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T'HY'LA por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

Reflejar la evolución de Khan en esta historia tal vez haya sido lo más complicado.


Le recordábamos por haber sido el causante de las muertes de Christopher Pike, Alexander Marcus y del propio Jim Kirk, criogenizado por la Flota tras todo aquello.


Un día le vimos despertar, robado por los klingons, para sorprendernos a todos enamorándose de Pavel... estableciendo con él y con Amy el vínculo sagrado de su trisquel.


Volvió a un criotubo tras perder a toda su tripulación y pasaron trece años hasta que Pavel le sacó de su sueño para amarle y permanecer a su lado definitivamente.


Khan Noonien Singh, el superhumano creado en un laboratorio hace más de trescientos años, ha acabado por convertirse en el amigo, el amante, el esposo... y el padre que ahora es. Su corazón ha cambiado mucho.


(Recomiendo leerlo escuchando esta maravillosa música)


https://www.youtube.com/watch?v=EFPfIUe-nVY

 

El corazón del león

 

 

                                                                                No fue solamente el tel *(vínculo). Antes incluso de sentirlo por primera vez, en presencia de Amy, él ya había experimentado todo el amor de Pavel en Aldebarán B. Durante su infancia no supo lo que era sentirse amado, durante su juventud tampoco. Cuando se convirtió en un hombre solamente había odio en su corazón, hacia todos los que le hicieron ser lo que era: científicos, políticos y militares que le crearon para convertirle en el soldado perfecto, un superhumano capaz de enfrentarse a la muerte y sobrevivir.

          Le dieron la vida para que se ocupase de matar a sus enemigos, de luchar sus batallas por ellos, de llevar a cabo sus sucias guerras. Él y los suyos, los de su tipo, diseñados genéticamente en un laboratorio, sometidos a incontables pruebas para fortalecer sus cuerpos y sus mentes anulando así toda capacidad de amar, acabaron rebelándose contra sus creadores. Los mataron a todos, conscientes de que ellos eran los superiores; sabiéndose al mando y por encima del género humano, les sometieron.

       Los sobrehumanos se repartieron la faz de la Tierra librando entonces sus propias guerras. Khan se convirtió en el Príncipe de un vasto territorio que abarcaba parte de Asia y Oriente Medio, una cuarta parte del planeta. Líder de un grupo de cien hombres y mujeres modificados, reinó en paz sobre millones de seres humanos durante años. A diferencia de las naciones gobernadas por otros superhombres, en su dominio jamás hubo masacres ni se sometió a esclavitud a la población civil. El mejor de los tiranos, el más benevolente. Algunos de los de su clase pensaron que tanta bondad no era más que un signo de debilidad y trataron, infructuosamente, de darle muerte para hacerse con sus naciones. Las guerras eugénicas habían estallado, la codicia de un humano modificado también era superior como el resto de sus cualidades.

            Khan era capaz de pasar días sin dormir, sin alimento alguno, sin apenas beber agua. Sus huesos se fracturaban, sí, pero no como los de cualquier humano pues había que ejercer mucha más presión sobre ellos para conseguirlo. Podía aguantar más de una hora bajo el agua sin respirar, o quemarse todo el cuerpo y seguir vivo. Eso lo comprobaron durante su adolescencia, testándolo mil veces en un entorno controlado de laboratorio. Perdía la conciencia, desmayándose cuando se veía sometido a un gran dolor físico, pero sus umbrales estaban muy por encima de los de los demás mortales. También su odio y su sed de venganza eran superiores a los de cualquiera. Cuando descubrió que era capaz de sentir amor, de ser amado por alguien, sus emociones y esos sentimientos totalmente nuevos para él, le abrumaron. No fue solamente el tel.

   - Khan... se te sierran los ojos... Tres semanas sin dormir, sin comer, luchando y huyendo... Es demasiado hasta para ti. - Pavel le acunaba ligeramente mientras le hablaba con su voz más dulce.

   - ¿Por qué...? - No podía entender aquello, que el muchacho le tratase de aquel modo después de haberle secuestrado y prácticamente violado en aquel almacén abandonado en Aldebarán B. - Pavel... ¿Por qué haces esto?

   - Porque te quiero... - Le respondió el muchacho en un susurro.

       Y ¿por qué un chico como Pavel iba a amar a alguien como él? Era un hombre de otro tiempo, de siglos atrás. Ni siquiera era humano, era un maldito engendro, una pesadilla hecha carne, un asesino sin conciencia ni sentimientos... o así quería verse a sí mismo. La verdad era otra sin embargo. Si ha de juzgarse a alguien por sus acciones, el empeño de Khan por poner a salvo a su tripulación, su intento de darles la oportunidad de vivir en paz arriesgando su propia vida al hacerlo, le convertían en un héroe.

   - ¿Podemos empezar? - Le preguntó al doctor McCoy antes de ser congelado por tercera vez en su vida.

       Los ojos avellana del médico le miraban con ternura, con compasión. Aquel tipo también le había cogido cariño. Kirk, Spock, Amy, Sulu, la enfermera Chapel... todos le extrañarían, todos le habían visto tal como era en realidad. Deseó no haberles conocido nunca, se sentía culpable por todo lo que les había hecho sufrir.

       Lo más duro fue dejar a Pavel, su precioso muchacho. ¡Cómo le costó soltarse de su abrazo! El chico se aferraba a él con brazos y piernas pegado a su piel, desnudo, inmaculado, llorando como un niño abandonado. Su lunar en el cuello, sus dulces labios, sus bellísimos ojos aguamarina en cuyo fondo se perdía cada vez que le miraba, un mar profundo del que no quería salir... Pavel Andreievich Chekov, el joven alférez de veintidós años del que, muy a su pesar, se enamoró.

