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¿Amante? por Maye0908

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¿Amante?

por Maye Malfter

 

 

What do you do when your hearts in two places?

You feel great but you’re torn inside.

You feel love but you just can’t embrace it

when you found the right one at the wrong time.

Broken arrow - Pixie Lott

 

9

INTÉNTALO HASTA QUE TE LO CREAS

 

Los meses habían pasado y la relación de Harry y Draco era honestamente la mejor relación de pareja que Harry hubiera tenido en la vida.

Se compenetraban a la perfección, se entendían el uno al otro de una manera en la que Harry nunca pensó que podría entender a alguien, jamás se quedaban sin tema de conversación ni cosas que hacer juntos y el sexo era simplemente fabuloso.

Luego de aquella primera vez las cosas evolucionaron bastante más rápido de lo que Harry hubiese esperado, pero sin que ninguno de los dos pudiera o quisiera realmente hacer nada para evitarlo.

Después de las dos primeras semanas, la mayoría de las cuales fueron pasadas entre las sábanas del cuarto de Draco, Harry se dio a la tarea de informar a sus amigos cercanos de su nueva relación, para así evitarles el shock inicial, y el auror sabía que su nuevo novio había hecho lo mismo con sus padres y allegados. En noviembre, Harry ya había tenido varias cenas formales en la Mansión Malfoy y para cuando llegó diciembre Molly y Arthur los invitaron a pasar la nochebuena en Shell Cottage, junto a todos los Weasley y sus respectivas familias.

Después de año nuevo, y en vista de la graduación de Draco de su especialidad en Psicomagia, Harry dejó por completo de ir dormir en su casa de Grimmauld Place, mudándose permanentemente al número 43L del Wizard’s Shelter Inn en mudo acuerdo con su dueño.

Muchas de las cosas de Harry seguían aún en la antigua casa Black, y Harry se pasaba algunas veces por allí para recoger cierta prenda específica que necesitaba o para asegurarse de que Biny estuviera bien. Draco le sugirió un par de veces que se trajera el resto de sus cosas - elfo incluido - pero Harry alegaba que no era tan importante, y que ya habría tiempo de hacerlo porque en verdad ¿quién les estaba apresurando?

Todo era perfecto, más que perfecto, y aun así Harry sentía que algo faltaba. El problema era que él no sabía exactamente qué.

Nadie sabía que Harry se sentía de esa manera, ni siquiera Hermione. El auror callaba porque, si era objetivo, sus preocupaciones eran tonterías teniendo en cuenta lo bien que le estaba yendo con Draco y con todo en general. Así que Harry lo intentaba.

Intentaba obviar el sentimiento de ahogo cada vez que alguien le preguntaba por su ex, intentaba hacer como si en verdad disfrutaba las cenas familiares de los fines de semana junto a los Weasley y a su novio, intentaba sonreírle a cada persona que le decía lo realmente afortunado que era por tener a Draco a su lado, intentaba ser feliz a pesar de la vocecilla en su interior que le decía que su vida perfecta era una farsa. Lo intentaba tanto y tan fuerte, que algunas veces se preguntaba cuanto tardaría Draco en ver a través de sus costuras, aunque el psicomago jamás le había dicho nada al respecto.

Llegó a pensar que quizás la vida perfecta era producto de la imaginación de los enamorados, y que tal vez así se sentía todo el mundo cuando las cosas iban saliendo bien. La vida le estaba sonriendo, tenía a alguien perfecto a su lado, todo era ideal, y nada había de malo en sentir como si todo estuviera pasándole a otra persona en vez de a él. Estaba seguro de que era sólo el cambio de vida lo que le había afectado, y de que, tarde o temprano y de tanto intentarlo, se acostumbraría.

O eso pensó hasta esa nefasta noche de mediados de febrero.

Acababa de liderar una redada hecha para desmantelar una secta de practicantes de artes oscuras, lo que por supuesto se traducía en estar enterrado en el papeleo correspondiente hasta Merlín sabría qué hora.

