Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La Ciudad de los Muertos por InfernalxAikyo

[Reviews - 1104]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Actualizando después de mil años. 

No es mucho, pero es trabajo honesto.

¡Saludos! 

Capítulo 13

 

   —De ahora en adelante te le acercarás sólo para lo necesario —Sus labios mordisquearon mi oreja mientras él me susurraba esa orden. Mordió más fuerte y gruñó—: ¿Entendiste?

   —Sí —contesté.

   —Te dejaré tatuarlo y que le permitas curarse, pero sólo porque sé que no hacerlo te traerá problemas con Cuervo —deslizó sus uñas por mi pecho y lo arañó de arriba abajo. Apreté los labios y gemí en voz baja—. ¿No crees que soy generoso? —Su aliento golpeó contra mi cuello cuando él lo lamió.

   —Sí —repetí. Sentía que los ojos se me cerraban, pero no podía dormir. No aún.

   —Si te veo demasiado amistoso con él, si veo que le tocas un sólo pelo más allá de lo permitido o si sonríes en su presencia siquiera, voy a matarlo, Branwen. No dudaré en hacerlo. ¿Queda claro?

   —Sí.

   —¡Eres un buen chico! —gimió y sus manos, que temblaban de placer, se aferraron a mi cintura.

Entonces me folló más fuerte.

 

☠☠☠

 

Desperté en el suelo del calabozo, desatado de manos y pies y con una muda de ropa, perfectamente doblada, a mi lado. Sobre ella había una nota, pero no la tomé enseguida y me quedé ahí; quieto, para sentir mis articulaciones.

Fueron tres días... incluso para mí eso era demasiado.

Wolfang me había cogido durante tres días a cambio de la vida de Noah. Y, por cómo ardían mis piernas, no estaba seguro de si valía la pena o no. Me sentía como una gelatina. Si me levantaba, iba a caer.

Pero esa noche tenía turno de vigilancia, así que debía hacerlo. Comencé lentamente y apoyé ambas manos en el suelo de hormigón. Respiré profundo y todo mi cuerpo quemó cuando me senté, pero poco a poco logré acostumbrarme. Cuando estiré el brazo para alcanzar la ropa, noté que había algo más: un par de pastillas. Me las tomé sin dudar. Entonces abrí la nota:

 

«Te he dejado la celda abierta y antiinflamatorios para que puedas moverte.

Recuerda nuestro trato.

Wolfang.»

 

Me vestí sin prisas para que el dolor no molestara demasiado. No sabía qué hora era, pero esperaba que no fuese muy tarde y así alcanzara a asearme un poco. Me sentía sucio y tenía el cabello pegajoso. Necesitaba un baño urgentemente.

Salí de la celda como si nada hubiese pasado, pero estaba seguro de que toda la guarida se enteró de mi falta. Joder, todo lo que pasó fue un escándalo innecesario. Lo confirmé cuando llegué al pasillo principal y sentí las miradas de mis compañeros sobre mí. Los oí cuchichear: algunas cosas de lo que decían eran ciertas, como que estampé a Francis contra la muralla gracias a la presión del agua.

   —Recién ayer salió de la enfermería... —le oí mencionar a alguien.

Esperaba que eso también fuera real.  

Quizás sí había valido la pena.

Llegué a mi habitación y chequé el reloj que estaba en la muralla. Todavía tenía hora y media antes de bajar a los calabozos. Pensé en tenderme sobre mi cama; no era la más cómoda del mundo, pero al menos era blanda y tenía frazadas limpias. Sin embargo no lo hice y fui directamente al baño.

Encendí la regadera, le di la temperatura máxima y me metí bajo el chorro. No sé cuánto tiempo estuve ahí, quieto bajo la lluvia y sin hacer nada. En mi mente, estaba sucio. Estaba tan sucio que necesitaría horas para sacarme toda la mierda de encima.

Sentí una presión en el pecho y me temblaron las rodillas.

   —¡Joder! —di un golpe en la muralla de azulejos—. Puto Wolfang de mierda.

Estaba enojado.

Alguien tocó a la puerta.

   —¿Branwen? ¡Voy a entrar! —No reconocí su voz hasta que volvió a hablar, ya más de cerca. Estaba afuera del baño—. Oí que te soltaron, ¿necesitas algo? —No contesté y apagué la regadera. Me puse una toalla en la cintura y salí.

Tadder me miró de arriba abajo.

   —¿Qué te pasó? —preguntó.

