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Mientras no estabas por Marbius

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7.- Mientras la definición de un ‘Regalito’ cobraba nuevo significado

 

Durante todo septiembre, el ánimo de Georg decayó hasta quedar por los suelos.

Una cita al médico se convirtió en tres más a lo largo de una semana, y después en varios pinchazos para sacar la sangre necesaria para ciertas pruebas. Georg tuvo que dejar muestras de todo, desde orina hasta de cabello y saliva. Fue medido, pesado, auscultado y avergonzado en un largo cuestionario que empezaba con los datos de la primera infancia y abarcaba una gran variedad de temas, desde alergias, padecimientos congénitos, historial familiar y hasta enfermedades de transmisión sexual.

Fiel a su palabra, Fabi lo acompañó a cada cita, aun si para ello tuvo que pedirse varios días libres en el trabajo, y se sentó a su lado sin rechistar en cada consultorio médico.

Lo que era peor, Georg cada vez se asustaba más. Por un lado, su vientre no dejaba de inflamarse, y aunado al hecho en que sentía movimiento dentro de él en los momentos más inesperados, los doctores no eran claros al respecto.

Descartada la diabetes, una pancreatitis fulminante, daño interno y hasta el cáncer, Georg ya no sabía qué pensar. Su estado físico era ‘normal’, exceptuando que él no se sentía como tal, o al menos no utilizaría esa palabra exacta para definirlo. Prefería especificar que más bien era ‘sano’, aunque de ser así, no estaría yendo tan seguido al doctor. En ironía a su estado, Georg no habría creído tener algo grave, de no ser porque estaba ganando peso a un ritmo mayor que antes, y que éste se acumulaba en el centro de su cuerpo alrededor del vientre.

La última posibilidad había sido una ascitis no relacionada a cirrosis en el hígado, y para ello Georg esperaba en el consultorio de su doctora a que el enfermero en turno le practicara una ecografía que les permitiera saber a ciencia cierta si aquella era o no la respuesta que buscaban.

Por una vez, Georg pidió que Fabi lo acompañara mientras yacía descubierto de cintura hacia arriba sobre la camilla, y éste no se negó al ver que la mano de su amigo temblaba.

—Todo va a salir bien —le dijo en voz baja mientras el enfermero preparaba el equipo—. Tú ya leíste en internet que no es mortal y hay tratamiento. Preferible esto que el cáncer.

—Mmm, a mí nadie me saca de la cabeza que esto es un tumor —gruñó Georg, tratando de ocultar su miedo con malhumor, pero fallando. Estaba al borde de una crisis de nervios, y hasta los dientes le castañeaban—. Prométeme que si me desmayo no se lo dirás a nadie.

—Te lo juro, pero verás que no es necesario —dijo Fabi, tomando una mano de Georg entre las suyas y apretando.

—Procederé a aplicar el gel —avisó el enfermero—. Puede estar un poco helado, pero en unos segundos se acostumbrara, señor Listing..

—O-Ok —trastabilló Georg con las sílabas. Apenas el gel entró en contacto con su piel, tuvo que reprimir un chillido. En efecto, estaba helado.

—Un poco más —lo tranquilizó Fabi.

Guardando un silencio respetuoso, Georg y Fabi observaron al enfermero extender el gel alrededor de su vientre inflamado. Después encendió la pequeña pantallita que descansaba a un lado de la camilla, y usando el transductor, lo apoyó sobre el área alta de su estómago, bajando desde las costillas hasta el ombligo.

—¡Pues qué caray! —Exclamó al cabo de unos segundos—. ¿Señor… Listing?

—¿Sí?

—¿Señor?

—Ajá.

El enfermero parpadeó confundido y siguió moviendo el transductor en dirección inferior, justo hasta el pináculo de su barriga y después más abajo.

—Uhm…

—¿Qué pasa? —Preguntó Fabi por Georg al ver que éste se estaba poniendo pálido y parecía incapaz de abrir la boca—. ¿Se trata del hígado?

