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La Ciudad de los Muertos por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Buenas, gente! Les dejo con otro capítulo. 


Capítulo 09 

 

   —Entonces le puse una mordaza en la boca, le amarré las muñecas y me la cogí a un costado del camión…

   —¿¡Te follaste a un zombie!? —gritó uno de mis compañeros, escandalizado—. ¡Eres asqueroso!

   —¡Hey, hey! —Francis levantó las manos, excusándose—. Estaba buenísima, se había convertido hace poco y su culo estaba… ¡uf! —llevó las manos hacia el frente, sosteniendo unas caderas imaginarias y movió la pelvis de atrás hacia adelante, haciendo el ademán de estar follándose al aire—. Se movía demasiado y eso lo hizo más delicioso. ¿El único problema? Estaba muy fría.

Todo el mundo estalló en carcajadas.

   —¿Al menos usaste condón? Todavía quedan algunos en la base —siseé, encarnando una ceja y mirándole directamente. Él estaba en la otra esquina del camión y entre medio de nosotros había varios cazadores y reos—. No vaya a ser que te contagies, no sabemos si esas mierdas pasan el virus a través del sexo.  

   —Me gusta el peligro —contestó Francis—. La experiencia vale el riesgo. ¿A qué no, chicos? —inquirió, dirigiéndose al grupo de siete prisioneros que llevábamos con nosotros—. ¿Te gustaría cogerte a un muerto, chico lindo? —le preguntó a Noah, directamente. Él no contestó, así que Francis dejó su lugar y caminó hasta él, tanteando en las paredes del contenedor y dando pasos torpes por culpa del movimiento del camión. Se acuclilló frente a él y le levantó la barbilla—. Tú a mí no me engañas, cabrón —masculló—. Siempre estás tan callado y dicen que los silenciosos son los peores… —le apretó la mandíbula un segundo, antes de soltarle en un movimiento brusco—. ¿Cuánto tiempo has estado sin coger y sólo dejándote follar, eh? —se burló—. ¿Ya olvidaste como meterla?  

Noah le miró a los ojos:

   —Si tú fueras el zombie, tal vez pensaría en reventar ese culo gordo tuyo hasta hacerte sentir vivo otra vez —gruñó, con voz ronca y gélida que disparó un escalofrío que escaló por toda mi espalda. Todo el camión, incluyendo a algunos de los prisioneros, gritaron y rieron por esa respuesta. Vi el rostro desconcertado y humillado de Francis enrojecer hasta las orejas por la vergüenza.

   —¿¡Qué has dicho!? —gritó y levantó un puño en el aire.

   —¡Basta, Singh! —ordené. Él se detuvo, a punto de golpearlo—. Tú lo molestaste primero, ahora atente a las consecuencias.

   —¡P-Pero…!

   —¡Estoy al mando de esta misión! —alcé la voz, pero no lo suficiente como para gritar—. Si no quieres que te deje aquí a mitad de camino, compórtate —ordené. Vi la mano de Francis, temblando en el aire, mientras él intentaba contener la ira y controlarse para no golpear a Noah—. Deja a Trece tranquilo, Singh… —canturreé y él se levantó para volver a su lugar—. Buen chico —me burlé.

   —Hijo de puta —le oí mascullar. Sonreí.

   —Gracias, tú también.

Tadder, que estaba a mi lado, me dio un codazo y ahogó una risita.

Nos habían informado de un campamento de sobrevivientes instalado a varios kilómetros de nuestra base, en la frontera con la ciudad vecina. Cuando la gente se reunía y convivía junta, estableciendo reglas, roles y formando sociedades y agrupaciones, amenazaban con volverse poderosos. La unión y la colectividad eran armas mortales y ese poder en manos de civiles significaba peligro. Una de nuestras misiones era romper esa colectividad; mantener a los ciudadanos en pequeños grupos, aterrorizados y sólo concentrados en sobrevivir. La supervivencia era un acto egoísta y el egoísmo siempre ha sido contrario al colectivo.

No habría unidad mientras estos bastardos se sintieran inseguros y atemorizados.

A los prisioneros los llevábamos como carne de cañón, en caso de que la situación se descontrolara y también para que aprendieran ciertas cosas. Los siete reos que estaban a bordo de ese contenedor eran potenciales cazadores; Uno y Cinco eran los más fuertes y ambos eran unos desalmados, lo que calzaba perfectamente con nuestro perfil; Siete era rápida y ágil y tal vez Wolfang podría trasladarla al escuadrón de Viuda Negra, que era donde las mujeres como ella terminaban; Cuatro, Ocho y Nueve también habían mostrado ser fuertes en las peleas que llevaban protagonizando desde algunas semanas. Y luego estaba Trece, Noah, quién se había lucido en su último combate. Pero lo que realmente nos asombraba de él a mis compañeros y a mí no era la forma en que peleaba, no. Lo que nos impresionaba era lo resistente que era, cuánto podía aguantar y la suerte descojonante que parecía tener y que le llevaba a sobrevivir una y otra y otra vez.

