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Y se fue el amor por lizergchan

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Disclaimer: Los personajes de Sherlock Holmes no me pertenecen, sino a su autor Sir Arthur Conan Doyle. La serie “Sherlock” pertenece a la BBC.
Este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Personajes: Sherlock, John Watson y otros.

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene Slash, angustia y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

 

Resumen: Sherlock despertó solo en la cama, como había estado sucediendo en los últimos meses. Después del sexo —si es que llegaba a suceder—, John se levantaba nada más terminar, se daba un baño y se iba a su antigua habitación, dejando al detective con el corazón roto y sintiéndose como una vulgar ramera.

 

 

Beta: Lily Black Watson.

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

Y se fue el amor

 

 

 

Capítulo 6.- ¿Cómo recuperarte?

 

 

 John se detuvo frente al 221B, el único lugar al que podía llamar hogar; había ido con la intención de hacer las paces con la señora Hudson. La mujer tenía justos motivos para estar enojada con él, aun así, no estaba dispuesto a perder a quien consideraba una figura materna. Se detuvo en seco antes de llegar al lugar. En el pórtico se encontraba un hombre alto y moreno —que identificó inmediatamente como Antonio De la Rosa, por las fotografías en los periódicos, que había revisado obsesivamente en busca de más noticias de  Sherlock—, junto a la señora Hudson, ambos llevaban bolsas del supermercado, aunque el español llevaba la gran mayoría.

 

Sí De la Rosa se encontraba en Inglaterra, significaba forzadamente que Sherlock también. El médico no lo dejaría solo, menos en su estado.

 La desesperación invadió a John en cuanto su cerebro asimilo está información, ahora que sabía que Sherlock estaba de regreso, quería verlo, ¡urgentemente!, necesitaba hablar con él, pedirle perdón, de rodillas si fuese necesario; ¡no le importaba humillarse! Con tal de conseguir que le aceptara nuevamente a su lado, haría cuánto fuera.

 Sin embargo, no se movió, quedo estático en su sitio. No estaba seguro si el español —novio del detective, como le había dicho al teléfono, recordó con rabia— le dejaría acercarse a Sherlock. Parecía que nadie en el mundo deseaba que pudiera ver al detective.

 Una, dos, tres horas. Esperó. Antonio no volvería a salir por lo visto, y John no se sentía capaz de aguardar más a que lo hiciera. Se armó de valor,  iba a entrar a su antiguo departamento.

 

 

 Sherlock gimió débilmente, el sonido le fue, literalmente, robado;  esa pelota para Pilates era una maravilla, su espalda se sentía mucho mejor cada vez que la usaba.

 

—Relájate —dijo Antonio con suavidad, observándole atento, era quien lo sostenía por la cintura, ayudándolo a mantener el equilibrio.

 

 El ejercicio consistía en permanecer sentado sobre la pelota para Pilates, haciendo círculos con la cadera, lo que ocasionaba que su espalda se relajara -e incluso los bebés parecían disfrutarlo, pues estaban quietos-, sin mencionar que su pene se presionaba tan deliciosamente contra el plástico elástico, que estaba comenzando a excitarse, el roce en su miembro era constante –y no parecía querer acomodarse de otra forma-. Antonio pareció darse cuenta luego de un rato, le observaba de reojo cuidando que no se fuera a lastimar o resbalara por uno de los costados del gran balón, pero pronto su mirada se perdió en la entusiasta respuesta de la anatomía de su amigo al ejercicio, hasta que  al fin, no aguantando más ser sólo un espectador,  una de sus manos se coló traviesamente bajó la ropa de Sherlock –su camiseta holgada-, acariciando sus hinchados pechos.

 

—Parece que “mini Sherlock” se ha despertado —susurró Antonio en el oído de Sherlock. El caliente aliento tan cercano causó un delicioso escalofrío que se extendió por todo el sensible cuerpo de Holmes, terminando de despertar sus sentidos. Le dedico una mirada que el médico supo interpretar perfectamente. Con cuidado, el doctor ayudó a Sherlock a levantarse de la pelota y sentarse en el sofá; le desnudó de la cintura para abajo, el pantalón deportivo alrededor de sus tobillos, dejando expuesto su ya despierto miembro.

