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Y se fue el amor por lizergchan

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Disclaimer: Los personajes de Sherlock Holmes no me pertenecen, sino a su autor Sir Arthur Conan Doyle, la serie “Sherlock” pertenece a la BBC. Este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Personajes: Sherlock, John Watson y otros.

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene Slash, angustia y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

 

Resumen:Sherlock despertó solo en la cama, como había estado sucediendo en los últimos meses. Después del sexo —si es que llegaba a suceder—, John se levantaba nada más terminar, se daba un baño y se iba a su antigua habitación, dejando al detective con el corazón roto y sintiéndose como una vulgar ramera.

 

 

Beta: Lily Black Watson.

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

Y se fue el amor

 

 

 

Capítulo 10.- Cuando los ángeles lloran.

 

 

Iker hizo llamados a España para que localizaran a Alonso, Rodrigo, Gabriel y Ángel.

Gabriel Mujica se había casado y vivía en Almansa, era médico, con un pequeño consultorio, su esposa le ayudaba como su enfermera, tenían tres hijos, el mayor de 10 años y la menor de nueve meses. Rodrigo Astudillo era maestro en Murcia; divorciado pero con una niña de cuatro años a su cargo. Alonso Azcárraga tenía algunos hoteles a lo largo de España. Ángel Guzmán se había ordenado como sacerdote y tenía a su cargo una parroquia.

 

 

—Salvo por unas cuantas multas en su adolescencia… Todos están limpios —dijo Iker azorado; su amigo se encontraba secuestrado y él no podía hacer nada para ayudarle. —Con excepción de Ángel y Alonso, todos los demás tienen coartadas sólidas—.

— ¿Qué hay con esos dos? —interrogó John. Sherlock estaba en su sillón, escuchando atentamente, mientras Teresa era consolada por Molly, con ciertas dificultades, pues la barrera del idioma le hacía más difícil la tarea.

—Alonso se va un fin de semana de cada mes a un retiro de la iglesia y Ángel, enseña catecismo (o algo así), en clínicas de rehabilitación, o al menos lo hacía; fue transferido a Londres hace tres años—.

Sherlock se levantó de su lugar, ante la atenta mirada de los presentes; se colocó el abrigo y anudó su bufanda.

—Vamos John, tenemos trabajo—.

— ¿A dónde crees que vas? —dijo Teresa interponiéndose entre el detective y la puerta. Tenía los ojos vidriosos, no había llorado ni una sola vez, sabía que eso no iba a regresarle a su amigo —Estás embarazado y no puedes andar por ahí como si nada—.

—Iré a hablar con Ángel —respondió Sherlock, tratando de guardar la calma, pues, sabía que la joven estaba preocupada tanto por él, como por la seguridad de Antonio.

—Date prisa John, se nos hace tarde—.

— ¿Y qué le dirás? —Repuso la protectora de animales — “Hola padre, soy Sherlock Holmes. Linda sotana; por cierto, le creo responsable del secuestro de mi novio, por favor, sírvase en responder” —.

—Obviamente no le diré eso —bufó el detective ante la idea estúpida de la española. Él no necesitaba de mucho para sacarle la información necesaria a ese hombre.

 

John no se metió en la discusión, pues ambos hablaban en español y él no entendía  ese idioma, pero Iker sí.

—Ella tiene razón, don Holmes. No puede ir a la buena de Dios, esperando que Ángel le responda, seguramente a estas horas debe de estar dando misa  —dijo el miembro de la Guardia civil, al tiempo que observaba su reloj: 07:45 am. —. Deje que el detective Lestrade le interrogue, usted lo que necesita es comer algo y sobretodo dormir un poco, no lo ha hecho desde que Antonio desapareció y eso es malo para usted y los críos—.

 

 Sin embargo, Sherlock no les hizo caso; quitó a Teresa de en medio y prosiguió su camino, seguido de John, quien fue detenido por Iker.

