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Chandelier por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Trabajo, trabajo TOT

Me ha costado avanzar peor ya tengo este y el 10 que falta por editar. Aún depsués faltan dos o tres caoítulos más uwu

 

Quiero aprovechar para agradecer a todos los que me deja n comentarios. No saben lo feliz que me hace leerlos.

El tren los había abandonado aquella noche. Defteros, desesperado por poder llevar su plan hasta el final, vio al hombre al que había identificado como ciego como un inesperado impedimento que debía eliminar a costa de lo que fuera. Así que no midió. Con las manos temblorosas y sus piernas incapaces de mantenerle en seguro equilibrio, se acercó a él a través de varias zancadas, llamando así la atención del hombre que le dirigió la mirada de los lentes al percatarse que si había alguien allí. 

Lo asustó. Lo apretó fuertemente de los hombros, le gruñó y le hizo ver la apremiante necesidad de que huyera a través de la violencia, casi haciéndolo caer. Pronto lo empujó, aunque se arrepintió casi al instante y lo vio lograr el equilibrio antes de caer aparatosamente al suelo. 

—¡Pero qué le pasa! —Lo vio ajustar el bastón y usarlo como si fuera algún tipo de defensa, ante los ojos desesperados de Defteros, queriendo que se fuera—. ¡Sólo hice una pregunta! ¡No tenía por qué tratarme así!

—¡Vete! —Gritó. Su voz enferma, al elevar el tono adquiría un tinte lúgubre que asustaba incluso a los más incrédulos. Por eso no le gustaba hablar. No le gustaba ver los rostros asustados de la gente mirándolo como si intentaran verificar que la voz fuera de un hombre y no de un demonio—. ¡Quiero matarme! ¡Vete!

Su rugido —porque no podía asemejarse a otra cosa— lo dejó inmóvil por momento. No le extrañaría si en ese momento el ciego creyera que se tratara de una aparición fantasmal lo que le había atacado. Esperó que con eso lo ahuyentara y volvió con pasos afanosos hasta el límite de la línea amarilla, mirando el vacío que dejaba el vagón del tren al no estar. Era el momento de hacerlo, de saltar. Si esperaba de pie entre los rieles, seguramente se desesperaría. Era mejor esperar a que estuviera cerca para que al saltar no quedara tiempo de arrepentirse.

Fue desesperante cuando escuchó el bastón moverse de nuevo. Defteros no quiso voltear, pero al par de segundos ya lo había hecho, dirigiéndole una mirada furibunda al ciego que pendulaba el bastón hasta alcanzar el tope la línea amarilla. No había viento, así que su corto cabello y la bufanda se movían en acción a los movimientos del joven de cabellera rubia. Este incluso dio una leve giro, para quedar frente a él y volvió a pendular el bastón, para mantener la distancia correcta de la línea amarilla mientras avanzaba para darle alcance. 

Defteros no se movió pero estaba seguro que el otro podía sentir su mirada de desprecio, de rabia, de agresividad. Sintió un escalofrío cuando el bastón tocó el tope de sus botas y miró con ira acumulada a las manos del ciego que sostuvieron el bastón frente a él. 

—Hazlo. Necesitaran a un testigo cuando encuentren tu cuerpo. Alguien que sepa decir que sucedió —dijo con naturalidad y alzó su suave mentón para mostrarse seguro, actitud que Defteros odió más.

Defteros solo soltó bufidos airosos de respiración acelerada que no hicieron nada para convencerle. Pronto había más suplica que exigencia en su mirada, como si le pidiera que por favor, lo dejara morir solo. 

—¿Por qué no esperas en el lugar donde aborda el tren? —Siguió hablando—. Es más, creo que si caes y tocas uno de esos rieles electrificados, morirás instantáneamente sin tener que esperar el metro. ¿O piensas saltar cuando esté por venir? Creo que así tienes pocas posibilidades de éxito.

«Por favor…»

Defteros gimoteó en su cabeza 

«Vete, por favor.»

—No te preocupes por mí. —Aquel le sonrió y se quitó los lentes oscuros para mostrarle sus ojos azules, o grises, mirando la nada que atravesaba a su pecho. Defteros se sintió en ese momento angustiado. ¿Cómo iba a saltar ante unos ojos así?—. Soy ciego, no veré tu cuerpo. Probablemente tendré pesadillas las primeras noches pensando en el crujir de tus huesos y el olor de tu sangre cuando golpee  contra mi abrigo. Pero de lo segundo, ya estoy acostumbrado, y de lo primero, seguro lo olvidaré pronto.

