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Y se fue el amor por lizergchan

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Disclaimer: Los personajes de Sherlock Holmes no me pertenecen, sino a su autor Sir Arthur Conan Doyle. La serie “Sherlock” pertenece a la BBC. Este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Personajes: Sherlock, John Watson y otros.

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene Slash, angustia y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

 

Resumen: Sherlock despertó solo en la cama, como había estado sucediendo en los últimos meses. Después del sexo —si es que llegaba a suceder—, John se levantaba nada más terminar, se daba un baño y se iba a su antigua habitación, dejando al detective con el corazón roto y sintiéndose como una vulgar ramera.

 

 

Beta: Lily Black Watson.

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

Y se fue el amor

 

 

 

Capítulo 5.- Aclaraciones

 

 Sherlock despertó entre los brazos de Antonio, quien dormía profundamente. Lo miro con cierta tristeza; lo había usado, como John había hecho con él, y lo peor era que prácticamente lo había violado.

 Ahora que las hormonas estaban a raya y su sangre fluía con normalidad, Sherlock fue consciente de lo sucedido, y se odió. Antonio era su doctor, su… amigo, parecía comprenderlo.

 

“Y él le traicionaba de una manera tan vil”

 

 Se levantó de la cama, teniendo cuidado de no despertar a Antonio y se fue a su habitación. No supo exactamente cuánto tiempo estuvo en la bañera, pero cuando salió, se encontró al español sentado en su cama, tenía los cabellos húmedos y despeinados, usaba un pantalón holgado y una camiseta blanca, sobre sus hombros traía una toalla pequeña.

 Sherlock inspeccionó el rostro del español para leer sus emociones: preocupación, cariño, pero nada parecido al enojo. Holmes en verdad no comprendía a Antonio: era un libro abierto; pero aun así, era casi imposible saber lo que pensaba en ciertos momentos.

 

 Sherlock creía fielmente que Antonio era uno de esos héroes con los que tanto le gustaba a John compararlo, porqué, a diferencia de él, De la Rosa era noble, con un gran corazón y siempre dispuesto a ayudar al prójimo, aun si eso significa ponerse en peligro.

 

—Tenemos que hablar —dijo claro el doctor. Sherlock no detectó rastro de enojo en la voz del español y se permitió relajar un poco. Antonio sonrió, cándido, como siempre que hablaba con el detective consultor —. Bueno, en realidad, quiero que me escuches.

 

 Antonio se levantó, tomó la mano de Holmes y lo llevó con él a pasear por los jardines. Durante el trayecto, Sherlock pensó en seis escenarios posibles, en la mayoría de ellos, el doctor se enojaba y le pedía que se fuera; normalmente, eso no le importaría, pero, ¿qué pasaría con su embarazo? No existían muchos expertos en ese campo y Antonio era el mejor de ellos, si se alejaba, sus hijos podrían estar en peligro.

 

—Sherlock, deja de pensar en tonterías—le regañó Antonio, mientras lo obligaba a sentarse en una de las sillas que usualmente usaban cuando decidían comer en el jardín. Se puso en cuclillas para quedar a la altura del detective —. Lo que pasó anoche, era algo que iba a suceder tarde o temprano —dijo con seguridad y feliz por haber sido la primera opción de su amigo —. Una mujer embarazada experimenta un cambio hormonal importante que en la mayoría de los casos, hace crecer su libido; un hombre en cinta sufre esos cambios con mayor intensidad. Me sorprende que fueses capaz de soportar hasta ahora.

 

Realmente no había sido fácil, tuvo que recurrir a diferentes métodos de autosatisfacción, que en un principio dieron resultado, pero finalmente lo dejaban con más deseos.

 

—Lo que sucedió, no cambia en nada nuestra amistad. ¿Por qué somos amigos, verdad? —Sherlock asintió sin siquiera pensarlo.

—Sí, somos amigos —le agradaba referirse a Antonio de esa manera, le hacía sentirse tranquilo.

—Podemos ser amigos sexuales también, de ese modo, podremos satisfacer nuestros cuerpos sin sentirnos culpables, ¿te parece? —.