Hoy se cumplía un mes y una semana desde que llegó. Y nosotros sólo sabíamos una cosa:

No hubo nadie antes, en la historia de nuestro escuadrón ni la de ningún otro que conociéramos, que soportara tantas torturas.

En estos últimos cuarenta días, Cuervo se había encargado de romperlo de todas las formas conocidas. Desde baños de agua fría, hasta violaciones, desde humillaciones hasta las golpizas brutales que dejaban todas las cicatrices que yo me encargaba de tatuar después. Desde un lápiz atravesado en su garganta, hasta los cortes en sus muñecas. Cuervo y los cazadores lo habían probado todo e incluso yo también me había visto obligado a intentar quebrarlo un par de veces. Pero no había forma. Este chico no moría, pero tampoco enloquecía como el resto.

Él era flexible, elástico. No podía romperse.

No, no era eso.

Él parecía rearmarse así mismo después de cada paliza.

Me dediqué a mirarle unos segundos. Hacía frío, pero él apenas tenía una camiseta sin mangas puesta y así llamaba muchísimo más la atención.  Ahora Noah tenía más tatuajes; en sus brazos, en sus muslos, en su abdomen y espalda. Poco a poco, yo comenzaba a quedarme sin tinta y sin lienzo donde pintar. Mis compañeros ya se habían dado cuenta y supongo que sospechaban mis razones y las suyas, pero hacían vista gorda de ellas. Seguramente pensaban que era sólo una entretención para mí.

Pero lo que ellos no sabían era que, noche por medio, dejaba que Noah se escabullera en el cuarto de los cambios de los calabozos y curara sus heridas.

Me pregunté qué pasaría si ellos llegaran a enterarse.

Quizás había uno que sí sospechaba algo; noté que Francis también le estaba mirando y tenía los ojos clavados en su antebrazo. Levantó una ceja y luego me miró, en un gesto suspicaz, antes de volver la vista otra vez al chico.

   —¿“Te atrapé”? —preguntó, leyendo uno de los tatuajes que le había hecho, hace algún tiempo—. ¿Qué se supone que significa…?

El camión se detuvo de golpe.

   —¡Hay una horda en frente! —gritó el hombre que conducía—. ¡Es demasiado grande como para dejarla pasar!

Francis se levantó.

   —Bien, bien. Este es el momento perfecto, ¿no, Dankworth? —dijo, olvidándose de lo que había estado a punto de preguntar y tomando el bate que siempre traía consigo, para agitarlo en el aire un par de veces—. Es la oportunidad ideal para enseñarle a estos bastardos cómo luce la muerte.

Quizás él tenía razón.

   —Bien, prisioneros… —me aseguré de que mi arma estuviese en su funda y estiré mis brazos por encima de mi cabeza, hasta oír mi espalda tronando—. Tomen una vara de madera y vamos afuera —Ninguno de ellos pareció reaccionar—. ¡Vamos! —grité—. ¿¡Qué están esperando!?

La chica fue la primera en levantarse, como era de esperarse. Siempre he creído que las mujeres son más valientes que nosotros, más descaradas, más bravas, más osadas y decididas. Era una lástima que ninguna, salvo número Siete, haya aguantado más de tres semanas en nuestra base.

Eso era lo que la hacía tan valiosa.

Ella tomó una de las varas de madera, con las que los cazadores acostumbrábamos a entrenar, que teníamos apostadas en una de las esquinas del camión y les lanzó una mirada a sus compañeros, como animándolos a hacer lo mismo.

Todos la imitaron.

Las puertas del vehículo se abrieron y le ordené a todo el mundo bajar. Los prisioneros fueron primero, si alguno debía de morir, era mejor que fueran ellos que nosotros. Los siete pobres diablos se lanzaron contra los primeros infectados, que corrieron hacia el camión apenas nos vieron, y se perdieron de la vista. Pero nosotros bien sabíamos que ninguno de ellos se atrevería a escapar, ellos entendían que nosotros éramos más y que estábamos armados, ellos sabían que los mataríamos al mínimo intento de fuga y lo único que podían hacer era obedecernos. Y no sólo eso, ellos no sólo tenían que acatar nuestras órdenes, ellos debían impresionarnos y qué mejor momento para hacerlo que este. En el fondo, todos los presos lo sabían. La única forma de sobrevivir a esta mierda era uniéndosenos y eso sólo podían hacerlo los más fuertes.

Cuando esta misión terminara, les preguntaríamos:

«¿A cuántos infectados mataste hoy?»  

Y ellos deberían respondernos con la verdad, porque ya la conoceríamos de antemano.  

