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Mientras no estabas por Marbius

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16.- Mientras la fuerza de gravedad colocaba cada cosa en su lugar

 

Gustav lo admitía, a veces (por no decir que siempre) era un denso de primera. Bien podrían planear celebrarle una fiesta de cumpleaños sorpresa bajo su propia nariz y él no se percataría de nada. Y sin embargo… Tenía su límite.

—Ow, mamá, estoy tan nerviosa —le susurró Franziska por sexta vez en la última hora a su progenitora, y ésta le apretó el hombro con el brazo que ya tenía en torno a su espalda—. ¿Qué tal si…?

—Shhh, Franny —la mandó callar su madre, y Gustav arqueó una ceja desde su lugar en la cama.

—¿De qué hablan? —Preguntó, cuando se hizo evidente que no lo iban a hacer partícipe de su diálogo.

Franziska denegó con la cabeza, demasiado rápido para que fuera cierto. —De nada. ¿Qué no estabas leyendo? Pues ocúpate de tus asuntos.

Gustav bufó y cerró el libro que descansaba en su regazo. —Eso hacía, o al menos lo intentaba, pero ustedes dos no han parado de hablar y me distraen. En serio, ¿de qué se trata?

—Cosas de mujeres. ¿De verdad quieres saber más? —Lo retó su madre con una sonrisa enigmática, y éste sacudió la cabeza con gesto asqueado.

—No. Paso.

—Eso pensé…

Los cuchicheos prosiguieron, pero Gustav ya no le prestó ni medio gramo de atención a su libro. Pese a que fingió desinterés, no por ello pasó por alto que lo que fuera que se estuviera cociendo… era grande y jugoso.

Si no un chisme, al menos una noticia de grandes proporciones.

 

—… ¡es tan bonito!

—Y tiene un parecido imposible de negar.

—Con unas manitas hermosas y aw…

—Los dos se ven bien en esta fotografía, mira. Un poco cansados pero es normal.

—¿Ya viste los ojos? ¿Y la naricita?

—¡Pero si el cabello! No hay posibilidad de error de a quién se lo heredó. Es el mismo tono.

Aquel murmullo de voces terminó por despertar a Gustav, y con un gruñido, se apartó la almohada de la cabeza y abrió un ojo al cuadro que hacía su familia a los pies de su cama. Reunidos en torno al teléfono de Franziska, tanto su padre como su madre sonreían como nunca antes los había visto.

—¿Qué hacen? —Preguntó, al tiempo en que se tallaba un ojo y se tragaba un bostezo. Un breve vistazo al reloj en la pared le confirmó que apenas eran las ocho de la mañana, aunque la única novedad al respecto es que era primero de enero, el nuevo inicio de año, y que en un par de horas su médico asignado lo daría de alta.

—Uhm… —Franziska fue la única en salir del trance en el que se encontraba, y Gustav la vio abrir y cerrar la boca un par de veces sin que al final profiriera sonido alguno.

—¿Y bien?

—No es nada, cariño, ahora vuelve a dormir —lo desdeñó su madre y le arrebató al teléfono a Franziska. Ella y Tobías no tardaron en salir de la habitación y seguir con su retahíla en el pasillo.

—¿Sabes? —Dijo Gustav a su hermana, incorporándose a medias en la cama y conteniendo la mueca de dolor que las costillas y la pierna le provocaban—. Hasta yo sé qué algo ocurre aquí. Y no es porque de pronto haya desarrollado un grado elevado de sensibilidad, sino porque ustedes son obvios y descarados al respecto. Así que una vez más, ¿de qué carajos se trata?

Franziska le sacó la lengua y puso los ojos en blanco. —¿Acaso tiene que ver contigo?

—No sé, tú dime —la retó Gustav a negarse.

Franziska no lo hizo, en su lugar, se cruzó de brazos y buscó tiempo atusándose el cabello despeinado.

—No es el momento ni el lugar, y tampoco es mi asunto decírtelo así que…

—Ya, se trata de Georg —murmuró Gustav, hastiado de cero a cien por el secretismo que reinaba cada vez que mencionaba su nombre y preguntaba por él—. Por cierto, anoche hablamos.

Los ojos de Franziska se abrieron grandes, y de pronto su aspecto burlón de trastocó por uno de total preocupación. —¿Sí? ¿Y de qué?

—De nada en realidad… —Gustav se encogió de hombros y bajó el mentón—. Tanta distancia entre los dos está cobrando su factura. Lo sentí distraído, y al mismo tiempo era como si… la confianza de siempre no existiera entre nosotros.

—Tantos meses fuera de Alemania tienen su costo, Gus —señaló Franziska lo obvio—. No puedes esperar que todo sea idéntico a como lo dejaste al partir. Georg siguió con su vida… Compró una casa, tomó decisiones, hizo lo mejor que pudo sin ti. Si ahora notas una grieta entre ustedes, pues haz lo que sea necesario para resanarla.

