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Distancia por Javmay

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Notas del capitulo:

Con una semana de demora, pero al fin he llegado! Antes de cualquier cosa, Dada y hanakaede85, Muchas gracias por sus comentarios! Les dedico totalmente este capítulo a ustedes :D


Bueno, advierto, que este capítulo está bastante largo (lo que es súper normal en mi xD), y hay mención de celos no sanos; de esos que destruyen relaciones... y que hay referencias al Draft de la NBA de este año...

Bueno, sin molestar más, nos leemos al final! :D

II. De Rompimientos y Reconciliaciones

 

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-

 


JAV

 

13 minutos…

 

Pensó mirando el reloj de su muñeca. Sólo un poco más y podría cruzar la puerta de su casa, guardar el bolso en el closet, buscar a su pareja, y recuperar placenteramente las horas perdidas por culpa de este pequeño viaje.

 

Por costumbre más que por necesidad, sacó el celular de su bolsillo para revisar los correos o mensajes que de seguro recibió durante su vuelo. Uno de estos últimos era de Eiji, dos eran de su agente, uno de su publicista y tres de Hanamichi. Resoplando y negando con la cabeza, abrió estos últimos.

 

El primero se trataba de una fotografía de Jordan, el perrito que habían rescatado hace sólo un año de un refugio; el cachorro en aquel entonces, no de raza ni tampoco muy agraciado, se ganó en un instante los corazones de los japoneses. En la imagen, el animalito parecía hacer una mueca triste a la cámara, por lo que su monito escribió abajo que “ambos le extrañaban”. En el segundo, le felicitaba con letras mayúsculas la actuación de ayer en la noche, terminando el escrito con un corazón. Y ya en el último, le ponía que le llevara un regalo o algo, junto con agregar que le quería.

 

Kaede inmediatamente le mandó uno diciendo que “él también… y si acaso llevarle su perfecto cuerpo no era suficiente?”

 

Después de leer rápidamente los sobrantes escritos de su amigo, agente y publicista, se apoyó otra vez en el respaldo del asiento y cerró los ojos. Mas, segundos más tarde, la vibración de su celular le sacó de su ensueño. Miró el aparatito y leyó el mensaje que le había mandado el pelirrojo. En este se leía:

 

Creo que te confundiste, zorrito… el que tiene el cuerpo perfecto es este genio Nyahaahaahhaha”

 

A pesar de la vanidad y pretensión que destilaban las palabras, Rukawa no dudó en darle razón, puesto que era inútil negar que él desde ya principios de su segundo año de preparatoria (cuando sólo toleraba al tarado) había descubierto al dios griego que ese escandaloso mono escondía tras sus ropas (no por nada el aspecto sexual de la relación nunca tuvo problemas; a diferencia de otros tantos...)

 

Ugh… no de nuevo…

 

Se dijo cuando recordó esos otros inconvenientes que tuvieron al comienzo y desarrollo de la relación.

 

Kaede incluso ahora, más sensato, más estable, menos frío, más razonable y menos parco, se negaba a cargar con toda la culpa de las caídas con las que tropezaron, ya que, de hecho, fue la mayoría de las veces Hanamichi quien le terminó, pero… era infantil y testarudo negar que él ayudó más que el pelirrojo a esos quiebres.

 

Por fortuna, no obstante, con casi 30 años, una reluciente carrera detrás y prometedora al futuro, buenos amigos, incondicional familia, al deportista de cabellos negros le gustaba pensar que era todo un hombre; alguien que había alcanzado lo que muchos luchan por conseguir toda su vida: estabilidad (tanto emocional como económica), madurez, empatía y cariño.

 

Lamentarse y morar por errores del pasado era inútil y agotador. Rememorar una y otra las idioteces que hicieron, dijeron o dejaron de hacer en otra época, era como intentar detener la inminente salida del sol cada mañana: sin sentido y estúpido. Kaede quizás se amargaba algunas veces recordando, pero otras tantas, terminaba alegrándose de que al menos aprendió algo de todas esas experiencias; no por nada él creía firmemente en el dicho de que, quien no aprende del pasado, está condenado a repetirlo (…o algo por el estilo).

 

Y que experiencias~…

 

.

 

 

.

 

Kaede Rukawa de 18 años había pasado y sentido cosas que muchos jóvenes de su edad no podrían ni siquiera imaginar: Perdió a su padre a muy temprana edad. Experimentó lo que es entregarse en cuerpo y alma a un deporte. Aprendió sobre la determinación… Pero también sobre la soledad. Conoció el amor; aunque a los 16 años una palabra tan grande y abrumadora fue demasiada para procesarla de esa manera. Se alejó de su familia, de su madre… de su país. Se embarcó en una aventura incierta y peligrosa... Aprendió sobre el dolor, la desconfianza y el miedo... Pero logró sobrellevarlo.

 

Y aunque en esa época todavía no lo sabía, o quizás no quería saberlo, también conoció a una de las personas que dictaría su vida y encaminaría muchas de sus decisiones.

 

Porque eso era Hanamichi Sakuragi para él; un idiota, descerebrado y tarado que no sabía cuando cerrar la boca… pero también era la única persona que le movió el mundo. El único que le hizo sentir el suelo bajo sus pies y disfrutar el cielo sobre su cabeza. Ese torpe le incentivaba y motivaba como sólo su padre logró hacerlo cundo era un mocoso. Kaede, sin pretenderlo, tendía a gravitar hacía él. Mutaba y se adaptaba a él. Incluso su parquedad y antipatía parecían menguar con su presencia.

 

Ese mono pelirrojo simplemente era… Hana…

 

El pandillero que intentó molerle a golpes en su primer año de preparatoria. El inútil que le irritaba en los entrenamientos. El compañero de equipo que le dejaba con la boca abierta por alguna jugada excepcional. El joven que le aceleraba el corazón. El amigo que le gastaba bromas y sacaba sonrisas sarcásticas… Quien le tuvo suspirando por casi dos años…  

 

Y ahora… después de tanto tiempo… después de tanta distancia… ahora ese mismo torpe era su novio.

 

Novio…

 

Las letras aun se le hacían un poco extrañas para sus cuerdas vocales, garganta y lengua Pero el efecto de ellas… las consecuencias… lo que logró con ellas no lo cambiaría por nada.

 

Es más, estaba decidido a pasar estos dos meses de vacaciones con el torpe-recientemente-convertido-en-novio y, por supuesto, su familia todo lo que su cuerpo resistiera. Sus familiares, por suerte, no eran exigentes ni pesados con su atención; quizás su madre demandaba más de su tiempo, pero siempre mostrándose comprensiva ante las salidas de amigos.

 

Salidas de amigos que se basaban únicamente en besar la vida fuera de Sakuragi. En molestarle, provocarle, entrenar con él, golpearle cuando se ponía estúpido, tocarle cuando se acercaba demasiado, agarrar y envolver sus dedos en los cabellos pelirrojos, pasar sus nudillos por la mejilla suave del torpe; tirar de sus ropas cuando se devoraban en las sombras de cualquier pasillo de la casa de Hana (o de él, o de la cancha publica, o la calle).

 

Kaede nunca había sido sentimental, romántico, o demasiado empático, pero creía apropiado decir que todo parecía perfecto...

 

Por supuesto no vivían en una burbuja, por lo que Sakuragi algunas veces, cuando estaba necesitado de aire y contacto humano (aparte del de su novio), le manipulaba (gritaba y molestaba) para salir con el resto de sus amigos. Estas salidas normalmente eran con los ruidosos chicos de la Gundam; otras veces con los jóvenes que había conocido en la universidad; otras pocas también con los muchachos de Shohoku; a quienes les sorprendía bastante ver a ambos tan cercanos e íntimos aun después de salir de la preparatoria (pues habían pensado que la amistad desarrollada había nacido de la necesidad y el baloncesto), mas preferían no comentar nada y en cambio dedicar la noche a molestar a Rukawa con preguntas y demostraciones de nuevos trucos o maniobras. Lo anterior siempre terminaba hastiando hasta la médula al ala-pívot, quien, para irritación de Rukawa, intentaba humillarle con comentarios estúpidos o halagos a su persona.   

 

Sobra decir que esas noches finalizaban con los dos deportistas agarrados a golpes violentos y poco cuidadosos. Ambos intentando desahogar las furias del día; el pelinegro apuntando al estómago y quijada para desquitar la rabia que le causaba el que Sakuragi siempre quisiese ser el centro de atención; el que nunca le felicitara por sus logros o reconociera su esfuerzo; y el pelirrojo, le estocaba nariz, labios y cejas por sus celos, envidia y simple personalidad temperamental.

 

Cuando ya estaban sudados, manchados de hilillos de sangre, jadeando y calmados en el piso, se miraban y suspiraban en señal de cansancio. O uno u el otro se paraba, ayudaba al otro a levantarse; se limpiaban, acariciaban y besaban. No pedían perdón. No lo hablaban. Ninguno de los dos pensaba que era necesario. Pues esos ánimos caldeados y ataques explosivos no eran ninguna sorpresa, por cuanto ya conocían la personalidad del contrario hace años, y por tanto podían adivinar que el que estuviesen en una relación amorosa no les libraría de la competitividad y rivalidad que les cazaba desde la preparatoria.  

 

El pelinegro, que ahora esperaba medio dormido al mono en la entrada de la universidad pública de Kanagawa, justamente estaba recordando con poca atención el partido de entrenamiento de ayer, que terminó con la victoria del zorro y los insultos del pelirrojo. Después de jugar otra (de nuevo ganando Rukawa) se habían ido por el resto de la noche a la casa del más alto, en donde, para frustración del alero, no habían pasado de besos pasionales y toqueteos de segunda base en la cama del dueño de casa. Kaede le había apretado contra el colchón, metido sus manos bajo las sudadas capas de ropa, acariciado y rasguñado piel, lamido su cuello y clavícula, pero Sakuragi, morado de vergüenza y tartamudeando, le había empujado y llevado a la sala para ver algo de televisión. El japonés de ojos azules hubiese golpeado al idiota por dejarlo así de caliente de no ser porque sabía que Hana era completamente ignorante y nuevo en esto de las relaciones, por lo que, gruñendo y cerrando los ojos, se controló. De todos modos, no es como si estuviera desesperado o algo parecido, por lo que podía ser paciente, especialmente por algo que él sabía valía la pena.

 

“Ehhh... disculpa… ¿Tu eres Rukawa, Kaede?” Tan ensimismado estaba en sus pensamientos, que no había notado a la muchacha baja y castaña que se le acercó con vacilación. La susodicha le miraba con los labios abiertos y los ojos brillantes, lo cual no tardó en despertar señales de alerta en el pelinegro.

 

Rukawa frunció un poco el ceño antes de asentir con cautela, pensando que nunca en su vida había visto a esta niña (aunque, bueno, no es como si su memoria fuese muy privilegiada que digamos).

 

“¡Woaahh! ¿Qué haces aquí? ¡Creí que estabas jugando baloncesto en Norteamérica!” Sí antes su cuerpo estaba preparado para ignorar, ahora Kaede se sintió incómodo y un poco irritado. ¿Y esta tipa quién es…? se preguntó con desconfianza y molestia, puesto que el básquetbol universitario no era lo suficientemente conocido y transmitido en Japón como para que la gente fuese reconociéndole tan fácil en la calle.

 

“¿Quién eres?” Preguntó con brusquedad, mirando hacia abajo y sin delicadeza a la jovencita sonrojada y ahora con su rostro contraído en bochorno.   

 

“¡Ups! Perdón, no me presenté… Soy Tomoyo Kurumizawa… Sé que no me conoces, pero te reconocí por las fotos que tiene un... ehh--, amigo...Por eso sé tanto… Lo siento, debí parecer una acosadora o algo así ¿cierto?... No te preocupes, soy completamente normal… o eso me dijo el médico, jaajajaaj…. Eeehh---… Emm…eso se supone que era una broma…” La castaña, juntando sus manos y mordiéndose los labios, le siguió mirando con los ojos brillantes.

 

Aha--… otra niña loca…. Se dijo Rukawa volteando hacia la entrada de la facultad dispuesto a ignorar a la tipa; no obstante, convenientemente de las anchas puertas venía saliendo Hanamichi con ese andar intimidante y masculino.

 

Rukawa, por inercia, le levantó un poco la mano para hacerle notar su presencia, pero los ojos marrones de su pareja, en vez de pegarse a los suyos, cayeron sobre la niñita que seguía acosando su espacio personal. Kaede inesperadamente sintió algo dentro de sí pulsando emocionado. ¿Eran celos? ¿Acaso Hanamichi está celoso? Pensó al tiempo que sus labios se secaban. Esa excitación y adrenalina que le cubrió la piel, sin embargo, murió a penas el pelirrojo llegó junto a ellos.

 

“¡Hey, Tomoyo! ¿Qué haces aquí, no tienes práctica?” Preguntó Sakuragi a la jovencita después de darle una rápida mirada al pelinegro. Rukawa clavó sus ojos azules en el idiota, ladeando el rostro y  entrecerrando los ojos cuando un escalofrío le paró los pelos de su nuca (la familiaridad en la voz del pelirrojo le irritó hasta el hígado).  

 

“¡Hana! ¿Por qué no me habías contado que tu súuuper famoso ex compañero de equipo estaba en el país? Sino saliéramos de clases en uno días, podría haber hecho una fortuna al vender autógrafos…” La castaña replico junto con un golpe en uno de los brazos de Hanamichi.

 

Kaede frunció el ceño y guardó sus puños apretados en los bolsillos de su jeans.

 

“Nyahahaha, tu siempre pensando en dinero, enana; y casi no te he visto ¿cómo te iba a decir?” Sakuragi, moviéndose con evidente incomodidad, evitó durante todo el intercambio el contacto visual con Kaede, para quien no fue difícil notar como el pelirrojo se mantenía físicamente alejado de los dos.

 

“Ehh~, no sé… quizás por mensaje de texto, tonto” Le reprendió.

 

“Bueno, aquí está…” Dijo apuntando al alero. Rukawa apretó los labios en una línea severa, tensó el cuerpo y resopló para llamar la atención de su novio.  

 

“Claro que aquí está~…” Suspiró la muchacha con estrellas y corazoncitos en los ojos. “…Rukawa-sama, por favor, cuando sea un famoso jugador de la NBA, acuérdese de mí, Tomoyo Kurumizawa, y mándame muuuuchos autógrafos para vender…. “

 

Kaede, como era de esperarse, le ignoró por completo, sintiendo en su pecho un apretón que le dictaba a, infantilmente, sacarle la lengua a la niña y pegarse al cuerpo de Sakuragi. Por fortuna no alcanzó a hacerlo, ya que cuando estaba por dar un paso hacia el tieso pelirrojo, la chica miró con distracción su celular y casi gritó.

 

“¡Buuh~!… ya tengo que irme a entrenar… Fue un placer, Rukawa-sama. Quizás la próxima vez que esté en el país podamos salir…  ¡Nos vemos! ¡Te veo en clases, Hanamichi!”

 

Un silencio embarazoso le siguió a la partida de la castaña. Sakuragi se quedó viendo a la niña correr hacia (presumiblemente) el gimnasio, mientras Kaede observaba el perfil de su novio, aguantándose  por demandar la respuesta de quién diablos era esa niñata.  

 

“¿Nos vamos, zorro? Este talentoso deportista está muriendo de hambre” Preguntó golpeándose el estómago y sonriendo con sus dientes a la vista.

