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Y se fue el amor por lizergchan

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Disclaimer: Los personajes de Sherlock Holmes no me pertenecen, sino a su autor Sir Arthur Conan Doyle, la serie “Sherlock” pertenece a la BBC. Este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Personajes: Sherlock, John Watson y otros.

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene Slash, angustia y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

 

Resumen:Sherlock despertó solo en la cama, como había estado sucediendo en los últimos meses. Después del sexo —si es que llegaba a suceder—, John se levantaba nada más terminar, se daba un baño y se iba a su antigua habitación, dejando al detective con el corazón roto y sintiéndose como una vulgar ramera.

 

 

Beta: Lily Black Watson.

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

Y se fue el amor

 

 

 

Capítulo 15.- Epilogo

 

 

 

Con el correr de los años, las cosas para los donceles habían cambiado; el tema ya no se consideraba tabú y muchos médicos comenzaban a buscar asesoría con los casos que, lentamente se estaban volviendo más comunes. Antonio seguía siendo el portavoz del grupo, pues era, después de todo, el rostro más relacionado con el tema. Pero no era todo color de rosa; comunidades religiosas se oponían enérgicamente.

 

Anthony y Sherly ya tenían seis años, eran niños muy inteligentes, todos unos Holmes. La relación amorosa de Sherlock y John casi había regresado a la relación que tenían años atrás, aunque con sus altibajos, como cualquier otra pareja.

 

Molly y Antonio tuvieron una hermosa niña a quien nombraron Alice y actualmente tenía cuatro años y era la princesa de papá, que consentía todos sus caprichos.

 

Era una mañana de primavera; los mellizos jugaban a las escondidas con John, mientras que Sherlock resolvía un caso vía mensajes. Molly pasaría por los mellizos, pues, Antonio les había prometido llevarlos a Disneyland Francia el fin de semana, dándoles tiempo libre a sus padres.

 

Molly llegó a las nueve al 221B; saludó a Sherlock con un beso en la mejilla y a John con un asentimiento (aun no le perdonaba por lo que le hizo al detective). Tomó a los niño, sus maletas y se fue; Antonio los esperaba afuera, con el taxista.

 

 

—¿No deberíamos ir también? —pregunto John, luego de que sus hijos se marcharan.

—Molly y Antonio son perfectamente capaces de cuidarlos —John apretó las manos. No podía evitar sentirse celoso por la total confianza que Sherlock le mostraba al español;  a veces pensaba que le tenía más fe a De la Rosa que a él.

—Tenemos trabajo —dijo Sherlock y John, no pudo evitar suspirar pesadamente; con que esa era la razón para mandar lejos a los niños, quienes, seguramente harían lo posible para acompañarlos.

 

El caso se resolvió con rapidez, pero no sin ciertas dificultades; en definitiva, fue bueno que los mellizos estuvieran fuera del país.

 

 

 

Los niños regresaron  el martes, luego de un divertido fin de semana en Francia y un día en España, pues Antonio los llevó a dar un paseo por su patria. Los mellizos estaban tan emocionados por la cantidad de cosas que vieron y experimentaron, que, ni bien estuvieron con John, le contaron todas sus aventuras. Le platicaron de la vez que su tío Antonio se subió a la montaña rusa y terminó vomitando todo el desayuno; lo bonitas que se veían Molly, Alice y Sherly vestidas de princesa (Blanca Nieves, La Bella Durmiente y Cenicienta, respectivamente), los genial que le resultó a Anthony disfrazarse de Bozz.

 

—Me alegra que se divirtieran —dijo John, a sus pequeños, sentados en sus piernas.

—… luego tío Antonio nos llevó a su casa, ¡y nos dejó subirnos a unos ponis! —exclamaron ambos niños.

 

John se alegraba que sus hijos fuesen niños a los que les gustaban las cosas comunes (a pesar de su enorme inteligencia), su película favorita era Mulan y los Vengadores; incluso se disfrazaron de Iron Man y Mulan para Halloween.