 Antonio se mojó los labios paseando su lengua por ellos, algo hambriento. Acarició el pene erecto con su mano, presionando ligerísimamente, arrancando gemidos de placer en el detective, quien ya para aquel instante, ardía en deseo.

—Permite a este humilde servidor, ayudarle con eso, su ilustrísima Majestad —habló solemne, con la curva de sus labios hacia arriba, mientras acariciaba la punta del pene con la yema de sus dedos, dirigiendo su mirada al rostro del detective. 

—Deja de hablar y hazlo de una puta vez —gruñó Sherlock con prisa.

 

 Antonio no le hizo esperar más; rodeó la cabeza del pene con su lengua y fue descendiendo hasta la base. Despacio, jugó con los testículos, repartiendo fugaces caricias en la abultada barriga. Los gemidos de Sherlock estaban comenzando a excitar al español, quien, sin más, se metió de lleno el pene hasta lo más profundo de su garganta.

  El prominente falo entraba y salía, una y otra vez,  de la boca de Antonio. Los gemidos eran cada más fuertes. Sherlock jalaba a Antonio de los cabellos, dominante, tratando de imponerle un ritmo, acorde a sus necesidades.

 El sudor perlaba el rostro de Sherlock, quien se contraía deliciosamente a causa del placer con cada acción de Antonio; su miembro y testículos, húmedos por la saliva y el líquido pre seminal. Las respiraciones de ambos eran cada vez más agitadas.

 

 La excitación de Sherlock había logrado contagiar del todo a Antonio, quien se auto complacía al mismo tiempo que continuaba con la felación; se le dificultaba tragar correctamente, por eso, la saliva escurría por la comisura de la boca, mojando su ropa y la alfombra.

 

 La succión en su pene lo estaba llevando a la locura, entre jadeos y sonidos eróticos. La sensibilidad de su estado le permitía sentir de manera más intensa. Apretó los ojos con fuerza. Estaba cerca. Su corazón latía con fuerza.

En la cima del clímax, un nombre escapó de lo profundo de su ser, sin siquiera ser totalmente consciente de ello:

—¡John!—
 Antonio tragó golosamente hasta la última gota del semen de Sherlock -éste relajo la mano que tenía jalando el cabello del doctor-,  dejando que el suyo se derramara en la alfombra.

 Sherlock echó la cabeza para atrás, en blanco por algunos segundos, tratando de normalizar su respiración; podía sentir a Antonio moverse —seguramente limpiando la alfombra —, no importaba. Después de unos minutos, ambos decidieron ir a darse un baño.

 

 

….

 

 

 John dio gracias de no haber sido sorprendido por la señora Hudson en esos momentos, se detuvo frente a lo que alguna vez fue su hogar, elevó la mano para tocar la puerta, pero ésta se quedó suspendida, inamovible, a mitad de camino. Dentro del 221B, se podían escuchar gemidos y fácilmente reconoció a su dueño. ¿Cómo olvidarlo? Él mismo había sido el responsable de muchos de ellos.

 Abrió la puerta, sólo la movió lo suficiente para vislumbrar dentro, pero sin ser detectado. En el sofá, se encontraba Sherlock con Antonio entre sus piernas, realizándole una felación.

 

 La erótica escena lo tenía prácticamente clavado al suelo y se sintió como una bofetada; estaba en shock; sus extremidades parecían de pronto, ser  hechas de piedra,  no podía creer lo que veía; se cubrió la boca con ambas manos para evitar algún sonido de los que luchaban por salir de sus labios y ser así, descubierto. Luchó contra el impulso de entrar y golpear a ese bastardo por profanar el cuerpo de Sherlock, territorio que estaba marcado como suyo.

 Su pulso se aceleró, disparándose; oía el latir de su corazón en sus tímpanos a un ritmo frenético; tenía las manos bañadas en  sudor, sudaba frío. El aire se había vuelto casi un privilegio que sus pulmones parecían tener dificultades en aceptar; temió olvidar como respirar.

