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Entre el Fuego y el Hierro por lizergchan

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Disclaimer: Los personajes del Hobbit no me pertenecen, sino a su autor J.R.R. Tolkien. Este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Personajes: Bilbo, Smaug, Thorin, entre otros.

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene Slash, y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

 

Resumen:Bilbo es salvado de ser vendido cómo esclavo, por Smuag, príncipe de los dragones, juntos, emprenden un viaje que los hará descubrir nuevos sentimientos, pero, ¿qué sucede cuando nuestro querido Hobbit conozca al Thorin, rey bajo la Montaña?

 

 

Beta: Lily Black Watson.

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

Entre el  fuego y  el hierro

 

 

 

Capítulo 5.- Eredor

 

 

 

 

Caillech se encontraba en la gran terraza del castillo de Thorin, desde ahí, se podía apreciar las casas del pueblo enano y más allá —gracias a sus ojos de dragón—, la ciudad del lago. Una fina columna de humo escapó por sus fosas nasales. Esa mañana había llegado un mensaje de su hijo; era extraño que Smaug se preocupara por alguien a quien recién conocía y eso, la intrigaba.

 

 

—Caillech, ¿te encuentras bien? —Dis estaba preocupada por la ausencia de Smaug, él y Thorin siempre se molestaban mutuamente, sin embargo, eran unidos y nunca, uno de ellos dejaba pasar sus reuniones.

—Sí. Solo estoy un poco confundida por el proceder de mi hijo —suspiró —. Espero que no haga ninguna tontería.

 

La reina dragón confiaba en su primogénito, sin embargo, viajar al otro lado de la tierra media, únicamente para asegurarse que un… mediano llegara a salvo a su hogar, era algo tan poco común en Smaug, que Caillech comenzaba a preguntarse qué clase de magia tendría aquella criatura para haber domado a su hijo.

 

 

 

Bilbo observó confundido a los elfos de Lord Elrond, colocar una especie de silla sobre el lobo de Smaug, quien parecía no molestarse por la cercanía de estos.

 

—Él jamás había dejado que nadie lo montara, ¿sabes? —dijo Elrond colocándose al lado de Bilbo —. Ni siquiera Thorin ha tenido el honor.

 

El hobbit, se sonrojó por alguna razón que no comprendió.

 

Los dragones eran las criaturas más poderosas en la Tierra Media, tener a uno de ellos entre las filas de tu ejército, podría marcar la diferencia entre ganar o perder. Sin embargo, eran orgullosos y no permitían que cualquiera los montara, bajo ninguna circunstancia;  sólo Galadriel, había tenido tal honor y precisamente de la misma reina Caillech, pero ni siquiera la elfa lo hizo en una silla especialmente diseñada para dicho propósito. El que Smaug mismo hubiese pedido a Lord Elrond, crear una montura que le hiciera el viaje lo más placentero posible al mediano, era todo un acontecimiento.

 

Cuando la montura se hubo terminado y las provisiones colocadas, estratégicamente, a la mano del hobbit por si durante el vuelo le apetecía un bocadillo, se prepararon para la partida. Agradecieron a Lord Elrond por su ayuda y partieron rumbo a la Comarca.

 

—¿Estás listo? —dijo Smaug; su voz gruesa y potente. Bilbo se sentía intimidado ante el enorme e imponente cuerpo del dragón, que lo hacía sentir aún más pequeño e insignificante de lo que ya se sentía cuando su amigo tomaba figura humana.

—Sí —respondió no muy seguro de ser escuchado. Era aún más pequeño que la más pequeña de las garras del dragón; sin embargo el príncipe le escuchó con claridad.

 

Smaug levantó el vuelo; sus alas, causaron un poderoso ventarrón, que arrancó varios árboles de raíz. Al principio, Bilbo sintió pánico por el brusco despegue, pero la montura —que era más parecida a una especie de tienda—, protegía al hobbit del clima y le brindaba ciertas comodidades.

 

La Comarca estaba lejos de los dominios de Lord Elrond, sin embargo, Smaug era veloz y el viaje tan sólo duro poco menos de día y medio.  Bilbo alcanzó a otear la Comarca a lo lejos, y el dragón aterrizó, volviendo a tomar la forma humana; guardaron la montura, pues, la volverían a utilizar pronto y ninguno deseaba que la robaran.

Faltaba un kilómetro para entrar a la Comarca; mientras caminaban, Bilbo le contó historias sobre su hogar y la gente que lo habitaba. Y así cruzaron el puente y pasaron el molino junto al río, y llegaron a la mismísima puerta de Bilbo.

