Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Mientras no estabas por Marbius

[Reviews - 20]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

6.- Mientras dábamos un paso al frente y otro atrás

 

Georg estaba durmiendo, y en sueños, Gustav lo acompañaba. Un Gustav pequeñito y rubio al que abrazaba contra su pecho, y que olía a leche y talco de bebé… El escenario frente a él no era reconocible, se desdibujaba en las orillas, pero daba igual, porque sus ojos sólo podían fijarse en el mini Gustav que le pasaba los regordetes brazos en torno al cuello y le llenaba la mejilla de besos húmedos. Era Gustav, y a la vez no, casi como sí…

—Mmm… no… —Gimoteó Georg cuando un ruido molesto lo arrancó del mejor sueño que había tenido en un largo tiempo—. Joder…

Sobre la mesita de noche, su teléfono vibraba al ritmo de una canción que antes era su favorita, y que por el uso excesivo, había pasado a aborrecer.

Un breve vistazo a su reloj de noche le hizo sisear una nueva palabrota. Casi las cuatro de la mañana. ¿Y quién era él maldito desconsiderado que llamaba a esas horas? A la par de la indignación, también iba el miedo, ¿ya que por qué si no, alguien lo haría si no se trataba de una emergencia?

La sorpresa se la llevó él incluso antes de contestar, pues a pesar de los ojos entrecerrados, fue capaz de leer el nombre que tenía asignado para ese contacto: Gusti.

—Debo cambiar eso cuanto antes… —Gruñó con el teléfono en la mano y el dedo pulgar a milímetros del botón verde. La música siguió por unos segundos más, y antes de tener tiempo para arrepentirse, Georg aceptó la llamada y se acercó el auricular a la boca.

—¿H-Hola?

La estática en la línea sonó atroz, una larga pausa, y luego la voz que por nada del mundo sería capaz de olvidar jamás así transcurrieran mil años.

—Uh, hola…

—Espera un segundo.

A tientas, Georg buscó el interruptor de la lamparita que tenía sobre el buró. La luz lo hizo esbozar una mueca de puro dolor. Al menos el ambiente era diferente al de la última vez que había ocurrido una llamada similar por parte de Gustav; las cajas de antes se habían sustituido por una cama mullida, muebles a juego y un entorno relajado. Le hacía sentir más fuerte y seguro de sí mismo para mantener esa conversación en lugar del desastre que era antes.

—Hey… ¿Sabes siquiera qué horas son? Ya se te está haciendo costumbre hablarme de madrugada. ¿Qué pasa, acaso estás en el aeropuerto? —Bromeó, pero se lamentó apenas decirlo porque era de mal gusto—. ¿Estás bien?

—No, digo sí. Caray, Georg, demasiadas preguntas… —Gustav suspiró—. No, no estoy en el aeropuerto y sí, estoy bien. Un poco cansado, pero ya es normal.

—¿Te explotan como empleado de la mina?

—Algo así —dijo Gustav en tono alegre—. Mis manos ya tienen callos por trabajar con el pico y la pala, y deja te digo que ni la batería me sacaba tal cantidad de ampollas.

—Ouch.

—Sí, ouch.

—Pero… ¿Lo disfrutas?

—Sí —confirmó Gustav—. Lo disfruto mucho.

—Oh. —Georg se talló un ojo y contuvo un bostezo—. ¿Entonces para qué llamas? Y perdona que no tenga tiempo para dramas, pero son casi las cuatro. Estaba durmiendo desde hace rato.

—Mierda, sabía que debía haber esperado unas horas más, pero como nos moveremos a Bolivia y el viaje durará un buen rato, no quería dejar pasar mucho por si era imposible conseguir señal. Temía acobardarme.

Georg arqueó una ceja. ¿Bolivia? Eso era nuevo. Hasta donde él sabía, Gustav había estado en México, y después Sudamérica, pero la localización exacta era un misterio hasta ese momento.

—Y… ¿cómo es todo por allá? —Preguntó Georg por simple cortesía. No estaba seguro de a dónde los llevaba esa conversación, o por qué de pronto, tras tres meses, Gustav había cobrado valor para hablarle en lugar de enviar cartas.

Para entonces, él ya había ido dos veces más con Veronika, y en su poder contaba fechadas doce cartas diferentes, todas ellas en diferentes regiones de Argentina que no aclaraban mucho.

—Bien, muy bien —dijo Gustav—. Hace frío, lo cual es extraño para el mes. Bueno, al menos para mí. También he aprendido un par de frases en español, como por favor, gracias y dámelo todo, mami aunque si te soy honesto, eso último provoca risas y no estoy seguro del por qué.