«Más fácil decirlo que hacerlo», pensó Gustav con su buena dosis de amargura. Desde nueve meses atrás, en esa tarde en que Georg se había confesado y exigido una resolución para lo que hacían, ya fuera llamarlo relación o cortar por lo sano, todo entre ellos daba la impresión de rodar cuesta abajo. Gustav admitía, en gran parte se debía a su culpa. Porque de no haberse enrolado en Caring Hands… E incluso así, el aceptar esos tres meses extra en su estancia habían terminado por afectar lo que ya estaba grave. Para retribución kármica por su egoísmo, su pierna, sus costillas y Georg…

—Es que… Fran —levantó Gustav la mirada y fijó sus ojos en los de Franziska sin importarle que estuviera a punto de llorar y mostrarse vulnerable le aterrorizaba—. Tengo un miedo atroz… Di por sentado que Georg siempre estaría a mi lado, que sin importar nada tendríamos nuestro final feliz, y ahora… No tengo certeza de nada. Ni siquiera de si él-…

—Él te ama, es imposible que me equivoque al respecto —lo interrumpió su hermana. En dos pasos, se acercó a su costado y le sujetó la mano—. Pero Gus… Hablo en serio, y es el único consejo que podré darte en la vida que valga la pena: No huyas más. Enfrenta tus problemas, y entiende de una vez que cada vez que le das la espalda a las oportunidades, cierras una puerta que quizá no se vuelva a abrir jamás.

—Lo intento…

—Deja de intentar y limítate a hacerlo —dijo Franziska, presionando con fuerza sus dedos—. Y si te da por vacilar, hazte esta pregunta: ¿Huir me traerá una pérdida o una ganancia?

—Fran…

—Es todo lo que pido, ¿ok?

Gustav suspiró. —Ok.

Lo iba a tomar en consideración.

 

—Mmm… —Georg abrió los ojos y a causa de la luz los volvió a cerrar.

—Despierta, Bello Durmiente —dijo una voz a su derecha—, ya amaneció.

—Nnno —se negó Georg, arrastrando la consonante por cuestiones mecánicas. La lengua en su boca se negaba a cooperar y era molesto—. ¿Donnnde essstoy?

—Sigues en la sala de recuperación —respondió otra voz, en esta ocasión a su izquierda—. ¿Te duele?

—¿Mmme duellle? —Repitió Georg la pregunta. Ciertamente no. Tal vez un poco, pero no estaba seguro. Con facilidad movió los dedos de las manos y de los pies, pero la zona central de su cuerpo resultó ser del todo ajena—. Gusss…

—Él no está aquí —murmuró una tercera voz que salió desde arriba.

Georg volvió a abrir los ojos, y ahí interponiéndose entre la luz del techo y su cabeza, se encontraba la doctora Dörfler vestida con cofia, cubrebocas y un brillo especial en los ojos.

—Todo salió a pedir de boca —respondió a una pregunta que Georg todavía no había formulado—. Regalito está ahora mismo en la sala de incubadoras, pero si quieres conocerlo, puedo pedir que te lo lleven a tu habitación.

Georg asintió, lento de movimientos.

Pronto la camilla en la que se encontraba se puso en movimiento, y Georg se dejó transportar hasta la misma habitación donde horas antes se había hospedado. No tardó en estar recostado de espaldas y con dos almohadas en la espalda y el cuello para hacerle soporte y mantenerse sentado. Los gemelos se encontraban con él, y por una vez mantuvieron silencio mientras esperaban a que el invitado de honor hiciera gala de aparición.

Acompañando a la doctora Dörfler, fue Fabi quien cargó por primera vez a Regalito y ocupó un sitio de honor al costado de Georg mientras le tendía al pequeño bebé en brazos.

—¿Es Regalito? —Balbuceó Georg, incapaz de controlar la emoción que lo embargaba y se filtraba en cada célula suya. Cálido al contacto, el bebé llevaba el rostro parcialmente oculto por la mantita azul que Georg recordaba haberle comprado meses atrás para dicha ocasión.

—Sí, es tu Regalito —confirmó la doctora Dörfler sus sospechas—. Las enfermeras ya se encargaron de darle su primer baño, su primer biberón y también cambiarle su primer pañal. De aquí en adelante, el resto correrá por cuenta tuya.

Georg no perdió tiempo en destaparle la cara, y con asombró comprobó que era tanto su pequeño como el de Gustav. En algún punto durante el embarazo, había llegado a creer que el parecido entre uno u otro padre sería irreconocible, pero no podía haberse equivocado más. Sin lugar a dudas, Regalito tenía el cabello de Gustav en la misma tonalidad de rubio que su padre, pero en contraparte la nariz que coronaba su carita sonrosada era la de Georg. Las cejas también eran las suyas, no así las orejas, las cuales reconoció como las que Gustav tenía. Uno a uno, Georg identificó los rasgos, y comprobó asombrado que Regalito era una combinación precisa de sus dos progenitores.

Como si quisiera demostrárselo, Regalito abrió los ojos y Georg se vio reflejado en ellos, porque detrás de la bruma propia de los recién nacidos, ya se apreciaba la tonalidad verde exacta de su propio iris.

—¿Eres tú el que me pateaba la vejiga, eh? —Le murmuró a Regalito contra la frente. En respuesta, el bebé se agitó en sus brazos y abrió la boca desdentada en un potente llanto.

—Oh, y aquí empieza la pesadilla… —Bromeó Bill.