—Yo… —El enfermero se mordió el labio inferior. Lento de movimientos, devolvió el transductor a su lugar y carraspeó—. Esperen un momento, por favor. Necesito la presencia de la doctora Lehmer. Ahora regreso.

Sin darles oportunidad de nada más, el enfermero abandonó la sala en un paso frenético.

—Pues vaya con el servicio —masculló Fabi, aún con la mano de Georg entre las suyas—. Si lo que quieren es que uno guarde la calma, ya van por el camino equivocado.

—¿Qué viste en la pantalla? —Inquirió Georg en un hilo de voz—. ¿Qué tal si se trataba de un tumor?

—Ya descartaron esa posibilidad, ¿lo recuerdas? Nada de cáncer o tumores. Lo más probable es que se trate de agua y tengan que drenarla, cuando mucho alguna cirugía para extirparte la vesícula o algo así.

—Fabi, tú estudiaste mercadotecnia. No lo tomes a ofensa, pero de medicina sabes nada —dijo Georg con los ojos grandes y aterrorizados. ¿Por qué si no salió el enfermero con aspecto de alma que lleva el diablo?

—Tal vez quería orinar, yo qué sé —desdeñó Fabi que los temores de Georg fueran fundados—. Sea lo que sea, la probabilidad de que resulte fatal es bajísima. Con cualquier otro diagnóstico saldrás adelante, y en cuanto estés curado, nos reiremos de este día en particular.

—No estoy seguro que-…

Antes de poder proseguir, la puerta del consultorio se abrió, y acompañado del enfermero, la doctora Lehmer hizo acto de aparición.

—¿Me estoy muriendo? —Preguntó Georg apenas los ojos de la doctora se posaron en su persona.

—Se lo juro, yo lo vi sin error alguno —cuchicheó el enfermero a un lado de la doctora, por lo que ésta tomó el transductor entre sus dedos y lo acercó al vientre de Georg.

—Respire con normalidad —le indicó a Georg mientras encendía el aparato y lo movía firme pero lento sobre la piel de su estómago.

Nunca el tiempo le pareció ir tan despacio a Georg. Su mirada se clavó en la doctora, y su cerebro analizó cada pequeña pizca de información; desde las cejas que se fruncían cada vez más, hasta los labios que se abrían en una pequeña o. Ya fuera porque estaba a punto de hiperventilar o porque la tensión lo estaba matando, su vida pasó frente a él en una serie de imágenes inconexas.

—Es… increíble. Jamás pensé que vería por mí misma otro caso como éste… —Susurró la doctora Lehmer, presa de una excitación frenética.

—¿Podría, por favor, decirnos de qué se trata en lugar de tanto secretismo? —Estalló Fabi, hablando entre dientes—. ¿Es o no ascitis?

—No —denegó la doctora con una levísima sonrisa en labios—. Ese diagnóstico está descartado del todo.

—¿Entonces…? —Georg tensó la mandíbula—. ¿Qué tan grave es? ¿Me estoy muriendo?

—Oh no, nada de eso —dijo la doctora, recuperando su profesionalismo—. Pero no me atrevería a dar un dictamen final. Te daré un pase directo con otro médico, y entonces podrás tener la certeza. Jeremy, ¿podrías limpiar al señor Listing?

—Claro que sí —asintió el enfermero, usando toallitas para eliminar todo rastro de gel en el vientre de Georg.

—Cuando termine, por favor pasen a mi consultorio. Les daré la orden y concertaré para ustedes una cita lo antes posible con la doctora Dörfler.

Mientras el enfermero estuvo presente, Georg y Fabi se cuidaron de mantener en privado lo que pensaban, pero apenas se vieron a solas, cada uno empezó a hablar por su cuenta.

—¿¡Qué demonios…?!

—¿Cómo que otra doctora?

—¿Qué clase de doctora?

—Podría haber dicho el diagnóstico y ya.

