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Susurros En El Silencio por Darko Princess

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Notas del capitulo:

Hola y Buenas Noches a tod@s, estaba pensando seriamente en no actualizar el día de hoy porque me pone por demás nerviosa que este es el último capítulo completo que tengo y no quiero atrasarme otra vez con la novela como me ha pasado con las dos anteriores, e igualmente por la falta de reviews, pero hubo una personita preciosa que me devolvió las ganas de publicar aun a riesgo de atrasarme y por ella es que les dejo este capítulo.

 

Espero les guste y lo disfruten, y recuerden, mínimo 6 reviews para que su autora se emocione y pueda trabajar pese a las 0 horas de sueño que duerme actualmente y a las mil cosas que tiene que hacer en el trabajo y el posgrado jijijijijijiji

 

Recuerden, yo soy como el cookie monster, mientras más reviews, más me aloco ^^UU

VII

Tan Puro Y Hermoso Como La Blanca Nieve

 

Despertó solo cuando sintió los rayos del sol justo sobre su rostro, parpadeando un par de veces antes de posar la mirada directamente hacia la cama, encontrándose con los azules orbes del chico que de nuevo lo estaba mirando, pero esta vez no había miedo, solo calma y curiosidad, como si estuviese aguardando por algo, tal vez podría enseñarle otro hechizo, uno pequeño y llamativo como el anterior, tan solo para ganarse más su confianza, si… tal vez podría…

El sonido de su estómago interrumpió sus pensamientos e involuntariamente sintió el calor subirle a la cara, el chico mientras tanto, parpadeó un par de veces, inclinando la cabeza hacia un lado como un cachorrito curioso ante alguna ocurrencia de su amo. Y en cuanto semejante pensamiento se le vino a la mente, Yoru negó efusivamente, ese niño no era ninguna mascota, era su responsabilidad, su pequeño y recién descubierto, tesoro.

Suspirando hondamente, se puso de pie, lo más lento que pudo, eso con tal de no asustarlo otra vez, e incluso, al no ver reacción alguna, se estiró un poco, bostezando apenas en el proceso, y dedicándole una última mirada, se dirigió hacia la puerta de la habitación, para salir al pasillo, yendo hacia su improvisado despacho en donde igual que cada mañana, halló la bandeja de desayuno que las enfermeras diariamente dejaban para él. Pensándolo unos momentos, tomó la bandeja con una mano, regresando al cuarto del chico, tal vez si lo veía comer, por fin aceptara probar bocado.

Evitó mirarlo al entrar pero aun así sintió de nuevo que el niño lo miraba, siguiendo todos y cada uno de sus movimientos hasta el momento en que regresó a su lugar en el sofá, entonces levantó la mirada, y una vez más el azul zafiro profundo de sus orbes se encontró con el azul puro de los orbes del chico, solo unos instantes antes de que Yoru se atreviera a sonreírle levemente.

-“Es comida de hospital, no es la mejor pero al menos es algo”- sabía que probablemente no le iba a entender pero no importaba, no cuando de nuevo lo vio parpadear con la curiosidad impresa en su mirada.

Algo inseguro se llevó el sándwich integral a la boca, dándole una pequeña mordida, no era el mejor que hubiera probado pero al menos servía por el momento, al menos mientras no pudiese regresar a casa o alejarse lo suficiente del hospital como para conseguirse algo mejor. Aunque más bien comenzaba a pensar que todo no era más que consecuencia de haber pasado tanto tiempo siendo alimentado por el resto de su familia, y eso porque incluso parecía que hasta Hisui y Yuury tenían más habilidad que él para el asunto de la cocina.

Y así, distraído como estaba, casi estuvo a punto de no notar la forma en que el chico apenas, y muy tímidamente, se relamía los labios, con la mirada fija en su sándwich. Por fin estaba pasando, y aunque hubiese deseado atiborrarlo de toda la comida que quisiera, sabía que después de todos esos años de encierro y de los días pasados únicamente con aquello que la vía le proporcionaba, lo último que podía hacer era darle de su sándwich, mirando apenas su bandeja, sus orbes quedaron fijas justo sobre el postre de ese día, un pequeño potecito con lo que parecía gelatina, gelatina de ¿chocolate? Ante su último descubrimiento no pudo evitar pensar que incluso las enfermeras parecían querer quedar bien con él, todo por el asunto ese de ser el Líder, pero al menos eso no importaba, no cuando el pequeño chico por fin podría tener algo medianamente bueno para comer, aunque probablemente fuese mucho mejor que cualquier cosa que en el pasado pudieran haberle dado en los calabozos donde estuviera encerrado.