 

Rukawa asintió en silencio, y juntos partieron a la casa del más alto sin comentar mucho en el camino. Sakuragi, tal y como había mencionado, devoró toda la comida que su madre le había dejado en la cocina al tiempo que almorzaban de manera poco convencional mientras veían televisión, hablando de lo que podrían hacer más tarde gracias a que el pelirrojo tenía sólo una clase al día siguiente.

 

Las estúpidas caricaturas eran lo único que resonaba en la sala, mas Kaede le ignoraba en pos de mirar de vez en cuando al pelirrojo, pensando con cierta ansiedad en cómo peguntarle con sutileza quién rayos era la tipa y qué tipo de relación tenía con Hanamichi; no obstante, su propio orgullo y testarudez le mantenían callado y enfadado.

 

Él NO estaba celoso… sólo---… curioso… y preocupado… Sakuragi era un idiota y tarado y crédulo, y quizás la chica era una timadora, o ladrona o….

 

Argh…. A quién quería engañar…  era obvio que el asunto de esa tal Tomiya (?) le calentaba la sangre; y no de manera placentera.  

 

Tragando el nudo de su garganta y golpeándose mentalmente por su estupidez, el pelinegro se volvió hacia el otro joven.

 

“¿Quién es ella?” Decidió que no había necesidad de ser sutil o indirecto; era obvio de quién estaba hablando.

 

“¿Tomoyo?... Ahh--… Es una amiga” Sakuragi respondió sin despegar la vista y atención del televisor, aunque en éste se estaba transmitiendo un comercial de talco para bebé.

 

“¿Sólo una amiga?” Rukawa inclinó la cabeza y apretó las manos para no agarrar la quijada del pelirrojo y obligarle a que le mirara a los ojos; mas no lo necesitó, pues en menos de un segundo Sakuragi volteó casi envuelto en llamas.

 

“¡Obvio que si, idiota! ¿Acaso no estamos juntos? ¡¿Me crees capaz de jugar a dos bandos, maldito?!”

 

El pelinegro se aguantó un suspiro y negó la cabeza con exasperación e irritación.

 

“Sabes a lo que me refiero, estúpido” Notando la sacada de vuelta de su pareja, clavó los ojos en el otro de manera implacable. Rukawa no podía expresar con seguridad qué estaba sintiendo, pero sí podía decir que ese temblor en los brazos, apretón en la garganta y tensión en el estómago, no eran placenteros, especialmente cuando vio como Hanamichi movía la cabeza en señal de molestia.

 

¿Acaso---…?

 

“…Si… bueno…. Fue mi novia por un tiempo”

 

Sus puños se apretaron. El televisor pasó a segundo plano. Ninguno de los dos se miró.

 

Silencio era el único sonido de la habitación.

 

“¿Novia?” Salió roncamente de su boca cuando se creyó capaz de hablar.

 

¿Hanamichi… Hanamichi salió con alguien…? ¿Se besó con alguien…antes de mi?...  

 

Rukawa a penas y pudo controlar las facciones de su rostro. Sus cejas estaban fruncidas. Su quijada apretada. Su frente arrugada. Su cuerpo curvado. Sus uñas apretando, apretando, apretando…

 

“Si, zorro, novia… ¿sabes lo qué es eso, cierto?” No se necesitaba ser un genio para notar que Sakuragi estaba harto. Y no era para más, la verdad, pues el pelirrojo no entendía por qué tanto dramatismo y exageración por algo tan tonto. Es decir, sí. Él salió con Tomoyo, pero de eso habían pasado ya varios meses; además, en ese tiempo ni siquiera se hablaba con el zorro.

 

Pero Kaede no podía verlo de aquella manera.

 

Algo dentro de Rukawa se apretó, se contrajo y le golpeó. Sintió en su estómago como una bilis asquerosa le subía por el pecho y anidaba en su garganta. ¿No se supone que estaba enamorado de mí…? ¡Eso me dijo cuando nos volvimos a ver!... Pensó iracundo, recordando esa tarde del reencuentro. Ese día en el que se sentaron bajo el árbol frondoso de un parque y confesaron sus sentimientos. Rukawa le contó cómo se venía sintiendo desde la preparatoria, y el por qué de su frialdad ese día en la azotea. Sakuragi, en su lugar, había reído a carcajada limpia; le golpeó la nuca y dijo sus propios pensamientos de esa tarde.

 

¡Y en eso habían quedado!... Que sin  saberlo… ambos llevaban enamorados más de un año… incluido el tiempo en el que él estuvo en Norteamérica.

 

Tan alterado estaba, que no pudo evitar levantarse de manera brusca de los cojines y pasearse como león enjaulado por la habitación.

 

Con poca atención vio y escuchó como Hanamichi gruñía y se inclinaba para agarrar el control remoto. Unas ganas irracionales le instaban a golpear al estúpido. Quería gritarle por imbécil. Quería ir donde la chiquilla y decirle que ahora Hanamichi le pertenecía a él.

 

Intentando nivelar su respiración, observó fuera de la ventana hacia el pequeño patio de la residencia Sakuragi. Observó con poco interés el pasto mal cuidado y la ropa colgada, pero el reflejo le dio la imagen de su novio con una expresión enfadada.

 

¡¿Y él por qué se enoja?! Si yo no fui el que--…

 

Deteniendo de repente el hilo de sus pensamientos, Rukawa se volvió y le arrebató violentamente el control remoto de las manos para apagar el televisor. Sakuragi se paró con prisas del sillón para encararlo.

 

“¡Agh! ¡No entiendo qué te molesta tanto, bastardo! ¡Si ni siquiera estábamos hablando por ese entonces!”

 

“Yo también tuve una” Replicó con calma y frialdad, pues había recordado a Margaret. Recordó su cara sonriente, sus ingeniosos comentarios, sus dulces besos, y quiso hacerle daño al idiota ese. Una parte de él, dominante y cruel, quería ver celos y dolor en esos ojos marrones. Su pareja le miró por unos segundos fijamente, para después voltear con los labios arrugados.

 

“… ¿Ves?... Los dos salimos con alguien…eso… eso está bien, zorro” Sakuragi apretó los puños con fuerza, pero cuando una llama se instaló en su estómago, se negó a sentir más, porque sabía que no tenía el derecho. Lo que ambos hicieron en su tiempo separados era problema de cada uno, y no había espacio para reproches o celos, ya que no estaban juntos.

 

El mono se apretó con fuerza la mejilla y volvió a sentarse (estar parado sólo le alteraba más).

 

“Salimos por un mes” Kaede, viendo con satisfacción la fastidiada y mal controlada cara de su novio, se sintió ganador de una situación que no necesitaba vencedores. Era irracional e ilógico, pero quería hacerle daño, quería que experimentara lo que él había sentido hacia sólo unos minutos atrás: esa desesperación, ese miedo, esa inquietud, esos irracionales celos

 

“Mmm--…” Hanamichi, que había apoyado su nuca en el respaldo del diván, no sabía que más decir; sabiendo además que cualquier comentario indiferente o insensible les enojaría más. Soy un genio; contrólate, contrólate…. Este talentoso deportista no perderá los estribos… Se dijo acariciándose con violencia sus pómulos.

 

“¿Y tu?” El zorro tomó asiento junto Sakuragi, sintiéndose ahora más tranquilo que momentos antes. El pelirrojo se negó a mirarle.

 

“¿Ah?” Replicó echándole una rápida ojeada.

 

“¿Por cuánto?” Repitió con firmeza.

 

“…Como tres meses o algo así ¿Qué importa?” El pelirrojo dijo con un suspiro.

 

Cualquier dicha y tranquilidad que creyó lograr al pelinegro por unos segundos, se tiró por la ventana… ¿Tres meses…? ¡¿Tres putos meses?!... Kaede por poco sobrevivió el tiempo que estuvo con la norteamericana, y ahora el estúpido venía y le decía que salió con una chica… una japonesa… por tres meses… casi 90 días… (Si es que no más…)¿Y que mierda hicieron en todo ese tiempo? ¿Tomarse de las manos? ¿Besarse?...

 

 ¿Tocarse…?...

 

Y ahí él como idiota pensando que el retrasado no sabía ni como abrazar…cuando lo más probable es que hasta supiera más que él….

 

Quizás hasta se---… No… No puede ser---… Rukawa, con las manos unidas y la vista pegada en la pantalla negra, rellenó el silencio.

 

“¿Se acostaron?”… Ugh… Sólo decir las palabras le dejaron un sabor ácido y amargo en la lengua y garganta. Intentó tragar, pero parecía que el nudo crecía y crecía con los segundos.

 

“¡¿Qué----?!” Sakuragi gritó colorado. Kaede entrecerró los ojos.

 

“Que si tuviste sexo con ella, imbécil” Más claro no podía ser. Hanamichi le apuntó rudamente con el dedo.

 

“¡¿Cómo se te ocurre preguntar eso, estúpido?! ¡Es privado! ¡N-no tiene nada que ver contigo!” No puede ser… No puede… ¿Cómo…? Rukawa abrió los labios con asombro. Sintiendo asco y traición, se paró y miró con odio al estúpido.

 

“Te la follaste” Dijo con los ojos bien abiertos.  

 

“¡¿Qué?! ¡¿Cómo hablas de esa manera, bastardo?! ¡Tomoyo merece respeto, canalla!” Sakuragi replicó con indignación, pues si bien es cierto él no venía de una cuna de oro o mantas de seda, siempre se le había enseñado a expresarse de manera respetuosa cuando una mujer estaba involucrada en el tema; y no haría una excepción con el idiota de su novio.

 

“Me dijiste que ya estabas enamorado de mi cuando me fui” Le acusó con los ojos entrecerrados y rabia, recordando de inmediato esa noche donde confesaron sus sentimientos; cuando Sakuragi le susurró con las mejillas sonrojadas que él había estado enamorado desde que se fue a Norteamérica.

 

Bueno… al parecer no taaaan enamorado… Pensó Kaede con dolorosa ironía.

 

“Sí, bueno… ¿que tiene eso que ver?” Hanamichi levantó los brazos y suspiró con exasperación.

 

Para él Tomoyo había sido una persona muy importante, alguien muy especial. Y no hubo ser humano en el mundo que le odió más que él mismo cuando terminó con la joven al darse cuenta de que no le correspondía como ella merecía; que no sentía emoción cuando la veía; que no se le incendiaba la piel cuando la tocaba; no le palpitaba el corazón como un conejo de batería en crack cuando la besaba.  

 

“Que igual te cogiste a alguien aunque sentías algo mi, retrasado” Hanamichi frunció el ceño y abrió la boca en desagrado.

 

“¡Agh! ¡¿Por qué diablos hablas así?!.... ¡Y no tiene nada que ver, maldito! ¡Sí… yo ya s-sentía algo por ti! ¿Pero qué tiene que ver una cosa con la otra? Por ese entonces creía que eras un bastardo sin corazón, un tempano de hielo que son suerte conocía el término cariño… ¿Qué se supone que tenía que hacer? ¡¿Quedarme como tonto y hacerte luto?!”

 

“No, pero no tenías que acostarte con la primera que se te pasase por al frente” Kaede no necesitó gritar para escupir esas palabras con agresividad.  

 

“¡Tomoyo no fue eso, bastardo!” Kaede negó con la cabeza y apretó los puños con más fuerza. Hanamichi subió la vista el techo sin saber cómo explicarle; decirle que Kurumizawa había aparecido cuando él estaba tocando fondo; cuando no le encontraba sentido a nada. Pero fue ella quien le hizo ver todo mejor, especialmente sus sentimientos, y como estos estaban única y exclusivamente dirigidos a un joven con cara de zorro.

 

“Hmp, que bueno que ya estabas enamorado de mi, o en otro caso te hubieras follado a la mitad de la universidad… sí es que no lo hiciste” Desprecio y amargura destiló cada palabra. Kaede ya no podía razonar. Ya no podía controlarse o reprimirse. Todo su aborrecimiento, aversión y sufrimiento se reflejó en sus ojos y rostro, pero Hanamichi le ignoró en pos de escuchar las palabras y la puñalada que significó para su corazón.

 

Rukawa sabía que venía, pero aun así no hizo nada para detener el violento derechazo en su quijada; debido al impacto, se vio obligado a inclinar el cuerpo hacia un lado, mas a pesar de la sangre y la punzada de su mandíbula, se negó a bajar la mirada de Hanamichi, quien ahora le observaba como un animal enardecido.

 

“¡Hijo de puta! ¡No tienes derecho a enojarte!”

 

“Estúpido…” Replicó tocándose la cara. Ambos estaban respirando de manera rápida y trabajosa. Rukawa inhaló y miró su mano temblando. Necesitaba salir de allí. Ya no quería verle. No podía mirarlo. Tenía que alejarse de Hanamichi.

 

…Supongo que este es el fin…

 

Rukawa resopló y se acercó a donde estaba su chaqueta colgada; la agarró con violencia y salió de la casa con un portazo.  

 

Bueno---…. Esa fue una las relaciones más cortas de la historia…

 

Con la manga de su cazadora se tocó la piel pulsante, sorprendiéndose de encontrar sangre manchando la tela. Kaede no tenía ninguna intención de llegar a casa y alterar a su madre, especialmente cuando aun se encontraba cabreado y perturbado como para inventar alguna excusa estúpida. Todavía tenía unas ansias fogosas de volver a la casa del retrasado más grande de todos los retrasados para molerle a golpes… y después… y después---…. tomarle la moreteada mejilla y besarle hasta quitarle el aire de los pulmones; porque no importa lo mucho que le odiara… también le amaba…

 

También sentía que todo era opaco y tonto sin él...

 

Nada más abrir la puerta de su hogar, subió y se encerró en su habitación con el seguro puesto. Sacó de su velador unas toallitas mojadas e hizo una mueca cuando el alcohol de los papelitos hizo arder la pequeña, pero abierta herida; sentir eso, no obstante, sentir ese tirón desagradable, esa quemazón insoportable, era mil veces mejor que concentrarse en su pecho, o en su corazón, o en su estómago o en sus pensamientos.

 

Por un breve momento deseó que el bruto animal le hubiese golpeado más y más fuerte, pues de esa manera no tendría que notar como ese vital y tonto músculo escondido tras sus costillas parecía jadear de esfuerzo.

 

Su garganta se sentía llena y obstruida y pesada… Y ¡¿Por qué mierda sus ojos y nariz ardían tanto?!... Sonándose bien fuerte, se paró y tomó su balón regalón entre sus manos.   

 

Mas, sentir el áspero y gastado material no hizo nada para calmar ese tumulto y desorden dentro de sí.

 

Todo era tan caótico, y doloroso. Todo era tan desagradable. Apretó los dedos hasta ver como sus nudillos se volvían blancos; los comprimió en la punta hasta ver como algunas uñas se enterraban en el material y otras se doblaban hasta la mitad. El dolor le hizo suspirar y concentrarse en él.

 

Idiota…

 

Estúpido…

 

“Torpe…” Susurró mordiéndose su dedo quejumbroso y delgado.  

 

Se cambió de ropa, cerró las cortinas y se tiró con violencia a la cama con ambos brazos a sus lados.

 

Sólo por inercia fue que volteó hasta su cómoda, en donde encontró una fotografía de Shohoku, pero lo único que podían ver sus ojos azules era a Sakuragi sonriendo socarronamente a la cámara.

 

¿De verdad todo terminó…?

 

¿Así… tan rápido?

 

Y por algo bastante tonto, cabe agregar.

 

Kaede cerró los ojos y suspiró. ¿De verdad estaba bien enfadarse de esa manera? ¿De verdad tenía el derecho de reclamar, de sentirse engañado y pasado a llevar? Pues él mismo fue novio de Margaret. Él también salió con alguien. Besó a alguien. Tocó a alguien…

 

¡Pero se acostaron…!

