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Chandelier por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

¡Gracias por sus lecturas y comentarios!

Prestaba más atención a sus pasos que a la voz de Tenma, aún ruidosa, intentando sacar algo que él no pensaba comentar. Ni siquiera la multitud en el metro pareció importarle para detener ese interrogatorio. Ni la cantidad de personas, ni la manera en que se apretujaba el cuerpo del adolescente al suyo por la falta de espacio. Tenma tenía la misma mirada exigente y ajena a las condiciones que atravesaban actualmente y Defteros, queriendo dejar el asunto de lado, hizo lo que mejor sabía hacer: desviar la mirada.


—¡Dime! —Replicó el menor y Defteros se conformó con arrugar la nariz y sostenerle fuertemente el hombro, para al menos evitar que cada movimiento del metro lo estuviera tropezando con cuanta alma estaba allí. Tenma hizo una mueca inconforme y jaló la manga de su abrigo tres veces, en busca de atención—. ¿Lo conoces de dónde?

Él estaba seguro de que Defteros conocía al ciego Asmita de algún lado. Tan seguro que podría apostar su estancia en Inglaterra por ello. En la biblioteca quedó tan claro que no hacía falta explicarlo, solo conocer desde cuándo.

Había visto el modo en que Defteros sujetó las escaleras. También el momento en que Asmita, desde la altura, giró su rostro buscando el punto de encuentro. Vio que no se dijeron nada, y que solo bastó que el rubio bajara de ellas para que Defteros se alejara. Así que era fácil definir dos cosas: Si lo conocía y de allí provenía esos pequeños pero significativos gestos que tenían con el hombre ciego; y dos, Defteros aprovechaba su ceguera para evitar hacerle saber que se trataba de él.

¿Por qué? 

Sabía de antemano que Defteros le gustaba los hombres, fue una de las primeras cosas que su tío le habló al llegar. Pero, ¿por qué no querer que el otro supiera?

—¿No vas a decir? —Entrompó la boca, siendo golpeado suavemente contra el cuerpo de Defteros por el movimiento del vagón y las personas—. Él seguro quiere saber quién lo ayudó.

—Mhn…

No dijo nada. Solo sacó un sonido escueto y los ojos de Defteros seguían perdidos en un punto del vidrio. No iba a darse por vencido, por supuesto y ya sabía quién le ayudaría a encontrar la tan valiosa información.

Así que en el departamento, el ataque había sido por ambos francos. Defteros intentó no prestar atención cuando Tenma le contaba a Dohko con lujos de detalles — y diversas exageraciones—, los encuentros que había presenciado con el hombre del metro. Incluso, le había detenido a sacar disparatadas y divertidas posibilidades, que solo entretenían al moreno mientras devoraba su servicio de lumpias.

Por supuesto, no dijo nada. Y Tenma, cansado de insistir en el punto, se hundió en el mueble viendo la serie del momento en la Tv. Defteros decidió tomarse una cerveza fía antes de meterse a su habitación, aún sentado en el comedor, mientras veía a Dohko encargarse de la limpieza de la cocina.

Era fácil recordar como los ojos del ciego al que ahora sabía se llamaba Asmita, había intentado encontrarlo en el punto de la nada, cuando le sostuvo la escalera. Defteros se admitía cobarde. No quería reflejarse en esos ojos. Una vez había sido más que suficiente para ello.

Tamborileó sus dedos contra la madera y observó a su compañero de departamento sentarse a su lado, con un paño con el que limpiaba las manos. Era increíble el parecido que había entre ellos en ese sentido. Sus manos eran callosas, victimas del trabajo diario. Aunque a Dohko le había mejorado el aspecto desde que dejó la tienda de víveres para trabajar en la cocina. En cambio las manos de ese hombre ciego parecían acostumbradas a trabajar con la seda, o el terciopelo. Demasiado suaves, sin rastros de algún esfuerzo.

—Entonces, un ciego llamado Asmita, ¿no? —No fue difícil darse cuenta del ataque, al que decidió ignorar de momento—. Un hombre joven, y rubio… —Intentó recordar la descripción de Tenma, que había sido bastante florida—. Alto y delgado…

—Mhn…

—¿No me vas a contar? ¿Nueva conquista? ¿Sé que te llaman la atención los rubios, o no te acuerdas de ese abogado de mala cara de la otra vez?

—No es eso. —La voz de Defteros sonó grave, casi atravesada. Arrugó su ceño al escucharse y volvió a hundirse en el silencio.

—¿No? ¿Entonces qué es?

—Nada.

Con el amargo sabor de la cerveza perdiéndose en su garganta, Defteros frunció sus cejas y se quedó mirando un punto inhóspito de la cocina. No quería seguir agregando más a la conversación. No lo veía necesario. 

A Asmita lo había conocido en una situación extrema que no le gustaría abordar. Esperaba que al menos el ciego no recordara nada, que hubiera sido solo una experiencia cercana a la muerte, que al final quedara como una anécdota anónima. Aunque para él, esos ojos mirándolo había sido suficiente para helarle los sentidos, hacerlo sentir bestia en la forma más básica y hombre del lado más humilde.