Tomando el potecito y la cuchara, se acercó lentamente hasta la cama, mirándolo una vez más antes de sentarse en la orilla, siempre cuidando notar cualquier reacción en el chico, pero solo parecía más ansioso.

-“Voy a quitarte esto un momento para que puedas probar algo, no te haré daño”- y aunque sabía que de nuevo era muy probable no ser entendido, no importó, hablarle lo calmaba lo suficiente como para pensar que lo estaba haciendo lo mejor posible.

El niño no se apartó, solo aguardó en silencio hasta el momento en que con cuidado retiró la mascarilla de oxígeno de su rostro, dejándola a un lado para a continuación tomar con la cuchara una pequeña porción de gelatina, mirándolo unos instantes más antes de acercarle la cuchara hacia los labios, esperando por alguna reacción.

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Ossiris miró al hombre una vez más y luego hacia el objeto que sostenía frente a sus labios, dudando si abrirlos o no, una parte de sí mismo anhelaba después de tanto tiempo probar algo, ahora aún más cuando sus sentidos parecían ir volviendo de a poco luego de pasar por fin toda una noche de ameno sueño.

Pero igual tenía miedo, de lo que fuese a darle, y de lo que quisiera hacer con él luego de concederle esa no merecida “recompensa”, dudando unos instantes más, se atrevió por fin a entreabrir apenas los labios, permitiendo que el hombre le diera aquello. Entonces todo en él pareció vibrar ante el sabor de aquello, no recordaba nunca haber probado nada así, tan rico.

De inmediato entreabrió de nuevo los labios, pidiendo en silencio por más de aquello, y el hombre al mirarlo así, esbozó una sonrisa, pero no era igual que las de los otros, no, no existía ninguna mala intención en ella, solo una extraña felicidad ante su reacción, pero a su estómago por el momento, poco o nada le importaba si el hombre era feliz o no, él solo quería más de aquello, tanto así que ni siquiera se dio cuenta del momento en que se estiró lo suficiente como para arrebatárselo y llevarse el pequeño potecito hacia los labios, sorbiendo con prisa su delicioso contenido, hasta que ya no quedaba nada.

Solo entonces se dio cuenta de lo que había hecho, y levantando la mirada quiso hacer distancia con tal de escaparse del castigo, más de nuevo el hombre solo le sonreía, esta vez más ampliamente, no sabía porque y le daba algo de pánico averiguarlo, pánico que se vio acrecentado en el momento en que lo vio acercar su mano a él. Cerró los ojos con fuerza, esperando el golpe, pero este jamás llegó, solo sintió suaves caricias primero en su cabello y después en una de sus mejillas.

El tacto cálido de nuevo lo hizo estremecerse e involuntariamente abrió los ojos, centrándolos en el cada vez más extraño hombre frente a él, más este seguía sonriéndole, ofreciéndole esta vez otra cosa que no dudó en llevarse a la boca, degustando más lentamente su sabor, devorándolo con prisa a pesar de los bocados pequeños que le daba, hasta acabárselo, solo entonces su estómago pareció calmarse, haciéndolo sentir un poco de dolor, como diciéndole que con aquello ya era suficiente.

Suspirando hondo, se recostó contra la suave y esponjosa superficie donde su cabeza descansaba con anterioridad, llevándose ambas manos a su regazo y volviendo a suspirar. Ya no le importaba si el hombre lo castigaba o no, porque todo en él estaba contento de haber probado después de tanto tiempo, algo de comer, algo tan delicioso como no recordaba haber probado nunca antes, tanto, tanto, que no se dio cuenta del momento en que sus labios se curvaron en una muy pequeña sonrisa.

