II.-
Mediodía. Transcurrió un año desde que el infante de cabello castaño y verde mirar llegara a su casa y se fuera tan rápido como un suspiro. Alguien por ahí le dijo que un año pasaba rapidísimo para un adulto, pero para él había sido aplastantemente lento. Lento porque cada día esperaba encontrarlo quizá saliendo de la escuela, acompañando a su madre en el supermercado, jugando con sus hermanitos en algún parque… pero no, nunca estuvo ahí. Además tuvo que dejar de ir a esos lugares por una temporada, pues algunas personas ya lo miraban sospechoso.
En fin. Se encontraba en la terraza regando las hermosas y coloridas flores que se erguían orgullosamente sobre la tierra del pequeño jardín, muestra viviente de que mantenía en la memoria a ese lindo castaño de verde mirar. En su tiempo averiguó que se trataba de la legendaria veinte flor, aquella con la que los pueblos latinoamericanos rendían tributo a sus difuntos, y que según la creencia, representaba al sol y guiaba a las ánimas en su viaje del Mundo de los Muertos al Mundo de los Vivos. Asimismo, en abril sembró las semillitas producidas por esa florecita que Misaki le dio, y desde entonces empezó a preguntarse qué significado tenía aquello, por qué le había dado una flor que —en palabras de Isaka, esa vez que entró a su casa sin permiso y lo encontró desbaratándola sobre la tierra— evocaba a la muerte ¡que incluso olía a la misma muerte! Esa duda también era razón por la que no podía olvidarse de ese muchachito de dulce mirar.
Un rato más tarde fue a ver en qué mataba el tiempo mientras esperaba —sí, aún esperaba— a que el niño llegara como el año pasado, pero un mensaje de su amigo de la infancia lo hizo cambiar de planes. Pensó que, como todavía faltaban algunas horas para que empezara a oscurecer y por ende Misaki llegara, no estaría mal salir a dar una vuelta. Además era rara la vez que Hiroki lo invitaba a tomar algo, así que debía ser algo importante. Se alistó y más tarde salió al encuentro con su amigo en un bonito restaurante. Notó que venía con un joven azabache más alto que él.
—¡Hey, Hiroki, cuánto tiempo! Pensé que estarías muerto en algún lado —espetó el peliplata a manera de saludo.
—Lo dice el que no responde ni devuelve una maldita llamada.
Conversaron de cosas triviales, y después de una pausa vino lo realmente importante.
—Bueno, quiero presentarte a mi pareja —espetó su amigo, en un intento gracioso a su gusto de no morir de vergüenza.
—¡Vaya, al fin alguien pudo domar al Demonio Kamijou! —siseó con burla.
—¡Oye!
—¿A quién voy a compadecer de ahora en adelante?
—Kusama Nowaki —se presentó alegremente aquel azabache de ojos azules que había permanecido al margen de la conversación anterior.
—Usami Akihiko.
—Un placer. Hiro-san habla mucho sobre usted…
—Vamos, hombre, tutéame, tenemos casi la misma edad.
Y así pasaron otro buen rato hablando de cualquier cosa: resultaba que el joven y su amigo se habían conocido precisamente en una fiesta de disfraces un treinta y uno de octubre de hace unos cuatro años, pero llevaban saliendo dos. Asimismo el joven ejercía como médico en el Hospital Central.
—¿Ya viste qué bonita ofrenda la que está al fondo?
—Sí, está muy linda y colorida —eran tres mujeres que recién se sentaban, a la mesa de al lado— Oí por ahí que la dueña es de ascendencia mexicana y que allá se acostumbra ponerla en estas fechas.
—En realidad la dedica a uno de sus niños que murió.
—¿Ah, sí? —inquirió la primera.
—Eso no lo sabía —espetó la segunda.
—Dicen que fue en un incendio en el orfanato donde trabajaba con la señora Kusama. El niño quedó atrapado en el sótano y murió asfixiado.
—Oh, pobrecito…
Los tres hombres alcanzaron a escuchar esa conversación. Akihiko notó la tristeza en los ojos azules, como si supiera una verdad más triste detrás de ese suceso, y la mención de su apellido tampoco la pasó por alto.
—No te atormentes más con eso —Hiroki le tomaba la mano a su pareja en un intento de reconfortarlo, cosa rara en él— él se encuentra en un lugar mejor, pero ya pronto vendrá.
—Lo sé —respondió Nowaki con una sonrisa melancólica— Aunque…
—Vamos, hiciste lo que estaba en tus manos…
—¿Ah? —por un momento Akihiko se sintió excluido y los otros dos se percataron de eso.
—Oh, perdón por eso —espetó el más alto sin perder la sonrisa— ¿Qué decías, Usami-san?
—Ah, nada…
La tarde transcurrió tranquila, hasta que Akihiko tuvo que despedirse, pues minutos antes entró una llamada de su molesta editora.
—…¡y sigues atrasándote con tus manuscritos! —replicó Hiroki— Dios, no sé cómo Aikawa-san ha sobrevivido a hacer tantos corajes… de ser otra persona, seguro ya estaría en el hospital.