Georg sonrió. El tampoco lo sabía, pero seguro la gracia sería para los locales y no para el extranjero.

—Vaya…

—¿Y tú cómo estás? —Cayó la temida pregunta.

«Ya sabes», pensó Georg con cierto deje de amargura, «lo normal, aquí sufriendo por ti; con poca energía, cansado, y hasta sueño contigo, ¿así o más patético?», pero en su lugar optó por una respuesta que no lo comprometiera.

—Lo… normal. Me volví a mudar. Así que si quieres enviarme más cartas, te paso mi nueva dirección.

—Me gustaría mucho —murmuró Gustav agradecido—. En verdad que preferiría llamarte, pero aquí la señal es pésima. El campamento está fuera de la ciudad y la electricidad es un lujo, así que me teléfono puede pasar semanas sin carga dentro de mi mochila. Ya antes hablé con mi familia, con Franny en especial…

—Lo sé, ella vino de visita —corroboró Georg el hecho—. Me dijo que me… —Tomó aire—. Que le hablaste de nosotros.

—Sí, sentí que era lo correcto. Perdón si no lo consulté antes contigo.

—No pasa nada, lo pasado es pasado, y según ella no era ningún secreto… Lo cual tampoco me sorprende tomando en cuenta todas esas veces que nos atrapó en situaciones comprometedoras y actuó como si nada.

—Jo con mi hermana…

—Sí, oye, pero… —La mano libre de Georg tembló sobre su pierna—. En serio, ¿por qué llamas? Salvo tus cartas, no sabía nada de ti y no tenía manera de comunicarme contigo. Y ahora de repente decides tomar el teléfono y ver cómo me encuentro… Es perturbador.

—Más bien es complicado… —Dijo Gustav, seguido de un gruñido—. No, al demonio, no es nada complicado. Contigo nada lo es, ¿entiendes?

—¿Se supone que yo entiendo, en serio? —Ironizó Georg con el corazón doliéndole en el pecho—. Es tarde… o muy temprano en la jodida mañana para tener esta conversación. Y vienes con un retraso de meses, Gustav, así que lo que sea que quieras decirme no creo que-…

—Por favor —suplicó el baterista con un hilo de voz y terror patente—, no cuelgues.

Georg se pasó la mano por el cabello despeinado y contó hasta diez para recuperar el temple.

—Dime qué quieres.

—A ti. Este tiempo sin ti ha sido terrible. Tengo un insomnio de espanto y en lo único que pienso es en mandar todo al cuerno y regresar a Alemania.

—Claro, ¿y qué pasa con Lena? —Cuestionó Georg; se odió por la evidencia de sus celos, pero pudo más su curiosidad que el orgullo—. ¿Qué hay entre ustedes dos?

Gustav hesitó. —No te voy a mentir: Hubo algo… No soy gay, Georg, y tampoco de piedra.

—Ya, y yo tampoco, así que ahórrate las excusas baratas. Sólo di que dormiste con ella y zanjemos esto.

—Lo hice, vale… Y es por eso que te llamo. Hemos terminado, y cada uno seguirá su camino. Es por eso que yo me moveré a Bolivia con la mitad del equipo y nos uniremos al campamento que se encuentra ahí.

—¿Y qué tiene todo eso que ver conmigo? Seguiste adelante con tu vida, bravo, ¿qué quieres que diga o haga? ¿O llamaste para refregar sal en las heridas?

—¡Joder, no! ¡Por Dios, Georg!

—¡¿Entonces qué?! —Chilló éste—. Porque me ha costado meses recuperar una pizca de serenidad en mi vida. Tú no te imaginas el caos que dejaste atrás cuando te marchaste tan de improviso, y no quiero que lo arruines todo porque de pronto deseas ser honesto conmigo y decirme de buenas a primeras que ya me superaste.

—No…

—¿No qué, Gustav?

—No te he superado, en lo absoluto —murmuró éste—. Es verdad, dormí con Veronika, y por acuerdo mutuo hemos roto. Ella sabe de ti, y yo… Haré lo que sea para que me perdones.

—¿Qué?

—Esta vez quiero hacerlo bien.

—Gustav, no sé de qué habl-…

—Quiero pedirte que me esperes, pero esta vez, bajo el compromiso de darlo todo.

—Ya me lo pediste cuando estabas por partir, y mi respuesta fue-… Tú ya sabes cuál fue y es inamovible. —Georg se humedeció los labios—. No lo hagas más difícil, por favor.