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Pero Yoru si lo notó, y aquella fue para él, la sonrisa más bonita que había visto en su vida, una sonrisa muy especial, tan especial como la pequeña personita a la que pertenecía, y aun con algo de cuidado, volvió a dejar suaves caricias sobre su cabello, bajando después la mano hacia una de sus pálidas mejillas, dejando a sus dedos rozar la suavidad de esa piel, solo unos momentos, no necesitaba más que eso.

Y justo cuando pensaba en apartar su mano, la del niño, pequeña y pálida, la retuvo justo ahí donde estaba, contra su mejilla, haciendo que de nuevo las miradas de ambos se encontraran, dejándolo contemplar cómo el vacío en esos orbes tan hermosa y puramente azules, comenzaba a desvanecerse, en un momento tan especial, tan mágico, un momento que les pertenecía solo a ellos dos, a nadie más, un momento que deseó jamás terminara.

-“¿Amo Yoru?”- pero desde luego alguien tuvo que terminar con esa fantasía, volviendo apenas la mirada, se topó con una de las enfermeras que desde días atrás comenzara a merodear a su alrededor igual que sus demás compañeras.

-“¿Pasa algo?”- se obligó a preguntar, mordiéndose apenas los labios y apartando desganado, la mano de la suavidad de la mejilla de su pequeño tesoro.

-“No, solo pensé que estaría en su despacho”- rodó la mirada, porque en efecto, una vez más solo estaba casi persiguiéndolo, cosa que ciertamente era un tanto fastidiosa y cansada, tanto que finalmente comprendió el cómo seguramente debían de sentirse todo el tiempo los Nocturnos y los Celesianos siendo acosados por la gente de la Sociedad.

Y justo estaba pensando en responderle algo cuando su atención fue tomada nuevamente por el chico, quien después de tanto tiempo de renegar de su cercanía, ahora parecía necesitarla, al grado de que se había atrevido a tomar su mano para volver a colocarla contra su mejilla, reteniéndola ahí, consiguiendo hacerlo sonreír.

Era tan bonito, no solo mirarlo así, sino más bien, que estuviera ahí, tan hermoso y tan pequeño, reflejando su fragilidad en cada pequeño gesto que hacía, desde la forma en que sus rizadas y espesas pestañas se agitaban al parpadear, el cómo su pequeña nariz parecía querer aspirar cada aroma en su entorno, y más importante, hasta el cómo sus labios carnosos y pálidos parecían temblar con suavidad, como si quisieran ser acariciados.

Tan distraído estaba en ello, que por eso jamás notó la forma en que la enfermera los miraba, preguntándose cómo un chiquillo como aquel conseguía tener tan fácilmente la completa atención de su joven Líder, siendo tan insignificante, que por eso coincidía tanto con el médico como con sus otras compañeras luego de haber leído el historial médico del menor, dejarlo morir habría sido un acto de caridad para quien no tenía salvación alguna, habría sido mucho mejor que permitirle seguir con vida, robando el tiempo y la atención de su Líder solo para él, no, no solo la de su Líder, sino también la de uno de los Príncipes Nocturnos, era… era casi una blasfemia, una que mientras más pronto terminara, sería mejor para todos, sí, mucho mejor…

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La mañana siguiente a aquel día, la recibió con una sonrisa, volviendo la mirada de inmediato hacia aquella otra que parecía haber estado aguardando porque él despertara. Yoru sonrió, estirándose un poco antes de dirigirse hacia la cama y revolver con cuidado y cariño los rizos de ébano del cabello de su lindo tesoro.

El niño por su parte, igual esbozó lo que parecía ser una pequeña sonrisa, guiando la mano de Yoru hacia su mejilla, dejándola ahí unos momentos antes de suspirar hondamente, disfrutando de sus sentidos cada vez más despiertos, tanto que por eso la noche anterior Yoru le había quitado la mascarilla de oxígeno, después de todo, notando la mejoría y el esfuerzo en el niño, era mucho mejor así, dejarlo explorar sus nuevos y cada vez más amplios límites.

