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Mientras no estabas por Marbius

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10.- Mientras las intervenciones estaban a la orden del día

 

Apenas unas horas después de haber llamado a Gustav y cancelado los planes de su regreso, Georg recibió la visita de Franziska. Sin mediar palabra entre los dos, se abrazaron frente a la puerta, y Georg se dejó mecer hasta que los ojos le dejaron de picar y se le normalizó la respiración.

Lloró, como era de esperarse. Franziska maldijo a su hermano, lo que tampoco resultó una sorpresa. Y más tarde, cuando Fabi se les unió, realizó las amenazas de rigor que terminaron por cerrar un ciclo de espera e iniciar otro.

Así que Gustav ahora llegaría en diciembre… A tiempo para apreciar la barriga de casi nueve meses que por entonces Georg portaría consigo. Llegadas esas fechas, Regalito estaría casi del todo formado, y sólo faltaría una pequeña prueba para comprobar el estado de desarrollo de sus pulmones para dictaminar la fecha exacta para realizar la cesárea.

Georg se pasó la siguiente quincena sumido en un estado de apatía total. Al igual que Gustav, él también había ido tachando los días (con una raya en diagonal en lugar de una cruz) a modo de cuenta regresiva, e incluso a sabiendas de que Gustav no iba a regresar durante la segunda semana de noviembre, igual siguió con su ritual hasta que llegó a la fecha señalada con un enorme corazón.

También la cruzó con una raya diagonal, y en un impulso de rabia, lanzó lejos el marcador.

—Gustav idiota —lo maldijo, pero también a sí mismo por su cobardía. De no ser porque temía darle la noticia de su embarazo, no se habría andado con rodeos y le habría exigido que volviera a casa cuando antes. Si Gustav seguía en Sudamérica, era por su propia mano, e iba a tener que soportar las consecuencias.

Franziska y Fabi discrepaban al respecto, pero Georg los había mandado callar. Apreciaba cada uno de sus esfuerzos para ayudarlo durante esa etapa, pero no toleraba que se inmiscuyeran en lo tocante a Gustav, por lo que poco a poco las menciones a éste se volvieron esporádicas y después ausentes.

De pronto era como si Georg no tuviera un padre para su bebé, y apenas así resultaba cómodo entrar en los detalles del embarazo y la posterior maternidad, sin acabar molestos entre sí.

No era lo correcto, pero como después reflexionó Georg, era con lo único que contaba.

 

Para finales de noviembre, la barriga de Georg se desbordó. Lo que antes se asemejaba a un cojín pequeño, pasó a convertirse en un balón de basquetbol con exceso de aire, y en palabras de su ginecóloga: “Iba a seguir creciendo por espacio de un mes más. Prepárate” que de nada sirvió para tranquilizar a Georg.

Sus contadísimas excursiones a la tienda de autoservicio más cercana para abastecerse de víveres, usualmente a medianoche y protegido bajo el anonimato de una gorra y gafas de sol a pesar de lo ridículo que se veía, pasaron a ser cero. Ni siquiera el clima le favorecía. Ninguno de sus abrigos, por más amplios que estos fueran, le cerraban. Los botones al principio se le tensaban y amenazaban con ceder bajo la presión ejercida, pero después ni eso. El mismo caso aplicó para sus pantalones. Desde el sexto mes, Georg había dejado olvidados sus jeans y optado por la ropa deportiva dos tallas más grandes; ahora tenía suerte si lograba que el elástico diera de sí y no le cortara el flujo sanguíneo a la altura del ombligo.

Por orgullo, Georg no dijo nada. No quería molestar a Fabi o a Franziska más de lo que ya lo hacía, puesto que entre los dos se encargaban de visitarlo al menos una vez al día, y siempre estaban pendientes de cualquier necesidad suya, por mínima que fuera. Al grado en que Fabi se había levantado un día a las cuatro de la mañana y acudido a su casa con un galón de helado de chocolate, sin rechistar, y a pesar de que en pocas horas tenía que trabajar.