—Joder, qué pulmones —secundó Tom, cubriéndose las orejas con ambas manos.

—No les prestes atención —le dijo Georg a su pequeño (pero no por ello menos valioso) Regalito—, tus tíos no saben nada de nada.

—Es por eso que yo seré su favorito —intervino Fabi, henchido de orgullo por su parentesco con Regalito. A falta de hermanos sanguíneos para Georg, tanto los gemelos como Fabi habían pasado a ser los tíos honorarios del pequeño Regalito, y cada uno estaba contento con su papel.

Pasando de cada persona en la habitación, Georg apretó un poquito más fuerte a Regalito contra su pecho y aspiró de su cabeza repleta de cabello rubio el aroma que de ahí hasta el día de su muerte, relacionaría con el momento más feliz de su existencia. Acariciándole la espalda, Georg no tardó en tranquilizar al bebé y hacerlo callar casi sin esfuerzo.

—Georg —se dirigió a él la doctora Dörfler esbozando una expresión de profesionalismo—, no quisiera tener que darte esta noticia tan pronto, pero como tu médica de cabecera, estoy obligada a informarte que hubo ciertas… complicaciones durante tu cesárea.

—Uh… —Georg besó la mejilla de su bebé—. ¿De qué se trata? No es algo que afecte a Regalito, ¿o sí?

A su alrededor, el ambiente alegre del cuarto se cortó de golpe. Los gemelos se callaron, y Fabi no tardó en acomodarse a su lado y mantener con él contacto físico.

—Oh, no. Nada de eso —se apresuró la doctora Dörfler en clarificar—. Más bien se trata de ti.

—Dios —musitó Georg, de pronto temiendo lo peor. El desconcierto de los primeros meses de embarazo, de cuando aún no sabía de la existencia de Regalito y las opciones que se barajaban eran pancreatitis y tumores en el hígado, volvió con la misma intensidad de antes.

—Verás, durante la cesárea tuve la oportunidad de ver de primera mano el ovario que te permitió llevar este embarazo hasta término, y por desgracia… —La doctora se mordió el labio inferior—. Lo lamento. Fue necesario extirparlo.

—¿Qué? ¿Por qué? —La boca de Georg se entreabrió de la sorpresa. ¿Eso quería decir que su oportunidad de darle un hermano o hermana a Regalito se había convertido en un cero?

—Una revisión superficial reveló una condición que durante las ecografías no se había tomado en cuenta —prosiguió la doctora Dörfler—. Al momento de la cirugía, encontré que tu ovario se encontraba infestado de crecimientos anormales, probablemente tumorosos.

—¿Cáncer? —Preguntó Tom, el miedo patente en su rostro.

—No exactamente —explicó la médica—. Tengo mis teorías al respecto… Porque resulta curioso que hayas podido llegar hasta esta edad sin un embarazo previo con tu historial sexual. Mi única suposición es que ese ovario se encontraba inmaduro y nunca llegó a trabajar como debía, y así se mantuvo a lo largo de tu adolescencia y vida adulta joven. Por razones que se escapan a mi conocimiento, en algún punto dentro de los últimos dos años, tu ovario se activó y produjo por sí mismo el estrógeno necesario para ponerse en marcha y liberar un óvulo cada mes hasta su fecundación. El resultado es obvio y lo tienes en brazos…

Las miradas de todos en la habitación se posaron en Regalito, y éste se removió en los brazos de Georg.

—Un análisis superficial reveló que los crecimientos en la superficie del ovario son benignos, pero tomé la decisión de extirparlo porque había doblado su tamaño y estaba afectando los tejidos circundantes. Lo siento mucho…

Georg se encogió de hombros. —Ocurrió lo que tenía que ocurrir. Que Regalito esté aquí con nosotros es en sí, su propio milagro. No me atrevería a pedir nada más. Si esta es la manera que tiene el destino de hacerme apreciar su existencia en este mundo, que así sea. No necesito más hijos, con éste me basta.

La doctora Dörfler suspiró aliviada, y su postura perdió el peso que hasta ese instante había venido cargando encima. —Nuevamente, me disculpo. En situaciones así, uno reacciona como médico y nuestra prioridad es preservar la vida… En nuestro papel de dioses de fantasía, a veces estas decisiones tienen consecuencias inesperadas. En tu caso particular… tal vez no hoy ni mañana, pero sí en un futuro cercano, mantener ese ovario dentro de tu cuerpo habría ocasionado problemas mayores. Espero no me guardes rencor por arrebatarte esa oportunidad de tener un hijo más.

—No —denegó Georg con una sonrisa pacífica en labios—, no me atrevería. Muchas gracias por todo, en serio… de parte mía y de Regalito. Los dos te agradecemos lo que has hecho por nosotros.

Rompiendo el estado solemne de la sala, apareció la enfermera encargada de Georg, y consigo traía un biberón con fórmula para recién nacido. Al verla, a Georg se le iluminó la sonrisa.

—¿Está listo para aprender cómo se hace esto? —Preguntó la enfermera, un tanto cohibida por la excesiva cantidad de hombres en el cuarto, cada uno de ellos con expresión bobalicona, y extasiados por la presencia del pequeño bebé.