—Está jugando con nuestras emociones.

—Yo no vi nada en esa pantalla.

—Te dije que era un tumor.

—¡Ya basta con eso!

Georg no tardó en vestirse de vuelta, y una vez en el consultorio médico, le pidió a Fabi que lo acompañara, si acaso, por apoyo moral.

—No quiero nada más que la verdad —exigió Georg—, dígame qué vio y por qué necesito cambiar por séptima vez de doctor. Nadie me dice nada y ya me harté de tantas pruebas. Ustedes es la primera que al menos tiene una idea de qué me pasa, y demando que me lo diga.

La doctora Lehmer entrelazó las manos por encima de la mesa, y se demoró en dar una respuesta.

—Me temo, señor Listing, que si se lo digo se niegue a asistir a su cita con la doctora Dörfler.

—Para empezar, ¿qué clase de doctora es ella? —Pidió Georg ser informado.

—Aquí está su tarjeta de trabajo —deslizó la doctora Lehmer un pequeño papelito rectangular sobre la mesa.

Georg lo examinó, y su expresión de convirtió en una de desconcierto al leer “Ginecología y obstetricia justo debajo del nombre”.

—Tiene que estar bromeando…

—No —denegó la doctora Lehmer sin ningún asomo de estarle tomando el pelo—. Jeremy lo vio y después yo también. No se trata de simple líquido intraabdominal como sospechábamos en un inicio, sino que la forma y localización nos hacen creer que se trata de un embarazo.

Fabi rompió a reír. —¿Pero se da cuenta que Georg es hombre, verdad? Pese al cabello largo, le juro que no es ninguna Georgina.

—¡Fabi!

—Soy consciente de ello, pero… —La doctora Lehmer fijo su vista en Georg y prosiguió—. Debo recordarles que en la historia de la medicina han ocurrido casos similares a éste. Algunos de ellos incluso en Alemania, y en años recientes.

Georg sintió la sangre del cuerpo abandonarle por los pies. Con espantosa claridad vino a su memoria un incidente muy sonado de años atrás, que si mal no rememoraba, se había dado en una pareja homosexual. Por lo que recordaba, habían tenido un par de gemelas, y años después un varón.

—Por cuestiones de confidencialidad no puedo revelar nombres, pero en Alemania han ocurrido ya al menos cinco embarazos masculinos llevados a término, cada uno con sus características especiales. Las cifras a nivel mundial son un secreto, y los casos de los que se sabe sólo se pueden encontrar en revistas médicas especializadas, pero créame señor Listing, su embarazo es una posibilidad muy real.

—Me puede decir un porcentaje… ¿Podría tratarse de un error?

—No lo descarto del todo, pero no quiero darle falsas esperanzas. En una etapa más temprana del embarazo, quizá. Pero usted ya debe estar a mitad del segundo trimestre.

—Ay, mierda… —Exclamó Fabi—. Lo siento.

—De cualquier modo, le aconsejo que acuda con la doctora Dörfler lo antes posible. Ella fue la médica de cabecera para el primer caso documentado de embarazo masculino aquí en Alemania. Así podrán tomar usted y su pareja la decisión adecuada para su caso.

—¿Nosotros? Nada de eso —desechó Georg la idea.

—No me vea a mí, no soy el padre —secundo Fabi.

«Oh, mierda…», pensó Georg. Nunca antes se había desmayado, pero por una milésima de segundo, lo reconsideró en el ahí y el ahora. Agregar a Gustav a la ecuación le hizo contraer los músculos del cuerpo, y por inercia, se llevó una mano al vientre abultado.

—¿Pasa algo, señor Listing? ¿Experimenta dolor? —Interrogó la doctora Lehmer.

—Uh, no… Es que a veces… siento como si se tratara de gases, perdón, ¿es asqueroso? Quiero decir, no son pataditas propiamente dichas, pero es algo

—En los primeros meses es habitual que los movimientos del feto sean apenas perceptibles, y asemejan un palpitar o al viejo cliché de mariposas en el estómago. También a gases, y no hay de qué avergonzarse. Con cada futura madre es diferente.

