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Hot Line por rina_jaganshi

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—¡Cincuenta llamadas! ¡Cincuenta llamadas y una de dos horas! ¡Dos malditas horas! —El faraón estaba ahí, con los brazos cruzados sobre su pecho, los ojos entrecerrados, mientras el castaño agitaba el registro de la cuenta telefónica—. ¡Y ni siquiera fuiste capaz de completar el trabajo! —sus manos se estrellaron en el lujoso escritorio de caoba. Por más que intentaba pensar en algo a su favor, no lo encontraba, en realidad no tenía excusa.

 

Después del incidente con Yugi, estuvo insistiendo con la línea caliente con el claro propósito de encontrárselo de nuevo, ni siquiera sabía si para disculparse, aclarar las cosas o seguir con su conversación. Un escalofrío le recorrió al recordar la voz de su pequeño (Debido a las circunstancias, en su mente ya era SU). Ahora entendía por qué perdió el control tan rápido. Nadie más que su aibou podría provocarle esos sentimientos. Al menos, esa era la conclusión a la que había llegado luego de marcar cincuenta veces y, por consiguiente, hablar con cincuenta personas diferentes. Ninguno logró excitarlo como lo había hecho el de ojos amatistas.

 

—¡Estás escuchando lo que dije! —un nuevo estruendo provocado por el puño del joven empresario le devolvió a la realidad— ¿Crees que te voy a pagar para que te masturbes cincuenta veces en lugar de evaluar a los trabajadores? —los ojos azules destellaban furia, por el contrario, los rubíes indignación.

 

—Sólo me masturbé una vez y ya te expliqué lo que sucedió —la cara del castaño se distorsionó en una mueca de desagrado.

 

—En realidad no me interesa saber cuántas veces lo hiciste, era una pregunta retórica —con cansancio apretó el puente de su nariz.

 

—Oh… —tardaron unos segundos en recuperarse del momento incómodo— Como sea, ¿conseguiste mi vuelo para mañana? —interrogó, ganándose una siniestra sonrisa.

 

—Estás muy equivocado —murmuró antes de elevar el tono de su voz— ¡tú no te vas a ir de aquí hasta que pagues el dinero que te gastaste en tus perversiones! —el egipcio arrugó el entrecejo.

 

—¿Y cómo voy a hacer eso? —cuestionó. Era conocimiento público que el faraón no se desempeñaba bien en las tareas que no involucraran cartas de duelo.

 

—Ya pensaré en algo, por el momento tienes prohibido acercarte al teléfono —advirtió como si se tratara de un niño, asimismo, susurró para sí— desde un principio no debí enseñarle a usarlo —bufó con la actitud del CEO, nuevamente,  considerando enviarlo al reino de las sombras.

 

—¿Al menos puedo llamar a Yugi? —tuvo que agacharse para esquivar el adorno de metal que salió disparado hacia su cabeza.

 

—¡No fue eso lo que te metió en este problema! —iba a responder pero el otro no le dio oportunidad— ¡Retírate de mi vista! —el egipcio se levantó para caminar a la puerta de la oficina. Le dirigió una última mirada iracunda antes de salir.

 

La rabia comenzaba a ganar terreno. ¿Cómo se atrevía a prohibirle algo? ¡A él! ¡Al gobernante de Egipto! ¡Por Ra! ¡Había salvado al mundo dos veces arriesgando su vida! Apretó los puños con fuerza mientras fantaseaba con Kaiba atrapado en el reino de las sombras, Kaiba devorado por una completa oscuridad, Kaiba retorciéndose de dolor mientras él besaba apasionadamente los labios de su aibou. Sus pensamientos tomaron otro rumbo. Sus manos recorriendo los suaves muslos del pequeño, sus dientes torturando los rosados pezones, su miembro penetrando la ansiada, cálida, estrecha y virginal…

 

—¿Faraón? —saltó ridículamente en su lugar. El menor de los Kaiba lo escudriñaba— ¿Todo bien? —inquirió e imitando a su hermano mayor, no esperó respuesta—: escuché por ahí que te metiste en problemas —el de ojos carmesí bufó.