Era ya muy tarde cuando terminó de rellenar la última forma, tan tarde como para que no hubiera nadie más en ninguna otra oficina cercana a la suya. En cuanto la tinta estuvo seca, tomó entre las manos los informes que acababa de escribir y los metió en uno de los sobres a prueba de curiosos que el Departamento de Papelería tan amablemente encantaba para ellos, selló el sobre con magia, y caminó hasta el escritorio vacío de Myrthle para dejarlo encima de la pila de papeles “por entregar”.

En eso estaba cuando un sobre de pergamino color azul celeste llamó su atención. Tenía decorados en relieve, y tenía algo escrito en letras negras. Su curiosidad innata sacó lo mejor de él y para cuando se dio cuenta el sobre ya estaba en su mano, las palabras “¡Es varón!” brillando bajo las pocas luces que quedaban encendidas a esa hora. Le dio la vuelta, sacó la tarjeta interna y el mundo se tambaleó bajo sus pies.

Las familias Finnigan y Greengrass tienen el placer de invitarle a celebrar la feliz llegada del nuevo miembro de nuestro árbol familiar: Dean Augustus Finnigan Greengrass. Sus padres, Seamus y Daphne, estarán encantados de contar con su presencia en tan maravillosa ocasión ¡Acompáñenos a festejar el nacimiento de nuestro pequeño tesoro!

La recepción tendrá lugar el día…

Pero Harry ya no pudo seguir leyendo.

Metió la invitación de nuevo dentro del sobre y lo dejó tal como lo había encontrado. Depositó los informes sobre el escritorio de Myrthle y terminó de apagar todas las luces con un movimiento de varita. Tomó su abrigo y caminó con la mirada perdida, mientras sus pies le llevaban en automático hasta el ascensor y luego hacia la zona de apariciones del Atrio.

Se apareció junto a la entrada para visitantes, que a esa hora de la noche estaba completamente oculta por la oscuridad. Salió hacia la desierta calle londinense y siguió caminando sin rumbo fijo, con las manos en los bolsillos y la cabeza en otro lado, con un vació en el pecho y la certeza de que sus pies no lo estaban llevando en dirección al Wizard’s Shelter Inn.

 

***

 

—Debí suponer que a ti no te engañaría —dijo Harry a la recién llegada, sin dejar de mirar hacia el lejano borrón que era en ese momento la tan llamada “Casa de los Gritos”.

La mujer a su lado se encogió de hombros— Sabía que estarías aquí, y recuerda que fui yo quien te ayudó a estudiar para tu examen de ocultamiento. Fue pan comido.

Se quedaron así un buen rato, sin hablar, tan solo escuchando el silbar del viento y observando la encorvada figura del que alguna vez fuera el escondite del joven Lupin durante las noches de luna llena.

— ¿Viniste sola?

—No, pero Ron y los demás no saben que sé dónde estás. Están buscándote en el castillo mientras hablamos.

— ¿Por qué estaría yo en el castillo?

— ¿Por qué estarías frente a la casa de los gritos con un potente glamour aplicado en el rostro?

Harry sonrió ante eso, y luego sacó su varita para deshacer el encantamiento. Hermione lo había encontrado, ya no servía de nada ocultarse.

—Llevas desaparecido dos días, Harry. Estábamos preocupados.

—Necesitaba estar sólo.

— ¿Y no podías avisarnos? O avisarle a Draco, al menos. El pobre está que se sube a las paredes.

—Yo-

—Harry… —la bruja se había girado hacía él en algún momento de la conversación y ahora le tomaba de las manos— Es Seamus, ¿verdad?

El auror desvió la mirada y Hermione apretó con más fuerza las manos del mago entre las suyas. Harry volvió a verla.

—Tuvo un varón, Mione ¡Un hijo! Seamus tiene un hijo…

—Lo sé. Leí la invitación… ¿Es por eso que huiste, Harry? ¿Por algo que sentiste?

