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Y se fue el amor por lizergchan

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Disclaimer: Los personajes de Sherlock Holmes no me pertenecen, sino a su autor Sir Arthur Conan Doyle, la serie “Sherlock” pertenece a la BBC. Este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Personajes: Sherlock, John Watson y otros.

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene Slash, angustia y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

 

Resumen:Sherlock despertó solo en la cama, como había estado sucediendo en los últimos meses. Después del sexo —si es que llegaba a suceder—, John se levantaba nada más terminar, se daba un baño y se iba a su antigua habitación, dejando al detective con el corazón roto y sintiéndose como una vulgar ramera.

 

 

Beta: Lily Black Watson.

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

Y se fue el amor

 

 

 

Capítulo 9.- Para bien y para mal

 

 

 

 Algo estaba mal, lo supo desde el momento en que Anthea llegó; la asistente de su hermano parecía normal ante la mirada de cualquiera, pero no para Sherlock Holmes, quien se dio cuenta de la tensión en sus hombros y rostro. La mente del detective consultor pensó en diferentes escenarios que podrían ser la razón del comportamiento de la mujer: Mycroft había sufrido algún percance.

 

— ¿Qué sucedió? —habló el detective, tratando de ocultar su preocupación. John (quien no se resistía a irse hasta que Antonio llegara), se acercó a Sherlock para tomarle la mano, que, para su felicidad, el detective no rechazó el contacto.

—Tómatelo con calma, querido hermano —dijo Mycroft haciendo su entrada en ese momento —. Hubo un atentado en contra de los doctores, Griffin, Chong y De La Rosa.

 

Sherlock se tensó, John pudo notarlo por la forma en que apretaba su mano; el menor de los Holmes luchaba contra el deseo de levantarse e ir a buscar a Antonio por sus propios medios, necesitaba saber que se encontraba bien.

 

— ¡Dios mío! —exclamó Emily cubriéndose la boca y aguantando las ganas de llorar. Era su culpa, si ella hubiese ido en lugar de esos tres… — ¿Cómo están?, ¿Qué les ha sucedido? —.

—El Dr. Griffin y la Dra. Chong fueron trasladados al hospital de St. Thomas, su condición es estable —dijo Mycroft, con la calma que lo caracterizaba.

— ¿Qué hay de Antonio? —el mayor de los Holmes observó la tensión en su hermano, si continuaba así, podría afectar a los bebés.

—Él se encuentra bien —era mentira y sabía que Sherlock podía leerlo en Anthea y quizás, en él también. —Desconocemos su paradero. Lo han secuestrado —Admitió.
Emily comenzó a llorar, mientras la señora Hudson la consolaba, John le dijo algo a Sherlock, pero éste no le escuchaba, su mente vagaba entre los distintos escenarios que explicaban el rapto de su amigo, pero todos lo llevaban al mismo sitio: él.
Era lógico; todos esos mensajes, emails y llamadas telefónicas que Antonio recibía en España, cada una de ellas con el mismo tema: su supuesto noviazgo con Sherlock Holmes.

 

 Sherlock recordaba haber leído algunas cartas dirigidas a Antonio, en muchas de ellas, lo llamaban sodomita, enfermo, desviado, que rogaban a Dios que lo excomulgaran de la iglesia y le retiraran su licencia, otras, eran menos… amables y decían rezar todos los días para que el engendro, fruto del pecado, naciera deforme o muerto. Quizás, alguno era responsable de la desaparición de Antonio, tal vez…

 

—Sherlock, Sherlock —lo llamó John, preocupado, sin embargo, el detective consultor no le prestaba atención, su mente vagaba entre la desazón y la lógica.

—Llévame a la escena —dijo Sherlock.

— ¿Pero qué dices muchacho? —lo reprendió Emily, dejando su dolor a un lado para comprarse como médico. —Tú no puedes ir. Tienes un embarazo complicado que puede volverse de alto riesgo. —

—Iré con él —la atención se  centró en John. Watson sabía mejor que nadie que Sherlock no se detendría por nada. —Yo también soy doctor y puedo encargarme si sucede algún imprevisto. —

— ¡Es una locura! —chilló Emily. No quería ni pensar en lo que haría Antonio si algo malo le pasaba a su familia.

—Usen mi vehículo —dijo Mycroft, consciente que su hermano sería capaz de escaparse y poner su vida en riesgo con tal de ayudar a la persona que lo había apoyado durante esos meses tan difíciles.

 

 

 

 

 

….

 

 

 

 

 Antonio despertó  con un pitido en los oídos y un agudo dolor de cabeza. Todo estaba oscuro; su cuerpo en posición fetal, atado de pies y manos, sin el suficiente espacio para moverse con libertad. Se encontraba sobre una alfombra; olía a aceite y combustible: la cajuela de un coche.

