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Mientras no estabas por Marbius

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14.- Mientras una solución caía desde el cielo (Lolita)

 

Gustav tuvo que pasar la víspera de Navidad en el quirófano. Su pierna, que hasta entonces sólo había dado muestras de mejoría, requirió de un pequeño ajuste si es que querían que el hueso soldara bien y Gustav no necesitara de un bastón para desplazarse durante el resto de su existencia. Lena firmó la autorización, y durante las tres horas que duró la intervención, no se movió ni medio centímetro de la sala de espera, los dedos entrelazados y la frente apoyada contra las rodillas, pensando (porque era lo único que le quedaba a esas alturas) si la decisión era la correcta.

Ella tenía la impresión, y la analogía le resultaba boba, que bajo su cuidado estaba Gustav como un pequeño muñequito de trapo al que era necesario parchar aquí y allá para sanar sus heridas. Y Gustav por supuesto que no le pertenecía, pero en un intento de salvarlo, cada vez lo dañaba más. ¿Luego qué cara pondría cuando se presentaran sus padres y bajo su escrutinio ella quedara como una irresponsable por permitir que Gustav sufriera tanto bajo el escalpelo?

Antes de firmar las autorizaciones, Lena había llamado a Georg, y a pesar de obviamente haberlo despertado de madrugada, éste igual le había contestado con palabras amables y le había dicho que adelante; si Gustav necesitaba una segunda operación, que así fuera. Aun con su permiso, Lena se sintió fatal durante todo el rato que esperó a las afueras de la sala de operaciones a que los camilleros trajeran a Gustav de regreso.

Para su sorpresa, cuando así ocurrió, Gustav iba sonriendo y con los ojos que hasta entonces habían permanecido cerrados, esta vez semiabiertos.

—¿Gus? —Lena se fue detrás de la camilla y no perdió el paso.

—Una luz muy brillante… —Barbotó Gustav desde su estado alterado. Era obvio que llevaba el cuerpo saturado de analgésicos, antibióticos y sabría Dios qué más, así que si se soltaba hablando de unicornios con dos cabezas no sería nada peculiar.

—Se refiere a la del quirófano —le informó uno de los enfermeros a Lena en inglés—. Nada sobrenatural. Tampoco estuvo al borde de la muerte.

—No peligro —agregó el otro, con menor dominio del idioma—. Todo bien.

Gracias —musitó Lena, esta vez en español—. ¿Los has escuchado Gus? —Le informó a éste en ruso—. Esta vez no tienes pretexto alguno para reponerte y estar despierto para saludar a tu familia.

—¿Familia? —Gustav arrugó la frente e hizo amagos de levantar un brazo a pesar de la debilidad generalizada que lo mantenía adormilado—. ¿Georg?

—No, Georg no, todavía no…

—Ah. Ok. ¿Pronto?

—Pronto —confirmó Lena, apartándole un mechón de cabello rubio que le caía sobre el ojo.

Gustav se dio por satisfecho, y por una vez, Lena no sintió pánico al dejarlo dormir.

 

Muy pronto descubrieron Georg y Franziska lo difícil que iba a ser el asegurar vuelos de avión hasta Sudamérica en plena temporada navideña. No era sólo que tuvieran un millón de escalas y que sentar a todos en la misma línea fuera complicado, sino que conseguir los boletos era tan simple como imposible. Todo estaba reservado, y la lista de cancelaciones era tan larga como la barba de Matusalén. Por más aerolíneas que llamaran o dinero que ofrecieran, la respuesta seguía siendo la misma, y los niveles de frustración no hacían sino elevarse hasta la estratósfera.

Lo que era peor, las reservaciones iban más allá de la segunda semana de enero, lo que resultaba irrisorio una vez que se sacaban cuentas. Para entonces, calculaba Georg, sería más factible montarse en un barco y llegar por mar que por aire.