Una vez que todo terminara, Georg buscaría cómo agradecerles toda la ayudada brindada, pero dudaba que fuera fácil.

Y la cuenta no hizo sino aumentar…

Un día Georg estaba en la cocina preparándose el desayuno. Todo ocurrió en un parpadeo. Un segundo estaba caminando al fregadero, y lo siguiente que supo era que se había resbalado sobre el linóleo y caído sobre su trasero. De sus labios salió un alarido lastimero.

Georg ocupó los siguientes diez minutos de su tiempo en aplacar el dolor y a Regalito, que pateaba inquieto. Los siguientes diez en incorporarse, y al no conseguirlo, gateó hasta la barra, donde se encontraba su teléfono. Otro esfuerzo más que lo costó lo suyo, y cuando por fin logró marcar el número de Fabi, ya estaba despeinado y sudoroso, también enojado, porque su desayuno se había quemado y no había sido capaz de nada más que apagar el fuego.

—¿Hola? —Contestó Fabi con cierto tono de extrañeza. Eran cerca de las diez de la mañana, por lo que estaba en la oficina y su turno apenas había comenzado.

—No entres en pánico —le previno Georg con la voz cogida por el dolor—, pero me caí. Estoy bien-…

—¿Cómo qué bien? ¿Te hiciste daño? ¿Te has roto una pierna? ¿Estás en labor de parto? ¿Llamo a una ambulancia? Mierda, ¿qué hago?

Georg se contuvo para no poner los ojos en blanco. No tenía tiempo ni paciencia para una crisis, que para colmo, no era suya.

—No, no, escucha bien: Estoy de maravilla. Fue apenas una caída de lo más idiota, no me golpeé nada más que el trasero y mi orgullo, pero eso sana rápido. Estoy en una pieza y Regalito no viene en camino. Tranquilízate, ¿ok?

—Vale, vale…

—Pero… —Georg se presionó el tabique nasal entre dos dedos—. No me puedo levantar.

—¿Qué?

—Estoy muy gordo para levantarme, ¡ya, lo dije!, espero que estés contento. Estoy como ballena varada en la playa, y no tengo a quién acudir. Sólo tú y Franziska saben mi secreto, y ella salió hoy de la ciudad, así que odio interrumpirte en el trabajo, pero no me quiero quedar el resto del día en el suelo de mi cocina. Ay Fabi… —gimoteó de pronto, asustado al sentirse atrapado en una situación de lo más vulnerable.

Fabo suspiró el otro lado de la línea.

—Respira profundo. Anda, hazlo por mí. Respira un poco, adentro y afuera.

—No veo cómo eso me va a ayudar en este estado, que no soy un globo, carajo —gruñó Georg, limpiándose el borde de los ojos con las mangas de su camiseta. Lo que era peor, el frío del piso le estaba entumiendo el cuerpo, y Fabi en lo único que pensaba era en técnicas baratas de relajación.

—No quieres que el parto se desencadene, ¿o sí? Tú no sabes cómo el golpe afectó a Regalito. Compláceme, anda. Respirar un poco no va a empeorar tu estado.

Georg expresó su descontento con un ruido gutural, pero para sorpresa suya, en cuanto inició con las respiraciones largas y profundas, Regalito pareció calmarse.

—Ahora, no quiero que te muevas de donde estás. No gatees, no te arrastres, no reptes a ningún otro lado.

—En mi estado, hasta reptar es difícil, Fabi —ironizó Georg, desechando la imagen de sí mismo como cucaracha reptando por el suelo—. ¿Puedes sólo venir y levantar mi triste humanidad del suelo, por favor?

—Dame veinte minutos y ahí estaré. Ya estoy saliendo de la oficina.

—Ok, gracias —murmuró Georg. Bien sabía él que el trabajo de Fabi quedaba al menos a treinta minutos de distancia, eso en los días en que el tránsito no estaba desquiciado—. Conduce con cuidado. Yo aquí puedo esperar un poco más.

