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Mientras no estabas por Marbius

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15.- Mientras la culminación de nuestros actos se manifestaba en cifras conocidas

 

El vuelo se programó para el día veintiocho al mediodía, y la llegada se calculó para casi veinticuatro horas después. Debido a cuestiones estructurales, Franziska no fue capaz de conseguir un sitio en el cual aterrizar dentro del aeropuerto de Chile, así que en su lugar iban a aterrizar en Argentina y de ahí moverse vía terrestre hasta su lugar de destino.

Durante el proceso de preparación, Georg no pudo evitar fruncir el ceño y manifestar su desagrado por ser quien se iba a quedar atrás, pero la doctora Dörfler había sido clara al respecto: Volar era un riesgo innecesario. Y como confirmación de ese hecho, había programado su cesárea para cualquiera de los primeros tres días de enero, a lo que Georg había respondido que cuanto antes mejor. Como tal, se internaría el último día del año, y a modo de augurio, Regalito arribaría al mundo con las luces del primer día del nuevo año. Cualquiera que fuera el significado, Georg lo vio como un vaticinio de buena fortuna y lo aceptó como parte del destino.

Al final, una vez que se había decidido que sólo la familia Schäfer volaría, y como único acompañante extra irían los dos pilotos que se encargaban del correcto uso y manejo del Lolita, Georg se había visto obligado a aceptar que los gemelos pasaran en su casa el resto de sus vacaciones. Melissa, su propia madre, ya tenía también planes de quedarse en una de las habitaciones de invitados, y a Georg no le había quedado de otra más que amueblar otro cuarto de los que tenía vacíos y hacer espacio.

Con Fabi, Bill, Tom y ahora su madre haciendo bulto, Georg pensó que se iba a sentir acosado sin un rincón dentro de su propia casa a donde ir para estar solo, pero extrañamente no ocurrió así. A su alrededor, familia y amigos le daban su espacio y eran corteses en cuanto a no apabullarlo. Sin embargo, una vez levantada la veda en torno al tema de Gustav y Regalito, las preguntas no dejaron de llover sobre su cabeza, y Georg se mantuvo firme: Cada cosa caería en su sitio una vez que éste regresara y decidiera si su futuro iba a ser compartido o no.

Ensimismado con los detalles del viaje, Georg se sorprendió gratamente cuando la noche anterior antes del vuelo, la familia completa y los amigos cercanos se reunieron en torno a su mesa y celebraron una pequeña cena en su honor.

—Puedes verlo como el baby-shower que no tuvimos ocasión de prepararte antes —le dijo Franziska mientras lo abrazaba y le plantaba un beso sonoro en la mejilla—. Incluso hay pastel y regalos.

—¿Regalos para Regalito? —Georg sonrió, agradecido por el afecto demostrado.

—Ajá —se le acercaron esta vez los gemelos, cada uno con una caja grande en las manos.

—No sabíamos bien qué comprar, así que Fabi nos ayudó —se explicó Bill.

—Me lo puedes agradecer después —dijo el aludido.

Georg pasó un rato más recibiendo bolsas y envoltorios decorados con grandes moños en tono azul y verde pastel. Para encanto suyo, cada uno de los presentes se había esforzado por hacer de aquella reunión una memorable, y eso hizo que a Georg se le humedecieran los ojos.

—No se imaginan lo feliz que me siento de tenerlos a todos ustedes aquí conmigo en este momento… Es como si… —Georg se sorbió la nariz y se limpió el borde del párpado con una manga—. Pase lo pase, el saber que Regalito y yo podemos contar con ustedes es… Muchas gracias, en serio.

Melissa se apresuró a abrazarlo, e igual hizo la mamá de Gustav, quien no defendió a su hijo por sus acciones que los habían llevado hasta ese punto. Bien sabía ella que su retoño tendía a evadir sus problemas antes que enfrentarlos, y disculparlo estaba de más. Ante todo, ella se recordaba que lo importante era su nieto y hacer todo lo posible para que Georg les permitiera a ella, a su esposo y a Franziska el mantener el contacto con el bebé. Si Gustav estaba o no dentro del cuadro, era secundario, porque no pensaba meterse en un asunto que no le correspondía.