 

Últimamente la gente a su alrededor estaba tomándose demasiada confianza con su persona. Tenía que reconocer que, ahora que el mundo no peligraba, podía relajarse, de forma que la expresión en su rostro no era tan fría como meses atrás pero aún así. ¿Acaso ya no tenía esa aura sombría? ¿Podría ser que el convivir más tiempo con ellos les provocaba ese comportamiento? Si ese era el caso, tenía que hacer algo para corregirlo. Estaba por pasar de largo a Mokuba cuando una idea cruzó por su mente.

 

—¿Puedo usar tu celular?  —su mano ya se encontraba estirada, el chico de cabello azulado le miró por unos segundos antes de asentir con la cabeza. Sin embargo, no pudo tocar el aparato pues un libro se estrelló en su nuca. Detrás de él se encontraba el castaño completamente furioso. Apuntó hacia el techo, donde se podía distinguir la cámara de seguridad. El faraón maldijo mentalmente al reconocer la cosa que, según le habían explicado, servía para espiar a las personas.  

 

—Mokuba, manda un comunicado a cada persona de la empresa y al hotel —cruzó los brazos sobre su pecho— Si me entero que alguien le proporciona a Atem un teléfono, un celular o cualquier forma para comunicarse por la cual yo tenga que pagar, quedará despedido —el hermano menor tragó en seco e instintivamente regresó el aparato a su bolsillo.

 

—¡Kaiba! —apretó los puños fuertemente. El otro le ignoró para continuar.

 

—Necesito que busques algo que pueda hacer, algo en lo que genere ingresos para variar —escupió cual serpiente venenosa, hasta sonrió prepotentemente. 

 

—Podemos usarlo para que sea la imagen del nuevo videojuego de duelo de monstruos —comentó feliz. ¿Usarlo? Más rabia crecía dentro del egipcio.

 

—Perfecto, te lo encargo Mokuba —por unos segundos sus ojos destellaron cariño, sólo durante un instante, después, regresó a su habitual indiferencia, justo a tiempo para mirar al de cabello tricolor— No lo arruines —sin decir más, giró en sus tobillos para regresar a su oficina, no sin antes azotar la puerta tras de sí.

 

La oscuridad comenzaba a llenar el lugar, las secretarias de la empresa se escondieron asustadas bajo sus escritorios, la gente a su alrededor simplemente cambió de dirección. Podía sentirlo, toda su magia oscura descontrolada, agradecía a Ra que le haya permitido conservarla pues ahora iba a ser de mucha ayuda. Sus macabros pensamientos fueron interrumpidos por el agarre en su muñeca, mismo que le llevó fuera del alcance de los inocentes trabajadores. El menor de los Kaiba lo arrastró hasta una pequeña oficina vacía.

 

—¡Si no te detienes voy a acusarte con Yugi! —sus acciones pararon en seco. Además de la confianza, la mayoría de sus conocidos lo amenazaban de la misma manera. Todos iban con su aibou a decirle lo “mal” que se portaba. Gruñó por lo bajo al recordar que hasta el ladrón de tumbas engañó a su pequeño haciéndole creer que le había metido el pie para que se cayera. Como resultado, el faraón tuvo que disculparse. ¡Pedirle perdón a  ese vulgar delincuente!

 

Detuvo sus pensamientos, si destrozaba el lugar con su magia oscura, a Kaiba no le quedaría de otra que llamar a Yugi para que lo reprendiera y oh sí, se le ocurrían algunas maneras en las que le gustaría ser castigado por las suaves manos de su pequeño… Ok, ¿de dónde demonios había salido eso? Tan sólo había pasado un día desde la conversación y ya era un completo pervertido. ¿Un pervertido? Antes de enfocarse en su propia enfermedad, había algo más. Algo que había estado pasando por alto.

 

Durante las últimas horas se concentró tanto en imaginar las mil y un posicio… es decir, disculpas que tendría que ofrecerle a su pequeño que se olvidó del asunto que exigía toda su atención. ¿Por qué diablos Yugi estaba trabajando en una línea caliente? ¿Acaso desconocía el tipo de personas que hablaban a ese lugar? Su cuerpo se tensó al instante. Hombres de todas las edades hablándole sucio a su hermoso niño. Oh no, eso no lo iba a permitir. Ninguno de esos malnacidos se saldría con la suya. Cazaría a cada uno que se haya atrevido a satisfacer sus asquerosos deseos con el cuerpo y la voz de su adorable aibou.