— ¿Estás seguro de eso? El 90% de las personas que recurren a esas prácticas, en realidad están ocultando sentimientos por el otro y a la larga, terminan haciéndose más daño del que pudieron haberse hecho —Antonio sonrió, sin poder evitar besar a Sherlock en la cabeza, igual a como lo haría con un niño.

—No sucederá, porque por desgracia, tu corazón le pertenece a un hombre que no lo merece y el mío está dormido.

 

Sherlock miró a Antonio, pero no pudo descifrar aquellas palabras, dichas sin expresión o  muestra alguna de sentimiento.

 

— ¿Quieres ir a almorzar fuera? —dijo Antonio para cambiar de tema.

 

 

 

 Un centro comercial no era, ni por mucho, la primera opción de Sherlock, pero cuando iban en el auto, vio un anuncio de una nueva hamburguesa y el lugar más próximo donde la vendían, era ahí.

 Sherlock se removió en la silla, le dolía un poco la espalda, sin mencionar lo hinchados que tenía sus pies. Bufó molesto, lo peor de su estado eran los calambres nocturnos, la terrible comezón en el vientre; el dolor en los pezones, que ya comenzaban a dar señales de estar produciendo leche pues expulsaban una  pequeña cantidad de un líquido lechoso—algo completamente natural, según Antonio—. Se jaló un poco más la playera, que ya comenzaba a quedarle chica, pronto tendría que comprar unas tallas más grandes en su ropa.

 



 En los primeros meses de un embarazo masculino, el feto crecía poco, lo que hacía que el vientre tuviera mínimos cambios, pero en los últimos cuatro, el producto se desarrollaba con mayor rapidez, adquiriendo el tamaño y peso normal de un bebé en el vientre de una mujer.

 

—Así que… ¿Quién está engañando a su pareja? —dijo Antonio casualmente mientras dejaba una charola con dos hamburguesas, un par de sodas y una ensalada. Se sentó frente a Sherlock y esperó a que éste le respondiera.

—El hombre de la mesa junto al negocio de comida griega. Tiene una aventura con su jefa, pero a ella también la engaña, con la mujer que está acompañándola y… —guardó silencio de golpe, la dama en cuestión, estaba embarazada; y el sujeto en cuestión, en esos momentos, le estaba exigiendo que abortará. Sherlock no pudo evitar preguntarse si John habría querido lo mismo.

 

Sherlock dio un respingo, alejando aquellos pensamientos; tenía a Antonio a centímetros de su rostro y parecía preocupado.

—Lo siento —el detective negó con la cabeza y empezó a comer, aunque repentinamente había perdido el apetito. —Sobre el nacimiento… quiero que sea en Sussex —Sherlock lo había estado pensando durante mucho tiempo, quizás era por el embarazo, pero quería que sus hijos vinieran al mundo en su ciudad natal.


Antonio asintió con la cabeza, no le sorprendió el pedido del detective consultor, había pensado ya, que su amigo podría considerar esa opción.

— ¿Qué tal si vamos a ver las cosas para bebés ya que estamos aquí? —sugirió el ibérico.

 

 

 

….

 

 

 Nuevamente Sherlock y Antonio fueron noticia en toda España e Inglaterra; el embarazo ya se le comenzaba a notar al detective y el hecho de que ambos fuesen fotografiados en una tienda para bebés, hizo que se volviera un escándalo de primera plana.

 

 John no lo podía creer, no era posible que Sherlock estuviera embarazado. El bebé debía ser suyo, era lo más lógico. El detective consultor jamás se acostaría con nadie aparte de él, y menos con ese españolete.

Ahora más que nunca debía recuperar a su familia. Porque sí quería formar una familia con el detective y el hijo que venía en camino.

 

 Fue nuevamente en busca de Mycroft, está vez su encuentro fue en el club Diógenes.

 Era más que obvio que el hermano de Sherlock había dejado que la información llegara a Londres, todo era parte de algún plan para torturarlo, y vaya que lo había logrado; ahora más que nunca se lamentaba el haber sido tan idiota. Parecía que nunca dejaría de repetírselo a sí mismo.

