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Hado por AkiraHilar

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Cuando despertó, su móvil sonaba con la canción “Drunk in Love” vibrando al lado de su almohada. Con su cabello alborotado y sus ojos aún resistiéndose a abrir, se pasó una mano por su cara mientras trataba de recuperar un poco la calma. Había sido un sueño diferente a todos los anteriores, terriblemente sofocante y vivido. Como si realmente hubiera estado allí. 

Arrastró sus piernas entre las sábanas enredadas y se quedó de costado, con la pantalla de su móvil parpadeando y resonando con la canción, justo cuando empezaba el rap del esposo de Beyonce a acompañarlo. Frunció su ceño para tratar de revivir las imágenes que había soñado. Contrario a los anteriores, eran muy pocas. Se sentía más bien  como haber estado dentro de un huracán. Viento por todos lados, golpeando sus extremidades, lastimando su piel de forma tan cruel que no le daba espacio siquiera a gritar. Y era algo que se había extendido más de lo pronunciable.

Durante días la sensación permaneció como si fuese alguna advertencia y si lograba olvidarla durante el trabajo, u ocupado en sus quehaceres al volver a casa, solo era necesario acostarse para sentir ese dolor golpeando cada músculo y extremidad inmisericordemente, recordándole cuanto habría sufrido  durante el sueño como si hubiera sido real. Así que al notar que le costaba conciliar el sueño y poder despertar descansado tras dormir, buscó alguna manera natural de promover un reposo más ligero.

Lo primero fue hacer ejercicio. Compró una bicicleta estática, la puso frente a la ventana y comenzó su rutina de ejercicios aeróbicos mientras observaba tras los vidrios a sus bellas rosas regalando belleza al atardecer. En varias ocasiones, también disfrutaba la vista de algo más: Albiore paseando a su perro o regando las plantas de su jardín cuando caía la noche. Y debía admitir que le gustaba mucho ello. De ese modo el ejercitarse se volvía una tarea más relajada.

También intentó con infusiones. Te de lechuga incluso como medicamento contra el insomnio, leer un libro y un baño antes de acostarse. Cualquier cosa que facilitara su llegada al sueño era bien recibida, aunque los resultados no eran del todo los esperados. Tras una semana, Afrodita comenzaba a mostrar los síntomas del mal dormir en su humor, y se notaba que empezaba a irritarse.

Cuando DM le recomendó tener sexo, casi le volaba la cabeza.

Notando que la mejoría no llegaba, optó por hacer lo contrario. Si no podía dormir, invertiría el tiempo en que tardaba en conciliar el sueño en otras cosas. Adelantar trabajo, navegar por internet, ver alguna película. Cualquier cosa que le quitara la sensación de dar vueltas por la cama. Si podía usar esas horas quizás dejaría de sentir que estaba perdiendo horas de sueño. 

La siguiente noche de insomnio tomó sus implementos de jardinería y se puso a podar a sus rosas. Debían ser las doce de la noche cuando comenzó, harto de pensar en qué hacer y tras haber acabado el libro de la nueva trilogía, pensó que quizás un poco de trabajo manual le ayudaría a despejar su mente. Sorpresivamente, la actividad le ayudó en mucho a mejorar el humor. Cortas las pequeñas hojitas y separara los taños de su rosa antes de que se enredaran, le permitió un momento de absoluta intimidad consigo mismo. Siempre había ocurrido, casi podría decir que era capaz de escucharlas. Que ellas sabían que estaban allí con él y que él estaba allí con ellas.

—Ustedes si no tiene problema para dormir, ¿verdad? —preguntó en tono suave, mientras acariciaba los pétalos cerrados de un nuevo botón—. Oh no, ustedes no tienen estos problemas.

Suspiró y levantó la cabeza por encima de los rosales para cerciorarse que no hubiera nadie por allí. Quien lo viera a medianoche hablando con sus rosas, seguramente le tildaría de loco maniaco digno de una visita al manicomio. Y hasta ahora había tenido una agradable estancia en la urbanización como para provocar rumores. 