 John se llevó una mano al pecho; era ridículo, pero sentía que su corazón se partía en pedazos. Ver la expresión de éxtasis de Sherlock y no ser él quien la provocaba, era aún más doloroso que cualquier bala o arma blanca que pudiera penetrar su carne.

 

¿Era eso lo que Sherlock había sentido?
No, seguramente fue peor, después de todo, él le había engañado, tratado con indiferencia; no podía ni siquiera imaginar cuánto dolor tuvo que soportar por su causa.

 

Quizás es mejor dejarle ir.

 




 Su estúpido deseo de ser padre, de tener una familia; le había cegado hasta tal punto que le hizo perder todo lo que sí tenía y no supo apreciar.  

¿Valió la pena? Por supuesto que no. Despreció al mejor ser humano que pudiera existir, por una puta –pensó con furia- y falsas promesas de un bebé. Y había sido su culpa el escoger esa opción.

 

 Sherlock tenía poderosas razones para odiarlo y no permitirle acercarse a su hijo.
Apretó los ojos tratando con todas sus fuerzas de contener las ganas de llorar, gritar y suplicar por un perdón que sabía, no merecía.

 Tal vez debía dar la vuelta y tratar de seguir con su vida. Pero no podía; nunca fue un cobarde, tampoco un desertor —pero tampoco había sido infiel hasta que ocurrió—.
 Y sin embargo, había engañado y traicionado; su deseo por tener la familia perfecta, seguir el modelo de una fantasía, esa que fuese como la de los Taylor. ¡Por eso se volvió médico!, ¡incluso se casó con Mary quien era tan parecida a Laurel Taylor!

 

¿Qué de malo tenía en querer realizar su sueño de la infancia? Nada. Pero estaba tan ciego que no se dio cuenta que ya tenía la familia perfecta, tal vez no era igual a los Taylor, a  lo que perseguía,  pero era la indicada para él. Quería hijos, pero debió entender que Sherlock era todo lo que necesitaba

 

 Tarde se dio cuenta que, en realidad, no necesitaba nada de eso: hijos, esposa, una linda casita con jardín, siempre que tuviera a Sherlock a su lado.

 No supo cuánto tiempo estuvo ahí, quieto, sin moverse un ápice y conteniendo el aliento. Los sonidos taladrando sus oídos, hiriéndole, la escena le llenaba de celos; contempló a Sherlock, desde sus rizados cabellos, hasta detenerse en el abultado vientre que se veía tan suave y firme; se permitió distraerse -de aquellos desesperantes sonidos- con la idea de que quizás De la Rosa mantenía un cuidado especial en la piel del detective para evitar estrías o cualquier otro problema causado por el embarazo.

 

—¡John! —gritó Sherlock interrumpiendo la línea de pensamientos de Watson, quien se sobresaltó creyéndose descubierto, pero no fue así. Ahora los celos dieron lugar a la preocupación, no sabía cómo iba a actuar Antonio al escuchar a su pareja pronunciar el nombre de otro que no era él; pero el español no se molestó, al contrario, actuaba como si aquello fuese algo normal.

 

¿Significaba que ya había sucedido con anterioridad?

¿Quería decir…algo?

 
 Confundido, John decidió retirarse; su cabeza era una maraña de confusiones que necesitaba resolver y no quería ser descubierto, su cuerpo le respondió en medio de su enredo de ideas y sentimientos, echó a andar lo más veloz que pudo, silenciosamente.

 Regresó a su departamento en metro; trenzó en su cabeza los recuerdos de vivencias pasadas. Los pocos momentos felices de su niñez al lado de los Taylor.

 Nunca creyó posible el hecho de enamorarse de un hombre, eso ni siquiera llegó a pasar por su cabeza antes de conocer a Sherlock Holmes—aunque tampoco pensó que correría por las calles de Londres, persiguiendo criminales, junto al único detective consultor del mundo—.



  Aún podía recordar su primer beso, fue una semana después de su divorcio y su regreso al 221B de Baker Street; logró convencer a Sherlock que bebiera unas cuantas cervezas con él y como la última vez, terminaron ebrios por su causa. Entonces en aquella algarabía y proximidad, se besaron.