— ¡Sentí, Hermione! ¡Sentí y ya no se supone que deba sentir nada! Sentí celos, sentí rabia, sentí dolor. Sentí que el mundo se doblaba sobre mí como un gran pliego de pergamino, sin poderlo evitar, sin poder hacer nada. Quise desaparecer y fue lo que hice. Caminé hasta que no pude caminar más. Llegué a Kings Cross, me apliqué un glamour, y tomé el primer tren a Hogsmeade. Cuando reaccioné ya me había registrado en la posada, y no se me pasó por la cabeza avisar a nadie porque no quería estar con nadie. Ni con Ron, ni contigo, ni mucho menos con Draco. Y sé que tal vez eso me haga la persona más egoísta del mundo, pero en este momento no podría importarme menos porque la única persona que ha podido hacerme tanto daño lo sigue haciendo aún sin saberlo, y porque mi supuesta vida perfecta vale tres pepinos cuando se trata de escudarme de ese imbécil y sus daños colaterales ¡Mi maldita vida es toda una maldita farsa! Y ni las terapias, ni el tiempo, ni nada de lo que me ha pasado ha servido para cambiarlo. Nada de lo que haga funciona. Nada de lo que he hecho vale la pena.

Las palabras salieron de la boca del auror como balas cargadas de una ira indescriptible, y en un tono mucho más alto de lo que le hubiera gustado. Sin embargo, la bruja frente a él ni siquiera se inmutó, mirándole tan impasiblemente como cuando había llegado.

— ¿Y Draco? —Preguntó con calma, haciendo que algo en el pecho de Harry diera un tirón— ¿Acaso Draco no vale la pena?

Harry había pensado mucho en Draco en esos dos últimos días, aunque no se le había pasado por la cabeza avisarle donde se encontraba. Su relación con el sanador era la mejor cosa que podía haberle sucedido, y sin embargo allí estaba él, a kilómetros de casa, solo, y escondiéndose de un mundo en el cual su ex novio estaba viviendo la vida que siempre quiso vivir, con una familia, con un heredero, con un hogar. Escondiéndose de un mundo injusto en el que todo lo que Seamus le había hecho a Harry le había sido recompensado en vez de cobrado. Escondiéndose del único hombre que en verdad se había preocupado en hacerle feliz, sólo porque el hombre que le hacía miserable acababa de tener un hijo varón.

—Draco es estupendo… —fue lo único que se le ocurrió decir tras un largo momento de silencio.

— ¿Lo quieres, Harry?

La pregunta le tomó por sorpresa, removiendo cosas en su interior que habían estado bastante revueltas durante su breve estancia en la posada de Madame Rosmerta.

—Lo quiero —afirmó, volviendo a girarse hacia la casa de los gritos. Hermione lo imitó—. Es decir, él ha sido tan bueno conmigo. Me ha ayudado tanto. Él-

— ¿Lo amas?

Harry calló. No pudo responder. Las palabras estaban en su cabeza, pero no era capaz de decirlas en voz alta. Hermione lo conocía como nadie y no quería engañarla con su respuesta. No quería engañarse a sí mismo. Y tras un largo suspiro, por fin tuvo todo claro.

—No —respondió, soltando el aire como si con esta palabra se hubiera desecho de un gran peso sobre sus hombros.

No amaba a Draco, porque aún amaba a Seamus. Le amaba lo suficiente como para albergar secretas esperanzas incluso sin saberlo. Le amaba lo suficiente como para sentirse destrozado por saber que había tenido un hijo, y que ya poco o nada podría existir entre ellos. Le amaba lo suficiente, como para no poder amar a Draco.

—Tienes que decírselo —dijo la bruja, y Harry recordó cuando Ginny Weasley le había dicho casi las mismas palabras, en lo que parecían ser años atrás.

—Si se lo digo todo acabará —dijo Harry a su vez, muy bajito, apenas audible para la mujer a su lado.

—Si no se lo dices, no sería justo para él —insistió Hermione, mirándole de nuevo—. Si no puedes quererle como merece, al menos déjale saberlo.

Y Harry asintió, porque su amiga tenía razón. Draco había sido bueno con él, le había comprendido y le había salvado de sí mismo. Merecía saber la verdad, aún si eso significaba el final de lo que tenían. El único detalle ahora era que el auror aún no sabía si podría reunir el valor necesario para hacer lo correcto.