 

Hanamichi no sólo había besado y tomado de la mano a otra chica, sino que… había desnudado a otra persona; se había dejado desnudar por otra, tocó íntimamente a alguien que no era él; una chica NN le había acariciado y conocido su piel y textura, sus músculos y cada resquicio de su figura sonrojada. Esa niña lo vio avergonzado y vulnerable. Inexperto. Honesto. Real… Habían jadeado, gemido y sudado y---….

 

Gruñó al tiempo que se apretaba los párpados… Pero enseguida pestañeó y respiró profundamente. No había razones para enojarse, o para sentirse inseguro o traicionado, es decir, Hanamichi le había confesado que le amaba, que estaba enamorado de él... que incluso se esforzaría para ir América y así estar juntos.

 

Eso… Eso era amor verdadero.

 

¿Quería, de verdad, desperdiciar todo eso, tirarlo a la basura, por simples celos?

 

No…

 

No quería. Sakuragi era lo más importante (junto con su madre y el baloncesto) que tenía en la vida. ¡Y que le dé un rayo antes de dejarlo ir!

 

Sentándose rápidamente sobre las frazadas, apretó los puños y miró fuera de la ventana. No había sufrido durante dos años por nada… No dejaría que una tontería como esta le alejara de su monito…

 

Negando con la cabeza, se colocó ropa de salida (esta vez deportiva), agarró su balón y salió de la casa corriendo, sin reconocer los llamados de su mamá desde la cocina. Eran ya más de la 9 de la noche, por lo que las calles de Kanagawa estaban sumidas en la oscuridad del cielo, pero la luminosidad de los faroles la guiaba en su camino. Nada de eso menguó su ritmo y velocidad. Constante y rápido, obligó a sus piernas a aumentar la fuerza.

 

…Ya no podía esperar más.

 

Al llegar a la calle de su novio (esperaba que aun lo fuera), recién recordó que no había traído su celular, dinero o llaves de su casa… nada a parte del balón refugiado entre su axila y costado. Respirando profundamente, se acercó a la puerta y golpeó dos veces con firmeza. Unos minutos después apareció Sakuragi detrás de ella. A penas vio al pelinegro parado rígidamente, sus cejas negras se fruncieron, pero enseguida Rukawa alzó su dedo girando la pelota con perfección.

 

“Un juego” Murmuró con su mirada clavada en Sakuragi. Eternos fueron los momentos en los que ojos marrones quisieron y lograron traspasar su alma y corazón. Hanamichi viajó, fue y volvió de su cuerpo.

 

Nunca en su vida Kaede se había sentido tan desnudo, tan expuesto y vulnerable (ni siquiera en la ducha), pero no le importó, no ahora al menos, estando frente a la persona que más confiaba en el mundo; frente a la que más amaba...

 

“Prepárate, zorro. Este genio te va a pulverizar” Dijo Hanamichi con una sonrisa vanidosa y pequeña mientras le sacaba el balón de las manos y cerraba la puerta a sus espaldas.

 

“Ya lo veremos” Le respondió pegándose sutilmente a su costado.

 

Esa noche en la cancha pública, Kaede no se dejó ganar: no ralentizó sus movimientos o puso menos esfuerzo en sus jugadas. Al contrario. Dio lo mejor de sí. Porque sólo eso aceptaría Hanamichi: A un verdadero oponente. A su eterno rival.  Sakuragi, por supuesto no se quedó atrás. Recogió los rebotes con saltos de más de 70 centímetros. Clavó el balón con la fuerza de sus poderosos brazos. Jugó de manera inspiradora. Y Rukawa no pudo hacer más que admirarle desde su lugar.

 

El pelirrojo rió vulgarmente. Colocó sus manos sobre sus caderas. Echó la cabeza hacia atrás. Le insultó y se vanaglorió. Y Kaede no hizo más que acercarse y chuparle el aire por los labios.

 

Allí, en un parque público, a la vista de todos, en una noche clara y despejada, los dos deportistas se besaron como si se acercara el día del juicio. Como si un reloj invisible en sus muñecas mostrara los segundos de vida que les quedaba. Hanamichi le agarró los cabellos y el trasero con violencia. Le apretó a su cuerpo y le estrujó contra su propio calor. Rukawa gruñó y le pasó la lengua por los labios y cuello. Le acarició sus marcados músculos bajo la camiseta sudada y le agarró la piel con desesperación. 

 

Sin saberlo, sería una reconciliación que marcaría sus vidas, y el modus operandi de sus encuentros.

 

El fuego abrumador y deseo animal que nació esa noche, sólo pudo terminar de una manera: Sexo por primera vez. No esa noche y ese lugar, por supuesto.

 

Pero si de manera imprevista y totalmente espontánea. Ambos estaban medios dormidos en la cama del pelirrojo un par de semanas después, descansando de un entrenamiento largo y agotador, cuando de la nada el zorro se había tirado encima de su novio en un impulso. Comenzaron a besarse tierna y hondamente, rozando labios, narices y mezclando sus alientos calientes y entrecortados. Acariciaron piel nunca antes tocada. Se desnudaron con nerviosismo y cierto miedo. Pero la excitación y emoción  les ganó la batalla. Ambos llevaban pensando en esto desde la pelea (como les gustaba llamarle). Kaede soñaba con desnudar al pelirrojo y besarle y chuparle cada sombra y pedazo de piel que se le presentase. Soñaba y anhelaba con oírle gemir y sollozar su nombre, una y otra y otra vez…

 

Rodando por la cama y frazadas, mezclando y entrelazando piernas y brazos, el alero se colocó sobre su novio y empezó a prepararlo con manos titubeantes. Hanamichi le gruñó y golpeó para que lo hiciera bien.

 

“Cállate, estúpido. Si hablas, no puedo concentrarme” Le respondió sin mirarle a los ojos, sabiendo que su piel pálida estaba coloreada hasta las orejas. El pelirrojo no hizo más que moverse con incomodidad cuando un primer dedo palpitó y acarició el nervioso anillo de músculos. Sakuragi estuvo a punto de tirar lejos a su pareja, pero su orgullo le detuvo en menos de un segundo, decidiendo a apurar y exigir más del zorro quien ya estaba ardiendo por llegar hasta el final.  

 

Esa primera experiencia no había sido precisamente dulce y lenta. Kaede no le acarició el rostro mientras golpeaba en su interior. No le limpió la lágrima salvaje que corrió por la morena mejilla. No susurraron palabras de amor entre jadeos y gemidos. Y tampoco se abrazaron después de tocar el cielo con la punta de sus dedos. Fue todo lo contrario la verdad; un total desastre, podrían llamarlo en el futuro. Pero en esos momentos, durante esos minutos de bendición pecaminosa… de miembros laxos… mentes esponjosas… piel caliente… felicidad absoluta… para ambos fue perfección. Especialmente para un Rukawa ansioso por marcar a Hanamichi; especialmente para un Kaede que después de un explosivo y abrumador orgasmo, se quedó encima de su pareja todo sudado y cansado, pensando que por fin el pelirrojo le pertenecía por completo.

 

Sakuragi, en silencio y jadeando, le tiró de algunas hebras para levantarle el rostro. El pelinegro, con somnolencia vio el rostro sonrojado y sudoroso de su novio, quien por primera vez le dijo:

 

“Te quiero…. ” En un susurro tan bajito, que Kaede por un momento creyó que escuchó mal, hasta que Hanamichi resopló y lanzó su cabeza sobre la almohada para ocultar su rostro. “¡Pero no te creas tanto, zorro apestoso! Porque este genio aun así te va a patear el trasero cada vez que juguemos… ¡Ya verás, bastardo!... Sólo espe-“ El alero, relajado, calientito en su interior, derretido en su pecho, y casi drogado en su mente, se levantó con sus manos apoyadas en el aun tibio pecho de su pareja, y le besó fuerte para callarle… pero también para corresponderle.  

 

Los días siguientes, aparte de consolidar su relación, también representaron el final de las vacaciones de Rukawa. Pero eso no les desanimó. Ambos estaban convencidos de que podrían sobrellevar y superar cualquier obstáculo. Que el amor y lazo que les unía era demasiado grande y profundo como para gastarse y romperse por algo tan banal como la distancia. Por fortuna el pelinegro logró pasar unos días con el torpe cuando éste salió de clases; completamente solos en la casa del mono (cuando la madre del más alto salía a trabajar); demasiado ansiosos como para hacer algo más que arrancarse la ropa; aun muy competitivos como para no desafiarse y decidir quién iba abajo y arriba la próxima vez; todavía inmaduros y jóvenes como para no pelear y discutir por idioteces.

 

Pero todo parecía perfecto…

 

Noción que se intensificó cuando una perdida y tranquila tarde, Kaede y Hanamichi viajaron a Akita para visitar a unos familiares del primero, reencontrándose allí con Sawakita, quien al igual que el zorro, estaba de visita durante sus vacaciones. Rukawa se limitó a mirarle con rivalidad e indiferencia, pero Sakuragi se le acercó e invitó a pasar el día con ellos. El ex jugador de Sannoh se mostró cauto y educado, especialmente con el alero, pero la personalidad extrovertida y alegre de Hanamichi les tuvo jugando a penas encontraron una cancha disponible.   

 

Sin que ninguno de los tres pudiera preverlo, esa tarde nació una amistad que sólo crecería y se asentaría con los años…

 

El ultimo día que Kaede pasó en Japón, estampó a Hanamichi contra la puerta de su habitación y le besó con todo el poder de sus labios, dientes y lengua. El pelirrojo le respondió con ferocidad por los primeros segundos, pero después le detuvo y abrazó casi con desesperación. Ninguno dijo nada hasta que llegaron al aeropuerto junto a la madre del pelinegro, quien todavía creía que sólo eran amigos. Rukawa se acercó a la mujer con el cuerpo tenso y los ojos irritados. La apretó contra su pecho y le besó tiernamente los cabellos. A su novio le tomó la mano y la sujetó con fuerza, mirándole fijamente a los ojos. Sakuragi sólo le sonrió…  

 

En el avión y las primeras semanas de vuelta a Norteamérica, Kaede sintió un nudo suelto e indomable incomodándole el estómago. Su garganta, por allí entre su pecho y quijada, se apretaba en los momentos más inesperados: cuando veía su mano. Cuando tocaba su cuello. Cuando pasaba la lengua por sus labios. Cuando se estiraba en su cama. Era desagradable, incómodo y doloroso… mas intentó no darle importancia y concentrarse en su juego y equipo.

 

Ya en la temporada pasada se había prometido dar todo de  sí. Juró luchar por sus sueños. Por su meta. Por su padre. Y el trabajo duro pareció rendir frutos cuando su nombre comenzó a ser cantado en casi todos los partidos que disputaba.

 

Con el corazón retumbándole y las manos apretadas, leía en los diarios en la sección deportiva que: Kaede Rukawa era la promesa del básquetbol japonés. Que era una estrella ascendente. Un diamante a punto de ser pulido. Un buen candidato para el Draft…

 

Pero de pronto, tan rápido como llegaba esa felicidad, amargura y soledad cubrían sus pensamientos.  Pues no tenía a nadie con quien celebrar. No había ninguna persona que le palmeara la espalda. O le sonriera. O le retara a un uno-contra-uno… o le gritara que era un zorro presumido… Y de nuevo ese nudo indomable aparecía. Otra vez su garganta se obstruía.

 

Kaede nunca diría que fue por voluntad, necesidad o amistad, pero él fue quien contactó a Sawakita primero. El ex Sannoh vivía a una hora de su ciudad, y le contactó poco antes de que sus universidades se enfrentaran en un partido de exhibición, en el cual prensa y entrenadores propusieron que las dos estrellas japoneses posaran para las cámaras.  Desde ese encuentro tomaron por costumbre mandarse correos, mensajes de texto, y algunas pocas veces llamarse. Como no estaban exactamente cerca en el mapa, no podían juntarse para jugar con regularidad, pero los fines de semana que tenían libre planeaban reuniones o entrenamientos fugaces.

 

Rukawa nunca lo diría en voz alta, pero compartir con Eiji le servía para menguar y apagar un poco ese dolor en su pecho; esa quemazón y hueco en la boca de su estómago.

 

No obstante, era sólo hablando con su novio, escuchando su voz, su escandalosa risa, sus bobos y vanidosos comentarios, que al menos algo parecía desatarse ese nudo; ese vacío que se expandía cada día más en su pecho. Pero cada vez que cortaba la comunicación, se quedaba sin aire; se quedaba petrificado de dolor y ansiedad. Parecía que le torturaran y castigaran con tirones, ácido, piedras y latigazos. Todo al mismo tiempo. Normalmente tenía que tirarse sobre las mantas y respirar lentamente; exhalar e inhalar con calma, pensando en nada y apretando los puños con firmeza.

 

Era tan… tan extraño y molesto, que al final terminaba agarrando su balón y desquitándose con el tablero y canasta del gimnasio por horas y horas, hasta que su visión se nublaba y sus hombros y piernas se contraían en sobrecarga.

 

Las cosas sólo tendieron a empeorar cuando se creó un facebook después de los insistentes ruegos de su mono. Rukawa nunca le había visto la atracción a esas cosas, pues con su correo electrónico le bastaba, mas el pelirrojo había insistido en que con esa página parecería que estaban más cerca y conectados, que podrían hablar más seguido, compartir fotos, frases, etc. Hanamichi le dijo que eso junto a Skype les ayudaría a mantener el contacto… (Aunque Kaede creyó entender relación)

 

No lo miró o exploró durante los primeros días de crearlo. Para qué… se decía; hasta que una noche, aburrido y agotado por el entrenamiento y las clases, esperando a que Hanamichi se conectara para una videollamada, se metió a la famosa página con indiferencia y pocas ganas. No le sorprendió demasiado que todos sus conocidos (y algunos desconocidos) de Kanagawa le hubiesen enviado una solicitud de amistad; él las aceptó con un levantamiento de hombros, ya que en realidad no sabía cómo funcionaba esta cosa.

 

Con tedio y ya fastidiado por la tardanza de su novio, apretó para dirigirse al muro del torpe.  

 

Su espalda, apoyada en el respaldo de la cama, se tensó. Su quijada se apretó y sus manos movieron el mouse con ansiedad al ver, primero, que mucha gente le comentaba y escribía Hanamichi. Segundo, que al parecer,  (por un comentario) el tonto había ido a una fiesta que no le había mencionado el otro día; y tercero, que en dicha reunión… se vio, juntó y bailó con la zorra esa de Kurumi-no-se-qué.

 

¿Qué-Mierda…? Pensó viendo las cientos de fotografías de su novio con la chiquilla esa… riendo, abrazados sonriéndole a la cámara; de ellos con otras personas; de Sakuragi haciendo caras tontas; de Sakuragi con otras chicas; de Sakuragi haciendo el ridículo (como siempre); de Sakuragi bebiendo; y otras tantas del idiota más grande de la historia.  

 

Rukawa, por inercia, cerró la pantalla y alejó el notebook de las piernas con una velocidad envidiable. Se levantó de la cama y acercó a su ventana. El cielo del día estaba a punto de tornarse anaranjado, pero Kaede no pudo disfrutar de la vista; no cuando un tumulto de emociones le nublaba la razón. Ese nudo en su estómago le hería la piel y músculos. Su cabeza parecía que explotaría en cualquier segundo. Gruñendo y apretando los puños, se sentó sobre el colchón y negó con la cabeza… pero… Su corazón latía como una máquina descompuesta; su sangre corría vertiginosamente por sus venas.