 

—¿Les apetece ir al zoológico la próxima semana? —a ambos niños, se les iluminaron los ojos.

—¿Podemos invitar a Alice? —sus hijos eran muy apegados a la pequeña, a pesar de ser menor que ellos.

—Por supuesto. Tal vez podamos convencer a su papá Sherlock para que venga con nosotros, también —ambos mellizos asintieron con la cabeza. Eso sería fantástico.

 

 

Los niños se bajaron del regazo de John; van en busca de Sherlock, quien, con seguridad, se encuentra en el piso inferior, que la señora Hudson le presta como laboratorio.

 

John recibió un mensaje; Antonio lo invitaba a tomar unas cervezas en el pub de siempre, no es que acostumbraran ir seguido, tan sólo una o dos veces al mes y únicamente permanecían una o dos horas para beber un par de pintas, sin llegar siquiera a marearse, claro; no querían dar mal ejemplo a sus hijos. Watson pensó en declinar la oferta, después de todo, ni siquiera estaban cerca del jueves, era apenas martes, pero se contuvo;  algo serio debía estar pasándole a De La Rosa para citarlo.

 

 

 

 

Antonio pasó por John a eso de las nueve, luego de que los niños se durmieran, pero no fueron a un pub, como siempre, en su lugar, se decidieron por una cafetería a unas calles de Baker Street.

 

—¿Cómo está tu mano? —preguntó John, luego de que la mesera les trajera su orden: café y pay de queso.

—Mejor. El tratamiento de la doctora Hansen ha dado resultados muy satisfactorios; es probable que pueda recuperar un 90% de movimiento, en unos meses más.

—Me alegro por ti —dijo Watson, con sinceridad.

—Gracias —el español le dio un sorbo a su café. —. Dentro de tres semanas será su aniversario, ¿cierto? —John asintió; Sherlock y él, estaban por cumplir cinco años de su renovado noviazgo y pensaba pedirle matrimonio el día de su aniversario.

 

John lo sabía; Antonio era una persona, ciertamente romántica. Bastantes ejemplos había: el viaje a Venecia en el último aniversario de bodas; las rosas, los chocolates o mensajes de vez en cuando, incluso tocaba la guitarra (ya no muy bien dada la condición de su mano), e interpretaba canciones que el mismo componía. Todo un sueño para cualquier mujer.

 

—Supongo que esta reunión es para darme consejos —Antonio rio como respuesta.

—Dentro de unas semanas se estrena la nueva película de Marvel: Doctor Stange y Alice quiere que los mellizos la acompañen. Con los niños fuera, tú y Sherlock podrían estar a solas.

 

A John le pareció una magnífica idea, pero, ¿A dónde llevarlo? Sherlock no era del tipo romántico; no podía llevarlo a un restaurante elegante y proponérselo durante el postre; poner el anillo dentro de un cadáver era una posibilidad, pero aun cuando la idea le parecía buena, dudaba conseguir la ayuda de Molly para ello, así, que la descartó.

 

—No necesitas hacer un circo —dijo Antonio. —Simplemente dale el anillo. Lo sutil nunca ha sido una buena forma para tratar con Sherlock, tú más que nadie lo sabe —se encogió de hombros —. Debes tomar el toro por los cuernos y simplemente decirle.

 

John contuvo una sonrisa.

 

—Pensé que me aconsejarías llevarlo a París y proponérselo en un restaurante con vista a la torre Eiffel.

—Eso no sería nada original, ¿no te parece? —el tono falso de molestia, causó una sonrisa en John. ¿Cómo es que ese hombre se había convertido en su amigo, su confidente? Era uno de los grandes misterios de la vida.

 

 

….

 

 

El tan esperado día había llegado; los mellizos correteaban por el piso, ambos usando una toalla a modo de capa. Los niños estaban ansiosos por ver la película del Dr. Stange, mientras que John tenía trabajo para lidiar con los nervios, ¿y si Sherlock decía que no? Bueno, tampoco sería el fin del mundo, después de todo ya vivían juntos, sin mencionar que eran padres de dos hermosos niños.