 

—¡Bendita sea! ¿Qué pasa? —gritó el hobbit. Había una gran conmoción, y gente de toda clase, respetable, y no respetable, se apiñaba en la puerta, y muchos entraban y salían, y ni siquiera se limpiaban los pies en el felpudo, como Bilbo observó disgustado. Si él estaba sorprendido, ellos lo estuvieron más. ¡Había llegado de vuelta en medio de una subasta! Había una gran nota en blanco y rojo en la verja, manifestando que el veintidós de junio los señores Gorgo, Gorgo y Borgo sacarían a subasta los efectos del finado señor don Bilbo Baggins, de Bag End, Hobbiton. La venta comenzaría a las diez en punto. Era casi la hora del almuerzo, y muchas de las cosas ya habían sido vendidas, a distintos precios, desde casi nada hasta viejas canciones (como no es raro en las subastas). Los primos de Bilbo, los Sacovilla Baggins, estaban muy atareados midiendo las habitaciones para ver si podrían meter allí sus propios muebles. En síntesis: Bilbo había sido declarado "presuntamente muerto", y no todos lamentaron que la presunción fuera falsa. Hizo falta un dragón furioso para hacer que los hobbit regresaran hasta la más pequeña mota de polvo que hubiesen sacado del hogar de Bilbo.

Para asegurarse que la casa de Bilbo permaneciera intacta, el tiempo que el hobbit estuviese fuera; Smaug trajo un par de enanos de los alrededores y les pidió construir los mejores candados y reforzar las puertas; en el camino, fue interceptado por tres miembros del equipo de búsqueda que su madre había enviado. Sus formas draconicas no eran mayores en tamaño que un caballo, pero lo que les faltaba de envergadura, lo compensaban en velocidad y agilidad.

 

—Yo iré solo a la Montaña Solitaria —dijo Smaug. El trio de dragones se encontraba de rodillas ante su príncipe. Bilbo los observaba desde el interior de su casa, ocupado en preparar un banquete para los dos enanos y el cuarteto de dragones. —Necesito que ustedes vigilen el hogar de mi buen amigo, Bilbo, quien viajará conmigo.

 

Los tres dragones asintieron sin atreverse a contradecir a su príncipe, después de todo, él siempre cumplía su palabra.

Esa noche, tanto enanos como dragones, disfrutaron de una abundante y exquisita cena. Cantaron junto al fuego y Bilbo se maravilló con la voz de Smaug, que nada tenía que envidiar a la de los elfos. Durmieron en un suave lecho, ¡oh, cuanto había extrañado, Bilbo su reconfortarle cama!, y volvieron a llenar sus estómagos con deliciosos manjares por la mañana.

 

Luego del desayuno, Smaug despachó a los enanos, a quienes les pagó con una bolsa de oro y ambos partieron satisfechos, tanto por lo ganado, como por la abundante comida y hospitalidad del mediano.

 

El trío de dragones —cuyos nombres, Bilbo era incapaz de pronunciar y que decidió llamar: Rubí, Zafiro y Amatista, pues, sus frentes, estaban precisamente adornadas con dichas piedras, haciendo juego con el color de sus ojos—, eran alegres, demasiado inquietos y escurridizos, pero según el propio Smaug, confiables como ninguno.

 

—No se preocupe… —dijo Rubí con tono jovial.

—Nosotros cuidaremos bien… —continuó Zafiro en igual tono.

—De su hogar, señor Baggins —finalizó Amatista y los tres se inclinaron ante el hobbit.

—Se los agradezco mucho —Bilbo, no estaba tan seguro de dejar su casa al cuidado del trio, no porque desconfiara de ellos, pero, no le parecía correcto abusar de su amabilidad.

—No te preocupes, ellos no se quedarán —dijo Smaug al tiempo que ayudaba al trio a cerrar bien la casa de Bilbo —. Tú tienes las únicas llaves y necesitarían del aliento de dragón, para poder romper los candados o derribar las puertas.

 

El trio sólo pasaría por ahí con regularidad, para asegurarse que todo estuviera tal cual, Bilbo lo había dejado.

 

El viaje a Eredor no fue tan largo, ni tan pesado como Bilbo se lo imaginó, aunque claro, montado en un dragón tan imponente como lo era Smaug, cualquier distancia era poca. Al abrigo de su confortable montura, el hobbit se dedicó a contemplar aquel anillo mágico que había encontrado tiempo atrás.

 

Cada vez que Bilbo contemplaba la argolla, una extraña sensación lo embargaba. El anillo parecía tener una atracción mágica, embriagante, como una droga; ahora comprendía a aquella criatura que conoció en la montaña de los trasgos.

 

—Bilbo —la profunda voz de Smaug sacó al hobbit del hechizo del anillo. —Estamos por llegar a Eredor. El hobbit apartó inmediatamente la atención de su tesoro; lo guardó en su bolsillo secreto. Se inclinó levemente para apartar la gruesa cortina que le protegía del viento.

