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SINKING INTO HEAVEN por miss_seragaki

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Notas del capitulo:

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Notas: ¡La primera aparición de Ren! Había planeado ese primer contacto desde que se me ocurrió esta historia, porque quería que fuese algo muy casual pero al mismo tiempo que, sin que Aoba lo supiera, fuese algo muy importante. Es porque Sei es bastante importante en la historia…

Noiz y Koujaku apenas comienzan a fastidiarse mutuamente. Harán muchas más cosas… esos dos son tremendos.

 

La torca es un tipo de joyería típicamente celta. Es una especie de gargantilla hecha de una varilla de bronce torcida. Era utilizada como símbolo de estatus y nobleza. Pero creo que Nine la consiguió y quiso regalársela a su hijo por capricho. Me parece algo que haría Nine.

El canal de youtube de Adrian von Ziegler tiene música hermosa. Muy inspiradora.

 

Las últimas estrellas comenzaban a desaparecer tras el velo luminoso del amanecer del Solsticio. El fuego que se alzaba en el centro del antiguo círculo de piedras despedía el perfume de las tres maderas sagradas y de las hierbas que se agregaban a cada tanto para purificar el ambiente.

Mientras Nine rasgueaba las cuerdas de su arpa, Haruka y otras mujeres entonaban una canción de bienvenida al Sol. Las festividades del verano habían comenzado al fin.

La gente comenzó a bailar y cantar, desde los más pequeños a los más ancianos. Algunos canes se unieron a la fiesta, aullando y saltando alegremente entre la gente. Uno de ellos, un perrito negro de colgante lengua rosada, se acercó saltando a Aoba, quien estaba sentado frente a un cuenco de bronce. Aoba estaba coronado con blancas flores y le habían colocado en el cuello una costosa y elegante torca de bronce que su padre había conseguido intercambiándola por unas canciones de alabanza a un señor de otras tierras. La túnica y el manto níveos le dejaban al descubierto la espalda, dejando ver el omóplato derecho, donde una ligera marca en forma de triangulo comenzaba a notarse.

El perrito observó la marca unos segundos, y luego se acostó junto a Aoba moviendo la colita.

Nadie sería capaz de sospechar de un inocente y pequeño perrito. Por eso, Sei había enviado a Ren en esa forma. Quería observar al mortal que estaba causando enemistad entre Koujaku y Noiz. Lo intrigaba que clase de mortal podía ser el que ponía a dos Guardianes en contra del otro como nunca antes…

Al inicio, Sei había desechado las preocupaciones de Mink, pero cuando Clear le contó sobre la conversación que sostuvo con Noiz, recapacitó.

Ren, notando las preocupaciones de su señor, se ofreció para el encargo.

Ren era eso que los humanos llamaban un hada. Su poder era el de cambiar de forma, cosa que era muy conveniente para Sei, y usualmente lo enviaba a cumplir encargos como el presente. El joven hada era sirviente de Sei por gusto propio, porque el joven dios era siempre amable con él a pesar de su origen. Ren era, como todas las hadas, descendiente de los que habían sido expulsados del Paraíso cuando la guerra entre los dioses ocurrió en el pasado.

Pero, a diferencia de los Obscuros que estaban condenados al Reino Helado, las hadas vivían en un lugar intermedio entre el Paraíso y las profundidades de la Tierra. Su reino existía paralelo al de los humanos, y eran los únicos seres imperecederos que podían influir directamente en el mundo mortal. Por eso, los dioses los empleaban para tareas que requerían actuar entre los humanos, recompensándolos por sus éxitos con las manzanas que otorgaban la inmortalidad.

Ren miró a Aoba. Sin duda alguna, era un mortal hermoso como pocos. ¿Acaso tenía sangre de hada por algún lado de su familia? La madre era una barda, y la abuela una poderosa vidente. El padre también era bardo… no era del todo imposible que el muchacho también fuese un hada, al menos en parte.