 Los dos terminaron teniendo sexo. Después, las cosas se volvieron tensas por unos días; uno por miedo a perder a la única persona con la que deseaba pasar el resto de su vida, y el otro, por no saber cómo enfrentar sus sentimientos. Finalmente llegó la declaración. No había sido algo romántico, no hubo cena cursi a la luz tenue de las velas, ni regalos costosos, mucho menos palabras de amor, sólo un beso salvaje en un callejón mugriento, luego de detener a un criminal que por poco logra asesinar a uno de ellos.

 

 Casi no había palabras cariñosas o caricias fuera de la alcoba. Muy diferente a los Taylor que derramaban miel por todas partes.

Sherlock no era como Laurel Taylor, no sonreía al recibir flores, no buscaba abrazos o se despedía con besos.  Sherlock no era como Joshua Taylor, que no perdía oportunidad de decirles a su pareja e hijos cuánto les importará quería.

 Ellos no eran como el matrimonio Taylor que iba a citas igual que dos adolescentes  enamorados, y en un principio estuvo bien; después de todo Sherlock y él no encajaban en el estándar de "normalidad", pero pasado ya un tiempo no bastaba. Estaba inconforme, y eso le resentía.


 John no podía dejar de mirar a los niños en las mañanas de mano de sus padres o en carriolas, paseando por las calles, sin sentir celos. Pronto sintió que le hacía falta despertar por las mañanas con un beso cálido y palabras de amor correspondidos; el ruido de voces infantiles, pisadas pequeñas correteando por la casa.

 

Qué idiota.

 

Sherlock quizás no le decía con palabras, lo mucho que le amaba; pero permanecía a su lado. No le besaba constantemente, pero cada beso, venía desde lo más profundo de su ser; no le abrazaba todos los días, pero cuando lo hacía, eran cálidos y cargados de significado.
Pero no era suficiente.

John creía necesitar hijos, esposa; esa era “su” fórmula para ser feliz.
 Tarde comprendió que las familias no son todas iguales y aquello que idealizó no era para él. La felicidad. Su felicidad no estaba en una típica familia. Se encontraba en las calles, persiguiendo criminales, en Baker Street, en Barts, ¡en donde estuviera Sherlock Holmes! Esa era su felicidad, su familia, su todo.

 

 

 

 Cuando Sherlock regresó a Londres, le faltaban tres días para entrar en a la semana 28 de gestación, por eso el equipo de doctores había decidido hacerle un examen tan pronto cumpliera dicho periodo, lo que sucedería ese martes.

 Barts había prestado algunas de sus instalaciones como consultorios y equipos, para el uso de los médicos encargados de las investigaciones de embarazos masculinos; sería algo provisional.



 Lin Chong había sido obstetra antes de conocer a los Griffin, quienes iniciaron sus carreras como médico de emergencias y genetista.

 Los Griffin comenzaron sus investigaciones cuando el hijo de James resultó embarazado, y ningún doctor quería arriesgarse a tratarlo; posteriormente, Chong comenzó a asistirlo, interesada por conocer hasta qué punto eran similares una gestación en hombres y mujeres. Después llegó Antonio, un joven y recién graduado médico que se encontraba en América gracias a un internado a cargo de la doctora Emily; el español, rápidamente se convirtió en uno de los pocos expertos en casos de hombres embarazados.

 

—Aquí están los bebés —dijo Lin mientras realizaba la ecografía 4D. Los fetos les daban la espalda lo que les hacía imposible diferenciar entre Anthony y Sherly.

— ¿Es normal que sean tan pequeños? —preguntó Sherlock en tono neutro (aunque por dentro estaba muy preocupado), había leído diferentes artículos sobre embarazos para saber el tamaño promedio que debían tener sus hijos en las diferentes etapas; teniendo ya 28 semanas, se veían demasiado pequeños para su gusto.

—Están de buen tamaño, te lo aseguro —dijo Emily —. Debiste ver a los bebés de mi sobrino, ¡parecían ratoncitos!, pero nacieron en perfecto estado de salud—.