Disparé al aire, para atraer a varios infectados y un grupo se precipitó hacia mí. Corrí, encaramándome en el capó del camión y escalé hasta el techo. Abajo, ocho zombies intentaron alcanzarme y comenzaron a trepar torpemente por el vehículo, raspando la pintura con sus uñas y pisándose los unos a los otros. Era divertido verlos interactuar, era divertido observar cómo el instinto se tragaba todo lo demás. Estos pobres imbéciles no tenían conciencia, no tenían razón. No tenían nada salvo la necesidad insólita de comer, comer y comer.

Me senté en la cubierta y dejé colgando mi pie, para que ellos intentaran atraparlo.

   —¿¡Qué estás haciendo, Branwen!? —me gritó Tadder, desde algún lugar al que no podía acceder con la vista. Me pareció que estaba cerca.

   —¡Míralos! —contesté, riéndome, mientras movía el pie de un lado a otro y ellos lo seguían, como polillas a la luz—. ¡Casi parecen coordinarse!

Un disparo le voló la cabeza a uno de los infectados.

Oí a Tadder subiendo hasta mí por la parte trasera del camión.

   —No estés jugando —me regañó—. Eres el líder de la misión, actúa como tal.

Estiré mi arma y disparé siete veces. El resto de zombies cayó muerto.

   —Ya está —dije.

   —Un día de estos uno de ellos va a atraparte y vas a terminar con una mordida —sentenció él—. ¿Es eso lo que quieres?

«No suena tan mala idea», pensé.

   —¿Te estás preocupando por mí, Tadder? —pregunté, medio bromeando, mientras encarnaba una ceja. Él me dio un codazo y soltó una carcajada.

   —Me aburriría sin ti en esa base de mierda —confesó, antes de saltar del techo del camión y seguir disparando—. ¡Si a eso le llamas preocupación, entonces sí!

Sonreí.

Yo también me aburriría sin él, supongo.

Seguí disparando; uno, dos, tres, cuatro… la cantidad de zombies no importaba. Estábamos entrenados para esto, nos adiestraron para matar sin titubear, para enfriar los nervios que podrían llevar a equivocarnos y actuar como máquinas. Acabar con un montón de pobres bestias que ya no eran humanos ni nada parecido era sólo un trámite para nosotros.

   —¡No dejen que se les acerquen! —grité, al aire, consciente de que todo mi equipo me estaba oyendo—. ¡El que vuelva con un rasguño pagará penitencia!

   —¡Entendido, “jefe”! —bramó Francis desde un callejón, lo hizo riéndose y su tono de voz me indicó que algo no estaba completamente bien. Seguí disparando y me moví hasta su posición. Ya no quedaban muchos infectados, casi todos habían sido abatidos, pero yo seguí apretando el gatillo, para que él no sospechara—. Shhh, silencio, silencio. Va a enterarse.

Oí algunas risas y me asomé por el pasaje. Algo estaba pasando al final.

   —¡Vamos, sólo tienes que meterle la polla!  

   —¡Para!

   —¡Cállate tú, zorra! —oí un golpe y entonces decidí avanzar e intervenir—. ¡Vamos, chicos! ¡Quítenle los pantalones! —No podía ver lo que estaba ocurriendo, porque las espaldas de mis compañeros me cubrían la visión, pero por los gritos y las risas pude adivinar más o menos de qué se trataba.

   —¡Suéltenme, hijos de…!

   —¡Cállate!

Levanté mi arma hacia el cielo y disparé. El sonido que dejó la bala, perdiéndose en uno de los tejados de los edificios cercanos, dejó un extraño eco en medio del callejón que duró varios segundos. Los tres hombres que me estorbaban la vista miraron en mi dirección y se apartaron, permitiéndome observar lo que estaba pasando.

Ahí estaban; Noah, con los pantalones abajo, sobre una infectada y las manos apoyadas en el pavimento, intentando desesperadamente no tocarla y alejarse, y Francis, que lo estaba empujando hacia ella, queriendo lanzarlo encima de la mujer que se retorcía bajo las piernas del rubio e intentaba abrir la boca, sellada por una mordaza improvisada, para darle una mordida. Otros dos cazadores sostenían a la zombie y el resto de los prisioneros observaba, aterrorizados, la escena.

Sentí la rabia hirviéndome desde lo más profundo.

   —¿¡Qué se supone que están haciendo!? —grité a toda voz y a punto de disparar otra vez—. ¿¡Qué mierda es esto, Singh!?      

   —Déjalo que disfrute, Dankworth…. —se burló él. Corrí hacia ellos y lo aparté de un empujón. Noah saltó hacia atrás cuando se vio libre, como si el piso y esa muerta le quemaran, y volvió a subir sus pantalones. Estaba temblando.

  —¿¡Qué es esto, eh!? —bramé.

   —Sólo nos estábamos divirtiendo… —se defendió Francis, levantándose y precipitándose hacia mí. No me moví cuando topó su frente con la mía y preguntó, casi gruñendo—: ¿Tienes algún problema con eso?   

