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La Ciudad de los Muertos por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holis! :D He vuelto, después de mil años. 

Espero que disfruten de la actu

 

Sus ojos brillaban y parecían que iban a escupir fuego. Tenían ese destello feroz, de pura rabia y violencia contenida, que podía ver en sus músculos tensos y duros que se sacudían al son de cada golpe que daba. Noah dio un salto hacia atrás cuando Manson quiso arrojarse sobre él. Con el tiempo, el chico había aprendido a esquivar bien: ahora era más rápido, más ágil y mucho menos torpe que cuando llegó.

La multitud enloqueció y algunos de mis compañeros casi se lanzan contra las cuerdas. Y es que estábamos en la última pelea de la noche. De los cuatro ganadores, sólo quedaban ellos dos. Y, aunque la balanza parecía estar completamente desfavorable para el chico, yo lograba ver cada vez que él rompía las defensas de su contrincante, cada vez que hacía retroceder a Manson y cada vez que le hacía dudar.

Quizás el resto de los cazadores no se daba cuenta, pero Noah estaba a punto de derrotarlo.

El rubio contraatacó y ejecutó un golpe bajo contra el abdomen de Manson. Éste era más alto, más grande y fornido que él, pero Noah era veloz, y la ligereza de sus movimientos lograba contrarrestar la violencia y brutalidad de Número Uno.

Pero quizás no era suficiente. No todavía.

Manson se reincorporó, esquivó su último golpe, logró tomarlo del pescuezo y comenzó a estrangularlo.

  —¡Diez…! —anunció el presentador rápidamente e inició la cuenta regresiva. Desde que Noah asesinó a O’Neill que habíamos acordado esto para evitar más muertes; una especie de «plan de acción» que detenía la pelea inmediatamente una vez terminada—. ¡Nueve! —El rubio cubrió las muñecas de su enemigo e intentó quitárselas de encima. Aguantó la respiración en vez de desesperarse en inhalar y le clavó las uñas en la piel, pero Manson no le soltó—. Ocho… —Noah era pálido y su rostro no tardó en volverse rojo, o tal vez azul, o casi morado—. Siete… —Ninguno de los dos cedía—. Seis —noté que las manos le temblaban alrededor de los brazos de Manson—. Cinco… —Ambos se miraron fijamente y los dedos del chico se anclaron tan fuerte contra la piel de su enemigo que, por un momento, creí que lograría soltarse—. Cuatro —intentó respirar, pero no pudo. Ya era demasiado tarde—. Tres —noté en su cuerpo todas las señales de asfixia—. Dos…

«Suficiente», pensé.

  —¡Uno! ¡El ganador es Uno! —Un grupo de cazadores se metió al cuadrilátero y se apresuró a separarlos. Manson lo soltó a regañadientes y el chico cayó inconsciente al suelo.

Todo el mundo aplaudió la pelea.

        

  —Y entonces me paré frente a ese bastardo, le miré a los ojos y… ¿Branwen? —oí mi nombre—. ¡Eh! ¿Me estás escuchando? —La mano de Tadder pasó frente a mi rostro un par de veces—. ¿¡A qué galaxia te has ido, hombre!?

Miré mi plato de comida que estaba vacío. No recordaba haberme tragado todo eso. Le dirigí una mirada a mi compañero y chasqueé la lengua.

  —No es nada —me excusé—. Creo que sólo estoy cansado.

Él miró el reloj anclado en la pared y lanzó una risita.

  —Creo que estás jodido, hombre. Entras en media hora.

  —Sí, bueno… —me levanté—. Creo que me iré a dar una ducha antes del turno —caminé hasta la salida.

  —¡No te preocupes! ¡Claro que puedo llevar tu bandeja al carro! —me gritó y, en respuesta, levanté el dedo corazón en su dirección.

  —¡Gracias, Taddy.

  —¡Jódete, Branwen!

Solté una risita, ya era tercera vez en la semana que Tadder acababa recogiendo mi bandeja y me ordené internamente que la próxima semana sería yo quien lo haría por él. Sonreí ante el diminuto y estúpido gesto de camaradería que significaba levantar un plato extra.

Pero todo rastro de buen humor desapareció al cruzar la puerta de los comedores; Wolfang estaba ahí, a punto de entrar. Cuando me vio, me lanzó una mirada ladina que identifiqué enseguida.