—Tiene pacto con la muerte —bromeó el escritor.
—Bueno, no te quedes ahí como idiota y vete o esta vez matarás a Aikawa-san de un coraje… eso si ella no te mata primero.
—Como sea, luego nos vemos.
Los tres habían salido del restaurante, y justo cuando tomaban caminos diferentes, alcanzó a oír algo que casi le hiela la sangre.
—Hiro-san ¿Vamos por las flores para Misaki-kun?
—Ya las corté hace un rato. También le conseguí otra calabaza.
—Chilacayote, Hiro-san, chilacayote (1) —corrigió el joven.
—Como sea, hay que ir ya a su tumba antes de que se llene el cementerio.
Una punzada le vino justo en la región del corazón. Inmediatamente asoció la conversación de aquellas mujeres con la expresión triste de Nowaki, lo último dicho por la pareja, y el hecho de no haber sabido de Misaki en todo este año.
—¡Yo voy con ustedes! —se giró hacia ellos y les dio alcance.
—¿Qué? ¿No tienes un manuscrito qué entregar? —increpó Hiroki.
—Eso puede esperar. Quiero ir a dejar unas flores a alguien antes de que Aikawa no me deje ni respirar.
—Si tú lo dices —al parecer Hiroki no le creía mucho— pero no veo que lleves flores.
—Apenas voy a comprarlas.
—Pues dudo mucho que encuentres, Nowaki las cultiva precisamente porque aquí en Japón no se comercializan (2).
Inmediatamente se acordó de las vistosas flores nacidas de aquella que le regaló el pequeño hace un año. Asimismo sintió unas enormes ganas de llorar, pues recién se enteraba que el niño ya no existía en este mundo.
—Por cierto, tú no eres de dar flores ni esas cosas —increpó Hiroki— ¿Quién es?
—Lo conocí hace un año…
Como el cementerio no quedaba muy lejos de ahí, fueron caminando y mientras avanzaban Akihiko les contaba de forma rápida el cómo conoció a Misaki y cómo este se fue tan rápido como vino.
—¿Estás hablando en serio? —inquirió el castaño. Akihiko asintió— No puede ser…
—¿Por qué lo dices?
—¿Seguro no estabas borracho ni…?
—Ya te dije que no —el peliplata soltó, levemente molesto— ¿Por qué te cuesta tanto creerlo?
—¡Es que Misaki murió hace tres años!
—¡¿Qué?!
No lo podía creer. En sus años como escritor había conocido y leído a tantos autores que hablaban sobre fantasmas y apariciones de personas que murieron hace tiempo, y que por alguna razón reaparecían en algún sitio específico, pero nunca había creído ninguna de sus historias, para él no eran más que cuentos de terror para atemorizar a los niños. Para ser una broma era de muy mal gusto, además conocía bien a Hiroki y a éste nunca se le dieron bien las bromas. Era como esa clase de epifanías que cambiaban por completo los paradigmas de las personas.
—¿Estás seguro de que no te estás confundiendo? —inquirió su amigo.
—Vamos, Hiro-san, seguro es una coincidencia —apeló el médico— Ninguno de los dos tenía apellidos, así que es posible que sean diferentes personas.
—Puede ser —dijo el peliplata. Aunque no estaba convencido, de momento no insistiría más en el tema.
Mientras la pareja empezaba a acomodar las flores y algunos dulcecillos que le trajeron al pequeño ángel, Nowaki empezaba un pequeño relato.
—Fue hace tres años… Misaki-kun y otro niño, Shinobu-kun, eran los mayores y por eso iban a acompañar a los más pequeños a pedir quinto a la calavera. Para ese entonces yo ya ejercía… en fin, antes de que salieran empezó un incendio: según la policía, se ocasionó por una veladora que se cayó de la ofrenda que puso mi madre… no estuve ahí para presenciarlo, pero según mi madre, Misaki y Shinobu estaban aún adentro cuando las llamas se extendieron y les impidieron escapar. Supe de todo esto cuando mi madre llegó al hospital con Misaki-kun… lo ingresaron a urgencias y me asignaron para atenderlo, demo… —hizo una pausa para encender una pequeña veladora puesta en un vaso con base, por seguridad— tenía una costilla rota y ésta estaba perforando su pulmón derecho. Según el bombero que lo sacó de ahí, una caja le cayó encima cuando intentó salir de ahí… tuvimos que operarlo, pero no lo resistió… —Nowaki calló en ese momento. Sus ojos azules empezaban a humedecerse— No pude hacer nada por él.
Hiroki confortaba al azabache en silencio. Nadie hablaba, nadie decía nada: Akihiko trataba de asimilar toda esa información, pero había cosas que no tenían congruencia, como el hecho de haber podido escuchar, ver y tocar a Misaki cuando éste ya tenía tiempo de muerto. Tal vez Hiroki tenía razón y se estaba confundiendo de persona, o quizá todo fue una muy elaborada ilusión, una que él mismo pretendió convertir en realidad.
“Pero se sintió tan real…”
CONTINUARÁ...