Afuera el día ya no era soleado, espesas nubes cubrían el cielo, anunciando la que probablemente sería una larga nevada, pero ni siquiera eso le importaba, no cuando el pequeño se mostraba incluso mejor que el día anterior, no cuando de nuevo compartían un instante casi mágico, ambos en silencio, sólo mirándose, con la mano de Yoru reposando contra la mejilla del menor, siendo retenida ahí de forma casi inconsciente, porque en ese momento solo eran ellos dos, mirándose, sintiéndose, todo en un pequeño mundo que solo les pertenecía a ellos dos, a nadie más.

Y fue justo así como Elliot los encontró al entrar a la habitación, notando enseguida la casi irreal conexión que se había formado entre ambos, viéndolos profundamente perdidos el uno en el otro, de una forma que él solo había sido capaz de ver en muy pocas personas, o más bien, en muy pocas parejas, porque era justamente eso lo que parecían, un par de enamorados, por más extraño que se viera.

Y aunque sabía que probablemente después se arrepentiría de interrumpirlos, era en cierto modo necesario, porque no quería que ninguno de los dos sufriera, porque aun cuando tuvieran la misma edad, para Elliot, Yoru seguía siendo un niño, un niño joven e inexperto que ni siquiera era capaz de darse cuenta aún de la clase de sentimientos que comenzaba a desarrollar con una alarmante rapidez, y por otro lado también estaba el niño, demasiado pequeño y ajeno al mundo como para comprender de verdad lo que en su entorno sucedía, demasiado inocente aun como para asimilar cualquier clase de sentimientos complejos, sobre todo uno tan complejo como lo era el amor.

-“Escuché que ayer alguien por fin comió algo, así que pensé en traerle un premio”- internamente quiso reírse por la reacción de Yoru, quien con solo oír su voz, prácticamente retrocedió igual que si se alejase de una escena del crimen en la cual lo hubiesen pillado de presto.

El niño en cambio, solo volvió la mirada hacia él, observándolo de nuevo con esos ojillos de chiquillo curioso y fascinado por algo demasiado fantástico como para ser real, sacándole una sonrisita ante ese pensamiento, porque bueno, él era de lo más real, o al menos así se sentía la mayor parte del tiempo, sobre todo cuando metía la pata.

Más sin embargo eso no importaba, no cuando al menos para él, ahí la única criatura fantástica era precisamente el niño, con esos ojos tan llamativos y la piel blanca, probablemente suave al tacto, pero sobre todo, con esa presencia y esa aura tan fuerte, aun cuando todo en él pareciera mostrar fragilidad.

-“Sólo son unos pijamas pero seguro que son mejores y más calientitos que los del hospital”- Elliot se sonrió de nuevo, notando el parpadeo curioso y concentrado en las prendas que una a una él iba a dejando sobre la cama, notando esos orbes tan puramente azules, mirando cada vez más confundidos hacia la ropa.

Notar aquello contrario a sacarle una sonrisa, solo consiguió enojarlo más, avivar la creciente furia que comenzara a sentir en el momento en que terminara de leer el expediente médico del niño; cuántos horrores tendría que haber pasado como para no reconocer siquiera algo tan sencillo como un pijama, no deseaba pensar más en ello, no cuando la sonrisa fingida que ahora mostraba, comenzaba a flaquear ante todos los pensamientos que cruzaban su mente en esos momentos.

-“Supongo que puedo ayudarlo con eso”- parpadeo un par de veces antes de volver la mirada hacia Yoru, quien lo observaba detenidamente, probablemente intuyendo en parte todo aquello que en esos instantes estaba experimentando.

Y bastaron un par de segundos de intercambiar miradas como para que al final cediera, suspirando, Elliot extendió uno de los pijamas hacia Yoru, suave, cálido y de un blanco impoluto decorado por delgadas líneas verticales de un azul claro que instintivamente le hacía pensar en los ojos de ese niño, el mismo par de orbes grandes y extraordinariamente azules que no dejaban de seguir todos y cada uno de los movimientos de ambos, casi conteniendo la respiración, aguardando, aun alerta, como si le susurrase que aquello que se proponían no sería nada fácil…

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Sentado sobre la cama, no hacía más que observarlos intercambiando miradas entre ellos, como si estuviesen planeando hacer algo, o más bien, hacerle algo, tal vez el momento en que su pequeña fantasía de ya no sentir más dolor, por fin había llegado a su fin. Si, probablemente era eso, o al menos se tornó como la única realidad posible en cuanto el hombre, el Centinela, extendió las manos hacia él, hacia su espalda, soltando el nudo que mantenía cerrada la única prenda que llevara puesta desde el momento en que despertara en aquel lugar.