—… ¡Por favor, se lo imploro! Es cuestión de vida o muerte. Necesito esos boletos… ¿Hola? ¿Hola? —Franziska hizo una mueca—. Me han colgado. Otra vez…

Georg se presionó el tabique nasal entre dos dedos. —A mí también, tres veces seguidas… Y ya llamé a todas las agencias de viajes en Alemania, y nada. A este paso va a resultar más factible montarnos en bicicletas y llegar por nuestros propios medios.

—No empiecen —les siseó Fabi, cubriendo la bocina de su propio teléfono—, aquí no se rinde nadie…

—Es que… —Franziska se estiró, alzando los brazos por encima de su cabeza y haciendo crujir los huesos en su espalda—. ¡Ah! No quiero ser la pesimista del grupo, pero presiento que no lograremos nada por los medios habituales. ¿Qué otras opciones nos quedan? Ya hemos descartado cada una de las compañías aéreas nacionales e internacionales que se encuentran en Europa. Su respuesta sigue siendo la misma…

—Mmm… —Georg se cubrió los ojos con las palmas de las manos y se obligó a pensar. Cierto era que sus opciones eran muy limitadas, por no decir nulas, pero no quería darse por vencido. No cuando el retorno de Gustav se encontraba tan al alcance de sus manos y la cuestión recaía sobre un hecho tan simple como el transporte en el cual se iban a transportar.

—… no, no hay problema. Yo entiendo. Sí. Muchas gracias por su ayuda. Hasta luego —se despidió Fabi y finalizó su llamada—. Nada —confirmó las sospechas de los presentes—, su política les impide dar preferencia a un cliente por encima del otro, sin importar el dinero que ofrezcamos.

—Tal vez si sólo viajara yo y mis padres esperaran aquí… —Sugirió Franziska, mordisqueándose la uña del dedo pulgar; en su mirada, una expresión que reflejaba el agotamiento físico y mental al que había estado sometido desde casi diez días atrás—. Por regla, un boleto debe ser más fácil de conseguir que tres.

—Ya, pero hasta el momento no hemos podido dar ni siquiera con ese uno, así que… No me haría ilusiones —dijo Fabi, rompiendo de una cualquier atisbo de esperanza—. Es que… seamos realistas: Nos estamos metiendo en camisa de once varas. Incluso aunque nos presentáramos en el mostrador y le ofreciéramos a alguien mil euros por su boleto, no nos lo daría. Al cuerno la Navidad y el espíritu de generosidad, porque todos quieren volar a casa y estar con su familia. Los problemas ajenos les importan una mierda.

Georg se mordió el labio inferior. Odiaba admitirlo, pero Fabi tenía la razón. De nada iba a servir que siguieran haciendo llamadas e implorando a quienquiera que se encontrara al otro lado de la línea que los ayudara, porque en realidad a nadie en el mundo le importaba su caso particular… Casos lastimeros había por montones, y tendrían que arreglárselas por su cuenta y buscar una solución de la que sólo dependieran por sí mismos.

—Estoy cansado… —Murmuró Georg al cabo de unos minutos de silencio—. Necesito dormir un rato si es que quiero seguir con esto.

—Será lo mejor —dijo Franziska, consultando el reloj de pared. Ese día se habían levantado a eso de las cinco treinta de la mañana, y la noche anterior no había acabado sino hasta después de las doce. Luego de sobrevivir a base de cafeína y fuerza de voluntad, era momento de tomarse un respiro y replantear cuál sería su plan de acción de ahí en adelante.

—¿Te ayudo a subir las escaleras? —Preguntó Fabi, solícito para guiar a Georg hasta su habitación en el segundo piso.

—Preferiría que no —respondió éste—. Mi cama me resulta tan incómoda ahora mismo… la espalda me mata. Colchón ortopédico y un carajo… Pareciera que es un colchón de clavos de esos que usan los faquires para sus shows.

—¿Qué te ha dicho la doctora Dörfler al respecto? —Preguntó Franziska, de pronto olvidando su propio cansancio y ocupándose de Georg—. ¿Podría tratarse de Regalito?