—Sí —asintió Georg—, estoy listo para todo.

 

Gustav habló con Georg dos o tres veces más antes de ser dado de alta el día cuatro de enero, pero en cada una de esas ocasiones, su madre o Franziska se entrometía y terminaba llevándose el teléfono fuera de la habitación. Gustav no imaginaba por qué, y Georg no era de gran ayuda porque se excusaba con pretextos blandos y sin sentido como ‘me preguntó por la receta del pan de moras’ o ‘ya ni me acuerdo’. De nuevo, Gustav se admitía distraído, pero no a tal grado… Y lo que fuera que estuvieran ocultándole, ya estaba empezando a molestarle que no lo incluyeran.

Al final, su estancia en Chile finalizó, y Gustav fue dado de alta del hospital en silla de ruedas, con un par de muletas para andar por su propio pie en los tramos cortos, una tonelada de medicamentos y órdenes precisas de acudir a un especialista en Alemania que ya había recibido su expediente médico y lo esperaba para continuar con su tratamiento. Para entonces, casi tres semanas después del terremoto, su ansías de volver eran tan grandes que sentía un agujero en el pecho al que nada ni nadie podría llenar sino Georg.

El vuelo se arregló para la mañana siguiente, y Lena volaría y se hospedaría con ellos mientras la embajada rusa en Alemania se encargaba de tramitarle un nuevo pasaporte. Para gran asombro de todos, Gustav incluido, Georg había insistido en que fueran ellos quienes le dieran espacio a Lena en su casa, y la propia Lena había aceptado vía telefónica tras muchas reticencias. Gustav no estaba seguro de cuáles habían sido las razones de Georg para invitarla, e irracionalmente, temía por cualquier venganza que Georg quisiera ejercer sobre ambos por lo ocurrido tantos meses atrás, pero a la vez, Georg había sido tan amable con Lena en todo momento… y las conversaciones que ellos dos mantenían por teléfono eran prueba suficiente de que no existía ni una pizca de rencor de por medio, por lo cual Gustav estaba más relajado que alerta al respecto.

Así que sin más, Gustav, en compañía de su familia y Lena, subió al Lolita temprano el día cinco y desde la ventanilla del avión se despidió de Chile, de Sudamérica, de Caring Hands y de su tiempo ahí. Recordaría esa etapa de su vida con el debido respeto, porque había aprendido mucho durante su estancia en aquellas tierras inhóspitas y apenas tocadas por la mano del hombre, pero por encima de todo, por haberle dado la lección más importante hasta entonces: Podía, porque tenía la capacidad, pero no quería ni prefería estar sin Georg a su lado, y tomaría las medidas que fueran necesarias para que no fuera así.

Y con ese pensamiento en mente, se recostó en su asiento y se dejó llevar por la modorra de los analgésicos y la promesa de largas horas de vuelo por delante.

 

Hubo una escala previa en donde Tobías Schäfer dejó a su mujer e hija en su propia casa, y después se ofreció a llevar a Lena y a Gustav a la nueva dirección de éste con Georg.

Apenas iniciar este nuevo recorrido, Tobías aprovechó un semáforo en rojo para darse media vuelta y dirigirse en ruso a Lena sentada en el asiento trasero.

—Gustav y yo hablaremos un poco de padre a hijo y será en alemán, espero no te moleste la falta de conversación.

—Oh, para nada —dijo Lena, sacando un libro de su bolsa—, puedo entretenerme sola.

Gustav escuchó silencioso aquel intercambio, e igual que cuando era un niño, el estómago se le contrajo de nerviosísimo. Su padre era igual que él, corto de estatura pero recio de cuerpo. Su voz suave había guiado cada paso en su vida, y de su parte siempre había recibido un apoyo incondicional que lo hacía apreciarlo día a día, pero en contraparte, también sabía mostrarse inflexible cuando en su opinión, Gustav la estaba cagando en grande.

—Hijo —inició Tobías el discurso que él había considerado para darle a su hijo la noche previa a su boda, pero que ahora utilizaría, dadas las circunstancias, con algunas modificaciones aquí y allá—, por favor…

—¿Sí?

—No la embarres.

—¿Papá?

Tobías suspiró. —Tu madre y tu hermana me matarían si supieran que me estoy yendo de lengua, pero creo necesario prepararte al menos un poco.

—Aleluya —gruñó Gustav por lo bajo—. Con tanto secretismo de por medio, estaba empezando a sospechar que Georg había regresado con su exnovia y no tenía el valor para terminar conmigo.

—¿Qué? Bah, nada de eso. Georg es, uhm, un buen chico. Un poco atolondrado, y a ratos me cuesta relacionar al mismo chiquillo que pasaba sus horas libres en nuestra casa con el hombre que se ha convertido y con el que tú… ya sabes, mantienes una relación homosexual.

«Así que se trata de eso», racionalizó Gustav, «este asunto gay al fin lo alcanzó».

Pero no podía estar más equivocado, porque las siguientes palabras de su padre fueron como un chorro de agua tibia que le corrió por la espalda: Una sensación extraña al mismo tiempo que reconfortante.

