-¿Dónde intentabais ir?
Ambos se quedaron callados, mirando al suelo. No habían conseguido abrir la puerta, y al intentar treparla los habían visto y atrapado fácilmente. Emily temblaba agarrándose el vestido, con los ojos llenos de lágrimas. Asaki vio de reojo que la niña tenía mucho miedo, pero no dijo nada.
-Si no habláis por las buenas...
De repente, uno de los adultos agarró a Emily y se la llevó a otra habitación, entre los chillidos de la niña Asaki pudo entender un “huye!”, pero no tuvo oportunidad. A él también lo agarraron y alguien le susurró al oído:
-Como eres nuevo, todavía no te haremos nada... pero mira bien lo que les sucede a los niños que desobedecen...
Los gritos de Emily se marcaron en la mente de Asaki y no dejaron de torturarlo por las noches de las siguientes semanas. A él sólo le pegaron un poco y luego lo dejaron ir, pero a la niña...
-Emily, ¿cómo te encuentras hoy? -le preguntaba Asaki cada mañana, llevándole el desayuno a la cama, mirándola con preocupación. No sabía exactamente lo que había ocurrido... pero de algo estaba seguro, le habían hecho mucho daño, demasiado. Los primeros días, Emily no era capaz de andar, y apenas si levantaba la mirada. Se ponía a llorar y temblar de repente, sin razón alguna, y Asaki no veía cómo ayudarla. En ese momento no lo sabía, pero su amiga había sido violada. Y él lo había visto todo, obligado a contemplar esa escena tan desagradable.
Como siempre cuando le preguntaba, Emily no respondió.
-¡Niño! ¡Quédate quieto!
-¡No! ¡Soltadme! ¡No quiero! -gritaba, intentando soltarse- ¡Sacadme de aquí!
Habían pasado ocho meses desde su llegada al internado. En ese poco tiempo, ya había descubierto que, obviamente, ese lugar no era un simple internado. En ese internado, sacaban sangre a los niños. También les hacían muchas pruebas de compatibilidad. Siempre había un número igual de niñas y niños. Y, de vez en cuando, una niña desaparecía, seguida unos días después por un niño. Asaki no sabía lo que pasaba en ese lugar, pero sabía que no era bueno. Y, ahora, sin duda, no le gustaba nada la situación en la que estaba. La noche anterior se había ido a dormir en su cama, algo intranquilo por Emily, la cual seguía mal, pero al menos ya hablaba un poquito, pero tan flojo que apenas la oía.
Y esa mañana, se había despertado en un lugar diferente. Atado a una especie de camilla, en una sala que parecía un quirófano. A su alrededor habían adultos con máscaras, seguramente para que no reconociera las caras, y Asaki estaba muerto de miedo. Se debatía en la camilla, intentando quitarse las ataduras que lo inmobilizaban, mientras apartaba la cabeza de una mascarilla de esas que te duermen. Como lo habían operado una vez hacía un tiempo, sabía que si respirabas eso te quedabas completamente dormido. Por esa razón, terminaron agarrándole la cabeza, y lo último que vio y oyó antes de dormirse fue a alguien con un bisturí en la mano... y los gritos de Emily.
Abrió los ojos. Ya no estaba atado. Había revuelo a su alrededor... Se sentía bastante mareado, pero aún así se obligó a incorporarse para mirar a su alrededor. Mucha gente... más de la normal... espera... ¿y Emily? Estaba seguro de haberla oído gritar antes de dormirse... Buscó con la mirada mientras se daba cuenta de que los adultos que les habían hecho daño estaban todos en un rincón, con algo metálico en las muñecas. No se fijó mucho. Lo que le hizo reaccionar y bajar de esa camilla fue ver otra camilla al lado. Esta, estaba completamente manchada de sangre. Se subió a una silla que había al lado dándose cuenta de que había un bulto debajo de una manta blanca. De debajo de la manta sobresalían unos mechones de cabello castaño, era el mismo tono del cabello de su amiga, de Emily...
Se arrepintió toda su vida de haber levantado esa manta.