 

Necesitaba moverse, golpear, matar algo…

 

Contrólate, Kaede… no es nada… No significa nada… Se dijo y repitió hasta que el ataque de ansiedad terminó.

 

Cuando un par de horas más tarde Hanamichi le llamó, Kaede, aun alterado, fue más cortante e inexpresivo de lo normal, pero Sakuragi, riendo y lanzando comentarios estúpidos, no pareció notarlo. No inmediatamente…

 

“¿Y qué has hecho, zorro?” Preguntó el ex pandillero.  

 

“Clases y entrenamientos… ¿tu?” Una parte de Kaede quería preguntarle sobre esa fiesta. Quería demandarle respuestas. Quería exigirle que dejara de ver a su ex novia. Pero… otra parte, más fuerte, más poderosa, más oscura, le silenció y tensó el cuerpo.

 

“¡Sh!, pues lo mismo que cuando estabas acá… también entrené y salí con los chicos ¡Este genio tiene que aprovechar hasta que empiecen las clases nuevamente! Nyahahahaha” Rukawa le frunció el ceño antes de voltear la mirada hacia la pared.

 

Su piel, sin previo aviso, ardió de deseo por su novio. Sus manos se movieron inquietas hacia su entrepierna ya palpitante. Su cabeza pulsaba, pero Kaede sólo quería a Hanamichi. Quería que le perteneciera. Que fuera sólo suyo. Que sólo le mirara a él… Que gimiera sólo su nombre.

 

Con sus ojos azules nublados por la excitación, miró nuevamente hacia la pantalla, donde Hanamichi le observaba interrogante.

 

“Sácate la ropa” Ordenó mientras se abría sus jeans y palmeaba el bulto creciendo en sus bóxers con fuerza.

 

“¿Eh--? ¿Cómo que me saque la ropa, zorro?”

 

“Que.te.saques.la ropa. Ahora” Repitió con la voz baja y ronca.

 

Sakuragi le observó por dos segundos con los ojos bien abiertos, antes de sonrojarse y desvestirse con torpeza. Rukawa se lamió los labios viendo esa sonrojada piel sólo para su hambrienta mirada. Bebió y memorizó el cuello ancho. O los músculos trabajados de los hombros. Y esa clavícula… Y eso pectorales… Kaede gruñó por el consumidor deseo de lamerle, morderle y marcarle una y otra vez. Como lo hizo tantas veces en su habitación y en la del pelirrojo entre tardes calurosas y noches solitarias. Sakuragi era capaz de soltar los sonidos más excitantes cuando estaba a punto de venirse. Y Kaede estuvo muchas veces tentado de grabarle, para así repetir esos sollozos una y otra vez cuando no estuviesen juntos.

 

“Tócate” Mandó sacándose su propia camisa. Rukawa se mordió los labios y acarició su pecho lentamente (tal y como le gustaba a su novio), sonriendo con satisfacción cuando escuchó el gemido entrecortado del torpe. El pelinegro se bajó la ropa interior hasta las rodillas, acomodando además el notebook para que Hana viera como le tenía… tan listo y erecto…

 

“¡A-gh! Kaede…” Sollozó Sakuragi cuando llevó su mano derecha a su entrepierna ya inflada e interesada. Rukawa jadeó al imitar el movimiento, comenzando un bombeo pausado y calmado.

 

“Di mi nombre de nuevo… Como esa vez ¿te acuerdas? ¿En tu cocina? Cuando te doblé sobre la mesa y te lo hice tan fuerte, que no pudiste pararte después” Murmuró con sudor cayéndole por las patillas y cuello. Cómo olvidar esa vez… Si tanto Rukawa como Hana casi perdieron el conocimiento por la intensidad del orgasmo. Además, fue la primera vez que lo hicieron sin condón, y la sensación de correrse dentro de su monito es una experiencia que, Kaede sabe, nunca podrá superar.

 

“¡C-cállate, zorro estúpido! ¡¿C-cómo dices e-esas cosas?!” Sakuragi gritó morado de la vergüenza. Rukawa quiso sonreír, recordando que en persona el pelirrojo perdía mucha de esa inocencia y bochorno, especialmente cuando estaba caliente, pero en lugar de eso, se limitó a aumentar el bombeo de su mano, jadeando por el sonido húmedo y de piel que resonaba en las paredes. Su otra mano la llevó entre sus labios, los cuales chupó hasta los nudillos mientras miraba fijamente al excitado pelirrojo.   

 

“Dilo” Ordenó de nuevo después de sacarse los dedos y acariciarse una tetilla con poca delicadeza.

 

“T-tu di el mío” Gimió Hanamichi masturbándose violentamente (su rostro casi no se diferenciaba de sus cabellos).

 

“Dilo” Repitió con más autoridad. Sakuragi pareció titubear por unos segundos, pero antes de hablar, sonrió con socarronería.

 

“Z-zorro”

 

“Que lo digas” Esta vez su voz pareció de ultra tumba, tan oscura y gruesa, que su novio tragó nervioso.

 

“K-Kaede… Kaede… Kaede…” Cantó y repitió Hanamichi después de la primera vez.

 

Rukawa sonrió y aumentó aun más los movimientos de su mano. Se mordió los labios y disfrutó del orgasmo que comenzó a bañarle desde su entrepierna.

 

Esa no fue la única vez de la noche que se corrieron viéndose a los ojos; al contrario, Rukawa continuó ordenando a Hanamichi que se pusiera en tal posición; que hiciera eso con las manos; que lo hiciera más rápido; más fuerte; que le imaginara a él; detrás de él; encima de él; bajo él.

 

Y así… Kaede volvió a sentirse en su piel y a salvo dentro de su cuerpo. Volvió a confiar en sí mismo y en su novio. Se tranquilizó y respiró con calma. Y cuando Sakuragi le susurró que le quería, el pelinegro fue capaz de sonreírle y mandarle un beso sin un nudo apretándole el estómago.

 

Pero no duró demasiado…

 

No cuando a pesar de las innumerables veces que se lo prometió, aun así terminaba en sus ratos libres abriendo la laptop y actualizando… actualizando…. y actualizando el muro del estúpido más grande del mundo.

 

Sin razonar o pararse a sentir, le revisaba todo (todo) incluso… llegó a la bajeza de pedirle su contraseña, la cual Hanamichi cedió con facilidad y sin cuestionamientos, haciéndole sentir culpable por su desconfianza. Rukawa, por esa misma culpa, se cuidó de no eliminar o modificar en nada la cuenta de su pareja. Por fortuna, Sakuragi no era de tener conversaciones online, sólo subía fotos y recibía o devolvía comentarios en su muro.

 

Pero la ansiedad y la intranquilidad le seguían en cada momento despierto; incluso algunas veces esa incertidumbre le seguía a sus sueños.

 

Intentó distraerse. Concentrase en sus olvidados estudios. Aumentar sus horas en el gimnasio y en las máquinas. Entrenar con los chicos con los que había hecho migas en el equipo. Viajar más seguido al departamento de Eiji para jugar o simplemente salir por la ciudad.

 

Pero todo fue contraproducente. Todo se volvió en su contra. Y la distancia entre él y Hanamichi ya no era sólo física. Todo comenzó a colapsar ante sus ojos. Y Kaede no pestañeó ante las grietas. No movió ni un músculo ante los obstáculos. Se decía que el que no hablaran mucho ahora, era porque estaban muy ocupados; el que se insultaran con rencor y crueldad cada vez que lograban comunicarse, era simple frustración sexual; el que pelearan y no se vieran por semanas, eran riñas de novios; el que se sintiera ahogado por el pelirrojo aunque éste no estuviese a su lado…. Era normal.

 

Rukawa, ya casi 7 meses de haber arribado nuevamente a EE.UU, despertaba cada mañana con sueño y ansias de ir a entrenar; de agarrar un balón y jugar hasta que su cuerpo cayera de extenuación. Iba a clases maldiciendo la universidad y los estudios. Repasaba sus materias pensando que ya pronto comenzaría la práctica. Se iba a la cama y dormía soñando con baloncesto.

 

Paulatina y lentamente, Hanamichi empezó a desaparecer de sus pensamientos, de sus anhelos y deseos. Se negó a extrañarlo, a recordarlo, y a quedarse como idiota pensando en él. No lo necesitaba. No ahora que tenía cosas tan importantes en la que preocuparse, como el baloncesto. Kaede se dijo que tenía que encontrar un equilibrio, estabilidad y calma… Y Sakuragi era todo menos eso…

 

El pelirrojo le alteraba, perturbaba, cambiaba, rompía, empujaba y volvía a armar. Le desgarraba y le destrozaba internamente. Por su culpa un maldito dolor le desesperaba y abrumaba. Le ahogaba y dejaba sin fuerzas. Y no podía permitirlo…  

 

Una noche, mientras escribía un ensayo para una de sus pocas clases, vio con indiferencia en un rincón de la pantalla de su laptop que había recibido un nuevo mensaje en su email. Con el ceño fruncido y el corazón pulsando como loco, leyó que Sakuragi le pedía que se conectara ahora a Skype.

 

Kaede leyó una, otra y otra vez más las letras, mordiéndose los labios y volteando la mirada hacia la ventana, ponderando si hacerlo o no, pues siempre podría decirle al pelirrojo que en ese momento no estaba metido y que nunca llegó a ver su mensaje… pero… hace tanto tiempo que no le veía… hace tanto que no hablaba con él… Estaba ansioso y desesperado, por verlo, por escucharle… Sin pensarlo más, ingresó al programa y a su cuenta, recibiendo en seguida la llamada de su novio.

 

“Hey…” Hanamichi saludó desde su posición (acostado y apoyado en el respaldo de su cama). Rukawa pensó que se veía perfecto y arrebatador con una polera roja y vieja, el cabello más largo y sin gel, las cejas negras y desordenadas, los labios en un puchero y los ojos marrones brillando con la luz de su pantalla.

 

Con los labios secos y las manos apretadas, Rukawa le movió la cabeza en reconocimiento. Después de eso silencio invadió la conversación. Ni uno ni el otro se miró a los ojos. Ni uno ni el otro quería hablar.  

 

Kaede, rascándose su nuca, vio de soslayo un balón al lado de la cama, decidiendo que después de esto iría a jugar (solo o con cualquier chico que se encontrase en el gimnasio). Necesita entrenar. Practicar. Jugar un rato. Cansar a su cuerpo. Extenuar a su mente. Sudar temores y dudas. Expulsar pensamientos innecesarios y dolorosos.

 

“… Supongo… supongo que has notado que no estamos muy bien…” Habló el pelirrojo en un susurro. Kaede, por unos cuantos momentos, estuvo tentando de reír e interrumpirle con sarcasmo… pero decidió callar… Su corazón no dejaba de latir como loco… Rukawa asintió sin subir la mirada. “…Yo… no creo que esto nos haga bien, Kaede…a ninguno, y… no se… cada vez que hablamos… estamos peleando…  ¿sabes que hace como tres meses que no me dices como ha sido tu día?...” Suspirando, Sakuragi dejó caer su cabeza contra su almohada. Kaede le miró con cautela, sorprendiéndose de verle tan… agotado, tenso… como si hubiese envejecido de repente “…. Yo…. Creo que… creo que es mejor que t-terminemos…”

 

Rukawa estaba viendo fijamente una mancha en la alfombra de su habitación…

 

¿Es acaso… sangre? Se preguntó sintiendo algo frío en su pecho. Todos los músculos, células y nervios de su cuerpo se paralizaron, mas lo único que pasaba por su mente era lo recién escuchado.

 

¿Terminar…?

 

Terminar…

 

Terminar…

 

Terminemos…

 

Su rostro, frío e impasible, no demostró ninguna señal de alteración o cambio, cuando en realidad, internamente, un tornado gigante destruyó todo a su paso. Todo voló en pedazos; todo explotó y se desgarró. Y ardía. Y quemaba. Y dolía. Dolía. Dolía. Dolía.

 

Duele… duele tanto, pensó llevándose una mano sobre su corazón. Y lo apretó; lo estrujó con fuerza, con potencia, con crueldad. Porque ese nudo indomable le revolvió el estómago y le subió por el pecho hasta la garganta. ¿Qué es esto?.... esto… esto oscuro e incómodo… se preguntó intentando controlar el temblor de sus manos.

 

Qué es esto…

 

Porque algo no estaba bien. Algo no estaba funcionando.

 

¿Dónde está la tierra? ¿Dónde está el cielo?

 

“N-no digo… no digo que para siempre, zorro… sino… quizás… ¿quizás hasta que vaya para allá?… Digo…Ahora no estamos bien... Tienes que admitirlo, bastardo… Esta distancia… esto nos está matando” Continuó Sakuragi con voz ronca y baja.

 

Kaede le observó, sorprendiéndose de ver ojos marrones brillantes y húmedos. Estaba a punto de llorar… Pero el pelinegro no podía. No podía procesarlo. Digerirlo. No podía sentir. Todo esto era demasiado.

 

“Hm…” Salió de sus labios.

 

“¿Si?” Dijo el pelirrojo con el ceño fruncido, a lo que el alero correspondió con el mismo gesto.

 

“Si” Respondió esta vez con firmeza.

 

“¿Si… solo si?....” Repitió Sakuragi tensando el cuerpo. Kaede no entendía de qué se trataba el juego de palabras o por qué tanta pregunta. Todo era demasiado confuso. Y ya no quería estar ahí. No quería verle. Necesita salir. Respirar. Necesitaba calmarse. Respira. Respira. Respira. ¡Respira, maldita sea!...   “¡Bien! ¡Como quieras, idiota!” Gritó Sakuragi antes de romper la comunicación.

 

Pero esa misma acción logró que Kaede se sintiera más tranquilo, más sereno y menos adolorido. Inhaló aire y lo exhaló con pretendida calma.

 

Todo va estar bien…

 

Todo estará bien…

 

Porque el mismo tonto lo había dicho: No es para siempre… sólo era un break para ordenar sus vidas y establecerse. Para no destruir más algo que nunca debería ser dañado. Lo de ellos era demasiado precioso como para romperlo por idioteces. Tenían que cuidarlo. Protegerlo. Atesorarlo. Y si para ello necesitaban distanciarse… entonces lo tolerarían… Ambos eran más fuertes que eso…

 

Lo lograrían. Kaede sabía que lo lograrían. Porque ellos podían derribar cualquier obstáculo. Eran invencibles.

 

No es para siempre…

 

Es sólo hasta que se venga…

 

No es para siempre…

 

Es sólo un break…

 

Rukawa, sintiendo esa molesta desesperanza en la base de su estómago, se puso de pie y flexionó músculos. Movió la cabeza y respiró profundamente. Se cambió de ropa, agarró su balón y se dirigió con paso firme al gimnasio.

 

Entrenaría. Practicaría y jugaría hasta vomitar…

 

…. Hasta sólo sentir dolor físico…

 

Cuatro meses después, Rukawa Kaede de 19 años esperaba sentado en una poca concurrida cafetería por su amigo. Su flequillo negro le obstruía la vista del paisaje fuera del gran y limpio ventanal, a través del cual se veía a cientos de personas ir y venir apresuradas bajo el poderoso sol en los cielos. El basquetbolista bebió lentamente de su malteada de chocolate antes de sacar su celular para revisar mensajes y correos; algo que ya se estaba haciendo una costumbre.

 

Sakuragi le había escrito ayer en la mañana sobre el importante partido que tendría hoy en la tarde. Y aunque Kaede sólo leyó el email, aun así identificó los nervios del pelirrojo. Detectó entre líneas su ansiedad e impaciencia, porque él mismo estaba así ahora: moviendo su pierna de arriba para baja; apretando manos y dedos como un tic. Suspirando con cansancio, guardó el aparató y vio rápidamente a su alrededor, donde se encontró a unas cuantas chicas mirándole poco disimuladas, pero él las ignoró en seguida.