Después de recuperarse, Georg fue quien insistió en pasar al comedor y dar cuenta de la cena. Para la ocasión, habían sido los gemelos quienes dieran la sorpresa de la noche al preparar cada uno de los platillos. Los halagos no se hicieron de esperar, y Georg tuvo que dar su brazo a torcer porque en verdad que todo estaba delicioso. Tenía años sin probar una comida de tres tiempos tan magnífica. La culminación de la reunión llegó en la forma de un pastel de chocolate del que Georg comió tres rebanadas y anunció que con gusto sufriría de las agruras por una más.

En sobremesa, bebieron té y café al gusto según fuera su elección, y pronto Georg se sintió de lo más cómodo en su sitio y rodeado de su familia sanguínea y también de la política. La única persona que faltaba para hacerlo de lo más dichoso era Gustav, y aquel simple pensamiento hizo que sobre el rostro de Georg cruzara una sombra de pesadumbre que no le pasó desapercibida a Fabi, sentado a su lado.

—Él volverá… —Le susurró para evitar intromisiones de los demás. Para enfatizar su punto, le apretó la mano por debajo de la mesa.

—Ya, pero quisiera saber yo si a Alemania o a mi lado… —Respondió Georg, jugueteando con la cucharilla dentro de su té de manzanilla—. No me hagas caso. Estoy arruinando la velada con mis idioteces.

—Si es importante para ti, entonces lo es para nosotros por igual.

—Mmm…

—¿Qué tanto cuchichean ustedes dos? —Intervino Franziska, y bastó una mirada de Fabi para que ella comprendiera—. Oh, perdón.

Georg se disculpó, y se encaminó al baño más cercano. Una vez dentro y con el pestillo puesto, bajó la tapa del inodoro y se sentó ahí a la espera de que el feo sentimiento que se había apoderado de sus pensamientos decidiera marcharse. Georg no quería arruinar el ambiente festivo que reinaba en la casa, pero no había manera de sacarle la vuelta; cada vez que su mente divagaba, terminaba siempre en el mismo agujero oscuro.

Pese a sus resoluciones de ser fuerte, darse su lugar y mantener la cabeza en alto con altivez, lo que Georg más anhelaba en el mundo era ponerse de rodillas y suplicarle a Gustav que no lo abandonara. Si al menos no era por él, que fuera por Regalito… La estampa era una que le revolvía el estómago, y estaba consciente, se odiaría por su debilidad, por caer en lo que él consideraba como una humillación total, pero que de saber a ciencia cierta su efectividad, no titubearía en realizar. La vida sin Gustav, el panorama de que así fuera, le ocasionaba escalofríos, y tarde en la noche, le impedía dormir sino hasta bien entradas las horas de la madrugada.

Al diablo con el orgullo, porque no quería estar solo, pero más importante, no quería pasar el resto de su existencia sin Gustav.

—¿Me perdonarás si por mi culpa sólo me tienes a mí? —Le preguntó Georg a su largo vientre, acariciándose por encima de la camiseta—. No es que tu otro padre no te pueda llegar a amar como lo hago yo, pero… A veces la tiene difícil para ser espontáneo. No enfrenta bien los golpes de la vida, y en su lugar… se escapa.

Como si el bebé en su interior lo escuchara, Georg sintió un par de pataditas rítmicas contra las costillas. Su propio código Morse que él quiso interpretar bajo una luz positiva.

—Todo saldrá bien al final, de eso me encargo yo —musitó, apoyando la palma justo donde los golpes se dejaban sentir con más fuerza—. No permitiré que nadie te haga daño, y estaremos bien, incluso si sólo se trata de nosotros dos… Saldremos adelante, y no te faltará cariño, porque tienes una familia que desde ya te adora y aguarda a que estés aquí con nosotros. Los abuelitos Schäfer te esperan con ansías para consentirte y que seas su nieto favorito… Y tú tía Franziska igual, aunque se empeñe tanto en meterte a lecciones de piano. Tu abuelita Melissa también cuenta los días para conocerte, y hay tanta gente que ya quiere verte… Porque no fuiste un bebé planeado en lo absoluto, pero… —Georg se atragantó y las siguientes palabras le salieron con sumo esfuerzo—, pero sí esperado por todos.

Georg se tomó unos minutos para sí, y antes de salir se lavó la cara y se aseguró de que su aspecto fuera el adecuado. Pese a que por dentro se sentía ajado y sin esperanza, aun así se forzó a sonreír y a pasar esa última noche en compañía de quienes le apreciaban y deseaban lo mejor para él y Regalito.