  —Qué gusto verte —saludó—. ¿Estás ocupado?

  —Muchísimo —contesté y caminé hacia mi habitación. Él me siguió—. Tengo turno.

Él miró el reloj en su muñeca.

  —En media hora —comentó—. Eso nos da suficiente tiempo para escaparnos un rato y...

  —Darme una ducha —le interrumpí—. Estoy cansado.

  —Darnos una ducha —corrigió—. No es una mala idea —le ignoré y seguí mi camino hasta mi habitación, con sus pasos tras de mí. Me seguía como una maldita sombra. Cuando puse la mano sobre el pomo de la puerta, le dije, sin mirarlo:

  —Vete, Wolfang —Él rió como respuesta—. Es en serio.

Puso su mano sobre la mía y giró la manilla. Me empujó para que ambos entráramos en la habitación y cerró la puerta con llave.

  —Debes estar jodiendo —gruñó.

  —Vete —insistí—. Tengo turno en un ra... —Él dio dos grandes pasos hacia mí y me agarró el brazo. Me empujó y caí sobre la cama.

Bajó la cremallera de su chaqueta y se la quitó. Me senté sobre el colchón y le observé en silencio mientras se quitaba la ropa. El delantal blanco, que últimamente tenía más manchas de lo normal, cayó al suelo y recordé cuántas veces esta escena, el verle desnudarse frente a mí, me había calentado. Wolfang era guapo, sexy, y su bien formado cuerpo no tenía nada que envidiarle a ninguno de los cazadores.

Pero quizás la vista ahora no me entusiasmaba tanto.

Cogí mi almohada y se la lancé a la cara.

  —Jódete, Wolfang —gruñí, mientras me levantaba y me apresuraba hacia el baño—. No vamos a hacerlo hoy—Le eché pestillo a la puerta e, inmediatamente después, oí un golpe sobre ella.

  —¿Se puede saber qué demonios ocurre contigo? —preguntó y sus palabras despertaron una ira que subió desde mi estómago hasta mi garganta. No me esforcé en retenerla.

  —¡Me drogaste y me follaste mientras dormía, imbécil! —grité—. ¿¡Qué crees tú que ocurre!?

  —Anda, Bran. Era un juego... —intentó excusarse, pero el pequeño rastro de burla en su voz me indicó que ni siquiera le había pasado por la mente arrepentirse de ello. Para él esto era algo completamente normal, algo de lo que no debería disculparse.

Encendí la regadera de la ducha y la dejé corriendo para que el agua calentara lo suficiente.

  —¡Vamos, Branwen! ¡Abre la puerta!

No contesté, dejé que mi espalda se arrastrara contra la puerta y me senté en el suelo. Oí otro golpe, un poco más fuerte.

  —¡Branwen! —me llamó. No respondí. Ni siquiera quería verle la maldita cara, en primer lugar. Él golpeó otra vez, tan bruscamente que la madera vibró y me sacudió la cabeza—. ¡Hijo de perra! ¡Abre la puerta ahora mismo o...!

  —¿¡O qué, cabrón!? —le interrumpí—. ¿¡Qué vas a hacerme, eh!? ¿¡Vas a drogarme de nuevo!? ¡Es la única manera en la que podrías follarme, imbécil!

La puerta se sacudió todavía más ante otro golpe.

  —Vas a arrepentirte de esto, Branwen —le oí gruñir, con la voz cargada de rabia, mientras golpeaba otra vez, y otra, y otra—. Ya verás, hijo de puta.

Cerré los ojos y me concentré en el sonido del agua que caía y chocaba contra los azulejos de la ducha. Era relajante y, por unos momentos, me pareció que se oía por sobre los golpes que hacían temblar mi espalda. Me quedé ahí, hasta que el vapor empañó el vidrio y me mojó la piel. 

Cuando Wolfang se aburrió de golpear y gritar, se marchó. Sólo entonces me quité la ropa y me metí a la ducha. Mientras me jabonaba, pensé en que esta era la primera vez que discutíamos de esa forma. Y, aunque él nunca me había drogado antes, quizás hace algunos meses atrás no me habría molestado tanto. ¿Qué había cambiado para que lo hiciera ahora?

