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Chandelier por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

El otro capítulo de la doble actualización. Si empiezan aquí, les aviso que también está el capítulo 06 atrás.

De algún modo, habían llegado a un restaurant de comida Hindú que Asmita supo recordar con una capacidad casi irrisoria. Para guiarlo, había hablado de un número de pasos, cuántos hasta la esquina, el giro que dar, cuántos más hasta la parada. Aunque Defteros tenía pasos más largos, se atenía a la medida de Asmita, pensando en sí algún momento se aburriría de solo hablar o él de solo escucharlo. 

Por el contrario, parecía más bien difícil el seguir pretendiendo ser parco con él, cuando lo único que deseaba era acomodar el mechón dorado que se había escapado de la trenza y estaba pegado a su mejilla sonrosada. Y fue casi insoportable contener sus impulsos cuando al comer, lo vio usando sus manos para cortar el Pan naan, lo vio lamerse los dedos con gusto y observó con gula las gotas de salsa en sus comisuras, llamándolo a lamer.

Ya para ese punto, Defteros tenía el estómago cerrado. También unos deseos casi asesinos de fumar. La falta de la marihuana comenzaba a sentirse, pero él intentaba mantenerse centrado en Asmita, aunque eso solo fuera peor. Él era el que le generaba esas ansias. Su cercanía era lo que le contaminaba. Si creyó que con intentar estar con él bajaría el interés, se había equivocado… y aunque el plan se mantuviera en pie, dudaba que con concretarlo las cosas mejorarían.

Al salir del restaurant, notó que la temperatura había descendido. Fue fácil percatarse que había mayor frío, al notar la nube que se formó al exhalar. Volteó de inmediato hacía Asmita, quien acomodaba el bastón para empezar a usarlo. Una parte de su bufanda de colores se movía golpeando el abrigo, aunque obviamente sin demasiada fuerza. Defteros se acercó y lo acomodó, en silencio, hasta que le diera otra vuelta y le tapara la nariz. Tarde se dio cuenta que estaba siguiendo otra indicación de Degel y le provocó darse una patada mental.

—¿Ahora a dónde iremos? —Defteros miró fijamente esos párpados, cerrados por voluntad. Las pestañas le temblaban y se percató que era por el frío. Su pulgar acarició entonces una parte de su mejilla, antes de soltarlo (obligarse a hacerlo). Era hora de buscar un motel. Era hora de su siguiente paso.

—Sígueme. —Asmita sonrió y volvió a buscar su brazo, al que se prendó sin timidez—. Suelta eso. —Defteros le quitó el bastón, para llevarlo él—. No te caerás.

—Confío en ti.

Esas palabras fueron como si hubiera caído una pared de concreto en su cabeza. Confiaría en él. Defteros no dijo nada y comenzó a caminar sujetándole la mano que apretaba a su brazo.

Sasha sonrió con suavidad, mientras veía las fotos que Tenma estaba viendo. Fue fácil comprender el porqué de su mirada vidriosa e internamente, había esperado que no fuera así. Que no lo viera tan pronto. Debió imaginar que tratándose de Tenma no sería sencillo, su curiosidad podía más. 

—Tenía ocho años cuando me diagnosticaron leucemia. A esa edad, realmente no entiendes lo que te quieren decir cuando te explican que hay algo en tu sangre que puede matarte. Pero yo sabía lo que tenía, también lo que significaba, más no podía llegar a imaginar el verdadero peso de esa palabra. 

Volvió a colocar el portarretrato en donde estaba, junto a otros donde mostraban evolución. Había uno reciente, de ella con varios niños en esa condición, su cabello corto, el mismo sombrero de flores. 

—Duré dos años peleando contra el cáncer. Un año más para volver a hacerme una cola en el cabello, como me gustaba. Entre tanto, mamá me compraba pelucas, aunque frente a los otros niños, jamás las usé. Por eso me dejo crecer el cabello. Todas las navidades, lo dono.

Tenma se mantuvo en silencio, asimilando toda esa información que revelaban más de su amiga, de su estilo de vida. Le era increíble que siendo tan niña hubiera tenido que pasar por una enfermedad tan cruel, le era aún más sorprendente que hubiera sobrevivido y pudiera sonreír. 

—¿Qué piensas? Estás muy callado.

—No sé, no sé qué decir. 