 

“¡Lo siento! ¡El trafico está horrible!” Eiji saludó en japonés al tiempo que tomaba asiento frente suyo. El ex Sannoh no tardó en llamar a la camarera para hacer su pedido mientras Rukawa le observó con poco interés hasta que comenzaron las preguntas de rutina (qué cómo estás; que te vi el otro día en el partido contra tal equipo; qué cómo van tus clases). El ambiente era ligero y cómodo. Amistoso y simple. Y Kaede se sentía agradecido de haber conocido a alguien como Eiji, alguien a quien podía llamar amigo… aunque algunas veces le sacara de sus casillas. “…Te lo digo, hombre, si quieres, te puedo arreglar una cita… una de ella está… whuuuo, de verdad, caliente” Sawakita dijo con una sonrisa traviesa.

 

“No, gracias” Rukawa respondió con una mueca.

 

“¡Ah, vamos! ¿No se supone que tu y el pelirrojo terminaron? ¿Hasta cuándo lo vas a esperar?” Le preguntó con el ceño fruncido, mientras Kaede se controlaba para no rodar los ojos o responder con brusquedad; esto lo habían discutido ya muchas veces como para no quedar claro a estas alturas.  

 

“Sólo nos estamos dando un tiempo hasta que se venga” Respondió sacando su celular y revisando nuevamente su correo.

 

“Siii, claro, tanto tiempo que se la pasan hablando… ¡Te he visto!” Reprendió con su registrada mirada de hermano mayor. “…Honestamente, Kaede… fue enfermo verlos en las vacaciones…. Se supone que habían terminado como hace un mes, pero aun así se la pasaron juntos como uña y carne” Eiji comentó con una ceja levantada y movimiento negativo de la cabeza. Kaede se mordió la lengua antes de decirle que en realidad, estuvieron más juntos que eso, pues las pocas semanas que pasó en Japón hace meses atrás, él y su ex novio se la pasaron follando como conejos sobre cualquier superficie que les resistiera; mas decidió callar, conociendo de sobra a su amigo y a sus comentarios sobre la enferma relación que todavía mantenía con Hanamichi.

 

El ex Sannoh siempre le alegaba que ya no estaban en una relación amorosa, pero que seguían actuando como si lo estuviesen. Sin embargo, Rukawa sabía mejor que eso. El pelinegro se convenció de que Hanamichi sólo le había pedido un tiempo; le había levantado la mano para pedir un segundo para ambos. Esto de ahora, era amistad con sentimientos, sin el estrés y las peleas de por medio. En realidad, era un ganar/ganar para los dos, ya que ambos estaban rindiendo mejor en sus estudios y respectivos clubes. Esto último siendo lo más beneficioso, porque significaba que Hanamichi pronto podría cumplir su promesa y venirse a EE.UU.  

 

“No lo entiendes” Y con esa afirmación, Rukawa siempre terminaba cualquier discusión, porque Sawakita nunca había tenido una relación seria o más larga que una semana, por lo que siempre carecía de las armas para defenderse contra el verdadero amor o estar enamorado o esas mierdas con las que salía Kaede cuando ya estaba enojado de tanto comentario. Eiji, suspirando, le dio un gran mordisco a su emparedado mientras Rukawa volvía a sacar su celular.  

 

El mayor vio como el alero leía un mensaje y luego resoplaba con un tirón pequeño en la comisura de sus labios.

 

“¿Qué pasó?” Le preguntó sin aguantar la curiosidad, pues podría jurar que eso que vio fue una sonrisa.

 

“Hanamichi ganó, y había un cazatalentos que le dio su tarjeta” Sawakita no hizo más que responder con una sonrisa alegre, porque era lo menos que podía hacer en esta situación.

 

Si bien es cierto que a Eiji le molestaba ver a amigo solo y esperando por un vanidoso y escandaloso que quizás nunca vendría, sabía también que entre esos dos idiotas no existía otra cosa que no fuera amor. Si hasta él mismo cuando les veía juntos sentía ganas de tener pareja (pero cuando notaba a las miles de bellezas en el planeta, esas bobas ideas volaban al viento tan rápido como habían llegado).

 

Desde ese día en adelante, la ansiedad atrapada en un lugar guardado en la mente de Kaede, volvió a resurgir en su piel. Todos los días se levantaba y dormía pensando en Hanamichi y su inminente llegada. Porque Sakuragi, no importa qué, vendría. Lo había prometido, y cuando el pelirrojo se enfocaba en una meta, la cumplía. Sólo era cuestión de tiempo.

 

Rukawa no pudo reprimir una sonrisa cuando no mucho después, como 5 ó 6 semanas, Hanamichi le envió un correo avisándole que iría a EE.UU para el próximo semestre. Esa noche hablaron durante toda la madrugada sobre el partido que le valió su pasaje; como Sakuragi extrañaría a su familia, a sus amigos, pero que estaría mintiendo si dijese que no estaba emocionado.

 

Fue Kaede quien dos meses después de arreglar todo lo que debía arreglar en su país, le fue a recibir al aeropuerto con una mirada nublada de desesperación. Cuando le vio salir por entre las puertas de vidrio, ambos apretaron las manos para no tocarse mejillas, cuello o brazos. Durante todo el viaje en el taxi se mantuvieron en silencio y calma. Rukawa le acompañó a hablar con el que sería su entrenador y el agente de deportes de su universidad, que quedaría a unas dos horas de la misma escuela de Rukawa (pero ambos lo tomaron con serenidad, pues al menos no era un mar de distancia). Le ayudó ese mismo día a mudarse y a establecerse en su pequeña habitación. Y se quedó con él todo el resto del fin de semana.

 

Sobra decir que en esas pocas horas retomaron la relación y pretendieron recuperar todo el tiempo perdido sin salir del cuarto ni para respirar aire fresco. Por primera vez en sus vidas el baloncesto había quedado totalmente relegado a segundo plano. No pensaron ni por un segundo en ese balón naranjo que descansaba en una de las tantas maletas de Sakuragi en un rincón de la habitación. Lo único importante y de vital atención en esos momentos, era el cuerpo del otro.

 

“Te quiero” Le susurró Hanamichi con los labios pegados a su oído cuando se despedían puertas adentro en el dormitorio del más alto. Kaede le apretó contra su cuerpo y le besó con ardor, aun incapaz de decir las palabras, pero más que dispuesto a demostrarlas con su boca y manos. Se quedaron ahí por minutos que parecieron segundos, reacios a separase del calor y energía del otro.

 

Hace tanto, tanto que no estaban juntos, que alejarse incluso por unos centímetros dolía como una navaja en el hígado.

 

Los nuevamente novios habían acordado (entre descanso y descanso de ciertas actividades) verse todos los fines de semana, turnándose quien iba y venía cada viernes; la próxima vez, por tanto, le tocaría al pelirrojo quedarse en el dormitorio individual (afortunadamente) del ex rookie de Shohoku.

 

“Tengo que irme” Murmuró Kaede con el ceño fruncido, mas no se separó ni un milímetro de su novio, muy entretenido lamiéndole la oreja y el lóbulo. Hanamichi, suspirando y apretando con más fuerza sus manos contra las delgadas caderas, se alejó del cuello esbelto y suave, para murmurar sobre los otros labios.  

 

“Lo sé” Le dijo antes de besarle con la boca abierta, metiéndole bruscamente la lengua y refregándose contra su calor; enseguida, además, apretó al más bajo contra la puerta con renovado vigor. Kaede no se quedó atrás con la muestra de ansiedad, respondiéndole con igual pasión y entusiasmo, sin importarle que quizás se perdiera el bus del que había comprado pasaje.

 

Sakuragi le agarró las nalgas para levantarlo y estrujarlo contra su entrepierna. Le besó párpados, mejilla y labios. Metió sus manos pálidas bajo la polera vieja de su novio y se la sacó con desespero por encima de la cabeza.

 

“Si---…. Hana” Gimió cuando sus labios, ahora mojados, fueron nuevamente atacados.

 

Al final, sin mucha sorpresa, terminaron haciendo el amor una vez más contra la pared. Con un Hanamichi inspirado y pasional. Y un Rukawa que recibió cada estocada con jadeos entrecortados y suspiros soñadores. La familiaridad de la piel, del calor, de los besos, del agarre, de esa sensación en su trasero, fue demasiada para sus sentidos.

 

Los amantes se corrieron mucho antes de lo que les habría gustado, pero Sakuragi sabía que tenía que dejarle ir. Por ahora, al menos…

 

Kaede caminó con lentitud hacia la estación, agradeciendo a cualquier divinidad que por un desperfecto, el bus no había salido aun.  

 

Lo que ninguno de los dos deportistas previó, sin embargo, fue la tensión y presión que caería sobre ellos ahora que estaban en esta nueva etapa de sus vidas.

 

Rukawa, quien ya llevaba dos temporadas magnificas con su equipo de baloncesto universitario, se vio en la necesidad de contratar a un agente para manejar los asuntos de publicidad y contratos. Al hombre lo ubicó gracias a la ayuda de su madre desde la distancia. Alexandre Viztovic, era su nombre, y por lo que Kaede había escuchado de sus compañeros y amigos de equipo, el tipo tenía vasta experiencia con deportistas. 

 

Alex, (como insistió ser llamado), inmediatamente después de verle jugar por primera vez en un partido de la temporada, le habló y motivó para volverse elegible y así participar en el Draft del próximo junio.  

 

Rukawa, como ya era costumbre, lo pensó y ponderó mil veces con un balón entre sus manos y decisiones abrumando su cerebro. Pasó noches y noches sudando hasta los pies para encontrar la solución a su dilema. ¿Quería participar en el Draft?... Sí, claro que sí. Pero… ¿quería hacerlo ahora?... Y eso es lo que le carcomía… Porque no se sentía preparado y adecuado.  Veía juegos de la NBA, y sufría pensando que aun le faltaba tanto por aprender… Pero tal y como le dijo Alex, este era el momento. Estaba próximo a cumplir 20 años y su condición física estaba en estado excepcional. No hay nada más que pudiera pedir.

 

Y así es como lo decidió…

 

A su madre simplemente le dijo que se concentraría mucho más en sus entrenamientos, y que quizás caería en sus estudios un poco. Decidió no decirle inmediatamente que quizás dejaría la carrera de manera permanente. A Sakuragi le informó de su decisión a penas le vio ese fin de semana. El pelirrojo le observó con los ojos y labios abiertos por segundos que parecieron eternos. Pero finalmente, resopló y golpeó en la frente. No le dijo que le apoyaba o que estaba orgulloso, o que lo lograría… simplemente, le sonrió con vanidad y prometió que le alcanzaría, asique que no se relajara tanto.

 

Y eso fue todo lo que Kaede necesitó para saltarle encima y devorarle a besos.

 

Desde esos momentos, Rukawa se abocó completamente a sus prácticas y entrenamientos personales. Su entrenador, que había sido informado de su decisión, habló con él y crearon un nuevo sistema para afilar sus habilidades; pulir las que aun no estaban totalmente desarrolladas; y refinar todas aquellas que le hicieron destacar.  

 

Las pruebas… (O Tryouts) se acercaban… Y a Kaede le sobraba determinación.

 

Sakuragi, por otro lado, estaba viviendo mucho de lo que pasó el zorro cuando arribó a tierra norteamericana por primera vez. Estaba lidiando con el choque de culturas, la barrera del idioma, y por consiguiente, el atraso en muchas de sus materias. No obstante, Hanamichi sabía que no se había esforzado por nada este último tiempo, asique, con ayuda de sus compañeros y amigos que había hecho en el poco tiempo que llevaba en el equipo, logró consolidarse y levantarse con el fuego energético que siempre le seguía y envolvía como halo.   

 

Muchas veces los novios tuvieron que suspender viajes, o reducir las horas juntos, ya sea porque Rukawa debía entrenar, o porque Sakuragi necesitaba  estudiar e integrarse más con sus nuevos compañeros.

 

Hubo veces en las que ambos estaban en la misma habitación, pero los dos estaban metidos en sus propios asuntos: Sakuragi hablando o riendo con amigos, repasando materias, o entrenando sus propias habilidades, al tiempo que Rukawa se iba a practicar o veía partidos y videos de la NBA.

 

Varias veces pasó que el fin de semana finalizaba con ellos sin haberse siquiera besado.

 

Y aunque al principio pareció que ninguno de los dos lo notó, los meses y los nervios de cada uno comenzaron a estallar.

 

Ahora encontraban excusas para no ir donde el otro; y si estaban en la otra universidad, entonces intentaban rápidamente irse con el cuento de una emergencia.

 

Pero lo peor… lo peor era cuando discutían… cuando esos meses de ignorancia se hacían presentes en la habitación.

 

Porque ahora eran extraños.

 

Eran desconocidos compartiendo cama. No tenían ni la más puta idea de lo que pasaba en la vida del otro, pues con suerte y se preguntaban qué tal el día. Para lo único que se miraban o tocaban, era para tener sexo; puesto que en ese departamento nunca se vieron diezmadas las pasiones u hormonas juveniles (no importa los problemas que tuvieran fuera de la cama).

Pero con las semanas y la distancia emocional cayendo sobre ellos como una tela de teatro, ya ni eso era como antes. Ya no se besaban tiernamente al finalizar. Ya no se tocaban con reverencia cuando se besaban entre empujones y gemidos desesperados. Ya no permanecían horas y horas abrazados sobre las mantas revueltas una vez que el sudor se secaba en sus pieles y las respiraciones se nivelaban. Ya ninguno de los dos se molestaba en demostrar amor.

 

Era simplemente sexo. Brusco. Pasional. Duro… Distante.

 

“¿Dónde está mi chaqueta?” Preguntó Kaede  mirando por todos los rincones de la pequeña habitación.

 

“¿Qué sé yo?” Replicó Sakuragi, quien ahora mismo estaba demasiado atento a una lectura que tenía que hacer para el lunes que se acercaba.

 

“La traje conmigo, estúpido” Dijo con agresividad ante la pasividad del dueño del espacio.

 

“¡Sh! ¡¿Qué, acaso soy tu niñera que tengo que andar revisándote las cosas, bastardo?!”

 

“Hmp, idiota”

 

“¡Agh! ¿Sabes que? ¡¿Por qué mejor no te vas?!” Gritó alzando la mirada enfadado por ser interrumpido.

 

“Eso quiero, pero no encuentro mi chaqueta”

 

“¡Pues cómprate una nueva, y lárgate!”

 

“Retrasado” Murmuró saliendo de la habitación rumbo a la estación de buses antes de lo que decía su pasaje.

 

Un par de horas más tarde, cuando Rukawa iba sentado en el asiento incómodo del bus mientras veía distraído el paisaje avanzar a una velocidad moderada, sintió, de la nada, el abrumador deseo de bajarse del transporte.

 

Le invadió el anhelo desesperado de detener las ruedas y correr de vuelta. Quería, deseaba, necesitaba volver, correr, abrir la puerta del torpe y verle. Observarle ahí, tan concentrado y estudioso, como nunca tuvo el placer de verlo. Anhelaba respirar su aire. Compartir el espacio. Estar donde sea que el monito estuviese.  