—No es lo que esperaba para ti, pero me siento orgulloso de ustedes dos por dar ese gran paso y permanecer juntos sin importar los contratiempos. En estos meses nos hemos reunido los cuatro en tu ausencia, y si no lo era antes, ahora puedo decir sin lugar a temor a equivocarme que Georg es como un hijo más para mí. Estoy feliz por ambos, Gus, muy feliz y orgulloso.

—Oh, papá… —Murmuró Gustav, enrojeciendo de golpe—. ¿A qué viene tanta vibra rosa? Es decir, me alegra que apruebes nuestra relación pero… sólo contribuyes a hacerme creer que algo no va bien.

—Bien o mal será cuestión del enfoque que le des.

—Carajo, tú también…

—Sí, yo también. Georg fue tajante al respecto, pero ni tu madre, ni Franziska ni yo queremos que seas tú quien arruine su única oportunidad por falta de advertencias. Si en verdad no has sido capaz de reflexionar durante los nueve meses transcurridos desde la última vez que estuviste en Alemania acerca de qué quieres para tu vida y cuánto estás dispuesto a sacrificar para obtenerlo… me dolerá decirlo, pero las consecuencias de tus actos serán tuyas y tú las sufrirás. ¿Comprendes, hijo?

—No del todo, pero… sí.

—Elige lo que es correcto.

—Es un tema bastante subjetivo, papá —murmuró Gustav encogiéndose de hombros—. ¿Y cómo sabré cuál es esa decisión ‘correcta’ a la que se supone debo seleccionar? —Enfatizó con comillas en el aire.

—La sabrás, ya sea porque lo sientas con el corazón o lo pienses con la cabeza, la respuesta será la indicada.

—Uhm, mira a quién se lo dices… He dado media vuelta a tantas oportunidades en los últimos años que ya no sé cómo no ser un cobarde de la peor calaña. Georg ha tenido una paciencia de santo que wow, ¿de qué manera se lo compenso? ¿Cómo lo agradezco?

—Tú sabes cómo, Gustav —le dijo su padre, aventurando su mano entre los dos asientos y posándola unos segundos sobre la de su hijo—. Confía en ti mismo y lo demás caerá bajo su propio peso. ¿De acuerdo?

Gustav asintió con resignación, no muy seguro, pero de cualquier modo dispuesto a enfrentarse a lo que fuera.

—De acuerdo.

 

Georg no se anduvo por las ramas. Estaba cansado, adolorido, con callos en el alma por roces repetitivos con la misma piedra. Gustav había sido su piedra, y no iba a tolerar un error más, por diminuto que fuera.

La cuestión era, sí o no; sí a quedarse y a ser el padre de Regalito con las consecuencias que eso trajera, o no y… Retirarse. Salir de su vida y de la de su hijo sin posibilidades de volver.

Con ello en mente, Georg se inclinó sobre la cuna de Regalito y lo besó en la punta de la naricita que reconocía como suya.

—¿Pueden cuidarlo un rato? No tardaré —les pidió a los gemelos, y estos aceptaron de buena gana.

Fabi fue quien lo acompañó escaleras abajo, y juntos esperaron escasos diez minutos a la llegada de Gustav, su padre y Lena. Cuando el automóvil se estacionó en la entrada, Georg se imaginó a sí mismo escapando por la puerta trasera, y cuando Fabi se encargó de abrir la puerta principal y recibir a sus invitados, Georg apenas si atinó a ponerse de pie con esfuerzo y saludar con una inclinación de cabeza.

—Hola —saludó primero a Tobías, y éste al estrecharle la mano le preguntó cómo estaba. En su tono, la inflexión precisa para preguntar más allá de la simple formalidad—. Todo bien, pronto como nuevo.

La siguiente fue Lena, y a ella le tembló la mano por media fracción de segundo antes de que el roce se diera. La encontró él tibia al contacto y de una calidez inigualable.

—Uhm, gracias por recibirme en tu casa y por la ayuda prestada —dijo Lena en inglés, y Georg murmuró que no era nada. Sin necesidad de caer en un momento incómodo, los dos gravitaron alrededor del otro mientras se abrazaban y cualquier rencor que pudiera flotar en el ambiente se disolviera.

Hasta entonces, Gustav permaneció sentado en su silla de ruedas y con la pierna extendida al frente, inseguro de sí recalcar su presencia con un burdo carraspeo o esperar su turno.

El abrazo de Lena y Georg duró casi un minuto, y al separarse, los dos llevaban los ojos húmedos.

—Uhm, él es mi amigo Fabi —presentó Georg a Fabi con Lena, y los dos se estrecharon las manos con cierto interés patente—. Él te enseñará la habitación donde te quedarás mientras dure tu estancia con nosotros.

—Muchas gracias —dijo Lena, y siguió a Fabi escaleras arriba, los dos enfrascados en una plática ligera en inglés.

—Yo me retiro. Erna me espera para la cena. Si pasa algo… no dudes en llamar, Georg —dijo Tobías, y después se dirigió a su hijo—. Recuerda lo que hablamos antes. No la embarres —susurró lo último para que sólo él lo escuchara.

Gustav torció un poco la boca, pero de igual manera prometió que así sería.

Intercambiando un abrazo con Georg y luego otro con Gustav, Tobías se retiró, y al cerrarse la puerta principal de la casa, cayó sobre ellos una atmósfera asfixiante.