   - Nunca debí despertar de mi sueño. - Khan le enjugaba las lágrimas con la palma de la mano. - Lo siento Pavel. Tú perteneces a mi criatura imposible. Un día serás muy feliz con ella. Yo... - bajó la mirada al suelo, perdiéndola en un tiempo muy lejano, - ...debería estar muerto.

      Así es cómo se sentía: muerto. Ya nada tenía sentido. Una vez tuvo esperanza, cuando fletó una nave espacial y utilizó la tecnología de aquella época para criogenizarse a sí mismo y a los suyos tratando de escapar de la locura que reinaba en la Tierra. Fueron perseguidos hasta la extinción, ningún humano modificado podría sobrevivir a aquella caza global. Así que intentó huir hacia un planeta desconocido, lejano, donde poder empezar de nuevo con su gente y vivir en paz. Ahora estaba solo. Era el último de su clase. No había nadie más.

   - No, Khan. Soy tan tuyo como de Amy... los dos te pertenessemos y tú a nosotros. - Le levantaba la cara sosteniendo su barbilla para mirarle a los ojos. - Aún no entiendes lo que significa el vínculo, pero un día lo comprenderás. - Le aseguraba Pavel.

      Jamás le habían dolido tanto unas simples palabras. Aquel muchacho estaba enamorado de él. ¿Era culpa suya? Sin duda. Otra horrible falta a añadir a todas las que había cometido. Sintió que ésa era la más terrible. Sin saber muy bien cómo, había hecho que el chico le amase: el peor de sus crímenes. Y ahora le dejaba solo, rompiéndole el corazón al abandonarle. Pero... ¿qué otra cosa podía hacer? Khan Noonien Singh era una máquina de matar, no tenía ni idea de cómo amar a alguien. Simplemente, no se sentía capaz. Alguien como él no se merecía ser amado.

 

                                                    Durante los años que duró su pacífico reinado, Khan tuvo la oportunidad de experimentar el sexo no como una tortura sino como un placer. Las terribles pruebas a las que fue sometido en su adolescencia incluyeron sus primeros contactos sexuales. Los militares tuvieron la brillante idea de hacerle pasar por todo aquello, pensando que si su supersoldado era capturado algún día, a alguien se le podría ocurrir torturarle de aquel modo. Fue violado repetidamente, sin piedad, sin misericordia alguna, hasta que se acostumbró al dolor y la humillación. Tratado como un sucio objeto, conoció lo que era un orgasmo sin saber que eso podía ser parte de otra cosa muy distinta. Tenía más de treinta años la primera vez que hizo el amor.

   - Yared, esto... no deberíamos... - Khan intentaba que la mujer no le quitase la ropa sujetándole las manos. Su boca no dejaba de atacarle los labios, buscando besarle sin cesar.

   - Príncipe mío... mi señor... te deseo y no voy a detenerme ahora que me he atrevido a llegar tan lejos. - Seguía tirándole de los pantalones cada vez que lograba soltarse de su mano.

      Yared también era una superhumana, criada en laboratorio igual que él, había pasado por lo mismo en su miserable existencia. La mujer creía estar enamorada de Khan y le cubrió de atenciones durante mucho tiempo. Para él fue poco más que una mera diversión, un cuerpo caliente al que abrazar antes de quedarse dormido, alguien con quien compartir el placer de las caricias y descubrir, poco a poco, que el sexo no tenía por qué ser algo sucio, doloroso ni humillante.

      Ella no tenía la exclusividad. Como Príncipe de más de cuarenta naciones, multitud de mujeres y hombres se ofrecieron a entrar en su cama y Khan no les rechazó a todos. Elegía a sus compañeros de juego, como lo llamaba él, por su belleza. Muchachos y muchachas de bellos rostros y jóvenes y armoniosos cuerpos, disfrutaron de su hombría entre sus sábanas. A la superhumana que se hacía llamar su reina no le importaba pues les consideraba seres inferiores, prácticamente unas mascotas para el divertimento de su señor.

          Los buenos tiempos terminaron con las guerras eugénicas, la lucha y la muerte regresaron a sus vidas. Khan perdió su reinado y Yared le abandonó. Era del poder, del Príncipe, de quien la supermujer había estado enamorada, y no de Khan. Aún así, como compañera, luchó junto a él hasta el final accediendo a ser criogenizada con los demás cuando el plan era fugarse de la Tierra.

   - Despertaremos en otro planeta, un lugar en paz donde podamos vivir tranquilos. - Khan se ocupaba de que la computadora controlase las funciones vitales de su tripulación durante el largo vuelo que, en realidad, duraría más de trescientos años.

   - Si no abro los ojos recuérdame tal como era en nuestro palacio... Joven, hermosa, tu compañera de cama y de trono. - Yared le besó con dulzura antes de dejarse adormecer.

   - Fuiste una bella reina, amiga mía. ¡Y claro que abrirás los ojos! Todos lo haremos... en un mundo nuevo que convertiremos en nuestro hogar.