 

Bilbo contuvo el aliento; a lo lejos, podía apreciar una gran ciudad en el centro de un lago, y un poco más allá, una gran montaña, como el hobbit no había visto jamás; los relatos de Smaug se quedaban cortos con tal magnifica vista.

 

No tardaron mucho en llegar hasta la Montaña Solitaria. Aterrizaron en la plaza, donde una multitud de enanos se había reunido para recibir a sus visitantes.

Smaug volvió a tomar su forma humanoide, teniendo cuidado de no tirar su preciada carga.

 

La familia real de Durin se abrió paso entre los enanos, mientras que la reina dragón, había optado por sacar sus alas y volar, aun conservando la forma humana. Para el momento en que Caillech llegó al encuentro de su hijo; Bilbo ya había salido de la seguridad de su refugio.

 

—Madre —dijo Smaug, haciendo una reverencia. Fue obvio para el hobbit el gran respeto que su amigo sentía por ella.

—Ya era hora de que llegaras —habló la mujer con severidad, pero Bilbo fue capaz de captar el gran amor que esas palabras llevaban. Poco después, Thorin, su hermana y los hijos de ésta, se acercaron.

—Llegas tarde —fue lo primero que dijo Thorin —. Seis meses tarde —Smaug bufó y se encogió de hombros.

—Viejos enanos, hablando de antiguas glorias. Nada que no hubiese visto en anteriores ocasiones —respondió el dragón. —Quería evitarme morir de aburrimiento, así que decidí aprovechar mejor mi tiempo en algo más… agradable.

—Como en tu acompañante —dijo Dis, haciendo que Bilbo se sonrojara, pues, de un momento a otro, la atención de ambas casas reales, se centraron en él.

 

Thorin miró a la criatura junto a Smaug; era más pequeña que un enano, de grandes pies peludos. Carecía de bello facial, pero su cabeza estaba coronada por una mata de pelo castaño y rizado, sus ojos eran verdes, mucho más hermosos que cualquier jade que el rey enano hubiese visto jamás.

 

—Bilbo Baggins, a su servicio —se apresuró a decir el hobbit, sintiéndose un poco cohibido por la penetrante mirada de Thorin.

—Thorin hijo de Thrain hijo de Thror, Rey bajo la Montaña —hizo una leve inclinación con la cabeza y sonrió —, al tuyo.

—Sí, sí, mucho gusto, blablá —dijo Smaug, ocultando a Bilbo detrás de su cuerpo y dedicándole una mirada molesta al rey enano —. Ahora, Thorin, se buen anfitrión y llévanos a nuestro aposento. Sí, mi buen amigo Bilbo se quedará conmigo, ¿no es verdad, querido Bilbo? —el aludido asintió con la cabeza, más por reflejo que por otra cosas.

 

Caillech y Dis observaron la forma en que Smaug y Thorin se comportaban alrededor del pequeño Bilbo. Ciertamente, el hobbit poseía alguna clase de magia, que había logrado encantar al príncipe de los dragones, y ahora, al rey enano.

 

—Smaug. ¿Dónde están tus modales? —dijo Caillech en tono neutro —. ¿No piensas presentar al resto de nosotros? —el hobbit se puso rojo como tomate y se apresuró a hacer una reverencia ante ella. La reina dragón sonrió.

—Bilbo Baggin, majestad.

—Es un placer conocerte, pequeño —concedió la monarca —. Soy Caillech, madre de Smaug. Gracias por cuidar del irresponsable de mi hijo.

 

Bilbo se apresuró a decir que era él, quien debía agradecer a Smaug, pues éste lo había salvado en muchas ocasiones durante su viaje juntos. La sonrisa de Caillech se volvió más grande a medida que el hobbit relataba su historia. Finalmente, la casa de Durin pudo presentarse a su pequeño e inesperado invitado.

 

Tanto Dis como Caillech decidieron que vigilarían a Smaug y a Thorin, pues, ambas tenían sospechas sobre lo que pudieran hacer alrededor del mediano, por otro lado, Bilbo, comenzaba a cuestionarse sobre si fue buena idea acompañar a Smaug, tal vez, debió quedarse en la Comarca, pero la idea de alejarse del dragón —por alguna razón—, le causaba gran angustia.

 

 

Continuará…

 

 

 

 

 

Ya sé, ni me digan. Tarde ¡años! En mi defensa, no he tenido inspiración, pero en estos últimos días comencé a retomar varios de mis trabajos estancados (Como es el caso de uno de mis fics del Origen de los Guardianes), en fin. Espero no tardarme tanto en actualizar.

 

Pórtense mal XD


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