Ossiris cerró los ojos con fuerza, resignándose una vez más a aquello que estaba a punto de suceder, aquello que era lo único que conocía desde hace ya tanto tiempo, aguardando por el usual dolor. Y mientras más sentía las manos del hombre mover su cuerpo, más apretaba los parpados, percibiendo el momento en que una vez más las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos antes de iniciar su ya tan conocido recorrido a través de sus pálidas mejillas.

Tan solo esperó, con el cuerpo temblándole en ligeros espasmos mediante los cuales trataba de reprimir cualquier sonido que quisiera escapar de entre sus labios, esperó, con todos sus sentidos alerta, aguardando por lo que para él ya era inevitable. Más al cabo de un lapso de tiempo que para él corrió demasiado lento, todo lo que sintió fue el momento en que una vez más el hombre dejaba suaves caricias en su cabello.

Parpadeó un poco, mirando a ambos esta vez, notando en sus rostros expresiones que no supo identificar, y una vez más se sintió totalmente perdido, casi añorando sus días encerrado en su prisión, porque en aquel lugar no existían dudas, solo la certeza de que hiciera lo que hiciera, no habría más nada que dolor, dolor y nada más.

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Mordiéndose los labios, Yoru se juró asimismo no maldecir, no gritar ni mucho menos golpear la pared tanto como en esos momentos deseaba, no después de ver la forma en que el niño había reaccionado ante su tacto, temblando, en silencio dejando correr cristalinas lágrimas por sus pálidas mejillas, en completa tensión, igual que si aguardase sumisa y resignadamente por algo que ya nunca más sucedería, no mientras Yoru viviera.

Cerró las manos en puños y trató con todas sus fuerzas de luchar contra el sentimiento de impotencia que cada vez se extendía más y más por su cuerpo, haciéndole desear gritar, gruñir toda la rabia que en los días pasados había luchado tanto por reprimir, pero ya le parecía inevitable, cada vez más y más.

-“Será mejor que vayas afuera, yo terminaré con esto”- volviendo la mirada hacia el Príncipe, se sintió todo menos a salvo, una latente y casi asesina furia parecía plagar esos orbes que ahora se mostraban grises, metálicos, casi como la plata líquida, presagiando peligro.

-“Sus ojos…”- consiguió murmurar apenas, pasando saliva de un modo un tanto ruidoso antes de casi huir de la habitación, no muy seguro de si era o no una buena idea dejar al niño a solas con el Príncipe, no cuando este parecía estar tan furioso, probablemente por las mismas razones que él.

Y sin más que hacer, suspirando profundamente terminó por apoyarse contra la pared, resbalando hasta el suelo casi al instante, enterrando el rostro contra sus rodillas, mordiéndose los labios de nuevo, perdido entre todo el mar de sensaciones que lo inundaban al pensar en ese niño, en la mirada vacía que una vez más reflejaban sus orbes tan hermosamente azules.

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Elliot igualmente suspiro, una y otra vez, tratando de calmar toda la ira que parecía querer tomar control en él, la ira y la furia que solo quería dirigir hacia aquellos malditos que tanto habían quebrado a ese niño, tan malditos y tan enfermos como… como su maldita suegra.

Sacudió la cabeza, tratando de apartar de su mente los recuerdos sobre el último atentado que Lee Laxur intentara hacer contra su familia, porque pensar en eso sólo le hacía sentir más enojo, más furia y sobre todo, más deseos de matar.

Una vez más no le quedó de otra más que recurrir a los ejercicios de relajación que su hermana mayor Danielle, le enseñara años atrás, inhalando y exhalando profundamente, abriendo y cerrando las manos, una y otra vez antes de comenzar a tararear cualquier cosa que viniera a su mente, y que extrañamente resultara ser la melodía que sus padres compusieran para ellos, la que cada noche durante su infancia, usara para dormir.