—No, tranquilos —se apresuró Georg a aliviar la tensión en el aire, que ya bastante tenían con lo de Gustav como para agregar más—. Es normal, la doctora ya me lo confirmó. Es parte del proceso final, y ahora que Regalito ya casi ha tomado la posición para el parto, me esperan unos días de poco sueño y mucho dolor de espalda, para nada que no haya vivido otra embarazada.

—Menos mal… —Fingió Fabi limpiarse una gota de sudor imaginaria—. Estoy hasta el tope de mis capacidades. Un contratiempo más y no sabría qué hacer o decir. Simplemente… me quedaría tieso como tabla a la espera de que alguien con más sesos que yo interviniera.

—Seh, lo creo —bromeó Georg con su amigo.

—¡Hey!

—Sólo ayúdenme a recostarme en el sillón reclinable. Duermo mejor ahí que en cualquier otro sitio, y como puedo poner las piernas en alto, me ayuda con la hinchazón de los pies.

Con Fabi a la derecha y Franziska a la izquierda, Georg no tardó en estar sentado en el sillón, con el respaldo inclinado del todo y el control remoto en el regazo. A pesar de sentirse incapaz de mover un dedo, su mente trabajaba a mil por hora y le iba a resultar imposible dormir.

—¿Estás bien? ¿No quieres otra manta? —Le preguntó Franziska mientras le arropaba las piernas y se aseguraba de que Georg tuviera todo lo que necesitaba al alcance de sus manos.

—Nah, estoy bien así —le aseguró él, bostezando para enfatizar su punto.

—Vale, yo llamaré a mis padres y veré con ellos que otras opciones nos quedan.

—Ok.

Georg la siguió con los ojos cuando abandonó la habitación, ya con el teléfono contra la oreja. No sería ninguna sorpresa si después de todos esos días, les salían callos contra el lóbulo, imaginó Georg, y la idea, por ridícula, también le resultó graciosa.

—¿Cuál es el chiste? —Recostado en el sillón que quedaba frente al suyo, Fabi le sonrió un poco a pesar de lo evidente que resultaba que estaba a punto de quedarse dormido.

—Una tontería, es que-… —Georg se pausó cuando en la mesita que estaba a su lado su teléfono sonó.

Ese tono en particular…

—Ay Diosss… —Siseó Georg cuando confirmó sus peores sospechas.

—¿De quién se trata? —Quiso saber Fabi, incorporándose.

—¿Hola? —Contestó Georg antes de perder el valor. Tal como temía, era él, o mejor dicho, ellos.

—¡Georg, hombre! —Gritó Tom a su oído, y Georg se apartó un poco el auricular. Una segunda voz hizo acto de aparición—. ¡Dile que mando saludos! No, mejor pásame el teléfono… No, deja… Que sí, Tomi… ¡No, Bill!... ¡Dame, anda!

—Chicos… —Georg se contuvo para no poner los ojos en blanco—. Ya sé que su ajetreada vida en Los Ángeles no les permite entenderlo, pero aquí es tarde. Es más, ya estaba con el pijama puesto y-…

—¿Por quién nos tomas? —Ese era Bill—. Sabemos que horas son —intervino Tom.

—Ajá. —Georg sopesó qué tan grave sería si finalizaba la llamada sin más y desconectaba la línea, pero antes de poder hacerlo, Bill se le adelantó.

—Estamos en Alemania. Acabamos de aterrizar en el aeropuerto de Berlín, y vamos de camino a Magdeburgo, así que haz tu cálculo. Tom va a rentar una camioneta y planea conducir todo el trayecto, pero nos hemos enterado de que está nevando como no ocurría en al menos veinte años, así que llegaremos casi de madrugada. Nada de qué preocuparse, iremos despacio.

—¿A dónde? —El tonó de escepticismo en la voz de Georg dejó bien en claro que quería saber exactamente cuál iba a ser su destino final.

—Obviamente, a tu departamento, o donde sea que vivas ahora. Traemos a los cuatro perros con nosotros, y como quince maletas, así que desde ya olvídate de quejarte y ve haciendo espacio. Mueve tu bajo o algo.