 Ahora comprendía el malestar en los dientes, ese que el dentista no podía descifrar*; debía haberlo sabido, con Mary le sucedió igual. Por desgracia, la bebé había muerto y eso causó una gran brecha entre ambos, hasta que terminó por separarlos definitivamente.

 

Fue lo mejor.

 

 

 John entró a la oficina del Holmes mayor, el político estaba sentado tras su fino escritorio, revisando algunos documentos (seguramente planes para alguna futura guerra).

 

—Quiero hablar con Sherlock —Mycroft había llegado al extremo de bloquear sus llamadas a España (sin importar que lo hiciera de un teléfono público), e incluso sus mails al correo del detective consultor. —Sé que está esperando un hijo mío.

 

 Mycroft levantó una ceja elegantemente. Sus labios se curvaron en algo parecido a una sonrisa burlona.

 

—Interesante deducción, doctor Watson —dijo el hombre —. ¿Qué te hace pensar tal cosa? Mi querido hermano pudo haber decidido quedarse con Antonio.

—Déjame hablar con él —pidió con determinación.

 

 

 

 

 La visita a Mycroft fue una total pérdida, de tiempo,  pero no se daría por vencido. Uno de sus colegas le había conseguido el número del doctor De la Rosa.

 No esperó demasiado para llamar al hombre que le estaba arrebatando a su familia. Marcó el número, seis tonos fue lo que tuvo que esperar antes de que una voz profunda y masculina le contestara.

 

— ¿Doctor Antonio De la Rosa? —dijo John, rogando que el hombre supiera hablar inglés.

— “Sí, ¿En qué puedo ayudarle?” — Gracias a Dios, el sujeto hablaba su idioma.

—Soy el Doctor Bruce Carter —se presentó John, usando el nombre de su colega. Hubo un silencio del otro lado de la línea, seguramente el español esperaba que le dijera el motivo de su llamada —. He escuchado que usted es uno de los pocos expertos en el tema de los embarazos masculinos—.

“Correcto. ¿En qué puedo ayudarle?”

—Verá, hace unos días llegó a mi consulta, un hombre que presentaba algunos extraños síntomas, y… —del otro lado de la línea, Antonio escuchó atentamente lo que John creía que serían síntomas propios de un embarazo masculino.

“Es posible que sí se encuentre embarazado, pero en estos momentos no puedo ir a visitarlo. “—Hubo una pausa —. “No puedo dejar a mi novio ya que se encuentra en cinta” John apretó el teléfono y se mordió el labio. — “¿Usted es de Londres, cierto?”

—Es correcto —respondió tratando de reprimir su ira.

“La doctora Lin Chong podría ayudarle, ella está facultada para atender casos de ese tipo y le aseguro que es mucho mejor que yo en ese campo.”

 

 

 

 Nunca había escuchado de esa mujer, para ser sinceros, hasta ese momento, creía que los supuestos casos de hombres embarazados, eran en realidad mujeres transgénero, nunca esperó que en realidad fuese posible.

 

 

 

 

 Antonio se encontraba en su estudio, Sherlock en el laboratorio haciendo alguno de sus experimentos. Su móvil comenzó a sonar, se fijó en el número, era de Londres, meditó en si debía contestar, al final, decidió hacerlo.

 

— ¿Aló? —dijo con tono profesional.

— “¿Doctor Antonio De la Rosa?” — conocía esa voz, la había escuchado en varias ocasiones, era John Watson.

—Sí, ¿En qué puedo ayudarle? —habló en inglés.

“Soy el Doctor Bruce Carter”. Antonio guardó silencio, ese hombre estaba usando un nombre falso y no necesitaba las habilidades deductivas de Sherlock para saber la razón. — “He escuchado que usted es uno de los pocos expertos en el tema de los embarazos masculinos”.

—Correcto. ¿En qué puedo ayudarle? —dijo el español. Hubo un momento de duda del otro lado de la línea, seguramente, John no se había planteado bien la mentira.