—Uhhh —tanteó Georg el terreno—, ¿te puedo ofrecer un vaso de agua, o prefieres un refresco?

—No, así estoy bien.

—Vale.

Georg avanzó en dirección a uno de los sillones, y ahí se sentó con cierta ceremonia. Gustav lo siguió, usando las manos para impulsarse y quedar frente a él.

—Imaginé nuestro reencuentro un poco diferente a esto —dijo sin reproche alguno en su voz.

—Ya, yo igual —replicó Georg con los ojos enfocando al suelo—. Creí que sería imposible no saltarte encima y cubrirte de besos pero…

—Todavía puedes hacerlo —musitó Gustav con anhelo claro.

Georg sonrió un poco, y ladeó la cabeza. —Gus…

El aludido resopló. —Por favor, ¿podemos dejar de lado tanta… falsedad? Estos no somos nosotros. Me niego a creer que el tiempo nos arruinó, porque te tengo a un metro de distancia por primera vez en nueve meses y en lo único que puedo pensar es en besarte hasta que me ardan los labios.

La sonrisa de Georg se ensanchó. —Mira bien a quién se lo dices. Tampoco fue fácil para mí. Tantos meses de abstinencia me han provocado problemas en la muñeca de los que nunca he padecido tocando en el bajo por tantos años.

—Jo —rió Gustav, aliviado de que su reencuentra estuviera yendo por buen camino—, ¿ya empezamos con las confesiones? Porque yo tengo las mías.

Por inercia, Georg alzó el rostro y sus ojos se encontraron con los de Gustav por una fracción de segundo. Lo que éste vio en ellos rompió con la ilusión de estar haciendo progresos.

—¿Qué pasa?

—Yo… —Georg se pasó la lengua por los labios—. Tenemos que hablar.

—Ok —concedió Gustav—, ya me lo esperaba. Dispara.

«Qué elección de palabras», pensó Georg, porque estaba seguro, el impacto de sus noticias sería tendrían la fuerza de una bala.

—Besé a Fabi —confesó primero—. O más bien, él me besó, pero después yo le correspondí. Fue esa única vez y no se volverá a repetir porque somos amigos y nada más, pero… seh, quería ser honesto contigo al respecto. No lo hice con afán de venganza, si es lo que temes, y tampoco te lo digo con intención de lastimarte. Es lo que ocurrió y ahí acaba. Habría sido más fácil ocultarlo, pero no quiero empezar con mentiras en este punto.

—Wow… —Gustav exhaló lentamente, y sus manos juguetearon con el borde de su camiseta—. Si tú dices que es… un hecho de una ocasión, que así sea. No hay nada que perdonar. Está olvidado y en el pasado se va a quedar. No hay rencores.

—No es todo…

—¿Sólo se besaron o también…? —Gustav dejó la oración en el aire.

—Es diferente. Uhm… Y he dado tantas vueltas a este asunto que… —Georg se pasó la mano por la nariz—. Gus, Gusti… No te enojes.

—Puedes decírmelo —murmuró Gustav, acercándose tanto como la silla de ruedas se lo permitía y apretando una mano de Georg entre las suyas—. Aquí estoy.

—Mientras estuviste fuera… Yo, uhm, tuve un bebé —musitó Georg.

La fuerza en las manos de Gustav se disparó, y Georg esbozó una mueca de dolor cuando sus dedos se vieron comprimidos bajo una fuerza descomunal.

—Debí decírtelo en cuanto me enteré, pero no supe cómo… No tuve el valor. Me convencí de que por teléfono no era el método indicado, que merecías enterarte mientras te lo decía cara a cara. Y los meses no dejaron de acumularse… Tantas veces estuve a punto de decírtelo pero no encontré coraje necesario…

—Así que era esto de lo que todos cuchicheaban… —Dijo Gustav, aflojando el agarre de sus manos y acariciando a Georg con una delicadeza impropia a sus acciones previas—. Está bien, puedo con esto.

—Pero-…

—En serio —aseveró Gustav con un suspiro—. Las ideas que pasaron por mi cabeza eran mucho peores. ¿Un hijo? Puedo con eso.

—¡Pero Gus-…!

—En serio, no mentiré diciendo que no estoy pasando por una especie de shock, pero a la vez… Veo la luz al final del túnel. No voy a huir. No estaba en mis planes a corto o largo plazo. He tenido tiempo para reflexionar, y nada me apartará de tu lado, ni siquiera este contratiempo. Estaremos juntos a como dé lugar.

—¿Estás… bien con esto? ¿En serio? —Preguntó Georg con labios temblorosos y ojos húmedos.

—Bueno…  Entiendo que no será fácil, pero podremos llevarlo bien entre los tres. Tal vez Veronika tenga sus reticencias, pero podemos pelear por su custodia, y uhm, ¿qué es? Es decir, ¿niño o niña? ¿Ya han elegido un nombre?

—¿V-Veronika? —Balbuceó Georg antes de que cayera sobre él la realización de qué suposición errónea había tomado Gustav como cierta—. No, te equivocas.

—¿Uh?