—No te preocupes, no están en peligro —le aseguró Antonio con voz firme y cálida, ayudando a Sherlock a limpiarse el gel que barnizaba su vientre, una vez terminaron con la eco. Después, los doctores y el detective se dirigieron a una de las aulas vacías que Barts había acondicionado para ellos.

 

—Descubrimos que los fetos en un embarazo masculino, pueden llegar a ser mucho más pequeños que en circunstancias normales —dijo James mientras garabateaba algo en el pizarrón —; posiblemente se debe a que carecen del espacio suficiente—.

—Lo que aún no tenemos del todo claro, es la razón por la que el vientre se hincha más en los últimos meses de gestación, en contraste al tamaño  del feto, que es un 20 a 30% menor en comparación—agregó Lin.

—Podrás amamantar naturalmente, sin necesidad de estimulantes —comentó Emily —, la lactancia es lo más recomendable para crear un vínculo entre la madre y el bebé; en este caso, padre y bebés, además muchos otros beneficios que seguro, Anthony ya te ha mencionado —Sherlock y el español asintieron con la cabeza.

—Bueno, debes estar cansado, muchacho; hemos pasado toda la mañana haciendo estudios y chequeos tediosos —dijo James. Sherlock soltó su típico: aburrido,  y el viejo doctor sonrió.

 

 

 

 

 Sherlock bufó molesto, se cruzó de brazos apenas y se hundió en el asiento del taxi. La doctora Chong le había prohibido  consumir algunas clases de comida que contuvieran altas cantidades de azúcar y grasa. También le recetaron algunos suplementos que se sumaban a los que ya le suministraba Antonio; vitaminas, hierro y por supuesto, ácido fólico.

—Puedes comer fruta y vegetales, es más saludable—dijo Antonio, tratando de aplacarlo o animarlo.

—Lo saludable es aburrido —se quejó Sherlock. Él quería comer churros con cajeta y leche condensada, ni galletas de la señora Hudson podría comer tanto como quisiera.
—Bueno, puedes comerlas, pero sólo un poco, recuerda que debes cuidar tu peso y sobretodo evitar la diabetes gestacional—otro bufido, esta vez, Antonio no pudo evitar reír.

 

 Al llegar a su destino, el buen ambiente se perdió; John estaba en el pórtico y en cuando vio a Sherlock bajar del taxi, se acercó a él, pero Antonio le cerró el paso.

— ¿Puedo ayudarle en algo? —dijo Antonio mientras se acomodaba los lentes y se erguía cuan alto era.

—Quiero hablar con Sherlock —respondió firme. El detective se tensó. No quería ver a John, que le restregara en la cara lo feliz que era con su novia, amante, esposa, ¡lo que fuese esa mujer para él!, ni la alegría que le causaba el nacimiento de su hijo, un niño normal, nacido de forma normal, no como sus bebés, que se desarrollaban dentro de él, un hombre.

—John… —susurró Sherlock. No, por supuesto que no permitiría que viera más de su debilidad. Aclaró su voz—. Lo siento pero ha sido un día largo. Mi amor, te espero arriba, necesito un masaje —Antonio sonrió, comprendiendo el juego de su amigo. Se acercó a Sherlock y le dio un rápido beso en los labios, haciendo que John comenzara a enfurecer en el acto.

—Espérame en nuestra habitación y te haré olvidar hasta tu nombre —susurró coquetamente, aunque lo suficientemente fuerte para que John los escuchara.

 

 John frunció el ceño; ese bastardo se había atrevido a besar a Sherlock, ¡a su Sherlock! Y estaba por volver a hacerlo. Fue más de lo que podía soportar. Ni siquiera lo pensó, jaló a De la Rosa del brazo y le propinó un certero puñetazo en la mandíbula, haciendo que éste trastabillara.

 Sherlock se sobresaltó; jamás hubiera esperado que John actuara así; atrapó a Antonio antes de que cayera al suelo, pero el esfuerzo causó un tirón en la parte baja del vientre, decidió ignorarlo, probablemente era otro calambre.