 

Antonio, Molly y Alice llegaron a eso de las 11:00 am por los mellizos. Se despidieron con un beso de sus padres.

 

—Suerte en su misión, soldado —dijo el español, guiñándole un ojo a John. Molly los miró confundida, pero no comentó nada; más tarde haría que su esposo le explicara que estaban tramando.

 

Cuando los niños y ambos adultos se fueron; John se metió en la cocina. Sherlock se encontraba recostado en el sofá, usando su vieja pijama, en su típica pose de estar en su Palacio Mental, ajeno a lo que sucedía a su alrededor.

John miró la tetera, durante todo ese tiempo, había estado seguro que quería pedirle matrimonio a Sherlock, ahora… ya no sabía si era correcto. Tenía miedo.

 

El anillo que había escogido (con ayuda de Antonio y Luka), brillaba en su mano, dándole ánimos para dar el paso. John dejó escapar un suspiro; colocó dos tazas de té en una charola y un par de petit four que compró en aquella pastelería que el señor Taylor le había recomendado y los llevó a la sala.

 

—Sherlock —lo llamó John al verlo abrir los ojos. —Preparé té, ¿quieres un poco?

 

El detective se incorporó. Bastó unos segundos para que Holmes comprendiera lo que estaba pasando. Muy obvio, ciertamente.

 

—No pienso usar blanco —dijo Sherlock antes de tomar el tenedor y comenzar a comer. John abrió y cerró la boca, ¿lo sabía?, ¿Qué estaba diciendo? ¡Por supuesto que sí!, después de todo, era del único detective consultor de quien estaba hablando.

—Entonces —John se aclaró la garganta —. ¿Aceptas?

 

Sherlock se mantuvo en silencio; analizando la forma menos ofensiva de expresar su opinión. A través de los años —y gracias a John—, logró desarrollar cierta… empatía con el sentir de las personas comunes.

 

—¿Es lo que quieres? —John asintió.

—Me encantaría casarme contigo, Sherlock, es lo que más deseo —Watson entrelazó sus manos con las del detective —, pero no te obligaré. Te amo y soy feliz de estar a tu lado.

 

Se besaron, aunque sería justo mencionar que John fue quien lo hizo. El doctor estaba por levantarse, pero fue detenido por Sherlock.

 

 

—Antonio será mi padrino y no quiero ver a Anderson en mi boda —John sonrió, feliz porque Sherlock había aceptado y seguro de que sería todo una “noviazilla”.

 

 

 

La noticia de la boda causó diferentes reacciones entres sus conocidos, que fueron desde la indiferencia  (ya se habían tardado en dar el paso), y la alegría. Los mellizos no comprendían bien lo que pasaba; para ellos, sus padres estaban casados desde que recordaban, porque eso es lo que hacen los adultos cuando se unen en matrimonio; vivir juntos, dormir en la misma cama y tener hijos, ¿no?

 

Los preparativos de la boda siempre eran estresantes, peor aun cuando uno de los novios era el mismísimo Sherlock Holmes. El detective quería que todo estuviera perfecto; desde las servilletas dobladas de forma especial; las decoraciones (nada de espantoso y aburrido blanco). Aunque sería una ceremonia pequeña,  todo debía estar en perfecto orden.

 

 

John se observó en el espejo; llevaba un traje de color azul marino, en su ojal, una rosa blanca. Estaba nervioso; no es que pensara arrepentirse, era un sentimiento natural en una situación como esa.

 

—Te ves muy apuesto —dijo Taylor. El anciano, estaba tomando el lugar de padre de John, algo que Watson agradecía, incluso los mellizos lo veían como su abuelo. —Me alegra que todo saliera bien al final.

 

John sonrió; daba gracias que todo se hubiese arreglado. Mirando atrás, no podía creer que Sherlock lo perdonara (él mismo dudaba tener la fuerza suficiente, de haber estado los papeles invertidos). Quizás, a esas alturas, Sherlock estaría en España, resolviendo casos, criando a los mellizos con Antonio. Watson sacudió la cabeza para alejar esos horribles pensamientos; gracias a Dios no había sido así.