 

***

 

La luna estaba alta en el cielo cuando Harry llegó por fin al pasillo del 43L, luego de recibir un par de regaños más por parte de Weasleys preocupados, y miradas reservadas por parte de compañeros aurores que habían participado en su búsqueda.

El tintineo de las llaves se amplificaba exponencialmente debido a la soledad del pasillo, y cuando al fin abrió la puerta las bisagras chirriaron como si quisieran despertar a medio Londres. Harry entró al departamento con la cabeza gacha, apenas fijándose en nada más que en la puerta que estaba intentando cerrar. Se giró para entrar completamente en la estancia y alzó la vista, topándose con una dura mirada color acero.

El medimago parecía calmado, tenía los brazos cruzados, el cabello bien peinado, y su ropa estaba oculta tras el sobretodo gris que utilizaba para salir por las noches, con una bufanda verde botella cubriendo su cuello y parte del torso. Ni siquiera se inmutó cuando Harry le sonrió tímidamente e hizo falta una segunda mirada por parte del auror para identificar que el bulto cerca de la pierna del otro era un pequeño bolso de viaje.

El estómago de Harry se encogió de forma dolorosa, y de alguna manera supo que todos en esa habitación estaban exactamente en la misma página.

—Draco-

— ¿Te encuentras bien?

El tono del hombre frente a él era frío, profesional, como el tono que usaría un medimago con cualquier paciente. Sin lugar a dudas, Draco estaba utilizando todo su entrenamiento medimágico para desligarse de lo que estaba ocurriendo, dejando de ser su Draco, para convertirse en el Sanador Malfoy.

—Estoy bien —respondió Harry en automático, sintiéndose un poco descolocado.

—Me alegro. Así todo será más fácil.

Draco habló con naturalidad, pero el pequeño temblor en su mano derecha no pasó desapercibido para el auror. Lo conocía demasiado bien como para no darse cuenta de lo difícil que le resultaba todo esto.

Sin embargo, el psicomago lucía decidido, y Harry sintió miedo por primera vez en lo que llevaban de relación. Miedo de perder lo que tenían. Temor de perderle a él.

— ¿Fácil? —Alcanzó a decir, inseguro de acercarse más. Temiendo que, si se movía, de alguna manera la conversación llegaría a su fin y el otro mago se marcharía para siempre— ¿Quieres decirme de una vez qué está pasando, Draco?

Draco le miró a los ojos unos cuantos segundos más antes de desviar la mirada hacia algún lugar de la cocina, sus brazos firmemente entrelazados sobre el pecho, los labios apretados en una tensa línea.

—Voy a hacerte una pregunta y quiero que me respondas honestamente, Harry —Dijo con calma, y Harry sintió un nudo apretarse en su garganta.

—Lo que quieras —Respondió, escuchando cómo su propio corazón le resonaba en los oídos.

—Esto… —comenzó el rubio, aparentemente buscando las palabras adecuadas— Tu desaparición… —continuó— Tiene algo que ver con él, ¿no es así?

Lo sabe, pensó Harry al escucharle. Lo sabe y ya no hay nada que pueda hacer.

—Draco, déjame explic-

—Sólo responde la maldita pregunta, Harry Potter ¡Con un carajo! —Gritó Malfoy interrumpiéndole, perdiendo su fingida compostura y girando el rostro de nuevo hacia él, con los ojos de acero líquido taladrándole sin piedad.

Harry se vio expuesto ante esa implacable mirada, y se sintió completamente culpable por ese par de días sin haber hecho ni el más mínimo esfuerzo por contactarle. Draco no se merecía lo que Harry le había hecho, ni los pasados días ni todos esos meses fingiendo que las cosas marchaban bien.

De repente recordó todas las veces en las que estuvo a punto de confesarle cómo se sentía realmente con respecto a su relación, y todas las veces más en las que se auto convenció de que era mejor no decir nada. Su testaruda negación los había llevado a los dos a estar donde estaban en ese momento, y lo menos que podía hacer ahora era responder con sinceridad. Se obligó a sostenerle la mirada, y asintió una vez.

—Bien… —expresó el medimago, descruzando los brazos y agachándose para recoger el bolso de viaje— Eso era todo lo que necesitaba saber —y dicho eso, caminó hasta alcanzar la puerta.