Defteros tragó grueso. Miró al hombre como si se tratara de una aparición que le robaba las fuerzas para saltar. Intentó alejarse dando un paso y luego otro. Como si la distancia pudiera contrarrestar el efecto, pero no hallando mejoría con ello.

De repente, el hombre inclinó su rostro hacía la izquierda, como si percibiera un sonido. Defteros lo miró impávido, sin saber que esperar a esa altura de un hombre que había decidido quedarse allí que dejarlo solo.

—Si vas a saltar, debes hacerlo ahora. —Defteros abrió sus ojos aún más—. Ya se acerca. Debes saltar antes de que termine el conteo.

«Por favor…»

—Diez. Nueve. Ocho.

«Por favor basta»

—Siete. Seis. Cinco.

Vio la luz. Escuchó el indiscutible sonido.

—Cuatro. Tres. Dos.

Pero su cuerpo se quedó anclado a la línea amarilla.

—Uno.

El tren atravesó con toda su velocidad, agitando los papeles abandonados en la línea, moviendo el cabello rubio, haciendo danzar la bufanda tejida de colores vivos.

La velocidad empujó sus propios cabellos y refrescó las gotas de sudor que habían acumulado bajo su nuca. Se quedó perplejo, observando el suave oleaje que formaba los cabellos dorados sobre las mejillas blancas, hasta que el metro se detuvo. Las luces se encendieron y las puertas fueron abiertas. Solo dos personas bajaron de él.

Durante los minutos que duró el tren en espera, Defteros mantuvo la mirada sobre la figura y esta, sin hacer otro movimiento, se mantuvo quieto sosteniendo el bastón y su rostro erguido. Entonces le sonrió. Defteros lo sintió como si le diera la bienvenida a la vida. Y supo que ya no completaría su plan esa noche.

—No quieres morir. —Le dijo él con una sonrisa de reconocimiento. 

Y no completó su plan ni las noches que siguieron.

Tras recordarlo, Defteros miró la línea amarilla un año después. Movió su mirada de nuevo, para posarla sobre el rubio que caminaba con tranquilidad hasta el vagón, moviendo su bastón y recibiendo la ayuda de un estudiante. Lo veía sonreír y sintió una pulsada posesiva al notarlo. Pero él, tan cobarde tras el abandono, se sentía incapaz de buscarle y posarse frente a él, para al menos intentar hacerlo de nuevo.

Era fácil mirarlo de lejos y saber que no le haría daño.

—Es fácil rendirse. —Le dio Dohko en la cena, cuando quedaron a solas en el momento en que Tenma decidió darse un baño.

Dohko como siempre, era el punto quien lo enfrentaba cuando lo veía más pensativo. Y sabía que aún tras varias semanas seguía sin acercarse al ciego, porque el mismo Tenma también o tenía al tanto.

Mojó la galleta y se la llevó a los labios, para luego limpiarse con una servilleta de papel. Elevó su mirada en actitud instigadora. Defteros podía ver un leve brillo verdoso en sus ojos castaños, como si hubiera retazos de bosque dentro de él.

—Solo quería una noche. —Gruñó.

—Nunca basta una noche cuando se trata de alguien que puede cambiarnos la vida, ¿sabías? —Defteros detuvo la mano que iba en camino a tomar la galleta disponible. Subió la mirada, con el ceño fruncido y la señal de la estocada blandida directo a su pecho. Las palabras de Dohko a veces eran tan acertadas, que era irreal pensar que no sabía absolutamente nada de lo que pensaba Defteros—. Creo que el amor es así. Te enamoras, punto. Es de tonto enamorarse, dice, para mí es más de tonto oponerse. Si se vive una vez, hay que vivirlo. Hay que dar el salto al vacío. Lo más que puede pasar es fracturarnos una pierna.

—Deja de hablar de saltos… 

—¿Por qué? Es agradable saltar. ¿Nunca has saltado al vacío? —Le señalo con la punta de la galleta, mientras enarcaba la ceja para colocar su mejor cara de sabio—. Deberías hacerlo. Es algo de: hacerlo al menos una vez en tu vida. Con solo un morral, tirarte al vacío, jalar de la cuerda, sentir que puedes volar.

Aunque sea solo unos minutos.