Pasé de él y fui hasta el armario.

   —No es nada.

   —Estás lleno de heridas... —se levantó y caminó detrás de mí—. ¿Eso es una mordida?

   —¡Estoy bien! —grité y volteé hacia él—. No me pasó nada.

Estiró una mano y tocó mi rostro.

   —Estás llorando, Branwen.

   —Tengo el cabello empapado —me excusé. Él subió la mano por mi mejilla y pasó un dedo sobre mi ojo.

   —Esta lágrima está caliente —dijo.

   —Estoy bien... —repetí, aunque ni yo lo creía del todo—. Lo juro.

   —No jures en vano, amigo... —me acercó a él y me abrazó. Yo simplemente me dejé caer sobre su hombro—. Descansa un rato, ¿está bien? Te cubriré hasta que despiertes.

   —Tengo que bajar a los...

   —Lo sé —me interrumpió—. Yo iré, no te preocupes —me sujetó, me guio hasta la cama, me dejó caer en ella y me cubrió con la frazada—. Argh, debiste vestirte antes.

Lo último que recuerdo fue su mano sobre mis ojos.

Tiempo después, desperté a oscuras y temblando por el frío. Miré el reloj en la pared y supe que mi turno había empezado hace dos horas ya. Aún así no me levanté enseguida y me quedé recostado para disfrutar un poco más de las frazadas. Quizá Tadder tenía razón; necesitaba descansar. De pronto sentí que no me había detenido en días y que diez minutos más en la cama no me harían mal. Mientras intentaba dormitar, pensé en mi reciente encierro y en el trato que hice con Wolfang para proteger a Noah. Noah... ¿por qué me preocupaba por él? ¿Lo hacía solamente para llevarle la contra a Cuervo o había más motivos?

Intenté darme una respuesta por un largo rato, pero mi mente estaba en negro. Siempre fue así; cuando pensaba demasiado en cosas como estas, mi cerebro simplemente se apagaba. Tal vez porque no había nada más allá de mis razones egoístas.

Y quizá no necesitaba más motivos.

Entendí que no podría dormir más, me levanté de la cama y me vestí para ir a mi turno. Esa noche hacía frío, así que cargué una chaqueta extra conmigo. De seguro se pondría más helado por la madrugada. Salí de mi habitación un poco más renovado de cómo había llegado y me dirigí directamente a los calabozos. En el camino, algunos compañeros intentaron detenerme y preguntarme sobre mi encierro, pero sorteé su interrogatorio y les contesté que simplemente me la pasé dormido. Lo mejor era evitar estas conversaciones. Ellos no podían saber lo que pasaba entre Wolfang y yo. No quería ni pensar en el escándalo que se montaría si eso ocurría.

Llegué en el peor momento posible; dos cazadores metían a un prisionero a los calabozos y no tardé en darme cuenta de quién se trataba. Me detuve en las escaleras y miré desde lejos la escena: Noah apenas podía mantenerse en pie y prácticamente era arrastrado por mis compañeros; uno era Tadder, quién intentaba llevarlo suavemente, y el otro era Francis, que parecía disfrutar cada tirón que le daba.  

   —¡Anda, muévete! —le gritó, y yo estuve a punto de intervenir. Pero entonces Noah volteó el rostro hacia mí y ambos sostuvimos la mirada por algunos segundos. Entonces supe que algo había cambiado en él...o en mí, o ambos. No sabía qué ni cómo, pero la forma en la que esos punzantes iris me atravesaron se sintió diferente—. ¡Más rápido!

   —Dale tiempo, Francis —le espetó Tadder.

   —Este bastardo puede —Francis lo empujó con una patada y lo lanzó dentro del calabozo. Luego cerró la puerta—. ¿Ves? Te lo dije —se sacudió las manos como si se limpiara el polvo y me vio—. ¡Ah, Branwen! ¡Llegaste! ¿Descansaste bien, bella durmiente?

   —Tuve pesadillas —dije y me acerqué a ellos—. Soñé con tu estúpida y fea cara de cerca.

Tadder soltó una risa.

   —Necesitarás terapia después de eso.

   —Oh, claro que sí —miré a Francis de frente y sonreí—. Será difícil olvidar tu rostro. ¿Por cierto, cómo está tu nariz? —me burlé. Llevaba un parche en ella y todavía se veía hinchada y rojiza.