—Tú deja eso en mis manos, y hasta entonces sigue con la respiración. Si pasa cualquier otra cosa, llámame y me encargaré de romper mi récord hasta los quince minutos.

—No, maneja normal. Te espero.

Cortando la comunicación, Georg hundió los hombros. La perspectiva de esperar un poco más le resultaba tediosa, pero al menos podría levantar el trasero de lo helado e irse a recostar. Se avergonzaba por su torpeza, pero como la doctora Dörfler le había explicado, era lo normal. La ausencia de caderas anchas como las de una mujer tenía sus desventajas, y la principal era la falta de equilibrio durante el último trimestre. Georg había creído que a él no le afectaría, pero oh, qué equivocado se encontraba apenas una hora atrás.

Fiel a su palabra, Fabi no tardó en llegar, y con sumo cuidado lo ayudó a ponerse en pie y después lo guió hasta su habitación con una mano en torno a su amplia cintura. De nada valieron las protestas de Georg alegando que no estaba discapacitado, porque Fabi las desdeñó como una madre hace con un niño testarudo. Una vez en su cuarto, Fabi se encargó de recostarlo en la cama y cubrirle los pies con el edredón.

—¿Ya comiste? —Le preguntó Fabi una vez que Georg dio muestras de estar cómodo.

—No, estaba preparando el desayuno cuando me caí. Adiós a mi omelette y pan tostado.

—Nah, deja, yo me encargo —dijo Fabi.

—¿Y tú trabajo? —Inquirió Georg con curiosidad.

—Me pedí el resto de la tarde libre. Les expliqué que tenía una emergencia familiar, así que no me pudieron negar la salida. De todos modos quería asegurarme de que estuvieras bien, y por tu aspecto, parece que así es.

—Te lo dije…

—Ya, pero quería estar seguro, porque es mi sobrino el que llevas aquí. —Fabi enfatizó su punto posando una mano sobre la barriga de Georg y acariciando el área—. Así que, ¿huevos y tostada o quieres algo más?

—Mejor avena con fruta, de pronto ya no me apetece lo de antes.

—Perfecto. Tú quédate aquí quietecito, nada de besar el piso-…

—¡Hey!

—… y en un rato más te traigo tu comida.

—Gracias —dijo Georg entre dientes.

Apenas Fabi salió del cuarto, Georg se arrellanó entre las almohadas y cerró los ojos. No quería pensar en nada que no fuera su desayuno, pero en la modorra de estar acostado y calientito, no tardó en caer dentro de un estado de duermevela.

Así como su derredor se desdibujaba, de pronto su cuerpo perdía peso, y al elevarse por encima del suelo, era que volvía a caer desplomado sobre éste. Con el corazón acelerado, Georg abrió los ojos y se percató de que había dormido menos de diez minutos, si es que su reloj marcaba bien la hora, y eso le había bastado para una pesadilla de lo más simple. Volar y… caer.

—Uhm —masculló. Por inercia se llevó las manos al estómago, y la ausencia de movimiento le hizo sentir un terror inexplicable de que algo irreparable hubiera ocurrido en su interior.

Regalito tardó en moverse un rato más, pero cuando al fin lo hizo, Georg liberó el aire en sus pulmones que hasta entonces había estado conteniendo inconscientemente.

Fabi no se lo diría hasta muchos años después, pero fue testigo silencioso de esa escena, y estar presente para atestiguar la expresión de pánico en su rostro fue lo que desencadenó una decisión determinante en él: No permitiría que algo así ocurriera de vuelta.

El bienestar de Georg recaería en sus manos.

 

Fabi no lo discutió con Georg, sino que dos días después se presentó en su casa, en una hora en la que normalmente se encontraría en la oficina, y lo sorprendió con un anuncio impactante.

—Me pedí la baja por paternidad.

—¡¿Qué?!