Era increíble haber descubierto que era posible eso. Sentirse tan conectado con alguien, con el movimiento de esos labios mencionando números y el silencio que a su alrededor se acompasaba, con el paso de los segundos. En una estación llena de gente o en una parada ausente de ellas. La voz de ese hombre se había convertido en una clase de oración, que a veces escuchaba, a lo lejos, cuándo esperaba el cambio de luz o escuchaba los primeros sonidos de un vagón acercándose a la estación. Un conteo descendiente que llevaba a un final.

Contra su deseo, tuvo que regresar a la biblioteca tres días después, a buscar a Tenma. A sabiendas de que el hombre ciego trabajaba allí, Defteros consideraba que estar en ese lugar no era lo más apropiado para él. Aún si sabía que Asmita no se daría cuenta de su presencia si estaba lejos, de algún modo se sentía expuesto al estar en un sitio que aquel dominaba. Asmita caminaba por los pasillos de las mesas y los libreros como si conociera el mapa de su estructura de memoria.

Por mucho que intentó, sus ojos volvían a fijarse en el andar del cabello dorado de un lado a otro, mientras caminaba.  Observaba con franca sorpresa el modo en que hablaba con los usuarios de ese lugar y como recibía los libros para llevarlos a diferentes puntos. La gran copula que representaba esa biblioteca, iluminaba con las luces entrantes de los ventanales los pasos del rubio con colores siempre inconexos y la larga bufanda de colores que parecía ser su favorita, caminando entre la multitud y los libros, como si nada pudiera hacerlo caer.

No debió asombrarle que en esos largos recorridos que hacía desde las mesas hasta los libreros, terminara acercándose a él. Su primera reacción, la de huir, fue aplacada cuando consideró que sería una actitud demasiado cobarde. Además, no podría verlo, ni había manera en que lo reconociera.

Agitado por la inesperada cercanía que había entre ellos, miró de reojo el movimiento de la mano que Asmita ejecutaba sobre el filo de la madera. Había unos puntos labrados, que hasta ese momento notaba, y era el sitio donde los dedos del rubio se enfocaban a acariciar. Se quedó observando, sin decir nada.

—Buenas tardes. —Escuchó la voz de él. Defteros rodó los ojos desde los dedos blancos hasta el perfil del joven a su lado. No dijo nada—. Dije, buenas tardes.

La curiosidad de saber que haría ese hombre al saberse ignorado, le ganó la partida. Defteros se mantuvo en silencio, solo observándolo y juzgando por su propio conocimiento de qué manera Asmita, como había aprendido que se llamaba gracias a Tenma, lograba acomodar los libros pese a su ceguera. 

Era como un ritual lo que ocurría cada vez que el rubio sujetaba el libro, rozaba su lomo y luego el filo de la madera. Era algo casi sagrado que Defteros se vio obligado a no interrumpir ni siquiera con su respiración. Como si su vida dependiera de ello. Como si ese minúsculo encargo, significara la más valiosa de las tareas. Esa pequeña responsabilidad de algún modo le otorgaban al rubio algo que, al hacerla, se veía como si brillara. Como si todo fuera perfecto por ser tan solo así.

Los ojos de Defteros se entrecerraron cuando vio el último libro ser amoldado al resto del librero. Sin muestra de dificultad, Asmita había cumplido su tarea con cero incidentes. Sin embargo, no se alejó de inmediato como lo hacía en otras ocasiones. Giró hacía él y comenzó a mover sus manos de una forma particular, claramente dirigida a él.

Pestañeó repetidamente mientras veía la forma que hacía. Parecía a esas figuras que hacían los sordomudos para comunicarse, aunque no estaba tan exacta. Pero ese pensamiento fue suficiente para agitarlo, hacerle recoger el aire y apretar el estómago. Defteros sintió que su garganta se trababa cuando Asmita repetía, por tercera vez, ese lenguaje de seña.

—¡Jumn…! —Soltó algo, un sonido incierto que Asmita escuchó (lo detectó por el movimiento de sus cejas) pero que no dijo nada. Asmita entonces hizo otras señas y él sintió que su intestino se retorcía.

Fue un impulso lo que lo empujó a tomar las manos del rubio y detenerlas en el aire, con más fuerza de la que quería usar. Conteniendo un remolino en su interior, Defteros detuvo la faena del joven mientras apretaba su mirada contra él, como si quisiera aplastarlo en el suelo. Fue difícil escucharse decir esas palabras.

—No soy sordo. —La voz brotó como un gruñido, áspero, casi aterrador. Asmita solo enarcaba sus cejas rubias, que de momento, viéndola tan cerca, se le antojó peinar.

—Tampoco mudo. —Replicó e inmediatamente le sonrió con una suavidad que contrastaba con la dureza de los rasgos de Defteros y la tensión de su espalda.

El agarre aflojó. Defteros comenzó a ceder la presión de sus manos, que habían arrugado los dos abrigos que tenía Asmita. Se había quedado sembrado en ese piso de madera, mirando al hombre frente a él, sin poder hacer otra cosa que sentir una descabellada sensación envolvente que no podía darle nombre. Simplemente estaba. Solamente existía. Era una sencilla e inequívoca sentencia rodeándole en el aire.

—He notado que me miras, pero no me hablas. ¿Hay algo que quieres preguntarme?

Se dio cuenta que habían muchas cosas… pero necesitaba voz para hacérselas saber. 

Defteros dio un paso atrás, y decidió perderse en el silencio.
Notas finales:

Ya tengo el cuarto escrito, pero cuando termine el 5to, lo subo. ¡Gracias por sus comentarios! 


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