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SINKING INTO HEAVEN por miss_seragaki

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Notas del capitulo:

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Notas: En la mitología celta, el manzano es un árbol sagrado y su fruta da la inmortalidad. Hay muchas leyendas asociadas con manzanas, incluida la de la famosa isla de Avalon en la historia del rey Arturo.

La figura del Embaucador (o Trickster) es un arquetipo que aparece constantemente en las mitologías y los cuentos de hadas. Dos Embaucadores dignos de mención son Loki y Hermes. Ambos tienen la fama de hacer travesuras, esconder los objetos y amar las bromas. Usualmente prestan ayuda a los mortales de formas misteriosas y peculiares, aunque suelen causar algunos desastres, ya sean voluntarios o involuntarios. Noiz, en este caso, representa al Embaucador y eso se nota desde la historia de su nacimiento: el conejo saltando al caldero es algo tan fortuito que es probablemente la raíz de su carácter peculiar. Sin embargo, como un buen Embaucador, Noiz tiende a enredar las cosas un poco, aunque en su caso no es porque mienta o engañe a propósito, si no que hace las cosas como le parece que es la mejor forma de hacerlas sin importar las consecuencias (algo que va muy acorde con el carácter canon de Noiz).

La música de Eluveitie me ha inspirado mucho para esta historia. Escúchenla mientras leen ;)

Y tenía que mencionar el Aobooty. Bendito Aobooty, ¿quién no lo ama?

La luz del ocaso eterno que caía sobre la tierra de los Dioses entraba suavemente por las ventanas de la inmensa Sala de los Registros.

El lugar no era realmente una sala… era una arboleda donde los avellanos habían crecido tan cerca unos de los otros, y tan altos, que habían formado paredes y un cielo raso de hojas, flores y ramas. Los ventanales estaban formados por espacios entre los inmensos troncos, y desde ellos se apreciaban los paisajes que conformaban el reino divino.

El techo era altísimo, y estaba formado por las ramas entrelazadas de los cientos de avellanos en flor. Las flores blanquecinas y rosadas caían sin descanso sobre el suelo, formado por una fragante alfombra de pétalos que nunca se corrompía pero que tampoco crecía, como si los pétalos nuevos simplemente desaparecieran al tocarla. Aves de todos los colores canturreaban en las ramas, y ocasionalmente volaban de un lado a otro buscando las deliciosas frutas para alimentarse. Se escuchaba también el sonido de un riachuelo donde muchos pececillos nadaban alegremente, centelleando como gemas bajo la luz del crepúsculo.

Los troncos de los avellanos estaban tallados como estanterías, aunque los árboles continuaban vivos y sanos, conteniendo en sus cuerpos de madera millones y millones de tablas donde estaban registradas las vidas de cada uno de los humanos que habitaban la tierra mortal o que habían vivido en ella en el pasado.

El joven dios de largos cabellos negros posó la mirada azabache en el visitante que acababa de ingresar a su sala. Sonrió dulcemente al ver al varón de piel morena y largos cabellos rojos y ondulados.

-Sei -dijo el visitante, mientras la luz le acariciaba el manto del color de la tierra roja.
-El Sanador-el joven dios bajó de la estantería donde estaba trepado con cuidado, y se acercó al recién llegado, sacudiéndose un poco la túnica blanca-. Hace tiempo que no me visitabas. ¿Te interesa algún mortal en particular?

El varón de cabellos rojos guardó silencio unos instantes, y acercó su mano a la mejilla de Sei.

-Vine a verte.

Las mejillas del dios de ojos negros se tiñeron de rosado al contacto con la mano del moreno. ¿Cuánto había pasado de que se habían visto? ¿Cien? ¿Doscientos años? Los dioses usualmente pensaban en el tiempo eterno como unos breves instantes, pero para él, estar lejos del pelirrojo por más de un día mortal era una tortura.

-Mink -le dijo con la voz temblando de la emoción- te he extrañado mucho.
-Deseaba verte -el moreno lo abrazó, acercándolo a su cuerpo- pero es difícil cuando eres el único que cumple con sus responsabilidades.

Sei rió ligeramente, acurrucándose entre los brazos fuertes de su amado.

-¿Koujaku y Noiz siguen peleando?
-Peor que nunca -el moreno acarició las largas hebras de pelo negro-. El conejo está jugando de nuevo con un mortal.
-¿Y de nuevo el mortal es del interés de Koujaku?
-El conejo siempre toma a los mortales que le interesan al rojo -Mink depositó un suave beso en la frente de Sei-. Y ya sabes lo que sigue. Hay guerras entre los mortales porque el rojo se enoja. Y luego, el conejo se molesta porque queman los bosques y los campos, y se emberrincha haciendo que haya malas cosechas. Y entonces el blanco se pone triste porque han muerto los humanos y los animales, y porque no podemos llevarnos bien, e inunda todo con su llanto.