—Pues eso… —Fabi se aflojó la corbata, y sin más, se sentó con pesadez sobre una de las sillas de la cocina—. Tuve que mentir un poco, obvio. Que mi chica estaba embarazada y en el último trimestre, que no me gustaba para nada dejarla sola tantas horas al día porque no tenemos familia cercana que nos ayuden, y que me necesitaba. El tipo de recursos humanos hasta me felicitó, así que salió bien. Ahora hasta resulta que tengo talento para mentir, qué bien, eh.

—Ay, Fabi, no jodas… —Dijo Georg sentándose en la silla que quedaba frente a su amigo—. ¿Es que acaso se te han terminado de aflojar las tuercas? ¿Cómo que tu chica? ¿Y qué va a pasar con tu puesto? ¿Y tu salario? No puedes sólo… lanzar todo a la borda así como así.

—Es lo maravilloso de una baja por paternidad —respondió Fabi con sencillez, apoyando el mentón sobre la palma de su mano—. Por ley, tengo derecho a tres meses con mi sueldo cubierto al 100% y derecho a otros tres más al 50% de mi salario total. Igual tengo mis ahorros, así que deja la parte del dinero de mi lado.

—Vale, eso lo tienes cubierto, pero ¿y cómo demonios vas a demostrar que vas a ser padre, idiota?

—Sólo necesito un certificado de tu doctora, y estoy seguro de que Sandra Dörfler me lo dará una vez que le diga que te has caído y me necesitas en turno completo.

—Fabi… No. —Suplicó Georg en voz baja—. No necesitas hacer esto por mí.

—¿Para qué somos amigos entonces? —Cuestionó Fabi—. Mientras manejaba hasta aquí, no podía dejar de pensar lo peor. Llegué hasta creer que habías empezado labor de parto o que Regalito y tú estaban sufriendo en agonía. Sé que eres adulto, pero ahora mismo está solo en esta enorme casa y eso no es seguro para ninguno de los dos.

—Pero-…

—No es momento para hacerte el fuerte —le interrumpió Fabi, dedicándole una mirada fiera—. Estamos hablando no sólo de tu salud, sino también del bienestar de Regalito. Otra caída como esa… Imagina que hubiera sido en la ducha y no en la cocina. La suerte estaba de tu parte porque tenías el teléfono al alcance de tu mano, pero ¿y si no? ¿Qué habrías hecho?

Georg apretó los labios en una delgada línea. No le gustaba admitirlo, pero Fabi tenía razón. ¿Qué entonces? Sin Gustav, y embarazado de ocho meses, era vulnerable a un sinnúmero de accidentes que podrían resultar fatales tanto para él como para Regalito, y si algo le pasaba… No, no podía ni tolerar la idea. Los ojos se le humedecieron de golpe, y en la garganta se le formó un nudo.

—No es mi intención ser fatalista… —Murmuró Fabi, apoyando una de sus manos sobre la de Georg—. Tampoco quiero que te preocupes porque eso porque el estrés no es bueno para ti.

—O para Regalito.

—Exacto, Regalito no lo aprobaría —dijo Fabi, arrancándole una leve sonrisa a Georg por su comentario—. ¿Y sabes que lo hago por ti, porque eres mi mejor amigo en el mundo, sí? Y tú harías lo mismo por mí, estoy seguro.

—Sí, no te dejaría solo —admitió Georg—. ¡Pero…!

—Ya está hecho. Y no hay nada en el mundo que puedas hacer para impedirlo, ¿va? Resígnate, y déjame disfrutar de mis vacaciones pagadas.

—¿Qué no planeabas cuidarme o tu discurso ha sido en vano, eh? —Bromeó Georg.

—Ya qué, tendré que masajearte la espalda para comprar tu silencio.

—Si así me quieres sobornar, está bien, haré el sacrificio...

Fabi y Georg rieron un buen rato, pero una vez aligerado el ambiente, salió a colación otro punto importante.

—Uhm, y no quiero forzar mi voluntad sobre ti —empezó Fabi, de espaldas a Georg y sirviendo dos tazas de café en la barra—, pero también le he dado vueltas a este otro tema y…

—¿De qué se trata?

