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Chandelier por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

¡Gracias a todos los que me leen y comentan! Seguiré contestando en esta noche reviews que se me habían acumulados un poco. Ya tengo escrito también el capítulo siguiente, así que lo estaré publicando pronto en cuanto avance con el que sigue. Me hace feliz saber que leen esta pequeña historia. De verdad, muchas gracias. 

El accidente fue una aparatosa tragedia. El auto golpeó de lleno contra el muro de la tienda de 24 horas. Toda la carrocería se dobló como si se tratase de un acordeón. El cuerpo de Defteros golpeó contra el vidrio con la cabeza y luego contra la puerta con el hombro. El cinturón evitó que de la fuerza del impulso saliera despedido del auto para chocar contra la pared. Aspros no contó con la misma suerte.

Las investigaciones arrojaron que había sido irresponsabilidad del conductor. Ambas víctimas tenían alta dosis de alcohol y estupefacientes en su cuerpo. El humo por el daño del motor, casi mataba a Defteros de asfixia. Su garganta resintió todos los gases inhalados, provocándole una ronquera permanente.

Defteros supo de la muerte de su hermano una semana después, cuando salió de urgencias. Tan mal estaba que ni siquiera fue capaz de escucharle un llanto. Aquello sonó como el gemido de una bestia trastocada en las costillas. 

Culparse o no de los sucedido era insuficiente. El problema es que Aspros no estaba y que Defteros conoció su tumba tres semanas después, cuando pudo visitarla con una pierna traspasada por varios tubos metálicos que dolían cada vez que llovía. El dolor de su rodilla había sido una de las consecuencias que quedaron de ese accidente. Su ronquera, la imposibilidad de su voz de escucharse como antes también.

Defteros había perdido mucho por una carrera, por un juego, por la adrenalina y el riesgo. Por creer que eran invencibles. Aspros arriesgó demasiado, y perdió todas sus fichas. Su tumba no dejó de recibir ramos de gardenias que no lograron apagar el silencio ni llenar el vacío.

Dohko aprendió a comprender todo eso y halló más sentido a sus palabras cuando escuchó todo lo que tenía que decir al respeto. Había tenido que invertir en muchas cervezas para lograr que soltara la lengua. Pero Defteros, por fin, había liberado la enmaraña de pensamientos que había albergado desde entonces. 

El apartamento en que vivía con él, era el mismo que había compartido con Aspros. Lo único que quedaba de todas sus pertenencias intactas estaba en la habitación de Defteros. Por eso no quiso cambiar el ventilador cuando este se averió. Por eso guardaba el cuadro de gardenias. Cada cosa era un luto mudo, tan mudo como la vida que había llevado desde entonces.  

Al soltar la botella para que descansara sobre la madera del bar, Dohko se replanteó muchas cosas. La principal es cuánto había aún de Aspros viviendo entre ellos y si era precisamente ese silencio una forma de su perpetua presencia. Sabía que Defteros había convertido a ese departamento en un santuario de vivencias irrepetibles.

—Entonces… ¿Por qué te acercarse a él? —Terminó por preguntar. Porque en la larga caravanas de cosas que Defteros había balbuceado gracias al alcohol esa no había tenido aún respuesta. Donde entraba Asmita en la relación.

Fue inevitable contar como lo había conocido. El modo en que se paró tras la línea amarilla, ofreciéndole el papel de fiscal. Sus ojos, de un gris con tonalidades celestes, o de celestes opacados de grises. Era difícil saber qué color prevalecía cuando se hundían en las luces reflejadas por el ambiente, ajeno a él. Ajeno a lo que podía ver.

Dohko masticó en silencio la posibilidad de que en cualquier momento, hubiera podido recibir la información de que Defteros había decidido acabar con su vida. Se dio el tiempo de imaginar el escenario y una especie de peso muerto cayó sobre su espalda tan solo de pensarlo. Saberse el dueño del departamento si eso ocurría no lo hizo más ligero de digerir, pero prefirió no emitir juicio alguno. No hasta que Defteros acabó con todo lo que decía.

En momentos como eso, supo que había personas que no podían dar el paso, no como cualquier otro. Un hombre que había quedado inválido, ¿lo haría sin reconocer los riesgos? Y un ciego… ¿entendería a lo que se está arriesgando? Para ambos escenarios las condiciones podrían ser irreales y captadas de modo muy personal. Ajeno a la realidad.

—Creíste que con solo alejarlo de ti, obtendrías lo que buscabas. —Le comentó, como si tratara de sintetizar tanta información—. Pero de lejos… ¿agradeciéndole qué? 

—No sé. El que estuvo allí.

—Yo creo que aún sin él, no hubieras saltado. —Defteros le dirigió la mirada enrojecida—. Él lo único que hizo fue hacértelo ver. Y lo mirabas…

—Para encontrarle un error.

—Sí. Querías estar allí para ese momento, conseguir el punto falso. ¿Lo encontraste?

Ni el que no lograra ver a tiempo los avisos, ni que tardara en cruzar la línea amarilla, ni que pasara sus dedos para caminar más de lo necesario buscando el librero, significó algo que señalar para él. Los pequeños errores enaltecían sus virtudes. Como si cada fragmento de cristal hubiera sido labrado a mano. Como si todo fuera parte del secreto de su belleza. Defteros comprendió eso.

También comprendió que si Asmita aceptó tan pronto y el amigo le había hablado sobre esos tips, también había encontrado algo en él. Para Defteros era un misterio desde cuándo y temía saber el porqué.