 

Su piel cosquilleó y tembló con las ganas de abrazarle, de apretarse tras de él, apoyar su cabeza en su hombro y simplemente respirar profundamente el aroma de sus cabellos (ahora un poco más cortos). Quería pasar sus manos por su estómago y acariciarle. Hacerle cosquillas y sacarle risas. De esas estruendosas y groseras, pero tan inocentes, tan ligeras, tan felices…

 

Su pecho se apretó con el pensamiento de su novio, de su mirada, de sus hermosos ojos, de sus tibias manos, su duro cuerpo, de su cálida personalidad. Su piel ardía por él. Su corazón palpitaba y palpitaba su nombre.

 

Hanamichi…

 

¿Hanamichi…?

 

Hana….

 

¿Cómo habían permitido y dejado que este abismo se interpusiera entre ellos? ¿Cómo habían descuidado su amor?  Apretó los puños con fuerza; enterró sus cortas uñas en su carne expuesta. Sintió dolor, pero ello no era nada comparado con lo que percibió dentro; allí, en la boca de su estómago, en el centro de su pecho, en su garganta.

 

Se sintió solo, abandonado y a la deriva.

 

Al llegar al rato después a su dormitorio, no lo pensó dos veces antes de llamar a Hana con una necesidad que rayaba en la locura. Al escuchar su voz, algo de esa desgracia corriendo por sus venas desapareció, pero al escuchar el tono indiferente del otro chico, tuvo ganas de llorar, de reclamarle, de gritarle por ignorar su presencia, de demandarle que viniese a verle, que le besara más seguido, que volviera a decirle te quiero a cada oportunidad que se le presentaba. Pero se controló. Respiró y siguió viviendo.

 

Como siempre hacía…

 

…Pero esta vez…. el rompimiento vino de manera más tosca e inesperada.

 

Semanas después de que Kaede notara lo distanciados que estaban, se encontró a si mismo imposibilitado de arreglarlo. Sakuragi apenas le hablaba, y sí lo hacia, normalmente era para discutirle e insultarle. Y Rukawa le respondía con agresividad, porque estaba harto y frustrado; Cansado y agotado de tanto entrenar, de tanto extenuar a su cuerpo.

 

Por ello, una tarde en la habitación del pelinegro mientras éste se encontraba dormitando sobre su cama después de practicar por horas junto a sus compañeros en el gimnasio, escuchó como Hanamichi se sentaba en la silla del escritorio (pues este fin de semana le había tocado a él venir) con sonido y un resoplido.

 

“Oye…” Le llamó sin delicadeza.

 

Rukawa, que venía sintiendo una nube negra desde hace días siguiéndole el rastro, se sentó sobre las mantas con el ceño fruncido, sintiendo como su estómago caía, caía y caía. Sin saber porqué, sentía que su corazón estaba quebrado y roto a sus pies. Clavó sus ojos azules en sus manos, apretándolas y evitando la mirada decidida de Hanamichi.

 

“…Creo que tenemos que terminar… ” Continuó después de unos segundos de silencio; y fue tan impersonal… tan frío… que Kaede tuvo que agarrar la frazada bajo entre sus dedos para evitar golpear algo (lo más probable es que a él mismo).

 

Su respiración se aceleró y profundizó, pero se negó a botar una lágrima de sus punzantes e irritados ojos azules. Tragó lo más discreto que podía, y pestañó varias veces antes de alzar la cabeza para mirar al idiota más grande del planeta. Sakuragi estaba mirando por la ventana con sus ojos achocolatados rojos y brillantes, medio cerrados y tristes. Cuando se volvió hacia él, se pasó bruscamente el brazo sobre ellos limpiando cualquier rastro de llanto.

 

“Hanamichi…” Susurró sin ser capaz de decir lo que verdaderamente deseaba. Que podían arreglarlo. Que lo superarían. Que era una fase. Que esperaran a que los entrenamientos menguaran. A que Sakuragi se asentara… Pero nada salió de sus labios… Menos aquello que más quería expresar…

 

Por favor, no… No me dejes… No ahora… Podemos hacerlo mejor… No tenemos que alejarnos…

 

Pero no pudo. Su boca estaba sellada mientras que el pelirrojo le miraba anhelante y desesperado; ansioso por una señal de que podían seguir juntos; de que ellos dos no era una locura; no eran una aberración de la naturaleza.  

 

“Yo… te quiero… te quiero….” Hanamichi susurró colorado, mirando al piso y cerrando los ojos con fuerza.

 

Rukawa, en silencio, movió la cabeza y se levantó. Ya no podía permanecer sentado, acostado, o mirando a su ex novio. Necesitaba alejarse. Controlarse. Ir a practicar. Entrenar. Agotar a su cuerpo. A sus músculos. Caer de cansancio.

 

Por qué…. Se preguntó… Cómo… Rukawa no podía entenderlo. No le cabía en la cabeza como dos personas que se amaban tanto, podían estar rompiendo.

 

No entendía como estando tan enamorado de Hanamichi Sakuragi, fue capaz de dejarle ir; de quedarse ahí, mirando la pared de su dormitorio, y verle salir con los hombros y la cabeza gacha.

 

Se quedó estático por unos segundos que parecieron horas. Respiró y exhaló a una velocidad que ningún médico recomendaría. Se sentía maltratado. Golpeado. Humillado. Abandonado.

 

Quería correr hasta Hanamichi…. Y rogarle… suplicarle…

 

Pero no… No podía hacer eso. ¿Dónde quedaría su orgullo? ¿Su dignidad? Kaede intentó apaciguar los latidos de su corazón. Pero ese apretón en su garganta le tenía harto. Estaba ahogándose. Muriendo ahorcado por su propio cuerpo… por sus propios sentimientos.

 

Todo ardía y opacaba sus sentidos. ¿Era de día? ¿Ya era noche? Miró distraídamente sus manos, y las vio temblar. Las empuñó con fuerza. Cerró los ojos y avanzó hasta la ventana de la habitación con los músculos y nervios entumecidos.

 

Un cielo negro carente de estrellas le devolvió la vista desde la pequeña ventana. Vacío… Lóbrego….  

 

Como yo…

 

Pensó antes de apoyarse en la pared, deslizarse por ella y ocultar el rostro entre sus brazos y rodillas.

 

Tiempo después, Rukawa Kaede de 21 años estaba cumpliendo su sueño.

 

Aquel del que escuchó durante tantas tardes gracias a su padre. Aquel que imaginó con inocencia infantil desde que era un niño de 12 años; aquel que se convenció sería posible cuando tenía 15; aquel que comenzó a tomar forma a los 17.

 

Había luchado y trabajado duro para llegar hasta este lugar. Había sudado, y sangrado, y desmayado para alcanzar esta meta. Ésta que con su padre habló luego de algunos partidos amistosos en el parque del barrio. Como desearía que él estuviese aquí… Cuando desearía que su padre pudiese verlo en estos momentos… Con alegría; con orgullo.  

 

Estos últimos meses, gracias a su entrenador, sus compañeros de equipo, su agente y su madre, había logrado dedicarse exclusivamente a un entrenamiento arduo e intenso. Los únicos momentos de descanso eran para dormir, comer y publicidad. Alex insistía en que tenía que darse a conocer; que su nombre debía sonar entre los expertos, periodistas y otros deportistas. Pero no era fácil. Especialmente con su personalidad antipática, fría e indiferente. Pero tenía un objetivo entre los ojos, y ese era ser elegido primero en el Draft de la primera ronda. Una tarea complicada, compleja y casi imposible (pues competía con otros 59 chicos que deseaban lo mismo), pero nadie puede decir que a Kaede le falta determinación.

 

Pero esta noche, en el Barclays Center (hogar de los Brooklyn Nets), con el comisionado de la NBA, Adam Silver dando la bienvenida  desde el escenario, Rukawa no sentía nada…

 

No estaba nervioso, ansioso, ni expectante. Sólo agotado.

 

Sentado en un mesa impecablemente decorada junto a su madre, Alex, Sawakita (quien también estaba participando) y los padres de éste, el pelinegro dio una mirada rápida al resto de los chicos; algunos hablaban con sus pares; otros se mordían las uñas; otros cuantos veían al escenario con movimiento frenéticos; e incluso algunos jugaban con sus celulares.

 

Pero él estaba entumecido… Apagado y frío por dentro.

 

Con algo de sorpresa escuchó que a Cleveland Cavaliers ya se le habían concedido los 5 minutos reglamentarios para anunciar su elección, la primera. Sólo ahí Kaede apretó las manos y enterró las uñas en sus palmas. Su corazón palpitó como hace meses no lo hacía, pero por una razón completamente distinta a la última vez.

 

Como en una película en la que él no formaba parte, vio a su madre hablar en susurros entusiasmados con la madre de Sawakita, quien estaba inclinado sobre la mesa, observando el mantel con pretendida fascinador. El ex Sannoh subió la mirada y le miró con una sonrisa nerviosa. Kaede simplemente volteó el rostro.

 

Cuando Adam Silver volvió al escenario, pareció que todo el público en el estadio estaba conteniendo el aliento, especialmente los jóvenes deportistas, esperando el tan jugoso anuncio del primer elegido de la primera ronda. El hombre de lentes y calvo habló y sonrió cuando nombró y llamó a Andrew Wiggins.

 

Rukawa suspiró y frunció el ceño cuando sintió en su hombro el apretón de Alex. Sacudió la mano con brusquedad mientras intentaba sacudirse esa desagradable sensación de decepción... Había trabajado tanto por esto, que ahora…

 

Pero no… Esta era sólo la primera elección… aun quedaban 59 más. Y lo importante, lo vital, lo que más valía en estos momentos, es que llegaría a la NBA.

 

Y la espera no fue demasiada… no cuando fue elegido en segundo lugar de la primera rondapor Milwaukee Bucks. Luego de que escuchó su nombre, todo pasó como si su cuerpo estuviera poseído.

 

No fue él quien recibió la gorra del equipo. O el que abrazó a su madre y al resto de las personas en la mesa. Dio la mano a decena de hombres y mujeres, pero no reconoció a ninguno de ellos. Caminó al escenario, alargó la mano y se sacó cientos de fotografías. Fue entrevistado, homenajeado, pero no era él quien estaba allí…

 

Todo parecía un sueño… una pesadilla…

 

Porque las dos personas que más deseaba que le acompañasen… no estaban…

 

“Al menos pretende que estás feliz” Le susurró Eiji discretamente en su oído después de ser elegido número 13 por Minnesota Timberwolves. La mayoría de los fotógrafos se les acercaron para inmortalizar el momento en el que dos japoneses eran elegidos dentro de los 20 mejores del mundo para unirse a la NBA. Todos hablabas de una generación dorada, de prodigios, del orgullo que traerían al deporte nacional. Pero Rukawa sólo pudo levantar la mano y hacer una mueca.

 

Porque era lo único que su cuerpo le permitió. Su mente estaba en otra parte. Lejano, ausente, perdido y roto. Kaede se sentía como un zombi. Su corazón latía, pero ya no sentía. Su piel cambiaba de color, pero ya no tenía calor. Nada le emocionaba, o excitaba, o apasionaba.  

 

¿El mundo siempre ha sido tan gris? ¿El cielo siempre ha sido tan opaco? ¿Y la tierra tan seca?  

 

Rukawa sólo pudo agradecer cuando al final del evento se dirigió junto con su madre y la familia de Eiji a un elegante restaurante para celebrar el triunfo de los jóvenes de manera privada.

 

El pelinegro tuvo la sensación de que estuvieron ahí hasta que la comida del lugar se agotó, mientras veía a los demás comer, reír, y hablar despreocupadamente. Comentaban anécdotas, reían de bromas y diversos episodios. Pero él lo veía todo desde arriba…

 

Como lo llevaba haciendo desde que el innombrable pelirrojo cerró la puerta de su ex dormitorio tras su espalda.

 

“Oigan, si nos disculpan… Kaede y yo iremos a celebrar” Eiji dijo con un guiño. Rukawa le observó inmutable e indiferente por el panorama (del cual no había sido informado) , pero sintiéndose ansioso y tenso, le siguió a la salida sin ninguna palabra de rechazo. De todos modos, lo más probable es que esta noche terminara como tantas otras (él caminando en solitario a su hotel, y Sawakita ligándose alguna chica en el club).  

 

Y eso pensaba que pasaría hasta que, al pasar por las calles más concurridas y encendidas de la ciudad, Eiji le agarró de brazo y empujó dentro de un taxi, dándole al conductor la dirección del hotel en el que se hospedaban. Kaede le miró un poco sorprendido por los repentinos planes, mas prefirió callar y agradecerle en silencio.

 

Ya en el ascensor, el pelinegro se apoyó y suspiró de alivio; sintió sus hombros relajados y su quijada menos tenas. Ya no tenía que aparentar emoción y serenidad en un cuerpo vacío y cansado.

 

“Eres un idiota ¿sabías?” Reprendió Eiji sin mirarle. Rukawa le frunció el ceño y clavó sus ojos con advertencia, pero decidió no responder con sarcasmo al sorpresivo ataque, ya más que acostumbrado a los repentinos cambios de humor del ex jugador de Sannoh “…Estos últimos meses has estado… peor que un muerto, Kaede… hasta tienes a tu mamá preocupada”

 

“Estoy bien” Interrumpió con brusquedad. En circunstancias normales habría permanecido en silencio, pero cuando involucraban a su madre era otro asunto por completo.   

 

“Por un tiempo pensé que se te pasaría… que estarías tan consumido por el baloncesto, que… ¡¿qué sé yo?! Que se te olvidaría… pero… es obvio que…” Eiji negó con la cabeza antes de voltear con una mirada comprensiva “… que no lo entiendo” Continuó después de que sonara el ding del ascensor, abriéndose las puertas y presentando un elegante y largo pasillo.  

 

Salieron de él y se dirigieron al cuarto que compartían con un paso lento y calmado, mas cuando el pelinegro abría la puerta, Sawakita le tomó fuertemente del brazo para detener cualquier movimiento.

 

“Esta noche no dormiré aquí…” Cuando Rukawa le iba preguntar la razón, su amigo continuó mirándole fijamente. “…Hay… hay alguien adentro que… que quiere verte…Yo… No sé si hice bien en llamarle, pero… sólo quiero que estés feliz…” Dándole un amigable y fuerte golpe en el hombro, Eiji desapareció por los pasillos.

 

Kaede no razonó, pensó o imaginó… simplemente metió la tarjeta y entró con prisas a la lujosa habitación donde, efectivamente, en el oscuro salón, parado frente al inmenso ventanal, estaba una alta y musculosa figura dándole la espalda con ambas manos metidas en los bolsillos de sus jeans. Su cuerpo y presencia opacaban todo lo demás.

 

Nada importaba más que la perfecta figura frente a sus anhelantes y brillantes ojos azules.

 

¿Es esto real?... Eres tú… Eres tú… pensaba adentrándose con cautela.

 

“Torpe…” Susurró dejando caer todo lo que llevaba en sus manos. Su corazón, que se mantuvo calmado y constante por tantos meses, recién ahora pareció querer hacerse notar, evidenciar su vida y vitalidad. Casi le dolió la fuerza de sus palpitaciones. Casi temió que los huesos de sus costillas se quebrarían con los golpes. Pero no era ello lo que le mantenía estático y petrificado, era la contracción de todos sus órganos y músculos. 

 

El pelirrojo volteó lentamente, casi a propósito para dar dramatismo al momento.

 

Esos míseros metros que les distanciaban, eran continentes. Mares. Kilómetros. Años. Meses. Dolor y más dolor. Su cabello fuego estaba un poco más largo, desigual, desordenado y casi descuidado. Las sombras de su rostro sólo marcaban más sus facciones, esas que aparecían en sus sueños todas las noches.