—Bueno… —Pausó Fabi sus palabras mientras rellenaba las tazas con leche; una pizca para la suya, y el doble para Georg porque así lo requerían las circunstancias—. No creo que sea conveniente que vivas sin ninguna compañía. Es decir, ¿y si me necesitas a mitad de la noche? Me sentaría fatal no escuchar el teléfono o ser incapaz de llegar a tiempo. No es que me quiera entrometer en tu vida tan de golpe… Es una sugerencia que me gustaría que tomaras en cuenta.

—La verdad es que… —Georg suspiró—. Estas últimas noches he tenido dificultad para ir al baño en la madrugada. Me cuesta trabajo rodar en el colchón, y me siento tan cansado siempre…

Fabi no lo interrumpió. Depositando la taza que le pertenecía a Georg frente a éste, prosiguió a ocupar su sitio y beber un sorbo.

—A veces tengo miedo… —Confesó Georg, la vista clavada en su café—. Nunca le he temido a la soledad, pero ahora que me siento tan vulnerable, y luego de la caída… si quisieras quedarte a vivir conmigo hasta el parto, me encantaría, Fabi. La habitación de huéspedes es toda tuya.

—Prometo ser el mejor inquilino que jamás tendrás —dijo Fabi—. Nada de fumar a escondidas o traer chicas.

—Pf, eso va sin decirlo —le chanceó Georg—. Pero tendremos que poner manos a la obra porque, para no variar, no me sobra una cama extra, ni tampoco muebles.

—Tan simple como rentar una camioneta y traer de mi departamento un par de mis cosas. No mucho, no te preocupes —le aseguró Fabi a Georg—, sólo lo indispensable.

—Por mí puedes traerte todo, y antes de que te niegues, tú renta correrá bajo mis gastos. Si vas a hacer el papel de niñera 24/7, es lo menos que puedo hacer por ti.

—Oh, vamos, no es necesario.

—No repliques —gruñó Georg, alzando el dedo índice—, y no me juegues con la carta de que ‘la amistad y el dinero no se mezcla’. Es lo justo.

—¡Pero!

—Nada, shhh, a callar. Después de todo lo que has hecho por mí en estos meses, desde sacarme del hoyo, hasta ayudarme a mudarme dos veces, y luego lo de Gustav y Regalito…  Haz sido generoso en extremo conmigo, así que déjame al menos pagar tu renta. No quiero que por mi culpa pierdas tu departamento, ¿ok? Sé lo que te costó en contarlo, así que una vez terminemos con esto, podrás recuperarlo sin problemas.

Fabi dio muestras de negarse, pero una mirada de Georg bastó para que se rindiera. No era la típica pelea boba de cortesía que se daba en casos similares. Entendió Fabi, para Georg era importante, y éste aceptó su rendición a regañadientes.

—Ok,  pues… Pero me niego a que pagues algo más. Yo sé que para ti el dinero no es problema, pero para mí es importante encargarme de mí mismo, así que mientras esté en tu casa, me dejarás pagar la mitad de las cuentas y los víveres.

—Georg frunció el ceño. —Fabi…

—Georg… —Le retó Fabi sin mostrar un ápice de ceder—. No lo hagas más complicado.

—Qué caray, está bien. Que sea como tú dices —cedió Georg, de cualquier modo, haciendo una nota mental de no dejar ninguna cuenta de gas o de electricidad a la vista de Fabi.

—Eso es todo —le dio Fabi ambos pulgares hacia arriba—. Dicho eso, ¿me puedo mudar desde hoy? Aún estoy a tiempo de llamar a la compañía de mudanzas y traer conmigo hoy mis muebles. Y si te quedas conmigo mientras acomodo mis cosas, me comprometeré a preparar la cena. ¿Qué tal suena?

—Mmm —saboreó Georg la sazón de Fabi, que si bien no era un chef de cinco estrellas, sí tenía en su repertorio una buena colección de recetas de las que había hecho gala en el pasado y que habían resultado deliciosas—. Suena maravilloso. Yo llamo y tú busca en la bodega cajas.