—Oh, entonces se trataba de eso… —Bajando la vista, Georg miró su vientre tensando la camiseta que vestía, y un extraño calor le recorrió desde el centro hasta la punta de los dedos.

—No dejen de ir con la doctora Dörfler. Si acaso planea mantener al bebé-…

—Por supuesto —se apresuró Georg a responder. No sabía de la existencia de esa pequeña vida en su ser hacia menos de media hora atrás, pero ahora ya no podía imaginar un futuro sin ella. Al demonio con lo demás, iba a ser… madre, o lo que fuera. Después llegaría a un acuerdo con el título, porque lo primero sería asegurarse que todo marchara sobre ruedas. De la solución de detalles se ocuparía más tarde.

—Mi opinión médica es que cuanto antes acuda a una revisión, mejor será para el feto. El cuidado prenatal es la clave para un parto sin complicaciones y un bebé sano.

—Así lo haré —le aseguró Georg.

Tras la despedida de rigor repleta de formalismos e indicaciones, Georg y Fabi abandonaron el consultorio y se dirigieron al automóvil de Georg, pero éste le cedió las llaves a Fabi alegando que no se sentía cómodo manejando de regreso.

—¿Estás bien? —Preguntó Fabi apenas puso en marcha el vehículo—. Porque es normal si lloras o te desmayas o yo qué sé… En tu lugar me estaría arrancando el cabello.

—Uh… Georg suspiró largo—. Supongo… Si te soy honesto, estoy en una especie de shock…

—Yo también lo estaría.

—Pero no del mal tipo, sino… Voy a tener un bebé… Mío. Mi bebé.

—También de Gustav —agregó Fabi—. Y temo aguarte la fiesta pero… presiento que no lo va a tomar con la misma serenidad que tú.

Georg lo imaginó por una milésima de segundo, y la imagen mental fue demasiado. Gustav saltaría del puente más cercano, metafóricamente hablando, aunque considerando su decisión de viajar a Sudamérica al verse confrontado con respecto a su relación, no dudaba que la noticia de un bebé lo haría buscar un espacio libre en el próximo cohete a Marte.

—Un paso a la vez —dijo Georg—. Iré con la doctora Dörfler, y si resulta que no hay ningún error y estoy embarazado, pues trazaré mi plan de ahí en adelante.

—Estás loco —dictaminó Fabi su propio diagnóstico—, pero… Yo te apoyaré en lo que sea. Incluso en golpear a Gustav si se pone otra vez ridículo y planea huir a Australia.

Georg rió. Australia. Canguros y Gustav. Qué estampa…

Sin ser consciente de ello, derramó una lágrima, pronto seguida de otra y otra…

—¿Estás bien? —Preguntó Fabi por segunda vez, y Georg asintió mientras se limpiaba los ojos con la manga de su camiseta.

—Dame unos minutos y lo estaré.

Fabi así lo hizo, atento por el rabillo del ojo a los cambios que se daban en Georg conforme pasaba el tiempo. De triste pasó a feliz, y después a sonriente mientras tarareaba una canción de cuna.

—Si no fuera porque somos amigos y sé que esto no debe ser fácil, pensaría que estás perdiendo la cordura. ¿Seguro que todo va bien?

—Fabi —se giró Georg a verlo—, por última vez, estoy bien. Muerto de miedo y creo que voy a vomitar, pero muy bien. Excelente, de hecho. Haciendo a un lado que voy a tener un bebé y que es lo más surreal que me ha ocurrido jamás, estoy… Ah.

Su sonrisa lo dijo todo. Así que de momento, Fabi bajó la guardia. Georg estaba bien.

Pasada la sorpresa inicial, aún quedaba un trecho largo por recorrer.

 

Georg no estaba seguro de qué pensar acerca de su nueva doctora.