Era lo menos que les debía por su apoyo incondicional.

 

Nada había preparado a Gustav para la emoción que lo embargó cuando después de largas horas de ansiedad, el doctor que lo atendía se presentó con su familia caminando detrás de él. Su padre y madre estaban igual que siempre, no así Franziska con un nuevo corte de cabello y una calidez extraña en los ojos cuando no se contuvo más y se lanzó sobre él para abrazarlo.

—¡Gussss! —Chilló contra su oído, apretándolo fuerte.

Uhhh, sus costillas —dijo Lena en inglés. Hasta entonces, había permanecido apartada en su sitio, pero se inmiscuyó al ver la expresión adolorida de Gustav cuando la mujer que sin lugar a dudas era su hermana (el parecido sanguíneo los delataba) lo estrujó hasta sacarle lágrimas—. Gustav tiene cuatro costillas rota, así que le duele cuando lo tocan así.

—Oh, mierda, es cierto —se disculpó Franziska, soltando a su hermano—. Mucho gusto, yo soy la hermana de Gustav, me llamo Franziska y ya nos conocemos por teléfono —saludó a Lena en ruso, tendiéndole la mano en un gesto cortés—. De parte de nuestra familia y de Georg, te agradecemos todo lo que has hecho por él.

—No hay de qué —le restó Lena importancia al asunto—. Uhm, hola —se dirigió después a los padres de Gustav, que igual le estrecharon la mano y se presentaron como Tobías y Erna Schäfer, también en la lengua materna de Lena.

Si Gustav llegó a temer por algún momento incómodo entre los presentes, su miedo se evaporó apenas Lena y su madre se enfrascaron en una conversación referente a sus lugares de origen, ya que la abuela materna de Lena era de la misma ciudad que la abuela por lado paterno de su madre. Su padre no tardó en unírseles, y los tres no tardaron en hacer buenas migas.

—Qué novedad. Mamá es incorregible —dijo Franziska arrastrando una silla al costado de la cama de Gustav y sentándose ahí—. Donde quiera que vaya, ella siempre termina haciendo amigos.

—Dale crédito a Lena, ella también es muy agradable —contribuyó Gustav a la plática.

—Te lo creo. Debe serlo para que Georg no sienta ganas de arrancarle las uñas de una a una por lo que hizo contigo…

Gustav tragó saliva. —Franny…

—Ya sé —gruñó su hermana—. Georg me previno de tomar justicia por mi cuenta. Estás perdonado, así que no puedo reclamarte nada en lo absoluto, pero… imagina lo que pienso al respecto y multiplícalo por cien si quieres aproximarte.

—Lo que ocurrió entre nosotros es agua vieja bajo el río. Ahora somos amigos y nada más —finiquitó Gustav ese asunto—. Ahora explícame cómo y por qué Georg fue capaz de rentar un avión privado para llevarme de vuelta a Alemania, pero no tuvo el valor para venir él mismo. ¿De qué va esto?

—¿No te dijo nada?

—No. Sólo que me extrañaba y que contaba los días para mi regreso. Y yo… —Gustav suspiró—. Puedes decírmelo, Fran, ¿se trata de alguien más? ¿Georg está… viendo a otra persona? Porque francamente, sólo así me explico su desapego.

—Gus…

—No es que sienta que me ha dejado de querer, pero hay una cierta distancia entre los dos cuando hablamos por teléfono. No puede ocultármelo, pero tampoco me atrevo a preguntar.

—Pensé que no tenías permitido hacer llamadas telefónicas —acotó Franziska sus palabras, ganando más tiempo para responder las inquietudes de su hermano.

—En teoría, no. Pero da igual, hemos hablado unas cuatro o cinco veces desde que estoy aquí, y siempre tienen que ser llamadas cortas de menos de dos minutos porque si no aparece alguna enfermera y me regaña en español. Aun así… me bastan para saber que algo no marcha bien entre los dos.

—Mmm, vale… —Franziska cerró los ojos y se tomó unos segundos antes de hablar—. Sólo te diré que no está en mi inmiscuirme, y puede que te perjudique más que hacerte un bien, pero… Esto tendrás que tratarlo con Georg una vez que todo regrese a la normalidad. El enfoque que le des tú de ahí en adelante será decisivo. Y es todo lo que te puedo decir ahora.