—Hecho, nuevo roomie.

—Ay, Fabi… —Rió Georg. No dudaba que se la iban a pasar bien, no por algo su amistad databa de más de una década en el tiempo, pero a la vez… Georg odiaba admitirlo, pero tenía un pequeño presentimiento de que no todo sería miel sobre hojuelas, y temía porque su relación se resintiera después.

«Bueno», pensó, bebiendo un sorbo de su café, «¿qué es lo peor que puede pasar?».

Sin que él lo pudiera prever, una catástrofe que sacudiría los cimientos de su relación con Fabi, estaba por poner a prueba su vínculo.

 

Tras la mudanza de Fabi, Franziska se molestó, y así se lo hizo saber a Georg durante la primera oportunidad que tuvieron de estar a solas. Aprovechando que la tarde era excepcionalmente luminosa, Georg y Franziska se habían sentado en el exterior, envueltos con un amplio cobertor de lana a resguardo del clima, mientras Fabi salía al supermercado más cercano a realizar algunas compras de emergencia, y entonces Franziska había hecho su jugada.

—No me gusta que Fabi viva aquí contigo —le dijo sujetándolo del brazo y apretando con más fuerza de la que Georg la creyera capaz—. A solas —clarificó por si quedaban dudas—. Es decir, ¿por qué no me lo pediste a mí? Sabes que encantada habría pedido permiso en mi trabajo y te habría ayudado. Es mi sobrino del que estamos hablando, y lo habría hecho con gusto.

—Franny… —Haciendo gala de interminable sosiego, Georg posó tranquilo una mano encima de la que Franziska tenía en su brazo—. Lo habría hecho, en serio, serías la primera en mi lista, pero Fabi se me adelantó. No me dio tiempo ni de negarme, porque ya había conseguido la baja por paternidad, y habría sido sospechoso de su parte que se retractara a las pocas horas, ¿no crees?

—Es que… —Franziska arrugó la nariz, y Georg entrecerró los ojos a la espera del golpe verbal—. Ok, no es de mi incumbencia y estoy consciente de que no debería inmiscuirme una segunda vez-…

—Entonces no lo hagas —suplicó Georg en voz baja, pero nada sirvió.

—Estoy asustada por ti y por Gustav, por ustedes dos como una unidad. Han sido tantos meses, y luego está todo este asunto de Regalito que… No lo va a hacer más fácil. Y comprendo que Fabi es tu mejor amigo en el mundo entero, a mí también me parece un chico maravilloso y ha estado a tu lado cada segundo durante los últimos meses, pero…

—Sólo somos amigos, Franny —recalcó Georg su parentesco con Fabi—. Nada más y nada menos que amigos, ahora y por siempre. Él no tiene de ese otro tipo de sentimientos por mí, y yo tampoco por él. No sería capaz de verlo más allá del papel de mejor amigo. Es totalmente platónico.

—Lo sé, pero a veces, cuando se miran por encima de la mesa, creo ver una chispa de… —Franziska suspiró—. ¿Sabes qué? Tal vez tienes razón. Tal vez se trata de mis miedos idiotas, y es que Gustav es mi hermano favorito en el mundo, no me gustaría verlo sufrir.

—Anda, que es tu único hermano —bromeó Georg con ella—. No me atrevería a lastimarlo de esa manera.

—Más te vale, o yo me encargaría de resarcir su honor —continuó ella con la broma, pellizcándole el brazo un poco más fuerte de lo que era prudente.

—¡Ouch, Fran! —Chilló Georg—. ¿De qué honor estamos hablando aquí? ¡Soy yo la víctima! Mira mi barriga de ocho meses, he sido mancillado y se nota con creces.

—Awww, es cierto —rió Franziska de pronto—. Oh Dios, no lo había pensando así, pero es cierto.

Soltándolo del todo, Franziska se inclinó al frente y se carcajeó por espacio de varios minutos hasta que gruesas lágrimas le corrieron por los rabillos de los ojos.