      Sus palabras siempre resonarían en su cabeza, cada vez que en sus más oscuras pesadillas lamentase aquella decisión durante el resto de su vida. Su tripulación jamás despertó. Ni siquiera estaba seguro de cuándo murió Yared. ¿Fue una de las ochenta y cuatro cápsulas que Alexander Marcus encontró intactas? ¿Una de las doce que intentó abrir antes de aprender a hacerlo? Quizás ocurriese más tarde, durante los teletransportes de los klingons o aún después, bajo el fáser disparado por Pavel al pájaro de presa de Kozak. Nunca lo sabría. Tal como ella le pidió siempre la recordaría joven, hermosa y llena de vida, vestida con ricas sedas en su lujoso palacio a las afueras de Nueva Delhi.

 

                                                      Khan ni siquiera tenía un nombre de verdad. Durante años los científicos a su cargo le llamaron por un número, refiriéndose a él como el nono *(noveno en latín), pues era el noveno de los experimentos que habían realizado. Los ocho anteriores no llegaron a nacer o murieron al poco tiempo. Cuando tenían que dirigirse a él le llamaban así: Nono, o None *(ninguno)... incluso No One *(nadie). Les resultaba más fácil pensar que aquel bebé no era humano, que no era nadie, que no era nada; así no tenían cargo de conciencia por todo lo que le hacían pasar. Al desarrollar el lenguaje el niño aprendió a llamarse a sí mimo Noonien, reconociéndolo como su propio nombre.

   - ¡No eres nadie, Noonien, no eres nada! - Le gritaba una y otra vez el instructor militar de turno que le sometía a las más duras y crueles pruebas. - ¡Nadie! ¡Nada! ¿Te enteras? ¿O eres tan estúpido que no lo entiendes?

         La primera vez que vio un bosque tenía doce años. Le llevaron allí atado de pies y manos en el todoterreno. Pateado por las botas militares de los soldados que le transportaron acabó en el suelo rodeado de árboles. Miró hacia arriba y deseó poder echar a volar como un pájaro. ¿Para qué le habían llevado hasta allí? Era otra prueba.

   - Corre por tu vida, Noonien... - Le escupió uno de los hombres de uniforme desatándole las correas. - Y procura no dejarte coger.

       El chico huyó a la carrera. Descalzo, se hizo heridas en los pies que su capacidad de regeneración apenas tenía tiempo de curar antes de que volvieran a abrirse. Oía las risas de sus perseguidores cada vez más cerca. Hombres adultos, armados, bien equipados que le estaban dando caza. Giró la cabeza para mirar atrás un momento y se golpeó con un tronco al volverse, cayendo aturdido de espaldas sobre la dura tierra. No tardaron en aparecer a su alrededor. Las carcajadas sonaban estruendosas en sus oídos.

   - ¿Cómo has podido ser tan estúpido? - Le gritaba el sargento golpeándolo en la frente donde se le había abierto una buena brecha. - ¡Te has dejado coger!

   - Vuelve a atarle y empecemos de nuevo. - Ordenó un superior. - Así hasta que aprendas a ocultarte, None. ¿No se supone que tienes una inteligencia superior? ¡Pues úsala, estúpido!

    Años más tarde, como Príncipe, fue llamado Khan *(máximo gobernante) por sus agradecidos súbditos. Su tercer nombre, Singh, lo eligió él mismo durante esa época dorada. Significa león en panyabí, la lengua hablada en India y Pakistán. León, el más poderoso de los animales salvajes, el más fuerte, el rey. Así sería recordado por la Historia: Khan Noonien Singh, el mejor de los tiranos.

   - Nunca me lo habías contado, moy lyubov *(amor mío) – Pavel le acariciaba el flequillo, tenía su cabeza apoyada en el pecho y le miraba con los ojos aguamarina llenos de amor por él. La historia de lo que significaban sus nombres le había conmovido.

   - Nunca me lo preguntaste. - Sonrió mostrándole sus deliciosos hoyuelos.

   - Bueno, no llamaremos al niño Noonien. - Intervino Sulu sentándose al lado de los dos en el sofá, cogiendo los pies descalzos de Khan para acariciarlos sobre sus rodillas. - Es horrible como nombre.

   - Ni Khan... - Pavel se echó a reír. - Ya sé que será el rey de la casa, nos mangoneará a los tres a su antojo... pero no le vamos a poner ese nombre ¿verdad?

      El japonés negaba con la cabeza sin dejar de sonreír, frotando con suavidad los largos y blancos empeines de su preciosa violeta. Khan se sentía feliz, estaba a punto de ser padre. Amy ya arrastraba una enorme barriga del tamaño de un zeppelin y la antigua casa de Sarek, propiedad ahora de Sulu, estaba lista para recibir al pequeño. El sobrehumano se había entretenido en forrar cada esquina, acolchar cada pata de los muebles, tapar cada enchufe de las paredes, asegurar todos y cada uno de los cajones y puertas con mecanismos para que un niño no pudiese abrirlos y hacerse daño. La vivienda entera estaba preparada a prueba de bebés.

   - ¡Singh... ése sí es un buen nombre! - Exclamó Pavel. - Le pondremos Anton por mi padre, por supuesto... pero quiero que lleve también algo tuyo, Khan.

   - Si vas a darle uno de mis nombres también tendrá que tener uno de Sulu. - Le contestó serio, clavándole la mirada azul hielo.

   - Ay, yebát! *(joder) – Se lamentó el ruso. - Pero será un nombre muy largo para un niño tan pequeño. Amy quiere ponerle Sarek, por su abuelo...

   - Anton Sarek Chekov. - Pronunció el japonés en voz alta. - Suena muy bien... ¿por qué no dejarlo ahí?

