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Slice of Life por Radhe

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 Ridículo 


Ese día no habían entrenado, pues aunque bajaron al Coliseo antes del amanecer –como siempre– ni sus maestros ni los otros santos estaban allí. Eventualmente todos los niños terminaron por volver al Refugio. 

Dohko quería seguir durmiendo, Shion en cambio aprovechó que había llovido durante la noche para moldear figuras con la arcilla húmeda que se acumulaba a la entrada de la cabaña. De vez en cuando alguna de sus creaciones le resultaba graciosa y soltaba una inocente –aunque escandalosa– carcajada y el ruido no dejaba dormir a su compañero.

Finalmente éste se levantó, para reclamarle, pero antes de que pudiera hablar siquiera, Shion le puso una de las figurillas en la mano.

–Mira ¡éste eres tú!

Dohko observó aquel lodo, era una cara muy bien formada, pero la barbilla se pronunciaba absurdamente, dándole un aspecto desagradable; la tiró al suelo, rompiéndola.

– ¡Que ridículo!

Quería desquitarse, pero Shion ya había echado a correr y aunque lo persiguió de inmediato, no pudo alcanzarlo.


 Infancia 


Dohko se despertó muy temprano, aunque no quería; trató de aferrarse a su sueño, pero el miedo terminó por levantarlo. Si no se presentaba al coliseo por su cuenta antes del amanecer, su maestro mandaría a alguno de los otros chicos a que lo arrastrara hasta la arena. Así que se vistió rápidamente y salió, Shion ya no estaba y ni siquiera pensó en él. 

Era su cumpleaños y por lo general los ‘regalos’ eran unas palizas tremendas, para que no supiera si agradecer o maldecir que seguía con vida. En realidad los combates eran para mostrar a su maestro y a los otros santos lo que había aprendido durante aquel año. Desconocía ese propósito, pero sabía que al final del día terminaría lleno de heridas y de dolor. 

Los otros aprendices ya estaban reunidos, eran más de 40, pues eran de todos los rangos y para algunas armaduras aún sobrevivía más de un aspirante. Dohko suspiró y entró a la arena, de seguro nadie querría ser el primero; eran tan abusivos que preferirían esperar a que estuviera cansado para tener una presa más fácil; por eso fue una sorpresa que de inmediato otro niño se pusiera frente a él, en posición. Era Shion.

–¿Y bien? – preguntó en voz baja, un tanto ansioso – ¿te gustó?

Dohko frunció el seño sin saber de qué estaba hablando, así que sólo le atacó… aun no se hacía el anuncio de los rangos: el combate aun no comenzaba oficialmente y ya había hecho a Shion morder el polvo. Hubo un murmullo de desaprobación. 

El lemuriano se levantó, le sangraba la mejilla derecha, que se había raspado contra el suelo; sin cubrirse ni limpiarse se dio media vuelta y salió de allí tan lento como pudo. No entendía a Dohko para nada, él había vivido una infancia apacible en Jamir, y no comprendía aun las maneras del santuario, pero cuando vio una tras otra las peleas de Dohko y como cada vez se encontraba más cansado y apaleado, se le pasó el enojo. 

Cuando finalmente se puso el sol y terminaron los combates el menor sangraba mucho, estaba lleno de heridas y tierra y demasiado cansado para irse a casa. Shion se le acercó sin tocarlo. 

–¿Quieres que te acompañe?

Dohko rechazó la ayuda sin nada de amabilidad. Pero luego lo lamentó, porque no fue si no hasta media noche que pudo juntar la suficiente fuerza para levantarse y caminar hacia el refugio. 

Tropezó a la entrada de la cabaña con un bulto, y al pisarlo sintió una sensación viscosa y desagradable. Lo levantó, era un paquete pequeño envuelto en papel estraza y el aroma del chocolate lo hizo adivinar qué tenía dentro.

Aquello era un regalo de cumpleaños, pero no lo había visto y ahora estaba arruinado. Había sido el primer presente que recibía en su vida. No le dijo nada a Shion, pero desde entonces se llevaron mucho mejor. 


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