   —Que no se te olvide que yo estoy a cargo, Singh —dije, sin alejarme. Estábamos tan cerca que pude sentir el olor de la cerveza que se había tomado antes de salir a la misión.

   —Ya acabamos con los infectados.

   —Yo veo a una todavía viva… —gruñí.

Él desenfundó su arma, estiró el brazo y disparó, sin dejar de mirarme o moverse un sólo centímetro. La infectada que hasta hace segundos atrás estuvo a punto de ser ultrajada, emitió un quejido y terminó de morir.

   —¿Satisfecho? —preguntó Francis. Sonreí.

   —Satisfecho —dije—. ¡Bien! —me aparté de él y grité el resto de las instrucciones—: ¡Sepárense en grupos, vayan con uno de los reos a terminar de barrer el lugar y explorar un poco! ¡Estamos cerca del punto marcado en el mapa, ese campamento no debería estar lejos! ¡Vamos, andando! —ordené.

Todo el mundo se puso en marcha.

   —Trece, tú vienes conmigo —le oí decir a Francis.

   —No —me negué enseguida—. Trece y Siete vendrán conmigo. Muévanse.

Los aludidos se miraron entre ellos, me miraron a mí y luego vieron a Francis, como esperando una reacción de éste. Él abrió la boca para hablar y decir algo, pero entonces decidí interrumpirlo.

   —Andando —reafirmé.

Ambos chicos se levantaron, tomaron sus bastones y se acercaron a mí.

   —Estás temblando —le murmuré a Noah, cuando se ubicó a mi lado—. Deja de hacerlo.

   —L-Lo siento —se disculpó.

Solté un gruñido y empecé a caminar, esperando que ambos me siguieran. De pronto, tuve la incómoda sensación de simplemente volver a la base y relajarme. Y eso era mucho decir, considerando lo que odiaba ese lugar de mierda. Siempre tan frío, siempre tan aburrido, siempre tan blanco. Pero ahora mismo deseaba estar allá, sin tener que estar defendiendo a un par de reos ni lidiar con la estupidez monumental de Francis Singh.  

   —¿Qué pasó allá atrás? —pregunté, cuando nos encontramos lo suficientemente lejos de los demás.

Ninguno de los dos contestó.

   —¿¡Qué demonios pasó!? —exigí saber, alzando un poco la voz.

   —Ese soldado comenzó a molestarnos —se apresuró a explicar la chica, acusando a Francis sin siquiera titubear—. Primero nos empujó hacia un montón de zombies y después nos arrinconó en ese callejón.

   —¿Cómo fue que terminaste con los pantalones abajo? —le recriminé a Noah.

   —Ellos… —El chico dudó, parecía estar meditando sobre si contarme o no la verdad—. Ellos amenazaron con…

   —Me amenazaron a mí —interrumpió Siete—. Dijeron que iban a matarme si Noah no obedecía —confesó—. Fue mi culpa, él sólo me estaba protegiendo. Lo siento… —se disculpó y luego susurró, con voz más bajita—: Te debo una, Noah.

Observé al chico que caminaba a mi lado, lanzándole una rápida mirada de aprobación. Él no tenía cómo saberlo, pero probablemente Francis habría cumplido su palabra si él no hubiese accedido a su petición. Probablemente el muy cabrón habría inventado una historia después para quitarse responsabilidad, algo así como que la chica los había atacado, había intentado escapar o que un infectado había logrado atraparla.

Y, aunque yo dudara de sus palabras, sabía que el resto de mis compañeros, quizás salvo Tadder, ayudaría a encubrirlo. En las mentes de estos hombres ni siquiera existía la posibilidad de hacer justicia a favor de unos prisioneros.

Mis reflexiones sobre la asquerosa moralidad de los cazadores, de la cual yo tampoco zafaba y ciertamente compartía muchas veces, se detuvieron cuando nos encontramos frente a la cortina metálica, o lo que quedaba de ella, de un gran almacén. Estaba abierta, más bien parecía que la habían arrancado de cuajo y se hallaba destrozada en el suelo. Desenfundé mi arma y di el primer paso, abriéndome camino entre escombros dejados por una entrada forzosa y violenta y comenzando a armarme una idea en la cabeza de lo que había pasado.

Dentro vi claras huellas de que hubo algo antes en ese lugar, pero que ya no estaba ahí; camas desechas por todas partes, un tendedero de ropa vacío que cruzaba el sitio de punta a punta, un par de cocinas a gas y algunos bidones de agua. Existió algo, alguien, algunos. Comunidad.

Estábamos en el campamento que vinimos a buscar, pero ya no quedaba nada de el.

Lo habían arrasado por completo.

Terminé de comprobarlo cuando, a lo lejos, divisé un grupo de cuerpos apilados en una especie de torre. Brazos, piernas y un montón de cabezas con una fisura de bala.