Harry se apartó para dejarle pasar, demasiado aturdido con lo que estaba ocurriendo como para reaccionar realmente. Draco se estaba yendo, le estaba dejando, y Harry no sabía qué hacer para evitarlo

—Me voy por una semana, pero no te molestes en buscarme porque no estaré en ningún lugar que conozcas —anunció Draco tras unos instantes, con la mano en el pomo de la puerta y sin girarse para mirarle. El rostro oculto entre la semioscuridad que los rodeaba a ambos—. Puedes quedarte hoy  si quieres, pero cuando vuelva espero que ya no estés aquí. Ni tus cosas tampoco —algo pesado cayó en el estómago de Harry, y sintió como si fuese a ponerse enfermo de un momento a otro—. Deja tu llave encima de la mesa antes de irte, y por favor no me escribas. No necesito explicaciones ni disculpas. Sé perfectamente qué es lo que pasa, y esto soy yo ahorrándote la molestia. Adiós, Potter.

Y dicho eso, Draco Malfoy salió del 43L cerrando la puerta.

 

***

 

Pasó casi una hora para que Harry pudiera moverse desde dónde Draco le había dejado hasta el sofá de la sala, y casi toda la noche para asimilar que todo era cierto, que en verdad había pasado. Draco sabía todo y le había dejado.

Tan pronto los primeros rayos del alba se colaron por las ventanas abiertas, Harry se percató de que apenas se había movido en toda la noche, pensando, recordando, con las últimas palabras de Draco resonando en sus oídos cual campanas, tan lejanas y a la vez tan claras, tan definitivas.

Adiós, Potter.

Cuando el sol terminó de salir, el mago se levantó del sofá y caminó despacio hacia las escaleras, subiendo a la habitación y comenzando a recorrerla con su varita en la mano, enviando todas sus pertenencias a una gran maleta abierta en el centro de la cama, la cual irónicamente se la había regalado Draco para cuando por fin decidiera traerse toda su ropa desde Grimmauld Place.

Recorrió la recámara tres veces seguidas para asegurarse de que no dejaba nada y pasó su mano una última vez sobre las suaves sábanas de seda que Draco y él compartieran hacía poco más de un par de noches atrás. Respiró profundo y levitó la maleta escaleras abajo.

Realizó el mismo procedimiento en la parte de abajo del departamento, comenzando por la cocina, enviando tazas, libros e incluso un par de botas de combate que se había quitado en la sala de estar la última noche que pasara allí. Draco le había amenazado con irse de la casa si las botas seguían ahí en la mañana y Harry le había besado hasta hacerle olvidar el asunto. Definitivamente la vida de Harry estaba llena de amargas coincidencias.

Caminó por todo el perímetro de la sala, rozando las paredes con los dedos, parándose en seco al llegar frente a la chimenea. Sobre la repisa, erguido y esbelto, estaba el portarretratos de plata que Ginny les había regalado en navidad. Dentro de él había una foto mágica de ellos dos mirándose intensamente, tomada durante la boda de la que ambos fueron los padrinos.

Harry tomó el portarretratos entre las manos y lo aferró hasta que las yemas de los dedos le dolieron, conteniéndose con todas sus fuerzas para no estrellarlo contra la pared más cercana. Lo abrazó contra su pecho y contuvo un escalofrío, temblando de pies a cabeza, cerrando los ojos muy fuerte para tratar de evitar que las lágrimas escaparan de ellos.

Y en ese momento, la verdad le golpeó como un ladrillo en el rostro, quitándole todo el aire de los pulmones, llenándole de sentimientos que ya no era capaz de ocultar. Quiso gritar, quiso maldecir, quiso romper cosas y pegarse de puñetazos contra las paredes hasta que los nudillos le sangraran. Pero no podía hacer nada de eso, no allí, no en su casa. Draco no se merecía regresar a un departamento destrozado y Harry no tenía derecho alguno de destrozarlo.