Volvió a concentrarse en sus rosas. Recordó aquel momento de su temprana infancia en que veía los rosales que su madre intentaba plantar sin éxito, muriendo por falta de cuidados. Comenzó entonces con la idea de atenderlas él mismo, y su madre se sorprendió con la facilidad con la que las rosas recuperaron su brillo y su vitalidad después de dejar en manos de su pequeño varón el cuidado de ellas. Claro, jamás pensó en ser jardinero como profesión. Su deseo de infante fue ser astronauta. Tenía una inconfundible imagen de las constelaciones y las estrellas que le fascinaba.

El ruido cerca lo alertó y Afrodita volvió a levantar su cabeza para cerciorarse de qué se trataba. Era lo suficiente tarde como para pensar que alguien estuviera merodeando por los patios entre las casas. Para su sorpresa, quien estaba allí era Albiore, con su inconfundible cabellera rubia y ondeada, llegando apenas a casa. Tenía la chamarra colgada del hombro y la camiseta de Lez  Zempelin le lucía imposiblemente bien, enmarcando sus brazos. 

Se quedó mirándolo más de lo debido, lo supo cuando Albiore volteó a esa dirección y él tuvo que esconder la cabeza tras sus rosales. Se maldijo a sí mismo por ponerse en evidencia.

—¿Qué haces tan tarde afuera? —Afrodita chistó y alzó la cabeza de nuevo para ver a su vecino reclinarse contra la cerca.

—Eres tu quien llegas a estas horas de la calle. ¿En una cita?

—Se puede decir que sí. —¡Auch! Afrodita disimuló una sonrisa mientras sentía la agría sensación en su estómago tras la confirmación—. ¿Y tú que haces tan tarde podando rosas?

Le hubiese gustado inventarse una cita, pero no tendría sentido alguno que después de una cita se pusiera a podar rosas así que tuvo que ser sincero por esta vez.

—Intentando matar el tiempo antes de que mi cuerpo me pida dormir.

—Ya es tarde…

—Lo sé, pero he tenido insomnio y no me queda más que hacer algo con esas horas de sueño mal perdido.

—Oh… ¿quieres pasar un rato a la casa?

—¿Eh? —¿Estaba oyendo bien? Se dijo mientras miraba la siempre afable sonrisa de su vecino.

—Quiero prepararme algo y distraerme, y si no puedes dormir tampoco…

—Pero no pienso comer a esta hora. —Albiore rio al escucharlo y renegó un momento antes de separarse de la cerca.

—¿Es mejor que hablar con rosas no lo crees? —El rubor cubrió su rostro al saberse observado—. Jajaja, vamos, puedo prepararte algo ligero para que me acompañes.

Afrodita argumentó a su favor el insomnio para haber aceptado la invitación de Albiore hacía el interior de su casa. Quiso justificarse con eso, limpiando las manos en su propio pantalón para despejar un poco la tierra y al entrar, sacudiendo sus pies en la alfombra antes de pedir permiso. Albiore se veía muy bien así como estaba vestido, esa chamarra de semicuero debía verse demasiado bien puesta. Además los vaqueros desteñidos le daban un aire un tanto rebelde y estaba viendo de más sus apretados glúteos forrados de jeans.

Carraspeó cuando Albiore le convidó a sentarse frente al mesón de madera. Su casa era cómoda, por dentro estaba decorada de forma muy sencilla, con algunas cosas que daban un aire maternal. Por ejemplo un arreglo de flores por allí agazapado o pequeños cuadros silvestres en el pasillo. 

—¿Cuánto tienes viviendo aquí? —Le preguntó curioso, mientras lo veía moverse en la cocina armándose un enorme emparedado—. Si no me equivocó tu madre te ayudó a decorar esto.

—Mamá si, ayudó mucho. Si era por mí hubiera vivido fácil los dos años sacando cosas de las cajas sin incomodarme. No soy nada ordenado. —Murmuró divertido y Afrodita secundó el comentario con una sonrisa.

—Bueno, creo que también podría haberme pasado, solo que a veces me dan mis ataques del orden y necesito tener todo a la vista.

La conversación se fue desarrollando de forma casual, comentando distintas formas de sus personalidades y haciéndole ver al otro que tipo de persona eran, en que concordaban y en que eran totalmente opuestos. Cefeo se unió a la extraña reunión de madrugada cuando se levantó y fue a lamer la mano de Albiore, aún con salsa por el emparedado y el regusto del jamón, supuso afrodita al verlo lamer con tanta insistencia. Luego vinieron las bromas, las risas, las palabras que se iban convirtiendo en una conversación cada vez más íntima que permitían que ambos se vieran como lo que eran, simplemente dos hombres compartiendo un vaso de leche a las casi dos de la mañana.