—P-Pero… ¿No pueden quedarse en otro sitio? ¿La casa de sus padres? ¿Un hotel? —«Cualquier lugar menos mi casa», pensó Georg con desesperación.

Para entonces, ya Fabi se había percatado que la llamada no era una normal y se había incorporado para ir a sentarse a su lado.

—¿Qué pasa? ¿Quién es? —Le susurró, pero Georg lo ignoró.

—Mamá y Gordon han ido de vacaciones a uno de esos países asiáticos que está de moda, así que Bill y yo estamos por nuestra cuenta. Decidimos volver a Alemania por lo menos mientras duran estas fechas. Ya sabes, para verte a ti y a Gustav…

—Erm…

—¡Tomi idiota! —Intervino Bill, recuperando la voz cantante de la conversación—. Georg, ya sabemos que ustedes dos… pues eso. Que son pareja y que va tan en serio como puede ser. Lo aceptamos, y los apoyamos incondicionalmente, por su quedaba alguna duda al respecto…. Y estamos conscientes que primero deberíamos haber llamado y avisado que íbamos en camino, pero todo fue tan intempestivo. Ya nos habíamos resignado a pasar estas celebraciones solos en LA, cuando un amigo en común nos ofreció su avión privado, así que empacamos nuestras maletas y-…

—¡¿QUÉ?! —Estalló Georg ante dos simples palabras que le repiquetearon como campanas en los oídos: Avión y privado.

—Sí, bueno… Gustav nos llamó hace unos meses y nos dio la gran noticia. ¡Felicidades! —Intervino Tom, confundiendo la razón por la cual Georg se había exaltado—. Supongo que ahora viven juntos como marido y marido, así que…

—Me he mudado —barbotó Georg—. Han pasado… algunas cosas. Pero sí, Gustav vive conmigo.

«Al menos sus objetos personales lo hacen; en cajas y en el sótano, pero ahí están», pensó no sin cierto atisbo de locura. Sumándose a los problemas que ya tenían, ahora resultaba que los gemelos iban a camino a Magdeburgo para darse la sorpresa de sus vidas y de paso enredar más la maraña en la que se encontraban. «Pero qué demonios…», se resignó Georg. Tarde o temprano tendrían que enterarse de la existencia de Regalito, y sería más fácil si lo veían con sus propios ojos.

—Oh… ¿Entonces podemos o no quedarnos con ustedes? Al menos por esta noche. Los hoteles deben de estar hasta el tope por las festividades.

—Claro, todo el tiempo que así lo deseen —asintió Georg a pesar de que los gemelos no iban a ver su visaje—. Aquí los esperamos —dijo, sin clarificar quiénes eran los miembros de ese plural—. Les mandaré la nueva dirección por medio de un mensaje, así que no tarden. Vayan con cuidado en la Autobahn.

—Así será.

—Y una última cosa…

—¿Sí?

—Ese amigo suyo que les ha prestado su avión, uhm, ¿tendría algún inconveniente en extenderme su préstamo por un par de días? Le pagaría lo que me pidiera sin pestañear…

La línea crepitó por la estática. —¿Georg? ¿Para qué lo ocupas? ¿Es que tú y Gustav van a escapar a las playas de Sudamérica y dejarnos a mí y a Bill en su casa? —Bromeó Tom.

Pese a lo extraño de la situación, los labios de Georg se curvaron en una sonrisa torcida. —Ni te imaginas…

 

—Si me hubieran dicho hace un año que así estaría pasando mi Navidad, no lo habría creído ni en un millón de años… —Le confesó Georg a Fabi mientras veían el amanecer desde la ventana de su cocina, cada uno con una taza de chocolate caliente en las manos.

—Ya ves, son las vueltas que da la vida.