Así que se aferró más fuertemente al portarretratos, cayendo de rodillas sobre la alfombra mientras toda la rabia, la tristeza y la frustración le recorrían el cuerpo en violentas oleadas. Había tenido todo y lo había perdido por imbécil. Draco había sido lo mejor que le hubiera pasado en la vida y él se las había arreglado para hacer que el rubio también se marchara de su lado. Dejándole solo otra vez, llevándose todo el aire con él.

Y en el fondo, muy en el fondo, Harry sabía que se lo merecía.

 

***

 

— ¡Eh, Potter! Shacklebolt te anda buscando.

Harry subió la mirada de la pila de papeles que estaba organizando para observar al hombre de piel cetrina y cabello negro que acababa de llamarle por su apellido. Patch Noland le observaba desde la puerta, obviamente esperando alguna clase de señal de reconocimiento para irse a continuar con sus rondas del día.

—En un segundo, Noland. Gracias —respondió Harry con un asentimiento. Noland se llevó dos dedos a la frente e hizo un breve saludo militar antes de desaparecer de nuevo hacia el pasillo.

Harry suspiró, al tiempo que dejaba la pila de papeles sobre el escritorio y se levantaba. Circuló los hombros hasta escuchar el característico crac de sus articulaciones y emprendió el camino hacia la oficina del Ministro.

Habían pasado poco más de dos semanas desde que se regresara a vivir en Grimmauld Place y a decir verdad las cosas no podían estar peores.

Como de costumbre, cada rincón de la casa le recordaba a Seamus, pero ahora Harry se encontraba a si mismo recordando también a Draco, por lo cual su “nueva vida” estaba convirtiéndose lentamente en una completa pesadilla.

No podía dormir bien, apenas si comía, y utilizaba cualquier excusa para no tener que hacer más que trabajo de escritorio en el Cuartel pues las peligrosas misiones de su división requerían que estuviera en sus cabales a un cien por ciento y Harry estaría condenado antes de dejar que su distraído estado de ánimo pusiera en peligro la vida de sus compañeros.

Así que se pasaba los días ordenando papeleo y rellenando informes, evitando ir a su casa hasta pasada la hora de salida y con Noland y Bash pegados a su cuello queriendo averiguar qué le pasaba a su compañero de división. Pensándolo bien, a Harry no le extrañaría nada que hubiesen sido ellos dos los que convencieron a Shacklebolt de que le quería ver en primer lugar.

Entró a la oficina del Ministro saludando a la secretaria con una sonrisa bastante más cansada de lo habitual. La chica le sonrió de vuelta y le indicó que le estaban esperando. Harry tomó aire y entró.

Shacklebolt estaba de pie frente a su escritorio, con una sonrisa bonachona en el rostro y un grueso rollo de pergamino entre las manos. El Ministro le recibió tan cálidamente como siempre y le invitó a tomar asiento.

—Noland me dijo que quería verme, señor.

—Sí, sí. Lo conseguí en el pasillo hace un rato y le dije que te llamara. Hay un asunto delicado que quiero tratar contigo.

Shacklebolt retorció el pergamino entre las manos una vez más y por un breve momento Harry se preguntó si su desempeño del último mes había sido tan malo como para justificar su despido. Se sacudió ese pensamiento.

—Le escucho.

—Bueno, primero que nada… ¿Cómo te has sentido?

¿El Ministro llamándolo en medio de la jornada para preguntarle por su estado de ánimo? Sí, definitivamente esto tenía la firma de sus dos colegas. Harry decidió en ese momento que les mandaría un vociferador a cada uno la próxima vez que les tocara ronda nocturna.

—Pues… pues bien, creo —alcanzó a decir, medio apenado con todo el asunto—. No entiendo qué-

—Escucha, Harry —le interrumpió el otro mago—. No quiero sonar entrometido, y sé que tu vida personal es tu vida personal pero ¡vamos, hombre! Llevas dos semanas haciendo el papeleo de los demás sin salir ni una vez a campo... Cuando te graduaste de la Academia contraté un auror. Si quisiera otra secretaria en las fuerzas especiales le pediría a Meredith que pusiera un anuncio en El Profeta.

Y Harry no pudo evitar sonreír ante el tono jocoso del Ministro. Si esto era para entregarle su carta de despido, al menos sabía que podía pedir un puesto como secretario de algún departamento.