—No, esa vez estaba huyendo de mi responsabilidad. No quería cambiar lo que teníamos antes, fui un cabrón sin remedio. En cambio ahora, sé bien que me porté como un patán y estoy listo para asumir las consecuencias de mi error, pero te lo imploro, regresa conmigo.

—Gus…

—No soy yo sin ti, me siento incompleto… Y no me apetece una vida normal si no estás tú en ella. Perdona que me tomara tanto percatarme…

—¿Hablas en serio? —Preguntó Georg en un susurro, incapaz de creer por miedo a seguir soñando.

—Sí,  ahora por fin entiendo que te hice un daño irreparable, y es posible que me odies por ello, pero aún así, sé que eres tú a quien yo estoy destinado, y espero que sientas lo mismo de mí.

—No te odio —dijo Georg—, y… Fantaseé tanto con esas palabras los últimos meses, pero no bastan. Ya no.

—Georg…

—Quiero un compromiso real de tu parte —pidió Georg—. Porque si esta vez va en serio, si para ello tengo que esperar los tres meses que quedan por ti para que vuelvas a Alemania, entonces… Tienes que ser capaz de demostrar que valdrá la pena.

—Lo que tú quieras —concedió Gustav—, cualquier cosa.

—Quiero que… Lo hables con tu familia. Que no sea sólo Franny la que sepa de nosotros. Si deseas esperar a tu regreso lo entenderé, pero cuanto antes posible. Ningún pretexto será válido para que no lo hagas. No me des largas al respecto; o lo haces apenas pones un pie en Alemania, o te única oportunidad se irá por la ventana.

—Hecho —aseguró Gustav—. Y no será necesario, partimos en unas horas más, así que tendré tiempo de hacer esa llamada. Les diré la verdad.

—No es todo —prosiguió Georg—. También quiero que vivamos juntos. Hacerlo oficial no sólo frente a nuestra familia, sino también para los gemelos, en la disquera, amigos y allegados. Yo… mi nueva vivienda es una casa que podría funcionar para los dos, o podría mudarme por tercera vez en lo que va del año, aunque Fabi me mataría si tiene que volver a mover las cajas…

—Nada de eso, por mí está bien. Apenas esté de vuelta, iré directo a tu casa. Sólo visitaré mi departamento para recoger mis cosas y finiquitar el contrato de arrendamiento. Lo que tú me pidas, hasta vivir en la casa del perro si así me lo ordenas.

—Y de momento no se me viene nada más a la mente, pero ten por seguro que si alguna vez tenemos una bombilla fundida, un problema con la fosa séptica o algo igual de molesto, será tu turno de remediarlo. Sin quejas. Es tu penitencia.

—Dalo por sentado.

—Una cosa más…

—¿Sí?

Sin que Georg lo supiera, sobre Gustav pesaba el irracional pánico de tener que entregar sus testículos en una bandeja de plata para pagar por lo ocurrido con Lena, y aún así lo haría sin rechistar.

—Sigue escribiéndome, llama más seguido, no desaparezcas… Mierda… —Georg parpadeó repetidas veces para que la emoción no lo embargara; no le apetecía llorar—. Demuéstrame con acciones que te importo.

—Lo haré, lo juro.

—Ok —asintió Georg, sonriendo sinceramente por primera vez en largos meses—. Te creo. No me decepciones, porque sería la última vez.

—Así será —le aseguró Gustav, sin imaginarse siquiera en qué corto periodo de tiempo vería a prueba su capacidad de adaptación

Poco sospechaban ellos dos de lo que estaba por caerles encima.

 

Georg se demoró casi una semana en comunicarle la noticia a Fabi de su regreso con Gustav. En gran medida, porque creía que éste no lo tomaría por el lado positivo, así que al principio lo evitó tanto como fue posible. Rechazó dos invitaciones a almorzar e ir al cine con otros amigos, pero le resultó imposible negarse cuando Fabi se presentó a su puerta un par de días después, vestido para ir a correr e instándolo a que lo acompañara.

Con el sol despuntando hacia el este, iniciaron una caminata que pronto se convirtió en un trote veloz a pesar de la rigidez que Georg sentía en los miembros inferiores. Tanto tiempo sumido en el sedentarismo había cobrado su factura, y para prueba tenía una cierta barriguita que él acusaba a la pizza y al helado de chocolate.