   —¿Qué es este lugar…? —preguntó Noah.

No contesté y seguí caminando, recorriendo mi alrededor con la vista y buscando señales de vida. Pero todo parecía tan vacío y tan muerto que me planteé la idea de que ese almacén había sido atacado hace varios días ya.

Me detuve de golpe y giré sobre mis talones, para mirar a mis acompañantes. Ellos también frenaron.

   —Tienen que aprender a defenderse si quieren sobrevivir y convertirse en uno de nosotros… —solté de repente. Estábamos en un lugar masacrado y vacío. No había nadie que nos viera. Los chicos se miraron entre ellos y se acercaron el uno al otro, temerosos, por alguna razón—. Por ejemplo, tú… —apunté a número Siete—. Atácame.

   —¿Q-Qué? —titubeó ella—. ¿Aquí? ¿Por qué?

   —Esa vara que tienes en las manos es un arma. Atácame.

Ella pareció dudar y dirigió sus ojos de un lado a otro, analizando la situación, recorriendo el sitio en donde nos encontrábamos y, al darse cuenta de que estábamos completamente solos, pareció entender mis intenciones. Tanto ella como Noah me caían bien, por alguna razón que ni siquiera me cuestionaba, para no pensar en ello y así no caer en autocríticas que acabarían volviéndome loco. Quería que sobrevivieran, quería que lograran pasar las pruebas que este sistema nuestro les tenía por delante. Muy en el fondo y aunque no lo expresara, quería que ambos lograran convertirse en cazadores.

Era la única forma que tenían de salir vivos de esta.   

Y número Siete lo sabía perfectamente.

Ella corrió hacia mí, con el bastón frente a su rostro y apretó los ojos cuando intentó darme un golpe con el. Me agaché, esquivándola fácilmente y tomé una de sus piernas para hacerla caer al suelo.

   —De nuevo —ordené. 

La chica se levantó y volvió a atacarme, pero esta vez cambió de estrategia y en el último momento se inclinó, para lanzar el golpe hacia mis canillas. Salté para evitar la vara y caí antes de que ella pudiese ejecutar otro movimiento y la empujé, tirándola al piso otra vez.

   —¡No es suficiente! —bramé, sonriendo ante lo patética que se veía Siete sobándose la espalda—. ¡Tú, Trece! ¡Ven acá! —le grité a Noah, quién hasta ese momento sólo había estado observando. Él apretó el bastón entre sus manos y soltó el aire, mirándome atentamente y preparándose de inmediato para atacar—. Ven…. —le provoqué, llamándolo con mi dedo índice.

Corrió en mi dirección y no lo dudó un sólo segundo. Él sólo intentó atacarme sin pensar, dirigiendo la vara directamente a mi cabeza. Puse los brazos sobre mi cara para recibir el golpe con ellos y así contraatacar, encestando un puñetazo en su estómago.  

   —No…. —le regañé, sujetándolo por el hombro para que no cayera al piso. Le oí tosiendo por mi puño hundiéndose en la boca de su abdomen, pero él no se movió—. No lo estás haciendo bien —estiré el brazo y abrí la mano—. Siete, tu bastón —pedí. Ella, sentada en el suelo, todavía recomponiéndose del porrazo que se había dado, me lo lanzó y yo lo atrapé en el aire—. Vamos, en guardia de nuevo.

Él retrocedió un par de pasos y volvió a tomar posición.

   —La gracia está en que ustedes sean el arma, no lo que sea que estén sosteniendo en sus manos… —dije, mientras esperaba que él decidiera su próximo movimiento—. Ya sea una pistola, una vara, una botella, un vate o un cuchillo, ustedes deben convertirlo en una extensión de su propio cuerpo.

   —¿Una extensión? —preguntó Sam.

  —Sí, tienen que sentir que el arma que sujetan es parte de ustedes —me puse en guardia cuando noté que Noah iba a atacar otra vez. Él saltó e intentó clavarme la vara en el cuello, pero no funcionó, pude evitarlo y acabé dándole un bastonazo en el culo. El chico soltó un bufido de frustración—. No te estás moviendo junto a la vara —le corregí—. Vas en sentido contrario, sincroniza tu cuerpo.

Se alejó de mí, jadeando. Estaba enojado, podía verlo en su rostro; en sus cejas cortadas y fruncidas, en su mirada azul punzante, en su mandíbula tensa y la mueca de sus labios. Parecía que me estaba odiando en ese momento, pero, de alguna forma, entendí que esa ira no estaba dirigida a mí.

   —Cuervo nunca dejará de molestarte si no aprendes a defenderte —le provoqué.

Él gruñó de una manera profunda y gutural, casi como un animal.

   —Vamos, Noah —seguí—. Atácame como lo atacarías a él.

En ese momento, aquella vara de madera pareció transformarse en una espada y él lanzó un corte en mi dirección que alcancé a bloquear con mi arma. Cambió de posición rápidamente y arrojó otro golpe que también esquivé.