“Verá, hace unos días llegó a mi consulta, un hombre que presentaba algunos extraños síntomas, y…”— Antonio escuchó atentamente lo que John creía que serían síntomas propios de un embarazo masculino. Al menos, debía reconocer que era bueno mintiendo.

—Es posible que sí se encuentre en embarazado, pero en estos momentos no puedo ir a visitarlo —hizo una pausa y sonrió para sí —. No puedo dejar a mi novio ya que se encuentra en cinta —escuchó claramente el crujido del teléfono y tuvo que contenerse para no reír por la obvia muestra de celos. — ¿Usted es de Londres, cierto? —le preguntó al recordar a una de sus colegas, que precisamente se encontraba en Inglaterra por unas conferencias.

“Es correcto”

—La doctora Lin Chong podría ayudarle, ella está facultada para atender casos de ese tipo y le aseguro que es mucho mejor que yo en ese campo —hizo una pausa, aguardando una respuesta, al no recibirla, agregó —. La doctora Chong estará en Londres dos semanas, si lo desea, puedo proporcionarle sus datos.

 

 

 Al terminar la llamada, Antonio estalló en risas. Era increíble lo que un hombre desesperado podía llegar a hacer.

— ¿Te encuentras bien? —Sherlock había entrado, curioso de saber lo que ocasionaba aquel buen humor en Antonio.

—Sí, tanto que tengo deseos de ir a dar un paseo, ¿vienes?

 

 Sherlock se lo pensó un momento, no muy seguro de si debía o no aceptar. Antonio tenía la manía de acariciar o hablarle a cualquier animal que se encontrara en la calle, y si éste se encontraba herido, solo y hambriento, se lo llevaba a casa sin importar que estuvieran en alguna escena de un crimen sangriento. Si no fuera por la ayuda de Teresa y su asociación de protección a los animales (a la cual Antonio daba  importantes donativos),  el hogar del doctor sería un verdadero zoológico.

 

—Si quieres, podemos ir a ver a Iker, hace dos días que no ha dado señales de vida y comienzo a preocuparme por él.

—Quizás este atrapado en su oficina y no recuerde como abrir la puerta —dijo Sherlock y luego bufó. Antonio era agradable, pero su afán de arreglarse como si fuese a visitar a su rey, aunque sólo fuese a pasear a sus perros, a veces exasperaba al detective.

 

 

 Veinte minutos después, salieron de la casa, pero no encontraron a Iker, pues el hombre se encontraba fuera de la ciudad por una emergencia familiar.

Sherlock se arrellanó en el sofá, ya de vuelta,  molesto por no tener casos que resolver, además de su cansancio extremo.

 

 Antonio miró a Sherlock dormir una siesta en el sofá (aunque el detective insistiera que se encontraba en su palacio mental). Holmes le recordaba mucho a su hermano, ambos eran independientes, valientes, pero al mismo tiempo, tan heridos y vulnerables.

Sherlock era como un niño que le despertaba el instinto de padre (a pesar de que Holmes era tan sólo cuatro años menor que él), o quizás de hermano mayor.

 

 

 

 Álbumes, designios de un pasado distante. John contempló las fotos de su niñez con pesar; su padre, un alcohólico al que no le importaba gastar todo el dinero en su vicio, sin importarle que su familia tuviera que pasar hambre; su madre, una mujer que amaba a sus hijos pero le permitía a su esposo maltratarlos por temor a sufrir su ira.

 

 La infancia de John habría sido un total infierno, sino hubiera sido por los Taylor, una amorosa familia que vivían en la casa de al lado. El señor Taylor, trabajaba en una pequeña clínica, su esposa era una mujer amorosa, que cuidaba de su familia, pero que era independiente y fuerte, ella era policía, luego estaba el pequeño Frederick de tres años.

  John solía pasar mucho tiempo con los Taylor, quienes lo trataban como un miembro más de la familia; para el pequeño John de ocho años, el señor Taylor, era como un súper héroe.  Cuando creciera, sería como el señor Taylor.