—No lo deje hacer tonterías, por favor —John estuvo a punto de decir que él no iba a dejar que nada lastimara a Sherlock, pero tuvo que morderse la lengua y asentir con la cabeza.

 

 La pareja tomó un taxi y se dirigió a la iglesia que Ángel dirigía; la misa acababa de terminar cuando ellos llegaron. Un hombre vestido de sacerdote, despedía a los feligreses.

Sherlock observó con ojo crítico al hombre: medía 1.78 cms., principios de calvicie, atlético, corría al menos una hora diaria, estaba alrededor de los 45 años. Desayunó una taza de café y pan. Tenía una serie de arrugas a ambos lados de la boca y entre los ojos, señal inequívoca de su facilidad para sonreír y su férreo carácter.

 

 

 

 

Antonio despertó de golpe a causa de la exaltación del agua helada sobre su piel desnuda. Su cuerpo comenzó a sufrir pequeños espasmos; tenía frío.

 

—Aún no es momento para que descanses, pecador —aquella voz era distinta a la que había escuchado antes, esta era más aguda… delicada: Una mujer, una joven, pero era difícil saber a falta de sus lentes;  las ropas de ella se le antojaron parecida a la de los ku klux klan. —No has pagado suficiente por tus crímenes contra Dios—.

—Jesús dijo: El que… este… libre de… pecado… que lance… la primera… piedra —le era difícil hablar con fluidez, estaba cansado, a punto de sufrir una posible hipotermia (quizás eso fuese una exageración de su parte, pero así se sentía), herido y deshidratado.

 La mujer se molestó con la mención del hijo de Dios y lo demostró, golpeando al doctor, hasta hacerlo caer al suelo.

— ¡No te atrevas a manchar el nombre de nuestro señor Jesucristo con tu impía boca! —gritó, pisando una y otra vez la mano izquierda de Antonio, hasta hacerlo gritar; le estaba destrozando las falanges.

 

 

 

 

El padre Ángel vio acercarse a Sherlock y a John; torció la boca al percatarse del hinchado vientre del detective, pero, hizo su mejor intento —obviamente fallido—, para disimular su malestar.

— ¿En qué puedo ayudarlos, hijos? —dijo el sacerdote.

—Ángel Guzmán —el hombre asintió con la cabeza —. Soy Sherlock Holmes y él…—.

—Sé quiénes son ustedes, señor Holmes —lo interrumpió —, he leído el blog del doctor Watson, además de haberlos visto un par de veces en la televisión y periódico a lo largo de los últimos años. ¿Qué puedo hacer por ustedes? —

— ¿Conoce usted a estas personas? —cuestionó John  mostrándole fotos individuales de las personas que salían en la encontrada en la escena del crimen. Los ojos del párroco brillaron en reconocimiento.

—Oh, sí. Ellos y yo solíamos salir cuando éramos unos críos. Nos separamos en Bachillerato, cuando decidí responder al llamado de Dios, nuestro señor —, dijo al tiempo que dibujaba una  cruz en su pecho. — ¿Ha pasado algo malo con alguno de ellos? —.

 

Sherlock no había perdido detalle de las expresiones del hombre; pudo darse cuenta que los gestos pasaron de la melancolía, al asco (este último, cuando vio la foto de Joaquín), pero lo que más le llamó la atención, fue ver una mezcla de furia y arrepentimiento en los ojos del sacerdote cuando la fotografía de Antonio estuvo en sus manos.

 

—Padre —una joven se había acercado a ellos. Estatura mediana, rubia y de ojos azules; era de ascendencia italiana, pero su acento indicaba que había nacido y crecido en Londres. — ¿Tiene un momento? Necesito confesarme—.

 

 

 La mujer parecía desesperada, como si cargara el peso de una gran preocupación sobre sus hombros. Sherlock notó el polvo en sus zapatos, la pequeña mancha negruzca  en la falda que casi le llegaba a los talones.