—¿Te das cuenta de lo críptica que resultas? —Le comentó Gustav con una ceja arqueada y aspecto de pocos amigos—. Sólo aclárame algo: ¿Se trata de un tercero en nuestra relación?

Franziska pensó en Regalito, que de algún modo sería ese ‘tercero’ involucrado en su relación. Claro que compararlo con una infidelidad era una exageración, pero en tecnicismos, contaba como tal.

—Uhm… —Franziska arrugó la nariz—. No te es infiel, así que olvídate de esa posibilidad. Ya te darás cuenta por ti mismo de qué se trata una vez que hables con él, y como dije antes…

—Es cuestión de enfoque —repitió Gustav la frase de antes y sin entender qué tenía que ver con él o con Georg. A su debido tiempo, supuso, aunque no por ello se sintió aliviado.

—Exacto.

Antes de que Gustav o Franziska pudieran agregar algo más, sus padres y Lena se les acercaron e interrumpieron cualquier diálogo entre los dos.

Por el momento, cualquier tema referente a Georg quedó delegado a segundo plano.

 

El viaje había transcurrido tal y como se esperaba. Franziska tardó casi las cuarenta y ocho horas en comunicarse de vuelta con Georg, pero las noticias eran buenas: Habían arribado a Chile sin problemas y ya estaban con Gustav. Por desgracia, dentro del hospital no se les permitía hacer llamadas (eso Georg ya lo sabía por Lena) y tendrían que esperar hasta que a Gustav lo dieran de alta para poder intercambiar palabra alguna. Hasta entonces… esperar. O mejor dicho, planear.

—¿Ya tienes la maleta lista? —Preguntó Fabi parado bajo el marco de la puerta de la habitación de Georg, y éste denegó con la cabeza—. Bah, no es que quiera meterte prisa, pero pensándolo mejor sí.

—No tienes qué insistir, ya lo sé —gruñó Georg, indeciso de cuáles prendas empacar para su breve estadía en el hospital.

La doctora Dörfler no había sido muy clara al respecto, y Georg iba a ciegas en cuanto a la elección de prendas. Claro que en cuanto llegara a la sala del hospital que había reservado para él, familia y amigos (¡bendito fuera el dinero ganado con la banda!) se tendría que poner la temible bata con abertura trasera que nada iba a dejar a la imaginación, pero suponía él, al menos necesitaba un cambio de entrada y otro de salida.

Empacar para Regalito era más sencillo. Su madre había pasado más temprano en la mañana y ella misma se había encargado de alistar la maleta que contenía lo ‘esencial’, aunque Georg dudaba realmente que así fuera, considerando que la maleta pesaba al menos diez kilos. No sólo había empacado Melissa tres cambios de cuerpo completo, sino además varios diminutos conjuntos de guantes, calcetines y gorritos. Una manta gruesa también doblada con cuidado al fondo, pañales, varios biberones, y otras tantas parafernalias de las que admitía desconocimiento total y de las que se tendría que aprender su uso una vez regresara a casa y tuviera que vérselas con el cuidado de un bebé recién nacido.

—Estás poniendo esa cara de preocupación que te hace parecer constipado —dijo Fabi, abandonando su lugar y entrando en la habitación. Sin mucha ceremonia, se sentó en la cama de Georg y eligió por él una camiseta y unos pantalones de deporte—. Usa esto. Si te van a cortar por lo bajo, lo que menos querrás vestir son jeans ajustados.

—Buen punto —aceptó Georg de buena gana, y se dispuso a doblar las prendas—. ¿Crees que necesite empacar sandalias de baño o bastará con las pantuflas? —Suspiró—. Nunca en la vida pensé que empacaría para esto. ¿Para un viaje alrededor del mundo? ¡Claro!, ¿pero un parto? Pfff, ni en un millón de años.

—Y sin embargo… mírate ahora. Haz llegado tan lejos, y a riesgo de sonar cursi, de estar en tu sitio, me bastaría con ser la mitad de hombre que tú para saberme buen padre, o madre. Tú elige.

—Aw, es cursi, sí, pero… —Georg enrojeció, y para ocultar su bochorno, agachó la cabeza hasta que el cabello le cubrió las mejillas—. Gracias.

Fabi sonrió. —No hay de qué.

No fue necesario agregar más; su amistad no lo requería.