   - Anton Sarek Chekov-Singh... - Añadió Pavel.

   - ¿Y qué pasa con Hikaru? - Insistía el moreno.

   - Moy drug *(mi amigo) lo entiende, Khan... él no es mi marido. - Le dijo guiñándole un ojo a Sulu que le correspondió con una sonrisa desde el otro lado del sofá.

   - Eso no está bien... - Protestó el sobrehumano. - ¡Y yo tampoco soy tu marido! No aún...

   - Pero lo serás. - Le sonrió mimoso rozándole la mejilla. - ¿Singh-Chekov entonsses? - Preguntó encogiéndose de hombros.

   - Singh-Chekov. - Aprobó Sulu. - Es el orden correcto y no se hable más. No trae buena suerte decir el nombre de un niño que aún no ha nacido.

   - Singh... es como tu apellido, t'hy'la. Se lo añadiremos delante del mío cuando nos convirtamos en esposos y le adoptes legalmente.

   - ¡Ah, Pavel! ¡Eres imposible! - Khan le tiró ligeramente de los rizos de la nuca para acercarse su cara y besarle.

   - Anton Sarek Chekov, de momento... hasta que seas moy muzh *(mi esposo) – Susurró a su mente mientras sus lenguas se rozaban en una danza secreta dentro de sus bocas.

 

                                                          Y ése fue el nombre que entre los cuatro eligieron para su hijo. La primera vez que Khan lo tuvo en brazos a solas fue en el hospital, la noche de su nacimiento. Sulu se lo dejó un momento mientras salía al baño. Pavel seguía en la habitación con Amy; después del susto que les había dado tras el parto, el ruso no consintió en dejarla sola. Aquel ser vivo, diminuto, cálido y frágil, totalmente dependiente de alguien que le cuidara, le conmovió sacudiéndole por dentro como un terremoto. Veía en Anton a Pavel y le amaba por eso, aunque no era el único motivo. El niño, de alguna manera, era también suyo; fruto de su unión, del tel *(vínculo), producto del trisquel, sangre de su sangre a través de Jim, de Amy... Anton era su hijo y le amaría por siempre. ¿Sería un buen padre? Khan no había tenido nunca uno, así que no sabía con quién compararse ni si podría estar a la altura de semejante responsabilidad.

   - Yo siempre estaré de tu parte, hagas lo que hagas. - Le susurraba al bebé mirándolo embobado. ¡Era tan precioso! - Voy a darte todo mi amor, cariño mío, mi vida entera, mi tesoro... Eres lo mejor que me ha pasado nunca, pero no se lo digas a tu padre... una vez le dije a él lo mismo y no quiero que sienta celos de ti. Yo no fui el hijo de nadie, ni el hermano de nadie... Jamás tuve familia hasta que conocí a tu mamá y a tu papá, a Sulu, a tus abuelos... Ahora soy tu padre, Anton y te prometo que pondré todo mi empeño en ello.

   - Y lo harás bien, ya lo verás... - Sulu había vuelto del aseo y le observaba con los ojos rasgados humedecidos por la emoción.

   - ¿Tú crees, anata? *(cariño) – Le preguntó con una dulce sonrisa en los carnosos labios.

   - Estoy convencido, violeta mía. - Acercándose más le besó con ternura.

   - Fíjate, Hikaru. - Le decía enseñándole al pequeño, dormido entre sus brazos. - Es idéntico a Pavel...

   - Sí, es mi preciosa y pequeña rosa blanca. - Asentía el japonés acariciando con sumo cuidado el redondo moflete del chiquitín.

   - Espero ser un buen padre para ti, vida mía. - Deseó el moreno cerrando con fuerza los ojos, apretando contra su pecho a aquella pequeña e indefensa criatura para acercarle la nariz.

 

       Anton olía maravillosamente. A Khan jamás se le olvidaría aquel olor, lo llevaría por siempre en su corazón.

 

 

                                             Con el tiempo aquel deseo fue haciéndose realidad, Khan era el mejor papá del mundo para Anton. Empezó a seguirle por todas partes en cuanto aprendió a andar. Le gustaba ir detrás de él como si fuera su sombra, eso sí: sin zapatos. Odiaba ponerse nada en los pies. Al igual que Pavel, el niño iba por la casa descalzo a todas horas.

   - No quiere calzarse ni para salir a la calle. - Renegaba el japonés a la hora del almuerzo. - ¡Es un cabezota testarudo! Y la culpa es tuya, rosa mía... - Le regañaba a Pavel. - Te ve a ti descalzo y claro, cualquiera le convence de que los zapatos son necesarios.

      El ruso le miraba de reojo aguantándose la risa, mientras ojeaba una tablet con los planos de un nuevo tipo de nave que Scott y él estaban diseñando para la Flota.

   - Lo de la cabessonería es más cosa de Amy que mía. - Se excusó el ruso. - Yo siempre fui un niño muy obediente.

   - ¡Pues preferiría que hubiese sacado sus orejas! Esa maldita testarudez vulcana... Solamente tiene dos años y no hago carrera de él. ¿Qué pasará cuando crezca? - Sulu se temía la rebeldía de Anton en la adolescencia, recordando cómo era su madre en aquella época. - Amy se lo hizo pasar muy mal a Jim. ¡Menuda me espera contigo, ichiban takara mono...! *(mi tesoro)

      Anton salpicaba toda la mesa dando golpecitos con su cuchara en el plato de puré de guisantes casi vacío, ajeno a la conversación que tenían sus papás.