 

—Ya es hora —dijo el doctor Taylor —. No querrás hacer esperar a tu prometido, ¿verdad? —John negó y se acercó al hombre que admiraba desde su infancia y que, ahora, lo iba a acompañar en uno de los momentos más importantes de su vida.

 

 

 

 

Sherlock se acomodó el saco; revisó su reflejo en busca de cualquier cosa que pudiese estar fuera de lugar, al no encontrarlo, se alejó del espejo.

 

—Jamás creí que llegara a ver este momento —dijo Mycroft desde el lumbral de la puerta. —No pensé que al final, aceptaras ser partícipe de un evento tan… común.

—Quizás deberías pensar en hacerlo —habló Sherlock —. Garfield no te esperará para siempre.

 

Mycroft tuvo que morderse la lengua para evitar entrar en una discusión; la boda está por comenzar y no hay tiempo para niñerías.

 

—Siempre supe que John causaría un efecto en ti —aseveró el mayor de los Holmes —. Aunque no esperaba estos resultados.

 

Mycroft dio media vuelta, alejándose un par de metros de su hermano, que luego de unos segundos, le siguió. No había necesidad alguna de palabras, al menos no entre ellos.

El salón donde sucedería la boda, era pequeño, pero en extremo elegante (Anthea se había encargado personalmente, por órdenes de Mycroft, por supuesto). Flores de colores delicados, adornaban las pocas mesas donde los invitados esperaban. Los gemelos se encontraban en un lugar privilegiado, junto a sus abuelos, la señora Hudson, Lestrade, Molly y Alice.

 

Sherlock se encontró con John en la entrada del salón; Mycroft siguió su camino para tomar el lugar junto a Greg. La pareja permaneció en silencio, bajo la atenta mirada de sus familiares y amigos. La Juez que los casaría (buena amiga del padre Ángel), les sonrió con amabilidad.

 

La Juez, comenzó con su discurso ensayado, uno que llevaba repitiendo durante toda su carrera. Luego vinieron los votos de los novios, el intercambio de anillos y la firma de los papeles que los acreditaban como casados.

 

—Pueden besarse —ni bien, la Juez pronuncio aquellas palabras, el móvil de Sherlock comenzó a sonar, ganándose una mirada de reproche por parte de la mujer y de John, pero eso realmente no le importó al detective que, sin ninguna vergüenza, leyó el mensaje que le habían enviado.

 

Era de Santiago de Chile en Sur América, al parecer, una mujer había sido encontrada muerta en el baño de su departamento, ni puertas ni ventanas fueron forzadas. Cabe mencionar, que dicha víctima vivía en un edificio en una zona con seguridad, tanto humana, como de cámaras de circuito cerrado. Los forenses lo calificaron como una muerte accidental, pero la hermana de la difunta no estaba de acuerdo; su hermana no era ninguna torpe, además, faltaba un cofrecillo en el que siempre guardaba, al menos, dos mil dólares en efectivo, sin mencionar, el extraño plástico al lado de su cuerpo que la hermana de la víctima se negó a tirar.

 

—Señor Holmes, ¿le importaría? —dijo la Juez, pero Sherlock la ignoró completamente.

—¿Sherlock? —lo llamó Watson, al ser arrastrado por su, ahora esposo.

—Andando John, tenemos trabajo —dijo el detective —. Debemos tomar un avión a Chile, en Sudamérica.

 

Antes de salir completamente, Sherlock grito: ¡cuida de los mellizos, mommy!

Los presentes se habían quedado mudos, hasta que Antonio comenzó a reír, coreado inmediatamente por Molly, Lestrade, la señora Hudson y el resto de los invitados.

 

Una boda singular, sin duda, pero, tratándose de Sherlock y John, cualquier cosa podía pasar.

 

Y el amor se fue, y así regresó. Las vidas de dos almas se unieron para no volver a separarse.

 

 

Fin.

