estoicamente los tirones que le daba de la barba ya casi totalmente blanca.

   - Gritar, llorar, patalear, tirarme la comida a la cabeza... ¿sigo? - Sulu les enseñó la camisa manchada de zumo. - ¿Y vosotros dos? - Miraba a Bones y a Jim. - ¿Qué estáis haciendo aquí? ¿Hoy no trabajáis?

    Los tres le miraron en silencio. Anton seguía jugueteando con los pelillos de la cara de su abuelo.

   - Ha habido un problema, ven... - Khan le agarró del brazo y lo acompañó al sótano. - David llamó desde la Olympia, el Tláloc se ha vuelto inestable y necesitaban a Pavel. Yo le envié usando el transportador transcurvatura... - Se le hizo un nudo en la garganta. Si Pavel había desaparecido para siempre Sulu jamás se lo perdonaría.

   - ¿Y...? - El japonés corrió escaleras abajo. - ¡Spock! ¿Qué está pasando? - Le preguntó al verle allí.

      El vulcano se volvió para mirarle con el ceño fruncido y mordiéndose el labio inferior. Scott ya había abierto el aparato sobre la mesa, extrayendo un chip lo conectó a una pequeña pantalla táctil.

   - No está aquí... - Murmuró con infinita tristeza. - No está... - Levantando la mirada observó a Spock, luego a Sulu, por último a Khan. - Lo lamento. No puedo hacer nada.

   - ¡No puede ser! - Murmuró el sobrehumano. - ¡Moy muzh no es una luz tan fácil de extinguir!

     Sulu entendió lo que estaba ocurriendo. Las piernas le flaquearon y tuvo que sentarse, Spock le acercó un taburete de trabajo.

 

           Pavel había brillado con intensidad durante más de cuarenta años, iluminando a todos a su alrededor, calentándoles con su inextinguible fuego. Ahora su marido y su amante se enfrentaban a la posibilidad de que esa llama se hubiera apagado.

   - ¡Dionisio! - Gritó Khan. - ¡Dionisiooooo! - Repitió desesperado.

 

Notas finales:

Pavel, esa luz tan brillante que nos ha alumbrado durante gran parte de esta historia... ¿puede haberse apagado sin más?

Dejo enlace para la canción que ha inspirado este capítulo.

https://www.youtube.com/watch?v=8ylHmOXPdfI

Así como imágenes de distintos momentos en la vida de nuestro amado genio ruso.

http://nsae01.casimages.net/img/2014/09/27/14092709454871186.jpg

http://nsae01.casimages.net/img/2014/06/28/140628122143168632.jpg

http://media.tumblr.com/f03a852a78925f0b8e0e3162f7029466/tumblr_inline_mnvs7zp7QF1qz4rgp.jpg

No tardaré demasiado en colgar la conclusión, lo prometo.

Larga vida y prosperidad.


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