   —¡Vamos, hombre! —le grité—. ¿¡Eso es todo lo que tienes!? —Otro golpe y otro. Ambos logré evitarlos. Pero entonces vino otro que me costó sortear más, porque fue realmente violento y mortífero, como si hubiese querido matarme. Me sorprendí al ver a Noah clavándome la mirada en los puntos débiles de mi cuerpo y tuve que cambiar de guardia antes de que me golpeara el cuello. Me estaba analizando, intentando buscar grietas y aberturas en mis defensas, pero su cuerpo todavía no podía reaccionar a la velocidad que su mente le exigía—. ¡Vamos! ¡Golpéame otra vez! —seguí atosigándolo con mis provocaciones—. ¡A este paso no podrás defenderte de nadie! ¡Ni siquiera de ese cabrón de Francis!  —Él obedeció y su bastón logró rozarme un hombro. Si hubiese sido un arma de verdad, él fácilmente pudo haberme desgarrado la ropa y cortado la piel.

Me distraje y no vi cuándo dejó caer el arma, atrapó mi rostro entre sus manos y punzó con sus pulgares dentro de mis párpados, dejándome ciego.

Caí al suelo, él sobre mí. No me soltó.

   —¡Eso es jugar sucio, rata asquerosa! —reí y busqué a tientas su cuello para apretarlo, una sola vez; en una agresión rápida, fuerte y precisa. Le oí ahogándose por un segundo y la impresión le obligó a dejarme en paz. Me impulsé hacia adelante, para invertir la posición y atrapé su cuerpo entre mis piernas y le sujeté por las muñecas—. Me gusta —dije, sin poder verlo todavía. Él había hundido sin dudar sus dedos sucios al interior de mis ojos y la mugre que seguramente había dejado me obligó a pestañear más de la cuenta. Intentó moverse y yo me incliné sobre él para inmovilizarlo por completo con mi peso—. Me gusta —repetí—. En este mundo ya no existen reglas de camaradería estúpida que respetar… —susurré contra su oído—. Y tú pretendes romperlas todas, muy bien… ¡a-ah! —gemí. El muy cabrón me había mordido la oreja y el dolor fue como una suave y cosquilleante corriente eléctrica que me recorrió desde la cabeza a los pies y me obligó a soltarle los brazos. Me alcé, sentándome sobre él y me llevé ambas manos a la zona donde todavía podía sentir el palpitar de sus dientes—. ¿¡Qué demonios te pasa, salvaje!? —le reclamé.  

Pero él no contestó y, en cambio, volteó el rostro hacia un lado y apretó labios y ojos, nervioso, incómodo y asustado. Incluso le sentí temblando bajo mis muslos.

Entonces me di cuenta de que estaba sentado justo sobre su entrepierna. Y que el contacto y el roce con mi cuerpo debieron haberlo aterrorizado.

Me aparté bruscamente y me hice a un costado.

   —Lo siento —me disculpé.

   —Perdón —masculló él.

Oí un estruendo, un grito y un disparo pasó muy cerca de nosotros.

   —¡No! —chilló Siete. Un tipo al que no sentí llegar, por estar entreteniéndome con Noah, la había reducido y la tenía agarrada del cuello, mientras le apuntaba con una pistola—. ¡D-Déjame!

Sujeté una vara y me levanté del suelo lentamente, para no alarmar más la repentina situación. Noah me siguió.

   —Tranquilo, hombre… —comencé, levantando las manos en son de paz—. Déjala ir.

Sentí algo frío sobre mi cabeza.

   —¡Quieto ahí ustedes dos! —gruñó alguien, demasiado cerca. Me estaban apuntando a mí también—. ¡Suelta ese palo! —miré hacia un costado, otro hombre también estaba apuntando a Trece.

«Mierda…»

Tiré el bastón al suelo. Joder, ¿en qué momento habían entrado? ¿O es que ya estaban dentro cuando nosotros ingresamos?

   —Tranquilos todos... —intenté calmarlos—. Nosotros sólo estamos aquí de paso.

   —¿Crees que somos idiotas? —gritó el sujeto que tenía a Siete apresada. Noté que su mano había descendido un poco y ahora se encontraba más abajo, a punto de tocar sus pechos—. ¡Reconozco esa cicatriz! ¡Eres un cazador!

El hombre que tenía detrás bajó el arma y me la clavó en el centro de la espalda.

   —¡Eres de los que nos hicieron esto! —gritó sobre mi oído.

   —Vamos, vamos, chicos…. —me excusé, sin bajar las manos. Él estaba a punto de plantarme una bala en la columna y yo no conocía muy bien la razón, sólo la sospechaba—. Nosotros acabamos de llegar. No les hemos hecho nada.

   —¡Los cazadores arrasaron con nuestro campamento! —chilló.