Pronto la paz volvió a llegar a él, plasmando una sonrisa en sus labios al recordarse que esa misma melodía ahora era usada para arrullar a sus pequeños, y pensando en ellos, todo volvió a tomar su curso, hasta el punto de hacerlo finalmente atreverse a dirigir la mirada hacia el niño.

Este también le observaba, parpadeando una y otra vez con esos enormes orbes azules que parecían mostrarse atraídos por la melodía, la misma que no dejó de tararear mientras extendía las prendas que aún faltaban por ponerle al niño.

Se planteó seriamente el hablarle, intentar tranquilizarlo, pero recordándose que ese niño parecía no entender las palabras, tan solo continuó tarareando, acercándose a él y acariciando lenta y suavemente los rizos color azabache del niño, le sonrió de la forma más tranquilizadora que pudo, deslizando su mano delicadamente hacia su mejilla e inclinándose hacia él, creando una conexión entre sus miradas, la misma que se esforzó en mantener mientras con su voz igualmente lo distraía, apartando lentamente las sábanas, moviendo diligentemente sus manos con tal de terminar de vestirlo sin que el niño se percatara del todo de lo que sucedía, hasta que con un suspiro y dejando un par de suaves caricias más sobre su cabello, finalmente se apartó de él, contemplando el resultado.

Tal y como había esperado, el pijama le quedaba grande, cubriendo a la perfección cada parte de su cuerpo, protegiéndolo no solo del frío sino de cualquier mirada que pudiese quedar sobre aunque fuese una sola de las pequeñas cicatrices marcadas en esa blanca piel, e incluso las pantuflas igualmente azuladas colocadas en sus pequeños piecitos hacían juego perfecto con el resto de su atuendo, recordándole una vez más que debía agradecerle a su esposo y a su pequeño cuñado por tan buena elección.

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Perdiendo la cuenta del número de suspiros que soltara desde que saliera de la habitación, Yoru finalmente se decidió a ponerse de pie y abrir la puerta, esperando ver cualquier cosa, menos lo que sus orbes color azul zafiro, le mostraban: al Príncipe leyendo mientras tarareaba tranquilamente una dulce melodía y al chico, ya completamente vestido, observándolo a él con expresión adormilada, aparentemente arrullado por la nana que el Príncipe tan distraídamente parecía entonar.

Sin poder contenerse ante la cada vez más hermosa visión del niño parpadeando lentamente, resistiéndose al sueño, se acercó con pasos un tanto inseguros, apenas consciente de la mirada del Príncipe sobre ambos, pero ni siquiera eso le importó, tan sólo deseaba una vez más poder sentir la textura de esos rizos tan negros como la noche, los mismos en los cuales ya tantas veces había dejado suaves caricias, justo como en esos momentos, antes de bajar hasta una de sus mejillas, sintiendo la tersa y cálida piel a la que cada vez parecía volverse más y más adicto, disfrutando del instante en que pese al sueño, el niño igual que en las demás ocasiones, retenía su mano justo ahí, con una de las propias, suspirando hondamente antes de mirarlo una última vez, dejándose caer rendido al sueño mientras su pequeña mano se deslizaba de su agarre, liberándolo de tan placentero contacto.

Y es que aquello era tan mágico, tan único, que cuando podía compartir con él tan sencillos instantes, todo lo demás parecía simplemente desaparecer, la habitación, el Príncipe, e incluso el mundo entero, solo eran Yoru y ese niño, nadie más, tan así, que sin ser totalmente consciente, una vez más suspiró hondamente, cerrando los ojos, disfrutando aun del recuerdo del tacto cálido perteneciente a la pequeña mano de ese niño y también, de su aroma, una dulce esencia a  peonias y a un bosque fresco cubierto del rocío de las flores.

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Ossiris…

Ossiris…

El nombre hacía eco en su mente una y otra vez, con la misma voz aterciopelada e hipnótica que parecía estarlo llamando, intentando alcanzarlo de cualquier forma posible, enviando imágenes difusas que no era capaz de comprender, pero que parecían demasiado familiares para él…

Un hombre y una mujer, sonrisas, el sonido de las risas y voces cálidas, unos brazos suaves, unos ojos azules como los propios, el sonido del viento y del agua, el aroma de la arena, la calidez que parecía volver a él una y otra vez, una calidez que parecía gobernarlo todo mientras instintivamente él trataba de aferrarse a ella.