—Lo siento mucho, señor. De verdad —comenzó a disculparse, al tiempo que Shacklebolt le restaba importancia con un gesto de la mano.

—Ya, ya, Potter. No estás aquí para que te disculpes, estás aquí para que te haga una oferta.

— ¿Oferta?

— ¡Pues claro! —Exclamó, como si fuese la cosa más obvia— No llamaría a uno de mis mejores aurores a mi oficina en medio de su interesante archivo de planillas e informes si no fuese para algo importante ¿Recuerdas ese caso de hace un par de meses en el que colaboramos con varios ministerios europeos?

—Por supuesto.

— ¿Cuáles eran? ¡Ah, sí! Luxemburgo… Portugal, Grecia e Italia, si la memoria no me falla. Terminamos atrapando esa red de traficantes de ingredientes sin ninguna baja de nuestro lado, Potter, y eso es mucho que decir cuando se trata con delincuentes tan peligrosos. El caso es que uno de esos ministerios está conformando su propia División de Fuerzas Especiales y necesitan un experimentado auror que les ayude en todo el proceso.

En ese punto, Shacklebolt le tendió el pergamino y Harry lo desenrolló, leyendo la petición y el lugar de origen.

— ¿Lisboa, señor? ¿Está seguro?

—Por supuesto que no estoy seguro, Potter. Estaría loco si quisiera de buena gana deshacerme de un recurso tan valioso como tú. Pero sólo es temporal. A menos, claro, que te enamores del clima y nos dejes a todos plantados.

— ¿Por cuánto tiempo?

—Con un año bastará.

Un año.

Shacklebolt le estaba pidiendo que dejara Londres por un año entero, para ayudar al Ministerio Portugués con la constitución de sus nuevas fuerzas especiales. Y lo peor de todo era que Harry se lo estaba pensando.

Honestamente, Harry no quería dejar Londres así, mucho menos considerando que aún guardaba ínfimas esperanzas de que Draco decidiera que eso de hacerse los desconocidos era algo estúpido. O que al menos les permitiera a sus lechuzas entregar las cartas.

Sin embargo, y dadas las circunstancias, quizás el viaje no fuese tan mala idea. Dejarlo todo por un año, cambiar de aires, conocer gente nueva. Y lo mejor de todo, haciendo algo en lo que era bueno y que seguramente lo mantendría ocupado más de quince horas diarias al menos durante los próximos seis meses.

Tal vez esta era la oportunidad que a su vida le faltaba. Tal vez esto fuese lo mejor.

— ¿Y cuándo me iría? —Preguntó, aun considerando si era o no una buena idea.

—Mañana mismo, de ser posible.

Harry contempló las posibilidades que se presentaban frente a él, dándole opciones que hasta hace media hora no hubiese pensado tener.

Alejarse de todo por un año, dejar el tiempo pasar, pensar en lo que quería hacer a continuación. Definitivamente necesitaba un cambio en su vida y ésta era la oportunidad perfecta para lograrlo.

Decidido, el auror se levantó de la silla, con la frente en alto y la mano derecha estirada hacia Shacklebolt.

—Tenemos un trato.

 

Notas finales:

Meta notas:

*El Wizard’s Shelter Inn es el nombre del edificio mágico en el que vive Draco. Está cerca de Bloomsbury Street y cuando los muggles lo ven parece un gran almacén abandonado y peligroso.

*Los Greengrass son una familia sangre pura de viejas costumbres. La invitación que Harry leyó no estaba dirigida a nadie en particular y era sólo para dar por aludido al Cuartel de Aurores en cuanto a la gran recepción en honor al pequeño Dean. Todas las oficinas y departamentos del Ministerio recibieron una invitación similar, al igual que el mismísimo Ministro, así que no, no fue sólo para que Harry se enterara del nacimiento.

*Para los shippers de Deamus que me quieren matar por lo que hice con Seamus: ¿Se dieron cuenta del nombre del hijo de Seamus y Daphne? Nop, no es coincidencia. #sorrynotsorry

 

Notas finales: Lo siento u.u


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