Especialmente… porque tenía dones interesantes. Ren no lograba determinar qué poder poseía Aoba, pero todos lo adoraban. Sí, era amable y de belleza incomparable, pero había algo más. Era un aura que sólo había visto en hadas muy poderosas y viejas, o incluso en los dioses mismos...

Aoba… poseía el mismo brillo que tenía Sei…

El perrito observó al joven vidente mientras este entraba lentamente en trance gracias a la música y la poción que había bebido. Luego de unos minutos, Aoba se desplomó en el suelo, sobre las mantas de lana y almohadones de paja que habían colocado a su alrededor.

Por unos momentos, me cuesta trabajo saber que ocurre. Mi cuerpo se siente muy ligero y libre.

Entonces me doy cuenta de que ya no estoy dentro de mi cuerpo. A mi alrededor hay una neblina espesa y resplandeciente que no me deja ver nada. Sé que no debo temer. No es la primera vez que viajo del otro lado del velo… pero saber que estoy lejos de mi cuerpo me inquieta un poco.

Estar tras el velo no es como soñar. Es más bien como viajar a otro mundo, donde únicamente tu espíritu puede pasar. Por eso, las cosas que ocurren tras el velo son reales, y pueden influir en el mundo físico; por ejemplo, si te lastimas, es posible que las heridas se reflejen en tu cuerpo real. Por eso es peligroso vagar ahí sin las precauciones necesarias.

-Noiz -llamo a mi amante con voz segura. Aquí puedo recordar su nombre.

Pasan unos momentos, y luego veo una figura acercarse del otro lado de la niebla. Lo reconozco de inmediato. Sus ojos verdes me miran con infinito cariño, y cuando me abraza puedo respirar su aroma a tierra mojada, a hierba y a rocas bañadas por el sol.

-Aoba -su voz me envuelve, y distingo en ella un tono apasionado-. Me llamaste, y he venido.
-Noiz -vuelvo a pronunciar su nombre, y me avergüenza un poco darme cuenta de que mi voz suena igualmente enardecida. Me cuesta mantener la cabeza fría teniéndolo tan cerca-. Te llamé porque necesito hablarte. Hay muchas cosas que quiero preguntarte…

Sus orbes verdes me recorren el rostro, y su gesto impasible es cruzado de pronto por una sonrisa.

-Quieres preguntarme quién soy y porque acudo a ti.

Desvío la mirada. ¿Acaso soy tan transparente, o es que él me conoce demasiado bien?

-Está bien, Aoba. Es natural que quieras cuestionar mis motivos. Tu abuela te ha aconsejado bien.
-¿Entonces…? -pregunto, dudando. No quiero ofenderlo… pero realmente quiero respuestas.
-Sigue a los conejos, Aoba -me dice con una sonrisa un poco irritante-. Obtendrás tu respuesta cuando llegues a la madriguera.

No entiendo a que se refiere. ¿Conejos? Sé que siempre veo conejos cuando Noiz aparece. Incluso ahora, hay algunos peludos saltarines a nuestro alrededor. Pero no comprendo que quiere decir. ¿Seguir a los conejos? ¿A dónde?

-¿Recordaré tu nombre cuando despierte?
-No -responde con una sonrisa un poco condescendiente-. Ya te había mencionado antes que mis hechizos atan tu memoria para que no puedas recordar. Aún no estás preparado para usar el conocimiento que te he dado. Y no quiero que por accidente, compartas mi nombre con otros mortales.
-Porque tu nombre es lo más preciado que tienes -agrego, recordando una conversación previa que tuve con Noiz-. Es el único tesoro que un espíritu posee.

Él asiente, complacido, y sin decir más, me besa. Sus labios saben a frutas maduras, y sus manos dejan un rastro caliente en la piel de mis brazos. Sé que realmente no es mi piel, pero…

Las nieblas se disipan, y me encuentro a mi mismo en un lugar de belleza indescriptible.