Para empezar, la doctora Dörfler había sido tan amable como para concederle una cita ese mismo día, fuera del horario laboral, y Georg estaba agradecido por el interés particular que había demostrado por su caso. Y ahí empezaban todo a torcerse un poco.

De ser honesto, la doctora Dörfler le causaba cierta turbación a Georg con unos intensos ojos verdes que asemejaban a los de los gatos, y un humor ácido y un tanto oscuro del que había hecho gala en los escasos diez minutos que tenían él y Fabi en su consulta.

Casi deseaba con fervoroso anhelo el retractarse, y salir por la puerta trasera. Casi, palabra clave, porque sabía bien que no lo iba a hacer. Aún estaba dentro de un cierto grado de shock por la noticia de que iba a ser padre (o madre, según los tecnicismos del proceso), pero no había duda alguna en cual iba a ser su proceder: Iba a llegar hasta el final. Con Gustav o sin él, pero de eso ya se ocuparía después.

—Así que… ¿No soy el único al que le pasa esto? Es decir, la parte de ser hombre y tener un bebé creciendo dentro de mi cuerpo.

—No —negó la doctora Dörfler—. Contigo, sería el sexto parto que se presenta en un varón alemán. La cuestión importante, es determinar el tipo de anormalidad que te permite mantener este estado.

—¿Uh? —Expresó Fabi su desconcierto.

—Es decir, si cuentas con un aparato genital femenino completo, y en ese caso serías hermafrodita, o si en realidad tienes sólo los ovarios y tu cuerpo encontró la manera de realizar la fecundación.

—Oh… —Musitó Georg. Hasta donde él sabía, no había nada ahí abajo que pudiera considerarse como la entrada a una vagina, así que… ¿Quizá la segunda opción?

—Si me permites, me gustaría revisarte a ti y al bebé.

—Claro, por supuesto —concedió Georg, poniéndose en pie y siguiendo a la doctora hasta el cuarto trasero donde estaba la mesa de exploraciones—. ¿Hay alguna posibilidad de saber el sexo del bebé? La doctora Lehmer no me dijo nada más allá de que estaba embarazado. Ni siquiera sé en qué mes estoy.

—A juzgar por tu tamaño, yo diría que cinco meses. Sería más precisa si supiera la fecha de tu última menstruación pero… —La doctora le dedicó una mirada inquisitiva—. En todo caso, por favor desvístete del todo. Nada de ropa interior, y mientras tanto puedes ponerte esto. Yo iré por unos guantes.

Dejándolos a solas en la habitación, Fabi le dio la espalda a Georg para que esté pudiera desnudarse.

—¿Te das cuenta que te va a revisar hasta lo más recóndito del alma? —Bromeó Fabi de pronto.

—Bueno… —Dijo Georg, bajándose los pantalones—. Si lo comparas con la idea del parto…

—¡Yuck, Georg! Eso es terrible —se estremeció Fabi.

—No seas sensible y ayúdame con esto.

Fabi se giró, y ayudó a Georg con las correas de la bata que se cerraban por detrás. —Estos malditos trapos no guardan nada de modestia…

—Bah, qué más da.

Antes de darle tiempo a responder, la doctora Dörfler volvió a entrar a la sala, y para demostrar a qué venía, se colocó unos guantes de látex.

—Por favor tiéndete de espaldas y sube los pies a los estribos. Esto no va a doler, sólo será incómodo.

Georg prefirió creer que era cierto, pero una cierta corazonada le informó que lo mejor sería ir apretando los dientes. Cuidando la poca dignidad que le quedaba, se tendió tal como se le había indicado, y rojo hasta las orejas, abrió las piernas, consciente de que la doctora lo veía con interés clínico y no con morbo.

—Voy a hacer una palpación. Respira hondo.

—¡Ay, Dios…! —Gimió Georg cuando dos dedos se introdujeron en su cuerpo y la doctora presionó con su otra mano por encima de su pelvis.