   —Mejor que tú, de seguro —me tomó la barbilla y la levantó, para mirar de cerca las heridas que Wolfang había dejado en mi cuello. Acarició una con la yema de los dedos—. No te trataron muy bien en el calabozo, ¿eh? —le agarré la mano y la apreté.

   —¿Quieres que termine de quebrarte la cara? —gruñí.

   —¿Quieres que termine de llenarte de moretones?

   —Está bien, está bien... —Tadder nos separó antes de que empezáramos la pelea—. Francis, ya vuelve a tu descanso.

   —Sí, sí, no armaré problemas —Él se alejó—. No me gustaría terminar follado en una celda... como otros —se burló mientras subía las escaleras—. No creas que no vi ese chupetón, Dankworth.

Intenté ir tras él.

   —¡Voy a matarte —grité, y Tadder me sujetó para que no avanzara más—. ¡Más te vale ir con cuidado, Francis Singh! —Estaba furioso. ¿Qué sabía él y qué derecho tenía para reírse de mí?

Quería partirle la cara.

    —¡Ya, ya! —Tadder me zamarreó, en un ridículo intento por tranquilizarme—. ¿¡Acaso quieres meterte en más líos, Branwen!? —me regañó. Oí la risa de Francis escapar tras la puerta e intenté soltarme. Quería matarlo—. ¡Acabas de salir de un encierro! ¡No seas idiota!

Me zafé de su agarre, respiré hondo e intenté relajarme. Por un momento me había salido de mis cabales. Y es que ese imbécil siempre sacaba lo peor de mí. Era inevitable.  

   —Lo siento —fue todo lo que atiné a decir. En respuesta, Tadder palmeó mi hombro un par de veces y me sacudió el cabello.

   —Relájate, ¿bien? —se dirigió a la escalera para salir y se despidió con la mano—. Ya que llegaste, iré a comer. Te traeré algo cuando vuelva. No hagas problemas mientras tanto.

No le contesté y esperé a que se fuera. Cuando lo hizo, me senté en el suelo y busqué calmarme. Me concentré en el ruido de los calabozos; en los sollozos, discusiones en voz baja y lamentos que hacían eco en las paredes del lugar. Me percaté del tic-toc del reloj anclado a la pared y del goteo de agua que escapaba desde algún sitio al que no tenía acceso. Y, en ese momento, me di cuenta de que últimamente me sentía más tranquilo en este ambiente que en ningún otro. ¿Quién diría que un lugar tan repugnante me causaría algo de paz?   

Entonces, cuando logré serenarme y volver a ser yo mismo, esperé.

Porque había visto llegar a Noah y había visto lo herido que estaba. Él no tardaría en tocar la puerta. Siempre era así.

Pasaron cinco minutos y no oí nada. Me levanté, fui a la sala de cambios y dejé el botiquín sobre la mesita para ocuparlo después. Me quité la chaqueta que llevaba y dejé la otra colgada en el respaldo de la silla. Pasaron diez minutos y no ocurrió nada, así que tomé mi rifle y me dispuse a pasear por los calabozos, como lo hacía siempre.

A esa hora la mayoría de los reos dormían y pude oír algunos ronquidos y respiraciones profundas. Me pregunté si acaso esa gente soñaba o si el cansancio era suficiente como para dejar sus imaginaciones exhaustas también. Sí ese era el caso, debía admitir que sentía un poco de envidia.

Las pesadillas solían fatigarme más que cualquier entrenamiento.

Cuando terminé la primera ronda, vi a hora y noté que ya habían pasado treinta minutos. Pero Noah no había llamado.

«¿Habrá muerto?», pensé.

Entonces oí tres golpes rápidos. Y, mientras me acercaba al calabozo, oí dos más. Ese no era nuestro sonido. Me apoyé contra la puerta y oí una voz suave:

   —¿Estás ahí? —No era él. Sin embargo abrí la puerta igualmente. Al otro lado me encontré a Samantha, con el rostro pálido y la respiración agitada—. Tienes que ayudarlo —masculló y miró hacia la oscuridad de la celda. No vi nada, pero un mal presentimiento me hizo tragar saliva.

   —¿Puedes traerlo? —pregunté de vuelta. Ella no contestó y sólo se metió en la densidad del calabozo, para volver segundos después junto a Noah. El chico estaba apenas consciente y tuve que meter medio cuerpo dentro de la habitación para recibirlo y cargarlo en brazos—. ¿Qué demonios le ocurrió y por qué no llamó antes?

   —No quería. Él...

