Se encontraba tumbado en la cama, mirando al techo desde hacía ya unas cuantas horas. El verano había terminado y tendría que volver a las clases al día siguiente. No es que le molestara especialmente, de hecho, le gustaba su carrera pero había gente a la que no tenía ninguna gana de ver.
Portgas D. Ace iba a comenzar su tercer año de universidad, futuro licenciado en químicas. No era ni un estudiante brillante ni uno pésimo, más bien se mantenía en una media aceptable, un estudiante del montón. Vivía con su hermano, Sabo, quien era profesor de secundaria, pues había terminado la carrera hacía dos años y llevaba uno trabajando en un instituto. Hacía sólo un par de días que ambos habían vuelto de su pueblo natal, donde habían pasado el verano en compañía de su familia, especialmente su hermano pequeño, Luffy, el cual no quería estudiar ninguna carrera, pues había preferido seguir los pasos de su abuelo y convertirse en policía. Tanto Sabo como Ace tuvieron que mudarse a una ciudad más grande en la que pudieran asistir a la universidad, puesto que su pueblo era demasiado pequeño y no contaba con una. La ciudad estaba a varias horas en coche por lo que, como no podían ir muy seguido (ni siquiera los fines de semana merecían la pena) aprovechaban los veranos y los períodos largos de vacaciones para “volver a casa”.
Tumbado como estaba, con los brazos tras la cabeza, comenzó a pensar en el verano que había vivido. En general había estado bastante bien, había disfrutado mucho de la compañía de su familia, pero había algo que le formaba un nudo en la garganta cada vez que pensaba en ello. A mediados del curso pasado, Ace había empezado a salir con una chica de un curso anterior al suyo. Se conocieron en una de las tantas fiestas que organizaban los universitarios. Ella era bastante mona y parecía estar realmente interesada en Ace, quien, alentado por su hermano y los amigos de ambos, no la rechazó en ningún momento. Después de aquella noche, todo había sucedido sin que él apenas se diera cuenta. De repente, se esperaban a la salida de las clases, quedaban los viernes para ir al cine y a cenar e incluso él ya conocía a sus padres. Él se decía a sí mismo que estaba realmente bien con ella, que era feliz y que esto era lo que él quería. Pero, cuando terminó el curso y se marchó de vacaciones por todo el verano, ella se había despedido de él entre lágrimas pues no podrían verse ya que ella viajaría con sus padres y sus hermanos, como cada verano. Sin embargo a Ace apenas le importó. En lo único en lo que pensó era en que echaría de menos el sexo.
Ése era el problema. El sexo. Sin tener la intención real de engañar a su novia, Ace había mantenido relaciones sexuales con una chica del pueblo y, si bien tenía clarísimo que de ahí no iba a pasar, no recordaba que el sexo fuera tan bueno con su novia. Por supuesto la chica no sabía nada de esto y Ace rezaba porque no se enterase nunca, ella no lo merecía. Pero no podía evitar pensar que algo de culpa tenía. Se había pasado todo el santo verano llamándole tres o cuatro veces al día, mandándole mensajes y enfadándose si éste no respondía. Uno de esos días, absolutamente harto de la situación, dejó el móvil en la habitación y se fue con sus hermanos a tomarse unas jarras. Podría utilizar la excusa del alcohol, pero estaba totalmente seguro de que sólo era eso: una excusa. Esa noche fue la primera noche que la engañó. Y era totalmente consciente de ello. En cuanto vio a la chica en la taberna supo que la deseaba con desesperación. Y por cómo le miraba ella, sabía que el sentimiento era mutuo. Poco tardaron en encontrarse en uno de los baños del local y dar rienda suelta al deseo. Después de eso, sus encuentros se sucedieron con bastante frecuencia. Sabo y Luffy le recriminaron su comportamiento, no estaba bien lo que estaba haciendo, no lo estaba en absoluto. Pero él ignoró los consejos de sus hermanos. Y no es que él se sintiera o no culpable, simplemente no le importaba demasiado. Es decir, él quería a su novia y no quería que ella saliera herida, pero pensaba que mientras ella no se enterase de nada, él podría disfrutar de un sexo estupendo y ella seguiría siendo feliz. Ojos que no ven, corazón que no siente. Una vez incluso llegó a contestar una llamada de su novia mientras estaba en la cama con su amante… sin siquiera parar para contestar. Sólo tuvo que decir que había estado haciendo ejercicio y que por eso tenía la respiración entre cortada. ¿Y esos gemidos?- Nada, cariño, un calambre en el gemelo. Y ella seguía siendo feliz y él… bueno, no se quejaba.
Cuando acabó el verano, Ace se despidió de su amante y ambos acordaron que todo lo que había pasado entre ellos se quedaría en ese verano. Fin. Probablemente no volviera a verla puesto que ella ese año marchaba también a la universidad y no quería volver al pueblo. Para suerte de Ace, marchaba a una ciudad diferente a la suya por lo que ignorar su existencia será rematadamente sencillo. Pero ahora debía reencontrarse con Lara, su novia. Sus hermanos habían prometido no decir nada pero aún así le aterraba que ella se enterase de lo que había estado haciendo todo el verano. Ciertamente no quería que sufriera y bueno… podría sonar como un cabrón pero si Lara le dejaba él se quedaría sin sexo y no tenía ninguna gana de tener que buscar a otra chica para tal asunto. De vuelta a la ciudad le había comentado esto a su hermano Sabo, que iba conduciendo el coche que ambos compartían.
-Ace, creo que tienes un problema. Tío pareces un obseso sexual. ¿No te das cuenta? No es sólo que no quieras a Lara o que el sexo con ella sea o no satisfactorio. Tu puñetero problema es que el sexo no te llena. Parece que siempre necesites más y más. Como si siempre tuvieras hambre y por mucho que comieras no consiguieras saciarlo.
-¿Y qué hay de malo en eso, Sabo?
-De momento has engañado a una persona a la que se supone que quieres.
-¿A qué ha venido ese “se supone”? No me gusta ese tono…
-Ha venido a que no estás enamorado de ella. No lo has estado hasta ahora y no vas a estarlo nunca. Y ella está totalmente loca por ti. Hazle un favor, Ace. Déjala. Dile que este verano has visto las cosas con perspectiva, pero no sigas por aquí. Porque cualquier día saldrás y volverás a irte con otra a un baño y antes o después… ella se enterará. Y será demasiado tarde. No sabes cabezón, Ace, déjala libre.
-Ni que tú sí estuvieras enamorado de ella.
-No digas tonterías, Ace. Sabes que a mí no me gustan las mujeres. Pero ella me cae bien. Es buena chica y no quiero que la hagas sufrir.
-Haré lo que tenga que hacer, Sabo.
-Me parece perfecto, Ace. Ya eres mayorcito para saber dónde está tu lugar. Pero luego, cuando todo se complique, cuando ella se acabe enterando de todo, porque lo hará, no vengas llorando.
-¿Lo hará? ¿Se lo vas a contar tú?- dijo arqueando una ceja.
-No, por supuesto que no. Ella es mi amiga pero tú eres mi hermano. Sólo espero que sepas lo que haces y que luego no te arrepientas de tu actitud caprichosa.
-Mira, déjalo, Sabo. No sé ni para qué te cuento nada. -Y así siguieron su camino hasta llegar a casa sin volver a dirigirse la palabra.