«Ah, ahora todo tiene más sentido…», pensé.

   —No sé quiénes fueron… —contesté—. Habrá sido otro escuadrón.

¿Leo, tal vez? ¿Cuándo? ¿Por qué Cuervo no había sido notificado? ¿O acaso ese hijo de puta lo sabía y otra vez nos había enviado a una misión suicida sólo por el gusto de joderme la existencia?

El hombre que me apuntaba enterró con más rabia el cañón del arma contra mi espalda.

   —¡No te creo! —rugió.

   —Bien, bien, no me creas… —comencé, medio riéndome—. Pueden matarnos a los tres aquí y ahora, pero afuera les espera todo un pelotón de hombres. O pueden bajar las armas y largarse silenciosamente —Mientras hablaba, comencé a mirar a Siete, para que me prestara atención—. Verán, no puedo hacer nada con sus muertos… —seguí y le hice un gesto, o más bien una mueca, cuando ella me vio a los ojos—. Pueden empezar de nuevo, ¿saben? Podrían extenderse en otro lugar, sin necesidad de ser acribillados por un grupo de soldados.

El bastón de Siete estaba bajo sus pies.

Sólo tenía que tomarlo.

Ella pareció entenderlo.

   —¿Cuántos hombres están contigo? —preguntó uno de ellos. Tardé en responder y crucé una mirada con Noah. Él también comprendió lo que iba a hacer y asintió discretamente con la cabeza.

   —Once —contesté—. Pero, verán… ustedes tienen suficiente conmigo —me agaché, desenfundé mi arma y le disparé al sujeto que estaba amenazando a Noah. En ese momento, los otros dos reaccionaron y Samantha levantó el bastón con su pie, lanzándolo hacia ella. Giró sobre sus talones y golpeó al hombre en la cabeza. Buena chica.  

   —¡Hijo de…! —El hombre que estaba tras de mí intentó dispararme, pero alcancé a sostener la boca del cañón del arma y alejarla de mi cuerpo, haciendo que el tiro se desviara hacia otro lado. Era mi oportunidad, le di un puñetazo con todo lo que tenía y lo tiré al suelo. Pero no fue suficiente, él parecía un tipo fuerte y me golpeó cuando me abalancé sobre él. Me monté encima y forcejeamos, él por apuntar y dispararme y yo por quitarle la pistola de las manos—. ¡Voy a matarte! —bramó, mientras yo lograba desarmarlo. Lancé el arma lejos y en ese momento busqué la mía y quise dispararle, pero él me dio un cabezazo que me aturdió por algunos segundos y me ennegreció la vista.

 

Me agarró la muñeca, estrujándola y obligándome a soltar el arma. Entonces, le sentí sujetándome por la camiseta para lanzarme lejos y hacerme volar a varios metros de allí. Caí duro, con la espalda contra el piso y oí varias vértebras sonando, como si fueran a romperse. Él corrió hacia mí y me cayó encima. Era pesado, mucho más pesado que yo. No iba a poder quitármelo.  

   —Si voy a ser asesinado por un pelotón de imbéciles como tú, prefiero llevarme a tres de ustedes a la tumba… —gruñó el hombre, con las manos alrededor de mi cuello. Yo sujeté las suyas, intentando quitarlas.

   —Ellos son prisioneros… —jadeé, rasgándole la piel de los brazos con las uñas.

   —Entonces les daré libertad —me apretó, como si estuviera aplastando una bolsa de malvaviscos con sus dedos. Sentí el rostro caliente y cómo la sangre se me estancaba ahí. No podía respirar—. Malditos cazadores. Voy a cargármelos a todos por lo que nos hicieron…

Oí el ruido de un disparo y, a los pocos segundos, el hombre que me estaba asfixiando zafó su agarre y se desplomó sobre mí. Respiré, profunda y agitadamente, intentando con desesperación tragar todo el aire que sus manos me habían quitado y levanté la cabeza para mirar al frente. Vi que Noah estaba sosteniendo un arma, mi arma. Él lo había matado.

Los otros dos también estaban muertos.

   —Noah… —comencé, arrastrando los fonemas de su nombre cuando noté que él todavía tenía los brazos estirados y apuntaba en mi dirección, alto, para darme en la cabeza—. Suelta el arma, Noah —ordené. Él me observó, clavándome la mirada y relamiéndose los labios. Estábamos lejos del resto de mi equipo y yo tenía un cadáver encima que no me permitía moverme libremente. Si él me disparaba ahora, él y la chica podrían huir y perderse para siempre. Si me disparaba ahora, él podía librarse de Cuervo. Si él me disparaba, su infierno llegaría a su fin—. Suelta el arma… —repetí.

Podía comprender si él me disparaba.

Por un momento, esperé a que lo hiciera.