El dios de cabello azabache comenzó a reír al escuchar a Mink. Sei sabía que aquellas palabras describían perfectamente el comportamiento de los otros tres Guardianes, pero la forma tan seria en la que el Guardián pelirrojo lo había comentado le quitaba algo de seriedad al asunto.

-No es gracioso, Sei -lo reprendió Mink-. El que tiene que arreglar todo soy yo.
-Sanar a la Tierra es una de tus responsabilidades.
-Fue una pésima idea.

Sei lo miró unos instantes, ladeando la cabeza, y luego sonrió.

-Pensé que sería adecuado.
-A veces me pregunto si cuando sugeriste crearnos, sabías que esto pasaría.
-No lo sabía -respondió con un gesto dulce-, pero sé que pase lo que pase, ustedes pueden manejarlo.

El pelirrojo entrecerró los ojos, en un gesto de irritación, y luego besó a Sei. Sus labios se unieron mientras sus lenguas se acariciaban mutuamente. Dos siglos lejos del otro habían hecho que sus pasiones se acumularan por demasiado tiempo. Por eso, Mink no esperó y recostó a Sei en el suelo. Alzó su túnica, y pinceló con los dedos los muslos blancos. La piel tembló ante las caricias, y un suspiro escapó de los labios del dios de pelo azabache.

Mientras las aves continuaban cantando, ambos se dejaron llevar por sus deseos. Sus gemidos se mezclaban con el sonido del río y con el viento que atravesaba las copas de los avellanos en flor. El calor que sus cuerpos despedían se combinó con el perfume de los pétalos sobre los cuales yacían, creando una nube de dulce aroma que se extendió por la sala.

Clear, el Bardo, observaba la escena desde la puerta. Su corazón estaba apesadumbrado. Sin importar cuánto tiempo transcurriera, y a pesar de saber que el joven dios prefería a Mink, el amor que sentía por Sei no disminuía. Sabía que nunca podría sentir la piel del dios pelinegro contra la suya, y que su aliento dulce jamás se mezclaría con el propio.

Lo había intentado, pero no podía odiar a Mink. No sólo era porque fuesen hermanos. O bueno… al menos, él lo consideraba su hermano. La verdad era que independientemente de la relación que tuviera o no con Mink, no podía odiarlo porque Sei lo adoraba, y él amaba todo aquello que Sei amaba. El confuso sentimiento que conjuntaba celos y profundo amor por su hermano era tan abrumador como los gemidos que se disolvían en la Sala de los Registros.

Cabizbajo, Clear se alejó de la sala. Ni la tonada más triste podía expresar la pena que embargaba a su corazón.

-Es mío, y no hay nada que puedas hacer para cambiarlo -la voz de otro de sus hermanos lo sacó de sus pensamientos mientras cruzaba el Manzanar-. Ya lleva mi marca en la espalda.

Al levantar la mirada, Clear vislumbró dos figuras bajo el manzano más alto del huerto, aquel que daba las manzanas que hacían inmortales a los dioses.

Koujaku, cuya túnica carmín parecía estar en llamas debido a la luz del ocaso, miraba con profundo desprecio al menor de los Guardianes. El Sabio le sonreía con descaro al tiempo que jugaba descuidadamente con la finísima trenza dorada que le caía sobre el hombro desde la nuca.

Clear suspiró levemente. Lo que decía el varón de ropas esmeraldinas era cierto, aunque a medias. El inmortal había marcado al vivo, pero el mortal había dejado su sello en Noiz también: el cuerpo etéreo del ojiverde estaba impregnado de la esencia de un alma humana. ¿Cuántas veces había yacido con el mortal en el reino de los sueños, para que su espíritu se hubiese empapado así de la esencia del alma perecedera?

No era que en el acto mismo fuese una transgresión. Ninguno de ellos cuatro era un dios, pero tenían muchas de las prerrogativas de sus padres y madres debido a que habían nacido del Caldero Dorado. Pero el Sabio tenía la costumbre de quedarse con los mortales a los que Koujaku deseaba, y siempre parecía adelantarse a su hermano escarlata cuando se trataba de poseerlos. Su astucia era tal que siempre lograba adivinar en que mortal había puesto el Guerrero los ojos antes de que él mismo se diese cuenta. No por nada los dioses también llamaban a Noiz “el Embaucador”.