   - Sulu, que sólo es un bebé... - Intervino Khan limpiando el pequeño desaguisado de Anton. - Si no quiere zapatos pues que no se los ponga.

   - Eso, tú consiéntelo... - El japonés ya estaba acostumbrado a aquello. - ¡Amy en el espacio, a Pavel todo le da lo mismo y tú malcriándolo al permitirle cualquier capricho!

      Tomó al niño en brazos sacándolo de la trona. Quitándole el babero le limpió los restos de comida que le llegaban hasta las cejas.

   - Está visto que depende de mí que te conviertas en una persona civilizada, Anton. Si por estos dos fuera te criarías como un salvaje. - Sulu le hablaba llevándose al pequeño a la planta de arriba. - Vamos a vestirte, tienes que estar guapo para ir a ver a los abuelos.

      No tardaron en escuchar el llanto del niño cuando el japonés le puso los zapatos. Khan y Pavel se miraron un segundo a los ojos antes de echarse a reír a carcajadas.

   - Voy a teletransportarme a casa de Scott, no quiero estar aquí cuando bajen... - Pavel recogió su tablet y salió disparado hacia el sótano. - ¿Vienes?

   - No, yo daré la cara. - Respondió Khan riéndose ante la retirada del ruso.

       Les miraba absorto con la mente perdida en cientos de recuerdos que le asaltaban desde el pasado. Sulu secaba las lágrimas de aquellos enormes ojos aguamarina pasando un pañuelo blanco por las redondas mejillas del pequeño. A Anton le incomodaban los zapatos.

   - Solamente será un momento, en casa de tu dedushka *(abuelo) podrás quitártelos. - Le decía hablándole con toda la dulzura del mundo. - Vamos, ichiban *(número uno)... ¿Me harás el favor de no sacártelos por el camino? - Le preparaba para sentarlo en su sillita de paseo. - Tienes que acostumbrarte, uno no puede ir descalzo por la vida a menos que seas un loco genio ruso de más de cuarenta años y con la cabeza llena de pájaros... ¡Y no me mires así! Sé que sabes que te estoy hablando de tu padre...

   - Papa... - Le nombró el pequeño con una enorme sonrisa. - Moy papa... ¿nonne tá?

   Sulu miró a su alrededor para ver a Khan encogerse de hombros.

   - Ha huido, el muy cobarde... - Respondió el japonés atando al niño al asiento. - Ahora nosotros nos vamos a casa de los abuelos.

   - ¿Sa'mekh'al? *(abuelo, en vulcano)

   - Sí, Spock también estará allí...

   - ¿Y abuelito?

  - Claro, Bones estará con ellos. ¿Vienes Khan? - Le preguntó a su amante. Viendo que no contestaba, insistió. - Tierra llamando a Khan... ¿me recibes? Cambio... ¡Khan! ¿Vienes o no?

       El moreno regresó de sus recuerdos y asintió. Acompañaría a Anton y a Sulu a casa de Jim. La tarde era soleada y al pequeño le convenía tomar el aire y pasear un poco.

   - Otra vez te has quedado fuera de cobertura, violeta mía. - Sulu le cogía de la mano, empujando la silla de bebé con su derecha. - Te pasa mucho últimamente... ¿Se puede saber en qué piensas?

   - En nada, anata. No te preocupes.

   - Yo no puedo leer tu mente, así que tengo que preguntarte.

  - A veces la memoria me juega malas pasadas. Tengo más de trescientos años, Hikaru. He vivido muchas vidas... Es normal que en ocasiones no sepa muy bien quién soy o dónde me encuentro.

   - ¡Tonterías! - Sulu detuvo sus pasos y soltando la sillita de Anton agarró al moreno por la cintura. - Tú eres mi preciosa violeta, amor mío y estás en casa, con tu familia. - Le dijo antes de besarle en los labios.

   - Anata... - Khan respondió apresando la boca del japonés con pasión. - Tienes razón. No son más que tonterías. - Le sonrió.

 

                                                         Lo cierto era que él siempre había tenido esos momentos de confusión, aunque al principio se tomaba la molestia de disimular cuando le ocurría delante de alguien. Por ejemplo, cuando vio llegar a Sulu al hangar antes de partir hacia HarOs a intentar el rescate de su tripulación. Se quedó mirándolo caminar hasta él, con su espada wakizashi colgada del cinturón y le vino a la mente un flash del japonés levantándole el puño ante el monitor principal de la nave después de que él golpeara a Pavel en Aldebarán B, poniéndose en pie en su puesto de navegante en el Enterprise le llamó hijo de perra por lo que acababa de hacerle a su amigo.

         Pavel le besó entonces, delante de Sulu, delante de todos los que se presentaron voluntarios a la misión, y le preguntó si estaba bien al verle turbado, abstraído. Khan contestó que estaba recuperado, achacando así su distracción al cansancio que arrastraba en aquel momento.

         Ahora el flash había durado algo más que unos segundos. En casa, mientras el japonés acomodaba a Anton en la sillita, Khan se vio a sí mismo en el Enterprise, diecinueve años atrás, en el momento en que Spock le llevó a rastras a la enfermería para que Bones le sacase sangre y preparase el suero que trajo a Jim de vuelta de la muerte. Aquella fue la primera vez que les vio a los dos.

   - ¿Le has roto el hombro, Spock? - McCoy lo notó cuando fue a sacarle la muestra de sangre del brazo.