Un robledal se alza a nuestro alrededor, formando un círculo perfecto. Sobre nuestras cabezas, las copas se doblan formando un techo, pero este se mece con el viento, dejando pasar los rayos púrpuras y bermellones del crepúsculo. El aire tibio huele a agua fresca y a hierba asoleada, y se escucha el canturreo de un riachuelo. Ahora recuerdo donde estamos… este claro está cerca del arroyo de mis sueños. Noiz mencionó alguna vez que cerca de ahí estaba el lugar donde descansaba.

Me doy cuenta de que me ha llevado a sus aposentos, y el calor me sube por las mejillas. Noiz parece divertido, y me pica la mejilla con su dedo, como intrigado por la sensación caliente de mi piel. Eso me irrita bastante, pero al mismo tiempo, me parece tierno.

Toma mi mano, y yo me dejo llevar a un lecho formado por capas y capas de pétalos de flores y hojas aromáticas. Es más suave que cualquier lecho de plumas que haya tocado, y huele deliciosamente a verano.

A pesar de la vergüenza que siento, dejo caer mi manto y mi túnica en la hierba, y me siento en el borde del lecho. Noiz me mira, y se hinca frente a mí. En un gesto que me abochorna aún más, levanta mi pie y deposita un beso sobre mis dedos. Creo que estoy tan rojo como una baya…

Sus labios suben por mi pierna, hacia mi rodilla, y luego por mi muslo. El toque suave me hace perder la cabeza… es increíble que algo tan simple pueda estimularme tanto…

Antes de que logre procesar lo que pasa, siento su boca húmeda entre mis piernas. Me siento muy, muy, avergonzado, pero comienzo a gemir sin poder detenerme. Creo que Noiz hace estas cosas porque le gusta verme hacer el ridículo…

Entre besos y caricias, me veo envuelto en sus brazos. Pronto, mi cuerpo lo recibe sin dificultad. Al fin y al cabo, esto no es el mundo físico, y no necesito preparaciones que en otros casos serían necesarias.

Aún cuando sé que esto es el mundo espiritual, se siente como si fuese real. Puedo sentir su calor moverse dentro de mí, y mi cuerpo responde como haría en la realidad, destilando un flujo cristalino que Noiz toma en sus dedos y luego lame con una sonrisita.

-¡No hagas eso! -le reclamo, con las mejillas encendidas.
-No tiene nada de malo.
-¡Es vergonzoso…!
-No lo es -dice y me besa. Sus labios me hacen olvidar lo demás.

Después de que nuestros deseos se han desahogado, me quedo acurrucado a su lado sobre el lecho vegetal. Un viento perfumado sopla a nuestro alrededor, mientras los pequeños conejos saltan de un lado a otro, e incluso, se trepan sobre nosotros buscando un lugar cómodo para dormir. Mis párpados se sienten pesados y tengo sueño. Pero los labios de Noiz me despiertan. Son muy dulces, y el sabor en ellos me recuerda algo conocido… pero no recuerdo qué es.

Mientras pienso en ello, percibo algo diferente en el ambiente.

Algo… no… alguien me observa. Su mirada cae sobre mí como cientos de pétalos de cerezo, acariciando mis piernas y mi espalda con delicadeza. En un segundo, la mirada me abrasa como un hierro candente, haciéndome sentir el deseo explosivo que siente por mí. Me abrazo de Noiz, asustado, y él me echa encima su manto esmeralda.

Cuando Noiz se levanta del lecho, aparece entre los árboles un hombre que nunca había visto. Su largo pelo negro está atado en una coleta que lleva sobre el hombro izquierdo, y lleva el lado derecho del rostro cubierto por un fleco que le cae hasta la barbilla. Sus facciones y las formas de su cuerpo son armoniosas, y las cicatrices que tiene solamente realzan su belleza varonil. Lleva únicamente un faldón de color grana, por lo que los intrincados tatuajes negros y rojos de su pecho y brazo diestro son visibles. Su collar y muñequeras son negras, y en el cinto, le cuelga una espada que despide un brillo diáfano. Viene acompañado de un ave escarlata que está posada en su hombro.