—Seh…

Georg rememoró no sin esfuerzo que hacía exactamente un año atrás, él y Gustav habían pasado la noche juntos luego de varios contratiempos. Cada uno había cenado con su respectiva familia, aunque en el caso de Georg, Veronika se había unido a la convivencia que él y su madre tenían a solas. Melissa no era muy de celebrar las fechas decembrinas con mucho entusiasmo, y haber convivido con ella hasta la edad adulta había hecho que Georg tampoco tuviera un gran espíritu festivo. La Navidad, al igual que el Día de San Valentín, la Pascua y hasta la Reunificación Alemana le parecían festejos ajenos a su propia persona, al grado en que ni le interesaban, y en el mejor de los casos, se dejaba llevar por la corriente sin que por ello su apatía se viera afectada.

De ahí que el año anterior él y Gustav hubieran tenido una pelea que terminó en la cama. Georg había llevado a Veronika a su departamento, y bajo la excusa de visitar a los Schäfer, era que él y Gustav habían terminado con los pantalones en los tobillos y unas ansías terribles por correrse. Georg ya ni recordaba por qué habían discutido (seguro era una tontería si no podía ni hacer memoria al respecto), pero lo que sí se había quedado bien presente en su cerebro era la imagen que Gustav había tenido con las luces del árbol de Navidad parpadeando sobre su rostro cuando lo despedía en la puerta y le daba un último beso.

Ya entonces Georg había decidido que pronto le iba a dar un ultimátum a Gustav, y que por ello, su relación con Veronika iba a llegar a su fin. Desde ese punto hasta que lo hizo, transcurrieron cuatro meses, y después nueve, lo que lo llevaba a su estado actual… embarazado y esperando a que los gemelos llegaran de una vez por todas.

Su trayecto, que en condiciones óptimas no habría sobrepasado las seis horas, se estaba convirtiendo en uno de casi diez gracias a una inesperada tormenta de nieve. Al menos cada hora Bill se comunicaba e informaba que no se habían salido del camino, pero también confirmaba sus peores temores: El clima no hacía sino empeorar, y de seguir así, cualquier plan posterior que requiriera salir a dos metros más allá de la puerta de su casa sería un proyecto destinado a fracasar.

—Creo que son ellos… —Dijo Fabi de pronto, sacando a Georg de sus ensoñaciones. Luego de una noche en vela, la cual había sido la culminación de muchos días sin dormir, Georg se sentía listo para desplomarse en el suelo y no moverse de ahí.

Con grandes dosis de voluntad, Georg consiguió ponerse en pie y dirigirse a la puerta principal.

—¿Estás seguro que quieres darles la noticia… así?

Georg se miró el vientre abultado y se río un poco porque el ombligo le sobresalía por encima de la camiseta que vestía.

—Qué más da. Total, ya me harté de dar esta noticia con tacto y diplomacia. Por una vez, quiero causar un desmayo. Se lo merecen.

—Allá tú —dijo Fabi, levantando las manos en señal de rendición.

Georg no perdió el tiempo y abrió la puerta principal. Afuera la nieve caía en ráfagas diagonales, y un viento glaciar le cortó de golpe el aliento. Cada respiración suya creó vaho, y lo mismo ocurrió con Fabi que titiritaba a su lado.

De la camioneta que se estacionó en su entrada salieron dos figuras encapuchadas, con guantes y bufandas, seguidas de una manada de perros que sin cadena corrieron hasta el interior de la casa y le pasaron a Georg a los lados y por entre las piernas.

—¡A un lado! ¡Déjenme entrar! —Gritó Bill, o al menos el que creía Georg que era Bill a través de tantas capas de ropa—. ¡Me congelo, carajo!

Tom le siguió de cerca, pues apenas cerrar la puerta de la camioneta, avanzó a paso rápido hacia la casa. Georg se apartó, y esperó impaciente el momento en que colgaran las chaquetas en el perchero de la entrada y señalaran lo obvio.

—Mierda, no puedo creer que ya estemos aquí… —Empezó Bill.

—El tráfico iba lento por cualquier carril. Vimos varios accidentes, y por fortuna no nos pasó nada.

—Ya no teníamos ni una gota de café, y la calefacción dejó de funcionar a eso de las dos de la mañana.

—Y luego Bill sugirió cantar villancicos, pero desafinaba terrible.