    El vulcano no respondió. Aún jadeaba por la lucha que había mantenido con él hacía nada. Se limitó a mirarle de reojo con los ojos negros ardiendo en furia. El médico le colocó el brazo en su sitio con un crujir de huesos que le puso los pelos de punta. Khan cerró los ojos un instante. Aguantó el dolor sin abrir la boca, conteniendo la respiración por un momento. Luego sintió el pinchazo en su antebrazo.

   - ¿Qué ha pasado? - Gritó el chico nada más irrumpir en la enfermería.

   - Señor, he atracado la nave en la Base Estelar I para su reparación. - Decía el piloto detrás del muchacho. - ¿Ordena el desembarco de la tripulación?

   - ¿Qué le pasa a Jim? ¿Doctor McCoy? - Los ojos se le llenaban de lágrimas al preguntar, nadie hacía por responderle.

   - Señor Spock... ¿desembarcamos? - Insistió el japonés.

    McCoy se giró un momento, viendo al vulcano paralizado ante el cuerpo de su capitán tomó la palabra.

   - Señor Sulu, primero evacuen a los heridos... luego el resto. ¡Y lléveselo de aquí, por favor!

      Señalaba al muchacho. El piloto asintió y agarró del brazo al joven del jersey rojo lleno de manchas de grasa. Khan pensó que sería alguien de ingeniería.

   - Niet...! - Se negaba a salir de allí. - ¿Jim? ¿Está...? - El llanto le ahogó las palabras.

   - Vamos, ven conmigo... - Sulu trataba de cumplir con la orden del médico. - Deja que el doctor haga su trabajo. Ayúdame con el personal...

    El chico asintió y tras lanzarle una mirada llena de tristeza e incomprensión a Khan, con sus enormes ojos aguamarina repletos de lágrimas, se marchó siguiendo al japonés. Al sobrehumano se le heló el corazón. No había una pizca de odio en aquellos preciosos ojos. Dolor por la pérdida de un amigo, su capitán, y una pregunta... ¿por qué? Nada más. Khan se sintió culpable de la muerte de Kirk y rezó a todos los dioses que conocía por que el médico encontrase el modo de devolverle la vida utilizando los poderes regenerativos de su sangre.

     Después le durmieron. Acabó criogenizado de nuevo. Y cada vez que eso ocurría era como morir un poco.

 

                                             La oscuridad, el frío, el silencio, la soledad completa... sin dolor, sin hambre ni sed, como en un sueño extraño donde lo que uno recuerda se confunde con lo que uno desea. La primera vez fueron visiones de guerra, la muerte, la sangre de sus enemigos corriendo por sus manos, manchándole el rostro congestionado por la ira que empleó en su venganza. Luego los dulces años en el Palacio de Nueva Delhi... las noches con Yared y los demás que compartieron su cama, descubriendo que el sexo era un juego muy placentero. Y la esperanza... Un planeta nuevo, vacío, listo para llenarlo con los suyos en una larga existencia pacífica... un anhelo que nunca se hizo realidad.

                La segunda vez fue casi como la primera. Seguía manteniendo la fe en un mundo nuevo, en poder darle a su gente la oportunidad de vivir lejos de los hombres a los que tanto odiaba. Le acudió la estampa de la cara de horror de la doctora Marcus cuando le vio exprimir la cabeza de su padre, el almirante Alexander Marcus, hasta darle muerte con sus propias manos. “Debiste dejarme dormir...” le dijo antes de acabar con él. También podía ver los ojos azules de Kirk cuando le golpeó en Kronos hasta que se le cansó el brazo. “Por Pike...” le había dicho. Sí, recordaba esos ojos mirándole cuando tuvo que teletransportarse pues el rubio destrozó su pequeña nave en el ataque que llevó a cabo en el Cuartel General de la Flota. Después los mismos ojos apagados, en un cuerpo exánime a la espera de un milagro que, curiosamente, sólo él podía obrar: la resurrección a través de su sangre. Como si de un nuevo Cristo se tratase, Khan se sintió morir por sus pecados, no en una cruz sino en su maldito criotubo.

               La tercera vez fue la más horrible. Pavel... Cerraba los ojos y la boca le sabía a él. El muchacho de la mirada infinitamente triste que le había robado el corazón. Y su lunar... Le prometió que soñaría con la pequeña mancha de melanina en su cuello y así lo hizo. Lo veía de cerca, tanto que era lo único que podía distinguir. Ya no había más esperanza para los suyos, todos estaban muertos. Khan era el último de su especie y sentía que no merecía volver a respirar nunca más. Sin embargo aquel pequeño lunar... ¿no sería maravilloso poder besarlo de nuevo? Si los dioses lo permitían se juró a sí mismo no separarse jamás de aquella peca en la blanca piel del chico ruso.

 

   - ¿Cómo puedes hacerlo? - Le decía a Jim en su despacho de la biblioteca.

      El rubio le miraba por encima de las gafas, concentrado en estudiar los datos que aparecían en la pantalla de su ordenador. Khan, sentado frente a él al otro lado de la mesa, le observaba en silencio.

En la planta de arriba podían escuchar los pequeños pasos de Anton descalzo, haciendo correr a Sulu y sus otros dos abuelos detrás de él, jugando a pillarlo de habitación en habitación por toda la casa.

   - Es necesario controlarle y lo sabes, Khan. - Jim se levantó un momento y fue a buscar un par de copas de whisky.

   - Sí, eso lo entiendo. Pavel puede convertirse en una amenaza, lo sé. Pero me refería a cómo puedes ocultárselo a Spock y a Bones.