Pese a estarle agarrando la mano por apoyo moral, Fabi palideció y puso un poco los ojos en blanco.

Al cabo de unos minutos, la doctora sonrió satisfecha y le indicó que ya podía bajar las piernas de los estribos.

—Al parecer, todo va bien. No encontré sangrado, lo que es siempre buenas noticias. No hay dilatación, y tampoco nada fuera de lo ordinario, pero eso lo sabremos con certeza cuando realicemos la ecografía.

—¿Otra?

—Sí, otra. Para comprobar el estado del bebé, y si realmente quieres saber, también el sexo. Esto será menos invasivo, no te preocupes.

—Menos mal —suspiró Georg.

Igual que antes, el proceso del gel fue frío e impersonal, pero al momento de fijar la vista en la pantalla, Georg sintió el pecho estar a punto de estallarle. Como una imagen borrosa y repleta de grises, su bebé se hizo presente. No era nada que él pudiera discernir, y de ser franco, hasta creí que era producto de la estática, pero no por eso la emoción que le embargaba era falsa.

—En efecto, yo diría que estás de cinco meses, semanas más o menos. Calcularía la fecha de parto para finales de diciembre o inicios de enero, y puede variar mucho porque sería tu primer bebé.

—Hablando de primeras veces… —Interrumpió Fabi—. ¿Qué va a ocurrir con el… parto?

—Cierto, con respecto a eso —guió la doctora Dörfler el transductor hasta el área de su pelvis y señaló una masa grisácea más uniforme que el resto de las imágenes—. Aquí tienes al responsable de tu embarazoso estado.

—¿Es un tumor? —Inquirió Georg con cierto temor.

—Y dale con el tumor… —rezongó Fabi por lo bajo.

—Es un ovario —dictaminó la doctora—. Y sólo tienes uno. De ahí que, bueno, asumiendo que hayas mantenido relaciones homosexuales toda tu vida, no hayas salido embarazado hasta ahora. Es probable incluso que se pueda considerar un milagro. Para ser un ovario, es más pequeño de lo normal, y me atrevería a asegurar que se encuentra en estado inmaduro. Dependerá de ti si lo ves como un caso de absoluta buena o mala suerte.

Los labios de Georg temblaron, y éste tuvo que mordérselos para no acabar llorando. La posibilidad de que aquel pequeño bebé no existiera, le aterraba.

—Entonces, ¿el parto…? —Chinchó Fabi con el tema que le interesaba—. Porque te digo desde ahora, Georg, que si quieres que sea natural, no te prestaré mi mano por nada del mundo, no gracias. Me la harás trizas.

—No será necesario —le aseguró la doctora Dörfler, concentrada en recorrer con el transductor toda la extensión de su vientre—. La única manera en la que esté pequeño regalito al mundo va a llegar, será por medio de una cesárea, y para ello será necesario dormirte del todo.

—¿Regalito? —Georg sonrió, le gustaba la idea. Era como si de algún modo, Gustav hubiera tenido la gracia de darle un pequeño presente mientras él no se encontraba. Por supuesto, un reloj o alguna otra cosa habrían hecho el cometido, pero ya no importaba porque por nada del mundo iba a pedir una devolución.

—¿Quieres saber el sexo del bebé? —Preguntó la doctora en voz suave, atenta a que Georg estaba invadido por impresión.

—Sí —pidió—, me encantaría.

—Sin lugar a dudas, es un niño. Aquí está su pequeño pene.

—No será así por mucho tiempo —bromeó Georg, ganándose un golpe de Fabi contra el brazo—. Hey, no lo digo por mí. Sino que deberías de ver a Gustav y su enorme p-…

—¡Georg! ¡Demasiada información! —Siseó Fabi—. No entres en detalles. No quiero saber, lalalá —elevó la voz a la par que se cubría las orejas con las manos.