—Pues… —Abrió Georg la boca cuando ya iban cruzando la marca de los quinientos metros recorridos—. Uhm… Volví con Gustav —confesó de sopetón, deseando darse con la palma de la mano en pleno rostro por su falta de tacto.

Tal como se había imaginado Georg desde un inicio, Fabi no tomó la noticia de su regreso con Gustav con alegría absoluta. Más bien con una mueca de incredulidad y cierto desagrado imposible de disimular.

—Pues vaya… —Murmuró éste acelerando el ritmo de sus piernas.

Georg, que corría a su lado, se esforzó por seguirle la marcha a pesar de su deplorable estado físico.

—¿Vaya qué? —Jadeó Georg—. Di lo que piensas sin ambages.

Fabi calló por largo rato. Bajó la cabeza, y se pasó la lengua por los labios antes de detenerse por completo. Georg casi lo golpeó por ir distraído, y terminó frenando metros delante de él.

—Sólo dilo, Fabi… No creas que no lo he pensado ya por mi cuenta, y que podría ser una pésima idea.

—Va, pues entonces no repetiré —dijo Fabi inclinado al frente y luchando por recuperar el aliento—. ¿No es una broma?

—No.

—¿Cómo fue?

—Me llamó. Fue él quien me pidió que volviéramos y… Prometió unas cosas-…

—Promesas y más promesas…

—Que ha ido cumpliendo desde entonces —finalizó Georg en voz baja. La expresión de sorpresa que puso Fabi lo animó a continuar—. Habló con sus padres acerca de nosotros, y después ellos me llamaron a mí. No fue la típica charla que podría esperar en un caso similar, o tal vez sí, no sé… Era mi primera vez. Después también me llamó Franziska, y para cuando terminamos, estaba tan cansado de hablar que me sentía abrumado. Todos en su familia expresaron lo felices que estaban por nosotros, unos más que otros… La mamá de Gustav me preguntó sin tanto rollo si adoptaríamos y no supe qué decirle, Dios —murmuró, enjugándose el sudor que le perlaba la frente—. Es todo tan irreal…

—¿Entonces va en serio esta vez? —Preguntó Fabi—. ¿Y qué pasará con Gustav? ¿Cuándo vuelve a Alemania?

—En eso no hay cambios, tardará aún lo tres meses que le quedan en Caring Hands. Igual él podría pedir retirarse antes, está en su derecho, pero lo hablamos juntos, y coincido con Gustav que no sería la decisión más responsable de su parte.

—¿Así que lo vas a esperar? —Inquirió Fabi, cuidando bien la neutralidad en su pregunta.

—Querrás decir que lo seguiré esperando… —Georg suspiró—. Y no creas, da miedo… En verdad quería hacerme el fuerte, mandarlo al carajo y todo, tener mi orgullo, ya sabes. ¿Pero qué sentido tiene? Así que en su lugar puse los puntos sobre las íes y fui claro con mis requisitos para aceptarlo de vuelta. No hay más strikes, un error y va fuera. Él lo sabe, y creo que por eso está tan decidido a demostrar que no la va a volver a embarrar. Eso espero...

—Pensé que se acobardaría apenas decirle a sus viejos…

—Yo igual, así que imagina la cara de sorpresa que puse cuando contesto el teléfono y es su padre al otro lado de la línea diciendo que teníamos que hablar de hombre a hombre. Casi me da un ataque de nervios.

—Joder —dijo Fabi entre risas—, qué miedo.

—Ya, pero fue agradable oírle decir que aprobaba lo nuestro, ¿sabes? Y me hizo preguntas, acerca de nuestros planes a futuro, y si íbamos a adoptar.

—Y dale con lo mismo —siguió Fabi con sus risas—. A menos que en verdad lo tengas previsto.

—Bah, ¿yo? —Georg sonrió—. No creo. No a corto plazo. Tú me conoces, todavía no termino de decorar mi casa, y anoche quemé el guiso, ¿me imaginas ahora con un bebé? Nah, no creo que ocurra pronto, y Gustav es de la misma idea. Quizá lo consideremos en diez años más, siendo optimistas.

—Mmm, es una posibilidad —concedió Fabi.

Retomando el camino, Georg y Fabi dejaron de lado correr a velocidad completa y optaron por ir a medio trote. Georg porque ya no podía más con su alma, y Fabi por compasión.

—Perdona que lo diga, pero te estás poniendo gordo. Y no sólo gordo a secas, sino… ¿Ya viste esa barriga tuya?

Georg posó ambas manos alrededor de su vientre y apretó. —No exageres. Apenas son un par de kilitos.