 

“Felicidades… Vi… Vi todo el evento por la tele” Le dijo apuntado el moderno televisor sobre un diván. “Segunda elección… eso… eso es genial, zorro ¡Tendrás que trabajar muy duro, ¿eh?!” Continuó con una pequeña sonrisa que no alcanzó a sus ojos marrones.

 

Zorro….

 

Hace tanto que no escuchaba ese apodo. ¿Era normal sentir tanto calor? ¿Cómo si su estómago ardiera en llamas? ¿Cómo si pecho se derretía en lava? ¿Cómo si fuego quemara su cerebro?

 

“¿Qué haces aquí?” Inquirió dando un paso adelante. Todas las sensaciones, emociones y sentimientos que venía reprimiendo estos infernales meses, vinieron en olas violentas y estruendosas a su cuerpo. El pelinegro se sintió mareado, abrumado y ahogado… pero el aire que sus pulmones necesitaba estaba allí… frente a él…por fin estaba aquí.

 

Sakuragi bajó la mirada y tragó ruidosamente.

 

“Sawakita me llamó… y… quería verte” Murmuró.

 

¿Verle?

 

Hanamichi resopló en su fuero interno. La verdad es que ansiaba, deseaba, necesitaba beber de su imagen, perderse en el mar oscuro que eran esos ojos sesgados; abrazar y apretar esa perfecta y esbelta figura contra su propio cuerpo. Había estado tan perdido, tan solo, tan desamparado este último tiempo, que cuando recibió la llamada de Eiji hace sólo una semana, casi él mismo fue el que le rogó al otro japonés para que le diera la dirección de Rukawa.

 

“Desapareciste” Kaede acusó y alegó, demasiado cansado como para fingir y esconder el reproche y padecimiento agudo de su voz. La otra vez que se habían separado, se habían comunicado casi al otro día del rompimiento; esta vez, en cambio, el alero no volvió a escuchar de su primer amor por meses; casi pareció que se había esfumado en el aire.

 

Y eso dolió más que nada. Se sintió tan despreciado y no amado por la persona que él más amaba y adoraba en el mundo, que todo había perdido color y sabor.

 

“Bueno… se supone que cuando una pareja termina… deja de verse” Sakuragi bromeó con demasiado esfuerzo, mas al notar que sus tontos intentos eran inútiles, calló y suspiró con cansancio.

 

Hanamichi volvió a tragar el desagradable nudo de su garganta, pretendiendo controlarse, pisar tierra y decir lo que había venido dispuesto a expresar.

 

“¿Y entonces… que haces aquí?... Ya me viste…” Rukawa rebatió con amargura y decepción. Sus manos temblaban para volver a tocar a su ex novio, pero el pelirrojo le había dañado tanto (tanto…) que una parte de él quería empujarle y golpearle por idiota; por no haber regresado; por no haber estado dispuesto a darles una nueva oportunidad. Por no quedarse por más tiempo; por haberle abandonado cuando más le necesitaba. Por no haber estado ahí… apoyándole…

 

“¡Vamos, bastardo! Sabes perfectamente porque estoy aquí… es obvio… ¿de verdad me vas a hacer decirlo?” Alegó Hanamichi desesperado e irritado por esa careta que usaba Rukawa cuando intentaba controlar sus emociones. Odiaba cuando actuaba así: tan duro, tan frío, como si nada le llegase; como si nada pudiese afectarle o tocarle.

 

Sakuragi despreciaba sentir que él era el único de los dos que estaba sufriendo; que era el único afectado por esta situación. Le frunció el ceño mientras se acercaba a su alta figura, mas Kaede pareció no inmutarse por su cercanía.

 

“Dilo” Rukawa ordenó firme, fuerte y retador. Pero Hanamichi no estaba dispuesto a caer de nuevo.

 

¡¿Por qué siempre era él?! ¡Siempre era él el quien tenía que abrir los brazos! ¡Siempre era él quien tenía que decir las cosas dolorosas y duras para que idiota ese notara que las cosas no estaban bien! ¿Pero acaso no notaba que dolía? ¿Acaso no notaba que siempre que las dijo, una parte de él murió con ellas?

 

“¡Agh!... ¿Y por qué no lo dices por una vez tu, maldito? ¡Siempre soy yo! ¡Yo lo dije por primera vez! ¿o acaso no te acuerdas? ¡Y una y otra y otra vez! ¡Te lo dije incluso ese día, pero tú no hiciste nada! ¡Me dejaste ir sin una palabra! ¡¿Crees que me gusta tener que rogarte?! ¡Eres un maldito egocentr-”

 

“Te quiero” Kaede interrumpió sorpresivamente. Porque ya no lo soportaba. Ya no podía aguantar la distancia. Ya no soportaba estar separado de Hanamichi. Lo quería. Lo quería. Lo quería. Lo adoraba como a nada. Soñaba con él. Lo imaginaba por las noches, y durante el día, y durante las tardes. Y a cada segundo, y a cada instante. Si tuviera que recibir miles de golpes, cientos de balas sólo para estar un segundo más con él, él las aceptaría con una sonrisa. “…Te quiero. Te quiero. Te quiero, estúpido”

 

Ninguno de los dos puede asegurar quién fue el que dio el primer paso, puesto que lo único que importó, es que terminaron abrazados fuertemente. Poderosamente. Vigorosamente. Quitándose el aliento. Dejando moretones en la piel. Exprimiendo huesos. Aprisionando órganos. Querían fusionarse. Ser uno. Mezclar pieles, sangre y carne.  Internarse en el otro. Formar un solo ser.

 

Esa noche hicieron el amor como nunca lo habían hecho antes. Tocando y besando cada rincón. Acariciando párpados, nariz, brazos, antebrazos, manos, palmas, dedos, pecho, abdominales, costados, piernas, muslos, tobillos. Todo lo tocaron como si fuera de cristal; hecho por dioses y los más celestiales cielos. Tantearon y palparon como amantes primerizos, como jovencitos en su primera vez. Rieron como niños cuando se hacían cosquillas sin intención.

 

Y se besaron. Se besaron una y otra, y otra y otra vez mientras se acariciaban con deseo mal controlado. No se cansaron de apretar y comprimir y estrujar y sobar sus labios con los dientes y sus lenguas. No les importó que sus bocas se hinchasen de dolor y fricción. Sólo necesitaban tocarse. No tenían suficiente del contrario. No podían respirar si el otro no estaba ahí. Se sentían a la deriva si no percibían al otro cuerpo rozándolos, apretándolos contra ellos.

 

Unieron sus sudadas manos mientras Kaede ingresaba al cuerpo del pelirrojo. Y había pasado tanto tiempo, que Rukawa casi se corrió cuando sintió esas calientes paredes envolviéndole como un guante de seda y lava. Hanamichi había jadeado y gemido en su oído como si hubiese tocado el  cielo, y casi así era. Unieron almas y corazones mientras se miraban a los ojos y se movían en unisón. No muy rápido, pero tampoco muy lento. No muy fuerte, pero tampoco suave. Fueron uno. Por unos momentos fueron un cuerpo y mente. Y nada pudo separarlos. A un ritmo perfecto se movieron. Con templanza y desbordante pasión se besaron. Temblando y húmedos juntaron frentes y jadearon por la fuerza de ese fuego. De esa llama. De esa calor que les envolvía.

 

Te amo, susurraron cuando todo terminó.

 

Meses y años tranquilos le siguieron a ese reencuentro.

 

Como Sakuragi aun estaba en la universidad cuando Kaede entró a la NBA, decidió esforzarse el triple para volverse elegible para el Draft del próximo año. Kaede fue testigo principal de su entrenamiento duro y largo. Le vio sacar garra y entusiasmo de su piel, sudor y carcajadas. Le vio crecer.

 

Pero ahora ambos sabían mejor. Tanto Rukawa como Hanamichi habían aprendido que no debían dejar que la distancia fuera un impedimento, un obstáculo, algo que les debilitara; no podían permitir que tamaña barrera se les interpusiera.

 

Por noches y tardes enteras lo discutieron y hablaron entre insultos y besos brutos: Si tenían problemas, debían hablarlo; si un día no podían juntarse, lo conversaban; Si necesitaban tiempo para ellos solos, entonces lo arreglaban. Lo más importante que habían aprendido de estos líos, era el comunicarse, expresarse y no guardarse cosas esperando que el otro mágicamente adivinara lo que su pareja sentía.

 

Sin embargo, sin importar la conexión y sintonía que ahora compartían, ello no pareció ser suficiente para la predecible presión que recayó sobre Rukawa; un jugador japonés elegido en segundo lugar de la primera ronda del Draft era algo sin precedentes, y por eso mismo la prensa y fanáticos deportivos esperaban mucho de él; exigían excelencia y dedicación, y eso intentaba entregar Kaede en cada entrenamiento, en cada partido, pero ahora sabiendo que debía barajar y trabajar con Hanamichi y los tiempos. Sabiendo ahora que no podía encerrarse en una caparazón y esperar a que Hanamichi entendiera.

 

Otro problema que se les presentó, es que ahora Kaede era más conocido y seguido por la prensa, no como una estrella de cine o fútbol americano, pero si tenía a periodistas y ciertas personas que le reconocían, por lo que ya no era tan fácil salir a escapadas románticas por la ciudad donde estaban viviendo. Rukawa, el más astuto de los dos, solucionó el problema gracias a Eiji, a quien comenzaron a utilizar como excusa para cualquier salida, pretendiendo reuniones con compatriotas que en realidad ocultaban a los amantes disfrutando en cualquier penthouse o casa que arrendaban en un pueblo perdido.

 

Todo pareció idílico y perfecto por un tiempo.

 

Todo parecía que no podría mejorar; si hasta la madre de Kaede decidió mudarse a Norteamérica para acompañar y estar más cerca de su único hijo, lo que aumentó considerablemente el humor del joven alero, para quien la vida no podía ser mejor.

 

Pero ya saben lo que dicen…

 

…El problema de estar muy arriba, es que la caída es más dolorosa…  

 

Cuando Hanamichi cumplió los 22, se volvió elegible automáticamente para el siguiente Draft, gracias al cual quedó junto a Sawakita en los Timberwolves de Minnesota, que quedaba a unas seis horas de distancia. Pero eso no les desanimó, no cuando ya había lidiado con continentes y meses de separación.

 

Kaede, para no aumentar obstáculos que pudiesen complicarles, le presentó a Sakuragi a su manager y publicista para que también les contratase.

 

A Alex y Steph le comunicaron en seguida que ellos eran pareja hace ya un tiempo (y que no tenía planes ni deseos de separarse), pero que estaban absolutamente conscientes de que no era buena idea publicarlo y ventilarlos. Los mayores, por supuesto, les dieron la razón y tomaron inmediatamente cartas en el asunto.

 

Steph (la joven, pero capaz encargada de sus relaciones públicas e imagen)les había mirado por unos minutos  como ratas de laboratorio en la mitad de la habitación de hotel en la que se estaban quedando ese fin de semana.  La mujer les midió, analizó y finalmente concluyó.

 

“Tu…” Dijo apuntando a Rukawa con un aire decidido, pero meditabundo “…Tienes pinta de rompecorazones, de mujeriego…” Terminó volteando enseguida hacia Sakuragi, quien le miraba casi con miedo “Y tú… tu pinta de pandillero grita por una novia dulce y tierna que te ponga los pies sobre la tierra…”

 

Y así fue como el último infierno se desató…

 

Tanto agente como publicista se encargaron de hacer parecer que Rukawa salía con una chica nueva todas las semanas, colocándole en cada evento, fiesta, partido y más a la que debía asistir, a una modelo, actriz o cantante firmemente agarrada de uno de sus brazos.

 

Hanamichi se mordía con fuerza la lengua cada vez que le veía todo elegante del brazo con alguna sexy jovencita posando para los amarillistas periodistas; pero en seguida se tiraba las mejillas y respiraba profundamente.

 

Esto es por nosotros… Se repetía...

 

Y así era. Como Kaede ya había pasado su primer exitoso año con el equipo de Wisconsin, después del cual pasó a los Chicago Bull (un sueño hecho realidad jugar en el equipo al que perteneció Michael Jordan), la prensa estaba buscando nuevos puntos que tocar del misterioso japonés, y qué mejor que su vida amorosa.

 

El pelirrojo estaba viviendo un panorama totalmente distinto, siendo todavía el rookie de los de Minnesota.

 

A pesar de las infantiles molestias e incómodos pinchazos en el pecho, Sakuragi sabía que Kaede nunca le engañaría. Confiaba plenamente en él. Sabía que su zorrito le amaba y estaba completamente enamorado. Y fueron esos pensamientos los que le ayudaron a tolerar la situación y eventualmente… aceptarlo. Tanto así, que algunas veces hasta él le proponía citas a Rukawa para algún evento de caridad, inauguración, etc. (especialmente cuando se trataba de alguien que él quería conocer)

 

Sin embargo, el problema de la relación nunca fue de Hanamichi, que si bien era inseguro (aunque no lo demostrase), esto menguaba por la confianza y amor que depositaba plenamente en su pareja.

 

Las dificultades nacieron de parte de Rukawa y sus irracionales celos; esos que aun no aprendía a controlar, o al menos, a manifestar y expresar con templanza y racionabilidad; acostumbrándose, al contrario, a guardarlos en su interior… dejando que contaminasen todo a su paso.

 

Sakuragi, poco más de un año después de haber entrado a la NBA, concurrió a un gran evento deportivo donde asistieron gran cantidad de basquetbolistas, incluidas las chicas de la liga WNBA. Rukawa no había podido ir a la masiva recepción por tener un partido programado durante esos días (lo que también ayudó a darle leña al fuego)

 

En esa famosa fiesta, Hanamichi conoció a Shalee Ross, una jugadora de Atlanta Dream. La chica era alta, morena, esbelta, ruidosa, extrovertida, entretenida, descarada y hermosa. Y ambos hicieron click en sólo una conversación. La amistad fue tan espontanea y fácil de nacer, que en sólo dos meses andaban de arriba y para abajo juntos. Ahí, por supuesto, Alex y Steph metieron manos e influencias, gracias a lo cual no tardaron en salir en todas las revistas y periódicos sobre la “Pareja de oro del baloncesto”.

 

A Hanamichi enseguida le había molestado toda la publicidad barata, pues no quería aprovecharse de la jovencita, no obstante, había Shalee quien pareció encantada y feliz con la inusitada publicidad, ya que al parecer ella también estaba siendo atosigada por su propio representante para que saliera y conociera a más gente, cuando en realidad, lo único que le importaba y amaba en la vida, era el baloncesto.

 

Sakuragi, por supuesto, no tardó en presentársela a Kaede, quien (para sus adentros;… o bueno no taaanto) la odió a primera vista. Para él, la jugadora era grosera, desvergonzada, desubicada  y aburrida, por lo que no entendía por qué su monito se carcajeaba tanto cuando estaban los tres juntos.

 

La chica, por su parte, tampoco tragó mucho al japonés de hebras negras, encontrándolo muy estirado, orgulloso, pretensioso y aburrido, por lo que no podía entender cómo un chico tan simpático como Hana fuese intimo amigo de un tipo así. Mas los dos decidieron ignorarse y no insultarse por el bien del joven pelirrojo que les veía con una sonrisa.

 

Los meses pasaron y pasaron y Rukawa en todos ellos sentía como algo vil y negro crecía en su interior. Como una presunta bestia se apoderaba de su mente y cuerpo cuando algo referente a Ross salía a colación.

 

La odio… pensaba cada vez que la veía en portadas de revistas o páginas webs junto a su novio.

 

Pero intentó controlarse. Intentó serenarse y mantener la calma y la confianza en su pareja.