—Bueno, no hay mucho que decir, eso pasó hace mucho tiempo. —Ella buscó su mano, para juntarla a la propia y darle ese sentido de aceptación que esperaba en él. No era algo que pudieran cambiar por hablarlo. No era algo que sería diferente al decirlo. Esperaba que Tenma no la tratara diferente ahora que sabía de aquello.
Tras varios minutos de silencio, donde Sasha sintió los dedos de Tenma acariciarla con suavidad, casi con cierto gesto de disculpa, él volvió a hablar. 

—¿Asmita también tenía leucemia? —Ella suspiró y dirigió su mirada hacia la foto—. Es decir, uno allí tenía la bufanda de Asmita.

—Es él, sí. Pero no tenía Leucemia, tenía otro tipo de cáncer. En los pulmones. —Soltó el aire—. No te parece injusto que siendo otro el que fume, ¿sea el más débil el que enferme? Aunque por eso su madre dejó de fumar, pero ya el daño estaba hecho. Además, Asmita nació bastante débil. No solo ciego, sino que es alérgico a muchas cosas. Ni siquiera puede tener un perro guía, porque es alérgico al pelo de los animales. 

—Entonces, de allí lo conoces… —No supo que decir ante lo demás. No creía prudente decir algo.

—Sí… por eso lo quiero mucho. Mucho de nuestros amigos murieron por el cáncer, fuimos de los pocos que sobrevivimos, pero entre todos, él siempre ha sido al que más he querido…

—Él.

—Yo solo quería que él volviera a sonreír, desde que lo vi. Se veía tan triste… tan resignado.

—¿A morir?

—No, a seguir viviendo. Resignado a vivir. —Ella le miró, con los labios formando una recta ilegible—. ¿Sabes que fue lo primero que me dijo cuándo me escuchó?

Tenma no sabía si quería escucharlo, o si tan siquiera lo adivinaría. Solo la miró como si no pudiera decidir entre saber más o permanecer ignorante. Pero los recuerdos traían peso en las palabras de Sasha, y supo que si lo estaba hablando, de algún modo era importante. Al saber lo que le había pedido, él sintió unos inmensos deseos de llorar.

Porque era increíble, sinceramente increíble, que alguien que en un tiempo se vio tan perdido en la oscuridad de su existencia fuera él mismo que tarde a tarde recogía los libros de las mesas de lecturas y ayudara a otros a encontrar lo que buscaban entre enormes estantes. El mismo que con un caminar silencioso y gestos suaves, llevaba a cada libro a su lugar. El mismo que había corrido con ellos en el parque y jugado a las escondidas. El mismo que dejó que le pusieran flores en su cabello.

El mismo, que en ese momento se soltó de las manos de Defteros, para seguir su propia camino. El hombre lo miró inseguro, mientras desviaba sus pasos entre la grama de la plaza, extendiendo sus manos al frente al no tener el bastón en sus manos.

—Asmita. —Lo llamó, sintiendo tan amorfo ese nombre en sus labios, que de inmediato reprimió el deseo de volverlo a llamar. Intentó acelerar el paso y cortarle el camino, pero cuando le tomó del brazo Asmita se escurrió, sonriéndole—. A donde vas.

—Por aquí escucho un columpio. ¿Podemos ir un momento? —Defteros lo miró al borde del desespero. Él quería sexo, él quería ya tenerlo en la privacidad de una cama. Pero Asmita volvió a soltarse y siguió caminando. Incluso tropezó con una de las papeleras y solo rió para seguir adelante.

Una de las lámparas del parque, parpadeaba. Defteros no le prestó atención, hasta que gracias a ella, en los momentos que iluminaba, fue capaz de ver el columpio. La capacidad auditiva de Asmita llegaba a asustar pero Defteros vio en silencio cuando el mismo llegó hasta su objetivo y tocó con entusiasmo el columpio entre sus manos. Pronto logró sentarse, sosteniendo las cadenas con sus manos e impulsándose con sus pies.

Defteros llegó hasta su encuentro y cambió el peso de su cuerpo a la derecha, mientras lo miraba. La trenza estaba enredada entre los pliegues de la bufanda de colores y se movía con suavidad por la acción de la brisa fría del otoño. El hombre simplemente miraba a Asmita, como si quisiera adivinar que pensaba o porque quería estar allí. 

—¿No te gustan? ¿Los columpios? Yo antes le tenía miedo, hasta que Sasha me columpió. Recuerdo que ese día de tanta presión con la que sostuve las cadenas, me quedaron marcadas en las manos y me ardían las palmas.