 

 

 

 

 

Y por fin llegamos al final. Gracias por aguantarme  todo este tiempo. XD

 

Les dejo un pequeño lemon como extra.

 

 

 

 

 

El caso en Santiago de Chile, había resultado ser entretenido… los primeros diez minutos. Fue simple para Sherlock descubrir que la víctima: Ágata Ramírez, no murió tras golpearse la cabeza accidentalmente con la bañera, por el contrario, se le inyectó una toxina indetectable en los exámenes toxicológicos de rutina. Pero no los aburriré con los detalles; seguramente no llegaron hasta esta parte por eso, así que simplemente nos la saltaremos para ir a la noche de bodas.

 

 

Sherlock y John decidieron quedarse en un pequeño hotel, para descansar.

 

 

Sherlock empezó a acariciar el sedoso cabello rubio, tan suave; pasó sus largos dedos por el rostro de John, por los sensuales labios. Se miraban como si estuvieran en trance.

 

John  fue acercando su rostro al del detective. Los ojos de ambos, se cerraron al instante en que sus labios se juntaron. Sherlock rodeó la cintura de John, atrayéndolo hacia sí.

Watson lamió la comisura de los labios del joven y el otro los abrió más, aceptando la invasión, sintiendo como la lengua del doctor, lamía la suya, proporcionándole una sensación abrumadora, correspondiendo a esas húmedas caricias y pronto sus bocas se fundieron en un beso apasionado.

 

—¿Vanos a la cama? —le propuso John al romper el beso. Rosaba su cadera contra la de Sherlock, con sensualidad.

—Elemental.

 

Se besaron como si quisieran devorarse. Sherlock chupaba la lengua de John mientras las prendas quedaban olvidadas en el suelo de la habitación.

 

Era su noche de bodas. Estaban casados. John no pudo evitar sonreír en medio del húmedo y exquisito beso. Se sentía afortunado, se unió al hombre más maravilloso; se lo arrebató al mundo como un ladrón y no se arrepentía.

 

—Calla, John, no pienses, es molesto —se quejó Sherlock, aun con sus labios sobre los de Watson, quien no pudo evitar sonreír. Amaba ese lado de su esposo (¡Oh! Que hermoso sonaba esa palabra para referirse al detective).

 

 

Ambos gimieron, cuando sus penes se rozaron, frotándose descaradamente; enviando descargas de placer y excitándolos más. Dedos colándose entre dos montes de carne, recorriendo un camino conocido.

 

Sherlock  jadeó cuando John rozó la abertura de su humedad con uno de sus dedos, y luego, lo hundió en su entrada, hasta el fondo. Un grito sofocado escapó de su boca al sentir la invasión.

 

John envolvió los labios alrededor del palpitante pene de Sherlock, chupando rítmicamente la sensitiva punta; después, bajó hasta la pequeña abertura, humedeciéndola antes de penetrarla con su lengua. Al mismo tiempo, su dedo hacia círculos alrededor de su ano, acariciando las paredes internas, cada vez más lejos, cada vez más profundo.

El placer se desplazaba estrepitosamente en el interior caliente del Detective Consultor, causándole mareo. Dejándolo con deseos de más.

 

Fue una penetración limpia, firm; la espalda de Sherlock se arqueo y sus piernas se cerraron alrededor de la cintura de John. El  conocido pero excitante dolor se apoderaba de sus sentidos, apagando su cerebro. Llenándolos de éxtasis.

 

Las rítmicas envestidas; dentro, fuera. El estrecho deslizamiento, los cuerpos perfectamente amoldados el uno con el otro, como si estuvieran hecho para estar unidos. Cada movimiento acompañado por sonidos eróticos.

 

 

 

Por fin, ambos alcanzaron el orgasmo en medio de gemidos y gritos de arrebatador placer.

 

Dejaron pasar un par de minutos antes de que John sacara su miembro —ya flácido—, del interior de Sherlock.

 

—Te amo —se dijeron, uno con palabras y el otro, con la mirada. Durmieron abrazados, por primera vez como un matrimonio.

 

 

 

Fin.


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