   - Es cuestión de controlar lo que uno está pensando, cielo.

   - Yo... - El moreno aceptó el vaso y bajó la mirada. - No sé, no creo que pueda mantenerlo más en secreto. Pavel no es precisamente tonto, acabará por darse cuenta de que le estoy vigilando.

   - Tengo los resultados de las pruebas médicas que tanto Alex como Bones le realizan periódicamente. - Comentó señalando el monitor de su computadora. - Tú eres el único capaz de entrar en su cabeza, necesito que me digas si alguna vez notas algo extraño allí, nada más.

   - Extraño... - Murmuró el sobrehumano. - ¿Y qué se supone que he de considerar así? Los dos sabemos que su mente funciona de un modo muy especial.

   - ¡Oh, ya sabes! - Jim le puso la mano en el hombro derecho, acariciándolo mientras le hablaba. - Si está preocupado en exceso por algo, si se obsesiona con algún asunto... Si está triste, o deprimido, o si se aísla...

   - A veces. - Khan le apartó la mano. - Ha sufrido mucho, Jim. Su carácter... él siempre ha sido algo triste, reservado, callado... De vez en cuando le asaltan sus peores recuerdos, los sentimientos de culpa, el dolor... En ocasiones busca estar a solas. Y sobre sus obsesiones... van desde el vuelo de los pájaros, como sabes, hasta preguntas tan difíciles de responder como por qué los hombres tienen pezones.

      Jim se echó a reír con aquello. ¿De veras el genio ruso ocupaba su privilegiado intelecto meditando sobre los pezones masculinos? La carcajada se le cortó cuando vio la cara circunspecta de su yerno.

   - Jim... No me obligues a espiar a Pavel, por favor.

   - Solamente cuidamos de él, Khan. - Le cogió la cara por la barbilla, levantándole la cabeza y obligándolo a mirarle a los ojos. - Cuidamos de Pavel porque alguien tiene que hacerlo.

   - Ya... ¿Y qué pasará si se vuelve peligroso? ¿Si su poder telequinético es demasiado grande? ¿Si se obsesiona con acabar con alguna clase de enemigo? Eso podría suceder... Si algo le ocurriese a Amy, por ejemplo, o a David, los dioses no lo quieran, Pavel podría desear vengarse y...

   - Yo tengo la última palabra al respecto. - Jim le dio la vuelta al monitor y permitió a Khan echar un vistazo a la pantalla. - Soy el máximo responsable en este proyecto de estudio que lleva años analizando los datos de Pavel. ¿Crees que iba a permitir que le hicieran nada malo a mi niño?

   - Eso nos devuelve a mi primera pregunta. ¿Cómo puedes hacerlo, Jim?

      El almirante se encogió de hombros. Enseñándole su pícara sonrisa se dejó caer en su sillón, cruzando una pierna sobre la otra. Con una mano sostenía su copa de whisky, con la otra se rascaba la barba con parsimonia, distraídamente, como si estuviera meditando una respuesta. De pronto se echó hacia delante y clavó los ojos apolíneos en los azul hielo de Khan.

   - Quiero a Pavel. A ese loco genio ruso, mi niño... y tú también le amas, yerno. Así que vamos a seguir cuidando de él mientras seamos capaces, porque él merece todo nuestro esfuerzo. Éste es nuestro secreto... y si algún día Pavel se descontrolase será responsabilidad nuestra detenerle a tiempo, antes de que cometa alguna barbaridad.

   - Pero...¿cómo?

   - Eso, cielo, ya lo veremos. ¿Para qué ocupar la mente con cuestiones que aún no han sucedido? - Volvió a echarse atrás en su asiento, dándole un buen sorbo a su bebida.

   - ¡Qué vulcano te ha quedado eso, suegro! - Khan le sonrió dejándole ver sus hoyuelos.

 

                    Aquella noche, mientras Pavel dormía plácidamente abrazado a Sulu, Khan les observaba en silencio ligeramente incorporado contra el cabecero de la cama. El japonés tenía el brazo izquierdo encima de su regazo, dormido casi boca abajo su aliento le rozaba el hombro a cada respiración. El ruso había enredado en él sus piernas, asomando la frente por encima de la cabeza de Sulu. Khan levantó el brazo izquierdo con cuidado de no despertar a su anata y acarició con ternura los rizos de Pavel.

   - Moy dragotsennyy muzh... *(mi precioso esposo) – Pensó en silencio. - ¿Y quién cuidará de ti cuando Jim falte? ¿A quién dejará a cargo de ese maldito proyecto de estudio? ¿Quién medirá las ondas de tu cerebro cuando Bones no esté? Supongo que Alex continuará con ello... y tal vez sea yo el que se ocupe de ti desde Inteligencia. A Jim se le ve venir de lejos... sé que me está preparando para ocupar su puesto cuando se jubile. ¿Estaré a la altura? ¿Podremos evitar que ocurra un desastre si tú...? Pero no, amor mío. Tú eres un brujo muy poderoso, sí, aunque jamás harías daño a nadie... ¿verdad, mi vida?

   - ¿Khan? - Susurró Sulu mirándolo a los ojos. - ¿Qué pasa, violeta mía? ¿No puedes dormir?

    Le envolvió entre sus brazos, haciendo que apoyase la cabeza en su pecho se recostó de nuevo.

   - Me he desvelado un poco, anata. - Musitó. - No es nada. Anda, vuelve a dormir.

   - ¿Estás bien?