 

Nuevamente la oscuridad emanaba de su interior. ¿Cuántos desdichados serían enviados al reino de las sombras? La parte racional que aún habitaba su interior se preguntaba si sus acciones no serían una exageración, a lo que lujuria, los celos y la locura contestaban que, por el contrario, estaba siendo benévolo en no castigar al mundo a su alrededor por el simple hecho de atreverse a mirar a su lindo niño. Aquel ser que simplemente estaba por encima de cualquier mortal, aquel que sólo alguien comparado con un Dios podría ser merecedor, alguien que se haya sobrepuesto a cada peligrosa situación, alguien que tiempo atrás gobernó con justicia y sabiduría, alguien de piel bronceada, ojos carmesí, cabello tricolor, con un varonil y bien formado cuerpo, que fuese capaz de protegerlo de cualquier amenaza, sin mencionar el placer absoluto que podría darle.

 

Una media sonrisa se dibujó en sus labios, sin embargo, se borró de inmediato al recordar que probablemente un no-digno seducía a su hermoso ángel (o intentaba seducir). Antes de que pudiera desatar la penumbra alrededor de la tierra, su poder fue sofocado por el preciado líquido que el ser humano necesita para vivir. Sus ojos miraron su cuerpo bañado en agua, luego, se enfrentó al culpable. El menor de los Kaiba le miraba aterrado mientras sostenía entre sus manos una jarra, de la cual, caían diminutas gotas, casi mofándose en su rostro al ser la que, momentos atrás, retenía el fluido.

 

—¡No me dejaste opción! —exclamó al verse observado con tanta furia.

 

—Dijiste que llamarías a Yugi, no que me… —no pudo terminar, el pre-adolescente frunció el ceño.

 

—¿Y mientras Yugi llega qué? —interrogó cruzándose de brazos— Si no hacía algo destruirías todo el lugar —después murmuró observando el recipiente en sus manos— debo cargar con una de estas, parece ser bastante efectivo —sonrió satisfecho colocando el recipiente en una mesa. Enseguida volvió—: deberías ir a cambiarte —sugirió como si nada hubiera pasado— te veré en el piso nueve, recuerda usar el elevador y presionar el número —se burló haciendo que el egipcio remembrara que las primeras veces que subió al dichoso aparato, quedó atrapado por largas horas, principalmente al no saber cuál era el piso al que iba; después, según él, el ascensor se rehusaba a cumplir con sus mandatos.

 

Bufó molesto, cuando compartía el cuerpo con su pequeño, fácilmente accedía a sus memorias para usar la información en el actual mundo, no obstante, ahora estaba él sólo contra toda la tecnología. Giró en sus tobillos para salir de la oficina. Ignoraba las miradas curiosas que las personas le dirigían debido a su aspecto. Aunque en verdad le molestaba estar empapado, parecía que logró surtir efecto, pues la rabia había disminuido, es más, ni siquiera recordaba el por qué iba a hundir al mundo en una completa oscuridad.

 

Tras varios segundos perdidos en sus pensamientos, volvió a caer en cuenta. ¡Yugi! ¡Su Yugi! para ser más exactos (según él cabe mencionar). Su lindo tricolor podría estar siendo acosado en este preciso momento por un completo extraño. Si quería evitarlo, tendría que encontrar la manera de comunicarse con él. 

Notas finales:

Rina: Ese Yami es todo un loquillo —no puede evitarlo y termina por tirarse al suelo para reír con ganas.

 

Rini: Mokuba, mis respetos, acabas de descubrir la mejor manera para controlar al faraón —sonríe mientras mira el atomizador en su mano derecha.

 

Mokuba: Lo sé, tenía que pensar en algo ya que Yugi no está cerca —el egipcio frunce el ceño.

 

Yami: No tengo tiempo para esto, debo encontrar a mi aibou, además de castigar a todos y cada uno de los malnacidos que… —antes de que la oscuridad haga acto de presencia, la chica comienza a rociarlo con el agua.

 

Rini: ¡No, faraón malo! ¡No se hunde al mundo en las tinieblas! —el susodicho la mira furioso.

 

Mokuba: Creo que esta vez vamos a necesitar más —ambos salen corriendo.

 

Yami: ¡Vuelvan aquí! —sale detrás de ellos.

 

Rina: Ja —continúa riendo hasta que se da cuenta que está sola— Oh, bueno, espero que les haya gustado el capítulo. Gracias por leer y los comentarios son bien recibidos. 


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