—¡Nada de eso! Es que tú-…

—Chicos —los interrumpió Georg—, ¿qué tal si vamos a la cocina y les sirvo algo caliente para beber? Acabo de hacer chocolate.

—Mmm, suena delicioso —aceptó Bill la propuesta.

—Yo también quiero una taza —pidió Tom.

Georg guió la comitiva con Fabi a un lado y su barriga al frente. Los gemelos saludaron a Fabi, y éste les respondió con un críptico alzado de ceja.

Tal cual todo fuera de lo más normal, Georg les sirvió dos tazas de chocolate y se las decoró con malvaviscos porque sabía que así se las solían preparar.

—¿Y bien? —Preguntó antes que nada—. ¿Hablaron con su amigo? ¿Qué les dijo de rentar su avión?

Tom se apresuró a beber un sorbo de chocolate y hablar antes que Bill. —Dice que no hay ningún problema siempre y cuando no tengas planeado hacer nada ilegal como contrabando de drogas o trata de blancas.

—Y que el combustible corre por tu cuenta —agregó Bill la segunda y última condición—. Por el resto, puedes tomar al Lolita a donde quieras mientras lo tengas de regreso antes de una semana.

—¿Lolita? —Inquirió Fabi después de soltar una carcajada.

—Así se llama el avión —explicó Tom como si fuera de lo más normal—. Nuestro amigo es uno de esos millonarios excéntricos, y en realidad el nombre es algo así como ‘Dolores de la Sagrada Concepción Prosipopelina López Pérez’ y no sé qué más epítetos extraños. Es todo lo que sé, no me pregunten más.

—El punto es que te hemos conseguido un avión privado, Georg —dijo Bill, depositando su taza sobre la mesa de la cocina y dirigiéndole a su amigo una mirada repleta de curiosidad—. Suelta la sopa, ¿planeas llevar a Gustav a una paradisiaca isla perdida en los mares del sur o qué?

—Hablando de Gustav, ¿dónde está? —Tom consultó su reloj y frunció el ceño—. Mierda, no sé qué horas son aquí. Todavía traigo la hora de Los Ángeles.

—Son casi las siete de la mañana —dijo Fabi, ya para entonces con una sonrisa amplia en los labios y ni explicación de por qué era así.

Georg suspiró. ¿Tan densos eran aquel par? Por si acaso, Georg se descubrió un poco más el vientre de la chaqueta que vestía y esperó. Contó hasta veinte mentalmente y nada. Tal vez si les daba un empujoncito en la dirección correcta…

—Chicos… ¿No me notan algo diferente? No sé, un cambio ¿grande y muy evidente?

Bill lo miró de pies a cabeza. —¡Te cortaste el cabello dos centímetros más corto que lo de siempre! Sabía que algo se te veía diferente, pero no lograba acertar en qué.

Georg se llevó la mano al cabello y tuvo que dar su brazo a torcer. En efecto, la última vez que se había cortado el cabello la chica que lo atendió le había hecho un corte más extensivo que el que acostumbraba, eso con fines prácticos, ya que no planeaba volver hasta después del parto, y para entonces ya habrían pasado varios meses. La gran duda ahora era, ¿cómo podía Bill percatarse de un detalle tan minúsculo existiendo otro enorme a un lado y que lo eclipsaba? Tal como decía el dicho, ‘los árboles no le dejaban ver el bosque’.

Fabo volvió a dejar salir una carcajada, y después de diez segundos de no poderse detener, se disculpó con las mejillas ardiendo en rojo y los ojos llorosos. —Perdón, perdón, es que… Es de locos.

—Me da la impresión de que se están jugando una broma a nuestras expensas… —Comentó Tom por lo bajo, dando muestras de cierto mal humor—. Ya dilo.

—Vale. —Georg inhaló y sin más lo dejó ir—: Estoy embarazado.

Para enfatizar su punto, se colocó de perfil y se presionó la camiseta contra la barriga, no que fuera necesario, porque la prenda le quedaba justa y no ocultaba nada.