 

 Recordó lo que había sucedido en las últimas horas, la entrevista, la algarabía de James después de concluir, el choque, los gritos, oscuridad. Intentó mover las piernas; en una ocasión, vio uno de los programas de Discovery, donde una persona lograba escapar de un secuestro, gracias a que rompió una de las luces traseras y sacó la mano para llamar la atención de las personas; pronto se dio cuenta que le sería imposible, sus piernas y manos compartían la misma cuerda. Bufó, estaba comenzando a preocuparse, no por él, sino por James y Lin, no sabía qué había sido de ellos, ¿y si también los habían secuestrado?

 

 Antonio comenzó a angustiarse, ¿y si le habían hecho algo a Sherlock también? Su parte lógica le dijo que eso era imposible, pues Mycroft mantenía una estrecha vigilancia sobre su hermano, en especial ahora.

 

 El auto se detuvo. Antonio se tensó, ¿iba a morir? El rostro de Molly llegó a sus pensamientos, apenas la había visto un par de veces, pero era suficiente para creer que estaba enamorado de ella.

 La luz entró de golpe a la cajuela, cegándolo momentáneamente; fue sacado con violencia de su encierro y lanzado al suelo. Antonio gimió de dolor, uno de sus captores le había propinado una patada en el costado, otro le colocó una funda de almohada en la cabeza.

 

 

— ¡Suéltenme! —gritó Antonio, furioso, pero lo único que consiguió, fue un golpe en el estómago que le sacó el aire.

—Calla, pecador —espetó uno de los captores. Un nuevo golpe lo mandó de regreso a la inconciencia.

 

 

 

 

Sherlock contempló la escena del choque, habían transcurrido 30 minutos desde el incidente. El taxi en que viajaban los tres doctores ya no se encontraba y aunque era una calle poco transitada, le era difícil saber la dirección que los secuestradores tomaron.

 

—Los dos vehículos implicados en el choque fueron llevados a las instalaciones de Scotland Yard —dijo John, mientras leía el mensaje que Lestrade acababa de enviarle.

                                                                                                                                                                                                                                                                          Dejaron un coche y huyeron en otro, posiblemente cambiando ese en algún lugar para cubrir mejor sus huellas. Eran inteligentes, Sherlock dudaba que hubiesen dejado algún indicio pero no tenían más pistas.

 

—Vamos —Sherlock se sentía incómodo, los bebés no dejaban de moverse, el vientre se le estaba poniendo muy duro y lo peor era que había comenzado a experimentar dolor en la cadera que comenzó siendo una leve molestia y que lentamente se estaba convirtiendo en uno agudo, era como si le estuvieran clavando una aguja.

 

 

 Lestrade los esperaba en la entrada de Scotland Yard, tan pronto como se reunieron con él, los llevó al lugar donde se guardaban los vehículos implicados en crímenes. Sherlock examinó ambos vehículos con especial cuidado, no quería dejar pasar nada por alto, cualquier error podría costarle la vida a Antonio.

 

Los secuestradores se tomaron muchas molestias, el auto que abandonaron era robado, completamente limpio, nada que pudiera indicarles quienes eran los responsables, entonces, cuando Sherlock estaba a por perder, vio una fotografía donde salía Antonio de cuando era un estudiante, con él estaban seis jóvenes de su misma edad (16 años). Los rostros de cuatro de ellos (incluyendo a De La Rosa), habían sido marcados con una X de color rojo, al reverso habían escrito a mano un versículo:

 

Levitico 18:22 "y no debes acostarte con un varón, igual a como te acuestas con una mujer. Es cosa detestable"

 

 

 

 Uno de los tres restantes podría ser responsable de la desaparición de Antonio, los otros, seguramente estarían muertos o en iguales condiciones que el doctor. Sherlock le dio indicaciones a Lestrade para que descubriera el paradero de los que se encontraban con Antonio en la foto.

— ¿Qué haremos nosotros? —preguntó John.

—Necesito que vayas a España. Teresa te estará esperando en el aeropuerto —dijo Sherlock al tiempo que le hacia la parada a un taxi. Él quería ser quien fuera a casa de Antonio y buscar la información que necesitaban, pero, el dolor de su cadera era tan molesto, que no estaba seguro si podría concentrarse, además, debía seguir con la investigación en ese lugar.

 

 

 

 

 

 

 Antonio se mordió el labio, tragándose un grito de dolor que murió en su garganta. El zumbido del látigo cortando el aire y luego, estrellándose en la espalda del doctor, hiriendo más la piel.

 

Por fin, su verdugo dejó de torturarle. Respira con dificultad, tratando de aguantar el cansancio y el dolor de su espalda maltrecha.