De nuevo solo podía escuchar risas, risas alegres y voces llamándolo una y otra vez, la sensación de saberse rodeado por los brazos de esa mujer mientras el hombre los miraba a ambos, un hombre de cabello rubio y ojos azules, muy azules; intentaba con todas sus fuerzas recordar donde había visto esos orbes pero no conseguía hacerlo.

La mujer le sonreía, no, sonreía para ambos, una mujer hermosa de largo cabello negro y ondulado, con una mirada tan brillante y tan cálida, tanto como la de ese hombre de ojos azules, ambos mirándolo.

Por más que lo intentaba no podía recordar de dónde los conocía o dónde era que los había visto antes.

Ossiris, mi pequeño Ossiris…

Mami…

La voz de un niño, una voz que igualmente recordaba de algún lugar… igual que las risas y un prado verde, igual que la sensación de correr bajo un árbol enorme, rodeado de burbujas multicolor, con el hombre y la mujer mirándolo, sonriéndole… si, sonriendo hacia él antes de… antes de ambos juntar sus labios, todo aquello plasmado con sentimientos de amor, felicidad y paz, de una calidez que ya no recordaba haber sentido, una calidez que parecía haberle sido arrebatada y a la cual añoraba aferrarse…

Ossiris…

Ossiris…

Y justo al final, otro hombre, un hombre joven de cabellos rojos como el fuego y ojos ardientes, del color de la sangre, mirándolo desde la lejanía, sonriendo para él, una sonrisa plagada de sentimientos que era incapaz de entender.

Ossiris…

Los labios del joven parecían moverse, llamándolo, aun sonriendo en una mueca un tanto torcida, esperando, como si aguardara por una respuesta de su parte, una que no obtendría.

Ossiris…

Frey, ¡Ya basta!

Una nueva voz parecía unirse, una voz igualmente desconocida, acompañada por unos orbes profundamente grises que lo miraban casi con desesperación, igual que si intentarán alcanzarlo…

Aun no… Aun no Ren…

Mami…

De nuevo la voz de ese niño, una voz que recordaba haber oído antes en algún lugar, en un tiempo demasiado distante como para recordar

Ossiris…

Y una vez más alguien lo llamaba, solo que esta vez como un eco lejano desvaneciéndose en medio de la oscuridad, de las tinieblas que parecían arrastrarlo una vez más al mundo de las sombras, antes de que inevitablemente todo se volviera negro.

Abriendo de golpe sus orbes color celeste, y parpadeando un par de veces, Ossiris por primera vez en muchos días, al despertar se encontró solo, recorriendo con la mirada la habitación en busca de ese hombre, el que había estado con él desde que llegara a ese lugar, más no lo encontró, estaba solo, completamente solo, intentando armar sin existo alguno, la maraña de extrañas imágenes que aun vagaban en su mente.

Seguía sin poder comprenderlas, pero había algo en él que le decía que todo aquello había sido importante para él, parte de su pasado, fragmentos de todo aquello que le fuera arrebatado tanto tiempo atrás, de todo aquello que a la fuerza le obligaran a olvidar.

Su mirada se detuvo sin querer en el ventanal, observando pequeñas gotas blancas caer, arremolinándose en el suelo y dejándolo cubierto por un manto igualmente blanco, sin dejar de caer, recordándole a las pequeñas burbujas multicolor con las que había soñado.

Recorrió una vez más la habitación, encontrándose aún solo; lentamente y con un poco de esfuerzo se sentó sobre la cama, bajando sus pies que de inmediato hicieron contacto con el frío suelo, pero ni siquiera eso le importó, con un último esfuerzo consiguió ponerse en pie, encaminando inconscientemente sus pasos vacilantes hacia el exterior, perdido y atraído por aquellas pequeñas gotas blancas que caían sin cesar.