 

—¿Gus?

—¿Sí, mamá?

Erna le tomó la mano y Gustav se removió incómodo. —Cariño… ¿Has pensado en…?

—¿Ajá? Continúa —la apremió Gustav. Bien sabía él que desde su llegada su madre había querido que hablaran a solas lo más serio posible, y presentía que de algún modo tenía que ver con Georg. No por nada había sido ella quien le sugiriera a su padre, Franziska y a Lena bajar a la cafetería por un café mientras ella cuidaba de él.

—Ya sabes… Bebés.

—¿Bebés?

—Sí, un hijo o hija. Bueno, quizá sólo un hijo… —Murmuró lo último y Gustav arqueó una ceja. ¿Por qué de pronto tan específica?—. Es decir, ¿estarías abierto a la idea?

—Mamá… ¿Por qué de pronto preguntas? Si es por lo mío con Georg y temes que no te dé nietos, recuerda que Franziska también es tu hija y ella es capaz de dártelos.

—Claro, de eso no tengo dudas, pero de quien hablo ahora eres tú, no de tu hermana —le recordó su madre—. No es necesario que te pongas a la defensiva. Sólo quería saber qué te parece la posibilidad de tener hijos en un futuro más próximo que lejano.

—Mmm… —Gustav se mordió el labio inferior y se tomó su tiempo antes de responder.

Por un lado, el prospecto de ser padre le resultaba extraño… Un tanto ajeno a sus ideales actuales. No que por ello estuviera descartado del todo, pero al menos no se encontraba en sus planes a corto plazo. No sabía en el caso de Georg, pero sí, quería hijos en el futuro. Daba igual si propios o adoptados, pero... de tener que dar una fecha aproximada, sólo se veía a sí mismo con un niño en brazos pasado de los cuarenta años, y eso en el más fantasioso de los casos.

—Tal vez no ahora, pero ¿después? No sé, no lo descarto del todo, pero tendría que hablarlo antes con Georg y… Lo siento, mamá. No me gustaría que papá o tú me tuvieran resentimiento por no tener la típica relación de pareja donde el paso lógico incluye casarse y tener hijos.

Erna se inclinó y lo besó en la frente. —No hay nada que perdonar. Eres nuestro hijo y te aceptamos como sea. Da igual con quién decidas pasar el resto de tu vida mientras seas feliz. Y Georg te hace feliz, eso lo podemos ver a simple vista. Es sólo que…

—¿Querías nietos? —Interpretó Gustav las señales, y los labios de su madre se curvaron en una sonrisa extraña.

—No se trata de eso. El menos no sólo de eso.

—¿De qué entonces? Franny y tú actúan extraño, y Georg también. Es casi como si me ocultaran información a propósito y… me desagrada. Me hace sentir indefenso.

Su madre suspiró, y en su acción hubo ciertas dosis de resignación. —No es mi lugar entrometerme, pero… Es importante confirmarlo. ¿Amas a Georg?

—Ay, mamá… —Gustav se atragantó con su propia saliva e hizo amagos de retraerse, pero su madre lo sujetó de la muñeca y apretó hasta hacerle daño.

—Gustav… Te he preguntado algo y espero una respuesta honesta. No seas un cobarde, porque ni tu padre ni yo te hemos educado así. Demuestra qué clase de sangre corre por tus venas y enfrenta la realidad: ¿Amas o no a Georg?

Gustav levantó la barbilla y la miró a los ojos. —Sí —dijo sin más—. Lo amo. ¿Qué tiene que ver con esto?

—Todo —respondió su madre con simpleza—, pero como te expliqué antes, no es apropiado que yo me meta donde no me llaman…

—Entre Franziska, tú y Georg me van a terminar matando de la curiosidad, ¿sabes?

Su madre suspiró. —Eres un adulto. Limítate a soportarlo y demuestra con acciones y no palabras que lo que sientes por Georg es verdadero. No huyas más.

—Ya, como si me quedara de otra con esta pierna rota —bromeó Gustav para aligerar el ambiente de la habitación, pero su madre no respondió al chiste. En su lugar, volvió a suspirar y lo dejó en paz.

Durante el resto del día, Gustav no hizo sino darle vueltas a su conversación y especular… ¿Qué diablos ocurría y por qué tanto secretismo? Tan grave no podía ser, ¿o sí?