Conforme hablaban. Afrodita iba anotando más y más cosas que hacían a Albiore alguien especial, distinto, alguien que podía ganarse su cariño con velocidad. Era transparente, y cada sonrisa era tan franca que Afrodita no podía dudar de ninguna de sus palabras. Lo hacía sonreír tontamente y sus ojos no dejaban de apreciar cada gesto que tenía. Ni muchos menos de cada cosa que veía, como esa cicatriz en su hombro derecho en forma de cruz, a la que le dedicó extensos segundos y que dio pie a hablar de su niñez. 

Así acabaron en el mueble, hablando de todo, dejando pasar las horas de la noche mientras ninguno se veía con intenciones de acabar con la reunión. Albiore había sacado una foto de su niñez y Afrodita veía encantado al chico que estaba allí, vestido para la competición de taekwondo con el cabello amarrado. Sus esponjosos cabellos dorados y el flequillo que ocultaba a su frente. 

—¡Te ves adorable allí! —comentó con aire entretenido, mirándolo cargar su casco con una sonrisa de triunfo.

—Mi madre decía que tenía más flequillo que cabeza, y cierto, mira como me tapa la cara.

—Jajaja, igual te ves adorable.

—Gracias, supongo que sí.

—Si lo digo es porque es así. Y dime, ¿cuándo será tu siguiente competición? Seguro debes haber ganado muchos premios.

—Yo no puedo competir. —Afrodita levantó la mirada al escucharlo, en clara señal que necesitaba una explicación. Albiore se limitó a sonreírle, subir una pierna en el mueble y empezar a hablar—. Antes de mi competición hace tres años, tuve un accidente en moto. El hueso atravesó mi tobillo, pese a las terapias, no puedo competir en esa situación. En sí, no me querían dejar tampoco dar clase.

—Por dios…

—Pero les dije que si no hacía al menos eso, al menos dar clase, no podría con la frustración. Iba a ser mi primera competición internacional. Me deprimí mucho al saber que no solo había perdido la oportunidad de competir esa vez, sino que ya no podría más.

—Debió ser duro…

—Lo fue, pero ahora enseño y está bien. Me siento bien con lo que hago.

Albiore siguió hablando sobre eso, el periodo de recuperación, las veces que intentó levantarse por sí solo y recibía el recordatorio del dolor, todo aquello que estaba más allá de lo que Afrodita había vivido y de lo que podía comprender. Sentirse detenido en una carrera por años, sin poder hacer nada más que aceptar las consecuencias de esas decisiones. Y él que creía que haber abandonado su casa para estudiar en Grecia y ser abiertamente como él era, con sus inclinaciones, era algo digno de hablar. Ante lo que contaba Albiore, no era nada más que un paso necesario.

Fue fácil admirarle. Fue sencillo mirarle el perfil y quedarse encantado observando el movimiento de sus labios. Fue soberanamente natural sentirse atraído y eso, eso solo le dio temor. Porque sabía exactamente hacia donde apuntaban esos sentimientos, porque a su vez recordó ese miedo que lo empujaba a alejarse. Porque otra vez, se sentía inmerecedor de incluso recibir esa mirada, cuando él le devolvió los ojos al notarse observado. Porque supo que algo lo seguía empujando a alejarse, aún con más fuerza. Porque el mar se escuchaba demasiado profundo en sus oídos. Porque el niño tomaba una forma demasiada clara dentro de él, y eso resultaba aterrador.

Afrodita se levantó del mueble, sofocado ante la idea y las ganas repentinas de besarlo. Todo se sentía anómalo a su alrededor. El mismo aire era pesado y sus piernas se negaban a quedarse tranquilas, temblando compulsivamente al sentirse encerrado en alguna cúpula imaginaria.

—Creo que debería irme ya. Es tarde. —Fue lo mejor que pudo decir en su defensa. 

Fue iluso pensar que con irse, escaparía de ella.

Notas finales:

Gracias a todos por sus comentarios y lecturas. Espero actualizar pronto :)


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