Afuera solo el frío lo recibió, haciendo que inevitablemente pequeñas nubecitas de vapor escaparan de entre sus labios al suspirar, pero ni siquiera eso le importaba, no cuando estaba rodeado de aquellos pequeños fragmentos blancos del cielo que no paraban de caer, extendió una de sus manos, notando la sensación fría en ella en cuanto eran tocadas por las blancas gotitas.

Sentía el frío calar cada uno de sus huesos pero eso tampoco le importó, todo lo que pudo hacer fue extender ambos brazos y comenzar a girar, rodeado de las blancas pelusitas que el cielo dejaba caer, sin siquiera ser consciente del momento en que una pequeña sonrisa se formó en sus labios ni mucho menos del instante en que su propia magia comenzó a actuar, levantando del suelo las blancas pelusitas, rodeándolo entre aquellas que caían y las otras que se elevaban a su alrededor, en un instante casi irreal…

El mismo instante en el que Yoru lo halló al entrar a la habitación, dejando caer al piso todos los expedientes que llevara entre las manos, resistiendo el impulso de correr hacia él con tal de devolverlo al cálido interior de la habitación.

Más sus pasos solo lo guiaron lentamente hacia el pequeño niño de rizos color ébano que daba vueltas en el balcón rodeado de la nieve que caía y aquella parecía flotar de vuelta al cielo, como un hermoso ángel atrapado en una esfera de cristal, tan puro y tan hermoso como la blanca nieve; siguió avanzando, hasta quedar de pie justo frente a él, justo frente a esos orbes tan impresionantemente azules que se abrieron al notar su cercanía, quedándose fijos en él, observándolo en silencio, aun con esa pequeña sonrisa plasmada en sus labios, acortando con pasos pequeños y vacilantes la poca distancia aun existente entre ambos, sin siquiera apartar ni por un instante su mirada, no hasta estar lo suficientemente cerca como para poder rozarse, como para que una de esas pequeñas y pálidas manos se situara justo sobre su corazón, igual que si tratase de sentirlo palpitar.

Entonces solo sucedió, sin que lo comprendiera o esperara, sin tan siquiera darle tiempo de asimilarlo, con la mirada aun fija en la de él, ambas aún unidas, como si se tratase de un sueño, apenas fue consciente del momento en que los labios helados y carnosos de ese niño se encontraron con los suyos, depositando un beso, un pequeño roce que hizo al tiempo detenerse, de la misma forma que la nieve que caía y se elevaba entorno a los dos.

Los labios del niño encajaron a la perfección con los de él, igual que si hubieran estado esperando por tanto tiempo para encontrarse, solo fueron apenas unos segundos, pero el universo a su alrededor se vio inundado de mil y un nuevas sensaciones jamás antes sentidas por él, mil y un sensaciones que fue incapaz de contener o asimilar, y justo cuando pensaba corresponder, su precioso ángel se apartó, aun conservando la unión en sus miradas y su mano pequeña y helada sobre su corazón.

-“Yoru…”- fue solo un susurro, pero el tiempo, el espacio, el universo y todo lo demás, desaparecieron, deteniéndose y dejándolos solos a ellos dos, en el balcón, con las miradas entrelazadas, solo sintiéndose, juntos una vez más en un instante único, el instante que lo cambiaría absolutamente todo…

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Notas finales:

Hola?? Sé que seguramente más de uno querrá colgarme de un árbol por haberle cortado ahí, y por muchas cuestiones más, pero aún quiero conservar parte de los misterios, y que algunos más se creen, por eso pasaron ciertas cosas 9.9

 

Ojalá les haya gustado el capítulo, pregunten todo lo que quieran, en fin, se aceptan comentarios de todo tipo y bueno, estoy en la emoción y el trauma de publicar hoy el que hasta ahora, es mi capítulo favorito de esta historia nwn

 

Les agradezco a tod@s por leer, más a los que dejaron reviews, y estaré esperando ansiosamente por más, así que recuerden, mínimo 6 reviews y, gracias a Artemis, Princesa Tsunade, Princess Natsu, Irene y a mi estrellita del día, "Anónimo" quien me levantó los ánimos para publicar el día de hoy.

 

Gracias por leer y hasta pronto yo espero, les deseo el mejor de los éxitos y, comenten mucho >w<

 

Au Revoir~~~~~~


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