   —Ven tú también —le ordené. Ella salió y cerró la puerta tras de sí—. Sígueme —Ambos caminamos hacia la sala de cambios—. Desocupa esa camilla —La chica obedeció e hizo espacio para que pudiera recostar a Noah. Fui hasta el botiquín y busqué lo que necesitaba; mucho algodón, suero y desinfectante para sus heridas. Él estaba lleno de ellas; noté arañazos, mordeduras y quemaduras de cigarrillo en su piel, sin contar el montón de contusiones que eran visibles en todo su cuerpo.

   —S-Sam... —balbuceó el rubio—. ¿Por qué...?

   —Porque no puedes morirte, tonto.             

Me acerqué al chico y comencé a curarlo. Entonces noté que tenía los labios despellejados y la piel de las manos seca.

   —Está deshidratado —alerté—. Y peor que nunca. ¿Qué ocurrió?

   —Cuervo me soltó hace dos días y se llevó a Noah... —contestó ella. Y no fue necesario que dijera nada más, porque lo entendí todo. Él también había estado cautivo. Además de darle una paliza, Cuervo lo había tenido durante dos días y eso me hizo pensar en el desastre que encontraría bajo la ropa desgarrada del chico.

Noah me miró. Tenía explosiones de sangre dentro de los ojos y moretones en sus párpados.

Me mordí los labios. Joder, era mi culpa. Si sólo no hubiese armado ese escándalo con Francis...       

   —Lo siento... —masculló, apenas. Tenía la voz quebradiza—. No quería causarte más proble...

   —Cállate —le interrumpí. ¿De qué mierda me estaba hablando? ¿Problemas? ¡Fue él quien se llevó más problemas por mi culpa!—. Te dije que me llamaras cada vez que estés herido, ¿no? —Él sonrió, o lo intentó, porque las comisuras de sus labios apenas temblaron un poco. Cerró los ojos y se quedó dormido. Debía estar exhausto.

   —Oye, tú. ¿Ves el pequeño refrigerador de allá? —le indiqué a la chica, que había estado a unos pasos de mí y observaba a su amigo muy de cerca—. Hay agua. Tráela.

Ella lo hizo y, antes de entregarme la botella, preguntó:

   —¿Por qué haces esto? ¿Por qué lo ayudas?

Quise reírme. Desde que Noah llegó a la guarida que me hacía esa pregunta a diario. Y nunca encontraba una respuesta que me convenciera del todo. ¿Lo hacía por llevarle la contra a mi padre? ¿Lo hacía porque estaba acostumbrado a arreglar sus errores? ¿Lo hacía por egoísmo? ¿Lo hacía para no sentirme la misma clase de basura que él? ¿Lo hacía por lástima?

Había tantos posibles motivos, pero sólo contesté con la verdad:

   —No lo sé.

   —Eres más bueno de lo que pareces, tío Scar.

   —¿Qué? —La miré a los ojos. Ella pareció intimidarse.

   —Lo siento, lo siento... así te llamamos en los calabozos y no sé tu... —Mientras hablaba, noté que tenía heridas en el cuello y en el borde del escote, y marcas de lágrimas en sus mejillas. Entonces recordé que Cuervo se la llevó el día de la pelea.

Él también la había destruido.  

   —Dankworth —la interrumpí y esbocé una sonrisa—. El apodo me gusta, pero prefiero que me llames por mi apellido —Pasé un algodón por el rostro de Noah para desinfectar algunos rasguños. Esto iba a tardar mucho tiempo—. Si quieres, puedes tomar agua, coger algunos antiinflamatorios para ti y usar lo que te sirva del botiquín —le indiqué y ella soltó un sonido, como un suspiro o una inhalación de aire demasiado profunda—. También puedes sentarte y descansar. Ahí dejé una chaqueta. Abrígate, que hace frío —No la veía directamente, pero de reojo noté que su cuerpo tambaleó—. Sé lo que él les hace a las personas... —seguí, aunque lo que realmente quise decir fue: «sé lo que te hizo.» La miré y le hice un gesto con la cabeza—. Anda, siéntete cómoda. Si tienes suerte, podrás dormir como tu amigo.

Ella se secó las recientes lágrimas con la manga de su camiseta y sollozó:

   —Eres justo como él dijo.

   —¿Cómo soy? —me reí.

   —Como un ángel.

Esa chica no sabía lo equivocada que estaba.

 

  

   

 

 

 

 

 

 

 

  

 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).