—No te preocupes hermano, nosotros te ayudaremos a salvar tu alma de caer en los abismos del infierno—.

 

Antonio levantó la cabeza, trató de enfocar la mirada en la persona que le hablaba, pero el cansancio y la falta de sus lentes le hacía imposible distinguir bien su rostro.

—¿Qué… quieren… de mí…? —él no tenía familia a la que pudieran extorsionar pidiendo rescate, al contrario, su muerte le convenía a varias organizaciones de protección animal, pues su al fallecer él, todo su dinero y propiedades se les repartiría a ellos.

 

El hombre no le respondió, en su lugar, le mostró un libro viejo de pasta negra y maltratada que tenía escrito con letras doradas la palabra Biblia. Comenzó a leer las escrituras, versículo tras versículo, pero Antonio ya no escuchaba, su mente poco a poco se fue volviendo nebulosa hasta llevarlo a la inconciencia.

 

 

 

 

 

— ¡De ninguna manera pienso dejarte solo! — ¿Es que Sherlock se había vuelto loco? Estaba embarazado, dos de los médicos que le atendían estaban hospitalizados, el tercero secuestrado y la quinta… dudaba que estuviera en condiciones de hacer su trabajo, si llegaba a entrar en labor de parto, sería difícil encontrar ayuda.

—Teresa o el servicio de Antonio deben saber algo, deben tener algún indicio.

 

Sherlock estaba desesperado, las hormonas alteraban su normalmente calmado comportamiento. Cerró los ojos y suspiró, recuperando la compostura. Tomó su móvil y llamó a Teresa para que trajera todo lo que pudiera serles de utilidad para dar con los secuestradores.

 

Transcurrieron ocho horas desde la desaparición de Antonio y siete desde que Sherlock se comunicara  con Teresa, quien ahora se encontraba en la puerta del 221, fue recibida por la señora Hudson, quien la llevó al apartamento de su inquilino.

 

— ¡Sherlock! —exclamó la española antes de atrapar al detective en un abrazo. No iba sola, Iker la acompañaba, era él quien cargaba con una enorme maleta, la cual, contenía álbumes fotográficos que ambos ibéricos pensaron que podrían tener pistas que ayudaran a descubrir a los secuestradores. — ¿Cómo estás?, ¿te duele algo?, ¿quieres que te traiga algo de comer?, ¿un masaje?, ¿tienes frío, calor? —

—Señorita García, creo que está mareando a don Holmes —dijo el mayordomo. Teresa se soltó de Sherlock y pidió disculpas; miró a los presentes, a la doctora Griffin ya la conocía, se vieron un par de veces en casa de Antonio.

 

Molly (quien se enteró de lo sucedido dos horas atrás), observó a la mujer recién llegada; era más joven que ella y ciertamente mucho más guapa, seguramente era la novia de Antonio. Aquello, la hizo sentir triste, pues el hispano le gustaba.

 

—Hola, soy Teresa García, una amiga de Antonio, él es Iker Astudillo.

—Viejo amigo de Antonio y jefe de departamento de la Guardia Civil —agregó el hombre dejando su carga en el suelo. John y Molly se presentaron, al igual que la señora Hudson.

 

Una vez hecho las cortesías, se pusieron a trabajar. Iker conocía a Antonio de muchos años, si alguien sabía quiénes eran los de la foto, tal vez era él.

 

—Ése es Joaquín —dijo Iker reconociendo inmediatamente a uno de los que salían junto a Antonio y que estaba tachado —. Encontraron su cuerpo hace seis días, fue difícil reconocerle. Le prendieron fuego—.

— ¿Sabes por qué pudieron matarlo? —preguntó John, agradeciendo que el hombre supiera hablar inglés, a diferencia de la joven.

—Había… bueno, hay un grupo homofóbico. Son extremistas religiosos, suelen darle ostias a cualquier que vaya en contra de la palabra de Dios. Joaquín era transexual. —luego señaló a los otros marcados—. Alonso, Rodrigo y Gabriel. Creo que ellos se fueron a Murcia, o algo así me dijo Héctor, la última vez que fuimos a por unas pintas —señaló al que estaba a la derecha de Antonio.

— ¿Puedes contactarlo? —preguntó Sherlock. Iker negó con la cabeza.

—Falleció hace dos años. Cancer. Ángel —señaló al último. —, él se hizo sacerdote o algo así, era un tío muy raro. Dicen las malas lenguas, que su madre le daba de ostias si lo pillaba viendo a las niñas y lo obligaba a leer la biblia completa como penitencia.

 

Sherlock observó la imagen de Ángel; era el más pequeño de los siete, usaba ropas negra y un enorme crucifijo colgando del pecho. El corazón del detective se aceleró, él debía ser el culpable.

 

 

 

Continuará…

 

 

 

 


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