Por más que reflexioné sobre ello, no encontré una respuesta clara.

Varios minutos más tarde salí apresuradamente y me metí en la misma ropa que había llevado puesta. No me sequé el cabello y salí de la habitación. Era tarde y me había distraído tanto que olvidé la noción del tiempo. No sabía exactamente qué hora era, pero sabía que me había pasado. Corrí por los pasillos, más vacíos de lo normal, y tomé dirección a los calabozos. Si alguien se daba cuenta de mi falta, de seguro me llevaría un buen castigo.

Oí alboroto mientras bajaba las escaleras y pensé en que definitivamente alguien se había dado cuenta.

  —¡Deténganse!

  —¡Cállate, imbécil!

Cuando oí los gritos tuve un mal presentimiento.

Las puerta de los calabozos estaba abierta, y varios cazadores estaban ahí. Cuando me vieron llegar, un par de compañeros se adelantaron e intentaron explicarme la situación:

  —¿¡Qué está pasando!? —pregunté.

  —Son órdenes directas de Cuervo.

Noté un par de mangueras a mis pies y aquel mal presentimiento aumentó todavía más. Me hice camino entre los hombres curiosos y me metí a los calabozos. La primera imagen que obtuve fue la de los prisioneros, desnudos todos, formados y arrinconados contra la muralla. La segunda imagen fue la de un grupo de cazadores que sostenían las mangueras. Les estaban dando un baño.

  —Q-Qué... —titubé cuando oí más gritos. El chorro de agua era fuerte y tenía demasiada presión. Los cuerpos de esa gente estaban siendo, literalmente, aplastados contra la muralla. Esto iba a causarles heridas.

  —¡Oh! ¡Pero si has llegado a la fiesta, Dankworth! —La molesta voz de Francis me hizo sentir colérico. Él sostenía una de las mangueras y, cuando notó que mi atención estaba puesta en él, la desvió y golpeó con el chorro a una espalda que se me hizo ligeramente familiar—. ¿Quieres probar? —me preguntó. Era la espalda de Noah, mis diseños estaban ahí. Vi los puños del chico apretados sobre su cabeza. Él los tensaba y los relajaba con cierta desesperación, en un intento por controlar el dolor, seguramente. Tragué saliva.

  —No —contesté y me crucé de brazos—. ¿Qué demonios está pasando?

  —Cuervo nos ordenó limpiar la basura —contestó, y se acercó más a Noah. Noté marcas rojizas de frío sobre su piel—. Y este chico está muy sucio, ¿no crees? Mira, las manchas de su espalda no salen.

  —Son tatuajes —gruñí, sin seguirle el juego.

  —Yo creo que son sólo manchas —Cuando casi pegó la manguera al cuerpo del rubio, Francis apenas podía mantener el equilibrio. El chorro del agua era demasiado fuerte y lo desestabilizaba hacia atrás. Pero el chico, aún estampado contra la muralla, ni siquiera se quejó. Esto pareció enfurecer más al cazador—. ¡Demonios! —soltó la manguera, que se irguió como una gran pitón fuera de control que me empapó a mí, a él, y a todo aquel que encontró a su paso, y agarró a Noah para tirarlo al suelo. Le dio una patada—. Si le rompo la piel, esas manchas ya no estarán, ¿no?

Francis me miró para analizar mi reacción. No me moví y sólo mordí el interior de mis mejillas. No iba a darle en el gusto.

Entonces lo golpeó de nuevo.

  —¡Eh, ayúdenme con este! —le ordenó a un grupo de los que curioseaban en la puerta. Éstos entraron y tomaron a Noah. Le obligaron a arrodillarse y lo sostuvieron de los brazos.

Entonces el chico levantó la cabeza y me miró directamente a los ojos. Incluso si estaba a más de dos metros de él, sentí una tensión, algo así como un hilo tirante que salía de esos profundos y enfurecidos ojos azules. Estaba enojado e iracundo, pero no conmigo. Casi pude leer sus pensamientos:

«Quiero matar a este imbécil».

Nunca estuve tan de acuerdo.

Miré hacia otra parte cuando Francis le dio un puñetazo en la espalda baja. Pero Noah ni siquiera se quejó.