Pero él tiró la pistola al suelo y corrió hacia mí. Sentí cómo me quitaba el cuerpo de ese hombre de encima y la presión que ejercía sobre mi pecho se fue, permitiéndome respirar correctamente y soltar todo el aire que sin darme cuenta había sostenido en mis pulmones cuando vi al chico apuntándome.   

   —¿Estás bien? —me preguntó, tendiéndome la mano.

La tomé.

«¿Qué diablos acabas de hacer?», pensé.

   —Sí… —respondí, mientras me ponía de pie y me limpiaba la mugre de los pantalones—. Me salvaste, gracias.

   —Eso estuvo cerca… —farfulló, con un intento de sonrisa nervioso asomándose en su rostro. Tras su hombro, vi a la chica, Siete, observando la situación con una mezcla de sorpresa y espanto. Supe lo que estaba pensando:

«Si le hubieses disparado, podríamos haber escapado»

Y sé que Noah también acababa de darse cuenta de ello. Vi el conflicto interno reflejado en su cara; la confusión y el autorreproche. Noté que intentaba convencerse de que había hecho lo correcto y al mismo tiempo se criticaba el no haber disparado.

¿Qué habría hecho yo si la situación hubiese sido al revés? Si él fuera el cazador y yo el reo. Si él sujetara mis cadenas y yo estuviera a una bala de liberarme de ellas. ¿Le habría disparado?

Caminé hasta mi arma y la tomé, guardándola en su funda. También me quedé con las armas de los tipos que nos habían atacado. Había dos en el suelo.

   —Falta una… —mascullé, mirando directamente a número Siete. Sabía que ella la tenía—. No puedo dejar que la lleves y lo sabes —Ella levantó el arma y la apuntó hacia mí. Yo tenía dos pistolas en las manos y pude haberle disparado, pero no lo hice—. Si me matas, podrían intentar escapar. Pero los demás los seguirán y sabes muy bien los infiernos que acabarán provocándoles. No van a perdonarlos…

   —Suelta el arma, Sam —dijo Noah a mis espaldas.

   —Déjanos ir… —ordenó la chica.

   —Tampoco puedo hacer eso… —negué con la cabeza—. Porque entonces el castigo caerá sobre mí y no estoy dispuesto a soportarlo —guardé las pistolas que sostenía, sujetándolas en mi cinturón y levanté ambas manos—. Baja el arma, Samantha. Es lo más sensato... —moví, con cuidado, una mano hacia ella y abrí la palma, para que me la entregara—. Eres inteligente y la chica más fuerte que haya visto —confesé—. Pronto serás uno de nosotros y podrás ser libre.

   —¿Tú eres libre? —me preguntó.

«No, en absoluto», pensé en responderle. Estaba tan preso como ellos.

Pero asentí con la cabeza.

Ella me miró, con los ojos llorosos y me entregó el arma.

   —No le hablaré de esto a nadie, ¿está bien? —dije, recibiéndola en mis manos y guardándola junto a las otras—. Aquí no ha pasado nada.

   —Lo siento… —masculló la chica.

   —Está bien, hiciste lo correcto… —pasé de ella y seguí adelante—. Ellos los habrían cazado hasta matarlos si me hubiesen disparado.

O tal vez no. Ambos eran fuertes y hábiles. Quizás ellos habrían logrado burlar a mis compañeros y darse a la fuga.  

   —Tomen sus varas y volvamos con el resto… —les ordené—. No habrá fiesta hoy. Al parecer, este era el lugar que buscábamos y alguien más se cargó a todos estos bastardos.

Los oí caminando tras de mí, casi en completo silencio y apenas murmurando entre ellos. Discutían entre cuchicheos. Ambos parecían muy nerviosos y asustados todavía y supuse que podía comprenderlos; esos dos pobres diablos tuvieron la oportunidad de salir huyendo y no lo hicieron. Aquella decisión pudo haber significado el peor error de sus vidas o una perfecta ocasión que acababan de desperdiciar. No me extrañaría que, desde ahora, el pensamiento de “¿qué habría pasado si…?” no les dejara tranquilos por varios días.

Pero eso no era de mi incumbencia. Por mi parte, bien pude haber acabado muerto. Pero la suerte o, mejor dicho, la indecisión del chico al que oía disculpándose a mis espaldas por alguna razón que no podía entender, me había salvado.

En ese momento volví a preguntarme:

«¿Qué habría hecho yo si la situación hubiese sido al revés? ¿Habría jalado el gatillo?»   

Otra vez no encontré una respuesta.

 

Notas finales:

NO, BRANN BB. LA RESPUESTA ES NO. 

Sí, Francis es un asqueroso que les gusta cogerse muertos (y Noah bb casi pasa un mal rato por eso) 

Sí, fue Leo quién arrasó con el campamento. 

Branwen casi vale verga, 3 veces xDDD

¿Críticas? ¿Comentarios? Pueden dejar todo en un lindo -o no tan lindo- review :) 

Saludos! 


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