—Que los llames kilitos no los hace más pequeños, en cambio, tú cada vez te pones más enorme. Juraría que de la última vez que nos vimos hasta ahora has subido dos kilos, ¡y eso fue hace una semana apenas!

—Uhm… —murmuró Georg encogiéndose de hombros.

Era posible. Bromas aparte, hasta él podía apreciar el cambio radical que ocurría en su cuerpo. Esa mañana, había tenido que cambiar sus shorts de licra por un pantalón de ejercicio dos tallas más grande que había comprado el año pasado por error, y que jamás había utilizado porque se le caía de las caderas apenas dar dos pasos. En cambio ahora, le apretaba contra la cintura hasta dejar una línea roja marcada en su piel.

—Lo admito, no estoy en mi mejor condición, pero hey, aquí estoy poniendo todo de mi parte para recuperar mis abdominales de acero.

—Pues te va a costar lo suyo —se burló Fabi sin malicia—, porque lo que tienes ahora son llantitas de grasa.

—Tú espera y verás —dijo Georg con gran determinación y acelerando el paso de sus pisadas—. Para cuando Gustav regrese, tendré una condición física envidiable y un cuerpo que la vaya a la par.

—Si tú dices… —Jadeó Fabi, acompasando su ritmo al de Georg.

Disfrutando del viento en el rostro y el goce de una buena sesión de ejercicio, a ninguno de los dos le pasó por la cabeza lo irónica que resultaría aquella conversación en un par de meses más.

 

A finales de agosto empezó Georg a sospechar que algo iba mal con su cuerpo.

La barriguita de la que en un principio Fabi se burlaba, pasó a convertirse en un problema mayor y de paso en crecimiento continuo. Georg casi podía jurar que al ritmo de un centímetro por día.

De nada sirvió salir a correr cinco días a la semana por mínimo cuarenta y cinco minutos, o llevar una dieta balanceada excluyente de alcohol o comida rápida, porque en lugar de reducirse, sólo aumentaba. De no ser por lo ilógico que sonaba hasta para él, Georg habría jurado que con cada ensalada que se preparaba, su cintura se ensanchaba más.

Los pantalones que en un inicio le apretaban, pasaron a ser descartados cuando después de varias semanas dejaron de cerrarle. Por más que sumía el vientre, Georg no lograba abotonarlos, y luego fue peor humillación cuando la cremallera se negó a subir. Hasta las camisetas de siempre le quedaban ceñidas, y varias veces Georg consideró mandar el régimen al quinto pino y rendirse, comer una hamburguesa o mejor dos, con triple ración de papas y un helado de chocolate al final. Total que si iba a estar gordo a pesar de sus esfuerzos para que no fuera así, al menos sería un Geordito feliz, tal como decía Fabi.

Lo único que le impedía rendirse era la ansiedad que le producía rodar cuesta abajo convertido en una bola de manteca, y que Gustav no lo encontrara atractivo a su regreso.

No se trataba de que Gustav fuera un superficial, sino que Georg casi se fue para atrás al pesarse en una balanza y descubrir que ‘un par de kilitos’ en realidad eran seis, y no parecía que fueran a dejar de acumularse.

—Fabi —atrajo Georg la atención de su amigo, un sábado que salieron a almorzar al aire libre—, a riesgo de sonar cliché, ¿me veo gordo?

Su amigo se demoró un largo rato en masticar el waffle que tenía en la boca, y cuando por fin habló, era obvio que intentaba ser lo más educado posible.

—Tanto así que gordo… Si acaso un poco regordete, y sólo en el estómago, eh. Te diría que le pusieras un alto a la cerveza, pero sé que no te ha apetecido tomar ni una gota de alcohol desde que estuviste enfermo.  

—Sé que va a sonar tonto, pero me da repulsión la idea de beber cerveza, o vino, o… Uf, qué asco, de pensarlo se me revuelve el estómago —admitió Georg—. En cambio, he tenido un antojo tremendo por la leche entera, y a diario consumo un litro.

—Ahí tienes tu respuesta, Geordito —dijo Fabi, señalándolo con su tenedor—. La leche entera es grasosa por sí sola. Lo que debes hacer es cambiarla por descremada y listo, adiós geordura.

—Ya te gustó usar mi nombre para burlarte, eh —gruñó Georg.

—Oh, no seas tan sensible o te pellizcaré esas mejillas sonrosadas tuyas. —Fabi hizo amagos de hacerlo, pero Georg se lo quitó de encima con un manotazo.