 

 John tenía once años cuando su padre llegó a casa, estaba solo, pues su madre y hermana habían salido y él, fue el único blanco de las frustraciones del hombre. Los gritos de John se escucharon por toda la calle, pero sólo el señor Taylor fue en su ayuda.

 El cuerpo de John había sufrido graves daños, por lo que permaneció en el hospital un tiempo, cuando salió, se enteró que los Taylor se habían mudado y lo único que tenía de ellos, era una foto donde todos salían, incluyéndolo, en el reverso, con la pulcra letra del señor Taylor, había escrito un mensaje:

 

“La vida de un hombre nunca estará completa sino tiene hijos a quienes cuidar y una pareja a quien amar.

Eres un gran chico, John, nunca cambies”.

 

 

 

 Las enseñanzas del señor Taylor quedaron arraigadas en lo más profundo de John, por eso se había convirtió en doctor, por eso deseaba tan desesperadamente tener una familia, porque quería ser un poco como aquel increíble hombre; pero con Sherlock no podía tener hijos, ni siquiera adoptados pues seguramente el detective no quería, por eso buscó en otros brazos lo que su pareja no podía darle.

Qué idiota había sido.

 

 

 

 

 Sherlock se cubrió sus oídos haciendo un gesto de dolor. Teresa García, actual directora de la fundación “Dame una pata amiga”, era una mujer de veinticinco años, enérgica protectora de los derechos animales que no dudaba en lanzarle un balde de pintura roja a quien ostentara un abrigo de pieles. Antonio la conoció mientras paseaba a dos de sus perros y desde ese momento, se hicieron grandes amigos.

 

— ¡Ya me imagino a esos pequeños, corriendo por todos lados! —dijo Teresa emocionada mientras continuaba masajeándole los pies a Sherlock. — ¡Adorable! —.

 Teresa solía venir casi todos los días desde que se enteró del embarazo, y se la pasaba cumpliendo cada capricho de Sherlock, sin importar lo que fuera, además, daba unos excelentes masajes, algo que el cuerpo del detective consultor agradecía.

 

 Sherlock usaba su, ya abultado vientre como una mesa para colocar el platón de palomitas de maíz con caramelo y queso para nachos que comía en ese instante.

 

— ¿Y ya has pensado cómo les vas a poner? —Sherlock no respondió, la verdad es que no había decidido sus nombres. —Margarita, Rosa, Jazmín, Eva, María, Fátima, Carla, Virginia, Sharon, Liliana, Flor, Ágata, Marisol, Sandra, Michelle, Johana… —

—Cállate, intento ver la televisión —dijo Sherlock, el último nombre le había recordado a John, por eso reaccionó así. ¡Malditas hormonas!

 

 Hubo un momento de silencio, pero no duró mucho.

 

— ¿Qué tal Anthony para el niño y Sherly para la niña? —no estaba mal, pensó él, tal vez le pondría así a sus hijos.

 

 Antonio llegó al poco tiempo, Sherlock no tardó en analizarlo: cansado, estresado. La prima de la futura reina había vuelto a acosarlo. El doctor dejó cuidadosamente su saco en un mueble cercano, se desabotonó los tres primeros botones y se acercó a Teresa para darle un beso en la mejilla a modo de saludo y un apretón en el hombro al detective.

 

 Sherlock pudo deducir que estaba preocupado por algo, quizás el rey había enfermado, lo que atrasaría sus planes de abdicar a la corona.

 

—Bueno chicos, los dejo —habló Teresa mirando a ambos, rompiendo el silencio.
—Nos vemos mañana.

—Cuídate Tere y gracias por venir —dijo Antonio acompañando a la joven a la puerta, cuando regresó, se acomodó junto con Sherlock.

 



Los dos se mantuvieron en silencio por un par de minutos, hasta que el mismo Holmes habló:

— ¿Qué sucede? —miró al doctor —. ¿Por qué te despidieron?... Oh… ¿es por mi causa? Está bien que seamos “pareja”, pero el hecho de que sea con un fenómeno como yo…

—Sherlock, no eres un fenómeno y no me despidieron —suspiró Antonio, tomando al detective por ambas mejillas, le besó los labios. Sabía que no podía mentirle a su amigo —. Su majestad ha recibido un montón de mensajes de todo el mundo, pidiendo que me revoquen la licencia, desde que se supo que tú y yo éramos pareja… y todo se complicó cuando supieron lo de tu embarazo —.