—Pf —fingió Georg indignación—. Yo cargo con mi balón de playa y él es la víctima, claaaro. Ya entiendo de doble moral.

—Oh, vamos —dijo Franziska enjugándose los ojos con el dorso de la mano repetidas veces—, estoy de tu parte, es que a veces…  

—Ya, lo sé —rió Georg a su vez—. Tiene su gracia.

—No es de mi incumbencia, pero ya que el tema salió a la luz… Fue una sorpresa enorme. Ya sabes, Regalito. Y no me refiero a todo esto del embarazo masculino, o que Gustav esté en el quinto pino sin enterarse de nada, sino que…

—¿Pensabas que yo era quien le soplaba a la nuca de Gus, eh, y que era él quien mordía la almohada? —Ante el rubor que subía veloz sobre las mejillas de Franziska, Georg tuvo su merecida venganza al reírse todo lo que le vino en gana.

—¡Tsk! No juegues conmigo. No soy una pervertida de marca, sólo… tenía una sana curiosidad al respecto.

—Franny, Franny… —Dijo Georg, sacudiendo la cabeza de lado a lado—. Siéntete dichosa por esta confidencia, y será la única vez que lo admitiré en voz alta, así que ahí va: Gustav y yo… nosotros… somos flexibles al respecto. No nos gusta aferrarnos a un rol. Si entiendes a lo que me refiero.

—Oh… ¡Ohhh! —Exclamó Franziska de pronto al comprender—. ¿O sea que…?

—Ajá —confirmó Georg—, y es todo lo que diré al respecto.

—Vale, me has convencido —dijo Franziska, pasándole el brazo por los hombros.

Porque Franziska era una fuente de calor agradable, Georg se acurrucó a su lado. —Uhm, ¿Franny?

—¿Sí?

—Hablando en serio… Fabi es mi amigo. Y yo desde siempre quise a Gustav. No tuve ojos para nadie más, ni siquiera para Veronika…

—Lo sé.

—No tienes nada de qué preocuparte, en cambio, ahora estaré mejor. Más seguro. Fabi cuida bien de mí mientras Gustav no está, y lo juro, nada va a ocurrir en su ausencia. Aún espero por él.

—Ya —murmuró Franziska, apretándole el hombro. En un gesto de cariño, se inclinó hacia él y le besó la mejilla igual que lo habría hecho con su hermano—. Te creo.

«Pero no confío en Fabi», pensó para sí. Porque no era ciega, y había atrapado en varias ocasiones a Fabi cautivado por la nueva apariencia de Georg. Debía ser algo con las hormonas, había concluido ella tras mucho pensarlo. Desde meses atrás las formas de Georg se habían redondeado, el cabello le relucía como nunca igual que la piel, y un aura de belleza propia del embarazo hacía que su habitual aspecto masculino se permutara por otro más delicado… Franziska no se atrevería a decir que Fabi tuviera un interés romántico, pero en sus acciones y palabras creía captar la leve esencia de un enamoramiento que se había desarrollado poco a poco desde que Georg anidaba una vida en su interior.

Sin que Georg fuera consciente de ello, Franziska se prometió a sí misma, que por Gustav, ella velaría con celo felino por sus intereses en su ausencia.

En concreto, mantendría un ojo sobre Fabi en todo momento. Que Georg guardara su inocencia, ella se encargaría del resto.

 

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Notas finales:

Nas~!
Este 'martes' actualizo un poco antes porque quería aprovechar que en mi ciudad sigue siendo primero de septiembre, cumpleaños de los Kaulitz, aunque ellos (todavía) no aparezcan en esta historia.
Ahora sí con el capítulo... Fran es una metiche de primera. Perdón por ello, pero la defenderé diciendo que sus sospechas tienen fundamento y el tiempo (y esta autora que les habla) le dará la razón.
Mientras tanto, ¿qué estará haciendo Gustav en Sudamérica? *Guiño* El capítulo que sigue promete tener drama a montones, así que esperen por el infarto.
Graxie por leer.
B&B~!


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