—Basta. No me ayudas. Me da vergüenza verme en el estómago y tú te burlas de más. Me vas a crear un complejo.

—Ya pues… No lo volveré a hacer, ¿contento? Pero debes admitir que tiene su gracia. Tú, que toda la vida has sido tan atlético y deportista, de pronto te has echado una tripita de miedo. Es justicia poética por todas esas veces que me obligaste a acompañarte al gimnasio, ¿no crees?

—Mmm —respondió Georg mientras picoteaba su desayuno, una fuente de frutas varias con miel de abeja, queso cottage y nueces.

Que quitando la parte donde su peso estaba fuera de control, era un alivio volver a comer sin los problemas de antes. Aunque le costara admitirlo, prefería la ropa ajustada a tener náuseas 24/7.

—Y… —Dijo de pronto Georg, expresando en voz alta un cierto temor que últimamente lo acechaba—, ¿y si en realidad continúo enfermo?

—¿Qué no saliste bien en los últimos análisis de sangre? —Rememoró Fabi—. Según recuerdo, tus niveles de hierro ya estaban en lo normal.

—Sí, pero… No me taches de hipocondriaco, pero desde abril no me he sentido del todo normal. Primero fueron esos malestares del estómago, y ningún medicamento surtió efecto. De la nada desaparecen los síntomas, pero luego subo de peso como si a diario comiera una barra de mantequilla. Y además, siempre estoy cansado y con sueño.

—Pero te ves mejor. Perdona que lo diga así, y no es gay de mi parte, pero ahora luces mejor que antes. Y no sólo antes de que enfermaras, sino mejor de lo que te has visto siempre. Tu cabello se ve brillante, y tu piel… Pocas chicas he visto en mi vida con una piel así.

—No creas, yo también lo he notado —reconoció Georg—, pero mejor piel y cabello no compensa lo demás. Es una idiotez, pero me da miedo pensar que podría tratarse de algo serio y que por no prestarle la debida atención, pues… me muera.

—¡No digas eso, Georg!

Georg se encogió de hombros. —Es lo que pienso. Y hay tantos tipos de cáncer hoy en día. Podría tratarse de cáncer de páncreas o un tumor en el cerebro, y que yo me estuviera muriendo sin saberlo.

—Qué lúgubre —gruñó Fabi, bajando los cubiertos y abandonando su comida—. Si tanta aprensión te da, ve al médico. Explícale tu situación y haz que te revisen a fondo, en cada cavidad hasta dar con algún resultado.

—Ja-já, muy chistoso —se mofó Georg—. Y cuando resulte ser nada, me iré preparado con una bolsa de papel para cuando me digan que todo se encuentra en mi cabeza y que para eso hay otro tipo de hospitales que me puedan tratar. Uno con chaquetones que se amarran a la espalda y paredes acolchadas. Genial, en serio.

—Tú sabrás —dictaminó Fabi, bebiendo un sorbo de su jugo de zanahoria con naranja antes de proseguir—. Si de verdad sientes que es serio, lo harás. Si no… allá tú. Por algo eres un adulto. No te obligaré a ir al médico, pero si me necesitas, te acompañaré. El resto corre por tu cuenta.

—Ok, ok —se rindió Georg, tamborileando malhumorado los dedos sobre la mesa—. Pondré una cita, y no olvidaré arrastrarte conmigo a esta estupidez. Y cuando resulte que no es nada, cero comentarios al respecto. ¿Estamos?

—Estamos —concedió Fabi, estrechando su mano.

Sin que Georg lo supiera, Fabi cruzó dedos para que todo quedara en una falsa alarma.

 

/*/*/*/*

Notas finales:

Nas~!

Con un poco de retraso, pero aquí está el capítulo de la semana, que incluye una reconciliación y a Geordito (xD) en medio de una crisis por su barriguita. Mmm, ¿y qué podrá tener ahí? ¿Se habrá comido la semilla de una sandía? ¿Ideas, sugerencias de qué pueda ser?

Bromas aparte, la semana pasada pidieron por ‘las joyas familiares’ de Gustav, y me uno a ustedes de que lo merecía, peeero… Georg sufrió lo suyo y están destinados a estar juntos, así que por ahora vale que lo haya perdonado. Ya cuando tenga que darle la noticia acerca de su embarazoso lío entonces será la prueba de fuego, y Gustav tendrá que demostrar su valía a menos que quiera verse castrado de manera muy, muy dolorosa.

Graxie por leer. B&B~!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).