   - Hai... Aishiteru, Hikaru. *(Sí... te quiero)

   - Watashi aishiteru mo, Khan. *(yo también te quiero)

 

                                                    Sulu, tan atento como de costumbre, siempre pendiente de él y de su rosa... Observando cómo caía otra vez en el sueño recordó la primera vez que le besó. Fue cuando se hizo el tatuaje, en el San Francisco de mil novecientos ochenta y siete. El japonés le untaba un gel cicatrizante sobre la piel marcada por encima del corazón con sumo cuidado y él aprovechó la intimidad del momento para abalanzarse sobre su boca y arrebatarle un beso.

          Desde que le despertaron y le subieron a bordo de la Katyusha, Khan sabía que debería hacer algo con respecto a Sulu. Antes de ser criogenizado le encargó que cuidase de Pavel. Ya entonces tenía muy claro que lo haría, pues sabía bien lo que el japonés sentía en realidad por el muchacho ruso. No solamente era su amigo, le amaba, aunque no lo admitiera o creyese que aquello simplemente no podía ser.

   - ¿Qué haces? - Le preguntó entonces mirándole desconcertado con sus ojos rasgados. - ¿A qué estás jugando, Khan?

   - Sé que amas a Pavel... que siempre le has amado. Deberías acostarte con él, Sulu. Te lo estoy pidiendo, hazlo. Te lo debo, los dos lo sabemos...

   - No te entiendo... - Negaba con la cabeza repetidamente. - ¡Soy un hombre casado, Khan! Tengo mujer, una hija... ¡No voy a hacer eso que me pides! ¿Acostarme con Pavel? ¿Tu novio? ¿Es que te has vuelto loco? ¡Y no vuelvas a hacer esto! ¡No vuelvas a besarme nunca!

     Se enojó, o más bien le pareció algo tan surrealista que no pudo aceptarlo. En realidad, Sulu se había quedado prendado con aquel breve beso robado, en el barrio de los marineros de San Francisco. Por eso aquella madrugada no se fue a dormir a otra habitación cuando entró a su cuarto y les vio a los dos en su cama; se limitó a tenderse a su lado y quedarse dormido abrazado a Pavel, aspirando el olor de sus rizos. Khan pudo sentir su presencia. Al oír a su novio decirle a Hikaru que le quería, sonrió satisfecho. Al día siguiente, el domingo por la mañana, cuando se bañaron en la playa y los tres estuvieron jugando entre las olas del Pacífico, Sulu no fue consciente de que sus labios iban de los de Pavel a los de Khan hasta que era demasiado tarde. Otra vez aquella increíble sensación. ¿Cuánto tardaría el japonés en comprender que su lugar estaba junto a ellos dos?

 

                  El sobrehumano cerró los ojos abrazando el cuerpo fibroso de su amante, recordando antes de rendirse al sueño cómo le vio hacer el amor a Pavel desde su butaca de espectador, en el apartamento de Peter y Alex en el centro de la ciudad. Aquel momento fue mágico, glorioso... ser testigo de cómo Sulu hacía realidad su más profundo deseo fue para Khan una experiencia inolvidable. Podía ver de nuevo las ávidas manos del japonés recorriendo todo el cuerpo del ruso, devorándolo con su boca desde el cuello hasta la ingle, donde se detuvo a disfrutar de sus atributos con pasión. Luego Sulu le regañó por interrumpirle y le impuso el más delicioso de los castigos al llenarle la boca con su sexo. Aquella fue la primera vez que lo probó. A Khan le supo a gloria, exquisito, tanto o más que el sabroso miembro de Pavel.

        Sulu volvió a la cama para terminar con lo que había empezado. Colocando a Pavel a su antojo le tomó desde atrás, vaciando en él el deseo que había contenido en su interior durante tantos años. Se lo dio todo. Hizo que el ruso gozase hasta alcanzar el éxtasis. Khan se corrió casi al mismo tiempo, a través del vínculo había notado la conmoción en su novio. Pensando que ya se había terminado, el moreno bajó la guardia. No pudo reaccionar cuando Sulu se abalanzó sobre él, terminando de desnudarle para tomarlo allí mismo ante la sorprendida y extasiada mirada de Pavel. Tras un orgasmo compartido recuperaron el aliento uniéndose al ruso sobre la cama. Sus seis piernas terminaron enredadas. El sueño les venció poco a poco y Khan murmuró aquellas palabras antes de quedarse dormido.

   - Te quiero, Hikaru...

 

                        Volvió a repetirlas. Las diría toda la vida. Su amante, su buen amigo Sulu, el jardinero fiel que siempre se ocuparía de su rosa blanca y su violeta. Abrazado a su fibroso cuerpo Khan se durmió sintiéndose el superhombre más feliz sobre la faz de la Tierra, el único, el más afortunado. Su corazón de león estaba ahora repleto de amor.

 

 

Fin

 

Continuación en EXTRAS

 

 

Notas finales:

Éste es el último de los cinco capítulos especiales de la historia. Sí, la doy por finalizada... aunque EXTRAS es su continuación.

Dejo imágenes de Khan en la oscuridad...

http://nsae01.casimages.net/img/2014/10/09/14100912164995473.jpg

... y en la luz, con su familia.

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Como despedida añado un álbum que con los años Khan y Pavel se dedicaron a hacerle a Kermit.

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Y eso es todo. Gracias por compartir esta aventura conmigo.

Dif-tor heh smusma! *(Larga vida y prosperidad)


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