Y en la incertidumbre volaba cualquier rastro de calma. Gustav empezó a temer.

 

Georg no resistió la tentación, porque entre el miedo, la tensión y las ganas de disfrutar los últimos momentos de normalidad en su vida previos del nacimiento de Regalito, y antes de entrar al hospital, le pidió a Fabi y a los gemelos unos minutos de privacidad mientras llamaba a Gustav.

El tono de marcado no fue diferente al de otras ocasiones, pero Georg creyó escuchar en cada crepitar de la línea un crujido que asociaba al quiebre de su existencia hasta ese punto. Nunca como entonces se sintió agobiado por el peso de los hechos, y a punto estuvo de soltarse llorando, pero la voz de Gustav lo sacó del pozo en el que caía.

—¿Georg?

—¿Gus? Jo, pensé que no contestarías tú.

—No, Franny me dio tu mensaje. Hace media hora que esperaba; yo, uhm, estaba emocionado.

—Oh…

—Te extraño.

—Yo igual.

—Y no puedo creer que en unos días estaremos juntos de vuelta.

—Lo sé… —Musitó Georg, por inercia llevándose una mano al vientre—. He fantaseado tanto con ese instante que ahora tengo miedo.

—¿Miedo? ¿Por qué?

—Uhm… —«Porque estoy embarazado, y a pesar de que suene como una locura, no lo es. Eres el padre y me vas a abandonar, estoy seguro», pensó Georg frenético, y la boca se le torció en un rictus de dolor—. ¿Gusti?

La línea se llenó de estática, pero aun así Georg apreció el matiz en la voz de Gustav cuando éste se alarmó; salvo contadas ocasiones, Georg reservaba el ‘Gusti’ para cuando se encontraba en un estado extremadamente vulnerable.

—Nadie se atreve a confirmármelo, pero yo lo sé; algo te ocurre.

—No es nada que puedas adivinar ahora.

—Pero-…

—Nada, Gus. Y a riesgo de que esto suene a una despedida… quiero que sepas que tú siempre serás el único, ¿vale? Llámalo como quieras, pero para mí, la única definición que encuentro similar es ‘el amor de mi vida’. Tú eres y serás por siempre y hasta el día de mi muerte el amor de mi vida.

—Ahora eres tú el que me asusta… ¿Tiene esto algo que ver con la manera en que actúan todos? Hasta los gemelos me mandaron un mensaje extraño… Una amenaza de romperme la otra pierna si te volvía a hacer sufrir o me atrevía a poner un pie fuera de Alemania en los próximos diez años sin tu permiso explícito por escrito.

—Par de idiotas… —Rió Georg pese a todo, con cierta ronquedad en la voz.

—Seh, que con mi estado de salud actual dudo que se me permita subir y bajar escaleras en por lo menos dos meses, ni hablar de huir…

—Uh…

—Porque no pienso volver a hacerlo. Esta vez va en serio. Cualquiera que sea esta nueva situación, la enfrentaremos juntos.

—Claro. Juntos —replicó Georg con cierta dosis de amargura imposible de disimular—. Ya veremos…

Más voces en la distancia se sumaron a la conversación, y Georg supo que el momento de despedirse había llegado.

—No sé qué me dicen exactamente, pero una de las enfermeras que me atienda está furiosa y me hace señas clarísimas de que termine esta llamada a la de ya —dijo Gustav con prisa—. Un poco antes, pero después no habrá oportunidad así que… ¡Feliz año nuevo! Ya hablaremos largo y tendido una vez que esté de regreso.

—Por supuesto.

—¿Y Georg?

—¿Sí?

—Tú también eres el amor de mi vida. Por siempre y para siempre. Pase lo que tenga que pasar, no lo olvides.

Antes de alcanzar a responder, la línea se cortó, y por una vez, al desmoronarse, Georg no supo si el sentimiento que se desbordaba en su interior se debía a la felicidad absoluta o al desconsuelo más grande jamás experimentado.

Daba igual, porque el resultado era el mismo: Cubriéndose la cara con las manos, rompió a llorar.

 

La doctora Dörfler no se anduvo con rodeos:

—Necesito que tengas presente que esta no es una cesárea normal. No vas a estar despierto en ningún momento, y antes de pasar a quirófano, necesito que firmes una carta responsiva que me exima de cualquier contratiempo durante tu cirugía.

