2. ESTAMBUL
—¿Cambiaste la maleta? ¡Bien! Espero que tengas el número de la que utilizaste porque te juro que si la has perdido… no vivirás para contarlo, ¿sabes todo lo que va ahí? ¡Mi vida entera! —gritó a voz de cuello, tratando de disimular ante la mucha gente que estaba corriendo de un lado para otro en el aeropuerto de Estambul.
El joven de piel morena y cabellos castaños, ricamente ataviado, como un junior, con gafas Dolce & Gabbana, caminaba nervioso arrastrando tras de sí la maleta Louis Vuitton, recién salido del penitenciario de Atenas por falta de pruebas debido a un negocio turbio de lavado de dinero.
Ni siquiera se dio cuenta de que alguien caminaba sobre la misma línea que él, con los tickets de las maletas en la mano, uno de ellos casi hecho pedazos… chocaron estrepitosamente uno contra otro, de una forma ridícula y de tal talante que la mayoría de las personas ahí presentes tenían sonrisas socarronas en el rostro.
—¡Joder! Tienes la cabeza dura… —se quejó el moreno, en griego, llevándose la mano a la frente, donde se había golpeado contra Kanon.
—Si te hubieses fijado por dónde ibas… —levantó la vista y pescó sus cosas, le pasó las gafas de sol al extraño, habían salido volando, y hasta ese momento lo vio: guapo, cuerpo atlético, unos ojos verdes imposibles de olvidar.
—Lo siento —se disculpó el desconocido sonriéndole; menuda broma chocar tan aparatosamente con un extraño que además, tenía cara de… bueno de esos que se podía llevar a la cama sin mayor problema—. Aioros Deligiannis… —le extendió la mano y le devolvió el pasaporte que se había caído—, entonces te llamas Kanon Stefanes…
—¿También eres griego? —fue su sorprendida respuesta.
—Lo soy.
—Ya, disculpa… estos imbéciles han perdido una de mis maletas y ahora tendré que hacer todo un engorroso trámite para rastrearla y recuperarla, si es que la encuentran…
Encuentro fortuito y candente en 5, 4, 3…
—Dioses —jadeó Kanon reclinado en la cama, apoyado en los codos observaba al otro, a Aioros, entre sus piernas, hundiendo el apéndice de su cuerpo entre sus labios.
Tenía que reconocer que aquel condenado griego tenía chispa para coger, echaba chispas en la cama, entre otras cosas que echaba: buen sexo sin compromisos, más frecuente de lo que le gustaría reconocer.
Su estadía en Estambul se estaba convirtiendo, lejos de ser una búsqueda de noticias… en una exquisita investigación de hoteles de Gran Turismo, Hostales… y puteros; allá en donde se les antojara, ahí se metían… y, algunas veces, acababan follando de pie en los callejones sucios y oscuros de la ciudad.
Dos meses de puro placer y nada más que eso.
Y en esos dos meses ni un maldito mensaje de Saga. ¡Ni uno!, así que él tenía que tomar la iniciativa, como siempre.
Mientras Aioros estaba empinado, literal, en la cama, con su bellísimo trasero al aire y él lo estocaba desde atrás, cogió el móvil a discreción, tomó una foto desde arriba, artísticamente aérea, con una sonrisa de oreja a oreja, y la envió a su hermano con un único mensaje: “Espero que lo estés pasando tan bien como yo”.
—¿Me estás tomando fotos?
—No precisamente a ti…
—¿Estás tomándote fotos de…?
—Algo así…
—Si las subes a algún lado, cabrón, te reviento el culo de un plomazo…
Estaba seguro de que Saga estaría zurrado del coraje cuando viera la foto.