 

Sherlock bajó la mirada, Antonio era muy bueno con él –a veces demasiado- y no le parecía justo que un grupo de homofóbicos idiotas y religiosos sin cerebro, quisieran hacerle daño por culpa suya.

—No es culpa tuya, Sherlock —le aseguró —. En fin, su majestad creyó conveniente permitirme adelantar mis planes —agregó en tono alegre.

— ¿Planes? —lo miró sin comprender.

—Unas semanas antes de conocerte, Inglaterra nos ofreció a mí y los demás expertos en embarazos masculinos, fondos suficientes para continuar nuestros estudios por al menos tres años.

—Mycroft —seguramente él estaba detrás de todo, tal vez después le daría la gracias… si lo recordaba, y probablemente no.

—Pero me preocupa dejar a todas mis mascotas —. Oh, así que esa era la razón de su estado —, sufrirán un gran estrés en el viaje. Sí los dejó, sé que cuidarán bien de ellos, pero los voy a extrañar —se lamentó.

—Quiero llevarme a Ben —se había encariñado mucho con ese gato y no quería separarse de él, no ahora.

—De acuerdo, nos lo llevaremos —aceptó Antonio, con una sonrisa en los labios.

 

 Un viaje en avión sería incómodo para Sherlock y aunque no corría riesgos por el embarazo, Antonio decidió tomar todas las precauciones necesarias, incluso llamó a su amiga Lin (que aún le quedaba una semana y media de estadía en Londres), para que lo asistiera en caso emergencia, también debía llamar al doctor y la doctora Griffin  y a Luka Wyss para que estuvieran listos en el momento del parto. Sherlock merecía la mejor atención y él, iba a asegurase de que así fuera.

 

 El viaje de regreso a Londres fue en cierta forma, complicado; aunque Antonio sabía perfectamente que Sherlock podía viajar en avión sin ningún problema, no podía evitar ponerse un poco paranoico, como un padre primerizo.

 Cuando subieron al avión, Sherlock tuvo que reprimir sus deseos de golpear a Antonio, quien lo revisó minuciosamente (y casi compulsivamente), incluso le pidió a la sobrecargo que le trajera un par de almohadas extras y mantas.

 

—Si sientes algún cambio, por más mínimo que sea, debes decirme, no importa que creas que es una tontería —dijo Antonio por sexta vez y ni siquiera habían despegado. —Cálmate, no pasará nada —bufó Sherlock molesto.

 

 


 El capitán anunció el despegue poco después y el detective tuvo que tomarle la mano a su compañero para tratar de tranquilizarlo. Su pulso era acelerado, su frente comenzaba a perlarse a causa del sudor; cuando se les dio la indicación de poderse quitar el cinturón. Antonio sacó su estetoscopio e hizo una rápida revisión para asegurarse que los bebés estuvieran en excelente estado de salud.

 

—Antonio, si no te calmas, juro que te asesinaré y disolveré tu cuerpo en el baño. Sabes que puedo hacerlo —dijo Sherlock en un tono no muy propio de él, pero su amigo español ya le había colmado la paciencia y para colmo, su vejiga necesitaba descargarse, algo que necesitaba hacer con bastante regularidad.

 

 Por suerte, el vuelo era de dos horas, de lo contrario, Antonio hubiese resultado muerto a causa de un paro cardiaco o a manos del mismo Sherlock.

 En el aeropuerto ya los esperaba Anthea para llevarlos a Baker Street, pero no estaba sola, con ella se encontraba la doctora Chong, una mujer de ascendencia china de 51 años y los doctores Griffin, quienes eran los pioneros en la investigación de los hombres embarazados.

 

Sherlock puso especial atención en ese par; mellizos, debían rondar los 63 años, aunque ninguno de ellos tenía más que unas cuantas canas y arrugas, pero no había rastro de cirugías plásticas o tinte.