A la golpiza se le unieron más hombres y, en poco tiempo, no era sólo él quién estaba siendo maltratado por mis compañeros. Era de esperarse, estas situaciones siempre acababan así. Nos enseñaron a ejercer poder a través de la violencia. No conocíamos otra forma.

Di la vuelta para marcharme.

  —¿¡No vas a hacer nada, Dankworth!? —gritó Francis. Entonces el primer quejido escapó de la boca de Noah y estuve a punto de voltear. Pero no, no iba a hacerlo. Si hacía algo ahora, si reaccionaba después de su provocación sólo estaría confirmando lo que él, y algunos otros compañeros, ya sospechaban; estaba ayudando a uno de los presos. Si Francis tenía una sola prueba de ello iba a correr con Cuervo para contarle.

Entonces ya no podría ayudarle.

  —¡Basta ya! —escuché un grito y luego un golpe, certero y brutal, que silenció a toda la habitación—. ¡Déjenlo! ¡Está sangrando! —reconocí la voz de la única chica en ese calabozo y entonces no pude evitar girar. Siete había golpeado a Francis, en un desesperado intento por defender a Noah, y ahora estaba sobre el cazador. Le arremetía con furia, rabia, y varios hombres se lanzaron sobre ella para detenerla. Ella forcejeó, mordió y arañó a todo aquel que intentó tocarla. Fueron necesarios cinco hombres para sujetarla—. ¡Hijos de puta! ¡Abusadores asquerosos! —Francis se levantó, se acarició el rostro un par de veces y caminó hasta ella. Se inclinó para mirarla de cerca.

  —¿Quién te crees que eres, pequeña basura? —gruñó. La chica le escupió como respuesta y, entonces, él le dio un golpe en la cara—. ¡Perra! —estiró el puño para golpearla una segunda vez, pero Noah, aún en el suelo, le detuvo y atrapó su puño en el aire—. ¡Suéltame! ¡Voy a matarlos a los dos! ¡Sujeten a este hijo de puta! —ordenó y dos cazadores apartaron a Noah. Vi que Francis soltó a Siete y buscó el arma en su funda.

Una incómoda sensación me anudó el estómago y supe que no podía simplemente no hacer nada. No esta vez.

Cogí la manguera, que todavía bailaba, descontrolada, en el suelo, y accioné el botón para aumentarle la presión. Dirigí el chorro directamente a Francis y lo golpeé con él. Él cayó al suelo y, con cierta satisfacción, vi cómo su cuerpo salía disparado gracias a la fuerza del agua y era arrastrado varios metros.

Oí que alguien hablaba por radio y reconocí la voz de Cuervo al otro lado de la línea. Le estaban dando el aviso de una pelea interna.

Ya la había cagado. No había marcha atrás, así que la seguiría cagando hasta sentirme satisfecho. Sostuve la manguera con ambos brazos mientras me acercaba a Francis y dirigí el chorro directo a su cara, que tuve ganas de patear desde el día en que lo conocí, y lo estampé contra la muralla. Él se quejó e intentó gritar, pero un montón de agua le entró cuando abrió la boca y se ahogó.

  —¡Ya basta, Branwen! —gritó una voz conocida desde algún lugar de la habitación. Pero no, todavía no era suficiente. Este hijo de puta me lo debía.

  —¡Sólo estoy limpiando la basura! —contesté y sonreí—. ¡Son órdenes de Cuervo!

  —¡Ya está! ¡Déjalo o te matarán! —Los enormes brazos de Tadder me rodearon y evitaron que siguiera avanzando. Alguien más me sostuvo y forcejeó para quitarme la manguera. Todo se detuvo cuando el agua simplemente dejó de salir. Alguien la había cortado.

Entonces lo único que se oyó en el lugar fueron los gemidos y la tos de Francis, que intentaba recuperar la respiración. Sonreí cuando me miró.

  —¿Ya estás limpio, pedazo de mierda? —reí.

  —Hijo de... —Él se levantó e intentó llegar hasta mí, pero varios hombres corrieron a sujetarlo para separarnos. Yo también forcejeé por alcanzarlo. Quería partirle la cara.

  —¡Dejen de pelear!

  —¡Sólo harán que nos castiguen!