—Por supuesto, hija —dijo mirando a la joven con gesto solemne, luego, posó su atención Sherlock y en John. —Tendrán que dispensarme, pero debo atender mis responsabilidades—.

 

 Sherlock cabeceó un asentimiento y dejó que el religioso y la mujer entrarán a la iglesia, aguardó unos segundos hasta que se perdió de su rango visual.

—Vamos—.

— ¿A dónde? —interrogó John.

—Algunas personas suelen revelar sus más grandes secretos cuando creen que Dios los escucha—.

 John tomó a Sherlock por la muñeca; era una locura lo que su amigo pretendía, demasiado arriesgado para su estado de gravidez.

—Yo iré, solo, me será más fácil escabullirme —John iba a agregar que, con ese vientre, Sherlock era lento y pesado, pero el detective podría mal interpretarlo y no era bueno hacerlo enojar, menos ahora con el embarazo —. Soy pequeño, puedo esconderme sin problemas, además, tengo entrenamiento militar—.

 Sherlock pareció meditarlo, pero finalmente asintió con la cabeza.

 

 

 

 

 Dentro de la iglesia, Ángel se encontraba sentado en su lugar dentro del confesionario, del otro lado, y separada por una pared de madera y una cortina, se encontraba la mujer; estaba nerviosa, jugaba con sus manos, tratando inútilmente de calmarse.

 

—En el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Amén  —dijo la joven al tiempo que hacia la señal de la cruz sobre su pecho. Había pasado un minuto de silencio desde que entró al confesionario.

—Dios que ilumina nuestro corazón, te conceda verdadero conocimiento de tus pecados y de su misericordia—.

—Amén —finalizó la mujer. —Padre, he pecado. Me entregué a un hombre sin estar casada con él—.

— ¿Alonso? —en esos tiempos, Ángel sólo tenía contacto con uno de sus viejos amigos, pues éste nunca faltaba a los retiros que él organizaba (sin importar que ya no los realizara en España), fue en uno de ellos que  Alonso conoció a Ana.

 

 Alonso parecía enamorado de Ana y eso, aunque le dolía a Ángel, se alegraba por su amigo (al menos uno de los dos se salvaría de las llamas del infierno).

—Sí, padre, pero no es todo —la voz de Ana tembló como si estuviese departiéndose entre hablar o quedarse callada —. Él ha escuchado a Dios hablar y le ordenó matar a los sodomitas que yacen con personas de su mismo sexo o deciden volverse al género opuesto—.

 

 Ángel contuvo la respiración, esperando estar equivocado en sus conjeturas y rogando a Dios porque así fuera.

—En España tiene un grupo de seguidores, hace una semana, ellos y yo le ayudamos a capturar a uno de sus viejos amigos… creo que se llamaba Joaquín… le quemamos vivo—.

 

Ana hizo una pausa y el padre Ángel tuvo el impulso de atravesar la delgada línea que los separaba y exigirle que confesara aquellos crímenes ante la policía y no en el sacramento, donde él estaba impedido para acusarla.

 

—… Tenemos a Antonio De La Rosa —Ángel dio un respingo, se había perdido de una buena parte de la confesión, pero al oír el nombre de quien consideraba su demonio y que en algún momento fue su mejor amigo, no pudo evitar levantarse. — ¿Padre?, ¿le sucede algo? —.

—N… No hija… es sólo un calambre, la vida religiosa es a veces cruel con nuestros cuerpos —se excusó Ángel. — ¿Y qué han hecho con él? —.

—Alonso lo trajo aquí, al sótano de la parroquia, Arthur y yo le hemos estado vigilando para que usted no se diera cuenta—.

 

 Ángel abrió los ojos como platos, ¿Antonio estaba en su iglesia?, ¿era tan estúpido para no haberse dado cuenta? Dios lo perdone por ser tan ingenuo.

—Has hecho mal, hija —trató de que su voz sonara lo más neutral posible, pero le era difícil. ¿Qué se suponía que le dijera a una persona que confesaba asesinatos y secuestros? Tres Ave María y seis rosarios no iban a resolver nada.