 

— ¿Estás bien? —le preguntó, Antonio asintió con la cabeza, estaba un poco desorientado; tenía el labio roto y sus lentes habían caído en la acera, por suerte no se habían dañado.  El detective lo ayudó a incorporarse, pese a las protestas del español; otro pequeño dolor, era como una aguja clavándose.

— ¿¡Qué demonios te pasa!? —dijo Sherlock al que una vez fuese su pareja. Estaba furioso (malditas hormonas) —. Me engañas, esperas un hijo con una mujer y luego vienes aquí y atacas a mi pareja. ¿Qué mierda pasa por tu cabeza? —quiso gritarle, pero la furia, el dolor por el movimiento repentino y el susto inicial, estaban comenzando a hacerle efecto. Estaba mareado, quería recostarse. Trató de asirse de algo.

 

 Antonio se levantó como resorte y sin mediar palabra, le regresó el golpe a John. De pronto, ambos estaban inversos en una pelea sin cuartel, golpeándose en el suelo; la gente que pasaba por ahí comenzó a rodearlos; fue necesaria la intervención de la policía para separarlos, pero Antonio se negó a subir a la patrulla si la señora Hudson no se encontraba ahí para cuidar de Sherlock. Esperaron por ella, y se los llevaron.

 

 




 John miró con odio a Antonio; ambos se encontraban en una celda e iban a pasar ahí la noche por escándalo en la vía pública. Ahora, gracias a él, seguro que Sherlock lo odiaba aún más, si aquello era posible.

 

—Esas no son formas de acercarte a un hombre, mucho menos a uno en tan avanzado estado de gravidez —lo reprendió Antonio mientras se limpiaba las heridas de la mejor forma que podía.

—Cállate, imbécil —le escupió John enfurecido, sin embargo, Antonio no se dejó amedrentar, al contrario, se plantó frente a él, sin miedo. Ya una vez había ayudado a Teresa con un pitbull que se metió a una escuela, estaba herido por lo que resultaba peligroso para él y para quienes lo rodearán; en ese momento, John Watson no era diferente a ese perro.

—No necesito ser un genio como Sherlock para saber  que eran pareja y que lo engañaste — dijo Antonio con seriedad —. ¿Por qué fue? Te aseguro que ningún buen culo o par de tetas justifican un engaño. Simplemente no hay perdón que valga—.

— ¡Cállate! —gritó John exasperado, pues podía oír esos mismos reproches en su cabeza, constantemente. — ¿Qué puede saber usted? Es un doctor famoso, sus pacientes son reyes, políticos y celebridades, ¿qué puede saber de un simple deseo de tener una familia, hijos y pareja?

 

 John estaba llorando, se había roto delante del que consideraba su rival y no podía evitarlo. Y por primera vez, Antonio sintió pena por él.

—Hace algunos años, estuve casado. Mi mujer y yo no nos llevamos bien; nuestro matrimonio bien podría calificarse como un campo minado. Peleábamos por cualquier cosa e inclusive llegamos a los golpes —admitió Antonio apenado; se sentó en el suelo, contra la pared —. Ella tenía una serie de amantes, uno de ellos le costó la vida —golpeó ligeramente su nuca contra el muro un par de veces —. Si nos hubiéramos separado a tiempo, ella aún estaría viva y muchos problemas habrían evitado. Si hubiésemos hablado... —quedo unos segundos reviviendo esas dolorosas memorias.

 

John comprendió perfectamente. Si no hubiera traicionado a Sherlock, si hubiese tenido el valor de hablar con él, quizás ahora ambos estarían en casa esperando ansiosos la llegada de su primer hijo.

 

—Fui un idiota… —aceptó Watson.

—Un completo gilipollas, sí —agregó Antonio completamente severo. Ambos se miraron a los ojos, serios, pero segundos después, rompieron a reír.

 

Guardaron silencio, disfrutando de la improvisada tregua recién surgida. John no tardó en preguntar por la salud de Sherlock y del bebé, grande fue su sorpresa al enterarse que se trataban de un niño y una niña.

 

¿Le sería posible recuperar a su familia?

 

 

Continuará…

 

 

 


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