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La Ciudad de los Muertos por InfernalxAikyo

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Cerré los ojos un momento, fue sólo un segundo antes de volver abrirlos y concentrarme en el dibujo que tenía delante de mí y en el ruidito que parecía salir desde la piel desnuda y no de la máquina. Me gustaba el sonido de las agujas, algunos decían que se oía como un motor de juguete, pero para mí era más como el zumbido de un mosquito; uno muy molesto, pero que de alguna forma siempre lograba relajarme.

   —Ya falta poco —le hablé a la espalda del hombre que tenía sobre la camilla cuando le oí quejarse—. Tan grande y tan maricón —me burlé.

   —Lo que pasa es que eres un bruto.

   —Tú querías un dragón, ¿no? —presioné con un poco más de fuerza la máquina contra la piel de mi compañero, sólo para divertirme con su reacción—. Entonces no te quejes y quédate quieto, no querrás arruinarlo.

   —Demonios, Branwen.

   —Shhh... me desconcentras.

   —¡Ay!

   —¿Qué le estás haciendo a ese pobre hombre? —Una voz cantarina entró desde la puerta—. Espero que no vengas a mi consulta después pidiéndome pastillas para el dolor, Tadder —Maximus Wolfang, el médico de nuestro escuadrón, entró y caminó hasta la camilla donde estaba tendido mi compañero y le dio una fuerte palmada en la espalda, sobre el rostro del dragón de tinta, mezclada aún con sangre que no había alcanzado a limpiar, que le estaba tatuando. Tadder se quejó otra vez—. Vamos, sal de aquí. Necesito hablar con él.

   —Aún no he terminado el dibujo —protesté. Maximus me dirigió una mirada punzante.

   —Veo a Tadder bastante adolorido —dijo—. Es un tatuaje muy grande, ¿pueden terminar después? ¿no?

   —Sí, señor —El cazador se levantó y se puso la camiseta—. De todas formas, no creo que pueda aguantar un pinchazo más —me hizo un gesto de despedida y caminó hacia la salida.

   —¡Aún falta medio cuerpo y la cola! —grité, entre risas, antes de que él cerrara la puerta.

Los brazos de Wolfang me empujaron contra la muralla en cuanto nos vio completamente solos.

   —Vaya —fingí asombro—. Hoy estás impaciente, Wolfang.

   —Fueron tres días —susurró, con sus dientes mordiendo la piel de mi cuello—. Tres malditos días sin tocar ese delicioso trasero —forcejeó con mi chaqueta para quitármela.

   —Tres días no es para tanto.

   —Contigo siempre es para tanto —bajó mis pantalones y me levantó por las caderas. Mi espalda raspó contra el ladrillo cuando él me alzó contra la pared, causándome una sensación electrizante—. Demonios, Branwen. Voy a follarte tan fuerte que no podrás levantarte mañana.

   —Creo que resistiré más de una de tus jodidas.

   —Ya lo veremos —me jaló del cabello. Gemí.

   —No habrá tiempo para eso —No oímos la puerta abriéndose nuevamente, sólo la voz ronca, y siempre extraña a mis oídos, cuando nos interrumpió. Mi amante y yo nos separamos de golpe al escucharla—. Dr. Wolfang, ¿no le he dicho ya que no quiero que se involucre con mis hombres? —Maximus me cubrió con su cuerpo mientras yo volvía a subir mis pantalones.

   —Lo olvidé. A propósito —se encogió de hombros y avanzó hacia el hombre que había entrado sin avisar, Cuervo, el líder de nuestro escuadrón—. Supongo que no puedo resistirme —dijo, mirándole a los ojos cuando ambos se encontraron.

   —Lo digo por su bien, Doc. Sobre todo si estamos hablando de este hombre —Los ojos oscuros de Alger Haggel, mi "padre" y líder, me miraron acusatoriamente y él me apuntó—. Que no te seduzca con esos ojitos bonitos de zorra que tiene.

Wolfang caminó hasta la entrada, pero se detuvo bajo el umbral.

   —No me trates como a uno de tus hombres, Haggel —le dijo.

   —No lo hago. Es más bien un consejo... como un amigo.

   —Entonces... —Los ojos de Maximus parecieron brillar bajo los lentes—. Como amigo, te informo que me estoy follando a tu hijo y que no se me apetece dejar de hacerlo porque a ti no te guste la idea —sonrió y me miró. Sonreí de vuelta—. Los dejo solos —cerró la puerta tras de sí.

   —¿Puedes dejar de actuar como una puta? —gruñó Cuervo, apenas quedamos solos. No respondí y comencé a ordenar el desastre que había quedado sobre la camilla y busqué el estuche de la máquina para tatuar—. Eh, te estoy hablando —caminó hasta mí. Tiré la aguja que había usado al basurero—. ¿Me estás ignorando, Branwen? —me tomó de la barbilla y sus dedos presionaron con tanta fuerza que casi la oí crujir.

   —No me dirijas la puta palabra si no es para una misión —dije, con los labios apretados por culpa de sus dedos gruesos.

Me dio una bofetada:

   —¿A sí le hablas a tu padre?

   —Yo no tengo padre.

Me empujó contra la camilla.

   —No me obligues a matar al mejor soldado que tengo —gruñó, con el puño cerrado temblando de furia sobre mi rostro.

   —Vamos —desafié—. Hazlo.

El golpe cayó a un costado de mi cabeza y su mano se hundió sobre el colchón. Contuve la respiración.

   —No, no. No voy a darte en el gusto —se reincorporó y se alejó de mí. Exhalé. Bingo, lo había hecho enfadar. Me encantaba sacarlo de quicio, joderle la maldita existencia, todos los jodidos días de su maldita vida. Carraspeó la garganta—. Y sí vine a hablarte sobre una misión —comentó—. Hoy a tu equipo le toca patrullaje.

¿Qué?

   —Hicimos patrullaje ayer —debatí.

   —Pues lo harán de nuevo.

   —Mi equipo está cansado —insistí, acercándome a la puerta para salir—. Pasaron tres días fuera —Sus ojos, profundos y oscuros —como dos torres puntiagudas colmadas de mierda— se clavaron sobre mí como un millón de agujas que trataban de atravesarme. No iba a dejar que lo hicieran.

   —No eres un buen líder, Branwen —dijo—. No lo eres ahora ni lo serás nunca. Eres demasiado blando —sonrió, con esa sonrisa asquerosa y traicionera que tenía, esa que mostraba todos sus malditos dientes que me veía tentado a romper de un sólo puñetazo. Pero eso no me convenía, sabía que con él acabaría perdiendo la pelea. Ya lo había intentado antes, un montón de veces—. Será sólo un patrullaje rápido. He oído de gente que está intentando cruzar la frontera; un pequeño pueblo que se transformó en un campamento improvisado. Tan sólo necesitamos un poco de control ahí... ya sabes, dar una advertencia. Tu equipo no morirá por un patrullaje extra.

Respiré hondamente y contuve todo el veneno guardado en las palabras que estaban a punto de escapar de mi garganta. Respirar y reprimir; era un ejercicio que solía repetir cuando estaba frente a este idiota que se hacía llamar descaradamente mi padre.

   —Está bien —dije por fin, logrando conservar la calma—. ¿Cuándo quieres que partamos?

   —Ahora mismo. Ve y avisa a tus hombres —indicó. Contuve toda la ira que comenzó a hervirme la sangre cuando oí su pedido. Quería abrirle la piel y hacerme un collar con sus tripas, pero en vez de hacer algo con esos sentimientos, tragué saliva, los devolví a mi estómago y dije:

   —A la orden, Cuervo.

 


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