Defteros tenía la sensación de vuelo que le dejaba la marihuana, que le dejaba el alcohol, que le permitía una mirada al vacío del techo a través de las aspas inmóviles. Pero siempre estuvo convencido que al saltar debía atajar algo, para quedarse a las alturas. Lo primero que quiso tomar había sido aquel viejo y hermoso candelabro de aquella casa de su niñez. Lo siguiente que agarró y no soltó fue a Aspros… Asmita se presentaba como algo que podría también intentar alcanzar, pero era frágil. Lo peor de caer no era romperse una pierna, sino destrozar el candelabro para que jamás pudiera volver a estar en alto.

Durante los días consiguientes, Defteros no dejó de plantearse la posibilidad de ese salto, uno nuevo, esta vez no solo para conformarse a rozar. Aunque el riesgo le había dejado en incontables ocasiones con la sensación de vacío.

Pero la necesidad se volvió abrupta cuando notó que Asmita podía pasar al lado de él, con su cabello largo y la bufanda de colores tejidas para tan siquiera darse cuenta de su presencia. Fue una aprehensión desoladora, como si él fuera menos que un libro puesto en el estante. La mirada de Tenma desde lejos, casi como si le recriminara, terminó de aderezar una sensación amarga que se consolidó al voltear hacia la espalda de Asmita, y verlo pasar los dedos por el filo del estante.

Durante todos esos días de silencio, que él se dedicó a observar, había notado que en cada filo de los estantes había una señal en puntos. Asmita los tocaba, tocaba el del libro y luego contaba los peldaños y el número de libro antes del espacio vacío. Era un ritual dedicado, al que seguía al pie de la letra.

Al ver que se movió, sus pasos avanzaron. Las palabas de Dohko le dieron el empujón para hacer un salto, solo que sin planes, sin paracaídas y probablemente a un terreno de enormes piedras que lo golpearía al recibirlo. Así se atrevió a jalarle de la bufanda de colores, detener de ese modo su camino y verlo voltear con su rostro serio

—¿Qué ocurre Defteros? —Lo rápido que lo reconoció lo dejó en silencio por unos segundos. 

—Quiero hablar.

—¿Hablar? Eso es un avance después de dos semanas. —Esgrimió con esa misma actitud que le había visto un año atrás, en la estación. La seguridad, el control impreso en cada uno de sus gestos—. Pero no creo que haya mucho de qué hablar, espero que no vengas a disculparte por lo que pasó. —Le dio la cara, aun sosteniendo dos libros y con el bastón colgando de su antebrazo—. Es bueno de vez en cuando ser tratado como alguien normal. A la gente normal los dejan sin previo aviso en el motel después de una noche de solo sexo, ¿no? Pese a todo fue agradable que no tuvieras consideraciones solo por mi ceguera. 

—Yo…

—Solo me hubiera gustado saber los términos de la salida. Preferiblemente sin estar haciendo malabares redundantes para llegar al grano. Si querías sexo hubiéramos ido directo al motel… todo el juego de la cita fue innecesario. Aunque, debo agradecerte algo. Ya sé que la próxima vez mínimo pregunto el nombre del motel, fue vergonzoso salir a preguntar para decirle a un amigo para que fuera por mí.

Defteros se lo quedó mirando, con la respiración forzada. Era difícil respirar el aire alrededor de un Asmita que se mostraba impenetrable, como aquella vez. Pero el asunto eran sus ojos. Esos ojos no estaban fríos como los que vio en aquella situación, más bien parecían veteado de suave bruma. Como el amanecer cuando sucede después de una tormentosa noche.

Entonces, se acercó. Soltó la bufanda para tomarle el rostro y subirlo hasta un ángulo idóneo para concretar el beso. Apretó los pómulos y lo sostuvo con firmeza. Fue un leve contacto, necesitado. Un empuje que lo hizo temblar y provocó que Asmita se sobresaltara hasta que las vibraciones fueron sentidas a través de la caricia entre sus labios. 

—Si sabes quién soy, es porque quise —Defteros escuchó su propia voz ronca y casi como si fuere un susurro—. Te he estado mirando desde hace más de un año y apenas te has dado cuenta de mi presencia. —Reclamó—… Tú no sabes nada. Nunca te prometí nada. No me reclames por no cumplir algo que no prometí.  

Las pestañas de Asmita temblaron. Defteros lo vio jalar aire con fuera, como si le faltara. Como si de repente quien estuviera saltando al vacío fuera Asmita y no él. Y se le figuró ver la imagen del enorme candelabro cayéndose, hasta hacerse pedazos.

—No debí acercarme.

Y huyó.

Notas finales:

Gracias a todos los que me leen y escriben. Estaré contestando comentarios mañana.


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