—Antonio —dijo la doctora Griffin abrazando al español —. Qué gusto verte, muchacho —.

 

 Tal familiaridad le indicó a Sherlock que la mujer tenía en alta estima a Antonio y éste parecía tenerle mucho respeto, lo que indicaba que posiblemente era su mentora o una amiga muy cercana.

 Los tres médicos saludaron al español como era debido, después, centraron su atención en Holmes.

 

—Sherlock, quiero presentarte a la doctora Lin Chong —dijo el español señalando a la aludida.

—Es un placer conocerlo —aunque su nombre y rasgos la identificaban como de nacionalidad china, su acento y modo de actuar, indicaban que era estadounidense, al igual que los otros dos.

—Ellos son el doctor James Griffin y la doctora Emily Griffin. No encontrarás mejores especialistas que ellos —habló Antonio con orgullo —. Él es Sherlock Holmes —.

—Un gusto —dijo James acercándose a Sherlock para tocar su vientre, éste arrugó el ceño inevitablemente ante el gesto —. Oh, vaya, ¿Qué tenemos aquí? Pero si son dos hermosos bebés —.

— ¿Están en una o en dos bolsas? —interrogó Emily imitando a su hermano.

—Dos, serán un niño y una niña —ambos hermanos sonrieron entre sí.

—Será mejor que nos vayamos; dudo que el señor Holmes quiera ser examinado en pleno aeropuerto —habló Lin.

—Cierto, cierto. Además, debe de estar cansado del viaje, al igual que nosotros —agregó James. Él y su hermana habían llegado de América apenas media hora antes que Sherlock y Antonio.

 


 Desde ese momento en adelante, Sherlock tendría a no a uno, sino a cinco especialistas para asegurarse que todo fuese lo más normal posible, dentro de toda la situación.

 Sherlock se dejó caer en su sillón favorito, cerró los ojos y suspiró, sintiéndose completamente reconfortado por saberse nuevamente en su casa, su territorio. Sus bebés también parecían contentos, pues se movían con lentitud.

 

 Hacía meses que había estado fuera del 221B, pero parecía que apenas hubiese sido ayer; aún estaba fresca la herida que John le había causado con su traición. Sus ojos comenzaron a escocerle y su garganta se cerró; no quería llorar pero las hormonas eran más fuertes que él.

 

—Sherlock. Necesito hacer una limpieza de urgencia a este lugar —dijo Antonio con las manos en las caderas —. Toda esta suciedad y desorden no es bueno para ti, ni para los bebés—.

—No toques mis experimentos —siseó Sherlock, mirando al español como un animal salvaje a punto de atacar a su presa.

—Sino me dejas limpiar, entonces tendré que llevarte al hotel donde me voy a hospedar…—

— ¿Hotel?, ¿De qué hablas? Tú te quedas aquí —dijo en un tono que no aceptaba negativas. Antonio suspiró pesadamente.

—Bien, pero al menos déjame aspirar un poco, tanto polvo no es bueno para nadie y menos si quieres que te deje a Ben —Sherlock gruñó, pero finalmente terminó aceptando que Antonio hiciera algo de limpieza, además de lavar la ropa sucia; eran más de las seis de la tarde cuando el español se sintió satisfecho con la higiene del departamento.

 

La señora Hudson llegó poco después para llevarles algo de comer y un poco de té. Cuando la anciana se retiró (no sin antes pedirle a Antonio que le llamara si necesitaban algo) ya era avanzada la noche.

—Es hora de ir a dormir, mañana veremos a los otros especialistas para iniciar los preparativos —dijo Antonio mientas preparaba el sofá donde pensaba dormir.

—Deja eso y vamos a la cama —ordenó Sherlock jalando al doctor hasta su habitación.

 

Durmieron abrazados, como tantas noches antes lo habían hecho.

 

 

 

Continuará…

 

 

 

 

*Bueno, sobre este punto, es algo que mi beta me contó hace un tiempo.
(Beta: es una creencia popular de mis tierras)

 

 

 

En memoria de mis queridas peluditas, Gris y Beba.

 


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