Los gemelos dieron prueba una vez más, de que a pesar de ser tan diferentes en cuestiones de gustos y vestimenta, básicamente eran la misma persona. En idéntico gesto de boca abierta con mandíbula al suelo incluida, se giraron para ver al otro al mismo tiempo y después cada uno empezó a farfullar sin ton ni son.

—¡Pero…!

—¡¿Cuándo?!

—¿Y el padre…?

—¡Gustav!

—¡Una broma!

—¡Muy graciosos!

—¿O acaso…?

—¿Va en serio?

Finalizado en coro con un: —¡Demuéstralo!

Georg suspiró, y se levantó la camiseta hasta la altura del pecho. Aquel simple movimiento bastó para que los gemelos abandonaran sus lugares y se arrodillaran frente a él para acariciarle el vientre.

—¿Es de verdad? —Susurró Tom, a centímetros de que su mano tocara la piel de Georg.

—Compruébalo por ti mismo —le dijo éste, guiándolo por la muñeca hasta un punto en específico. Apenas Tom posó su mano sobre el vientre de Georg, unas inconfundibles pataditas se dejaron sentir.

—No jodas…

—Qué casualidad, eso fue lo que me puso en este predicamento… —Bromeó Georg con cierta acritud—. Prueba tú, Bill, es tu turno…

El menor de los gemelos así lo hizo, y su expresión de asombro fue una calca de la de Tom. —Wow…

—Seh, se mueve como futbolista.

—¿O sea que…?

—Ajá, es un niño, y no, todavía no hemos escogido un nombre. Es más… Gustav no sabe de su existencia.

—¡¿QUÉ?! —Dijeron a coro los gemelos, y a Georg estuvieron a punto de reventarle los tímpanos.

—Es… complicado. Y no me refiero a ese ‘complicado’ de películas o libros donde en realidad se trata de un malentendido bobo. Créanme, esto es complicado con mayúsculas.

—Ok.

—Vale.

Los gemelos se volvieron a sentar, y con ellos Georg, mientras que Fabi permaneció recargado contra la barra como espectador.

Sin perder tiempo, Georg les dio una versión resumida de los hechos. Abarcó los meses anteriores, desde que había terminado con Veronika hasta que Gustav se había enrolado en Caring Hands. No escatimó en nimiedades, así que también habló de Lena, de su reconciliación, y de cómo hasta los cinco meses había creído padecer de problemas pancreáticos y hepáticos pero nunca de un embarazo.

—Básicamente, ¡boom!, de pronto supe que estaba esperando a Regalito y que no podía darle la noticia a Gus por teléfono.

—Te entiendo —dijo Tom, sorprendiéndolos a todos cuando extendió la mano a través de la mesa y apretó el brazo de Georg con cariño—. Ese mequetrefe no se lo habría tomado bien.

—Seh… Es por eso que he querido hacerle cara a cara, pero cuando no es una cosa, es otra. Por un momento hasta creí que se trataba de alguna maldición gitana o un trabajo de brujería mal ejecutado.

—Pero, ¿por qué Gustav no ha llegado aún? —Preguntó Bill, quien hasta entonces había permanecido silencioso y atento a la historia.

—Ah, eso. —Georg se los explicó lo mejor que pudo; primero como el mes extra que Gustav iba a quedarse en Bolivia, y después el terremoto. Las expresiones de miedo en las facciones de los gemelos le hicieron revivir el miedo con el que había vivido todos esos días—. Ahora se encuentra mejor. Lena está con él y lo cuida lo mejor que puede dadas las circunstancias.

—No sé si estás loco por haberle dejado quedarse ese mes o si lo estás por permitir que esa tal Lena le dé baños de esponja —gruñó Bill—, pero en fin, es un alivio saber que Gustav se encuentra vivo.

—La cuestión aquí, es buscar la manera para traerlo a casa —dijo Georg—. Ninguna aerolínea  de las que hemos contactado nos ha podido vender un mísero boleto, y ya estamos desesperados. Además, Gustav necesita ayuda especial para volver. Por lo que sé, el estado de su pierna es delicado y trae un aparato quirúrgico que ocupa espacio así que ni de broma cabe en un vuelo comercial cualquiera. Tal vez ni siquiera en primera clase.