  —¿Qué demonios está pasando aquí? —Todo el mundo se detuvo y los únicos que se movieron fueron los prisioneros, que corrieron hasta el lugar más alejado de la puerta cuando oyeron la pregunta. Entendí aquella reacción cuando reconocí la voz, siempre extraña para mí, de mi padre—. ¿Qué es este circo que han montado? —me soltaron y todos nos formamos en una fila para saludar:

  —¡Señor!

  —He preguntado que qué está pasando. ¿Qué diablos hacen todos aquí? —insistió él. Los cazadores se miraron entre sí, dudosos sobre qué contestar. Di un paso al frente.

  —Le he dado un baño a Singh —respondí—. Olía muy mal —Varios de mis compañeros rieron ante el comentario, pero a Cuervo no se le asomó ni un atisbo de sonrisa en el duro rostro que tenía, así que continué con mi explicación—: Amenazó con matar a dos prisioneros. Yo sólo le detuve.

  —¡Casi me mataste! —gritó él. Quise sonreír, pero tenía el rostro de mi padre encima—. ¡Admite que sólo les estás defendiendo! —me excusó—. Hijo de puta traidor...

  —¿Defendiendo a quiénes? —preguntó Cuervo.

  —A Siete y a Trece... ¡Vamos! ¡Todo el mundo habla de...!

  —¡Les defendí porque los ibas a matar! —le regañé—. ¡Ibas a abrir fuego dentro de los calabozos! ¡Podrías haber desencadenado un jodido motín, imbécil!

Cuervo sonrió e hizo una señal de aprobación que me sorprendió. Él jamás, nunca en la vida, había estado de acuerdo con algo que yo hiciera o dijera. Se acercó un poco más a mí y susurró sobre mi oído.

  —Estuve a punto de creerte, pero sé muy bien que eres una zorra mentirosa... —me pareció que estaba sonriendo mientras decía esas palabras. Supe lo que vendría después—. Atención —se apartó de mí—. Llévenselos... Dankworth y Singh recibirán castigo —ordenó—. Traigan a la chica a mi habitación. Le enseñaré a esta perra a respetar —dijo y caminó de vuelta a la puerta.

  —¿¡Y qué harás con el chico!? —gritó Francis. Le miré, con ganas de saltarle encima otra vez.

  —Golpéenlo —contestó—. Déjenlo al borde de la muerte —Un escalofrío me recorrió la espalda cuando dijo eso—. Así tendrás una buena razón para pintarlo... —añadió, más bajo.

Mientras me dejaba arrastrar por mis compañeros, busqué a Noah con la mirada, pero no le encontré en la oscuridad de la habitación. Quizás era mejor así.

Todo había resultado mal, peor de lo que imaginé.

Me dejé llevar, escoltado por tres hombres, hasta la otra punta del edificio. Íbamos directo a nuestros propios calabozos, porque sí, también los teníamos. De vez en cuando algún idiota insubordinado acababa aquí, castigado por sus actos rebeldes, y eso me hizo recordar cuántas veces fui yo el que llevé gente a este lugar. Pero ahora el insurrecto era yo, que siempre me había mantenido al margen y había obedecido a las órdenes de mi padre.

Pero se sentía bien no hacerlo. Era casi liberador.

Cuando llegamos, vi a Wolfang en la entrada. Sonrió cuando me vio.

  —¿Qué hiciste, Branwen? —preguntó, medio riéndose. No contesté y apuré el paso para llegar a la celda que me habían asignado. Él nos siguió de cerca—. ¿Desobedeciste alguna orden? —Él esperó a que mis compañeros cerraran la puerta de la celda para mirar por la rejilla y seguir hablando. Me senté en la única banca, de concreto, que había en el lugar y le di la espalda—. ¿No limpiaste la basura como debías? —preguntó.

Entonces entendí todo.

«¿Qué diablos hacen todos aquí?», había preguntado Cuervo. Él no tenía idea.

Wolfang rió cuando se dio cuenta de que lo había captado.

La orden nunca salió de Cuervo, vino de él.

Me había tendido una trampa. Y yo había caído como un idiota. 

 

Notas finales:

Odio a Wolfang con mi vida, ¿y ustedes? 

¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas? Pueden dejar todo en un lindo -o no tan lindo- review. 

¡Saludos! 


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