Yo tuve un bebé. Yo —recalcó, y con la mano libre se tocó el vientre cubierto tras la camiseta.

—No entiendo.

—Yo estuve embarazado, yo di a luz a un bebé; Veronika no tiene nada que ver en esto. Es más, no la he visto en meses. Dudo que sepa de todo este asunto.

—¡¿Q-Qué?! —Trastabilló Gustav, abriendo los ojos hasta dar la impresión de que se le iban a salir de sus cuencas—. ¿Pero cómo? ¿Dónde está el bebé? ¿Quién es el-…? ¡Oh! Mierda… ¿Soy yo?

Georg asintió. —Eres tú. Y tienes que creerme, la explicación es bizarra y a mí también me costó asimilarlo, pero no te engaño. Regalito es nuestro hijo. De los dos; de tu sangre y de la mía.

Gustav sonrió, pero en su expresión se reflejaba un cierto grado de pánico y también de ansiedad. Sus labios se paralizaron en asimetría, y su dueño dejó escapar un sonido doloroso desde el fondo de su garganta.

—¿Regalito? —Articuló después de mucho esfuerzo.

—Fue el nombre que le di mientras esperaba a informarte —explicó Georg con sencillez—. Nació en Año Nuevo por cesárea.

—Entonces esa llamada el día anterior… Dios, Georg, debiste de haberte sentido tan solo…

—No estaba solo. Los gemelos y Fabi estaban conmigo. Franziska también me acompañó durante estos meses, y también tus padres y mamá al final. Nunca me sentí solo, pero te extrañaba…

—Lo siento, lo siento tanto —rompió Gustav a llorar y Georg se inclinó al frente para abrazarlo. Él también dejó correr las lágrimas que tanto le quemaban detrás de los párpados, y los dos se fundieron en un abrazo que junto sus pechos e hizo a Gustav sisear por el dolor de sus costillas, pero no por ello dejó ir a Georg—. De haber sabido… Joder, por nada del mundo habría aceptado esos meses más. Habría vuelto, nada me lo habría impedido…

—Quizá —musitó Georg—, o quizá era como debía ser. Estás aquí ahora, y es lo único que me importa. A menos que…

—¿Qué? —Inquirió Gustav separándose un poco—. ¿De qué se trata? —Exigió saber a escasos centímetros su rostro del de Georg. A tan reducida distancia, bastaría que uno de los dos se moviera para que sus bocas se conectaran.

—¿Te quedarás? Y no hablo de ti como un ente físico, sino… ¿Estarás para mí y Regalito, o vas a huir? Porque te lo juro, Gus, es la última oportunidad que te voy a dar en lo que me queda de vida, y no me tentaré el corazón para arrancarte de cuajo y extirparte de nuestras existencias. Regalito crecerá sin un padre, pero si es así porque tú lo elegiste de esa manera, pues mejor para él y para mí.

—No.

Georg frunció el ceño.

—¿No qué?

—No huiré. No me voy a ir. No les daré la espalda… —Gustav unió sus labios contra los de Georg, y ese besó lo selló todo entre los dos—. Estoy con un miedo que te cagas, pero lo voy a enfrentar…

—Tú siempre tan romántico —musitó Georg, sonriendo de oreja a oreja, pero con gruesos lagrimones corriendo por sus mejillas sin parar.

—Quiero conocerlo, quiero cargarlo, quiero… Dios, ¿se parece a ti, a mí o…?

—Es nuestro bebé, Gus —enfatizó Georg la palabra central—. Compruébalo por ti mismo.

Separándose lo necesario para poder dar paso, Georg ayudó a Gustav a colocarse las muletas debajo de cada brazo, y juntos se encaminaron escaleras arriba. Fue un viaje penoso y cada tres tramos Gustav se detenía para recuperar el aliento y recargarse en la pared, pero en ningún momento dio muestras de rendirse. Todo lo contrario, pues apenas encontrarse en el rellano, pidió indicaciones de a dónde seguir.

Georg los guió en la dirección correcta, y enorme fue su sorpresa cuando al abrir la puerta encontró a Lena sentada en la mecedora que tenía dentro de la habitación de Regalito, y en sus brazos sostenía al pequeño bebé mientras le hacía mimos.

—Oh —exclamó ella al verse sorprendida. De sus labios escaparon frases en ruso que nadie salvo Gustav entendió.

—Dice que lo escuchó llorar, y al ver que ni los gemelos ni Fabi podían tranquilizarlo, decidió intervenir —explicó Gustav—. Uhm, ¿pregunta si es tu hijo o el mío?

Georg intercambió con Gustav una mirada. —¿Podemos confiar en ella?

—Claro —afirmó Gustav—, le confiaría de nuevo mi vida si fuera necesario.

Georg dio por buena su respuesta. —Bueno —se dirigió a Lena en inglés—, este pequeño es Regalito, uhm, y la historia de su nacimiento es un poco peculiar pero… Estoy seguro que sabrás apreciarla y mantener el secreto.

Lena enarcó una ceja. —Adelante, estoy intrigada.