-A pesar de que te pedí que no lo tocaras, ¿lo traes a tus aposentos y todavía tienes el descaro de alimentarlo con el néctar de los frutos del Manzano Rey?
-Tus celos me tienen sin  cuidado -responde Noiz sin alterarse-. Ya te dije que es mío, y no te lo voy a entregar.

Sin comprender lo que ocurre, me siento, cubriéndome lo más que puedo con el manto esmeralda.

-Tu comportamiento es indigno de un Guardián.
-No veo en qué, anciano. Lo que ocurre es que te molesta que yo lo haya cortejado antes que tú, y que él me haya aceptado.

Ambos se miran fijamente. Noiz parece retar al de rojo con la mirada, y este pareciera querer despedazarlo. No sé qué hacer. Quiero huir y esconderme. ¿Están peleando por mí…? Eso es simplemente absurdo. Soy sólo un mortal… y Noiz…

Él es un Guardián, tal como mi abuelita y yo sospechábamos. El otro hombre también debe ser uno de ellos… ¿en qué lío me he metido?

En un instante, el Guardián de rojo aparece frente a mí.  Sus ojos escarlata me miran con infinita ternura, y cuando parpadea, puedo sentir en mi piel la caricia de finos pétalos. Su mano roza mi mejilla, y tiemblo, pero no sé porqué. Noiz está ahí, justo frente a mí, y este hombre me toca sin que yo me aparte…

Es cuando siento algo quemar en el lado derecho de mi espalda. Me toco el área bajo el hombro, donde el ardor se extiende en pequeñas olas alrededor de un punto que está caliente y se inflama con velocidad.

La mano de Noiz aparta la del otro hombre de mi rostro.

-Koujaku. -dice mi amante con la voz amenazadora aunque fría-. Ya te había dicho que lo había marcado. 
-Maldito -el hombre llamado Koujaku aparta su mano con fuerza, y mira a Noiz con desprecio-. ¿Le pusiste un hechizo para que nadie aparte de ti pueda tocarlo?
-Por supuesto. ¿Qué esperabas? No pienso dejar que cualquiera le ponga las manos encima a mi discípulo.

Me siento muy enojado. ¿Noiz me marcó como si fuese una oveja, y no me lo dijo? Ah, ya entiendo… cuando me besó, en sus labios había jugo de manzana. Eso está mal... cualquiera sabe que comer algo del otro lado del velo te ata al Otro Reino para siempre…

Me levanto de golpe, y me visto apresuradamente, mientras las lágrimas se me agolpan en los ojos. Estoy demasiado enojado. No quiero verlo. No quiero oírlo.

-Aoba -me dice Noiz con sorpresa-. ¿A dónde vas…?
-No sé cómo salir de aquí -digo con la voz quebrada por las lágrimas. Odio admitirlo, pero puede que tenga que ir con Noiz para poder regresar.
-Yo te llevaré a la entrada -dice el Guardián de rojo, y me mira con una sonrisa levemente avergonzada.

No es que ir con él sea la mejor idea, porque sé que está celoso, y dijo todas esas cosas para que me enojara con Noiz.

Lo logró.

Asiento, y sin hablar, me alejo caminando tras él.

Me giro apenas para ver a Noiz. Me mira con una expresión confundida en el rostro. Y luego me doy cuenta de que está triste.

Bueno… debió pensarlo mejor antes de mentirme así.

Koujaku me regresa a la entrada en silencio. Cuando llegamos al velo que divide los mundos, le hago una pequeña reverencia y cruzo de regreso a casa.

Mientras lo hago, siento su mirada de pétalos de cerezo caer sobre mi espalda.

 

 


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