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Slice of Life por Radhe

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Quizá


Dejaron de compartir la cabaña cuando tenían once años, pues recibieron sus armaduras de bronce y ya no podían permanecer en el Refugio, pero eso no los distanció demasiado, porque ahora ambos vivían en las Barracas. 

Tenían mayor libertad, y cuando no estaban en una misión procuraban seguir durmiendo juntos; una simple costumbre en realidad, luego de cinco años de compartir la misma cama era difícil conciliar el sueño estando separados. Además en las barracas seguían los enfrentamientos con los otros santos, y estando juntos era más fácil detener los ataques sorpresivos. 

Cuando alguno de los dos estaba en misión el otro no dormía, se mantenía en una duermevela leve que le permitía reaccionar con rapidez si alguien intentaba un movimiento inesperado. Pero el que se acercó a la cama de Shion esa noche, no lo hacía con motivos para pelear. 

Éste se levantó asombrado al reconocer la energía.

–Manigoldo. 

El mayor sonrió, sentándose en su cama, no llevaba su armadura dorada, pero no la necesitaba para verse imponente. Habían tenido contacto en su infancia, cuando lo enviaban a Jamir a entrenar mientras el patriarca realizaba alguna misión.

Se sonrieron y el mayor le pasó la mano por el pelo.

–¿No quieres venir al templo de Cáncer?

Shion abrió los ojos, sorprendido, no le estaba permitido entrar en los doce templos, nunca había conocido más allá del templo de Aries. Estuvo muy tentado… pero aquello era muy irreal, ¿por qué Manigoldo se aparecía así?, ¿qué querría? Le agradaba, pero también le daba miedo, allá en los viejos tiempos tenía la manía de meterle la lengua en la boca. 

Shion se incomodó ante el recuerdo, en aquel entonces no había sabido qué significaba aquello, pero ahora lo sabía. Manigoldo tenía ya 18 años y si quería que lo acompañara a su templo no era para nada inocente. La idea de compartir el lecho con él era algo muy distinto a compartirlo con Dohko. 

–Gracias pero… estoy esperando a mi compañero. Quizá llegue esta noche. 

Manigoldo frunció el entrecejo, había creído que no tendría problemas en hacer ceder a Shion. 

–Quizá no llegue… 

–Lo esperaré de todas formas. 

El mayor gruñó, se acercó y mirándolo a los ojos, lo besó. Shion no hizo por responder, pero tampoco lo alejó. 

–¿Seguro? – coqueteó el mayor. 

–Sí, bien seguro. – le sonrió con seguridad, porque no era lo mismo que cuando tomaba la mano de su amigo, aunque nunca lo hubiera besado así. 

Finalmente el Santo de Cáncer se fue pero Shion nunca se arrepintió, porque Dohko llegó antes de la media noche y una vez más, durmieron en la misma cama. 


Herida 


Dohko se mordía los labios para no quejarse, aquello en verdad dolía. Shion lo miró exasperado, sin soltarle el brazo.

–Si quieres paro.

– ¡No!

Rezongó de inmediato, molesto. Lo habían herido en el entrenamiento diario, una cortada larga y profunda, que había lastimado los tendones de su brazo izquierdo: el dominante. Para cualquier otra lesión hubiera preferido atenderse solo, pero ésta era importante y sabía que no podía dejarla pasar; por eso había acudido a Shion, para que le curara con sus habilidades lemurianas, pero aquello dolía demasiado, la energía que desplegaba su amigo era lacerante y le provocaba un ardor más agudo que cuando recibió la herida. 

El ariano encendió nuevamente su cosmos, observando la carne unirse y restablecerse, pero también el rostro de Dohko contraerse de dolor, incluso podía escuchar el rechinido de sus dientes; su habilidad para curar hubiera podido ser usada también como tortura. 

Se concentró en la herida, y finalmente ésta se cerró del todo. Levantó la vista y se dio cuenta que Dohko había caído inconsciente, pero su respiración era estable y se no se preocupó; es más, en un impulso osado se le acercó hasta que su boca besó la ajena. Se alejó de inmediato, impresionado y molesto por su propia acción y se fue de allí.

Para cuando el chino despertó –mareado a causa de la debilidad– ya era de noche, y nunca sospechó lo que Shion había hecho. 


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