—Si su plan es tranquilizarnos, quiero que sepa que está fallando —acotó Fabi, leyendo por encima del hombro de Georg una larga hoja con letra diminuta que básicamente hablaba de los riesgos y consecuencias de pasar por el filo del escalpelo bajo anestesia general.

—No es nada que no hayamos discutido antes —dijo Georg, firmando con mano firme y devolviéndole el papel a la doctora—. Y estoy listo.

En efecto, lo estaba. Dos horas antes, cuando se cambiaba de ropa y una enfermera contratada para la ocasión le tomaba la presión y demás signos vitales, había pasado por un breve estadio de terror y a punto había estado de mojar los pantalones, pero entonces… Regalito se había movido en su interior, y no se había tratado de las habituales patadas que lo mantenían despierto hasta altas horas en la noche, sino un simple giro que le hizo desear como nunca el tenerlo en sus brazos y memorizar su carita, contar los dedos de sus manos y pies, aspirar su aroma y analizar hasta qué punto sus facciones y las de Gustav se habían transmitido en línea directa a su primogénito.

El temor seguía ahí, pero la necesidad de conocer a Regalito lo superó y bastó para que Georg se sosegara y hasta se diera el lujo de bromear con los gemelos que después de la cirugía ya no podría pasearse por la playa con un bikini de corte bajo.

A partir de cierto punto, el tiempo transcurrió con asombrosa velocidad, y antes de darse cuenta, Georg ya estaba tendido de espaldas, con el suero al brazo y la doctora Dörfler se inclinaba sobre él con el rostro oculto tras un cubrebocas de impecable color blanco.

—¿Listo? —Comprobó con él su disposición para proseguir.

—¿Qué hora es? —Preguntó Georg.

—Casi las ocho de la mañana, y es primero de enero, así que tu pequeño Regalito será capricornio, si es que crees en la astrología.

—Quizá… —Georg cerró los ojos y exhaló pausado el aire de sus pulmones—. Estoy preparado.

—Perfecto. Toda la cirugía transcurrirá en un simple parpadeo para ti. Despertarás a eso de mediodía, y para entonces tendrás en brazos un pequeño Regalito de tres y pico de kilos.

—Los gemelos ya hicieron apuestas de su talla y peso… —Balbuceó Georg. En su brazo, la anestesia ya corría y su cuerpo iba sucumbiendo a los efectos—. Uh, uh, uh…

—¿Sí? —Inquirió la doctora Dörfler, atenta al pánico repentino que se reflejaba en las facciones de Georg.

—Me voy a dormir un ratito, ¿sssí? Losss parpadosss me pesssan… Ssse lo encargo…

Sin más preámbulo, los ojos de Georg cedieron bajo la presión y éste se sumió en una inconsciencia carente de dolor y sueños.

Minutos después, el primer llanto de Regalito reverberó en las paredes esterilizadas de la sala de quirófanos y la doctora Dörfler dio su único veredicto:

—Niño varón nacido a las ocho con nueve minutos, tres kilos y trescientos diez gramos. Está sano y fuerte. Y qué pulmones, madre mía…

 

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Notas finales:

Nas~
Antes que nada, me disculpo por un error de la semana pasada donde en el título escribí 'cuelo' en lugar de 'cielo'; mea culpa pero ya lo corregí.
En cuanto al capítulo de esta semana~ ¡Regalito ha llegado! No me quise extender mucho con la escena del parto y tampoco quise hacer el típico cliché de sudor, llanto y gritos de "¡Tú me has hecho esto!" porque faltaba Gustav y así no vale =P Además, Regalito nació quince días antes de la fecha que habría tenido de ser parto natural, así que habría sido imposible ese drama.
¿Ya notaron la relación del título con el capítulo? Por si acaso no lo vieron, Regalito pesó 3,310g (3.31 que son el mes y día de cumpleaños de Georg) y nació a las 8 (día) con 9 (mes) minutos del que serían los números del cumpleaños de Gustav. Medio rebuscado, lo sé, pero igual se queda.
Por último, la siguiente semana tendrán el descenlace (¿Huirá Gustav en muletas o silla de ruedas? Más importante, ¿qué lectoras lo perseguirán para torturarlo?) y al otro martes el epílogo. Paciencia y vayan agarrándose del borde de la silla porque planeo que sea É-P-I-C-O y de infarto.
Graxie por leer. B&B~!


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