—Bueno —empezó Georg con su relato—, todo pasó mientras Gustav no estaba…

 

Tarde, ya muy tarde en la noche, Georg yació en ropa interior y de costado en su cama, con Gustav a un lado y en igual estado de vulnerabilidad. Cada uno con sus heridas de guerra. En Georg, el vendaje que le cubría el vientre y la cicatriz que ahí llevaría hasta el fin de sus días; en Gustav, las costillas en proceso de sanación que se hacían notar con cada respiración y la pierna apoyada en almohadones para no dañarla más. Entre los dos, Regalito ocupaba su sitio y dormía con una tranquilidad impropia para un recién nacido. Hacía rato que la casa permanecía en penumbras, e incluso el televisor en la planta baja guardaba silencio después de que los gemelos se dedicaran a ver películas por el resto de la velada. Fabi y Lena también se habían retirado a sus propias habitaciones, no sin que antes Georg vaticinara para ambos un cierto interés mutuo que ninguno de los dos había rebatido.

—Me siento tan feliz, el pecho podría estallarme de emoción —musitó Gustav acariciando la cabecita de Regalito cubierta por una gorra de lana.

—Mejor no —gruñó Georg en ademán juguetón—. Aún nos falta mucho por decidir.

—¿Cómo qué?

—Para empezar, un nombre. Regalito tiene su gracia, pero no creo que sea el adecuado.

—Vamos, que Regalito Schäfer-Listing tiene su toque.

—¿Con que Schäfer-Listing? Yo habría pensado que fuera al revés.

—Tsk, detalles, detalles… —Le restó Gustav importancia—. Cualquier opción que decidas, estará bien por mí.

—Hablando de eso… Los gemelos insistieron en que leyera un libro de nombres de bebés, y aunque me prometí que no tomaría ninguna decisión mientras no estuviera seguro de si te afectaría o no… Erm, encontré uno que me agrada.

—¿Sí?

—Selik. Significa ‘bendito’, y no sé… ¿De qué otra manera definirías el poder llevar a cabo un embarazo de este tipo sin un cierto toque divino? Algo dentro de mí se contrajo cuando lo vi, supe que tenía que elegirlo. Llámalo un presentimiento, pero… me gusta.

—Igual a mí. Y si se trata del mismo libro que encontré en el baño, uhm, pues también tengo una petición.

—¿Ajá?

—Gavril.

—¿Gavril?

—Es la versión rusa de Gabriel. Ya conoces a mi familia, siempre en conexión con sus raíces eslavas, y mamá no permitiría que Regalito creciera sin aprender ruso como el resto de nosotros.

—Carajo… Tendré que enrolarme a un curso exprés o algo así —murmuró Georg—. Está bien —cedió por último—. Selik Gavril, me agrada. Casi tanto como Regalito.

—¡Hey! Que sería un trauma para él si crece con semejante apodo. Y a todo esto, ¿por qué?

—Oh, porque… —Georg se acercó a Gustav y al oído le dio el razonamiento de por qué Regalito era su Regalito—. ¿Entiendes ahora?

Gustav tragó saliva con dificultad. —Es lo más tierno que he escuchado en mucho, mucho tiempo.

—Es… la idea a la que me aferre para pasar por esto sin ti —musitó Georg—. Patético y todo, pero me sirvió sin falla en cada ocasión que creí hundirme bajo el peso de esta situación.

—Lo sien-…

—No lo digas —lo calló Georg con un beso—. Estás aquí, es lo que cuenta, y si esto fue lo que tomó para que este momento ocurriera, lo volvería a vivir sin dudarlo.

—Gracias… Gracias de verdad, por todo. Por tu paciencia, por darme el mejor regalito en el mundo… Gracias, Georg —balbució Gustav, sobrecogido por un sentimiento de gratitud imposible de sobrellevar solo.

—No, gracias a ti… —Llevándose el dedo índice y medio a los labios, Georg después los presionó contra la boca de Gustav en un beso a distancia. Tendría que ser así, si es que querían evitar el riesgo de despertar a Regalito—. Juntos, estaremos bien los tres.

—¿Sí? ¿Lo prometes?

—Sí —dijo Georg, curvando los labios en una sonrisa de paz absoluta—, es algo que aprendí… mientras no estabas.

—Ah.

—Ah, en efecto.

En medio de ellos, ajeno a las circunstancias y a sus esfuerzos por no perturbar su sueño, Regalito, ahora Selik Gavril, despertó y empezó a llorar.

Así daba comienzo una nueva etapa que incluiría un miembro más, e inesperada como la que más, ni Georg ni Gustav habrían elegido diferente.

A nueve meses de distancia entre la confrontación y la resolución, los resultados no habrían podido salir mejor. Regalito era la prueba de ello.

 

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Notas finales:

Nas~
Capítulo final y esperen al próximo martes por un epílogo repleto de fluff y con un par de sorpresas para cerrar todos aquellos cabos sueltos. Perdonarán si me pasé de cursi, o si Gustav no se desmayó o salió a la carretera empujando su silla de ruedas en frenesí de pánico. Por una vez, el pobre hombre merecía tener reacciones de adulto y aceptar que la vida se toma tal como viene. No por nada vivió semejante terremoto y acabó tan maltrecho sin una enseñanza, ¿eh?
Espero les haya gustado. Nos vemos el próximo martes por última vez. Graxie por leer.
B&B~!


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