—Pero padre, ¡Alonso escucha a Dios! —exclamó exaltada. —Dios mismo nos ordenó limpiar la tierra de los impíos, sodomitas y herejes—.

— ¿Olvidaste las enseñanzas de nuestro señor Jesucristo?: Amaos los unos a los otros —dijo Ángel solemne. —No puedes arrebatar la vida a una persona inocente—.

— ¡Pero lo que ellos hacen va contra las leyes de Dios! —chilló enloquecida.

—Y lo que han hecho ustedes, también—.

 

 El sacerdote escuchó mascullar a Ana, pero su voz fue tan baja que no logró captar palabra alguna.

—Alonso tenía razón… usted no cree realmente en Dios —Ángel escuchó ruido del otro lado y supo que Ana se había ido, pero él no se movió, inseguro de lo que debía hacer. No podía decirle a la policía o a nadie, pues eso sería romper la confidencialidad del sagrado sacramento.

 

 Pero John —que había escuchado gran parte de la confesión—, no era sacerdote, ni tenía razones para ocultar tan importante información. Le envió un mensaje a Lestrade, estaba a punto de seguir a la mujer cuando Ángel salió del confesionario, dirigiendo sus pasos en dirección contraria a los de su feligresa.

 John fue tras él, esperando no ser notado y rogando que lo guiara hasta Antonio y que éste, aún continuara con vida.

 

 

….

 

 La iglesia que Ángel dirigía no era tan antigua como otras parroquias, que llegaron a conocer reyes o nobles, pero sí tenía la suficiente edad para haber sobrevivido a la segunda guerra mundial, por eso mismo, poseía una habitación en el sótano, diseñada para soportar los bombardeos, pero actualmente estaba clausurada.

 Ángel rara vez bajaba al sótano, siempre era Maxwell quien se encargaba de la limpieza y el único que tenía copia de la llave, pero los últimos meses, el viejo hombre se había sentido enfermo y su hijo Arthur, se encargaba de los deberes de su padre.

 

 El padre Ángel no tenía quejas de Arthur, su labor era perfecta y su fe admirable, un buen candidato para dedicarse a Dios; ahora veía que tan equivocado había estado.

 La habitación —que en tiempos de guerra fungiría como bunker— estaba oculta por un estante, que, casualmente, ya no se encontraba en su lugar.

 

 Ángel sacó el manojo de llaves que colgaba siempre de su pantalón, buscó entre todas ellas, la más vieja. Se detuvo a centímetros de la cerradura, ¿y si mejor llamaba a la policía argumentando haber escuchado ruidos raros? De esa forma, no tendría que romper con la confidencialidad del sacramento.

 El padre volvió a guardar las llaves, giró sobre sus talones, pero ni bien dio un par de pasos, regresó nuevamente frente a la puerta metálica.

 

 Si Antonio estaba ahí, podría estar herido de gravedad y para cuando llegara la policía —si es que le creían—, ya sería tarde. Se apresuró a abrir la puerta. El olor a humedad y polvo invadió sus sentidos; se detuvo en seco, Alonso se encontraba ahí, con Antonio sujeto y a poco de ser clavado a la pared.

 

 Ninguno de los dos se había dado cuenta de la presencia de Ángel; el párroco se había quedado inmóvil ante la escena delante de él, pero, cuando el primer clavo fue introducido en la mano izquierda de Antonio, gritó al mismo tiempo que él.

— ¡Detente! —la voz de Ángel y el dolor de Antonio fueron opacados por el estridente sonido de un disparo.

 

¿Todo había terminado?

 

 

Continuará…

 

 

….

 

 

Nota de la Autora:  Bueno~ estamos por llegar a la recta final, estimo que dos capítulos más y se termina, espero lo hayan disfrutado y no me odien por ser tan cruel con Antonio… culpen a la serie de Águila Roja XD que me inspiró.


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