 

“Ah--- ¡sí!... ¡Más fuerte!.... Hana, más fuerte” Gimió con el rostro medio enterrado en la almohada suave y tierna de la cama que ahora retumbaba y se golpeaba contra la pared. Sus cabellos negros sudaban y goteaban por su frente, patillas y barbilla, mas eso ahora no importó, no cuando sus tonificados brazos se afirmaban fuertemente de la cabecera para resistir los bruscos embates de su monito.

 

Rukawa levantó el rostro y un poco el pecho, apreciando inmediatamente como Hanamichi le agarraba las caderas y se inclinaba en su espalda. Al sentir el sudado y caliente pecho de su pareja tras de él, se volvió para besarle de lado con los labios abiertos.

 

Lenguas y dientes lucharon mientras los crujidos de la cama aumentaban. Kaede tuvo que cerrar los ojos  forzosamente al percibir fuego explotar de su entrepierna. Todo temblaba y todo brillaba y todo ardía…. Y era magnifico. Increíble. Asombroso. Excitante. Perfecto.

 

Cuando el exhausto pelinegro sintió y escuchó como su novio gruñía al correrse en su interior, dejó caer su cuerpo como peso muerto sobre las húmedas y revueltas sábanas.

 

“Date la vuelta” Dijo Hanamichi saliéndose del caliente y sensible cuerpo del alero. Cuando Rukawa hizo como le dijo, les acomodó a ambos en las mantas, evitando el lugar manchado por su reciente actividad.

 

Sakuragi estaba en el sétimo cielo estirado y relajado en el pecho aun húmedo del pelinegro, quien dormitaba mientras jugaba con las más largas hebras rojas. “…Oye, zorro ¿por qué vamos a ese parque que está en el centro?” Preguntó al tiempo que apoyaba su barbilla y manos en los pectorales de su novio.

 

“Después” Respondió Kaede con somnolencia y los ojos cerrados.  

 

“¡Agh! Eso me dijiste hace dos horas, bastardo… y mira como terminamos” Le acusó levantándose un poco. Enseguida después de ello Kaede abrió los ojos y le sonrió socarronamente.

 

“¿Acaso no te gustó?” Ambos llevaban en este hotel perdido de un pueblo aun más perdido, por dos días, y la verdad es que no habían salido de la cama desde que llegaron; algo que si bien era bienvenido por los pasionales chicos (jóvenes hombres de 24 años), no era completamente del gusto de Sakuragi, quien extrañaba el aire libre, moverse, practicar, y hacer algo más que dormir y retozar en la cama.

 

Hanamichi bajó la mirada y se acomodó sobre los muslos de Rukawa para sonreírle y acariciarle pecho y abdominales.  

 

“Mmmh… Mucho” Susurró antes de inclinarse y besarle con gula y ardor.

 

Justamente cuando estaban comenzando otra larga sesión de amor, el sonido del celular del pelirrojo irrumpió en el cuarto.

 

“No contestes” Alcanzó a decir Rukawa cuando separaron sus bocas, pero su pareja aun así se alejó y levantó para buscar el aparato entre sus pantalones, para el disgusto Kaede, que le veía con enfado en sus ojos azules. Aquella inocente frustración se avivó y explotó cuando escuchó como el ala-pívot saludaba (de todo el puto mundo) a Shalee.

 

Inmediatamente los dos amigos empezaron a hablar de no sé qué tonteras, ignorando a un muy irritado Rukawa, que empuñando las manos, suspiró y se encerró en el baño por largos minutos.

 

El asunto sólo fue agarrando volumen, tal y como una bola de nieve, por lo constancia con la que se repetían (o así era al parecer de Kaede) y las pocas veces que se lo había insinuado a su novio, con las palabras más sutiles e indirectas que podía utilizar, Sakuragi siempre le respondía lo mismo.

 

“¡Agh! No sé que te molesta, maldito… Shalee es para mí lo que Sawakita es para ti” Ante esas respuestas Rukawa no podía hacer más que morderse la lengua y bufar en su interior. Estúpido… estoy seguro que Eiji no quiere chuparme hasta la vida… pensaba cada vez, pero se lo tragaba y guardaba, como siempre....

 

Y eran aquellos pensamientos los que alimentaban más sus celos e inquietudes, porque, por más que confiase en Hanamichi, era en la zorra en la que no tenía ni un escaso grado de fe. Porque los que eran inocentes y amigables salidas para el pelirrojo, Rukawa estaba seguro que la norteamericana los veía como citas; o los abrazos cortos y sutiles para Hanamichi, eran coqueteos inexpertos y sutiles para la desubicada; y la maldita coincidencia de que supuestamente Sakuragi estaba completamente soltero y disponible, era una puerta abierta de par en par para la aprovechada esa.

 

Rukawa nunca en su vida había odiado tanto a la sociedad como lo hizo durante ese tiempo, pues si él y Sakuragi pudiesen salir ante público sin el miedo de ser discriminados, entonces lo primero que haría, sería agarrar a su monito cuando éste estuviera junto a la deportista, y darle el beso con lengua más largo y profundo de la historia de los besos.

 

Así le quedaría claro… se decía mirando el techo de su habitación mientras se revolvía sin poder conciliar el sueño.

 

Pero la triste realidad es que no podría hacer eso… y tendría que aprender a lidiar con la situación… y con ella. Pero eso fue justamente lo que más le costó. Ya que cada vez que les veía juntos (a Hana y Shalee) una parte de su mente no podía evitar pensar que lucían muy bien, y que si él no estuviese en la imagen, entonces quizás hace ya tiempo serían pareja.

 

Ese tipo de pensamientos fue el que le llevó a distraerse, a perderse en mundos oscuros y depresivos, donde Hanamichi despertaba un día, y sorpresivamente le decía que ya no podía estar con él porque Ross era en realidad el amor de su vida, y él le dejaba ahí… tirado… roto… Destrozado…. y con el corazón sangrando y luchando por bombear cada respiro.

 

Eran esos sentimientos oscuros y crueles, esas opresiones intensas y viles, las que le hicieron llegar a un estado de desesperación y paranoia. Cada vez que estaba solo en casa, a lo único que se dedicaba era a llamar y textear a Hanamichi, molestándose cuando éste no le respondía o ignoraba. Cuando estaban juntos, se le pegaba como parasito a su costado, negándose a dejarle ir por un segundo siquiera.

 

Ni cuando estaba entrenando o practicando podía dejar de pensar en su novio y en esa tipa.

 

Normalmente era agarrando un balón entre sus manos, boteándolo, dribleando, encestando, que todo el mundo parecía desaparecer.

 

Pero no ahora…

 

Y Kaede quiso ese tiempo de vuelta. Deseó fervientemente esa época en la que lo único que cruzaba por su cabeza era el baloncesto. Cuando la felicidad podía alcanzarla esforzándose. Cuando satisfacción corría por sus venas cuando lograba una buena jugada. Cuando superando a un adversario lograba sentirse como el rey y ser más poderoso del mundo.

 

¿Por qué todo tuvo que cambiar? ¿Por qué no pudo quedarse así? ¿Por qué tuvo que aparecer ese idiota y arruinarle la vida? ¿Por qué ahora la felicidad solo parecía alcanzable si el imbécil estaba a su lado?   

 

Y Kaede se odió por eso. Se odió por ser tan débil. Se aborreció por sucumbir a algo tan patético y absurdo como el amor. Porque eso le estaba destruyendo.

 

Le estaba llevando a la locura.

 

La gota que rebalsó el vaso fue durante uno de los primeros partidos de la temporada. Rukawa había entrado desde el comienzo como titular, ya después de haberse ganado la confianza y corazones del plantel y entrenador. El pelinegro, en el último cuarto y segundos del partido, recibió el pase de uno de sus compañeros para encestar y eliminar la barrera de 2 puntos que le separaban del otro equipo, no obstante un tiro tan simple y fácil de hacer (pues estaba prácticamente solo bajo el tablero), lo falló…

 

Y el zorro lo atribuyó a su distracción… A su falta de atención… A que el torpe no estaba ahí… a que probablemente estuviera con la perra esa… enamorándose… olvidándole

 

Por eso… por el estrés, por la tensión, por el dolor, por no soportarlo más… es que había ido ese fin semana al departamento de su novio, quien afortunadamente había estado durmiendo hasta que él llegó.

 

“¿Y qué quieres hacer hoy?” Le preguntó Hanamichi ya bañado y limpio mientras comía su desayuno en la sala. Kaede mientras tanto estaba sentado cerca de él con la vista fija en la pared.   

 

“¿Me viste el otro día?” Preguntó refiriéndose a su partido.

 

“Ahh… si… Estuvo--…. Lo hicieron bien, pero… a la defensa le faltó fuerza en el interior” Dijo Hanamichi un poco perdido y confundido, pues Kaede parecía ido y desconectado de la situación, lo que le hacía preguntarse por qué rayos estaba allí esa mañana, cuando ninguno de los dos había hecho planes para verse.

 

Sólo en ese momento, Rukawa se volvió hacia él.

 

“Estoy más distraído… Me falta concentración”  Sakuragi asintió creyendo entender el predicamento de su pareja, quien últimamente parecía un poco desatento y descuidado con sus entrenamientos; desaire que estaba manifestándose claramente en la cancha, pues Sakuragi había visto el partido del otro día, y en él había observado a un Kaede lento y distraído, no obstante Hanamichi no quiso presionarlo, adivinando que quizás el otro chico estaba un poco estresado y agotado por la dura temporada que llevaban.

 

“Entonces tienes que entrenar más duro, zorro-”

 

“Tu me distraes” Le interrumpió. Los ojos azules sesgados parecían tan desconectados y distantes, que algo dentro de Hanamichi pareció congelarse.

 

“… ¿Qué?” Pudo pronunciar con los ojos abiertos y el ceño fruncido. Vio como Rukawa se paraba, apretaba los puños y se volvía nuevamente hacia él con el rostro impasible.

 

“No estoy jugando bien porque no estoy dando todo de mi” Sakuragi también se paró, sin poder creer lo que había escuchado de los labios de su pareja.

 

“Ah, claro… ¡Y es mi culpa! ¡Porque te estoy distrayendo!” Gritó sin poder evitarlo.

 

“…Si” Sakuragi dio inconscientemente un paso hacia atrás, como si un golpe en pleno estómago le hubiese obligado a encogerse.

 

Hanamichi sintió como algo se estrujaba en su pecho; algo helado y poderoso, algo que (lamentablemente) no era la primera vez que sentía. Con sus ojos marrones en llamas, se paró erguido y buscó la mirada contraria, sintiendo como sus músculos se contraían cuando le vio tan tranquilo y controlado.

 

“¡¿C-cómo te atreves, bastardo?!... ¡No he hecho más que apoyarte todo este tiempo! ¡A pesar de que estés jugando como la mierda!” Sabía que atacarlo de aquella manera no ayudaría en nada a lo qué sea que estaba ocurriendo, pero su explosivo carácter era poco lo que podía aguantarlo, y si había algo que le cabreaba más allá de la razón, era la actitud indiferente y fría Rukawa, especialmente cuando ésta iba dirigida hacia él.

 

“Porque estoy perdiendo el tiempo contigo” Kaede dijo con dureza y convicción.

 

Y ahí Hanamichi lo sintió. Allí lo percibió en carne viva. Ese crujido. Esa punzada aguda y profunda. Ese músculo palpitante haciéndose trizas; cayendo al piso y aminorando sus pulsaciones, abriéndole la garganta y un agujero en su pecho.

 

“¿Perdiendo el tiempo…?... ¿Eso soy para ti…?... Una… maldita distracción… algo que puedes fácilmente remover si no funciona…. ¡Eres un maldito hijo de puta! ¡¿Como tienes la cara de venir aquí a decirme eso?!... ¡Tu eres el que ha estado viniendo aquí prácticamente todos los fines de semana!”

 

Sakuragi, si bien había encontrado lo anterior extraño, no mencionó nada, ya que no había cosa que le hiciera más feliz que despertar junto a su zorrito bien acurrucado a su lado todas las mañanas. Pero ahora mismo no había nada en el mundo que le lastimara y dañara más que ese mismo pelinegro.

 

¿Cómo puede la persona que más amas, ser la capaz de hacerte más daño?... Que ironía…

 

“Por eso estoy aquí, estúpido…” Sakuragi ya no podía pensar. Todo ardió y se consumió y se hizo cenizas. Sus ojos picaban y su nariz inflamaba.  “…Ya no quiero distracciones…” El pelirrojo alzó la cara con alarma, con temor, sin poder aun creerlo.

 

“N-no estás… No puedes… ¿Lo dices en serio?.... ¡¿Así como así?! ¡Simplemente vienes y quieres terminar!”

 

“Ya lo venía pensado”

 

“¡Oh, lo siento! ¡¿Cómo pude ser tan idiota?! ¡Obviamente el grandioso Kaede Rukawa lo venía pensado!... ¡¿Y hoy fue el día, eh?! ¿Hoy te levantaste y dijiste que ya no querías perder el tiempo?... ¡No puedo creerlo! ¡Eres un maldito bastardo! ¡Un canalla que no-”

 

“Ya me voy” Le interrumpió dándose la vuelta y partiendo hacia la entrada.

 

Sakuragi deseó tirársele encima, golpearlo y amarrarle. Necesitó de su novio, de su zorrito. Con lágrimas en los ojos, con dolor en sus facciones y con el corazón estrujándose, se paró firme en la sala.

 

“Para ahí, Kaede…” Le dijo con dureza. Vio como el pelinegro se detenía dándole la espalda. “…Si cruzas esa puerta... si te atreves a cruzar esa jodida puerta… te juro que será la última vez que me verás… Porque ya no voy a hacer esta mierda de nuevo… Ya no más… Estoy cansado de pelear… estoy harto de terminar y de volver… y de terminar de nuevo…. ¡¿Me escuchaste?!”

 

“…Alto y claro” Susurró antes de abrir y cerrar suavemente la portezuela tras su espalda.

 

.

 

 

.

 

Kaede en el presente suspiró y cerró los ojos, intentado sacudirse esos oscuros pensamientos, esos horribles recuerdos. Pues, si bien había dicho que no cambiaría nada del pasado, eso no significaba que no le atormentaran aun algunos eventos.

 

Pestañando repetidas veces para despejarse, vio por la limpia ventana como estaban llegando a su tranquilo vecindario, lo que no pudo evitar que sonriera al imaginarse a su pareja.

 

Casa… por fin… se dijo agarrando su celular y mandándole un: Te quiero, idiota… a lo que el pelirrojo enseguida le respondió con un corazón y un: Yo más, zorro… y por eso ¡Mas te vale traerme algo!....

 

…No… no cambiaría nada….

 

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Continuará...

 

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Notas finales:

Aggghhh!!! NO SABEN lo agotada emocionalmente que me dejó este capítulo... de verdad! nunca creí que escribir una historia te podría dejar tan ... drenada.... Ojala, ojala, haya lograda transmitir ese... tedio emocional... ese dolor... Y DIOS!! Creo que de repente Kaede se me fue totalmente de las manos >u<... especialmente con lo de los celos... pero no sé.., me pareció atractiva la idea de explorar el lado malo de ese sentimiento... que les pareció?? Muy OCC??.....

Ah!, cualquier duda del Draft, pregunten!, (aunque yo misma no soy experta xD)...Ahora sólo queda el ultimo capítulo... donde veremos que como fue que volvieron!... Intentaré no demorarme, pero aun no lo termino :S...

Bueno, por favor comenten!,quiero saber qué les parece! Cualquier opinión es bienvenida :)... Nos leemos!


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