Defteros podía recordar que sí, le gustaban. Recordaba las veces que impulsaba a Aspros y que Aspros luego lo empujaba a él para llegar a lo más alto posible. Cuánto jugaban en los parques y las veces que tomados de manos, se impulsaban mutuamente creyendo que así podrían ir más alto. El juego de empujarse e ir más alto jamás menguó entre ellos. Odió tener que recordarlo en ese momento. 

Se inclinó frente a Asmita y pasó sus manos por encima del abrigo, apretando para sentir la silueta de los muslos debajo de la tela. Asmita se quedó quieto sintiéndolo, percibiendo el avance de las manos de Defteros que empezaron a moverse desde las rodillas hasta el inicio de sus piernas. No estaba ocultando sus intenciones. La mirada de él era bastante clara, fija en sus labios, de forma obstinada.

Fue Asmita quien cedió. Propició el beso que venía tatuado en la intensidad de los ojos de Defteros, al inclinarse y mostrarle su disposición de darlo. Cuando Defteros tomó sus labios, sintió la chispa de adrenalina propulsarse por cada átomo de su cuerpo. Una dulce agonía encendida en las yemas de sus dedos, los cuales buscaron rápido la misión de abrir el abrigo, para tocar. Y cuando los botones cedieron su beso se hizo más apasionado, acompañando cada movimiento de sus labios con las caricias en los muslos.

Lejos de rechazarlo, Asmita soltó las cadenas para amarrarse al cuello de Defteros y sostenerse de su espalda. Jugó con los cabellos desordenados de él, a la altura de su nuca, y respondió a cada beso con una entrega que a Defteros le resultó sorpresiva en un momento, pero profundamente agradecida. Eso facilitaba en mucho la siguiente consecución de los pasos, porque si Asmita lo deseaba, no necesitaría convencerlo. Ni siquiera encenderlo. El ritmo de sus bocas desembocó fácilmente a un estado de excitación mutua. 

Para cuando se separaban en busca de aire, Defteros miró los ojos azules y enfebrecidos, con un tono plata que se incrementaba cada vez que la lámpara encendía. Sus manos ya habían sacado la camisa del pantalón y estaban dentro de la tela, acariciando el cuerpo del muchacho, saboreándolo de antemano con gula. Asmita en cambio apretaba buscando palpar más sobre el abrigo, como si deseara ya encontrar piel.

La consecución de los eventos siguió tal como Defteros lo había planeado, pero se demoró más, mucho más en concretar cada paso. Desde que estuvieron en la habitación desembocando la pasión a besos, pensó que todo sería más rápido si él lo apresuraba. Pero era Asmita quien daba cada paso inicial, adelantándose a sus pasos, y era él quien se demoraba. 

Fue Asmita quien se desnudó. Asmita quien se encaminó a la cama. Asmita quien lo giró cuando pensaba aplastarlo contra su peso, y se sentó sobre él. Asmita quien decidió la posición y la forma. Quien lo devoró a besos y quien lo hizo sucumbir. Quien demoró el orgasmo, auto penetrándose a su ritmo, según su complacencia. Lo mantuvo encandilado mientras lo besaba y acariciaba su rostro, con la misma concentración que tomaba para delinear los filos de la madera. Con la misma capacidad de descolocarlo.

Cuando encontraron el orgasmo, sobre la cama rechinante y con Asmita sobre él, Defteros soltó el aire completamente embriagado por el placer. Con los ojos entreabiertos, sus pestañas húmeda y tupidas mirando fijamente los ojos que ya tomaban una tonalidad de gris. Allí… con la piel moteada de rojo, los cabellos rubios y sueltos brillando de sudor, tal como su piel, y los ojos como si fuera el amanecer sobre la superficie del rió Tamesis, Defteros creyó ver una pintura divina. De tantos colores vivos.

Se sorprendió cuando la sensación se le hizo familiar.

Para cuando Asmita se quedó dormido, en sus brazos, Defteros hizo un conteo de los momentos en que prácticamente fue llevado, empujado, por la fuerza de Asmita que lo atraía a su centro. Solo quedaba un paso y resultaba ser el más difícil. Torció la boca al pensarlo y sacó el valor para hacerlo.

Se levantó de la cama, cuidando de no despertarlo, y comenzó a vestirse. Tras ajustar el pantalón y la camisa, hecho un último vistazo al cuerpo del hombre que había yacido con él, descansando contra la almohada. Tomó el abrigo y buscó un cigarro en el bolsillo. Lo último que hizo fue cerrar la puerta tras de sí. 

El último paso era abandonarlo sin explicación alguna. Tirar el ídolo. 

Notas finales:

¡Gracias a todos por leer y comentar!


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