Y la costumbre de Noiz había causado incontables problemas, no sólo en el reino divino. Los humanos también habían sufrido por la rivalidad entre ambos Guardianes. ¿Por qué no eran capaces de amarse a pesar de sus diferencias? Si él podía amar a Mink a pesar de todo…

-Maldito conejo -Koujaku tomó al otro Guardián del cuello de la túnica, y acercó su rostro, con una expresión iracunda-. No quiero que vuelvas a tocarlo.
-¿Mhh? -el ojiverde sonrió apenas-. ¿De verdad piensas tocarlo sabiendo que no hay un rincón de su esencia que no me pertenezca ya?

El Guerrero contuvo el impulso se golpear a Noiz. No importaba cuan enojado estuviese, levantar una mano en contra de otro Guardián sería una falta imperdonable ante los ojos de sus padres y madres.

Además, nadie decía que no pudiese tomar otras medidas…

Sin decir más, Koujaku se alejó del Manzano Rey, apenas cruzando miradas con Clear.

-¿Por qué disfrutas hacer esto, hermano? -cuestionó el peliblanco al Guardián más joven.
-¿Por qué no debería hacerlo? Koujaku es más divertido cuando se enoja.
-Sabes que tus acciones ponen en peligro a la Tierra -lo reprendió Clear-. Más campos y bosques serán quemados por la guerra cuando esto se salga de control de nuevo.
-No es mi culpa que no pueda medirse. Además… -expresó con una leve expresión divertida- esta vez realmente no lo hice por fastidiarlo.
-¿A qué te refieres con eso? -Clear levantó las cejas en asombro-. No me digas que te has enamorado del mortal…
-No seas absurdo. Nunca dije eso -respondió arrancando una manzana dorada del árbol rey-. Vi al humano antes que Koujaku, y noté sus dones. No sólo es un vidente; tiene un poder inmenso, y podría ser un gran tejedor de palabras si lo guío. Y decidí hacerlo mío porque se me antojó. Fue casualidad que el viejo también hubiera puesto sus ojos en él -dio un mordisco a la fruta que sostenía. Ésta rezumó jugo azucarado.
-Estás jugando con fuego -lo reprendió- y tendré que reportar esto a Sei.

Noiz lo miró unos segundos, mientras masticaba.

-¿No será que estás buscando una excusa para hablarle? -comentó con frialdad-. Sei nunca será tuyo, Clear. Es de Mink, desde el segundo en que este puso un pie fuera del Caldero. Todos dicen que cuando Mink y Sei se miraron la primera vez, fue como cuando el sol dejó ver sus rayos en el horizonte por vez primera… o una ridiculez como esa.

Clear no respondió. Por supuesto que buscaba excusas para hablar con Sei todo el tiempo, pero en esta ocasión, era una cuestión práctica. Sei era el único que podía ponerle freno a las travesuras de Noiz.

-Hablo en serio. Deja de buscar pleito con Koujaku.
-No me da la gana -el Guardián ojiverde comenzó a dirigirse hacia su alojamiento -y no vayas a acusarme con Sei, o le diré que lo espías mientras hace el amor con Mink.

El peliblanco se sonrojó profusamente, en una mezcla de vergüenza y enojo. ¿Cómo diablos sabía eso el otro Guardián? Luego, cuando vio a un pequeño conejo negro de ojos verdes saltar junto a Noiz, recordó que el joven guardián tenía a sus peludos espías por todos lados…

Clear se quedó en silencio, contemplando el Manzano Rey, mientras Noiz se alejaba rodeado de pequeños conejos que saltaban alegremente a su alrededor.

¿Enamorado?

Él no estaba enamorado del mortal.

Estaba completamente esclavizado a él.

Adoraba sus ojos castaños claros y su cabello del color de un cielo despejado de verano. Le fascinaba su cuerpo varonil pero de constitución delicada, y le gustaban especialmente sus brazos blancos y las formas redondas y generosas de su parte posterior. Era algo absurdo, pero realmente le encantaba el trasero del mortal… Y además, estaban sus bellas manos y sus labios rosados…

 El mortal era hermoso en espíritu como era en su físico. Tenía una inocencia poco común para un joven de su edad, pero también era inteligente. Además, estaba lleno de bondad para con todos. No despreciaba a nadie, ni al pobre ni al enfermo, y siempre tenía una palabra amable hasta para el más burdo y obsceno de los miembros de su clan.

Y… siempre que se veían, el mortal se mostraba tan curioso y  atento a sus palabras, como complaciente y dispuesto ante sus deseos. Gemía con tal impudor y espontaneidad en sus encuentros que Noiz a veces lo amaba sólo para poder escucharlo. En realidad, comenzaba a preguntarse si no había algo en la voz del mortal que tenía el poder de encadenar los corazones de humanos y dioses por igual… si era así, su poder para tejer palabras podría ser comparable al suyo...

Noiz miró la manzana a medio comer que tenía en la mano, y una idea le vino a la mente.

¿Y sí…?

 

 


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