—Y esta es la parte del plan donde Lolita entra en acción, ¿eh? —Captó Tom de pronto para qué Georg había pedido prestado el avión de su amigo—. Ahora todo tiene sentido.

—Exacto —confirmó Georg sus sospechas—. Si en verdad ese amigo suyo nos permite utilizar su avión, en cuanto se pueda despegar, Franziska y los padres de Gustav partirían a Sudamérica por él y Lena.

—¿Lena también? —Inquirió Bill con una cierta mueca.

—¿Y tú qué? ¿Acaso no vas a ir? —Preguntó Tom al mismo tiempo que su gemelo.

Georg suspiró, porque cansado como estaba, lo único que le apetecía era irse a la cama ahora que por fin todo parecía haberse solucionado.

—Sí, Lena también. Si ha sido tan amable como para permanecer al lado de Gustav sin importar las circunstancias, lo menos que puedo hacer por ella es devolverla a casa sana y salva. Igual que Gus, ella perdió su pasaporte y su maleta, así que sería una mala jugada dejarla sola y sin un euro en un país que no conoce y del que no habla el idioma. Es lo mínimo que puedo hacer por ella, y no repliques, Bill, que se ve que no te gusta la idea pero así es.

Bill dejó salir un sonidito inconforme desde su garganta, pero salvo por eso, no dio muestras de oponerse. Bien sabía Georg que en una situación de ese tipo, se imponía el sentido común antes que los celos, y al parecer el menor de los gemelos también lo iba a aceptar por igual.

—En cuanto a lo otro, no puedo volar. Órdenes de mi doctora. Estoy a una semana de mi fecha de parto, y sería un riesgo estúpido si me lanzo al otro lado del mundo con esta barriga.

—Espera… —Tom abrió grandes los ojos—. ¿Quieres decir que el bebé podría llegar en cualquier momento?

—Ajá —confirmó Georg sus sospechas—. La cesárea está programada para la primera semana de enero, pero dependerá de mi estado físico para determinar el día exacto. Como tú mismo resumiste: Tanto podría ocurrir ahora como en quince días, pero no vale la pena especular.

—Increíble… —Volvieron a decir a coro.

Georg ya no contuvo sus bostezos, uno detrás de otro. Los ojos le pesaban como si cada pestaña suya estuviera hecha de concreto. Una vez la solución apareció al alcance de sus manos, su mente se desconectó como por medio de un interruptor, y ninguna cantidad de cafeína sería capaz de mantenerlo despierto medio minuto más.

—Fabi —se dirigió a su amigo—. Ayúdame a regresar al sillón. Temo no verme con fuerzas para estar en pie por mí mismo.

—Apóyate en mí.

Los gemelos también cooperaron, y en breve volvió a estar Georg recostado en su sillón reclinable y con las piernas elevadas. Esta vez, esperaba él, para recibir el descanso que tanto merecía.

—Yo me encargaré de darle la buena noticia a Franziska, así que deja todo en mis manos —le dijo Fabi mientras le colocaba una manta sobre las piernas—. También les diré a Bill y Tom donde pueden dormir, no te preocupes. Te despertaré en unas horas para ultimar detalles.

—Gracias, Fabi —murmuró Georg, apoyando el mentón y cerrando los ojos.

En cuestión de segundos, ya estaba dormido.

 

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Notas finales:

Nas~
Les anuncio con gusto y mucho orgullo que esta historia tendrá 16 capítulos en total y un pequeño epílogo, así que en tres semanas más nos estaremos despidiendo. *Se limpia los ojos con un pañuelo* Hasta entonces... ¿Qué opinan del desarrollo? En el próximo chap. conoceremos a Regalito y Gustav tendrá tiempo de analizar y reflexionar, pero no nos adelantemos.
Como siempre, graxie por leer y cualquier comentario que me quieran regalar.
B&B~!


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