Sería ridículo tratar de pensar en cómo llegó al departamento, o incluso a la cama. Defteros cayó víctima de la embriaguez sobre el lecho, sin pensar en nada más. Aunque a veces sentía el peso de los labios que caían como lluvia sobre su rostro. Y no supo si se trataba de Aspros, o era el recuerdo de cada intento de Asmita cuando buscaba alcanzar sus labios aquella vez que se acostaron.

La alarma del otro día logró despertarlo de un sueño que estuvo lejos de ser reparador. Defteros despertó sudando, con la respiración entrecortada. Lo último que había escuchado había sido la voz de su hermano repetirle que todo estaría bien. Pero había sido tanto tiempo atrás que la escuchó que ya no lograba recordar si el tono dulce era porque aún su hermano era un niño en sus recuerdos. 

Pasó la mano sobre su frente, esparciendo el sudo helado de su piel mientras recuperaba el aliento. El teléfono no dejaba de sonar. La alarma se activaba cada cinco minutos y entre ella estaba otro pitido característico que indicaba la entrada de un mensaje. Defteros no había querido prestar atención hasta que el sonido fue insoportable, y gruñendo decidió abrirla. Al escuchar la voz que sonó se sentó de un salto. Sus ojos no pudieron abrir más.

Si algo Defteros jamás pensó que ocurriría sería que el mismo Asmita lo buscara. Buscó de inmediato la hora en que lo había llamado, así como la hora en la que estaba en ese momento. Había sido en la noche, mientras estaba ebrio, pero le pedía encontrarse en la estación esa mañana. 

«Puedes decidir no ir»
 
Seguramente podría, pero Defteros no se detuvo a pensar en si quería comprobar lo que Asmita le había dicho. Se vistió tan pronto salió de una ducha rápido y agarró su chamarra para literal salir corriendo a las calles frías de Londres. 

«He estado pensando en muchas cosas. Soy bueno recordando lo que escucho. He pasado toda mi vida escuchando audiolibros. Así que intenté recordar lo que me has dicho, tratar de entender. Es difícil entender cuando no dices palabras, y sin embargo…»

Atravesó las escaleras en saltos de dos en dos, sintiendo su corazón acelerado debido a la carrera. El aire brotó de sus labios como un humo blanco que asemejaba al incienso en un templo pagano. Se sintió desorientado, entre la poca gente que iba al buscar el metro en día domingo, sus ojos no dejaban de buscar la bufanda de colores que Asmita siempre llevaba con él. 

Sin perder el tiempo, tomó la primera entrada a la derecha, para bajar hacía el túnel. Su mano se sostuvo a duras penas del pasador, mientras bajaba a toda velocidad. Ignoró por completo las escaleras eléctricas y avanzó hasta que estuvo frente a la línea amarilla. Un tren estaba en la línea a punto de partir. Y él solo podía tener en mente como sonaba la respiración tras la línea.

«… Tienes razón al decir que no prometiste nada. Y no sé realmente desde cuando me miras. Pero si puedo asegurarte desde cuando me ves. Y creo que debes conocer la diferencia. Porque yo me di cuenta cuando, al contar las pequeñas acciones, como cuentagotas, percibí la lluvia. »

El vagón empezó a moverse y Defteros contuvo el aliento. Buscó entre las personas que estaban alrededor algo que pudiera identificarlo. Dudaba que hubiera entrado, porque en su mensaje no decía nada de esperarlo dentro del vagón. Si Asmita estaba allí debía estar esperando justo afuera.

Por supuesto, no se trataba del mismo sitio donde ocurrió esa primera vez. Defteros al menos podría agradecer eso, porque eso significaba dejarlo acorralado. Ya mucho era la idea de que Asmita lo hubiera buscado, como para que además lo entrecruzara con lo que él pretendía olvidar. Siguió respirando hondo, por la nariz, provocando que cada inhalación se escuchara como un bufido. Pero al no ver nada y percibir el vacío de la línea, volteó.

«Me gustas. »

Allá estaba, al otro lado de la línea. Sentado en los asientos de espera, con un abrigo gris, y su bufanda de colores. El cabello corto, al nivel de su barbilla.

«Me gustas porque puedo sentir cuando me ves, a la distancia. Es fácil saber en dónde estás, es fácil imaginar cuántos pasos te separan de mí. Y puedo verte, a mi modo. Sé cuando estás en un salón atestado de personas.»

Estaba del otro lado. Defteros tenía que cruzar no solo la línea amarilla sino todo los rieles para poder llegar. Pero eso no era importante —aún intentaba pensar en sí se había equivocado al tomar las escaleras—, sino lo que ocurrió después. Asmita se levantó de la asiento, dirigiendo su rostro hacía su dirección, a pesar de no estar frente a frente. 

«Asumí que si podía tener esta capacidad con alguien, si esa persona me puede hacer “ver” su presencia, era hora de lanzarse. De vivir. De no medir consecuencias.»

Sus pasos, cortos y acompañados por el bastón, llegaron hasta el borde de aquella amarilla y avanzó, hasta que había quedado en un punto paralelo a él. Defteros no dejó de observarle en silencio, agitado, afectado por la imagen.

Lo vio sacar el móvil de su abrigo y maniobrarlo con manos torpes. Sus ojos se entrecerraron al verlo acomodar el móvil a su oreja. El sonido de su propio teléfono se escuchó entre el bullicio de la multitud, pero para él solo existía ese sonido y la figura de Asmita unos metros de él.

Decidió responder. Solo soltó el aire tras la línea, frenético, mientras veía a aquel rostro sonreír. 

«Si la montaña no viene a mí, yo voy a la montaña. Hace años aprendí a no huir.»

—Defteros… —Escuchó tras la línea—. Sé que estás aquí.

Notas finales:

Gracias por leer y comentar :3 ♥


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