La doctora Dörfler ni se inmutó, y con toda la calma del mundo, procedió a colocar el transductor en su sitio y a limpiarle el vientre a Georg del terrible gel. Georg hizo nota mental de apenas regresar a casa, tomar un baño largo de agua tibia para quitarse el aroma a hospital que invadía cada poro suyo.

Después de la revisión, la doctora aún lo retuvo un rato más, y se dedicó a darle una infinita lista con recomendaciones que iba desde mantener el estrés a raya, no cargar nada mayor a cinco kilogramos, comer a sus horas, continuar con su régimen de vitaminas, entre otras… Igual podría haberle ordenado que usara un zapato verde y otro rojo, y así lo habría cumplido a rajatabla.

—Lo usual son visitas mensuales, pero en tu caso pediré que sean cada dos semanas, para estar seguros, y sin costo adicional.

—El dinero no es un problema, en cambio la confidencialidad…

—Te sorprenderá cuán discreta puedo ser —dijo la doctora tras una risita—, y ya que nos veremos seguido, mi nombre es Sandra y éste es mi número de teléfono privado. Al menos dolor o duda, puedes llamar sin importar la hora del día o la noche.

—Muchas gracias —agradeció Georg, estrechándole la mano y poniéndose en pie. Al instante, Fabi estuvo ahí para sujetarlo del brazo—. Estoy bien.

—Es por si acaso —murmuró su amigo, los dos abandonando el consultorio y caminando lado a lado hasta encontrarse frente al automóvil—. Anda, sube. Yo manejaré.

Georg no opuso resistencia, pero apenas Fabi se acomodó en su asiento y se colocó el cinturón de seguridad, lo detuvo antes de que pusiera el motor en marcha.

—Fabi…

—¿Sí?

—¿Pasa algo? ¿Estás bien?

—¿Qué, es tu turno de actuar preocupado? —Intentó bromear Fabi, pero la sonrisa de sus labios no alcanzó sus ojos cansados. Georg lo retó con una mirada—. Vale…Voy a ser honesto conmigo, y no lo tomes a mal, pero estoy que me duele la tripa de los nervios por el bebé, ¡y ni siquiera es mío! No lo voy a tener yo, no es a mí a quien van a pasar por el filo del escalpelo, y no soy el padre, y sin embargo… Joder… Es todo el cuadro entero. Y mientras tanto, tú estás tan relajado, y lo tomas con una naturalidad tal que me hace querer tomarte la temperatura para asegurarme que no es una fiebre y…

Fabi comenzó a respirar agitado, y Georg le pasó el brazo por los hombros.

—Tranquilo o vas a desmayarte. Y no creas, ¿recuerdas cuando entré al baño apenas llegar a casa? Lloré como un crío. Yo también estoy cagado del miedo…

—¿Seguro? Porque no lo pareces. Y… eres mi mejor amigo en el mundo, no esperaba ni en un millón de años que algo así pudiera pasarte. ¿En qué universo bizarro vivimos?

Georg suspiró. —No lo sé, Fabi. Lo importante es… tomarlo con calma, tanta como sea posible y… agradecer por este regalito —dijo, cubriéndose el vientre con un brazo—. Lo demás llegará después.

—¿Un regalito, eh? Suena lindo… Mierda… —Moqueó Fabi—. Si así me pongo yo, no quiero ni imaginar la reacción de Gustav.

Georg hizo una mueca, porque aunque le doliera admitirlo...

—Yo tampoco…

 

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Notas finales:

En cuanto a las notas de este capítulo... ¡Es un niño! Más bien un Regalito, aunque no esperen que salga con moño y envuelto en papel de regalo (más bien envuelto en la placenta, pero yuck =P). Gustav no tuvo ninguna aparición en este capítulo, pero esperen a leer el que sigue.
Por cierto, ¿alguien se dio cuenta de las referencias que hice a "Vitamina G" y a "No..."? La doctora Dörfler es la misma especialista de la que escribo cuando hay mpreg de por medio.
Graxie por leer.
Besucos~!


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